Philosophia 81/2 I 2021 I pp. 73 a 99
CC BY-NC-SA 3.0 I ISSN
0328-9672 (impresa) I ISSN 2313-9528 (en línea) |
OBSERVACIONES
ACERCA DE LA COMPATIBILIDAD ENTRE LA
FILOSOFÍA SUARISTA Y LA LÓGICA ALÉTICA
Observations
on the compatibility between the
Suarezian Philosophy and the Alethic Logic
Fabrizio RENZI
Universidad Católica San Pablo (Perú)
Palabras
clave: lógica,
esencia, ser, principio.
Abstract: Livi's alethic logic is compatible with
Suárez's philosophy. First, the Suarezian thesis that the verb “sum” of
a proposition includes in itself its own participle does not represent a denial
of the Livian thesis that existential judgments logically precede attributive
judgments. Second, Livi and Suárez have the same conception about the
scientific status of metaphysics. Finally, both the Italian philosopher and the
Spanish metaphysician maintain that the first principles can acquire a
cognitive significance only if they are related to what is manifested in
experience.
1. La interpretación gilsoniana de la
filosofía suarista
Étienne Gilson, al comentar la distinción —establecida por
Suárez en la segunda de las Disputaciones metafísicas— entre el ente
como nombre y el ente como participio, destaca:
Propone Suárez […] la distinción entre ens como
participio presente y ens como nombre. Suárez comprueba en efecto a su
vez el carácter anfibológico de este término. Ens, dice, viene de sum,
lo mismo que existens viene de existo. Cierto; pero, añade
Suárez, sum es un verbo que significa siempre la existencia actual, y
del que se puede decir que incluye siempre su propio participio presente. Sum
quiere decir: sum ens, y quidam est significa realmente: quidam
est ens. Capital decisión. Trátase, en efecto, de saber si todo juicio, aun
el juicio de existencia, es un juicio de atribución.[1]
Según Suárez, el verbo “sum” de una proposición incluye
en sí mismo su propio participio, como p. ej. “Adán es”. Por lo tanto, según
él, cada proposición indical —esto es, la que indica la existencia del sujeto—
se puede resolver en el mismo participio del verbo “ser”.[2]
De esta manera, se podría suponer que el pensador de Granada otorga prioridad
lógica a los juicios atributivos en lugar de los existenciales. Esta es una
observación relevante para nuestros propósitos, dado que la lógica alética (o
veritativa)[3] establece que son los
juicios existenciales los que preceden lógicamente a los juicios atributivos, y
no al revés. Antonio Livi, el padre de dicha lógica, al retomar la doctrina de
su maestro Gilson, afirma:
Según Gilson, no hay duda: el conocimiento, en su estado
formalizado, consiste en un juicio, y esta característica es tanto más radical
cuanto más elemental e inmediato es el conocimiento, es decir, cuanto más directamente
nos referimos a la experiencia, donde inicial y fundamentalmente se captura la
existencia de los entes. La metafísica del actus essendi y la
gnoseología convergen en la tesis de que en todo juicio verdadero, la verdad
afirmada se fundamenta en última instancia en el ser en acto, más allá de la
esencia.[4]
La lógica alética parece incompatible con la filosofía de
Suárez. Este último parece un esencialista, es decir, un pensador convencido de
que la verdad de cada juicio descansa, en última instancia, no en el ser, sino
en la esencia. El punto es que, según Livi, toda forma de conocimiento, incluso
el conocimiento filosófico, se fundamenta en juicios que “no tienen otro
contenido semántico sino la ‘presencia’ de los entes que constituyen la realidad”,[5] y no en juicios que se
pueden expresar en proposiciones en las que el verbo “ser” se une al predicado
principal para conectarlo con el sujeto. Dicho de otro modo, la metafísica
suarista parece representar una negación del valor epistémico de ese nivel cognitivo
constituido por las evidencias del sentido común, dado que, según la lógica
alética, este nivel cognitivo está formado precisamente por un conjunto de
juicios existenciales.[6]
A pesar de lo dicho anteriormente, cabe señalar que en las Disputaciones
metafísicas hay pasajes que contradicen la tesis de que la proposición
indical se puede resolver en el mismo participio del verbo “ser”. En dicha
obra, de hecho, hay declaraciones que nos llevan a sostener que Suárez no
subordina lógicamente los juicios existenciales a los juicios atributivos. El
pensador de Granada escribe:
No siempre las cosas que vienen a la mente más
fácilmente por la simple aprehensión se conocen y penetran asimismo más
fácilmente. Porque, ¿qué cosa captamos más fácilmente que el tiempo, el
movimiento, etc.? Y ¿qué conocimiento exacto, en cambio, es más difícil de
lograr, tanto en su razón formal o entidad, cuanto en sus propiedades? Así,
pues, las cosas más universales se dicen que son más conocidas para nosotros en
su simple e imperfecta aprehensión, por así decirlo, en cuanto a su existencia.
Porque ¿quién hay que no conozca más fácilmente que esto es un árbol, no un
peral o una higuera? Para estos conceptos más universales, confusos e
imperfectos, necesitamos de menos cosas, y por ello los formamos más
fácilmente. Sin embargo, cuando andamos detrás de su conocimiento exacto,
aumenta la dificultad, ya que, como dijo Aristóteles, están más alejados de los
sentidos.[7]
En primer lugar, nótese que Suárez reconduce la simple
aprehensión, es decir, la operación con la que captamos la esencia de las
cosas, a la cuestión de la existencia. Esto significa que, según él, la llamada
primera operación del intelecto está lógicamente subordinada al juicio
existencial, ya que la pregunta “an est?” no puede resolverse mediante
la formación de un contenido conceptual (de por sí indiferente a la
existencia), sino solo mediante la formulación de un juicio con el que
simplemente indicamos la presencia de algo. Se trata de una observación
relevante. La tesis de que el juicio existencial precede lógicamente a la
simple aprehensión es fundamental para la lógica alética. De hecho, es esta
tesis la que permite a Livi decir que la primera evidencia del sentido común es
la que concierne a la existencia de un mundo de cosas en movimiento.[8] Dicho esto, nótese, en
segundo lugar, que Suárez —como veremos más adelante— establece el principio de
que la cuestión de la existencia sigue a la de la esencia. Esto significa que,
para el Doctor Eximius, los juicios atributivos presuponen los
existenciales. Con respecto a este último punto, el propio Livi dice:
De acuerdo con el principio escolástico citado
[...] (“quaestio quid sit sequitur ad quaestionem an est”), sobre todo
puede considerarse incontrovertible o indudable un juicio de existencia
con respecto a algo [...], y después eventualmente un juicio de atribución que
define la verdadera esencia de esa cosa.[9]
El hecho de que el juicio existencial preceda lógicamente a la
simple aprehensión no lleva a Suárez ni a Livi a sostener la tesis de que no se
comprende la esencia de las cosas a través de este juicio. Mientras que el
pensador de Granada, en el pasaje mencionado, sigue vinculando la cuestión de
la existencia con la mera aprehensión, el filósofo italiano admite que la “persuasión
perceptiva de la existencia de las cosas nos es dada junto con la percepción
del contenido nocional”.[10] Dicho de otro modo, los dos
filósofos aquí considerados, no aceptan una separación radical entre denotación
y connotación.[11] Por lo tanto, es necesario
distinguir entre la esencia captada mediante los juicios existenciales y la
esencia captada mediante los juicios atributivos. La primera se conoce de
manera imperfecta y aproximadamente en virtud de pocas notas, mientras que la
segunda se conoce perfectamente en su razón formal o entidad exacta.[12]
La afirmación de
que Suárez subordina los juicios existenciales a los atributivos no denota un
principio que tenga un alcance general en las Disputaciones metafísicas.
De hecho, hay que tener en cuenta que la tesis suarista de que el verbo “ser”
de una proposición indical incluye en sí mismo su propio participio está
contextualmente ligada a la distinción entre el ente que siempre implica una
significación de tiempo y el ente que, en cambio, es desligado de cualquier
referencia temporal. Suárez escribe:
La primera
significación está fundada en la propiedad y rigor del verbo ser el
cual, tomado en absoluto, significa el ser actual o existencia; por esto mismo
dicen también los dialécticos que en la proposición de segundo adyacente el
verbo es no puede nunca desvincularse del tiempo.[13]
El ente, en la medida en que implica una significación de
tiempo, es en sentido estricto el que cumple la función de conectar el
predicado principal con el sujeto de la proposición. Propiamente hablando, es
el ente que cumple la función de cópula el que nunca puede ser desligado de una
determinada referencia de tiempo. El mismo Tomás de Aquino escribe:
Por lo tanto [Aristóteles] dice que este verbo
“es” co-significa la composición, porque no la significa de una manera
principal, sino de una manera derivada (ex consecuenti). Significa, en
primer lugar, lo que cae en el intelecto en la forma absoluta de la actualidad,
ya que “es”, simplemente dicho, significa ser en acto; y por lo tanto significa
verbalmente. En realidad, la actualidad, que principalmente significa este
verbo “es”, es la actualidad común de cada forma, tanto sustancial como
accidental, y por lo tanto, cuando queremos decir que alguna forma o acto
actualmente informa algún sujeto, lo hacemos por medio de este verbo “es”,
tanto de manera simple como relativa: de una manera simple de acuerdo con el
tiempo presente, relativamente de acuerdo con los otros tiempos. Y así pues,
este verbo “es” significa la composición de una manera derivada (ex
consecuenti).[14]
En primer lugar, considérese que Tomás de Aquino se refiere
abiertamente a las diferentes determinaciones temporales del verbo “ser”
mediante el cual queremos significar la inherencia actual entre una forma o
acto (tanto sustancial como accidental) y un sujeto. El Aquinate habla del
tiempo presente y otros tiempos en referencia a los juicios atributivos, no a
los existenciales.[15] En segundo lugar, nótese
que Súarez retoma la afirmación tomista de que el verbo “ser” significa, en
primer lugar, lo que cae en el intelecto absolutamente como actualidad.
Incluso el pensador de Granada está dispuesto a admitir —como aparece
claramente en el pasaje anterior— que el verbo “ser”, absolutamente dicho,
significa el ser en acto. En el fondo, la forma en que el Doctor Eximius
entiende el verbo “sum”, sigue encajando en un marco doctrinal que se
remonta a la filosofía tomista.[16] El Doctor Eximius no
difiere tanto de la tradición tomista al sostener que “quidam est”
significa “quidam est ens”, visto que el Doctor Communis afirma
que la actualidad es comúnmente la “actualitas omnis formae”. Además,
para entender la cuestión es muy relevante la misma manera en que Gilson
interpreta en general a Suárez. El maestro de Livi escribe:
Puédese uno preguntar particularmente si acaso
la esencialización del ser a la que acabamos de asistir, no tuvo como efecto
provocar la ruptura de la filosofía primera, y, al disociar la teología
natural, ciencia del Ser en cuanto Ser, de una filosofía primera afianzada en
la noción abstracta del ser en cuanto ser, de liberar o crear una ontología
pura de todo compromiso con el ser actualmente existente. Francisco Suárez no
fue personalmente tan lejos, pero no dejo de entrar por este camino, y su
influencia es grande en el movimiento que debía conducir a esta disociación
final.[17]
Las palabras de Gilson no siempre se han entendido
perfectamente en el pasado. Pienso, en particular, en José Pereira, quien,
creyendo que el filósofo francés acusa a Suárez de ser un esencialista, llega a
calificar la interpretación gilsoniana de la teoría suarista del ser como un
ejemplo casi paradigmático de falsificación[18].
En realidad, el pasaje que acabamos de citar, nuestra que Gilson no
malinterpreta las reflexiones del pensador de Granada. El maestro de Livi, de
hecho, se preocupa por precisar que Suárez no llega al punto de liberar la
ontología de cualquier vínculo con el ser que existe actualmente. Según el
filósofo francés, el Doctor Eximius, a pesar de haber jugado un papel
decisivo en ese proceso histórico que condujo a esencializar el ser, no ha sido
un filósofo completamente esencialista. Desde este punto de vista, las
consideraciones de Óscar Barroso Fernández son extremadamente relevantes. Este
último escribe:
Es curiosa la reacción que Gilson provocó en el suarismo como
intento de salvar a Suárez de los errores del esencialismo si tenemos en cuenta
que, en realidad, no acusó a Suárez de esencialista, sino de ser el cauce para
la filosofía esencialista. […] Gilson acusa a Suárez de ser, más bien,
potencialmente esencialista.[19]
Estas palabras merecen gran atención, visto que el análisis
gilsoniano de la metafísica suarista se ha convertido en una escuela. Varios
estudiosos, colocándose dentro del filón interpretativo que dio origen el estudio
de Gilson, han acabado por etiquetar a Suárez como un autor que inauguró el
enfoque esencialista del pensamiento moderno.[20]
2. La esencia real y el acto de ser
Vale la pena resaltar dos tesis suaristas: la afirmación de que
el intelecto humano tiene la capacidad de concebir el ente de una manera
abstracta y precisa en el más alto grado y la afirmación de que el ente es
lo que el intelecto humano primero concibe.[21]
Son dos tesis que parecen ser incompatibles con lo dicho anteriormente sobre la
prioridad del juicio existencial sobre la simple aprehensión, especialmente
teniendo en cuenta que el ente del que habla aquí Suárez es, en última
instancia, el ente como nombre, es decir, aquello que significa lo que posee
una esencia real y que prescinde de la existencia en acto.[22]
Livi subraya:
Debemos suponer que el [...] primer objeto del
conocimiento intelectual se refiere al saber las cosas como están en acto;
ahora, sin embargo, este objeto específico no puede corresponder a una
abstracción simple según la esencia (una intuición confusa del “ser” a nivel de
la simplex apprehensio, que luego se usaría para afirmar el “esse”
en el juicio): debe ser más bien una aprehensión sintética según el acto de ser
de las cosas.[23]
El hecho de que el ente como nombre sea fruto de una
abstracción simple según la esencia no es manifestación de una incompatibilidad
entre la metafísica suarista y la lógica alética. En primer lugar, cabe señalar
que, según el pensador de Granada, el significado del término “ente” con el que
indicamos lo que posee una esencia real es un significado trasladado del
significado con el que indicamos lo que posee un ser actual.[24] Según Suárez, es este
segundo significado el que se ha utilizado en primera instancia. Por lo tanto,
el ente como nombre, aunque es un concepto en el que todos los demás conceptos
se resuelven, no tiene una prioridad absoluta desde el punto de vista del orden
de adquisición de nuestro conocimiento. El ente captado abstrayendo de la
existencia actual constituye el primero de los conceptos, pero no es el primer
objeto del intelecto humano. Además, el Doctor Eximius escribe:
La palabra ser, por su imposición propia
y originaria, tiene una significación común a todos los entes, según es
evidente no sólo por el uso común y aprehensión de dicha palabra, sino también
por el significado formal o cuasi formal de la misma, que es la existencia,
común por sí misma e intrínseca a todos los entes reales.[25]
El esse, en su significado formal o casi formal, se
identifica con el acto de ser, y a su vez el acto de ser
constituye el fundamento de la conveniencia de todas las cosas expresamente
significada por el concepto de ser.[26]
De ahí la compatibilidad entre la metafísica de Suárez y la afirmación liviana
de que el primer objeto del intelecto humano corresponde a la aprehensión
sintética según el acto de ser de las cosas. En mi opinión, esta última
afirmación está implicada por la tesis suarista de que el esse es intrínseco
a todos los entes reales.
La incompatibilidad (aparente) que se acaba de señalar entre
Livi y Suárez se explica únicamente por los diferentes objetivos que los dos
pensadores persiguen dentro de sus respectivos proyectos filosóficos. El
filósofo italiano se preocupa por resaltar lo que todos los hombres conocen de
manera originaria, es decir, el sentido común tomado en su significado
epistémico, mientras que el pensador de Granada se preocupa por determinar todo
lo que forma parte del objeto propio de la metafísica, que es un objeto de
conocimiento que eventualmente solo algunos sujetos pueden aprender en virtud
de la capacidad de abstracción del intelecto humano. Como el propio Livi
reconoce, aunque el sentido común y la metafísica coinciden en cuanto a la sustancia
o materia, que en ambos casos es la totalidad de la experiencia, el modo
en que el metafísico considera la totalidad en cuestión es diferente del modo
en que la misma totalidad es aprendida por todos.[27]
En este sentido, significativas son las palabras de Suárez, quien afirma:
Ente, incluso tomándolo como el ente real —en este sentido
hablamos ahora— no solo se atribuye a las cosas existentes, sino también a las
naturalezas reales consideradas en sí mismas, existan o no: es el sentido en
que la metafísica considera al ente, el cual de este modo se divide en diez
predicamentos.[28]
La posibilidad de que el concepto de ser como nombre puede
atribuirse no solo a las cosas que existen actualmente, sino también a las
naturalezas reales consideradas en sí mismas, permite a la metafísica adquirir
su perspectiva específica, que, como cualquier otra ciencia, solo puede ser
universal. En paralelo, es en virtud del concepto de ente como nombre que la
metafísica puede satisfacer el requisito representado por la necesidad.[29] El punto es que Livi
también reconoce que el conocimiento científico debe satisfacer los requisitos
epistemológicos antes mencionados. El filósofo italiano escribe:
La filosofía, como cualquier ciencia, está
limitada por necesidad a los aspectos universales y abstractos de la realidad,
debido a que de individuo non est scientia. Aunque los intentos de una
filosofía de lo concreto, de la existencia, de la historia, de la experiencia
subjetiva, del yo, etc., se han repetido a lo largo de los siglos (y
especialmente después de la propuesta idealista y la reacción de Kierkegaard),
la filosofía debe observar que, como tal, está inexorablemente confinada a lo
abstracto: lo abstracto es su sabiduría [...] y su límite.[30]
Tanto Livi como Suárez, al sostener que las ciencias deben
satisfacer los dos requisitos de la universalidad y la necesidad, no hacen más
que ubicarse dentro de la misma tradición, la aristotélica. Como es bien
sabido, es el Estagirita quien ha establecido los requisitos epistemológicos en
cuestión en los Analíticos Posteriores.[31]
El hecho de que Livi y Suárez tengan la misma concepción sobre
el estatuto científico de la metafísica también se explica haciendo referencia
a la concepción hegeliana del estatuto epistemológico de la metafísica. Livi
subraya que Hegel es el filósofo que inaugura esa forma de pensar que, en nombre
de una (falsa) necesidad de “concreción”, niega el valor positivo que posee la
“abstracción” en el campo del conocimiento humano. El idealismo absoluto
—destaca el filósofo italiano— asume, por primera vez, una actitud retórica en
relación con la vinculación epistemológica entre lo “concreto” y lo
“abstracto”.[32] Esta es una consideración
histórica que no se debe pasar por alto aquí. En efecto, podemos preguntarnos:
¿con respecto a qué tradición de pensamiento la epistemología de Hegel es
innovadora? ¿Contra quién, de hecho, se pone el filósofo alemán en calificar
erróneamente la abstracción como algo negativo y la concreción como algo
positivo? Valerio Rocco Lozano destaca:
Debido a que “la filosofía es su tiempo
aprehendido en pensamiento”, Hegel solo puede condenar la degradación de la
existencia por parte del escolasticismo suarista. De hecho, algunas críticas
dirigidas a los escolásticos por su pensamiento abstracto, independientemente
de los objetos reales, deben leerse como revueltas contra el Doctor Eximius.[33]
Hegel puede introducir un mal uso de los términos “abstracción”
y “concreción” precisamente en la medida en que toma distancia de la
Escolástica, sobre todo de la suarista. El filósofo alemán, al criticar a los
escolásticos por haber establecido determinaciones intelectuales inadecuadas,
alude en particular a esas determinaciones abstractas que se obtienen a través
de “precisiones” y “distinciones”.[34]
Es evidente que Hegel se refiere en primera instancia al Doctor Eximius
y a su tesis fundamental de que el objeto adecuado de la metafísica, que es el
concepto objetivo de ser, es “secundum rationem praecisus ab omnis
particularibus”.[35] Por lo tanto, podemos
suponer que tanto filosofía liviana como la suarista son incompatibles con la
concepción hegeliana por la misma e idéntica razón epistemológica. Para ambas,
la metafísica no debe considerar los aspectos particulares de la realidad. Solo
de esta manera es posible, siempre tanto para Livi como para Suárez, respetar
el estatuto científico que corresponde a la ciencia en cuestión.
Los requisitos epistemológicos que la metafísica debe
satisfacer parecen, en todo caso, implicar un problema, al menos en el caso en
que se decida aceptar la solución especulativa del Doctor Eximius.
Podemos entender dicho problema a partir de lo que subraya Livi:
La metafísica [...] no es más que el estudio de la
experiencia a la luz de la noción universal de “ser”. Sin embargo, hay que
señalar que todo este estudio lleva a problematizar las cosas del mundo desde
el punto de vista de su existencia.[36]
Se podría sostener que la metafísica no puede problematizar las
cosas del mundo desde el punto de vista de su existencia, visto que su
perspectiva específica puede obtenerse precisamente abstrayendo de la
existencia. La tesis suarista de que el objeto adecuado de la metafísica es
la esencia real, es decir, lo que simplemente es apto para existir realmente,[37] no parece dejar espacio
para una investigación capaz de proporcionar, en palabras de Livi, una
“justificación del ser de los entes”.[38]
No es de extrañar que algunos estudiosos critiquen a Suárez. La definición del
ser real de la esencia proporcionada en términos negativos por el pensador de
Granada, es decir, la tesis de que una esencia real no debe implicar
contradicción en sí misma,[39] lleva a algunos pensadores
a enfatizar la naturaleza meramente lógica del objeto adecuado de la metafísica
suarista.[40] De todas forma, a pesar de
la convergencia de varios estudios sobre este punto, no se puede concebir la
esencia real o, en otras palabras, la aptitud para existir de la que
habla Suárez como un mera no-imposibilidad lógica. Hay que interpretar
correctamente la tesis suarista de que la esencia de las criaturas, aunque
puede abstraerse de la existencia, no puede abstraer del orden al existir.[41] Juan Roig Gironella escribe
sobre cómo debe entenderse la aptitud para existir en la filosofía del Doctor
Eximius:
Como con mucha frecuencia ha sido mal interpretado, es
precíso decir y repetir, que esta noción no prescinde de la existencia o
actualidad o perfección: sólo prescinde de decir de qué manera se representa
esta existencia.[42]
También es relevante la interpretación de Marco Sgarbi, el cual
se preocupa por distinguir entre la metafísica suarista y la wolffiana: en el
pensador de Granada la esencia definida como lo que no implica ninguna
contradicción implica directamente la existencia y no debe equipararse con lo
que es simplemente incontradictorio (como, precisamente, en Wolff), ya que,
como lo dice expresamente el pensador de Granada, dicha esencia es posible solo
en relación con la omnipotencia de Dios.[43]
La tesis de que la esencia real no es una mera no-imposibilidad
lógica requiere que la esencia en cuestión se defina no solo mediante una
negación, sino también mediante una afirmación. Además de la definición
negativa según la cual es real la esencia que no implica contradicción, Suárez
también proporciona la definición positiva según la cual es real la esencia que
realmente puede ser producida por Dios y constituirse en el ser de un ente en
acto.[44] De ahí la necesidad de
sostener que la filosofía del Doctor Eximius, se configura como una
metafísica del acto de ser que presupone la experiencia original, es
decir, el sentido común. La tesis suarista de que lo que no implica
contradicción es posible no en términos absolutos (como mera esencia lógica o
idea) sino solo en relación con la omnipotencia de Dios (como esencia real)
representa una elaboración filosófica de lo que todo hombre conoce de manera
originaria. Livi escribe:
Muchas evidencias, entre las cuales las primarias y
fundamentales son las que constituyen el sentido común, no tienen la
característica de una incontrovertibilidad racional abstracta, ya que
manifiestan la contingencia de las situaciones de hecho: sin embargo, su
certeza es absoluta, hasta tal punto que es imposible pensar lo contrario.
Hacer de la incontrovertibilidad racional el único criterio de verdad es dar
consistencia epistémica solo a aquellas que Leibniz llamaba las “verdades de la
razón”, en contraposición a las “verdades de hecho”.[45]
La definición suarista de la esencia real no es expresión de
una “verdad de la razón” válida solo en virtud del principio de no
contradicción, ya que la esencia que realmente puede ser producida por Dios y
constituirse en el ser de un ente en acto, expresa a nivel teórico la “verdad
de hecho” concerniente a las cosas contingentes del mundo. La metafísica de
Suárez, al igual que la lógica alética, respeta la contingencia de las
situaciones de hecho.[46] La noción de la esencia
como una aptitud para existir, no hace más que explicitar en términos
científicos la imposibilidad de pensar lo contrario de lo que se piensa a nivel
del sentido común. Y no solo eso. Refiriéndose a la forma en que el ente cae
bajo la consideración de la ciencia metafísica, dice el Doctor Eximius:
Aunque el ente tomado en abstracto y como conceptualmente
distinto sea menos perfecto que los grados inferiores que incluyen al mismo
ente y a otras cosas; sin embargo, el ente absolutamente considerado, o el
existir mismo, concebido como realizado con tanta perfección cuanta puede tener
en el concepto de existencia, es algo perfectísimo. Por tanto, esta ciencia,
aunque por una parte considera la razón de ente precisa y abstracta, no se
detiene en ella, sino que considera todas la perfeciones de entidad que en la
realidad misma puede tener el ente.[47]
La metafísica de Suárez, aunque estudie la experiencia bajo el
concepto universal de “ser”, llega a problematizar las cosas del mundo desde el
punto de vista de su existencia. En otras palabras, la interpretación según la
cual la esencia o aptitud para existir no prescinde de la actualidad (o
la perfección), sino solo del expresar de qué manera se representa esta
actualidad, explica por qué la metafísica suarista no se detiene en la razón abstracta
y precisa del ser, sino que procede a considerar todas las perfecciones de la
existencia que las cosas pueden poseer en la misma realidad, hasta llegar al
ente más perfecto de todos.[48]
3. El conocimiento pre-científico y la crítica filosófica
Suárez admite la necesidad de llevar a cabo la cuestión de qué
es el ente en cuanto ente, y esto sobre la base de dos consideraciones: 1) el
hecho de que el ente sea es de por sí tan claro que no requiere demostración
alguna; 2) inmediatamente después de la cuestión de su existencia surge la de
su esencia.[49] Angelo Gnemmi comenta:
La inmediatez del ser, el hecho de que el ser se dé y se
ejerza en el conocimiento, no quita la carga de una mayor atención teórica: una
cosa es el acto intencional, otra es la conciencia crítica y
científica a su alrededor. Una cosa es la toma de hecho, otra la toma
con valor o comprensión teórica.[50]
Según Suárez, la crítica filosófica tiene como condición lógica
de posibilidad el hecho de que el ente es dado, o, para expresarnos más en línea
con lo que ha surgido previamente del análisis de las Disputaciones
metafísicas, que se dan las muchas cosas del mundo. Por lo tanto, el
pensador de Granada se muestra consciente tanto del hecho de que existe un
conocimiento inmediato, precientífico, claramente distinto del mediado por la
reflexión teórica, como del hecho de que esta segunda forma de conocimiento
debe tener la primera como presuposición necesaria. Es una conciencia
fundamental. Sin ella, no sería posible comprender en qué consiste el conocimiento
científico. Livi escribe:
El conocimiento científico (incluida la metafísica misma como
ciencia) puede considerarse [...] una especie de reflexión. De hecho, la
ciencia también es un conocimiento segundo que se aplica a los
conocimientos primeros [...]. Por lo tanto, la ciencia no puede dejar de
presuponer la existencia y el valor cognitivo de un conocimiento inmediato que
le proporciona la materia misma (la “res”) sobre la cual operar la
mediación. El conocimiento primero asumido por la ciencia constituye el “dado”
que hace posible [...] el “problema”.[51]
Descartes, al no distinguir entre la toma de hecho
(conocimiento inmediato) y la toma teórica (conocimiento mediado), acaba
por tener la pretensión de demostrar científicamente lo que no requiere ninguna
demostración. Pretender proporcionar una demostración de la existencia del
mundo significa perder de vista el significado mismo del conocimiento
científico. Además, nótese que esta falta de conciencia es seguida por otra.
Descartes, movido por la necesidad de demostrar que el ente es (“res sunt”),
acaba por atribuir un valor lógico-metafísico al principio de causalidad. Como
Livi señala al hilo de su maestro Gilson, dicho principio, solo si se compara
con los trascendentales, puede usarse —como lo hace Descartes— como una
categoría lógica para demostrar la existencia del mundo. El problema es que la
causalidad no es una propiedad trascendental del ente en cuanto ente, no es un
principio ontológico, sino un hecho que pertenece a las evidencias empíricas[52]. En palabras del Doctor
Eximius, la virtud causativa o la causalidad misma o la relación que deriva
de ella no constituye el objeto adecuado de la metafísica, ya que son solo
modos de entes (“modi entium”) que, como tales, no agotan en sí toda la
extensión del ente (“totam latitudinem entis”).[53]
La pretensión de demostrar, mediante una reflexión crítica, la
existencia del mundo o el contenido de la primera certeza del sentido común,
conduce a la construcción de un sistema filosófico desprovisto de presupuestos
cognitivos y, por lo tanto, cerrado en sí mismo. A este respecto, la metafísica
cartesiana se parece a la hegeliana. Hegel, de hecho, creyendo que el
pensamiento puede conferirse a sí mismo su propio objeto, elabora una filosofía
como conocimiento incondicional y autorreferencial. Como recuerda Livi, la
filosofía hegeliana, al seguir el enfoque metodológico de Descartes, se
configura como una filosofía racionalista que pretende comenzar por sí misma[54]. Livi también escribe:
Un sistema [...] puede ser “autorreferencial” o “abierto”: el
sistema autorreferencial es un conjunto orgánico de juicios que pretenden estar
cerrados en sí mismos, negando cualquier presupuesto y presuposición, cualquier
límite y limitación; un conjunto de juicios de tipo diferente, un conjunto, es
decir, abierto, es la filosofía que se entiende a sí misma como una reflexión
crítica sobre lo dado o sobre la experiencia en general.[55]
En Hegel “no hay lugar para lo que escapa a la mediación
racional”,[56] mientras que en Livi, así
como en Suárez, la mediación racional es una forma de conocimiento no
integral que necesariamente debe encontrar una base fuera de sí misma. En
este sentido, es relevante la relación de dependencia que existe entre la
ciencia metafísica y los primeros principios, como el principio de no
contradicción. Tanto Livi como Suárez admiten la anterioridad epistémica de los
primeros principios con respecto al conocimiento científico. En lo que
respecta, por ejemplo, al pensador de Granada, significativa es la primera de
las Disputaciones metafísicas. Aquí, el Doctor Eximius, después
de haber enfatizado que los primeros principios son conocidos por sí mismos
naturalmente y sin argumentación, y que, por esta razón, son distintos de la
metafísica, dado que esta forma de conocimiento, siendo de naturaleza
científica, se refiere a proposiciones mediadas (“propositiones mediatas”),[57] escribe:
No parece que pueda negarse que el conocimiento de los
principios en que se basa esta ciencia sea simplemente más cierto que ella
misma, puesto que depende de él como de causa propia y de un orden diferente y
más elevado en el modo de asentir. Ni importa que la metafísica reflexione
sobre sus principios para demostrarlos, porque siempre será preciso por su
propio modo de ser, que preceda mediante el racioncinio, y se base en los
primeros principios que toma como más ciertos y conocidos, pues no hay que
decir que un mismo hábito adquirido da su asentimiento con racioncinio y sin
él.[58]
Cabe señalar, en primer lugar, que la metafísica no demuestra
los primeros principios en sentido estricto, ya que simplemente los confirma y
defiende.[59] En este sentido, hay que
tener en cuenta que la suprema de las ciencias no aumenta la certeza o
intensidad del asentimiento obtenido con el hábito de los principios, sino que
proporciona, con referencia a su objeto o materia, una nueva modalidad
de asentimiento mediante un acto distinto.[60]
Como dice Livi, la metafísica no puede establecer o crear los primeros
principios, sino solo reconocer su incontrovertibilidad.[61]
En segundo lugar, y como consecuencia de lo que se acaba de decir, nótese que
el conocimiento inmediato de los primeros principios constituye un nivel
cognitivo dotado de mayor certeza que el que se puede obtener con la
metafísica. Entre los dos tipos de conocimiento hay “una diferencia
cualitativa”.[62] Desde el punto de vista de
la evidencia, el conocimiento inmediato es de mayor rango que el
conocimiento científico.[63]
Para concluir, quisiera destacar que la tesis de que la misma
metafísica se basa en los primeros principios no debe llevarnos a atribuir a
dichos principios una primacía absoluta desde el punto de vista del orden de
nuestro conocimiento. Los primeros principios, aunque son la causa de la
ciencia suprema, no representan el punto de partida absoluto del conocimiento.
Livi destaca que la prioridad de los principios en cuestión se refiere al
“orden lógico-universal (o lógico-normativo)”, pero no al “orden
concreto-existencial (o existencial-empírico)”. En este último orden, la
primacía absoluta pertenece a las certezas del sentido común, la primera de las
cuales es la evidencia “res sunt”.[64]
El punto es que los primeros principios no tienen ningún contenido.[65] En otras palabras, estos
principios tomados por sí solos no permiten conoce nada, ya que representan
simplemente reglas lógico-formales que pueden cumplir su función normativa en
el campo del conocimiento solo en presencia de datos realmente dotados de un
contenido concreto. De ahí la necesidad de situar los primeros principios
dentro del sentido común. Los principios en cuestión pueden adquirir una
significación propiamente cognitiva y, al mismo tiempo, fundacional solo si
están relacionados con lo que se manifiesta originalmente en la experiencia.
Livi escribe:
El valor del sentido común, tal como lo entiendo, radica en
ser un sistema orgánico de certezas primarias, donde los primeros principios
(reconocidos como fundacional y no demostrables ya por la filosofía clásica, en
particular por Aristóteles) están íntimamente relacionados con la experiencia.[66]
Este pasaje nos permite apreciar la compatibilidad doctrinal
entre la filosofía de Livi y la de Suárez. Para ambos, de hecho, los primeros
principios no tienen un valor autónomo. Escribe, de manera similar a lo que
sostiene sobre la esencia real o aptitud para existir, el pensador de
Granada:
Los primeros principios comunes a los seres creados reales y
verdaderos, a pesar de que en su conexión necesaria prescinden del tiempo y de
la existencia actual, no prescinden del orden a la existencia, a saber, puesto
que con tal relación pueden existir, y, sin ella, no.[67]
El Doctor Eximius afirma que el conocimiento de los
principios más generales, como por ejemplo “cualquier cosa es o no es”,
requiere necesariamente el conocimiento sensible.[68]
Además, establece un vínculo estrecho entre el mismo conocimiento sensible y
esa parte de la metafísica que se ocupa de estos principios. Dado que el saber
humano —sostiene el pensador de Granada al hilo de Aristóteles— recibe certeza
a través del sentido, se debe suponer que la metafísica (sabiduría) es la más
cierta de todas las demás ciencias exclusivamente en esa parte en la que trata
los primeros principios (así como el ente y sus propiedades). Sin embargo, esa
parte de dicha ciencia que estudia los entes inmateriales —sigue sosteniendo el
Doctor Eximius— no se considera en absoluto la más cierta, dado que el
conocimiento de las cosas, cuanto más lejos está del sentido, tanto menos
cierto es.[69] Ahora bien, a la luz de
estas observaciones y de la tesis suarista de que del asentimiento obtenido con
el hábito de los principios es materialmente el mismo que el
asentimiento obtenido con la metafísica, se puede sostener que Livi y Suárez
consideran los principios en cuestión exactamente de la misma manera. En
efecto, la experiencia de la que habla el filósofo italiano en relación con los
primeros principios es un conocimiento absolutamente cierto que presenta tanto
una dimensión metafísica (en sustancia o materia) como una
sensible. Como dice el propio Livi, “es dotado del mayor grado posible de
indubitabilidad” y connota “la intuición inmediata de las dimensiones
metafísicas de los entes percibidos con los sentidos”.[70]
También podría decirse que, en la práctica, la tesis liviana de que los
principios más generales “universalizan la experiencia concreta del ser en
acto”,[71] constituyendo así un nivel
cognitivo derivado del sentido común, representa una tesis que podría usarse
para comentar las palabras de Suárez sobre la imposibilidad de abstraer los
principios en cuestión de su orden a la existencia.
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El autor es Licenciado y Doctor en
Filosofía por la Universidad de Siena. Ha sido investigador de la Fondazione
Centro Studi Campostrini de Verona y secretario general de la International
Science and Commonsense Association (ISCA). Actualmente es docente a tiempo
completo en la Universidad Católica San Pablo de Arequipa. Es especialista en
metafísica, filosofía de la religión y gnoseología, ha publicado numerosos
artículos en revistas especializadas.
Recibido: 18 de febrero de 2021.
[1]) Étienne Gilson, El Ser y la Esencia (Buenos Aires: Ediciones Desclée de Brouwer, 1965), 133-134.
[2]) Cfr. Suárez, Disputaciones
metafísicas, II.4.3.
[3]) Para un análisis de la lógica alética, véase Antonio Livi, Le leggi del pensiero. Come la
verità viene al soggetto. Introduzione alla filosofia della logica (Roma: Casa Editrice Leonardo da Vinci, 2017) y
Il sistema di Logica Aletica, eds. Fabrizio Renzi & Giovanni Covino
(Roma: Casa Editrice Leonardo da Vinci, 2020).
[4]) Antonio Livi, Metafisica e senso comune. Sullo statuto
epistemologico della filosofia prima (Roma: Casa Editrice Leonardo da
Vinci, 2007), 33. Livi, al citar explícitamente a su maestro, se refiere
a Étienne Gilson,
Introduction à la philosophie chrétienne (Paris: Vrin, 1960), 338. Los pasajes de los volúmenes que no son publicados en
español han sido traducidos por mí.
[5]) Antonio Livi, Metafisica e
senso comune, p. 27.
[6]) Por lo que se refiere a la definición del sentido común, véase,
entre otros, Antonio Livi, Filosofia del senso comune. Logica della scienze
e della fede (Roma: Casa Editrice Leonardo da Vinci, 2010), 91-92.
[7]) Suárez, Disputaciones metafísicas, I.5.17.
[8]) En otras palabras, si la operación con la que captamos
la esencia fuese lógicamente anterior a la operación con la que juzgamos sobre
la existencia, “habría niveles de pensamiento que aún no son pensamientos
de la realidad, o que ignoran el carácter real de las cosas pensadas”. Antonio
Livi, La ricerca della verità. Dal senso comune alla dialettica (Roma: Casa Editrice Leonardo da Vinci, 2005) 163.
[9]) Antonio Livi, Senso comune e
logica aletica (Roma: Casa Editrice Leonardo da Vinci, 2007), 116.
[10]) Antonio Livi, Metafisica e
senso comune, 77.
[11]) Por lo que se refiere a la imposibilidad de aceptar la
separación en cuestión, véase también Francesco Arzillo, Il Fondamento del giudizio. Una proposta
teoretica a partire dalla filosofia del senso comune di Antonio Livi (Roma:
Casa Editrice Leonardo da Vinci, 2011), 60.
[12]) La primera se
da se da a nivel del conocimiento inmediato y
precientífico, mientras que
la segunda se da a nivel del conocimiento mediado y
científico, es decir, solo después de una eventual investigación que haga uso
del razonamiento.
[13]) Suárez, Disputaciones metafísicas, II.4.3.
[14]) Tomás de Aquino, Expositio Peryermeneias, lib. 1, l. 5, n. 22.
[15]) En lo que respecta a la distinción tomista entre
juicios atributivos y existenciales, véase, en particular, Tomás de Aquino, Expositio Peryermeneias, lib. 2, l.5, n.2.
[16]) Así como Tomás de Aquino sostiene que el verbo “ser” significa una
composición (hecha con referencia a un tiempo específico y compuesta de
elementos que pueden expresarse en términos de sujeto, cópula y predicado), ya
que, aunque no la signifique principalmente, la significa en cualquier caso por
derivación, también Suárez afirma que el verbo “ser” incluye en sí mismo su propio participio, ya que el participio siempre implica
una significación de tiempo.
[17]) Étienne Gilson, El Ser y la Esencia, 132.
[18]) Cfr. José Pereira, “O integralismo existencial de Suárez:
In Calumniatorem Doctoris Eximi”, Revista filosófica de Coimbra 14 (1998): 311-312.
[19]) Óscar Barroso Fernández, “Suárez, filósofo de
encrucijada o del nacimiento de la ontología”, Pensamiento
232 (2006): 125.
[20]) Por otra parte, la convicción de que Gilson no representa al
pensador de Granada de esta manera, también se deriva del hecho de que el filósofo francés concibe la entera historia de la metafísica como historia caracterizada por la
tendencia intrínseca a constituirse como ciencia de las esencias. Según el maestro de
Livi, todo el camino del pensamiento occidental ha dejado la existencia en
segundo plano, con la única excepción representada por la metafísica de Tomás de Aquino.
Por lo tanto, según la interpretación gilsoniana, no parece correcto decir, como lo
hace Philipp W. Rosemann al hilo de Jean-Luc Marion, que Suárez representa
el final de la “ἐπιστήμη” construida por el pensamiento escolástico. Cfr. Philipp W. Rosemann, Understanding Scholastic Thought with Foucault (London: Palgrave Macmillan, 1999), 173-174.
[21]) Cfr. Suárez, Disputaciones metafísicas, II.2.14.
[22]) Cfr. Ibid., II.4.9.
[23]) Antonio Livi, La ricerca della
verità, 157.
[24]) Cfr. Suárez, Disputaciones metafísicas, II.4.9.
[25]) Suárez, Disputaciones metafísicas, II.2.24.
[26]) Cfr. Ibid. II.2.14.
[27]) Cfr. Antonio Livi, Il senso comune tra razionalismo e
scetticismo. Vico, Reid, Jacobi, Moore (Milano: Editrice Massimo, 1992),
24; Antonio Livi, Metafisica e senso
comune, 22.
[28]) Suárez, Disputaciones metafísicas, II.4.3.
[29]) Como señala John P. Doyle, todas las ciencias, para constituirse como
tales, deben necesariamente hacer
abstracción de la existencia en cuanto anexa a las
cosas singulares en el tiempo. Cfr. John P. Doyle, “Suárez on the analogy of Being”, Modern Schoolman 46
(1969): 228.
[30]) Antonio Livi, Il principio di
coerenza (Roma: Armando Editore, 1997), 154.
[31]) Cfr. Arist., An. Post., I.18.81a37-81b9.
[32]) Cfr. Antonio Livi, Metafisica e senso comune, 121-122; cfr. también Maria Adelaide Raschini, Concretezza
e astrazione (Genova: Studio editoriale di cultura, 1980).
[33]) Valerio Rocco Lozano, “L’eredità nascosta di Suárez nel sistema
hegeliano”, en Francisco Suárez and his legacy. The impact of
suárezian metaphyscs and epistemology on modern philosophy, ed. Marco Sgarbi (Milano: Vita e Pensiero,
2010), 257.
[34]) Cfr. Georg Wilhelm Friedrich Hegel, Vorlesungen
über die Geschichte der Philosophie (Berlin: DEB,1984), 90.
[35]) Suárez, Disputaciones metafísicas, II.2.15.
[36]) Antonio Livi, Metafisica e
senso comune, 59.
[37]) Cfr. Suárez, Disputaciones metafísicas, II.4.5.
[38]) Antonio Livi, Senso comune e logica aletica,
107.
[39]) Cfr. Suárez, Disputaciones metafísicas, II.4.7.
[40]) Cfr. Elisabeth M. Rompe, Die
Trennung von Ontologie und Metaphysik: Der Ablösungsprozess seine Motivierung bei Benedictus Pererius und anderen
Denkern des 16. und 17. Jahrhunderts (Bonn: Rheinische
Friedrich-Wilhelms Universität, 1968), 134 e 139; John P. Doyle, “Heidegger and the Scholastic Metaphysics”, The Modern Schoolman 49 (1972): 206.
[41]) Cfr. Suárez, Disputaciones metafísicas, I.4.22.
[42]) Juan Roig Gironella, “La
analogía del ser en Suárez”, Espíritu Cuadernos del Instituto Filosófico de Balmesiana 36 (1987): 37.
[43]) Cfr. Marco
Sgarbi, “Francisco
Suárez and Christian
Wolff”, en Francisco Suárez and his legacy.
The impact of suárezian metaphyscs and epistemology on modern philosophy, ed. Marco Sgarbi
(Milano: Vita e Pensiero, 2010), 233-234. El estudioso italiano rechaza la tesis de Jean-François Courtine de
que la esencialidad de la que
habla Suárez solo conduce a la ausencia de
contradicción (capaz de constituir ontológicamente lo
posible). Cfr. Jean-François Courtine, Suárez et le système de la métaphysique (Paris: Presses Universitaires de
France, 1990), 321; Suárez, Disputaciones metafísicas,
XXX.17.10.
[44]) Cfr. Ibid, II.4.7
[45]) Antonio Livi, “La scienza non può
falsificare il senso comune. Replica alle osservazioni di Evandro Agazzi”, en La
filosofia del senso comune al vaglio della critica, ed. Antonio Livi (Roma:
Casa Editrice Leonardo da Vinci, 2010), 68.
[46]) En última instancia, como ya hemos demostrado, el discurso
suarista presupone la primera certeza del sentido común. Cfr. Fabrizio Renzi,
“Suárez y la primera certeza del sentido común”, Philosophia 80
(2020). La certeza en cuestión es la que Livi también expresa “con la fórmula “res
sunt” (que manifiesta la ausencia de cualquier noción o juicio previo que
la preceda o la fundamente). Cfr. Antonio Livi, “Perché ogni ricerca di
un’adeguata giustificazione epistemica presuppone una coerente teoria
sistematica della verità”, en La certezza della verità. Il sistema della
logica aletica e il procedimento della giustificazione epistemica, ed.
Antonio Livi (Roma: Casa Editrice Leonardo da Vinci, 2013), 222.
[47]) Suárez, Disputaciones metafísicas, I.1.30.
[48]) El problema de la existencia de las cosas del mundo encuentra su
justificación definitiva solo en Dios, quien
es “el
fundamento de todo lo que (a nivel de evidencia) se presenta como contingente”. Antonio
Livi, Senso comune e logica aletica, 107.
[49]) Cfr. Suárez, Disputaciones metafísicas, II, prooemium.
[50]) Angelo Gnemmi, Il
Fondamento metafisico. Analisi di struttura sulle Disputationes metaphysicae»
di F. Suárez (Milano: Vita e Pensiero, 1969), 56.
[51]) Antonio Livi, Filosofia
del senso comune, 130.
[52]) Cfr. Antonio Livi, Senso comune e logica aletica,
104.
[53]) Cfr. Suárez, Disputaciones metafísicas, I.2.18.
[54]) Cfr. Antonio Livi, Metafisica e senso comune, 41.
[55]) Antonio Livi, Il principio di coerenza, 32.
[56]) Ibid., 112.
[57]) Cfr. Suárez, Disputaciones metafísicas, I.4.15.
[58]) Ibid., I.5.30.
[59]) Cfr. Ibid., I.4.15.
[60]) Cfr. Ibid., I.4.19.
[61]) Cfr. Antonio Livi, “La filosofia
del senso comune serve a dimostrare la possibilità di una metafisica non
razionalistica”, en La filosofia del senso comune al vaglio della critica,
ed. Antonio Livi (Roma: Casa Editrice Leonardo da Vinci, 2010), 29.
[62]) Antonio Livi, La ricerca della verità, 238.
[63]) Véase, entre otros, Antonio Livi, “Why the relative truth of any
scientific statement presupposes the absolute truth of common sense”, en L’istanza
critica tra senso comune e scienza, ed. Antonio Livi (Roma: Casa Editrice Leonardo da Vinci,
2013), 37.
[64]) Cfr. Antonio Livi, La ricerca della verità, 170; Antonio Livi, Senso
comune e logica aletica, 86.
[65]) Cfr. Antonio Livi, Il senso comune tra razionalismo e
scetticismo, 49.
[66]) Antonio Livi, Metafisica e
senso comune, 118.
[67]) Suárez, Disputaciones metafísicas, I.4.22.
[68]) Cfr. Ibid., I.6.27.
[69]) Cfr. Ibid., I.5.22 y 23.
[70]) Antonio Livi, La ricerca della
verità, 150 y 144.
[71]) Antonio Livi, Il principio di coerenza, 46.