Philosophia 81/1 I 2021 I pp. 9 a 28 CC BY-NC-SA 3.0 I ISSN 0328-9672 (impresa) I ISSN 2313-9528 (en línea)
CAMPOS DE SENTIDO: RASGOS Y PARADOJAS
Fields of Sense: Features and Paradoxes
Juan Carlos AGUIRRE GARCÍA
Universidad del Cauca (Colombia)
jcaguirre@unicauca.edu.co
Palabras clave: Ciencias
humanas, epistemología, ontología, realismo.
Abstract: The purpose of this article is to
identify the most relevant features of the proposal of the fields of meaning,
as well as to point out some of the possible paradoxes it contains. To this
end, we begin by introducing the proposal in the broad framework of speculative
realism; then, we point out the most relevant ideas of the fields of meaning,
especially their ascription to ontological and epistemological realism;
finally, we suggest some paradoxes included in this proposal. As an original
perspective, sense fields are considered as a contribution to the
epistemological foundation of the human sciences.
Keywords: Human sciences, epistemology, ontology,
realism.
1. Introducción
La discusión sobre la
realidad ha acaparado la atención de un buen número de filósofos y escuelas
filosóficas, desde los orígenes mismos de la filosofía. La historia da cuenta
de una intensa batalla librada entre posiciones encontradas, la mayoría de
ellas enmarcadas en lo que hoy se conoce como debate realismo-antirrealismo.
Aunque no sin dificultades, se ha tendido a considerar que la filosofía
continental, esto es, la filosofía producida especialmente en Alemania, Francia
o Italia, es más proclive a adoptar la perspectiva antirrealista, mientras que
la filosofía anglosajona (inglesa, norteamericana y australiana) tiende a ser
realista en su esencia. Tanto la división de la filosofía entre continental y
analítica, como la adscripción de antirrealismo y realismo, respectivamente,
son susceptibles de crítica y reproche; no obstante, permiten ubicar, así sea a
través de límites borrosos, tanto unos exponentes como las tesis prevalentes.[1]
Ahora bien, la discusión
sobre el realismo tuvo un impulso enorme, sobre todo en el contexto de la
filosofía de la ciencia de corte analítico, pues se plantearon preguntas en
torno a la existencia de las llamadas entidades teóricas y la posibilidad de
teorías verdaderas respecto de ellas. Para los realistas, las entidades teóricas
existen y las teorías que se refieren a ellas son verdaderas; los
antirrealistas, por su parte, son escépticos en cuanto a la existencia de
dichas entidades y, en tal sentido, la verdad de las teorías científicas tiene
como función principal ‘salvar los fenómenos’.[2] No obstante, a comienzos del siglo XXI, la
discusión trasciende el campo de la filosofía analítica de la ciencia y empieza
a llamar la atención de filósofos continentales. Es en este contexto en que
surge el denominado Realismo especulativo. De acuerdo con Vladimir Dukic y
Marie-Eve Morin,
Como
todo movimiento, no es posible identificar unas líneas ortodoxas seguidas por
todos sus miembros. No obstante, tal y como lo enuncia Meillassoux, parece
haber un elemento unificador: el rechazo a las tesis correlacionistas:
El correlacionismo
consiste en descalificar toda pretensión de considerar las esferas de la
subjetividad y de la objetividad independientemente una de la otra. No solo hay
que decir que nunca aprehendemos un objeto “en sí”, aislado de su relación con
el sujeto, sino que debemos sostener también que nunca aprehendemos un sujeto
que no esté siempre-ya en relación con un objeto. Si podemos denominar “círculo
correlacional” al argumento según el cual no podemos pretender pensar el en-sí
sin entrar en un círculo vicioso, sin contradecirnos de inmediato, podemos
denominar ‘paso de baile correlacional’ a esa otra figura del razonamiento a la
cual los filósofos se han acostumbrado tan bien: esta figura, que encontramos
en las obras contemporáneas con tanta frecuencia, sostiene que ‘sería ingenuo
pensar al sujeto y al objeto como dos entes que subsistirían cada uno por sí
mismo y a los cuales la relación que mantienen entre sí se les agregaría desde
fuera. Por el contrario, la relación es en cierto modo anterior: el mundo no
tiene sentido de mundo más que porque se me aparece como mundo, y el yo no
tiene su sentido de yo sino porque es respecto del mundo aquel para el cual el
mundo se devela…’[4]
Se tiene, por tanto, que
el realismo especulativo es un movimiento, especialmente de corte continental,
unificado en torno a un rechazo al correlacionismo. Ahora bien, en este entorno,
surge a comienzos de la segunda década del siglo XXI una variante de este
movimiento, denominada Nuevo realismo. Entre sus representantes más eximios se
encuentran los filósofos Maurizio Ferraris y Markus Gabriel. Según Ferraris, el
Nuevo realismo tiene como sus elementos constitutivos los siguientes: 1. Una
inclinación realista por parte de los filósofos que en un tiempo defendieron
las tesis del giro lingüístico; 2. Un retorno a la percepción, esto es, “a una
experiencia tradicionalmente descuidada por el trascendentalismo filosófico con
el que culmina el posmodernismo”;[5] finalmente, 3. Un giro ontológico: “el hecho
de que cada vez más, tanto en el ámbito analítico como en el continental, se ha
asistido a un relanzamiento de la ontología como ciencia del ser”.[6]
Por su parte, Gabriel,
conservando el tono ontológico de Ferraris y, en general, del realismo
especulativo, afirma que “el nuevo realismo parte […] de la idea de que
conocemos el mundo tal como es en sí. Por supuesto que podemos engañarnos, y
entonces sí que nos encontraremos quizá en una ilusión. Pero no es en absoluto
verdad que siempre o, casi siempre, nos engañemos”.[7] Vale decir que versiones del Nuevo realismo también están presentes en
nuestro continente, en especial en la vertiente de Ferraris, con una original
perspectiva inaugurada por Mauricio Beuchot, en su ya tradicional hermenéutica
analógica. Esta versión se denomina Nuevo realismo analógico.[8]
Una vez presentado este
panorama, se debe precisar que este artículo versará solo sobre la ontología
realista de Markus Gabriel. En efecto, el término campos de sentido remite
inmediatamente a este autor, quien se adscribe a sí mismo en la tendencia
filosófica denominada Nuevo realismo. Como ha quedado claro, el Nuevo realismo
no establece unos postulados precisos, sino que puede identificarse por cierto
‘aire de familia’, agrupado en torno a una defensa de una perspectiva realista,
en contra de ciertas exageraciones antirrealistas que poblaron el panorama
académico durante varias décadas, bien sea bajo la forma de posmodernismo o de
construccionismo. No obstante, y precisamente por la diversidad de sus
exponentes, no hay unanimidad respecto de lo que se toma como realidad (y, en
consecuencia, como realismo). Los rasgos y posibles paradojas, entonces, no son
extensivos a todo el movimiento. Si bien considero que es una versión
promisoria, sobre todo para una epistemología de las ciencias humanas, mi
propósito, además de presentar los rasgos básicos, es señalar algunas paradojas
[9] que se desprenden de la propuesta.
2.
Rasgos básicos de los campos de sentido
Para comenzar, se hace
necesario indicar brevemente los conceptos. Partimos con la presentación de la
tesis más original del autor, a saber, “el mundo no existe”. Según Gabriel,
“cuando hablamos del ‘mundo’ nos referimos a todo lo que sucede o, dicho de
otro modo, a la realidad”.[10] Es de esta concepción del mundo como totalidad
de la que se aparta. En sus palabras: “afirmaré que existe todo, excepto una
cosa: el mundo”.[11] Estas afirmaciones le permiten distanciarse de
una perspectiva metafísica que, para Gabriel, es la “teoría de absolutamente
todo”,[12] y llamar ontológica a su investigación,
entendiendo ontología como la “investigación sistemática sobre el significado
de ‘existencia’, o mejor, sobre la existencia misma”.[13] Se trata, por tanto, de una investigación
sobre la existencia.
Pasemos a considerar
ahora las nociones de sentido y de campo. Respecto de lo primero, la definición
de sentido tiene dos acepciones: 1) los sentidos son “maneras objetivas de estar dado algo, las cuales
se hallan en conexión con los objetos independientemente del tipo de objetos de
los que se trata”; y 2) “propiedades de objetos”.[14] Ambas acepciones tienen como trasfondo una
motivación ontológica, toda vez que involucran “una reconstrucción de la
significación de «existencia»”.[15] Estas acepciones implican varios elementos: en
primera instancia, el sentido es una relación entre un objeto (“algo dado”) y
un sujeto (un “quién” al que se da ese algo); en segundo lugar, tal relación se
da de manera objetiva, esto es, no queda determinada por el sujeto, sino que
atiende a lo dado; en tercer lugar, hay varios tipos de objetos; finalmente, el
sentido da cuenta de propiedades de los objetos, es decir, que están en los
objetos y que el sujeto las formula. En consecuencia, el sentido es la
manifestación, por parte de un sujeto, de propiedades de objetos. Si a esta
definición de sentido agregamos la apuesta de Gabriel por el descriptivismo,
podríamos precisar que el sentido es la descripción de propiedades de objetos.
Ahora bien, la noción de
campos de sentido se distancia de los criterios epistémicos, es decir, de
criterios que dependan del modo como un sujeto o una comunidad epistémica
decida reunir a los objetos. En la noción de campos, las estructuras ‘hacen
parte de objetos’, lo que excluye que sean determinaciones arbitrarias de los
sujetos. Más adelante lo aclara: “como realista ontológico quisiera atenerme a
que hay estructuras de campo, a manera de ámbitos, que están ahí extendidas independientemente
de que tengamos en cuenta criterios epistémicos de identidad en el marco de su
descubrimiento”.[16]
Una vez presentadas las
definiciones de sentido y campo de sentido, Gabriel plantea una nueva
definición de sentido: “Designo como «sentido» la manera como los campos hacen
aparecer objetos (las reglas que establecen el campo de sentido del que se
trata)”.[17] Esta precisión es muy importante, pues, a
diferencia de la definición de sentido como propiedades de objetos, en esta se
considera que no hay sentido desligado de un campo de sentido; con otras
palabras, todo objeto pertenece a un campo de sentido que determina, a través
de reglas, su modo de aparecer. Queda latente, además, que no hay reglas únicas
que se apliquen a todos los campos de sentido o, formulado en positivo, que
cada campo de sentido tiene unas reglas. Se completa, así, lo básico de su
concepción de existencia: “existir significa aparecer en un campo de sentido”.[18]
Como se había advertido
en la sección introductoria, este artículo tiene especial interés por
considerar el realismo de la ontología de los campos de sentido, así como sus
implicaciones epistemológicas. Al respecto, es preciso reiterar que Gabriel se
propone dos objetivos: defender “que el mundo no existe”, y proponer “el nuevo
realismo”.[19] En contraposición al constructivismo, y por
extensión al posmodernismo, recordemos que Gabriel define el nuevo realismo
como un movimiento que parte de la idea que “conocemos el mundo tal como es en
sí”.[20] Ciertamente, este filósofo se reconoce como un
“realista ontológico”, así lo dice de modo directo: “El realismo defendido es
ontológico debido a que parte de un análisis del concepto de existencia. A la
vez defiendo un realismo epistemológico,
que se une al ontológico”.[21]
Tal y como se trasluce en
varios de sus trabajos, Gabriel guarda una deuda especial con Hilary Putnam. En
lo tocante al realismo, podría decirse que asume plenamente las tesis de Putnam
contra el realismo metafísico, denominado por este como “el Realismo con una
«R» mayúscula”,[22] por lo que el realismo de Gabriel es un
realismo moderado, caracterizado por él como “[la postura que defiende que] hay
algo que está individuado ónticamente con independencia de nuestras actitudes”,[23] desechando versiones fuertes de realismo,
resumidas por Quintanilla de la siguiente manera:
1. El mundo existe independientemente de nuestros
conceptos y representaciones.
2. Este mundo objetivo e independiente tiene una
estructura determinada; es decir está compuesto de cosas, propiedades, hechos
objetivos que existen independientemente de que nosotros los conozcamos o no.
3. Una representación verdadera o correcta del mundo es
aquella que se refiere a objetos realmente existentes en el mundo y describe
las propiedades que esos objetos realmente tienen.
4. Existe (aunque no lo conozcamos todavía) una imagen o representación completa del mundo objetivo
tal como es en sí mismo (lo que Putnam identifica como «el punto de vista del
Ojo de Dios»).[24]
La razón para citar in extenso la caracterización hecha por
Quintanilla del realismo metafísico radica en que nos permite comprender mejor
la versión de realismo de la que Gabriel y Putnam se distancian. Queda claro, a
partir de ella, que a Gabriel le basta con que haya algo independiente de
nuestra mente, sin necesidad de comprometerse con que ese algo configure un
mundo, con que haya una, y solo una, estructura determinada, con que haya una y
solo una representación verdadera del mundo, y que pueda haber una imagen del
mundo que lo represente como es en sí. La destrucción de la tesis de la imagen
del mundo está en consonancia con la crítica al realismo metafísico, pero no
sucumbe al antirrealismo, es decir, se empeña en llamarse realista.
Una postura ontológica
tiene implicaciones epistemológicas. En el caso de Gabriel, este reconoce que,
al no haber mundo (y con ello tirar por la borda la posibilidad de una
representación del mundo y una descripción verdadera de él), tendrá que
rechazarse la idea de acceder a los objetos “sin impedimentos”,[25] es decir, todo acceso a los objetos requiere
de mediaciones. Gabriel expresa esta idea a través del siguiente ejemplo:
Si yo percibo sin obstáculos que
niños juegan en el patio de la escuela de enfrente, mi acceso no está
obstaculizado (logro saber algo sobre estos niños), pero eso no significa que
no haya «filtros» que tomen parte en ello. Sin embargo, estos son
«transparentes» para la realidad, aunque esa transparencia nada tenga que ver
con que nosotros por ingenuidad dejamos de ver nuestra aportación mental al
caso logrado.[26]
Es relevante, sin embargo, aclarar
que Gabriel no está adoptando ad litteram
la tesis de la carga teórica de la observación. De hecho, intenta establecer un
equilibrio entre los filtros “transparentes” a la realidad, esto es, que no
alteran el acceso a ella, y el carácter intencional de la percepción; algo así
como: ‘Sí, nunca estoy situado de manera pasiva frente al objeto; sin embargo,
mi actividad no altera el modo como es el objeto, al punto de tornarlo una
construcción mental’. Este caso se aclara con un ejemplo posterior: es bien
sabido, por las teorías respecto del escepticismo del color, que el color está
más en el modo como percibimos los humanos que en las cosas mismas; no
obstante, el que esto sea así no podrá borrar de la existencia el hecho que hay
colores, que el computador que tengo es negro. Podrá objetárseme que negro o
blanco o azul solo dependen de mi configuración ocular, algo que estaría en
condiciones de aceptar; pese a esto, seguiría viendo que mi computador es
negro, y lo puedo distinguir de mi resaltador anaranjado. En este punto,
Gabriel presenta un movimiento ingenioso:
Si puede afirmarse con sentido y de
manera coherente que las praderas en verdad no son verdes, que ellas quedan
pintadas de verde por nuestros filtros neuronales (que solo son verdes «en» el
córtex visual), esto no significa que no tenemos ningún acceso a algo verde.
Verde no sería entonces una propiedad de praderas, sino la propiedad de nuestra
interface (en concreto del cerebro)
en la confrontación causal con praderas para entrar en un interno estado de
verde, solo accesible fenoménicamente (comoquiera que esto pueda describirse o
explicarse con mayor exactitud). Con ello no hemos quitado «del mundo» el
verde, sino que nos hemos limitado a desplazarlo a otro lugar; se lo hemos
quitado a las praderas y lo hemos dado al espíritu.[27]
En vez del paso fácil de
declarar la inexistencia del color, algo que favorecería a naturalistas y
constructivistas, Gabriel está proponiendo un desplazamiento de los objetos a
campos de sentido en los que estos aparecen de maneras objetivas (no habría
daltonismo si no fuera así), en el marco de unas reglas que establecen el
campo.
Esto da pie a considerar
el otro elemento que constituye la ontología de los campos de sentido: el
pluralismo de campos. Gabriel sitúa esta opción como alternativa a las
versiones que distinguen entre, por ejemplo, una visión científica del mundo de
una visión del mundo desde el sentido común, como si hubiera una oposición
entre ellas. La primera visión, que tiene a Heisenberg como gran exponente,
considera que no existen los objetos de dimensiones medias (mesas o vacas),
sino solo átomos y vacío; la segunda, muy común en nuestro contexto, afirma que
la explicación científica no hace sino mistificar la existencia; que lo realmente
existente es lo que aprehendemos a través de nuestro contacto con el mundo,
nuestras prácticas sociales o nuestros saberes ancestrales. Gabriel ejemplifica
estas posturas en dos personajes: Heisenberg y un agricultor: para el primero
solo hay protones; el segundo solo ve vacas. La conclusión de Gabriel es que
“ambos pueden engañarse y ambos pueden acertar. Se engaña Heisenberg cuando
afirma que no hay ninguna vaca, y el agricultor cuando dice que no hay ningún
protón. Hay tanto vacas como protones, y entre ambas esferas no hay ningún
desnivel metafísico de realidad”.[28]
Si seguimos la línea de
este razonamiento, el pluralismo de los campos de Gabriel, fruto de la ruptura
de una imagen de mundo, implica la posibilidad de considerar distintos dominios
de la existencia, no reductibles a uno solo o reductibles entre sí, lo que
permite la ampliación de nuestro acceso a diversos ámbitos de sentido y el
enriquecimiento del mundo mediante la diversidad de verdades epistémicas.
Finalmente, la propuesta da lugar a la postulación de un equilibrio epistémico,
en la medida que, si no hay “desnivel metafísico”
de la realidad, todos los ámbitos estarían en pie de igualdad.
Los componentes
ontológico y epistemológico de la propuesta de Gabriel no eluden dos cuestiones
relevantes: la pregunta por los hechos y la pregunta por la verdad. Si bien se
extraña una definición explícita de hecho, esta puede inferirse de su
concepción de sentido; en tal caso, es posible afirmar que hay una relación
entre hecho y verdad. Tradicionalmente se toma la verdad como correspondencia
entre un enunciado y un hecho. La versión clásica de este correspondentismo ha
sido enunciada por Tarski: la proposición ‘la nieve es blanca’ es verdadera si,
en efecto, la nieve es blanca. Habría una concordancia entre la proposición y
un estado de cosas. Nótese que siempre se habla de una proposición, bajo el
entendido de que el conocimiento (que por naturaleza pretende la verdad) se
enuncia en proposiciones, es decir, es proposicional. En este sentido, la proposición
porta la verdad del hecho (lo que en términos técnicos se denomina Truthbearer) y, a su vez, el hecho es el
hacedor de la verdad (lo que en términos técnicos se denomina Truthmaker).
Por lo regular, la verdad
sobre un hecho consiste en la verdad de la proposición sobre ese hecho; por
ejemplo: puedo afirmar que si digo: ‘Hoy es jueves’, mi proposición es
verdadera en tanto concuerda con el hecho de que hoy, 23 de julio de 2020, es
jueves; asimismo, cuando digo: ‘Este grupo de estudio está conformado por 20
participantes’, mi proposición es falsa (en el caso de que el grupo conste,
efectivamente, de cinco participantes). En consecuencia, la verdad o falsedad
de un hecho se pronuncia, en primera instancia, sobre la proposición (pues se
supone que la proposición se pronuncia sobre un hecho). Tal y como lo dice Noah
Lemos, “Tradicionalmente, los filósofos han estado más ocupados con el
conocimiento proposicional. Una razón para esto es que los filósofos, por lo
regular, se ocupan de lo que es verdad; quieren saber lo que es verdad, y
quieren evaluar y sopesar sus propias afirmaciones y las de los otros para
saber lo que es verdad”.[29] Si lo comparamos con otros tipos de
conocimiento (por ejemplo, el conocimiento directo y el conocimiento como
“saber cómo…”), solo el conocimiento proposicional permite esta relación con la
verdad que busca el filósofo.
Gabriel parece proponer
una ruta que descentra el peso de la proposición y se focaliza en el hecho.
Según él, “los hechos son verdades”.[30] Esta afirmación la despliega de este modo:
No puede
decirse que solo los enunciados, o sus sombras un poco sospechosas, las
proposiciones, sean sujetos portadores de verdades, que luego implicarían una
relación entre hechos y enunciados. Más bien, los hechos son ya verdades sobre
objetos. Pero si es verdad algo sobre algo, eso significa que una determinada
descripción corresponde a objetos.[31]
Esta idea está en
consonancia con el realismo ontológico y, en cierta medida, podría ser un dique
contra las pretensiones construccionistas. Según Gabriel, “los pensamientos
verdaderos no están junto a los objetos, intentando de algún modo avanzar
indirectamente hasta ellos con sus medios de relación, desfigurados por la
perspectiva”.[32] Esto es afín, además, con su concepción
descriptivista, la cual le permite proponer cierto acceso a la realidad, aun
atendiendo a nuestras especificidades biológicas. Así lo formula:
Muchas de las descripciones
accesibles a nuestras abstracciones conceptuales, que nosotros usamos en la
individuación epistémica de hechos, se nos dan en específicas formas sensibles,
que a su vez dependen de la diferenciación de nuestro nicho ecológico. De ahí
no se sigue de ningún modo que nuestro acceso a la realidad está ligado
inevitablemente a una perspectiva, pues nosotros disponemos de descripciones
abstractas de nuestras perspectivas sensibles, las cuales no dependen ellas
mismas de la perspectiva, ni son específicas de la especie. Por eso podemos saber cómo es un murciélago, aunque no
tengamos acceso directo a los fenómenos visuales que se les aparecen a los
murciélagos.[33]
Con esta idea de
trasfondo, Gabriel amplía el espectro, al punto de afirmar que “cuando una
pradera verde me aparece como verde (no tiene ninguna importancia el que yo lo
exprese o enuncie así), se trata de una impresión verdadera, que puede ser
verdadera porque tiene ya una forma lógica, a saber, la de la descripción”.[34] En este sentido, parece estar estableciendo
una diferencia entre una proposición y una descripción; esta última sería el
modo de aparecer de los objetos, la primera estaría reservada a los
pensamientos. La conclusión que extrae es que “la mayoría de los hechos no son
en todo caso ningún pensamiento”.[35] No es necesario detenernos en la consideración
de Gabriel sobre la verdad o falsedad, pues, con algunos matices, sigue la
formulación tradicional al respecto. Solo podemos resaltar aquello en lo que no
es difícil concordar: “Necesitamos un análisis mucho más sutil de las diversas
formas de ilusión, alucinación, error, ideología, etc., una taxonomía de
pensamientos falsos”.[36]
Queda un último rasgo por
considerar en este apartado: la denominación que hace Gabriel de su ontología
como un “realismo anárquico”.[37] Según él, este tipo de realismo “no reivindica
ningún principio general que lo organiza todo”.[38] Comprende la dificultad del lema que ha
adoptado como punto de partida, “ninguna imagen (intuición) de mundo”, como una
especie de principio (sin mencionarlo, Gabriel podría estar haciendo eco del
“Todo vale” de Feyerabend, cuyo anarquismo metodológico podría verse empañado
de autorrefutación ante este lema-principio); no obstante, Gabriel sostiene que
no es en sí mismo una “imagen de mundo” pues, para él, “los conceptos
ontológicos no son algo así como categorías metafísicas generales”.[39]
3. Paradojas que acompañan a los campos de
sentido
Una
vez expuestos los rasgos básicos de la ontología de los campos de sentido, en
este apartado se señalarán las paradojas que se traslucen en la propuesta. No
se habla, directamente de contradicciones, sino de aparentes contradicciones
que requerirán una mayor consideración. En comparación con el apartado
anterior, este será mucho menos extenso, toda vez que no hay la pretensión de
radicalizar las paradojas o solucionarlas. Tendrá, más bien, un carácter
indicativo.
En primer lugar, el
realismo de los campos de sentido asume una postura moderada, cuando no débil,
de realismo (de hecho, es claro su alineamiento con las tesis del sinuoso
realismo putnamiano). Parece bastar al realismo de los campos de sentido que
algo exista en un campo, para quedar teñido de existencia. Si bien con esta posición se salvaguarda el
requisito realista de la existencia de algo independiente del sujeto, no es del
todo claro la externalidad de ese algo, máxime cuando el autor concede
existencia a objetos que no pertenecen al mundo natural, por ejemplo, al Fausto
o al Quijote. Así lo expresa de manera radical:
Actualmente, yo reemplazo los
postulados del constructivismo estético por los de una alternativa radical.
Esta alternativa es una aplicación del Nuevo Realismo a la filosofía del arte,
de acuerdo con un nuevo realismo estético. En esencia, el Nuevo Realismo […]
impugna la afirmación de que la realidad debería ser considerada como una
construcción mental humana, como los discursos, estructuras de poder,
creencias, etc. Sin embargo, si no tenemos una buena razón para pensar que la
realidad es una construcción, ¿por qué aferrarse a la idea de que las obras de
arte son construcciones?[40]
La no prelación del
discurso sobre la verdad, relegado al mundo natural, premisa que ya había
desactivado,[41] pone en pie de igualdad, por ejemplo, la
verdad de las ciencias naturales con la verdad del arte. Esto, obviamente, se
desprende de su pluralismo ontológico; sin embargo, es necesario construir una
teoría del objeto que haga justicia a esta pretensión.
En segundo lugar, aunque
la fuerza argumentativa de Gabriel gira en torno al problema ontológico,
también parece desprender de él consecuencias epistemológicas, igualmente
realistas. No obstante, no es claro el modo como se concilia el pluralismo
ontológico con un pluralismo de la verdad que esté en consonancia con el
realismo que proclama. Si la existencia de los objetos está determinada por
aparecer en un campo y no hay un campo último (el mundo) sobre el que se confronten
dichos objetos, los enunciados verdaderos no podrán más que responder a las
leyes que se establezcan en dicho campo (¿internalismo?), pero no tendrán
alcance más allá de dicho campo. Es cierto que su maniobra teórica salvaguarda
la verdad en un dominio, es decir, no hay un rechazo de la noción de verdad y
una caída en el escepticismo; sin embargo, esta propuesta está más cercana al
relativismo que a un objetivismo coherente y, a su vez, el relativismo está más
cercano al antirrealismo que al realismo. Gabriel parece estar consciente de
esta paradoja cuando sostiene, en otro contexto de discusión, que “estas
observaciones solo motivan una versión de internalismo del discurso teórico,
mas no el relativismo”,[42] pero aquella versión no está muy alejada de
este.
Finalmente, no hay duda
de que la propuesta de los campos de sentido contribuye a la consolidación de
una epistemología de las ciencias humanas, que necesariamente tendrá que
transitar rutas distintas a las propuestas por el naturalismo. El propio
Gabriel lo reconoce cuando sostiene que:
La
cuestión de si el naturalismo o el antinaturalismo están acertados en última
instancia tiene cierta importancia, no solo para la disciplina académica
llamada filosofía, sino para la relación mutua entre las ciencias naturales y
las humanidades. Nos concierne a todos, especialmente en una época de regreso,
como muchos han observado, de la religión, considerada con razón como bastión
de lo inmaterial. Si se hace caso omiso demasiado apresuradamente de las realidades
intangibles (como sucede con el naturalismo de nuestro tiempo), al final no se
puede ni siquiera entender la religión, considerada por adelantado como una
especie de superstición o historia de fantasmas. Parece haber deficiencias en
la idea de que podríamos entender todos los procesos interpersonales sobre el
progreso científico, tecnológico y económico y ponerlos bajo control mediante
tal comprensión.[43]
De acuerdo con esto, la
perspectiva naturalista no da cuenta de fenómenos que exceden el marco del mundo
natural, sin ser por ello inexistentes (existen en un campo), esto es,
adquieren carácter de objeto, pese a no estar limitados a la
espacio-temporalidad o a la experimentación. Sin embargo, como se ha indicado
previamente, se requiere de una teoría del objeto (por ejemplo, del objeto
literario), establecer sus particularidades de existencia y considerar las
condiciones de veracidad en atención a ellas. En igual medida, la simetría
epistémica podría conducir a discursos en los que basta con que se adapten a Sprachspiele,
para determinar su significado. En cuanto a lo primero, se correría el riesgo
de multiplicar innecesariamente las entidades. Ante esto, Quine sostiene que
“podemos usar términos singulares de manera significativa en oraciones, sin
presuponer que haya las entidades que esos términos se proponen nombrar”.[44] Respecto de lo segundo, las Ciencias humanas
permanecerían en un relativismo conceptual que desalentaría la búsqueda de
criterios de objetividad o verdad.
4.
Conclusión
La
propuesta de la ontología de los campos de sentido puede ser valiosa para
formular una epistemología de las ciencias humanas anclada en el realismo. Para
el problema específico de la objetividad en estas ciencias, las posibilidades,
desprendidas de los rasgos enunciados, son las siguientes: en primer lugar, al
dar una definición de sentido alejada de las posturas del verificacionismo, no
nos empuja a la anarquía del sentido, sino que amplía el horizonte para tomar
como sentido no solo aquello que puede ser comprobable por los sentidos o el
experimento, sino lo que emerge en un campo. Si a esto se le suma la concepción
de campos de sentido, se tiene que es posible formular conceptos de objetividad
no exclusivos de un campo y extensivos a otros, sino que se requieren criterios
que atiendan a las particularidades de cada campo.
En segundo lugar, y en
consonancia con lo anterior, estas definiciones de objetividad para cada campo
no conducen directamente al relativismo, toda vez que defienden una noción de
hecho, el cual se torna límite o regulador en ese campo. La idea de formular un
concepto de objetividad o unos criterios de objetividad, al menos desde la
propuesta de Gabriel, susceptibles de aplicar a todos los campos, caería en la
falacia de la imagen del mundo. En tal sentido, si no hay mundo, no es posible
buscar un criterio que aplique a todas las instancias “del” mundo.
En tercer lugar, la
adopción del pluralismo ontológico es un modo de reivindicar aquellos objetos (ontos) que monismos ontológicos han
rechazado: los seres imaginarios, los estados mentales, los sueños, en nombre
de criterios como la verificación o la experticia científica. No se trata,
entonces, de considerar los objetos de las ciencias humanas como “el resto”,
como si hubiera unos objetos dignos de atención y otros que quedan en los
intersticios; se trata de otros objetos, merecedores de igual atención. El
pluralismo ontológico, pues, abre un horizonte de objetos y desafía criterios
de objetividad que operan solo bajo la visión monista de objeto.
Lo anterior, sin embargo,
aunque esperanzador, tiene que ser adoptado cum
grano salis, y es aquí donde
aparecen las paradojas. No es
claro el modo de compaginar el pluralismo ontológico con el realismo; asimismo,
la propuesta de diferenciar entre descripción y enunciado o proposición
requiere de mayor análisis, lo que implica afinar su concepción de verdad (por
lo menos si tiene en mente una versión no correspondentista, lo que podría
echar por tierra su pluralismo ontológico). Finalmente, queda la pregunta de si,
ante la imposibilidad de buscar un criterio de objetividad que trascienda un
campo de sentido, no quedaríamos sino abocados al relativismo, a aquello que
una vez Popper (2005) denominó: el mito del marco común.[45]
Bibliografía
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Carlos. “La fenomenología como realismo real”, Revista de Filosofía de la
Universidad de Costa Rica 59 (2020): 19-28.
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El autor
es Licenciado en Filosofía por la Universidad Santo Tomás de Aquino, Magíster
en Filosofía por la Universidad de Caldas y Doctor en Filosofía por la
Universidad Pontificia Bolivariana. Es profesor Titular en el Departamento de
Filosofía de la Universidad del Cauca e Investigador Sénior según la
clasificación de MINCIENCIAS, Colombia. Sus campos de investigación son la
Epistemología y la Fenomenología. Ha escrito varios artículos en revistas
arbitradas. Ha traducido artículos y libros de reconocidos fenomenólogos y
filósofos de la ciencia.
Recibido: 13 de agosto de 2020.
[1]) Un excelente trabajo en esta dirección es: Lee
Braver, “A brief history of Continental Realism”, Continental Philosophy
Review 45 (2012), 261-289.
[2]) Para una ampliación de este asunto, ver Juan
Carlos Aguirre, “La fenomenología como realismo real”, Revista de Filosofía
de la Universidad de Costa Rica 59 (2020), 19-28.
[3]) Vladimir Dukic y
Marie-Eve Morin, “Introduction: Continental Realism -Picking Up the Pieces”, en
Continental Realism and Its Discontents, ed. Marie-Eve Morin (Edinburg: Edinburg University Press, 2019), 1.
[4]) Quentin Meillassoux, Después de la finitud. Ensayo sobre la
necesidad de la contingencia (Buenos Aires: Caja negra, 2018), 29-30.
[6]) Ibid., 65.
[8]) Una presentación de esta versión se encuentra en José Luis Jerez, Introducción al realismo analógico
(Buenos Aires: Universidad de Flores, 2017).
[9]) Se adopta la palabra paradoja en el sentido más básico, a saber:
“empleo de expresiones o rases que encierran una aparente contradicción entre
sí” (DRAE).
[10]) Gabriel, Por qué el mundo no existe, 10.
[11]) Ibid., 9.
[12]) Markus Gabriel, “Neutral Realism”,
The Monist, 98 (2015): 188.
[13]) Ibidem.
[14]) Markus Gabriel, Sentido y existencia (Barcelona: Herder, 2017),
40-41.
[15]) Ibidem.
[16]) Ibid., 43.
[17]) Ibidem.
[18]) Ibid., 190.
[19]) Gabriel, Por qué no existe el mundo, 9.
[20]) Ibid., 13.
[21]) Gabriel, Sentido y existencia, 44.
[22]) Hilary Putnam, Las mil caras del realismo (Barcelona: Paidós,
1994), 43.
[23]) Gabriel, Sentido y existencia, 44
[24]) Ángel Quintanilla, “Introducción: el realismo necesario”, en H.
Putnam, Las mil caras del realismo (Barcelona: Paidós, 1994), 22.
[25]) Gabriel, Sentido y existencia, 44.
[26]) Ibid., 44-45.
[27]) Ibid., 46.
[28]) Ibid., 47.
[29]) Noah Lemos, An Introduction to
the Theory of Knowledge (Cambridge: Cambridge University Press, 2007), 5.
[30]) Gabriel, Sentido y existencia, 54.
[31]) Ibidem.
[32]) Ibid., 55.
[33]) Ibid., 56-57.
[34]) Ibid., 57.
[35]) Ibidem.
[36]) Ibid., 60.
[37]) Ibid., 63.
[38]) Ibidem.
[39]) Ibidem.
[40]) Markus Gabriel, El poder del arte (Santiago de Chile:
Roneo, 2019), 39.
[41]) Gabriel había sostenido que una de las premisas sobre las que se
levantaba su realismo era: “Presupuesto 2: mientras que algunos discursos están
orientados hacia una norma realista de la verdad, en otros reina una norma
antirrealista de la verdad” (Gabriel, “Neutral Realism”,
181).
[44]) Willard V. Quine, “On what there
is”, The Review of Metaphysics 2 (1948), 31.