Dosier
Contexto y recepción de la literatura latinoamericana del siglo XX en la Rumania socialista
Context and reception of Latin American literature of the twentieth century in socialist Romania
Contexto y recepción de la literatura latinoamericana del siglo XX en la Rumania socialista
Cuadernos del CILHA, vol. 19, núm. 1, pp. 45-62, 2018
Universidad Nacional de Cuyo
Recepción: 20 Enero 2018
Aprobación: 30 Enero 2018
Resumen: La literatura latinoamericana penetró en el espacio cultural rumano durante el régimen comunista, por lo cual la recepción de las grandes obras que entran en el circuito mundial gracias al boom está afectada por las anomalías típicas creadas por un gobierno totalitario. A pesar de eso, la excelente labor de los agentes culturales que introducen a los autores latinoamericanos en Rumanía compensa en gran parte las contradicciones y vicios del sistema. En la primera parte de este artículo nos proponemos esbozar en grandes líneas el contexto político en que se inscribe la recepción de la literatura latinoamericana en la Rumanía del período comunista (1948-1989); a continuación, destacaremos las traducciones de los principales autores relacionados con el fenómeno del boomy comentaremos algunos aspectos relacionados con la traducción al rumano de estas obras.
Palabras clave: Recepción literaria, La Rumania socialista, Literatura latinoamericana, Traducciones, Política cultural.
Abstract: Latin-American literature spread across the Romanian cultural space under the communist regime. Consequently, the reception of major literary works, which were known worldwide, was affected by the typical abnormalities created by a totalitarian government. Nonetheless, the excellent work done by cultural agents and managers compensated the contradictions and vices of the system. The first part of the article aims to outline the political background of Romania in the communist period (1948-1989) in which the reception of the Latin-American literature takes place. Subsequently we will highlight the translation of the most important authors connected with the boom and discuss some particularities related to the romanian translation of these works.
Keywords: Literary reception, The Socialist Romania, Latin-American literature, Translation, Cultural politics.
“Nada de lo que ocurre en el proceso de una literatura desarrollada bajo un gobierno totalitario tiene una explicación natural. Directa o indirectamente, todo es réplica, reacción, contestación, repliegue defensivo, desesperada o inventiva estratagema de supervivencia” (Negrici, 2003: 11). Al llamar la atención sobre la inevitable “inautenticidad” del proceso de construcción cultural en la etapa comunista, Eugen Negrici, autor de una historia de la literatura rumana entre 1948 y 1989, desprende el aspecto más relevante del “polisistema” cultural rumano en el cual se insertan las traducciones hechas de varios idiomas, entre ellos del castellano[1].
Situada en la inmediata vecindad de la URSS y aliada entre 1941 y 1944 con el Eje para que en los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial cambiara de frente y se volviera uno de los países reconocidos por su destacado papel en la derrota del ejército alemán, Rumanía entró de la forma más “natural” en la esfera de influencia soviética después de la Conferencia de Yalta de 1945, cuando se decidió el mapa político de Europa[2]. De esta forma, tras unas votaciones falsificadas, en 1948 se impone el régimen comunista, que en una primera instancia se puede caracterizar como de estricta obediencia estalinista, ya que los dirigentes rumanos imitan todas las medidas de represión de los soviéticos, desde los encarcelamientos y matanzas de los insubordinados, y especialmente de los intelectuales y destacados políticos del período anterior, hasta la práctica de la deportación y del trabajo forzado en algunas obras de construcción de alta dificultad[3]. La vida cultural rumana está marcada en los años cincuenta por una pronunciada eslavofilia, que va desde unos intentos de rusificación de las normas ortográficas y del léxico hasta la reescritura de la historia nacional bajo un ángulo que resalte el elemento eslavo a expensas del innegable eje vertebrador latino. El nuevo gobierno dispone la destitución de los antiguos miembros de la Academia Rumana y su reemplazo por activistas políticos capaces de velar por el acatamiento de las consignas del realismo socialista jdhanovista, la literatura siendo vista como “ruedecita y tornillo”, según la expresión de Lenin, en la gloriosa empresa de la construcción del “nuevo hombre” socialista.
1964 representa una de las fechas claves del período comunista rumano, puesto que es en este año cuando el primer presidente comunista Gheorghe Gheorghiu-Dej proclama la declaración de independencia con respecto a la Unión Soviética (cuyas tropas se habían retirado del país en 1958), y el proceso de “desestalinización” empezado ya después de la muerte de Stalin culmina con la liberación de los presos políticos. Se puede decir, no obstante, que es este mismo momento el que marca la orientación nacionalista del régimen comunista rumano. Es sin duda fascinante el paso de un discurso lleno de los clisés soviéticos, donde la expresión de la “lucha de clases” represente el principal criterio en la valoración de una obra artística, a un discurso centrado en los valores estéticos; la crítica literaria, estudiada desde este ángulo por un investigador rumano (Goldiş, 2011), es capaz de mejor poner en evidencia este proceso de conquista de la autonomía de lo estético. A medida que se abandonan las cortapisas del realismo socialista se da asimismo una paulatina recuperación de los valores nacionales, que habían sido marginados o desterrados en los años de la sovietización, y también se observa una mayor apertura hacia el exterior. Los cambios son graduales, pero ya desde principios de los años sesenta se puede hablar de un “deshielo cultural”, sincrónico de hecho con la distensión experimentada en el entero bloque del Este. La eliminación del control ideológico del partido comunista coincide con la aparición de una nueva generación de escritores, menos afectada por las represiones de la década anterior, así como con la multiplicación de las publicaciones, editoriales y revistas, cuya diversidad y dinamismo podía dar la impresión de una normalización de la sociedad y de la cultura, al menos por el contraste con los sofocantes años de la sovietización[4].
Gracias a un complejo de circunstancias, Nicolae Ceauşescu, que sucede a Gheorghiu-Dej como presidente del Partido Comunista Rumano después de la muerte repentina de este en 1965, llegó a ser considerado el “rebelde del bloque de Este” y durante varios años, gozó de los máximos favores de los dirigentes occidentales[5]. Contribuyó mucho a su fama su oposición a la invasión soviética en Chevoslovaquia en agosto de 1968 y, en un clima de bonanza general y de optimismo inmoderado, como eran los finales de los años sesenta, Ceauşescu, un semianalfabeto arribista y taimado, pudo pasar por un presidente brillante y poco convencional. La ilusión no pudo durar mucho: ya desde inicios de la década de los setenta Ceauşescu da un giro evidente a su estilo de gobernar, consiguiendo eliminar a todos los políticos incómodos y crear una “casta política” de aduladores, aparte de conceder a varios miembros de su familia (entre ellos, su esposa, su hijo benjamín y varios hermanos) unos puestos clave en el aparato político. El culto de la personalidad, inspirado del modelo asiático con el cual Ceauşescu tomó contacto a principios de 1971 cuando visitó la República Popular de China y Corea del Norte, se vuelve omnipresente en el ambiente sociocultural rumano, creando un contraste desgarrador con una sociedad que, con los años, se vuelve cada vez más pauperizada debido a una política económica desastrosa[6]. Las así llamadas “Tesis de Julio”, leídas ante el Comité Ejecutivo del Partido Comunista Rumano el 6 de julio de 1971, dan el inicio de una “minirrevolución cultural” que, entre otras, se concreta en la creación del Consejo de Cultura y Educación Socialista a través del cual se pretendía “elevar el nivel de conciencia de la gente con vista a formar el ‘nuevo hombre’ socialista” (Verdery, 1994: 79) y que representaba de hecho una intromisión cada vez más acusada del aparato de propaganda en la creación artística (Vasile, 2014: 37)[7]. A partir de 1977, el mencionado Consejo recibió atribuciones suplementarias: en el contexto de la supresión oficial de la censura, este organismo se encargaba de vigilar desde el punto de vista ideológico la entera producción artística, aprobando o rechazando la presentación ante el público de los espectáculos, películas, revistas, etc. Además, se responsabilizaba de la organización de unas manifestaciones artísticas grandiosas con fuerte impronta ideológica, llamadas el Festival nacional “Cântarea Romaniei” (“El cantar de Rumania”), que representaban unas versiones rumanas de los espectáculos multitudinarios chinos y coreanos donde se ensalzaba a la pareja presidencial a través de un discurso nacionalista que iba a marcar la cultura rumana hasta la caída del régimen en 1989[8]. Un elemento suplementario se añade, por otra parte, a la conformación del clima sociocultural de la época: enfrentado a una crisis económica cada vez más acusada, el gobierno comunista recorre a una serie de recortes presupuestarios que afectan severamente a las instituciones culturales, forzadas a una política económica de “autofinanciación” que se inscribía en un torpe intento de instaurar un “socialismo de mercado”, prácticamente imposible de conseguir[9].
A pesar de todo eso, sería erróneo considerar que la cultura rumana estaba ahogada por completo y que la situación del país, con las Tesis del Julio y todo, se podía equiparar a la de Corea del Norte. Al contrario, la vida cultural sigue, es cierto que en condiciones más duras que en otros países del bloque socialista, el camino empezado en el período de la “pequeña liberalización” y hasta finales del régimen de Ceauşescu, el retroceso es sólo ideológico, dado que, como observa el mismo crítico citado al principio, “después de 1971 la literatura rumana alcanzó, de forma paradójica, el mayor grado de complejidad de toda su historia” (Negrici, 2003: 235). Se destaca en los años sesenta una tendencia de explorar la veta fantástica-realista mágica, menos usual en una literatura como la rumana, dominada por la memoria y menos por la fantasía creadora (235). Esta orientación, presente en un puñado de autores, es por un lado un intento de fructificar el fondo de mitos y prácticas ancestrales rumanas, todavía vivientes en el espacio rural y, por otro lado, representa una forma de revincularse con la gran literatura modernista anterior a 1948. En la década de los setenta, cuando aparecen las traducciones de los latinoamericanos como Asturias, Carpentier, García Márquez, Rulfo y Cortázar, esta tendencia se intensifica, por lo cual se puede decir que el influjo de lo neofantástico y del realismo mágico tiene más bien un rol catalizador y no desencadena un cambio de paradigma. Por otra parte, en un país que carecía de muchas diversiones y en que los programas de televisión se reducían año tras año, de forma que en los años ochenta el programa televisivo llegó a durar sólo dos horas diarias, la lectura era una de las ocupaciones más extendidas entre los rumanos. Las editoriales publicaban muchos libros, en tiradas considerables (e incluso excesivas en comparación con la capacidad del mercado de absorberlos), y los precios de las publicaciones eran bastante bajos. Si bien los elementos considerados subversivos, incluidos los elementos eróticos inaceptables para la pudibundez comunista, se eliminaban por los mecanismos de la censura o de la autocensura, la literatura rumana que se publicaba y la literatura universal que se traducía era de buena y de excelente calidad.
En la difusión de la literatura extranjera se destaca el papel desempeñado por la ya mencionada revista Secolul 20, que si bien, como todas las publicaciones de la época, debía pagar el precio ideológico por la inclusión en cada número de al menos un artículo de pura propaganda comunista, conseguía informar a los lectores cultivados sobre la actualidad literaria del mundo, gracias a una atenta y variada oferta de traducciones, fragmentos de obras y presentaciones de los autores más importantes de aquel momento. Se destaca la revista Secolul 20 y la editorial Univers, especializada en literatura universal, que tuvieron un papel importante en la difusión del boom latinoamericano y hay que descollar la insigne labor desarrollada por unos talentosos hispanistas (Andrei Ionescu, Cristina Isbăşescu-Hăulică, Mihai Cantuniari, Dan Munteanu, Irina Dogaru, Paul Alexandru Georgescu, etc.) que, por sus excelentes traducciones y sus eruditos artículos de presentación, introdujeron a la mayoría de los grandes autores contemporáneos de América Latina en la conciencia cultural rumana.
En la Rumanía socialista la literatura latinoamericana entra a través de los planes de soviéticos de importación de literatura en el bloque socialista y las traducciones gozan de la orientación maximalista del mercado del libro en este período: tiradas enormes, reediciones múltiples y difusión omniabarcadora. Los títulos exportados por la URSS no incluían solo literatura rusa o soviética, sino también literatura de las culturas periféricas ─asiáticas, latinoamericanas, africanas─ junto con los autores de izquierdas de los Estados Unidos o de Francia, ya que, según observa un crítico, el objetivo fundamental era “legitimar la literatura soviética y la novela que postula, desde el punto temático e ideológico, una suerte de realismo crítico universal”, por crear, de paso, “la impresión de un socialismo ubicuo, que ya colonizó el mundo entero” (Baghiu, 2016a). Un efecto paradójico de los planes soviéticos de traducción fueron la apertura de la cultura rumana hacia nuevos espacios, ya que hasta la Segunda Guerra Mundial las traducciones se limitaban prácticamente a las obras de todos los calibres provenientes de las culturas occidentales, y en una medida mucho inferior, a un par de obras provenientes de las culturas vecinas (serbia, búlgara, húngara etc.) (Baghiu, 2016b, 15). Con la sovietización, pues, entra en la cultura rumana la expresión literaria latinoamericana, aunque, es cierto, las obras que se traducen se seleccionan por razones ideológicos y menos por criterios de calidad[10]. Entre 1947 y 1960 se publican alrededor de 30 títulos de la literatura latinoamericana (Baghiu, 2016b, 17) y el período está dominado por el nombre de Jorge Amado, que se retiró del partido comunista en 1954, si bien siguió siendo traducido y reeditado hasta 1957, con más de cinco títulos. Se destaca la aparición en 1948 de Huasipungo de Jorge Icaza (presente en la cultura rumana sólo por esta obra y por Hijos de viento, publicada en 1965, en otra etapa cultural). Como curiosidad, cabe señalar la publicación en el mismo año 1948 de un artículo sobre la literatura latinoamericana en Flacara, la revista de propaganda político-cultural recién fundada por el gobierno comunista[11], cuando las obras latinoamericanas todavía no habían aparecido en el mercado cultural rumano.
Latinoamérica hace verdaderamente su irrupción en la conciencia cultural rumana a través de la conmoción política representada por la Revolución Cubana. Las revistas culturales de Rumania empiezan desde 1959 a reflejar fielmente los lazos de simpatía por Cuba y con una sugerente frecuencia acogen entre sus páginas poemas, ensayos y artículos escritos por los escritores de la Isla, destacándose por la frecuencia de las traducciones los nombres de Nicolás Guillén y Jamís Fayad. Pablo Neruda, cuyo tomo Las uvas y el viento ya había sido traducido al rumano en 1956, es también un heraldo de la Revolución cubana: aparecen vertidos al rumano sus poemas dedicados a Cuba y a Fidel Castro, así como se le publican varios artículos de opinión sobre este proceso revolucionario. Es significativo también el hecho de que con cada ocasión los Premios de la Casa de las Américas están señalados y, a veces, comentados atentamente en revistas como Contemporanul y Gazeta literară[12].
Paradójicamente, la primera novela latinoamericano de alto vuelo que se traduce al rumano en los años sesenta es una novela del dictador: El señor presidente de Miguel Ángel Asturias, que aparece en 1960. El traductor, Paul Alexandru Georgescu, fue el primer profesor de la Universidad de Bucarest que impartió un curso de literatura latinoamericana en la facultad de filología hispánica fundada en 1957 y, entre los libros y artículos sobre esta literatura que publicó tanto en Rumanía como en el extranjero se destaca el interés por el escritor guatemalteco[13]. De hecho, Asturias había visitado Rumania varias veces (la primera vez aterrizó a Bucarest en 1928, cuando vivía en Francia) y en 1962 fue invitado por el Gobierno Rumano, junto con Pablo Neruda y Rafael Alberti, a pasar varios meses en Bucarest, dentro de una campaña de promoción cultural del Gobierno rumano, por lo demás exitosa. Los tres autores, con orientaciones políticas afines al de sus anfitriones y muy bien representados en las letras rumanas gracias a un número elevado de traducciones y reseñas, se convirtieron después de esta estancia en embajadores literarios de Rumania: el escritor guatemalteco publicó en 1967 en Losada de Buenos Aires una antología de prosa rumana, Neruda publicó en el mismo año y en la misma editorial su antología 44 poetas rumanos y Alberti tradujo gran parte de la poesía del mayor poeta romántico rumano Mihai Eminescu.
Otro autor que visitó Rumania, Alejo Carpentier, tuvo asimismo una buena acogida en este espacio cultural, puesto que se le traducen la mayoría de sus grandes novelas[14], exceptuándose, por razones poco claras, Los pasos perdidos, de la cual solo se tradujo en 1975 un fragmento en la revista Secolul 20. Merece destacarse la traducción integral de la novela del dictador El recurso del método de Carpentier, por probar que la censura rumana, que a partir de 1965 se veía como “orientativa” y ya no prohibitiva, operaba de una forma sorprendente para un régimen totalitario. La publicación de El otoño del patriarca de García Márquez en 1979 (en la traducción de Darie Novăceanu) y de Yo el Supremo de Roa Bastos en 1982 (es cierto, la última, traducida por Andrei Ionescu, con algunos párrafos suprimidos) confirman este hecho. La hipótesis de que la ausencia de censura en estos tres casos se debía a la negación de parte de las autoridades de cualquier tipo de dictadura en Rumania, aceptándose la presencia de este fenómeno en otros países, especialmente en los “exóticos”, estuvo comprobada por los traductores y editores entrevistados. Una confirmación suplementaria proviene de la publicación en 1976 de la novela Racul .El cangrejo) de Al. Ivasiuc, una distopía localizada en un vago país latinoamericano dirigido por un dictador sanguinario, Don Athanasios, lo que demuestra la posibilidad de producir una novela del dictador en Rumanía si el escenario ficticio se ubica en un espacio lejano y “exótico” como es, en el imaginario rumano de la época, Latinoamérica.
Empezamos este artículo con la frase de Eugen Negrici que recalcaba el efecto de tergiversación de la cultura en su conjunto debido a la anormalidad de un régimen totalitario. En este contexto de anormalidad hay que entender tanto la presencia como las lamentables ausencias de los títulos importantes de la literatura latinoamericana del siglo XX. Por un lado, es innegable que la orientación izquierdista de muchos de los autores de América Latina jugó un rol de cierta importancia en su penetración en la cultura rumana, pero esta circunstancia se da más bien en el caso de los autores de segunda fila o de aquellos que penetraron gracias a las relaciones personales entre los escritores, muchas veces teñidas de matices políticos. El intercambio de escritores entre Rumanía y Cuba tuvo sin duda cierto impacto sobre la conexión cultural entre los dos países, pero el éxito de Carpentier está sin duda motivado por su calidad y no por su perfil político. Por otra parte, la anormalidad del contexto sociopolítico afecta la cultura de la forma más directa. Hay no pocas contradicciones en la política cultural socialista, partiendo desde la elemental, de índole económica, que marca, como señalamos, toda la producción de los últimos decenios del comunismo. Por causa de las contradicciones entre los principios socialista y capitalista de la gestión cultural aparecen no pocos fenómenos curiosos: uno de ellos es la sanción de los libreros por no poder vender su mercancía o los libros vendidos en paquetes (al lado del libro deseado, el cliente debe comprar también obras de militancia, discursos políticos y otras obras que quedaban sin vender); se añaden los arreglos con los libreros que venden los títulos anhelados a precios exorbitantes o a base de trueque con productos difíciles de procurar (café natural, carne, productos cosméticos etc.). Las preferencias del público rumano van por las traducciones (Macrea-Toma, 2009: 185), pero el dirigismo de la política cultural impide la publicación de un número superior de traducciones en comparación con el de libros de autores locales. Hay un elemento que, con la perspectiva de los años, resulta extraño, pero que es perfectamente comprensible dentro de la anomalía del sistema y de su política cultural: en la ausencia de los títulos del “boom” un papel importante lo desempeña, en una medida mucho mayor que la censura, la dificultad económica por pagar los derechos de autores, dado que el Estado subvenciona cada vez menos las editoriales y es reacio en pagar grandes cantidades de divisas extranjeras para obtener el copyright. Los arreglos con las casas editoriales, las relaciones directas entre los autores y los traductores y todos los tratos que permiten hacer una rebaja o incluso una anulación de los derechos de autor, se vuelven entonces la forma más común de acción de los editores o hispanistas deseosos de introducir en Rumania las obras latinoamericanas contemporáneas.
Con suma sagacidad, Ángel Rama llama la atención sobre el “aplanamiento sincrónico de la historia de la literatura latinoamericana” (Rama, 1984: 52), que hace que, fuera de los espacios nacionales, las generaciones literarias se dieran a conocer simultáneamente y que Vargas Llosa llegara a la celebridad antes de Cortázar y éste antes de Borges, uno de los efectos del boom residiendo en su capacidad de introducir en el circuito público masificado no sólo de “una producción exclusivamente nueva” sino también “la producción de casi cuarenta años que hasta la fecha solo era conocida por la elite culta” (Rama, 1984: 90-1). Si, como muestra Rama, la literatura latinoamericana tiene una recepción caótica en el propio espacio de lengua castellana, qué decir su destino en unos espacios alejados, y aún más en un país del bloque del Este que se enfrentaba a innumerables contradicciones en lo que respecta la política cultural. Para un lector rumano, la aparición en un lapso relativamente breve de tantos autores latinoamericanos, de espacios, edades y orientaciones distintas, creó inevitablemente la impresión de una prodigalidad y magnificencia que se manifestaba de forma sincrónica, y eso a pesar de que todos los libros traducidos tenían un riguroso aparato crítico y unos estudios introductivos densos y eruditos, que de manera lamentable desaparecieron del paisaje editorial rumano después de 1989. Al azar de las fechas de publicación en las editoriales rumanas, el lector cultivado rumano leía “al mismo tiempo” a Borges, Adolfo Bioy Casares[15], Uslar Pietri[16], Juan Rulfo[17], Manuel Puig[18], Bryce Echenique[19], Ernesto Sábato[20], Manuel Scorza[21], Roa Bastos etc. y también se enteraba, a través de unas cuidadas traducciones acompañadas de excelentes introducciones, de la literatura clásica del continente[22].
En muchos casos, la imposibilidad de conseguir la publicación de un libro por una editorial rumana estaba parcialmente compensado por las excelentes presentaciones de los autores y los extensos fragmentos traducidos en las revistas culturales, especialmente en Secolul 20 . România literară o en los almanaques y suplementos literarios de varias publicaciones. Así, por ejemplo, si la gran novela de Cortázar, Rayuela no se tradujo a tiempo, el público rumano pudo enterarse de su existencia gracias a la misma revista Secolul 20, donde, en unos números de 1967 y 1971, aparecieron unos fragmentos traducidos por Cristina Isbășescu Hăulică y un artículo dedicado a la novela de Cortázar escrito por Andrei Ionescu. Cortázar el cuentista obtuvo por otra parte un gran éxito en Rumania gracias a la selección de cuentos publicada en 1969 con el título Sfârşitul jocului .Final del juego), en la traducción de la talentosa traductora Irina Dogaru y el gran escritor rumano Dumitru Ţepeneag. Varios otros cuentos fueron publicados en las revistas culturales rumanas entre 1967 y 1989, así como alrededor de cinco amplios ensayos críticos le fueron dedicados, por lo cual no es errado afirmar que el autor de Rayuela pudo fertilizar en buena medida las letras rumanas[23].
De hecho, con destino más o menos venturoso, la mayoría de los escritores de la plana mayor del boom estuvieron presentes en la cultura rumana en el mismo período o a muy poca distancia de su gloria en Occidente y en Latinoamérica. Si de Carlos Fuentes sólo se tradujo la novela La muerte de Artemio Cruz (1969, traducida por Mihudana Dinulescu) a la cual se añaden las traducciones publicadas en Secolul 20[24], en cambio Mario Vargas Llosa goza de muchas traducciones en esta época y tiene un éxito enorme en la Rumania socialista. En 1970 aparece La casa verde en la traducción de Irina Ionescu. Unos fragmentos de Conversación en la catedral aparecen en dos revistas: Romania literara, 1971, traducción de Silvia Vîscan y Ateneu, 1974, traducción de Andrei Ionescu. La entera novela, que, debido a su sutil construcción dialógica y a la incomparable variedad estilística de las voces narrativas, es un verdadero reto para cualquier traductor, aparecerá en 1988 en la muy lograda traducción de Mihai Cantuniari. El mismo traductor, considerado uno de los mejores de la cultura rumana, publica La guerra del fin del mundo en 1986. Un éxito muy grande obtiene la novela La tía Julio y el escribidor publicada en 1985 en la traducción de Coman Lupu. El mismo traductor entregó en 1988 y en 1989 a la editorial Univers otras dos traducciones de Vargas Llosa, La ciudad y los perros y El hablador, pero, debido a otra de las lacras del sistema editorial de la época, en este caso la demora con que ciertos manuscritos se publicaban, los dos libros aparecieron después de la Revolución anticomunista, en 1992.
Claro, algunos autores clave del boom tuvieron menor visibilidad en el espacio cultural rumano. De El paradiso sólo se tradujo un fragmento en Secolul 20, en 1973. La ensayística de Octavio Paz se reduce aquí a unos pocos fragmentos publicados en las revistas culturales, pero como poeta se hace conocer gracias a varias selecciones de sus versos publicadas en la prensa cultural. La piedra del sol apareció en dos traducciones: una, que es fragmentaria, se publica en la revista Steaua en 1965 y se debe a la excelente poeta y traductora Maria Banuş, que entre otros tradujo a Rilke y a Baudelaire; la otra, realizada por Darie Novăceanu, es integral, pero malograda, y se publica por la Editorial Univers en 1983. José Donoso tampoco estuvo presente entre las publicaciones rumanas de la época, puesto que, según aventura uno de los traductores entrevistados, un libro como El obsceno pájaro de la noche, con su universo dominado por los monstruos y viejas paranoicas, había entrado en contradicción con los gustos de los dirigentes encaminados hacia una (falsa) armonía[25].
Un destino poco común en Rumania lo tiene el libro más paradigmático de este fenómeno cultural, el que, en la visión de Rama, “dio contextura al aun fluyente boom, le otorgó forma y en cierto modo lo congeló para que pudiera comenzar a extinguirse” (Rama, 1984: 86), nos referimos a Cien años de soledad. La serie de las traducciones al rumano de Gabriel García Márquez se inicia en 1967 con la aparición de la novela El coronel no tiene quien le escriba (traducción de Alexandru Samhardze), mientras que Los funerales de Mamá Grande aparece en la revista Secolul 20 en 1970 (traducción de N. Silviana)[26]. García Márquez inspira varios artículos de crítica literaria y evidentemente, en todos ellos se hace referencia a Cien años de soledad que, no obstante, por razones principalmente económicas, quedaba difícilmente asequible para los editores rumanos. A diferencia de lo que pasó con otros títulos, en este caso un rol fundamental lo desempeñó el indiscutible respaldo político del que pretendió ser el autor de la traducción al rumano: Mihnea Gheorghiu, especialista de la literatura inglesa, pero que se destacaba como miembro influyente del aparato de propaganda y, según los rumores, estaba protegido por el propio Ceauşescu (Vasile, 2014: 276). Gheorghiu, que había conocido la obra maestra marqueziana por su traducción al inglés y fue arrobado por ella, hizo la versión rumana con “negros” y, de forma poco sorprendente, la calidad traductiva dejó mucho que desear. Aun en estas condiciones, el éxito fue considerable y la novela fue entre las pocas traducciones que se reeditaron durante el régimen comunista, el texto lleno de errores de traducción beneficiando de una nueva gran tirada en 1979; apenas en 2015 la novela aparecerá en una nueva traducción, debida a Tudora Şandru-Mehedinţi, que de hecho se encargará, después de la Revolución anticomunista de 1989, de volver a traducir al rumano la casi entera obra del Nobel colombiano.
Un destino igual de infausto, que asimismo dejó casi inalterada la recepción del gran autor colombiano, lo tuvieron las otras dos grandes obras maestras de García Márquez, La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada (cuya rumana versión rumana aparece en 1978) y El otoño del patriarca (publicado en 1979) traducidas por Darie Novăceanu, un poeta bien ubicado en la jerarquía político-cultural que podía obtener muchos contratos de traducción, aunque la calidad de estas no era ideal. Es ilustrativo el hecho de que, en la prensa cultural rumana del comunismo, las críticas a las traducciones eran muy abiertas, si bien ellas no podían poner coto la productividad editorial del traductor. Un importante crítico de las traducciones, Gelu Ionescu, que declara en varias ocasiones el deslumbramiento que produjo la producción latinoamericana en el espacio rumano, critica la falta de minucia de Novăceanu (Ionescu, 1981: 181) que, al ser poeta, confiaba exageradamente en su “inspiración” artística a la hora de traducir. Asimismo, en un artículo de 1980, un insigne intelectual hispanista, Victor Ivanovici, aduce unas justificadas críticas a las dos traducciones recién mencionadas. Observa, desde el principio, el error garrafal de traducir en el propio título de Eréndira la palabra desalmada por nesabuită que cubre en rumano el área semántica del español insensato, lo que produce un cambio desde el campo de los defectos morales a los defectos intelectuales. Sin rebajarse a los improperios y manteniendo una admirable elegancia, Ivanovici le señala a Novăceanu tanto los fallos derivados de la incultura, (deicidio transformado en deificación, eutopía transformada en utopía) como los errores debidos al desconocimiento del español (por ejemplo, señala que en su versión rumana de Borges traduce la palabra lapso por lapsus, vocablo latín que tiene el mismo significado en español y en rumano). Pero más allá de las críticas traductivas, es importante observar que Victor Ivanovici hace una primera observación acerca del influjo que ejerce García Márquez sobre la literatura rumana. Según este investigador, las tres más importantes lecciones que el escritor colombiano da a los rumanos son: 1) al nivel más superficial, lo pintoresco exótico, que es más bien un efecto de la distancia; 2) la magia verbal, debida a la amplitud del registro léxico, que los autores rumanos captan en menor medida, porque leen su obra en traducciones rumanas o extranjeras; 3) la lectura de la realidad latinoamericana a través de dos instancias, la historia y el mito, que dejan de ser antagónicas para volverse “mutuamente explicativas” (Ivanovici, 1980: 8). Es esta tercera lección la que resulta más fértil para la literatura rumana y por eso, según Ivanovici, la traducción de la prosa de García Márquez no es sólo una apropiación / domesticación / toma de posesión de una obra maestra universal, sino que es propiamente “un instrumento de trabajo de la literatura rumana” (8). La traducción fracasada impide en este caso el empleo adecuado de este instrumento, aunque, como lo demuestra el fuerte influjo de García Márquez en las letras rumanas después de los años setenta, este aspecto queda secundario. Afortunadamente, a partir de los años noventa tanto la obra de Borges como la de García Márquez se volvió a traducir por unos traductores profesionales de alto nivel, pero el primer contacto con sus obras ilustró todas las dificultades, adulteraciones y errores de transmisión que suponen la traducción no sólo interlingüística sino también intercultural.
Dejamos para el final el caso del escritor considerado “el centro del canon latinoamericano”, Borges, porque, de forma poco sorprendente, es un autor que despertó mucho interés en Rumania a pesar de que el público lector tuvo acceso a una parte muy limitada de su obra. Es ilustrativo el hecho de que (la mayor parte de) los cuentos de Ficciones, que le trajeron la entera reputación internacional, aparecieron en Rumanía en 1972 en un tomo misceláneo que llevaba el título borgeano Moartea şi busola .La muerte y la brújula) y que realmente era una traducción muy deficiente, hecha por Darie Novăceanu. Mejor suerte tuvo Cartea de nisip .El libro de arena) publicado en 1983 y traducido por una buena traductora, que además fue una excelente exégeta de Borges, Cristina Isbăşescu-Hăulică. Aun así, Borges fue uno de los autores más influyentes en la cultura rumana, por las numerosas traducciones de cuentos y poemas que aparecieron en muchas revistas entre 1960 y 1989, además de los numerosos estudios críticos y ensayos escritos por varios literatos rumanos. Borges despertaba pasiones entre los rumanos y una de las pruebas es la publicación en 1988 del libro traducido por Valeriu Pop e intitulado Cărţile şi noaptea. Conferinţe ţinute la Teatrul Coliseo din Buenos Aires .Las siete noches. Ciclo de conferencias Teatro Coliseo, 1977), donde aparece el fascinante Borges orador ante un público rumano que, sin embargo, todavía desconoce gran parte de la perfección literaria de sus obras mayores[27].
La incompetencia de los traductores mencionados en este último párrafo es la excepción y no la regla. De hecho, como vimos, la calidad de la traducción era atentamente evaluada, no solo por los críticos sino también por los propios editores y directores de revista, que ya a partir de los años sesenta se elegían entre los intelectuales más auténticos. A la presencia de unos pocos impostores se opone la sólida formación intelectual y el talento de unos brillantes traductores y críticos hispanistas cuyo nombre apareció mencionado muchas veces en este artículo. Por fin, no se puede pasar por alto que el éxito de la literatura latinoamericana en la Rumanía socialista se debe en gran medida a los propios hábitos de lectura de gran parte de los ciudadanos rumanos que, a lo mejor a falta de otros pasatiempos, practicaban una lectura asidua que, si bien puede ser que tuviera una vertiente escapista, al mismo tiempo debió cobrar forzadamente un cariz crítico, al menos por la necesidad de encontrar aquellos elementos aptos de esclarecer mejor, a través de la literatura, las verdades ocultas detrás del falaz discurso oficial. Las anomalías generadas por el régimen totalitario rumano influenciaron indudablemente el horizonte de expectativa en el que se insertaron las grandes obras latinoamericanas traducidas entre 1960 y 1989, pero las mismas anormalidades crearon un ambiente intelectual dinámico, curioso y posiblemente más extendido (más “popular”) que en la ulterior etapa de la cultura rumana, cuando, si bien se recuperaron muchos autores y títulos ausentes de la producción editorial socialista, el impacto de las obras latinoamericana resultó más difuso. De todas formas, la recepción actual de la literatura de América Latina, tanto de las obras estrictamente contemporáneas como de las ya vueltas clásicas, lleva la marca de la labor hecha por los traductores hispanistas y los editores del período comunista, que consiguieron familiarizar el público rumano con todo un Nuevo Mundo y que pusieron al alcance de los lectores no solo unas traducciones de altísima calidad sino también una serie de utensilios que permitieron a las generaciones ulteriores una orientación mucho más fácil en la vasta cultura latinoamericana.
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Notas