Philosophia 81/2 I 2021 I pp. 41 a 71
CC BY-NC-SA 3.0 I ISSN
0328-9672 (impresa) I ISSN 2313-9528 (en línea) |
PERSPECTIVA DE SEGUNDA PERSONA Y RACIONALIDAD EN LAS
DECISIONES MORALES. EVIDENCIA CIENTÍFICA Y LÍMITES DEL EMOTIVISMO
Second-Person
Perspective and Rationality in moral decisions. Scientific
Evidence and the limites of Emotivism
Juan LARRAÍN
Pontificia Universidad Católica de Chile
Juan Francisco FRANCK
Universidad Austral (Argentina)
ORCID: 0000-0002-7480-0188
Resumen: El artículo examina el emotivismo moral siguiendo dos líneas
argumentales. La primera considera su presunto apoyo en los resultados de las
ciencias cognitivas, mostrando que caben interpretaciones contrapuestas de esa
evidencia. La segunda explora la perspectiva de segunda persona en nuestras
decisiones éticas. Del análisis se desprende la importancia fundamental de la
racionalidad tanto para el reconocimiento de la otra persona como para la
formación del juicio ético. El trabajo concluye que, aunque las emociones son
necesarias, no son suficientes para la formación del juicio ético, señalando la
necesidad de la razón
Palabras clave: Emotivismo moral, perspectiva de segunda persona, racionalidad ética, ciencias cognitivas.
Abstract: The article examines moral
emotivism following two lines of argument. The first one considers its alleged
support by the results of the cognitive sciences, showing that opposite
interpretations of the same evidence are possible. The second one explores the
second-person perspective in our ethical decisions. From the analysis we can
conclude the fundamental importance of rationality both for the recognition of
the other person and for the formation of the ethical judgement. The paper concludes
that, even though emotions are necessary, they are not sufficient for the
formation of an ethical judgement, underlining that rationality is needed.
Keywords: Moral
emotivism, second-person perspective, ethical rationality, cognitive science.
El emotivismo moral propone que los juicios y acciones morales
no se derivan de la razón, sino más bien son una consecuencia de nuestras
emociones. Una cierta interpretación de las evidencias empíricas provenientes
de las ciencias cognitivas apoya fuertemente esta postura. Sin embargo, aunque
es claro que las emociones juegan un papel fundamental en nuestros juicios y
acciones morales, no parecen ser suficientes, ya que la razón se requiere para
tomar una decisión ética. Por otra parte, una adecuada consideración de la otra
persona parece estar en la fundación misma de la vida moral, por lo cual la
filosofía moral y las decisiones éticas deben contemplar desde el inicio la
perspectiva de segunda persona. El objetivo de este ensayo es realizar un análisis
crítico respecto de la importancia de las emociones en la formación de nuestros
juicios y acciones morales. Esto se hará de dos maneras: mediante una revisión
de las interpretaciones de los resultados de las ciencias cognitivas, y con una
propuesta sobre el papel de la razón en la perspectiva de segunda persona.
Primero se describirá brevemente qué se entiende por emotivismo moral, haciendo
referencia a las posturas de Hume y Ayer, y se resumirá lo que indican las
ciencias cognitivas sobre el papel de las emociones en nuestras decisiones y
acciones éticas. Luego se discutirán interpretaciones alternativas de las
evidencias de las neurociencias, citando para ello el trabajo de Mario de Caro.
En la tercera parte se definirá la perspectiva de segunda persona, y en base a
la propuesta de Stephen Darwall se defenderá la importancia de esta perspectiva
para el desarrollo de nuestros juicios y acciones morales. Finalmente se
entregarán argumentos preliminares de por qué la razón se requiere para la
perspectiva de segunda persona. En conclusión, se coloca en perspectiva la
importancia de las emociones en nuestras decisiones éticas. Estas, aunque se
reconocen como muy necesarias para dicho proceso, no son suficientes,
reforzándose la importancia de la razón en la formación de los juicios éticos.
2. Emotivismo moral
Para
contextualizar la tesis que se quiere defender en esta sección se hará un muy
breve resumen de lo que se entiende por emotivismo moral, y el apoyo que recibe
de las ciencias cognitivas.
2.1. La mirada
desde la metaética
Un elemento central en la discusión sobre la moral es entender
cómo formamos nuestros juicios éticos, y si estos corresponden o no a hechos y
realidades objetivas e independientes de las personas. Al respecto se
distinguen dos grandes posturas: el cognitivismo y el no-cognitivismo.[1] Para el cognitivismo moral
las afirmaciones morales son verdaderas o falsas, y expresan estados mentales o
creencias mediados por la razón. Por el contrario, las posturas
no-cognitivistas sostienen que cuando las personas hacen afirmaciones éticas,
manifiestan en realidad actitudes no-cognitivas, como deseos, sentimientos,
aprobaciones o desaprobaciones. Por lo tanto, las afirmaciones éticas no
corresponderían a enunciados descriptivos, y no tendrían condiciones de verdad
ni serían aptas de ser declaradas verdaderas o falsas.[2]
De esta forma el no-cognitivismo se opone a la existencia de una realidad moral
a la que pueda accederse mediante procesos cognitivos; por el contrario,
sostiene que nuestros juicios y comportamientos éticos serían una proyección de
nuestras actitudes internas, apoyando una postura relativista.
El emotivismo moral es una forma de no-cognitivismo que
sostiene que las afirmaciones morales expresan emociones y sentimientos que
reflejan actitudes no-cognitivas de aprobación o desaprobación.[3] Se reconoce a David Hume
como el principal impulsor del emotivismo moral. En su libro Tratado de la
naturaleza humana Hume argumenta a favor de la idea de que los juicios
morales no son racionales, sino fruto de las emociones y los sentimientos.
Discutiendo sobre las reacciones frente a un asesinato intencional nos dice que
al examinarlo desde todo punto de vista “lo único que encontraréis serán
ciertas pasiones, motivos, voliciones y pensamientos… Mientras os dediquéis a
considerar el objeto, el vicio se os escapará completamente. Nunca podréis
descubrirlo hasta que dirijáis la reflexión a vuestro propio pecho y encontréis
allí un sentimiento de desaprobación que en vosotros se levanta contra esa acción”.[4] Esta postura no-cognitiva
sostiene por tanto que los juicios morales no pueden considerarse objetivos ni
universales, ya que dependerán de las emociones de cada persona, y no del
objeto en sí, dando sustento a una visión relativista de la moral. Para Hume,
los sentimientos morales aparecen siempre que observamos un objeto ético, y la
existencia de estos sentimientos ocupa el lugar de una creencia moral. Los
juicios éticos no serían acerca de hechos, sino juicios de valor
correspondientes a la expresión de nuestros sentimientos: aquellos positivos
corresponderían a una aprobación y los negativos a una desaprobación,
limitándose la razón a registrar esos sentimientos.[5]
En su versión más reciente, en particular durante la primera
mitad del siglo XX, el emotivismo fue desarrollado principalmente por A.J. Ayer
quien consideró que un argumento tiene significado solamente si puede
comprobarse analítica o empíricamente; esto le llevó a desarrollar su propuesta
del emotivismo ético.[6] Para Ayer los argumentos éticos
no tienen sentido lógico ni empírico, pero sí tienen significado emotivo, lo
que se conoce como la mirada del buuu
o huuurra (de los términos en inglés boo, y hooray). Decir “buuu para
la cacería de zorros”, sería mejor que decir “estoy en desacuerdo con la cacería de zorros”, cuando uno quiere
hacer ver que “la cacería de zorros es
errada”. La primera forma directamente habla de la actitud del agente, y
no es susceptible de ser validada o falsificada. No así la versión “estoy en desacuerdo con la cacería de zorros”
que expresa una creencia y sí podría ser verificada o falsificada.[7] Esta postura del emotivismo
hoy tiene poco apoyo, y el no-cognitivismo se ve más bien reflejado en posturas
como el prescriptivismo y el cuasi-realismo.[8]
2.2. Evidencias desde la teoría de la evolución y las
neurociencias
La omnipresencia de la teoría evolutiva de Darwin ha llevado a
plantear que nuestros comportamientos morales corresponden a adaptaciones
biológicas fruto de un proceso evolutivo gobernado por las mismas reglas que
han permitido la evolución fisiológica, esto es por la selección natural de
aquellas variaciones que aparecen de forma aleatoria y que proveen una ventaja
reproductiva y de supervivencia. Respecto del tipo de ventajas que podrían
proveer las adaptaciones que tienen relación con los comportamientos éticos,
para algunos serían simples subproductos no esperados de la evolución de
nuestros sistemas cognitivos, mientras que otros plantean que promoverían la
cohesión social y la cooperación aportando una ventaja grupal.[9] Por su parte, el naturalismo
ético considera que las conductas éticas son una consecuencia de nuestras
emociones, que hemos heredado de nuestros ancestros animales no humanos,
reduciendo lo moral a aspectos biológicos y dejando de lado la razón, y dando
así sustento a la gradualidad y continuidad que sostiene la teoría de la
evolución. El mismo Darwin, influenciado por el emotivismo moral de Hume, y el
concepto de que las ideas no son más que copias de las sensaciones, defiende la
importancia de las emociones en nuestras decisiones, y ve en la moral humana un
continuo ontológico con las conductas animales[10].
Sin embargo, su propuesta ha sido considerada como un naturalismo ético
moderado, ya que concede que los altos estándares morales del ser humano, en
particular lo que dice relación con los contenidos de los juicios éticos, no
pueden explicarse sólo por el proceso evolutivo, sino que cabe un cierto rol a
la cultura.[11]
El desarrollo de las ciencias cognitivas da continuidad y
respaldo a lo enunciado por las interpretaciones de la teoría evolutiva en
relación al comportamiento ético, y entrega información experimental para
entender el comportamiento ético, de forma de poder entender el posible rol de
las emociones y así distinguir entre las visiones cognitivistas y
no-cognitivistas. Como indica Joshua Greene: “Entender cómo construimos nuestros juicios morales puede ayudar a
determinar si nuestros juicios son percepciones de verdades externas, o son
proyecciones de nuestras actitudes internas”.[12]
La evidencia empírica ha sido interpretada en favor de un papel central de las
emociones en la formación de nuestros juicios éticos. El trabajo de Antonio
Damasio analizando pacientes con daño a las regiones ventrales y mediales del
lóbulo frontal muestra que ellos tienen problemas emocionales, pero no
cognitivos, a la vez que presentan dificultades en la toma de decisiones y
muestran una propensión a tener comportamientos éticos inadecuados.[13]
Jonathan Haidt ha propuesto el modelo de intuiciones sociales, que sugiere que nuestras decisiones éticas se fundarían
inicialmente en intuiciones basadas en emociones, y que en caso de ser
necesario construimos explicaciones y razones a posteriori o lo que se denomina como racionalización post hoc. El juicio ético sería similar
a un juicio estético: comenzando con una intuición inmediata influenciada por
lo afectivo, que no requiere esfuerzo consciente, y que viene con una carga
afectiva de ser bueno o malo. El razonamiento moral operaría para generar
explicaciones posteriores, y especialmente con el objetivo de lograr una
validación social.[14] Por su lado, Greene
considera que el papel de la razón y de las emociones es diferente según el
tipo de juicios morales que se realizan. Las emociones tendrían un rol central
en argumentos morales de tipo deontológico, pero no en aquellos de tipo
consecuencialista en los que la razón tendría un papel principal.[15] La psicología evolutiva
sugiere que nuestro cerebro estaría cableado de esa forma, ya que la selección
natural favorecería aquellos comportamientos altruistas cuando hay contacto
cara a cara.[16]
Es muy importante dejar en claro que las emociones son de gran
importancia en nuestras conductas morales y éticas, para lo cual deben estar
adecuadamente integradas al carácter. Los afectos nos ponen en contacto con el
mundo, pero no tiene la capacidad de distinguir o jerarquizar valores, es decir
las emociones son necesarias, pero no suficientes para formar los juicios
éticos. Para llegar a una respuesta justa se requiere que los afectos estén
ordenados e informados por la imparcialidad y objetividad de la razón.[17]
Teniendo en consideración que hay argumentos filosóficos en
favor del emotivismo moral y evidencias científicas interpretadas en ese mismo
sentido, este ensayo tiene como objetivo realizar un análisis crítico sobre la
importancia relativa de las emociones respecto de la razón en la formación de
nuestros juicios y acciones éticas. Considerando lo indicado en el párrafo
anterior, el objetivo es entregar argumentos que puedan colocar a la razón en
su justa dimensión y jerarquía respecto de las emociones, pero en ningún caso
se pretende eliminar o dejar a las emociones fuera del proceso de formación de
los juicios éticos. Para esto se desarrollarán dos líneas argumentales: primero
se hará una revisión de las interpretaciones de los resultados de las ciencias
cognitivas, y en segundo lugar se hará una propuesta en favor del papel
esencial de la razón y de la perspectiva de segunda persona (PSP).
3. Interpretaciones
alternativas de los resultados de las ciencias cognitivas
La contribución de un análisis bajo el marco
conceptual de la teoría de la evolución y de las ciencias cognitivas ha
permitido enriquecer nuestro entendimiento de cómo generamos los juicios
éticos, y de los comportamientos que se derivan de ellos. Sin embargo, es
esencial integrar esa visión con el papel de la razón. Por una parte, es
fundamental distinguir entre la capacidad para generar juicios éticos y los
contenidos particulares de estos juicios. Lo primero podría estar fuertemente
influido por nuestras herencias evolutivas y por lo emocional, pero no así lo
segundo que tendría más que ver con el sentido normativo. Las emociones serán
relevantes si contribuyen a formar juicios éticos, que serían en gran medida consecuencia
de un conocimiento moral, no de un simple condicionamiento de nuestra herencia
biológica-emotiva.[18] Es por tanto muy relevante cuando analizamos los juicios morales no
sólo quedarnos en qué los podría causar (ej. emociones), sino en cuáles son las
razones que llevan a ese juicio ético, al igual que hacemos al juzgar un
argumento científico o filosófico.[19]
Para ponderar de manera adecuada la relación
y el rol de la razón y las emociones en nuestros juicios y comportamientos
éticos es clave realizar un análisis crítico de los resultados que provienen de
la teoría de la evolución y de las ciencias cognitivas, poniendo particular
atención a la forma de interpretar las evidencias empíricas provenientes de las
ciencias cognitivas. Para ejemplificar este punto nos enfocaremos en el trabajo
de Chapman y colaboradores, que estudian la relación entre las reacciones de
asco y las decisiones éticas,[20] seguido de una descripción de la visión crítica de Mario De Caro
respecto de las interpretaciones ahí propuestas.[21] Finalmente plantearemos una reflexión general sobre la interpretación
de los resultados en las ciencias empíricas y sobre el estatuto epistemológico
de las ciencias cognitivas.
3.1. Un ejemplo de
interpretaciones alternativas a los resultados de las ciencias cognitivas
Usaremos como ejemplo de análisis el trabajo de Chapman y sus
colaboradores, que compara las respuestas que produce la exposición a
situaciones que generan una reacción de asco –como las producidas por los malos
sabores (ej. líquidos muy salados o amargos), la observación de fotografías que
indican suciedad, o agentes que causan enfermedades (ej. presencia de heces,
heridas o insectos)– con la reacción que produce una situación poco ética de un
trato económico injusto (ej. el juego del ultimátum). Para ello miden el efecto
de la exposición a dichas situaciones sobre la actividad motora facial y la
auto-percepción que tienen los sujetos sobre dichas experiencias. Compararemos
la intepretación que hacen ellos mismos de sus resultados con la visión
alternativa de Mario De Caro.
Chapman y colaboradores observaron que la actividad muscular
facial aumenta y se correlaciona con el auto-reporte de una experiencia
subjetiva de desagrado, de igual manera frente a los tres tipos de situaciones,
concluyendo que la inmoralidad produce la misma reacción que diversas
situaciones de asco. Más aún, en el caso de la experiencia poco ética, la
expresión facial y el sentimiento de desagrado se correlacionarían con lo que
los autores consideran como una decisión y acción moral, en este caso, con la
propensión del individuo a rechazar la oferta económica que ha recibido. Por lo
tanto interpretan que “aunque estas correlaciones no permiten establecer una
relación causal entre la emocionalidad y la toma de decisiones, sí sugieren que
las emociones provocadas por la injusticia, en particular el disgusto, son
relevantes para las decisiones conductuales subsecuentes”.[22]
Además, plantean que este impulso de rechazo a situaciones desagradables habría
sido “co-optado y expandido para rechazar estímulos ofensivos en el dominio
social”,[23] apoyando que la cognición
moral se sustentaría primariamente en sistemas afectivos evolucionados
tempranamente y no en las funciones cognitivas superiores propias de los
humanos.
De Caro discrepa de estas interpretaciones y propone que las
condiciones biológicas proveen una plataforma que gatilla el comportamiento
ético o no ético, pero en ningún caso nuestras prácticas y nuestros juicios
éticos se explicarían sólo por su carácter biológico-emotivo. Para sustentar
esta postura propone el siguiente ejemplo. Dos individuos se ven enfrentados a
una misma situación moral extrema, en que un juez ha autorizado que se deje de
entregar medidas terapéuticas a una persona que lleva 15 años en coma profundo,
lo que producirá su muerte. Cada individuo tiene una postura diferente: uno de
ellos ve la medida del juez como un asesinato y un acto moral repugnante,
mientras que el otro la considera un acto moral adecuado.[24]
Basado en los experimentos de Chapman sólo el primer individuo tendría una
reación de asco, y desconocemos cual será la expresión facial del otro.
Lo que quiere ilustrar De Caro no es el fundamento de las
distintas posturas, sino cuál sería el aporte de las emociones para explicar
esta diferencia. ¿Qué explica entonces que existan posturas opuestas
acompañadas probablemente de expresiones fisiológicas diferentes? La respuesta, enfatiza De Caro, la debemos buscar en la
cultura, ya que sin duda estas dos personas tienen sistemas de valores
morales diferentes, y son estos los que explican sus posturas. Por lo tanto, la
dirección causal no es de la fisiología a nuestras decisiones éticas, sino que
es razonable pensar que los juicios éticos determinan nuestras reacciones
fisiológicas y nuestras expresiones.[25]
En base a ejemplos como este parece un error afirmar que al enfrentar una
situación moral relevante nuestro ‘asco’ moral va necesariamente de la mano de
nuestra actitud y juicio ético. Los seres humanos podemos separarnos de nuestra
reacción inicial, que es más bien emocional e intuitiva, y podemos razonar el
juicio ético correspondiente, ya que realizando “un esfuerzo racional podemos
conquistar nuestra repugnancia”.[26] En este tipo de ejemplos,
que son más cercanos a situaciones a las que nos vemos expuestos, desconocemos
si ambos individuos tienen reacciones emocionales iguales o distintas, ya que
probablemente ellas estén supeditadas a una racionalidad que las domina.
Aquí se ha querido revisar con detalle un caso específico de
dos posibles interpretaciones de un trabajo en ciencias cognitivas relativo a
comportamientos éticos para ilustrar la necesidad de poner atención a este
aspecto cuando se proponen conclusiones sobre la función de las emociones y de
la razón en la formación de los juicios éticos. Aunque nuestro propósito no es
hacer una revisión exhaustiva de otros casos similares, es importante mencionar
que otros autores también mencionan debilidades metodológicas de trabajos en
ciencias cognitivas, que es importante considerar al momento de evaluar el rol
de las emociones. En su entrada sobre moralidad y biología evolutiva de la Stanford
Encyclopedia Philosophy, FitzPatrick dice en relación al trabajo de
Jonathan Haidt brevemente descrito más arriba que “existen preocupaciones sobre
las metodologías que Haidt utiliza para llegar a su conclusión deflacionaria
sobre el papel que juega el razonamiento en los juicios morales de las personas
ordinarias”.[27] En particular critica que
el análisis que hace Haidt de las reacciones de personas a situaciones desagradables,
pero que no producen daño, parte del supuesto de que todas las personas tienen
una postura consecuencialista, y que por eso inventarían explicaciones a posteriori para explicar su reacción
negativa. Esta interpretación sería errada, ya que no necesariamnete todos los
agentes éticos tienden a razonar éticamente en base a si la consecuencia es
buena o mala. Podría haber otros factores que lleven a esos agentes a pensar
que la situación es incorrecta, en cuyo caso no cabría entonces la propuesta de
que son explicaciones post hoc para
justificar nuestras emociones.[28]
FitzPatrick hace una critica similar a las conclusiones de
Greene sobre los experimentos que miden las reacciones neuronales en los
modelos de situaciones éticas del trolley
y del bridge, en las que propone una
preponderancia de las emociones en las decisiones de tipo deontológicas, y un
rol principal de la razón en decisiones de carácter consecuencialistas.[29]
En una línea similar las aproximaciones empíricas que se
utilizan hoy en la psicología moral muestran que los comportamientos éticos que
se observan en las personas durante los experimentos están muy influenciados
por los métodos experimentales y los experimentos mentales propuestos. Por
ejemplo, se ha visto que la forma en que se plantean o enmarcan los problemas
éticos, el orden en que se plantean los problemas, las características de la
audiencia y otros factores ambientales irrelevantes influencian los resultados
y las conclusiones que de ellos se puede obtener.[30]
Estas observaciones deben llamar también a la cautela y el rigor a la hora de
interpretar este tipo de resultados provenientes de las ciencias empíricas.
3.2. Interpretación de los
resultados y epistemología de las neurociencias
Para finalizar esta sección se plantean algunos argumentos muy
generales sobre los experimentos que las neurociencias utilizan para evaluar la
posible función de las emociones en nuestros juicios éticos. Un primer
argumento es saber hasta qué punto los modelos experimentales utilizados imitan
y reflejan una situación en que se requiere la formación de un juicio ético. El
desarrollo de las ciencias empíricas se basa en el uso de modelos
experimentales que por definición son idealizaciones y simplificaciones de la
realidad, empleados como herramientas epistémicas para avanzar el conocimiento.[31] Algo similar ocurre con los
modelos usados para estudiar nuestro comportamiento ético; se simplifican e
idealizan situaciones. Este debe ser un punto clave al momento de interpretar
críticamente los resultados obtenidos en este tipo de experimentos.
En el trabajo de Chapman y colaboradores el modelo utilizado
para evaluar una situación inmoral implica participar en el juego del
ultimátum. Este juego consiste en invitar a individuos a jugar, a los cuales
otra persona o un computador les propone cómo repartir un monto de dinero entre
ambos, y el participante debe decidir si acepta o no. Se considera como un
trato poco ético cuando el ofrecimiento que se le hace es recibir menos de la
mitad del monto, y ante eso el individuo reacciona mostrando disgusto, lo que
se correlacionaría con la decisión y acción ética del individuo de rechazar la
oferta.[32] A nuestro parecer este
modelo experimental está lejos de representar una situación que enfrente al
individuo a tener que formarse un juicio ético y llevar a cabo una acción
ética. Este escenario más bien corresponde a una situación en que el individuo
siente que se le trata injustamente, pero en esa circunstancia no está sometido
a tener que tomar una decisión ética, sino que es más bien objeto de una falta
ética de otro. Él no es el agente ético, sino más bien el objeto de esa acción
poco ética. Por lo tanto, medir su reacción no dice relación con lo que guía
sus decisiones éticas, sino con su reacción frente a un trato injusto. Más aún,
en el trabajo se insinúa que su decisión de aceptar o no la oferta podría tener
un correlato en sus convicciones éticas, y sería el equivalente a una conducta
moral. Aunque es cierto que dicha respuesta podría tener relación con una
convicción ética, es también posible que sea más bien una reacción práctica
dependiente de otras razones, por ejemplo influenciada por el mero hecho de que
a la persona le conviene recibir ese monto de dinero, aunque sea inferior al
que en justicia le correspondería.
En términos generales es importante tener en consideración que
es muy complejo lograr un modelo que represente la realidad de una situación
ética. Para ello se requeriría poder medir las evaluaciones y acciones morales
del agente moral –en este caso el sujeto de estudio– en circunstancias
normales, es decir, sin que se enterara de que está enfrentando una situación
ficticia. Si el agente supiera que dicha situación no es real, su actitud ética
podría no ser la misma que tendría en una situación real. En este sentido es
importante tener en cuenta la dificultad intrínseca de diseñar modelos para
evaluar nuestras reacciones frente a diversas situaciones éticas, ya que el
individuo siempre tendrá la conciencia de que no son situaciones reales, y eso
sin duda afectará su comportamiento. Esto no debe limitar los avances en los
estudios empíricos de las ciencias cognitivas, pero sí debe tenerse en
consideración al momento de interpretar de dichos resultados.
Un segundo aspecto relacionado con el anterior es la necesidad
de distinguir las interpretaciones o explicaciones de los datos empíricos. Para
esto Popper distingue entre contexto de descubrimiento y contexto de
justificación. El contexto de descubrimiento se refiere a la forma en que las
teorías se conciben, para lo cual acepta que existan distintos tipos válidos de
inspiración.[33] Dentro de este contexto
está el diseño de un modelo, que es parte de la teoría y determina cómo se
interpretan los resultados. Por otra parte, el contexto de justificación
corresponde a la contrastación experimental de las hipótesis, que puede llevar
a su corroboración o falsificación.[34]
Por ende, la interpretación de estos resultados dependerá de los distintos
contextos de descubrimiento y de los modelos e hipótesis en que se enmarcan. En
ese sentido es válido considerar que puedan existir distintas explicaciones
para los resultados. Por lo tanto, en el caso descrito las interpretaciones de
Chapman y De Caro tendrían en principio un valor epistémico similar.
Finalmente, en este contexto es también muy importante discutir
aunque sea brevemente el estatuto epistemológico de las neurociencias, y en
particular de las ciencias cognitivas, para lo cual se recurre al trabajo de
Juan José Sanguineti. Por ser parte de las ciencias biológicas, las
neurociencias siguen una metodología empírica, pero no se pueden desentender de
su carácter dual, ya que trabajan al mismo tiempo con lo neural y con lo
psicológico.[35] Por tal razón, se debe
tener la precaución de evitar los ‘totalitarismos’ científicos y entender que
las neurociencias estudian las bases neurales de los procesos psíquicos, lo que
significa que son muy necesarias, pero en ningún caso suficientes para entender
a cabalidad los fenómenos psíquicos humanos.[36]
En ese sentido, el enfoque neurobiológico es parcial y su contribución varía
dependiendo de la complejidad de los casos. Sin duda “se torna más auxiliar, en
cuanto es menos competente, para abordar cuestiones humanas del tipo moral,
político o religioso”.[37] Una adecuada consideración
de las respectivas epistemologías hace imperativa la necesidad del trabajo
interdisciplinario entre neurociencia, psicología y filosofía para un correcto
diseño e interpretación de los trabajos empíricos como el descrito
anteriormente.
En resumen, las ciencias cognitivas hacen una importante
contribución para entender la forma en que desarrollamos nuestros juicios y
acciones éticas, pero se debe ser cauto al momento de las interpretaciones,
considerando las limitaciones de los modelos experimentales y la epsitemología
de cada disciplina. En el presente caso, la interpretación queda abierta a
visiones distintas de aquellas que consideran que estas evidencias sólo
apoyarían el emotivismo moral.
4. Perspectiva de segunda persona y comportamiento moral
Una segunda línea argumental consiste en defender un papel
relevante para la razón en la PSP. Para ello en esta sección primero se
revisará qué se entiende por la PSP. Se ofrecerán argumentos en favor de su
función esencial en nuestras decisiones éticas, basado principalmente en el
trabajo de Stephen Darwall. Luego se propondrá que la razón podría tener un
papel relevante, aunque en ningún caso exclusivo, en las relaciones de segunda
persona, en apoyo a la tesis de que las emociones no son suficientes para
formar nuestros juicios morales.
4.1. La perspectiva de segunda persona
La percepción requiere de un sujeto epistémico, que corresponde
a un ser dotado de sensibilidad, y un objeto epistémico, que pueden ser hechos,
información, objetos materiales, otros seres sensitivos, e incluso uno mismo.
La percepción depende del ángulo o de la perspectiva del sujeto, condicionada
por diversos factores, como su ubicación espacio-temporal, la información y
prejuicios que posee, el estado mental en que se encuentra, y los conceptos y
normas adquiridos. En este sentido, la perspectiva desde la que se accede
afecta cómo reconocemos lo que nos rodea, pero no al objeto de nuestro
conocimiento. En otro sentido, se puede considerar diversos tipos de acceso
epistémico, de acuerdo con la diversidad de la realidad conocida. Son las
llamadas perspectivas de primera, segunda y tercera persona. Como se discutirá
más abajo, la perspectiva de segunda persona (PSP) está en la raíz misma de
nuestras decisiones morales, por lo cual nos concentraremos en ella en este
ensayo.
La PSP se define como el modo de acceso a los estados mentales
de otros seres sensitivos o conscientes, y es distinta de las otras
perspectivas[38]. Es diferente de la
perspectiva de primera persona, en la que el sujeto percibe sus propios estados
mentales como propios, es distinta también de la perspectiva de tercera
persona, en la cual el acceso a otros objetos, incluidos otros seres
sensitivos, no contempla la propia experiencia como tal, como por ejemplo la
altura, el peso, la edad, etc. Hay bastante discusión, y discrepancia, sobre la
forma en que se accede al otro en la PSP. Por una parte, algunos piensan que
nuestro acceso a los estados mentales de otros es indirecto e inferencial,
mientras que para otros el acceso al propio yo y al otro es básicamente de un
mismo tipo.[39] Dan Zahavi propone en
cambio una aproximación multidimensional, que implicaría al menos cuatro
dimensiones: la empatía, o el encuentro cara a cara; una alteridad interna
presente ya en la percepción del propio cuerpo; una intersubjetividad arraigada
en la relación entre la subjetividad y el mundo; y la aceptación de la
irreductibilidad del otro.[40] Además, es importante en la
PSP distinguir y separar al otro del propio yo, para no confundirla con el mero
contagio sentimental, más cercano en definitiva a la primera que a la segunda
persona.
4.2. La segunda persona y el comportamiento
moral
La importancia de la PSP
para la ética ha sido especialmente analizada por Stephen Darwall en su libro The
Second-person standpoint: morality, respect, and accountability.[41]
Para Darwall la ética desde la PSP se refiere a la “pespectiva que tú y yo
tomamos cuando establecemos y acordamos demandas recíprocas para nuestras
conductas y voluntades”.[42]
El reconocimiento de la segunda persona implica conceder al otro razones y una
autoridad para ser sujeto de un trato ético, que se fundamentan en la
confirmación de que ese otro es un agente racional libre al igual que uno
mismo.
Darwall propone dos tipos
de obligaciones morales, que explica con el ejemplo de “una persona pisando el
pie a otra y causándole dolor”. Por una parte estarían las obligaciones morales
del tipo per se, del inglés moral obligations period, que se
basan en un conocimiento general que permite distinguir, mediante la razón, las
acciones correctas de las incorrectas.[43]
Corresponden a aquellas obligaciones morales en que una posible equivocación
implica fallar a normas u obligaciones morales válidas. Esto implicaría un
reconocimiento de la existencia de normas objetivamente válidas y la obligación
de hacer lo correcto porque hay que hacer lo correcto. Por ende, causar dolor
al otro pisándole el pie sería incorrecto, porque el hecho en sí mismo es malo.
Por otra parte, estarían
las obligaciones bipolares, que son aquellas que existen entre agentes morales.
Son de carácter relacional y se dan entre dos polos: un agente que debe cumplir
sus obligaciones morales (obligor), y el individuo o grupo con el cual
se está obligado (obligee). Quien promete, el obligor, está
obligado a mantener una promesa no como si fuera una tercera parte, o sólo por
tener una obligación moral per se de no romper una promesa, sino porque
al romper la promesa también hace daño al obligee.[44]
Por lo tanto, pisar el pie al otro estaría mal porque afecta al otro directamente,
y además porque no estaríamos cumpliendo con nuestra obligación con el otro.
Darwall defiende que ambas situaciones se sustentan en la PSP: “las
obligaciones bipolares implican una autoridad y razones de segunda persona
distintivas, que implican un tipo de rendición de cuentas, que es distinta de
las obligaciones morales per se”.[45]
Por consiguiente, la
diferencia principal entre obligaciones per se y obligaciones
bipolares está tanto en el modo en que se generan como en el tipo de rendición
de cuentas. Las primeras no implican un compromiso con alguien, sino que se
refieren a acciones que se debe realizar o no, independientemente de si son
debidas a otra persona. Por eso se las denomina también unipolares. En las
obligaciones bipolares, por su parte, la existencia de un obligee es
central al concepto: se generan en la relación con una persona en concreto, la
cual puede por eso mismo pedir cuentas en nombre propio.[46]
Las obligaciones morales
proporcionan razones a nuestro actuar, pero la PSP implica una diferencia en el
razonamiento que va más allá de lo puramente lógico. Producto de la PSP,
nuestras decisiones morales contienen un elemento de responsabilidad y de
rendición de cuentas exigido por la comunidad ética, y por la otra persona. En
nuestras decisiones éticas los agentes entran en una relación de mutua
responsabilidad basada en una autoridad y competencia de segunda persona. Por
eso, cuando actuamos desde la segunda persona reconocemos las obligaciones
morales no como un estado de las cosas, sino desde la mirada de lo que
significa ser un agente libre y racional que está en interacción con otros
similares. En palabras del mismo Darwall, la competencia de segunda persona “es
ser capaz de elegir hacer algo sólo si es consistente con las demandas que uno
o cualquiera haría a otro, por lo tanto que uno se haría a uno mismo, desde un
punto de vista que podemos compartir como personas que somos mutuamente sujetos
de rendición de cuentas”.[47]
Otro elemento que
introduce la PSP en nuestro actuar ético es que reconocemos en el otro, ya sea
el mismo afectado, o un miembro de la comunidad ética, una autoridad para hacer
una demanda o exigencia al agente moral. Para que esta demanda tenga efecto se
requiere un agente que las acepte, aceptación que se basaría en el
reconocimiento racional de la autoridad del otro, es decir, “una razón de
segunda persona es una en que la validez depende de una autoridad que se
presupone y relaciones de mutua responsabilidad, por lo tanto basada en la
posibilidad de que las razones se dirijan de persona a persona”.[48]
La autoridad es un elemento esencial tanto para las obligaciones morales per
se, como para las obligaciones bipolares, aunque de una manera diferente.
En el caso de las obligaciones bipolares el obligee tiene una autoridad
individual con respecto al obligor, mientras que en las obligaciones
morales per se cualquier miembro de la comunidad ética, incluyendo al obligee,
comparte una autoridad representativa para exigir al obligor a que
cumpla con sus obligaciones morales per se. En ambos casos la autoridad
está conferida por el reconocimiento del otro como agente racional libre
gracias a la experiencia que provee la PSP, y eso faculta a la responsabilidad
recíproca, y a la exigencia de rendición de cuentas.
Es importante considerar
que estos dos tipos de autoridad están íntimamente relacionadas, ya que la
autoridad individual no puede existir en ausencia de una autoridad
representativa.[49]
Existe una conexión y un encuadramiento de las obligaciones bipolares dentro de
las obligaciones morales per se, como indica Darwall: “si X tiene la
obligación con Y de hacer A, entonces si X falla en hacer A le hará mal a Y, y
además hará mal per se”.[50]
En otras palabras, la falta al otro se enmarca dentro de un reconocimiento de
normas, a las cuales debemos una obligación moral per se.
En resumen, para Darwall
la obligación bipolar y la obligación moral per se son de segunda
persona, pero son distintas. Ambas se sustentan en razones diferentes y
requieren de una autoridad particular, de la cual se deriva la responsabilidad
recíproca y el poder exigir rendición de cuentas, pero a la vez ambas están
estrechamente vinculadas entre sí.
4.3. Propuesta sobre una
posible función relevante de la razón para la perspectiva de la segunda persona
En esta sección se
propondrá una posible función de la razón para alcanzar una perspectiva de
segunda persona, que permita identificar y reconocer al otro como un agente
racional libre, que por ser igual a nosotros será un sujeto con derecho a un
trato ético.
Uno de los desafíos de la
PSP es entender cómo se logra identificar a ese otro yo: ¿cómo sabemos que ese
otro tiene una mente que de alguna manera es muy similar a la propia? Douglas
Lavin propone la posible existencia de una forma de pensar que sea específica
para la PSP, distinta de las formas de pensar que se requieren para conocerse a
uno mismo, o para contemplar un objeto indiferente: una forma de interacción
inteligente.[51]
Una vez identificada me doy cuenta de que la otra es una vida racional muy parecida
a la propia, razón por la cual parecería racional darle significancia práctica
al otro, al igual que la que nos damos a nosotros mismos. Con la misma
inmediatez y necesidad “la otra persona no es sólo una materia o tópico
de algún estándar, sino que debe ser invocada para explicar la naturaleza del
pensamiento práctico en cuestión”.[52]
El reconocimiento del otro
involucraría por lo tanto la participación de la inteligencia, y no sería fruto
de un mero contagio emocional, sino que la razón o inteligibilidad nos
permitiría, en conjunto con las emociones, exigir al otro que regule su libre
albedrío suponiendo que lo puede hacer porque reconoce la legitimidad de
nuestras demandas.[53]
La propuesta implicaría que las relaciones éticas intersubjetivas suponen la
razón y la PSP en ambas direcciones. Por una parte, el obligor la supone
para reconocer al obligee como un otro igual que es sujeto de
reconocimiento ético, y a su vez, también el obligee la supone al exigir
al obligor que cumpla con sus obligaciones éticas, ya que lo reconoce
como capaz de hacerlo.
A partir de lo mencionado
se puede proponer que la razón tiene un papel importante en la identificación
de la segunda persona y de las obligaciones morales. Mediante las emociones o
sentimientos podemos lograr quizás un primer acercamiento al otro, pero la
razón nos permitiría separar y diferenciar ese segundo yo de nosotros mismos.
Se propone además, que por la razón se puede distinguir aquellos ángulos de la
PSP que son propios del contexto desde el que miramos, pero que no
necesariamente aplican al otro. De esta forma la razón sería clave para no
confundir el punto de vista de la otra persona con la propia perspectiva en
primera persona. Además, el hecho de reconocer obligaciones morales para con
otros es un rasgo distintivo del ser persona, y nos diferencia de otros
animales no humanos en que probablemente la relación con el otro se basa solo
en la emotividad y en factores biológicos.
Por otra parte, según esta
propuesta el reconocimiento de la autoridad del otro para exigir un
comportamiento ético requeriría necesariamente de la razón. Este reconocimiento
de autoridad en el otro surge de que al ser igual a mí en cuanto sujeto
racional, reconozco en él el derecho a exigir el mismo trato. Aceptar esta autoridad
del otro no puede basarse en la mera emoción, sino que requiere de un razonar
para hacerse un juicio moral que lleve eventualmente a modificar nuestra
conducta y acción moral en base a dicho análisis. En ese sentido para Darwall
el “emplazamiento desde la segunda persona se basa en razones por su propia
naturaleza”, es una “forma de influencia interpersonal racional”.[54]
La autoridad de la segunda persona no es un simple consejo, sino que apela a la
voluntad del otro; las razones de la segunda persona contienen un aspecto
directivo que está ausente en un consejo. El obligee o la comunidad
ética no sólo recomiendan algo, sino que invitan a hacerlo. De este
reconocimiento racional de la autoridad del otro se deriva además la
responsabilidad y el aceptar la rendición de cuentas en ambas direcciones: yo
al otro y el otro a mí.
La mediación de la razón
en la identificación del otro, y el reconocimiento de su autoridad para exigir
un trato ético, conforman un escenario distinto del que propone Haidt en su
modelo de las intuiciones sociales, en los que la razón se utilizaría sólo para
dar explicaciones a posteriori.[55]
Para Haidt la razón se usa como mecanismo ad hoc para dar sentido a
nuestras decisiones, que serían fruto de intuiciones basadas en emociones. Por
el contrario, lo que se defiende aquí es que el reconocimiento a priori
del otro como un otro, basado al menos en parte en la razón, guía nuestros
juicios y acciones morales, y que no es fruto de un acto emocional
semiautomático, sino que trae implícito el reconocimiento previo del otro como
un igual. Asimismo, la necesidad de una PSP para el desarrollo de los juicios y
acciones morales iría en contra de la idea de que estos son meros actos de
aprobación o desaprobación guiados por nuestras emociones, como sostendría
Hume, o por las simples reacciones emotivas de buuu o huuurra de
Ayer. Muy por el contrario, sin despreciar el rol de lo emotivo, la
identificación del otro como sujeto de trato ético mediante la razón sería, o
debería ser, la guía de nuestras decisiones morales.
5. Conclusiones
En este ensayo hemos
desarrollado dos líneas argumentales para poner en perspectiva la importancia
de las emociones en nuestras decisiones éticas, y reforzar el rol de la razón.
Una primera línea argumental discutió la posibilidad de interpretaciones
alternativas de los resultados de las ciencias cognitivas, relativizando su
apoyo al rol de las emociones en la ética. Se han dado ejemplos de modelos
utilizados que son idealizaciones, que no necesariamente representan situaciones
de formación de juicios morales, o de acciones morales. Hemos planteado que las
interpretaciones de dichos resultados no pueden utilizarse sin más como
sustento empírico del rol de las emociones en las decisiones morales. Se debe
ser cauto e indicar las limitaciones metodológicas y epistemológicas de dichas
aproximaciones a la hora de interpretarlas bajo un determinado marco
conceptual, y aceptar que los datos empíricos pueden ser interpretados de
manera diferente, y no siempre como un soporte tan directo para posturas de
tipo emotivista.
En una segunda línea
argumental hemos propuesto la necesidad de la razón, en conjunto con las
emociones, para las decisiones morales. La identificación de otras mentes
–dicho en términos usuales– y la constatación de que comparten la naturaleza
racional da lugar a la perspectiva de la segunda persona y al reconocimiento
del otro como sujeto de trato ético, y dotado de autoridad para exigir dicho
trato. De acuerdo a Darwall, el reconocimiento de la PSP es la base sobre la
que se sustentan nuestras obligaciones morales per se, y las
obligaciones bipolares. Nuestra propuesta es que esta identificación de la
segunda persona necesita de la racionalidad, ya que no puede explicarse por un
mero contagio emocional, de forma que la componente emocional no sería
suficiente para nuestros juicios y acciones morales.[56][57]
Bibliografía
Asla, Mariano.
La Gramática Moral Universal: ¿Una aproximación cognitivista a la ley natural? Pamplona: Eunsa, 2016.
Ayer, Alfred Jules. Language, Truth, and Logic. New York:
Dover Publications, 1936.
Bennett, Max R. y Hacker, Peter M. S.
Philosophical Foundations of Neuroscience. Oxford: Blackwell Publishing, 2003.
Carrasco,
M. Alejandra. “Sentimientos
morales y educación afectiva. El dilema de un bombero”. En Manual de Ética
Aplicada: de la Teoría a la Práctica, eds. L.
Valera y M. A. Carrasco, 107-118. Santiago: Ediciones UC, 2021.
Chapman, H. A., Kim, D. A., Susskind,
J. M. y Anderson, A. K. “In bad taste: Evidence for the oral origins of moral
disgusts”, Science, 323 (2009): 1222-1226.
Chrisman, Matthew, “Emotivism”. En The International
Encyclopedia of Ethics, ed. H. LaFollette,
1600-1606. Malden: Wiley-Blackwell, 2013.
Damasio,
Antonio. El error de Descartes. Barcelona:
Planeta, 2018.
Darwall, Stephen. The second-person
standpoint: morality, respect, and accountability. Cambridge, MA: Harvard
University Press, 2006.
Darwall, Stephen. “Bipolar
obligation”. En Oxford Studies in Metaethics, Volume 7, ed. R.
Shafer-Landau, 334-358. Oxford: Oxford University Press, 2012.
Darwin, Charles. The Descent of
man and Selection in Relation to Sex [1871]. En Great Books of the
Western World, eds. R. M. Hutchins y W. Benton. Chicago: Encyclopedia
Britannica, 1980.
De Caro, Mario. “Is moral emotivism
supported by evolutionary psychology?”. En Moral Behavior and free will: a
neurobiological and philosophical approach, eds. J. J. Sanguinetti, A. Acerbi y J. A. Lombo,
111-124. Roma: IF Press, 2010.
Doris, John, Stephen Stich, Jonathan
Phillips y Lachlan Walmsley. “Moral Psychology: Empirical Approaches”. En The
Stanford Encyclopedia of Philosophy, ed. E. N. Zalta (2020). URL = https://plato.stanford.edu/archives/spr2020/entries/moral-psych-emp/
FitzPatrick, William. “Morality and
Evolutionary Biology”. En The Stanford Encyclopedia of Philosophy, ed. E. N. Zalta (2021). URL = https://plato.stanford.edu/archives/spr2021/entries/morality-biology/
García-Huidobro,
Joaquín. El anillo de Giges. Madrid: Rialp,
2013.
Greene, Joshua D. “From neural ‘is’
to moral ‘ought’: what are the moral implications of neuroscientific moral
psychology”, Nature Review Neuroscience,
4 (2003): 847-850.
Greene, Joshua D. “The secret joke of
Kant’s soul”. En Moral psychology: The neuroscience of morality: Emotion, Brain
Disorders, and Development, Volume 3, ed. W. Sinnott-Armstrong, 35-79.
Cambridge: The MIT Press, 2008.
Haidt, Jonathan. “The emotional dog
and its rational tail: a social intuitionist approach to moral judgement”, Psychological Review, 108 (2001):
814-834.
Hume,
David. Tratado de la naturaleza humana. Madrid: Tecnos, 2005.
Knuuttila, Tarja. “Modelling and
representing: an artefactual approach to model-based representation”, Studies
in History and Philosophy of Science, 42 (2011): 262-271.
Ladyman, James. Understanding
Philosophy of Science. Oxford: Routledge, 2002.
Lavin, Douglas. “Other wills: the
second person perspective in ethics”, Philosophical Explorations, 17
(2014): 279-288.
Pauen, Michael. “The second-person
perspective”, Inquiry, 55 (2012): 33-49.
Popper,
Karl R. La lógica de la
investigación científica. Madrid: Tecnos, 2017.
Ridge, Michael. “Non-cognitivism”. En The
International Encyclopedia of Ethics, ed. H. LaFollette, 3610-3625. Malden: Wiley-Blackwell,
2013.
Sanguineti,
Juan José. Neurociencia y
filosofía del hombre. Madrid:
Ediciones Palabra, 2014.
van Roojen,
Mark. “Moral
Cognitivism vs. Non-Cognitivism”. En The Stanford Encyclopedia of
Philosophy, ed. E. N.
Zalta (2018). URL = https://plato.stanford.edu/archives/fall2018/entries/moral-cognitivism/
Zahavi, Dan. Subjectivity and
Selfhood. Cambridge, MA: The MIT Press, 2005.
Juan Larraín es Doctor
en Biología Celular y Molecular por la Pontificia Universidad Católica de
Chile. Es Profesor Titular en la Facultad de Ciencias Biológicas de la P.
Universidad Católica de Chile, donde investiga el desarrollo y la regeneración
del sistema nervioso en vertebrados. Actualmente está cursando la Maestría en Filosofía con orientación en
Fundamentos de las Ciencias Naturales y Cognitivas dictado por la Universidad
Austral, Argentina.
Juan Francisco Franck es Doctor en
Filosofía por la Internationale Akademie für Philosophie (Liechtenstein). Es
investigador en el Instituto de Filosofía de la Universidad Austral, con foco
en la intersección de la filosofía de la mente y de la persona y las ciencias
cognitivas. También enseña Filosofía Moderna en la Universidad del Norte Santo
Tomás de Aquino.
Recibido: 15 de marzo de 2021.
1) Mark van
Roojen, “Moral Cognitivism vs. Non-Cognitivism”, en The Stanford Encyclopedia of Philosophy, ed. Edward
N. Zalta (2018). URL = https://plato.stanford.edu/archives/fall2018/entries/moral-cognitivism/
[2]) Michael Ridge, “Non-cognitivism”, en The International
Encyclopedia of Ethics, ed. Hugh LaFollette (Malden: Wiley-Blackwell,
2013), 3610–3625.
[3]) Matthew Chrisman, “Emotivism”, en The International Encyclopedia of Ethics, 1600–1606.
[4])
David Hume, Tratado de la naturaleza
humana (Madrid: Tecnos, 2005), 632-633.
[5])
Joaquín García-Huidobro, El anillo de Giges (Madrid, Rialp, 2013), 52-57.
[6]) Alfred Jules Ayer, Language, Truth, and Logic (New York: Dover Publications, 1936).
[7]) Ridge, “Non-cognitivism”.
[8]) Chrisman, “Emotivism”.
[9]) William FitzPatrick, “Morality
and Evolutionary Biology”, en The Stanford Encyclopedia of Philosophy,
ed. Edward
N. Zalta (2021), §§ 3-4. URL = https://plato.stanford.edu/archives/spr2021/entries/morality-biology/
[10]) Charles Darwin, The Descent of man and
Selection in Relation to Sex, [1871] en Great Books of the Western World,
R. Maynard Hutchins y W. Benton (eds.) (Chicago: Encyclopedia Britannica, 1980, 23rd
ed.), 287.
[11])
Mariano Asla, La Gramática Moral Universal: ¿Una
aproximación cognitivista a la ley natural? (Pamplona: Eunsa, 2016), 35-41.
[12]) Joshua D. Greene, “From neural ‘is’ to moral
‘ought’: what are the moral implications of neuroscientific moral psychology”, Nature Review Neuroscience 4 (2003):
847-850.
[13])
Antonio Damasio, El error de Descartes (Barcelona: Planeta, 2018).
[14]) Jonathan Haidt, “The emotional dog and its
rational tail: a social intuitionist approach to moral judgement”, Psychological Review 108 (2001):
814-834.
[15]) Joshua D. Greene, “The secret joke of Kant’s
soul”, en Moral psychology: The neuroscience of morality: Emotion, Brain
Disorders, and Development. Volume 3, ed. Walter Sinnott-Armstrong
(Cambridge: The MIT Press, 2008), 35-79.
[16]) Greene, “From neural ‘is’ to moral ‘ought’”.
[17])
M. Alejandra Carrasco,
“Sentimientos morales y educación afectiva. El dilema de un bombero”, en Manual
de Ética Aplicada: de la Teoría a la Práctica, eds. Luca Valera
y M. Alejandra Carrasco (Santiago: Edicions UC, 2021), 107-118.
[18]) FitzPatrick, “Morality and
Evolutionary Biology”,
6-7.
[19]) Ibid., 23.
[20]) H. A. Chapman, D. A. Kim, J.
M. Susskind y A. K. Anderson, “In bad taste: Evidence for the oral origins of
moral disgusts”, Science 323 (2009): 1222-1226.
[21]) Mario de Caro, “Is moral emotivism
supported by evolutionary psychology?”, en Moral Behavior and free will: a
neurobiological and philosophical approach, eds. Juan José Sanguineti, Ariberto Acerbi y José
Ángel Lombo (Roma: IF Press, 2010), 111-124.
[22]) Chapman et al., “In bad taste”, 1225.
[23]) Ibid., 1225.
[24]) De Caro, “Is moral emotivism
supported by evolutionary psychology?”, 117.
[25]) Ibid., 119.
[26]) Ibid., 122.
[27]) FitzPatrick, “Morality
and Evolutionary Biology”, 31.
[28]) Ibid., 32.
[29]) Ibid., 40.
[30]) John Doris, Stephen Stich,
Jonathan Phillips y Lachlan Walmsley, “Moral Psychology: Empirical
Approaches”, en The Stanford Encyclopedia of Philosophy, ed. Edward N. Zalta
(2020), §§ 8-9. URL = https://plato.stanford.edu/archives/spr2020/entries/moral-psych-emp/
[31]) Tarja Knuuttila, “Modelling and representing:
an artefactual approach to model-based representation”, en Studies in History
and Philosophy of Science 42 (2011): 262-271.
[32]) Chapman et
al., “In bad taste”, 1223-1224.
[33]) James Ladyman, Understanding Philosophy of Science (Oxford: Routledge,
2002),
74-76. Karl
Popper, La lógica de la investigación científica (Madrid: Tecnos, 2017), 37-39.
[34]) Ladyman, Understanding
Philosophy of Science, 74-76. Popper, La lógica de la investigación científica, 39-41.
[35])
Juan José Sanguineti, Neurociencia
y filosofía del hombre (Madrid: Palabra, 2014), 24.
[36]) Ibid., 25.
[37]) Ibid., 25.
[38]) Michael Pauen, “The second-person
perspective”, Inquiry 55 (2012): 33-49.
[39]) Max R. Bennett y Peter M. S. Hacker, Philosophical
Foundations of Neuroscience (Oxford: Blackwell Publishing, 2003).
[40] Dan Zahavi, Subjectivity and
Selfhood (Cambridge, MA: The MIT Press, 2005), 174-175.
[41]) Stephen Darwall, The second-person
standpoint: morality, respect, and accountability (Cambridge, MA: Harvard
University Press, 2006).
[42]) Ibid., 3.
[43]) Ibid., 3.
[44]) Stephen Darwall, “Bipolar
obligation”, en Oxford Studies in Metaethics, Volume 7, ed. Russ
Shafer-Landau (Oxford: Oxford University Press, 2012), 334-358; 334-335.
[45]) Ibid., 338.
[46]) Ibid., 335.
[47]) Darwall, The
second-person standpoint, 35.
[48]) Ibid., 8.
[49]) Darwall, “Bipolar obligation”, 341-342.
[50]) Ibid., 355.
[51]) Douglas Lavin, “Other wills:
the second person perspective in ethics”, Philosophical Explorations 17
(2014): 279-288; 280.
[52]) Ibid., 284.
[53]) Darwall, “Bipolar obligation”, 337.
[54]) Darwall, The
second-person standpoint, 49.
[55]) Haidt, “The emotional dog and its rational tail”.
[56])
Quedaría por examinar el tipo de obligaciones morales que tendría un sujeto
racional hacia otros sujetos sensitivos, pero no racionales, como los animales.
Allí no cabría hablar propiamente de una perspectiva de segunda persona, pero
sí probablemente de alguna clase de obligación unilateral, ya que el ser
racional es consciente de normas morales y de su obligación respecto de ellas.
No sería una obligación bipolar pero sí del tipo per se. Otros sujetos
racionales podrían exigirle una rendición de cuentas, y él a los otros, pero no
el ‘objeto’ de su acción moral, el animal.
[57])
Esta publicación ha sido en parte posible gracias a un subsidio de la
John Templeton Foundation. Las opiniones expresadas en esta
publicación son de los autores y no necesariamente reflejan las de la
John Templeton Foundation. This publication was partly made possible
through the support of a grant from the John Templeton Foundation.
The opinions expressed in this publication are those of the authors and do not
necessarily reflect the views of the John Templeton Foundation.