2019, Segundo Semestre, vol. 54, n° 2, ISSNe 2314-1549 / ISSN 0556-5960 Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional |
DOSSIERS TEMÁTICOS
LAS DERECHAS ARGENTINAS ANTE LAS TRANSFORMACIONES SOCIO-CULTURALES DE LOS LARGOS AÑOS SESENTA: Lecturas de liberal-conservadores y nacionalistas
ARGENTINE RIGHTS BEFORE THE SOCIO-CULTURAL TRANSFORMATIONS OF THE LONG YEARS SIXTY: Readings of liberal-conservatives and nationalists
Olga Echeverría* y Martín Vicente**
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas.
Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires.
Tandil, Provincia de Buenos Aires, argentina.
oecheve@fch.unicem.edu.ar
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas.
Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires.
Tandil, Provincia de Buenos Aires, Argentina.
vicentemartin28@gmail.com
Recibido: 24-10-2018
Aceptado: 13-10-2019
RESUMEN
Las transformaciones nacionales e internacionales de la década de 1960 implicaron recepciones complejas en el universo de las derechas argentinas, en especial en dos polos ideológicos centrales: nacionalistas y liberal-conservadores, en los que se centra este artículo. Lejos de una reacción unánime ante fenómenos como las nuevas formas de participación socio-política, la renovación de las culturas juveniles o las vanguardias estéticas, entre los actores de estos idearios el interés por captar el sentido y polemizar políticamente puntos centrales del cambio socio-cultural fue central. Diversos clivajes se cruzaron en esas lecturas, por lo que atender al impacto de las transformaciones socio-culturales de los largos años sesenta permite observar distintos ejes en la relación entre las distintas expresiones derechistas en un proceso que abarcó desde la modernización posperonista abierta en 1955 hasta mediados de los años setenta.
Palabras claves: Liberal-conservadurismo; Nacionalismo; Largos años sesenta.
ABSTRACT
The national and international transformations of the 1960s involved complex receptions in the universe of the Argentine right, especially in two central ideological poles: nationalist and liberal-conservative, on which this article focuses. Far from a unanimous reaction to phenomena such as new forms of socio-political participation, the renewal of youth cultures or aesthetic avant-gardes, among the actors of these ideologies the interest to grasp the meaning and politically polemicize central points of social-cultural change was a key point. Several cleavages were crossed in these readings, so to address the impact of the socio-cultural transformations of the long sixties allows us to observe different axes in the relationship between the different rightist expressions in a process that ranged from the post-Peronist modernization opened in 1955 to mid-seventies.
Keywords: Liberal-conservatism; Nationalism; Long sixties.
Déjenlo, está llegando al éxtasis por LSD, señalaba una caricatura del quincenario liberal-conservador El Burgués en 1971. En ella se veía a un joven rocker desgreñado, abrazando un inodoro mientras en el piso giraba un tocadiscos y lo rodeaban una jeringa usada y un frasco de pastillas abierto1. Descompuesto y en medio de un ambiente tóxico, el muchacho representaba una serie de contravalores como el desalineo, el consumo de drogasy la cercanía con lo escatológico, contracara del sujeto racional burgués tal como lo presentaba y promovíala publicación. La revista dirigida por Norberto Aizcorbe, forjada en las pautas estilísticas del nuevo periodismo de los años sesenta, combinaba la apelación a la tradición liberal-conservadora con una especial atención a la renovación internacional de las derechas y una mirada detallada de la agenda política nacional e internacional con el uso de un humor ácido y agonal. La posición de El Burgués jugaba con la igualación crítica y paródica de diversas corrientes culturales donde convergían movimientos juveniles, tendencias estéticas y fenómenos artísticos, de losmods ingleses a los representantes de la Nueva Ola local, pasando por el movimiento psicodélico californiano2. A diferencia de cómoaparecía en la perspectiva propia de las derechas nacionalistas, aquí lo hacía desde una distancia irónica (un gesto burgués) que no se correspondía a los tonos beligerantes y moralistas presentes en el universo del nacionalismo3.
El humor ácido que presentaban las páginas del quincenario, su apelación a la resignificación de imágenes y un marcado gusto por la ironía lejos estaban de comprender un mero juego retórico. Para el liberal-conservadurismo argentino, en las culturas juveniles había un verdadero problema cultural, social y político, pero supeditado a la primacía de la pregunta política, manteniendo la separación de esferas políticas y culturales propia de la concepción liberal, distancia que los nacionalistas suprimían en su concepción más orgánica de lo social. La lectura central que circulaba entre los intelectuales y publicaciones del universo liberal-conservadoratendía a las transformaciones en las culturas de la juventud como parte de una crisis y/o decadencia de Occidente, plasmada en la ambigüedad de la moda unisex, la laxitud cultural de las producciones ligadas al público joven, el primitivismo de corrientes musicales como el rocko la frivolidad del movimiento feminista juvenil4. A estas tendencias, el liberalismo conservador local oponía la recta figura de la racionalidad liberal, la apelaciónconservadora a las tradiciones y una reinterpretación de la idea personalista propia de la renovación humanista católica, distanciada tanto de la idea del sujeto masificado que en este universo se leía como propio de los movimientos de masas (de los fascismos al comunismo, pasando por los populismos) cuanto de la idea individualista que promovían las vertientes más radicales del neoliberalismo5. También un diagnóstico de crisis y decadencia aparecía en las interpretaciones nacionalistas, con tonos más enfáticos que en el mundo liberal y condenas morales muy rígidas (incluso voluntariamente anacrónicas), con una visión conspirativa colocada en primer plano, algo que en el liberal-conservadurismo se mostrabamás serpenteante, pero que se haría más intenso a medida que avance el proceso que estamos considerando.
Recientemente, una serie de trabajos ha avanzado en ofrecer un panorama ampliado y con detalles tanto sobre el ciclo de los largos años sesenta cuanto sobre las derechas. En el primero de los casos, más allá del ya clásico clivaje entre modernización y autoritarismo6, han aparecido indagaciones (en lo que nos ocupa aquí) sobre el rol de la juventud; las transformaciones en la familia, la sexualidad y la pareja; el universo femenino y sus cambios; las reconversiones en los universos de la militancia; entre otros tópicos que ocuparon la atención de las derechas7. Ante esas tendencias ideológicas, justamente, nuevos estudioshan comenzado una renovación del campo temático, sobre puntos como el cruce de vínculos entre las derechas de la región, el impacto de la renovación internacional de las derechas en el país, el mapeo de inquietudes antes entendidas como menores (como el humor), entre otros8.
En el presente artículo buscamos indagar sobre cómo el contexto político y las transformaciones socio-culturales de los largos años sesenta impactaron en las derechas liberal-conservadoras y nacionalistas argentinas. Buscamos destacar que el contexto de guerra fría implicó la adopción amplia, laxa, de las pautas de la Doctrina de Seguridad Nacional (DSN) como un criterio común que fue radicalizando paulatinamente los diagnósticos del sector liberal, que realizó una lectura de tales cambios desde un criterio político más cercano al expresado por los nacionalistas que a la propia tradición liberal, pero al mismo tiempo anclado en ciertos ejes liberal-conservadores presentes en la renovación internacional de las derechas. Para ello, proponemos una triple operación: en primer lugar, exponemos cómo los largos años sesenta operaron como marco de una serie de grandes transformacionesno sólo (como ha mostrado la bibliografía especializada) en la sociedad argentina a tono con fenómenos internacionales sino también en cómo se leyeron en las derechas locales, y de qué manera ello impactó en el rediseño del espacio derechista local. En el segundo tramo, expondremos cómo problemáticas ligadas a tales cambios socio-culturales se ligaron con los diagnósticos políticos de los sectores liberal-conservadores y nacionalistas, que fueron haciéndose progresivamente más coincidentes. En un tercer eje, avanzamos sobre la DSN y su impacto directo e indirecto, a fin de marcar los cruces sobre las lógicas destacadas en los tramos previos. Finalmente, dedicamos las conclusiones a colocar lo expuesto en el trabajo en un plano de temporal más amplio y proponer, con ello, una lectura de conjunto sobre las relaciones entre las transformaciones socio-culturales, el ciclo político y las transformaciones en las derechas argentinas.
La idea que guía estas páginas es que los cambios socio-culturales de los largos años sesenta sedimentaron en una interpretación directamente política entre las derechas locales, que aproximó los diagnósticos liberal-conservadores a los nacionalistas sobre la idea de amenaza patentizada en la DSN, y que se expresó tanto en las interpretaciones de tono macro, en las observaciones de casos puntuales y en un entramado de acciones en la sociedad y el Estado. Coincidiendo con Ernesto Bohoslavsky y Magdalena Broquetas, es de interés la indagación sobre cronologías más laxas que las de las relaciones internacionales y el enfoque sobre lo cultural para atender al impacto de las pautas de la guerra fría9.
Es pertinente marcar unas aclaraciones sobre lo que sigue: en primer lugar, el artículo procede mostrando una serie de procesos macro, cuyos diagnósticos se basan en investigaciones previas de los actores. Por el extenso mapa de voces que trata, estas aparecen como representaciones de movimientos más amplios en cada una de las corrientes ideológicas tratadas. En segundo término, como se verá en lo que sigue, el catolicismo jugó un rol central en las consideraciones de los actores analizados, sea desde su auto-identificación, desde sus diálogos con las diferentes variantes del catolicismo político o en relación a sus análisis sobre las transformaciones del credo propias de la etapa. En ese sentido, no se considera como una línea independiente para el estudio dentro de las derechas a la vertiente identitariamente confesional sino que se aborda centralmente el tipo de rol jugado por el catolicismo en las posiciones de liberal-conservadores y nacionalistas. Por eso mismo, se considera el caso de la revista Criterio como un actor liminar. Como tercer punto, si bien el marco temporal considerado es la etapa en que diversas transformaciones afectaron centralmente a liberales (el ascenso del neoliberalismo) y nacionalistas (el movimiento de peronización), estos serán parte del arco narrativo del artículo antes que ejes particulares.
UNA LECTURA SOBRE LOS LARGOS AÑOS SESENTA: DE LO SOCIO-CULTURAL A LO POLÍTICO
Los largos años sesenta (o su homólogo la larga década del sesenta) aparecen como una idea que, como gran acuerdo general, atraviesa a las Ciencias Sociales argentinas. Para esta mirada, con el derrocamiento del peronismo en setiembre de 1955 se abrió un período de modernización cultural en diversos ámbitos (en algunos casos desde conversiones iniciadas por el justicialismo, en otros en contra de sus políticas) que operó como eje de diversas transformaciones que marcarían a la sociedad argentina hasta principios o mediados de los años setenta. En ese tránsito pudieron convivir la recepción de nuevas tendencias artísticas como el rock, la renovación cinematográfica internacional, las vanguardias plásticas pop o el Boom de la narrativa latinoamericana con el avance de la radicalización política juvenil o la marcada renovación teórica de las derechas a nivel internacional. En un sentido, la Argentina experimentó el impacto de los procesos globales, pero entre sus derechas primó una atención a ellos leídos desde el contexto local marcado por las relaciones entre la irresolución de la cuestión peronista, los límites de la democracia y la pregunta por el desarrollo nacional10.
La década del sesenta fue la etapa de los jóvenes y de la mujer en los países desarrollados; de los derechos de la comunidad negra en los Estados Unidos; de las luchas de independencia en diversos países del África, de las guerrillas de liberación o insurgencia en América Latina. La Iglesia católica vivió su propio proceso de renovación a través del Concilio Vaticano II y (de modo más drástico aún) mediante la conferencia de Obispos Latinoamericanos, reunida en 1968 en Medellín, que radicalizaría esa puesta al día al proclamar la opción preferencial por los pobres y adoptar el método marxista para el análisis de la realidad económica latinoamericana, en general articulado bajo la pauta de la Teología de la Liberación. Ello sembró detractores tanto entre liberales (por lo que entendían como un giro populista de izquierda) como entre nacionalistas (que criticaban el cariz modernista), quienes además hicieron coincidir muchos de sus diagnósticos, en general sobre la idea de que se trataba de un giro herético11.
Organizaciones, políticos, ideólogos y militantes de las derechas nacionalistas reaccionaron de manera decidida y agresiva ante los procesos de politización de identidades tradicionalmente pasivizadas (y reprimidas) o emergentes, como la femenina, la juvenil o las ajenas a las normatividades heterosexuales, que también inquietaron a las derechas liberales, que allí exponían sus sentidos más conservadores o criticaban el antiliberalismo de los formatos masivos, beligerantes o populistas de estas identificaciones. Esas intransigencias permitieron la articulación de mecanismos específicos, formales e informales, de conexión y colaboración entre las derechas sociales, las derechas políticas y diversas autoridades o actores estatales a nivel nacional y trasnacional, que cruzaron transversalmente el heterogéneo campo de las derechas, que en esos años halló uno de sus picos de transformaciones. En ese marco, las imbricaciones ideológicas, discursivas y posicionales entre el mundo liberal-conservador y el nacionalista fue uno de los fenómenos políticos más destacados, aunquepoco atendido por la bibliografía previa. Esas coincidencias facilitaron la circulación y uso de recursos económicos, mediáticos, discursivos y simbólicos para difundir o sostener percepciones legitimadas sobre masculinidad, heterosexualidad, feminidad y juventud, donde las visiones de corte tradicional (sea desde la pauta racional-conservadora en los liberal-conservadores, sea desde la autoritaria-antipluralista entre los nacionalistas) se imbricaron entre los diversos espacios ideológicos derechistas aunque también en sectores sociales más amplios. En ese contexto agitado, grupos de las diversas derechas percibieron los cambios socio-culturales como parte de un proceso de decadencia social-cultural (con un claro eje moral) pero también mediante lecturas políticas explícitas. Estas podían ser una conspiración moscovita e incluso maoísta para subvertir el fundamento de la convivencia social, el fruto de la decadencia implicada por el populismo (entre liberal-conservadores y los nacionalistas más elitistas) o la mala resolución del esquema liberal del Centenario (para liberal-conservadores y, en otro sentido, nacionalistas populares).
Ese amplio abanico de transformaciones incluyó la renovación de los basamentos teórico-ideológicos de diversos contingentes político-intelectuales; las distintas polémicas políticas que marcaron la época; la creación, reformulación y ocaso de tendencias estéticas y artísticas. Las derechas nacionalistas, más cercanas a una matriz reaccionaria en su concepción, se mostraron más atentas (y, mayormente, escandalizadas) ante los cambios sociales y culturales no inmediatamente políticos, algo que en el universo liberal-conservador tuvo otras tonalidades. En algunos casos, entre los nacionalistas eran estas mismas transformaciones las que confirmaban y reformulaban las posiciones tradicionalmente reactivas al cambio sociocultural, al tiempo que sus propias mutaciones dependían en parte de ellas, por ejemplo en las relaciones entre concepciones nacionalistas de izquierda y derecha en términos conceptuales e incluso en el campo de la militancia, dinamismo al que el sector liberal estaba ajeno12. En ese sentido, las derechas más radicalizadas, como Segunda República, dirigida por Marcelo Sánchez Sorondo y Ricardo Curutchet (desde 1961) propugnaron tempranamente por un cambio profundo de la cultura argentina, una idiosincrasia diferente al molde legal, por lo cual, retomando viejos tópicos nacionalistas y ante un liberalismo que consideraban superado, propusieron la creación de un nuevo orden que diera por terminada la democracia vacía, combatiera al comunismo y la corrupción13. Esos mismos tres conceptos, sin embargo, también eran marcados por el liberal-conservadurismo: el nuevo orden fue paulatinamente identificado con una recuperación dinámica del criterio de la Organización Nacional decimonónica ante una democracia (en los términos de El Burgués) masoquista, vaciada por la corrupción populista de los valores republicanos, que abría la puerta a expresiones totalitarias (de las que el comunismo era una sombra latente).
El distinto impacto sobre nacionalistas y liberal-conservadores operaba sobre sus matrices ideológicas: la matriz nacionalista, enfocada centralmente en lo político (entendido como totalidad) antes que en la política (leída como una esfera, en el sentido liberal y conservador) aparecía en el núcleo de esas posiciones, y explica cómo las perspectivas liberales debieron acceder a tales inflexiones desde un sentido que reformulaba muchos de sus basamentos tradicionales. Es decir, cómo desde la esfera de la política se iba ampliando el campo de lo politizable hacia las esferas de la cultura y la sociedad14. En este último tópico pueden rastrearse una serie de problemáticas que son de importancia para una historia no sólo de las derechas liberales y nacionalistas en sí, sino de las relaciones al interior del heterogéneo universo derechista local. En efecto, así como el acercamiento de posiciones entre liberales y nacionalistas permite ver sobre qué tramas conceptuales, relaciones personales y vínculos en el plano discursivo y los repertorios de acción se moldearon esas aproximaciones e imbricaciones, sobre ese fenómeno aparecen otros laterales. Entre ellos, hay un factor que es importante destacar: aquí tenemos explicaciones (y también la apertura a preguntas) sobre el escaso impacto de la renovación neoconservadora, especialmente la estadounidense, tanto entre las derechas moderadas como entre las extremas15. Otro punto de importancia es el de los espacios de circulación y referencia no estatales. Tanto las derechas liberales como las nacionalistas se destacaron (sí que con diferencias claras) por diferentes y minuciosos trabajos de construcción de redes, tanto institucionales como más laxas, entre las cuales una de gran importancia fueron las publicaciones. En el espacio liberal marcado por periódicos que se aproximaban al siglo de vida como La Nación y La Prensa o revistas de corte teórico como Ideas sobre la libertad (motorizada por el economista y empresario Alberto Benegas Lynch), la citada El Burgués aparecía como una novedad, atenta al formato del nuevo periodismo de la década anterior que la ponía en diálogo tanto con la estética moderna como conde concepciones propias de las derechas nacionalistas. En el universo del nacionalismo, por su parte, los intentos de convocar a las nuevas generaciones se vieron frustrados, en buena medida por la rigidez que los caracterizaba en contenido y forma. El lenguaje excluyente y elitista se expresaba en páginas que mantenían el mismo orden severo y monocromático de las publicaciones de los años ´20 y ´30. Pero más allá de las redacciones, un incipiente movimiento juvenil comenzó a expresarse como una nueva vertiente dentro de ese ideario, dejando de lado el elitismo de sus antecesores, acercándose a inflexiones de tono populista y haciendo de la socialización violenta una clave de vínculo político. En un sentido, los nuevos jóvenes nacionalistas desbordaron a sus predecesores desde nuevas sensibilidades, especialmente la populista16.
No obstante el acercamiento de sectores liberal-conservadores y nacionalistas en diversos planos, también es importante marcar la existencia de casos que muestran cómo esa dinámica encontraba límites y, al mismo tiempo, de qué maneras sobre esas fronteras se resalta aquel fenómeno. Una excepción fue la revista católica Criterio, que desde mediados de los años cincuenta había moderado su discurso previamente antidemocrático y, como desde sus orígenes, prestaba atención a los cambios estéticos y a la producción artística de las vanguardias y los núcleos intelectuales. La publicación confesional, epítome de la alta cultura católica y que se editaba desde fines de la década de 1920, experimentó una serie de transformaciones que la colocaron como una voz liminar entre varios espacios ideológicos. Tras la muerte de su tradicional director, monseñor Gustavo Franceschi, en 1957 la dirección se asentó en manos del joven teólogo Jorge Mejía, quien abrió las puertas a una generación de firmas vinculadas a las Ciencias Sociales, que expresaron la asunción de una serie de transformaciones modernizantes (pluralismo religioso, concepción no dogmática de la democracia, atención a las industrias culturales) como los impactos que ello tuvo entre las derechas moderadas y las visiones políticamente centristas. Cercanos al universo liberal por procedencia social, circulación intelectual o posiciones políticas, redactores como el abogado y politólogo Carlos Floria, el politólogo e historiador Natalio Botana o firmas que circulaban como las del abogado y periodista Mariano Grondona implicaron que el quincenario católico por un lado fuera protagonista de una atenta recepción de la renovación de las Ciencias Sociales; por otro, que las editoriales apuntaran a la derecha como un actor problemático y retardatario (se entendía por ello tanto a los nacionalistas radicales como a los liberales extremos); y en un tercer plano muchas de sus firmas participaron, sí que de modo peculiar, de ciertas lógicas dentro del universo de las derechas de tono moderado. Estos vínculos de un actor colectivo claramente atento a (por momentos, fascinado con) ciertos rasgos modernizantes de la época reposicionan, por la vía de las circulaciones y los contactos, por efecto muchas veces indirecto, las coordenadas del universo de la intelectualidad confesional y de sus relaciones con los mundos liberales y nacionalistas17.
Debe tenerse en cuenta el tránsito de la publicación para dimensionar el tenor de esas transformaciones: tras la finalización de la segunda guerra mundial y la condena a los fascismos por parte de las potencias occidentales y buena parte del arco político argentino, los discursos de la revista Criterio se apaciguaron y, de la mano de Franceschi (quien sostenía que una virtud del político y el sacerdote era la adaptabilidad a los climas de cada época), los proyectos, expectativas y desprecio por lo popular se cubrieron de un lenguaje menos agresivo. Frente al peronismo, además, la revista mantuvo un atento silencio que fue descrito por José Zanca como un modus vivendi con el justicialismo18. En la segunda mitad de la década del ´40, Franceschi compiló sus artículos escritos en las décadas anteriores, sosteniendo que sus perspectivas no se habían modificado. Ante el golpe de Estado de 1955, celebró y aunó la lectura en una línea de continuidad con el también festejado derrocamiento de Yrigoyen, en una suerte de complemento de la lectura antipopulista que presentaban los liberal-conservadores y el segmento más elitista del nacionalismo. Para Franceschi, la democracia mayoritaria era corrupta, clientelista, demagógica, conducida y dirigida por los sectores inferiores de la sociedad. La solución era un gobierno fuerte, de los superiores y con carácter corporativo, lo cual alejaba su perspectiva de las propuestas liberales, pero no de sus temores a la democracia real.
Lo mismo sucedía con algunas ideas sostenidas en su libro La Democracia Cristiana, del mismo 1955, etapa en la que se experimentó un modesto pero significativo boom de publicaciones sobre el tema, de la mano de la reciente formación de la organización partidaria y a una década del protagonismo de los partidos demo-cristianos en la reconstrucción europea de posguerra. Allí el sacerdote se preguntaba bajo qué condiciones concretas una democracia aparece como aceptable y puede conciliarse con la doctrina de la Iglesia. Puede ser preferible, continuaba, indagar qué forma de gobierno era capaz de adaptarse mejor al carácter y costumbres de cada nación. La Iglesia nunca condenó a la democracia por ser democracia, enfatizaba, sino por sus abusos contra la dignidad humana, la paz, los derechos de familia o de la Iglesia misma, en un giro muy propio de las reflexiones liberal-conservadoras que marcaban su crítica al liberalismo decimonónico enfatizando que se trataba de aquel que fuera condenado por la Iglesia. La democracia, para el teólogo, aparecía como un problema y debía ser condenada no por su carácter popular, sino por la concepción del origen popular del poder como reemplazo de la idea de origen divino. Frente a esa democracia desviada y errónea proponía una democracia sana, católica, que debía evitar toda intervención abusiva del poder civil19.
En la concepción de Franceschi, el pueblo debía ser una unidad orgánica y organizada, sin importar las características de su condición social o económica. Sin embargo, el igualitarismo era una noción irreal, donde la igualdad degeneraba a un nivel mecánico y a la uniformidad sin colorido, y ello impactaba sobre la democracia real. Además, el sacerdote establecía una dura crítica al parlamentarismo y a la crisis moral de los gobernantes, por lo que la única democracia verdadera, sana y justa era la que respondía a la doctrina cristiana y a los mandatos papales20. Los intereses enciclopedistas y las inquietudes intelectuales de Franceschi implicaron que no resignara un buen grado de autonomía de la Conferencia Episcopal, como subrayó recientemente Sebastián Pattín21. Su derrotero intelectual lo llevo desde la vía militar a la cristiandad a un corporativismo social al estilo de Engelbert Dollfuss en Austria o de Antonio de Oliveira Salazar en Portugal, que posteriormente dio lugar a la promoción de una democracia cristiana de fuertes rasgos antiliberales. Al mismo tiempo, cultivó una apertura a teólogos y pensadores católicos que, como Karl Rahner, Hans Küng o Henri de Lubac, fueron condenados por Pío XII en Humani Generis, de 1950. La fuerte impronta del catolicismo francés y alemán con sus propuestas tendientes a la apertura y al diálogo convivían con el catolicismo más cerrado de corte hispanista y romano. En el nuevo escenario introducido por la Revolución Libertadora en 1955, Franceschi y Criterio encarnaron el umbral entre un catolicismo que promovió y actuó bajo el halo de la nación católica, del Syllabus Errorum y de la carta encíclica Rerum Novarum, y otro que comenzó a incorporar a la modernidad como una esfera con la cual dialogar.
Si eso ocurrió en la trayectoria de la revista señera de la alta cultura confesional, entre los actores liberal-conservadores el nudo de los tres grandes problemas que definió su posición en el espacio político-intelectual argentino estaba en pleno desarrollo desde el golpe de Estado que desplazó al peronismo del poder en 1955. Estos fueron la reformulación por derecha de la renovación del humanismo católico (otro vaso comunicante con el universo de Criterio), la inscripción de la problemática peronista en un marco de fenómenos entendidos como totalitarios que encastraba el antifascismo de los años ’30 y ’40 y el nuevo anticomunismo posterior al giro marxista-leninista de la revolución cubana, y la recepción de la renovación internacional de las derechas. Por su parte, en el universo nacionalista la democracia tuvo un estatuto problemático diferente al expuesto en la trama liberal y el carácter antidemocrático y autoritario, con algunos sutiles matices de lenguaje, se mantuvo firme como rasgo identitario. Al estar basada en el número y ser su mandato acotado, la democracia generaba revancha y depredación, puesto que los políticos y sus bases sabían que se trata de un poder precario. La democracia ponía al país en manos de la muchedumbre y la oligarquía conservadora, como sostenían las páginas de Restauración al promediar la década de 1970. La democracia se presentaba como corrupta y corruptora, inorgánica y anarquizante, carente de principios y ajena a toda noción de virtud política: en un sentido, así como los liberal-conservadores sostenían que la democracia populista era una suma de disvalores (y por eso contraria a la democracia liberal y la República), para los nacionalistas era la democracia toutcourt el problema, aunque con una perspectiva diferente a la expuesta por Franceschi tras el golpe de 1955 dentro del catolicismo.
Para unos debía recrearse una nueva Generación del ´80 que reinsertara a la Argentina en la senda de la previsibilidad y el progreso, en tanto otros advertían: ¡Sólo el nacionalismo salvará a la Patria! Más allá de estas diferencias de concepción y diagnóstico, sin embargo, las problemáticas de la hora llevaron a que la convergencia de liberal-conservadores y nacionalistas pudiera tejerse no sólo sobre las lecturas de tipo decadentista o la idea de crisis para asumir el presente, sino especialmente sobre los peligros que aparecían en la democracia real. Si el decadentismo apareció una y otra vez como un aglutinante de diversas derechas, su pregnancia en tiempos de grandes transformaciones lo colocaban de la mano de la lectura sobre la crisis y ello llevaba a la pregunta directa sobre la democracia y el orden político22.
El fracaso de la sucesión de gobiernos cívicos y de dictaduras que sucedió a la eyección del justicialismo del poder en 1955 no hizo sino mostrar la imposibilidad de afianzar en el país un tipo de orden político capaz de asegurar los anhelos que primaban entre las diferentes expresiones derechistas, especialmente porque las coincidencias negativas no eran replicadas en la propuesta de un proyecto común. Si para los liberal-conservadores la desperonización era la clave, para los nacionalistas la ausencia de un gobierno fuerte era central; si para los primeros las elites eran el sujeto político que brillaba por su ausencia, para los segundos, la heterogeneización social comportaba un mapa amenazante; si unos proponían reponer los valores constitucionales mancillados por el populismo, otros anteponían atender a la realidad política antes que a la fría letra doctrinal23. Ese universo marcado por diferencias de tipo ideológico, histórico y de relaciones conflictivas en las décadas previas al momento que abarca este trabajo, sin embargo supo encontrar sitios de convergencia y por ello la etapa abierta en 1955 implicó una reformulación de las relaciones entre el eje liberal y el nacionalista. A medida que el proceso aquí considerado avanzara, las derechas argentinas modificarán sus fronteras, haciéndolas porosas al punto de una convergencia para mediados de la década de 1970, cuando el fracaso de una nueva experiencia peronista iniciaba una nueva etapa de avance hacia el golpe de Estado. La radicalización durante ese ciclo lejos estaba de seruna característica exclusiva de la izquierda, de las inflexiones populistas o de las derechas más cerriles y marginales, sino una dinámica amplia de impacto transversal y desigual.
ANTE JÓVENES, VANGUARDIAS Y PELIGROS
Si la viñeta sarcástica de El Burgués citada al inicio de este artículo era una novedad en el espacio liberal-conservador, en la misma etapa la derecha nacionalistaanalizaba y censuraba las nuevas pautas culturales y estéticas con la solemnidad y el tono admonitorio de sus antepasados, e incluso al recurrir a cierto bagaje humorístico mantenía críticas, lecturas y tonos tradicionales. A través de revistas como Azul y Blanco, dirigida por Marcelo Sánchez Sorondo desde 1955 y, en el límite inverso del ciclo, Cabildo y Restauración entre otras publicaciones de los primeros setenta, los intelectuales nacionalistas de derecha juzgaban que las nuevas juventudes eran la expresión más clara de la pudrición, la derrota y la vaciedad idiota de una sociedad en desintegración que sólo buscaba perpetuar sus goces vacuos (crítica también presente entre liberales, que apostrofaban la frivolidad juvenil, sí que con otros sentidos y formas). Allí, el Ejército era presentado como el último bastión no corrompido por el libertinaje demo-liberal y con capacidad de enfrentar la revolución anticristiana que se abatía sobre todos los frentes de la nación. La Argentina, en esa mirada que compartían diversas organizaciones e intelectuales, estaba sometida a un sistema hediondo y corrupto, aliado (incluso sin saberlo) de la revolución bolchevique, que se denigraba a sí mismo día tras día24. La universidad, un ámbito de preocupación constante para las derechas nacionalistas, era en esta etapa especialmente marcada por la masividad alcanzada y la expansión de ideologías que estos actores no dudaban en calificar como destructivas25. Si esas lecturas se entroncaban en las miradas que las derechas radicales expresaban desde finales de la década de 1920, lo notorio de la etapa estaba en cómo desde el liberalismo algunas de las pautas ya tradicionales entre los nacionalistas comenzaban a aparecer como diagnósticos ya no sólo coyunturales: las expectativas abiertas por una resolución manu militari al callejón posperonista y un progresivo celo sobre los límites de la libertad universitaria, por ejemplo, colocaban un andarivel de contactos conceptuales y analíticos con las derechas nacionalistas.
Si la juventud era un problema, la droga y sus usos, que se veían como inseparables de las culturas juveniles, ocupaban un lugar importante en los discursos de la derecha radical, alcanzando una dimensión política tan significativa como performativa. Entre sus actores se aplaudió, por ejemplo, la creación de la Brigada de Alcaloides (dependiente de la División de Moralidad de la Policía de Buenos Aires) como modo específico de combatir la drogadicción, aunque sostuvieron que era insuficiente ante el grado de desintegración que se vivía, que afectaba a jóvenes de sectores medios y obreros. Como desde las primeras décadas del siglo XX, la mayor preocupación era la decrepitud de los jóvenes de las clases distinguidas y cultas, en un continuum de la lectura decadentista y paternalista. Desde los años sesenta, sumaron su alarma por el cambio de conducta de las mujeres (tanto en la vida pública como en la íntima), antes pensadas como reaseguro de la casa, la familia y la moral cristiana, lo cual también tuvo impacto en el universo liberal, que antes que santificar el hogar veía los cambios como expresiones de una sociedad que se modernizaba sin las bases políticas y económicas propicias, tendiente por ello a la banalidad, la masificación o incluso la anomia.
Desde diversos sectores, y en especial desde las derechas, se postuló quela resolución de la conflictividad social implicaba la efectiva aplicación de políticas de control punitivo. Es decir, se propiciaba la intervención del Estado y sus agentes (a través de edictos, contravenciones y represión) para el mantenimiento del control social. En este proceso intervinieron de manera activa quienes podemos denominar, siguiendo a Darío Melossi, elites morales. Esto es,
(…) sectores autorizados para identificar y rotular los problemas sociales y que en consecuencia operan para controlar una situación que perciben como amenazante para las bases políticas, socioeconómicas y culturales que identifican con la defensa y promoción de su propia hegemonía26.
De tal modo, se establecieron niveles de violencias policiales legítimas, consideradas necesarias y benéficas, a los fines de garantizar el orden y la seguridad. En este sentido, esde interés la influencia de la derecha radicalizada en la constitución de un estado de sospecha entre vecinos, que luego profundizaría la última dictadura, pero que se haría presente también en el período democrático peronista, como una continuidad con transformaciones27. El foco que los nacionalistas hicieron en las virtudes de la represión, que fue uno de sus discursos más connotados en ese ciclo, fue acompañado por la intensa presencia de intelectuales, funcionarios y expertos liberal-conservadores que, desde el Estado, ocuparon sitios centrales en el diseño y aplicación de programas de idéntico corte, desde el proceso desperonizador abierto durante la Revolución Libertadora al sistema anti-insurgente de la Cámara Federal Penal (el Camarón, en la jerga de la época) creado en la presidencia dictatorial de Alejandro Lanusse por el abogado Jaime Perriaux28.
Como ha analizado María Victoria Pita, el poder de policía en el campo de las contravenciones operó en un nivel micro, cotidiano, sobre conductas que no llegan a ser delitos sino que remitían centralmente a un universo de sentidos próximos a la moralidad y al orden público –históricamente materia policial–, vinculado de manera directa al carácter selectivo de la instancia policial y que se ligaba a prácticas visibles de control sobre la población. Se trataba además de un campo de intervención directa de la policía con ausencia de un efectivo control inmediato, con lo cual presentaba por su propia posición estructural respecto del sistema penal, el riesgo latente de actuación abusiva y discrecional29. Como estudió Sofía Tiscornia, Los edictos contravencionales de policía constituyeron una forma de procedimiento disciplinario, moralizante y represivo sobre las llamadas “clases peligrosas” y de las clases populares en general, que en este proceso se centraron especialmente sobre la juventud, en vínculo directo de lo socio-cultural con lo político30. Los edictos contravencionales encontraron su soporte jurídico en las leyes De Residencia o de expulsión de extranjeros (año 1902, Ley 4.144) y de Defensa Social (año 1910, ley 7.029), que también habían operado como construcciones legales tendientes a sofrenar problemáticas socio-políticas en etapas de crisis, como los del cambio de siglo y el Centenario. Ello permitía enlazar los traumas de la etapa con la legislación de protección propia de la tradición legal nacional.
En términos prácticos, los actores de la derecha nacionalista apoyaron y/o acompañaron las razzias y ataques contra hippies y rockers, e incluso se constituyeron organizaciones escasamente formalizadas, como la Barra de Nueva Pompeya, dedicada al apaleo de los modernos, y en la que participaban militantes de extrema derecha31. El músico David Lebón relató su secuestro y tortura a instancias del padre de un amigo, a raíz del consumo de drogas y la influencia negativa que podía ejercer sobre sus hijos, en el marco de los procesos de vigilancia y delación social y represión institucional que marcamos antes32. El cantautor Tanguito, quien se consideraba más beatnik que hippie, socialmente fue visto como hippie y sufrió la persecución policial desde los años finales de la década de 1960, que se intensificó hacia 1970. Fue enviado a la cárcel de Villa Devoto en febrero de 1971, y por orden de la justicia estuvo internado en la unidad carcelaria del neuropsiquiátrico Borda, destinada a criminales psicópatas, donde fue sometido asesiones de electroshock. El 19 mayo de 1972 se fugó del hospital y llegó a la estación Pacífico con la intención de llegar a su casa abordando las líneas del tren San Martín. Varias horas después su cuerpo apareció arrollado por el tren sobre el puente que cruza sobre la avenida Santa Fe, y su muerte no fue informada en ninguno de los medios de comunicación de la época. Mientras que unas versiones indican que cayó accidentalmente sobre las vías, otras señalan que fue empujado del vagón por personas desconocidas, como acción moralizante propia de la violencia que promovían los militantes nacionalistas33.
Los rockeros argentinos (que fusionaban códigos del género propios de los países centrales con coloreslocales) portaban como emblema el arte al servicio de la transformación, pero no se trataba de un movimiento militante (salvo la presencia ocasional en algún acto), aunque sí politizado. Luis Alberto Spinetta, con su disco Artaud y sus propias reflexiones lo puso en palabras:
Creo que sólo si nos preocupamos por sanear el alma vamos a evitar distorsiones sociales y comportamientos fascistas, doctrinas injustas y totalitarismos, políticas absurdas y guerras deplorables. La única forma de hacer subir el peso es con amor. Los músicos de rock somos tipos que estamos muy desorientados. Hemos involucrado mucho a nuestro sistema neurológico y hemos aprendido muy poco de la historia reciente34.
De tal modo, ambos grupos, nacionalistas por un lado, hippies y rockeros del otro, constituían al otro como su enemigo. Esta lectura bifronte exceptuaba a las derechas liberales, las cuales fueron pasando paulatinamente del desinterés por las culturas juveniles a una atención irónica o despectiva sobre ellas y, finalmente, avanzaron en una lectura crítica prolongada en la predisposición a enfocarlas como objeto de represión, a medida que sobre ellas se ceñía la marcada lectura de tonos decadentistas que hilvanaba la disgregación cultural con el nihilismo y la violencia política. Esta podía ser expresada tanto por las chanzas de El Burgués como por la densidad ensayística de las obras del filósofo Víctor Massuh. Y efectivamente sobre el tejido de autores que influían en la contracultura como Antonin Artaud o los referentes internacionales para la nueva izquierda intelectual independiente como Jean Paul Sartre, filósofos como el propio Massuh o Jorge Luis García Venturini ejercían una crítica del mundo oscuro, irracional y pos-religioso que salía de las plumas de esos franceses, al tiempo que el espacio liberal-conservador local amplio proseguía su vindicación del liberalismo clásico de nombres como Benjamin Constant o Alexis de Tocqueville como verdaderos faros intelectuales emanados desde Francia al mundo, y apostrofaba esas novedades y tendencias35.
Sin embargo, esos hippies y rockeros eran, en muchos casos, los hijos rebeldes de las elites liberales que se encontraban entonces en la disyuntiva de combatir a los decadentes o tratar de encauzar a sus hijos, como lo graficaba el humor de El Burgués. Ese no era un problema para la derecha nacionalista, que expresa continuidades generacionales muy notorias y significativas con sus mayores, como se mencionó. Para ellos, hippies y rockers eran tan ajenos como los comunistas. De hecho, esa supuesta diversidad no era más que una estrategia bolchevique de infiltración, sostenían. Como señalábamos, a medida que el ciclo considerado transcurría, el accionar de la derecha nacionalista tampoco estuvo ausente en las universidades, un espacio que les había sido esquivo desde el derrocamiento del peronismo. Pero, sobre todo a partir del onganiato, decidieron tomar una postura más activa contra lo que veían como una cuna de comunistas que, además, contaminaba a los hijos de las familias decentes36. Para poder establecer una nueva disciplina, los nacionalistas del gobierno militar anularon la autonomía universitaria y llevaron adelante una fuerte represión, cuyo hito más fuerte fue la noche de los bastones largos el 29 de julio de 1966, hecho cuya brutalidad espantó a sectores liberales que sin embargo compartían parte del diagnóstico sobre la politización negativa de los estudiantes, la penetración izquierdista o la relajación de la cultura universitaria, e incluso habían puesto expectativas en la figura de Juan Carlos Onganía37.
Los hoteles alojamiento fueron otro ámbito, esta vez privado, donde se buscó reestablecer la moral a través de la persecución. Estos espacios de encuentros sexuales conocidos como telos tenían una larga existencia, pero fue en los años sesenta cuando obtuvieron habilitación con la ordenanza N° 16.374 de la ciudad de Buenos Aires. La reglamentación, que reflejó los cambios culturales de buena parte de la sociedad, al mismo tiempo despertó cruzadas moralizadoras de sectores conservadores y reaccionarios. El comisario Luis Margaride, figura emblemática en la persecución de bares, whiskerías y boites, calificaba a los telos como epicentros de la decadencia moral y la degeneración sexual38. A estos sectores les preocupaba principalmente que estos hoteles ya no eran sólo el ámbito de la infidelidad, sino el espacio donde los jóvenes podían ejercer más libremente su vida sexual, lejos de las pautas marcadas por el universo adulto. En el caso de las infidelidades, las razzias prestaban especial atención a las mujeres infieles, que sólo eran liberadas cuando se presentaban sus maridos, en un refuerzo de los valores patriarcales en tiempos de liberación femenina39. Como puede advertirse, los cambios morales, sexo-afectivos y culturales eran considerados parte de la peligrosa subversión que acechaba y llevaba a los nacionalistas de derechas, como a otros sectores donde también aparecieron diversos liberales, a entrar en una suerte de pánico moral y volvieran sobre un viejo tópico, la decadencia social, aunque incorporando componentes novedosos que daban cuenta de nuevas realidades y abarcando nuevos frentes y costumbres sociales40. En ese sentido, no fue una simple recuperación de viejas prácticas y lenguajes como ocurrió ante otros temas que marcamos previamente, sino que debieron asumir, no sin incomodidad y rigidez, otras formas discursivas y enfrentar un enemigomás inasible que otrora, lo que llevó a la maximización de lecturas de sentido conspiracionista.
Particularmente ejemplificadora de estas transformaciones fue la Federación Argentina de Entidades Democráticas Anticomunistas (FAEDA), fundada en 1963, que creó un comisariato juvenil dedicado a atacar a esos nuevos enemigos (como los hippies o las vanguardias del Instituto Di Tella) pero que al mismo tiempo buscaba convocar a las juventudes y sustraerlas de las influencias de las pautas comunistas y los narcóticos. FAEDA, miembros de la Policía y barras desataron una guerra antihippies en Buenos Aires, como categorizó el diario La Razón una redada que acabó con un centenar de jóvenes de camisas multicolores, pantalones estrechos, largas melenas, mocasines sin medias que no opusieron resistencia41. No obstante, la entidad insistía en que los hippies son guerrilleros en potencia, entregados al oro de Pekín (que reemplazaba al de Moscú)42. Así, el mismo Tanguito relató haber sido detenido bajo acusación de participar en una manifestación comunista, y los propios jóvenes desmentían a FAEDA, subrayando que querían vivir en Paz y Amor43. Estas posiciones de la organización llevaron a que desde voces modernizantes como Primera Plana se relatase con ironía las intervenciones de los integrantes de FAEDA:
Consiguió más eco (…), cuando invitó a los representantes de la prensa a presenciar una manifestación anti-hippie, con el propósito de sumar adeptos a la teoría de que los hippies son guerrilleros en potencia, entregados al oro de Pekín. Hubo quorum de cámaras fotográficas y filmadoras, las que registraron la actitud complaciente de los 3 policías, destacados -en apariencia- para asegurarles protección y espantar a eventuales entrometidos44.
Sin embargo, el dirigente de la entidad Luis Ángel Dragani, sostenía: Los hippies se proponen anular la voluntad de la juventud, mediante el uso de drogas como la Dexamil Spansule 2, recetada por médicos a los que ellos, a su vez, proveen de menores para satisfacer sus vicios. Esta relación entre comunismo, drogas, hipismo o mundo del rock formaba parte de una politización de lo socio-cultural que tenía un doble impacto, a tono con lo que se ha señalado a lo largo del texto. De un lado, las transformaciones del anticomunismo, donde emergió un vínculo interesado entre diversos exponentes de las derechas nacionalistas y liberal-conservadoras, unidas, como han marcado Bohoslavsky y Vicente, por el espanto. Allí el anticomunismo no debe ser entendido como expresión exclusiva de intereses o miedo de clase, sino que existió un corpus ideológico compartido (total o parcialmente) por diversos actores del conglomerado anticomunista, centrado en el rechazo a ese ideario, que se fue solidificando a lo largo de la etapa que consideramos, así como un conjunto de prácticas extendidas entre los diversos actores del espacio de las derechas. Las tradiciones de cada una de las vertientes deese anticomunismo que cruzó a liberal-conservadores y nacionalistas fueron la base de sus respectivos enfoques, pero desde allí se construyó una gramática común que descansó sobre la comprensión del comunismocomo categoría amplia, heterogénea y dinámica45. Una batalla que se extendió, radicalizada, a la década siguiente, donde las gramáticas discursivas de liberal-conservadores y nacionalistas tendieron a crear una amplia zona de igualación46.
Estas posiciones recién expuestas encontraban articulación por medio de la construcción de una lingua franca en torno a las teorías securitistas que ascendieron durante la década de 1960. En ese proceso, sin perder muchas de las especificidades de ese discurso, nacionalistas y liberal-conservadoresrecolocabanel tema a la luz de sus propias historias discursivas, sacándolo delos esquemas propios del mundo castrense o las agencias represivas estatales47. A modo de ejemplo, y que retomaremos en breve,así como el occidentalismo propio de la tradición liberal descansaba sobre bases religioso-racionales (el eje Jerusalén-Atenas) y políticas (el Mundo Libre), los planteos geopolíticos propios de las concepciones de la guerra fría dotaron a esas pautas de un carácter que se imbricaba tanto con lógicas muy caras al nacionalismo (una idea territorial-cultural de las fronteras nacionales) como a las propias narrativas securitistas en sentido lato (las fronteras ideológicas, la posible infiltración comunista). Los nacionalistas, por su parte, retomaron el fuerte discurso anticomunista, que se había desdibujado durante el peronismo (y en algunos aspectos, imbricado con parte delanticomunismo peronista), y todo lo que se suponía opuesto a lo nacional y lo católico era pensado como influencia y principalmente como infiltración bolchevique o china, al tiempo que esa imbricación les permitió que su discurso tuviera eco por fuera de sus filas48.
LA AMPLITUD DE LA DOCTRINA
El concepto de seguridad nacional fue trasmutado en la Doctrina de Seguridad Nacional, como categoría política propia de la dinámica de la guerra fría que estaba destinada a los países del tercer mundo, especialmente de América Latina, bajo la influencia y coordinación de agencias de los Estados Unidos. Como señaló Francisco Leal Buitrago49, la DSN, plural en su origen y desarrollo, se utilizó para definir la defensa militar y la seguridad interna, frente a las amenazas de revolución, la inestabilidad del capitalismo y la capacidad destructora de los armamentos nucleares, pero también de las manifestaciones culturales. No permitiremos que acosen a nuestra juventud extremismos de ninguna naturaleza, había anunciado Onganía en su discurso del 9 de julio de 1966 en Tucumán, a pocos días de haber derrocado al gobierno de Arturo Illia50. La obsesión por la depuración política e ideológica de los jóvenes y sobre todo de las universidades (y de otros grupos, como los sindicales) que encarnó el onganiato contó con el apoyo sistemático de amplios sectores de la prensa, tanto tradicional como la renovadora que había apoyado el proceso golpista. Como observó María Alejandra Vitale51, los sectores golpistas construían sus discursos políticos y periodísticos sobre una memoria retórica argumental que buscaba poner en funcionamiento estrategias persuasivas. Para los grupos históricamente radicalizadosdel nacionalismo parecía haber llegado el momento que tanto habían anunciado y también la posibilidad de actuar abiertamente contra los males que traía el comunismo y que se infiltraba por las grietas que el liberalismo candoroso (o apátrida) les ofrecía, en tanto para los liberal-conservadores acaso el accionar ordenancista podría afianzar de modo comisarial un nuevo mapa político. El militar y teórico de la DSN, Osiris Guillermo Villegas sostenía, por ejemplo:
(…) que la libertad indiscriminada puede servir de vehículo a la penetración comunista. La democracia pasaría a ser de esta manera coexistencia pacífica inadmisible y suicida, con el enemigo declarado de la nacionalidad52.
Textos como este, dirigidos especialmente a militares, circulaban sin embargo en un público más amplio, interesado en lecturas con ese ángulo. El enemigo marcado por Villegas debía buscarse en las universidades, pero también se debía atendera huelgas y manifestaciones político-gremiales ya que no podía desconocerse que eran parte de la infiltración comunista, operaciones de un estado de guerra irregular. Esa perspectiva no difería sustancialmente de las palabras del decano del periodismo liberal-conservador, La Prensa, cuando alertaba: detrás de los estudiantes:
(…) aparecen en seguida los grupos obreros mejor adiestradosque hasta los rechazan después de haberlos aprovechado como instrumento, porque necesitan un conducción firme que les otorgue la condición de aliados dominantes en el desenlace político previsto53.
En ese marco, era clara la sentencia del tabacalero Juan Oneto Gaona, el titular de la Unión Industrial Argentina: En lo que a nosotros concierne, estamos convencidos (...) de que la amenaza comunista es tan concreta como perentoria54.
Las cosmovisiones construidas por la DSN enarbolaban la idea de que a partir de la seguridad del Estado se garantizaba la de la sociedad, y que una sociedad segura era recaudo de un Estado ordenado y ordenador. Asimismo, en Latinoamérica tuvo un rol importante en el reforzamiento de la figura de los militares, en tanto ejecutores de la doctrina y responsables de las luchas contra el enemigo interno. Esto aumentó el poderío político de las fuerzas armadas, que tenía una larga tradición en países como la Argentina, y dotó de contactos muy fluidos a uniformados, políticos, intelectuales y expertos de diversos países que actuaban bajo la órbita securitista. Así, la Doctrina tomó cuerpo alrededor de una serie de principios y sujetos que llevaron a considerar como manifestaciones subversivas a gran parte de los problemas sociales y las distintas dimensiones de la vida pública, privada e incluso íntima. Tales ejes tuvieron diversas influencias y se propagaron y utilizaron de manera diferente en distintos lugares. Por ello la DSN no se sistematizó, aunque sí tuvo algunas manifestaciones claras, que sirven de base para definirla y entenderla55.
El 25 de agosto de 1967, el Gobierno militar sancionó la ley Nº 17.041, de represión al comunismo, donde se inhabilitaba a los acusados de comunistas para desempeñarse enel Estado, ejercer la docencia, recibir becas estatales, obtener licencias o administrar emisoras de radio televisión, imprentas o editoriales, desempeñar cargos directivos en asociaciones profesionales de trabajadores y empleadores, así como colocaba inhibiciones para adquirir la carta de ciudadanía. Las personas calificadas como comunistas podían pedir su rehabilitación sólo después de cinco años de haber sido condenados y tras mostrar una conducta calificada comodecente. Allí se imponían penas de prisión de 1 a 8 años para los que con indudable motivación ideológica comunista realizaren, por cualquier medio, actividades proselitistas, subversivas, intimidatorias o perturbadoras del orden público. Las mismas penas se aplicaban a quienes participaren de centros de adoctrinamiento, de recaudación de fondos o mantuviesen vínculos con Estados, partidos u organizaciones extranacionales de aquella filiación ideológica56.
Si bien los contactos entre liberal-conservadores y nacionalistas eran de tipo tanto social como conceptual y ambos grupos acompañaron la ley anticomunista y el sentido amplio de la DSN, la desconfianza del nacionalismo hacia el liberalismo no por ello dejaba de marcarse: en un sentido, la operación relacional entre estas derechas obedecía antes a la radicalización de los sectores liberal-conservadores que a una aproximación contemplativa de los nacionalistas. En ese juego posicional, los nacionalistas asignaban la defensa de la soberanía territorial y moral (con una carga de esperanza) a los militares que combatían y no a aquellos que habían sido seducidos por los escritorios y las largas parrafadas del mundo burocrático o la política (electoral o no). El tópico también estaba presente en el humor de El Burgués, que contraponía con causticidad a los militares que defendían a Occidente con los líderes de la Revolución Argentina, caricaturizados como acomodaticios, seducidos por la diplomacia de los gobiernos de izquierda como el cubano o el chileno y con escaso sentido geopolítico57. Al mismo tiempo, intelectuales de formación militar como Carlos Sánchez Sañudo, referente ibremercadista y especializado en la obra alberdiana, o Luis Gazzoli, analista de las relaciones entre política y Fuerzas Armadas, presentaban rostros contrapuestos de las posiciones liberales castrenses que sin embargo coincidían en su antiperonismo: mientras Sánchez Sañudo proponía que el justicialismo debía quedar fuera del sistema constitucional, Gazzoli prefería advertir sobre la escasa fe democrática de los uniformados58.
Como sucedió en otros países latinoamericanos, también la Argentina adoptó la Doctrina trastocando las tradicionales hipótesis de seguridad, e iniciando de modos heterogéneos la formación de militares para la persecución y combate del denominado enemigo interno comunista. El general Onganía adhirió tempranamente a dicha doctrina, haciéndolo público en 1964, y cuando llegó al gobierno mediante el golpe de 1966 implementó prácticas coincidentes con ese discurso anticomunista, al que dio un contenido tambiénantipopular y reaccionario culturalmente, como vimos.
María Cecilia Míguez ha marcado que en el período 1963-1966, el peligro de la amenaza comunista fue utilizado principalmente como argumento contra toda movilización popular, para mantener la proscripción del Partido Justicialista y para impugnar los rasgos de estatismo y nacionalismo económico que expresaban algunas de las políticas del gobierno del radical del Pueblo Arturo Illia. Desde 1964, el discurso anticomunista fue bastión de diversos sectores de las clases dirigentes, otorgándole distinto carácter y contenido, pero con la finalidad de derrocar al gobierno, evitar la llegada al poder del peronismo e instalar una dictadura cuyo líder fue justamente Onganía, que llevó adelante un proceso de modernización autoritaria caracterizado por la concentración y extranjerización de la economía59. A partir de lo estipulado por esta doctrina, las derechas más radicalizadas se consideraron avaladas para el ejercicio de la violencia contra los comunistas y contra todos aquellos que optaron por oponerse al modelo social imperante o a las pautas de la moral cristiana y occidental. Mario Lanzarini, director de la Escuela Nacional de Guerra, sostenía que:
La guerra ha sido declarada por la ideología comunista a fin de imponerla en todo el mundo, utilizando para ello cualquier camino (…) El peronismo, con su intolerancia política y religiosa, su totalitarismo partidario y sindical y sus intentos de destrucción de la familia y de la Iglesia, a la par que una equivocada política internacional60.
Si en revistas modernizadoras como Primera Plana se reflejó la importancia de la cuestión política y del llamado partido militar, pero también dieron trascendencia al consumo de drogas, discutiendo, como vimos, los supuestos efectos sociales que le adjudicaban los sectores más conservadores y tradicionalistas como FAEDA, discursos que el quincenario consideraba anticientíficos61. En efecto, esa organización, luego de haberse infiltrado en comunidades hippies, denunció en una serie de boletines que la drogadicción llevaba a la prostitución de las niñas, a la homosexualidad y a la introducción de los principios del comunismo internacional. El mismo enfoque era promovido por uno de los más duros intelectuales nacionalistas, Jordán Bruno Genta, en su ensayo Guerra Contrarrevolucionaria, editado el mismo 1964 en que Onganía exponía su enmarcamiento teórico en la Doctrina de Seguridad Nacional62. Esta posición, más allá de la mirada despectiva de los sectores modernizantes, se había intensificado durante el gobierno de Onganía, que desde una perspectiva moralista y anticomunista, había impuesto una legislación represiva que buscaba impedir cambios en la moralidad juvenil, pero cuyos efectos se transformarían con la relativa liberalización permitida por el ciclo de Lanusse al frente de la Revolución Argentina y volverían a modificarse tras el retorno del peronismo al poder63. Para ese momento, en gran parte de sus diagnósticos, representantes del universo amplio de las derechas hablaban una lengua común que se fue construyendo en este período.
UNA NOTA A MODO DE CONCLUSIÓN
Las interpretaciones sobre las transformaciones socio-culturales fueron parte de una compleja posición dondelos intelectuales liberal-conservadores dieron gran preminencia a la política y relegaron a un plano marginal de su agenda a la cultura, entendidas como dos esferas separadas, o bien supeditaron la cultura a una lectura politicista, pero que a medida que avanzaba el ciclo su posicionamiento a tono con la gramática de los nacionalistas reformuló aquellas pautas. El vínculo con las lecturas de cariz más duro prevalecientes entre las derechas nacionalistas fue efecto de una construcción que cruzó vínculos personales y políticos, diagnósticos en común y la creciente centralidad de un tipo de anticomunismo que se imbricó con líneas propias de las concepciones liberal-conservadoras por un lado y nacionalistas por el otro. Si en el primero de los casos el anticomunismo reformuló por vía del antitotalitarismo las concepciones del antifascismo de la década de 1930 y del posterior antipopulismo del momento peronista, en el segundo de los ejes lo hizo por medio de una lectura geopolítica y territorialista del cuerpo político nacional que colocó en un plano de mayor centralidad las concepciones organicistas y, por ende, avanzó hacia una concepción menos pluralista del liberalismo y a enfatizar ideas de Nación (presentes en esta tradición fundadora de nacionalidad desde el siglo XIX) ahora en un sentido limitado y excluyente. En el caso de los nacionalistas, la batalla contra las transformaciones culturales y morales alcanzó el mismo rango que lo político y, de hecho, fue un aspecto con el que activaron (y buscaron estimular) a sectores sociales e individuos que no se movilizaban por las proclamas políticas. Indagar si se originaba allí una nueva derecha social es un ejercicio aún pendiente.
Diversos estudios han atendido el rol basamental, territorial y militante que el nacionalismo expresó desde los años sesenta, retomando y reformulando las pautas ya clásicas de su repertorio de acción, donde además el peronismo apareció como un reconfigurador clave65. Ese mismo proceso fue mirado con escepticismo por el sector liberal-conservador, que expresó sus temores ante las posibles conclusiones de esos movimientos, en tanto apostó a reformular la tradición liberal en un diálogo nuevo con otras derechas, como indicamos, pero sin mácula de peronismo u otras inflexiones de tenor populista que cruzaban el nuevo rostro nacionalista.
Este amplio abanico de cambios, aproximaciones e imbricaciones entre las dos mayores corrientes ideológicas de las derechas argentinas aparece marcado por las peculiaridades de los largos años sesenta locales. En efecto, en ese tránsito iniciado con el derrocamiento del segundo gobierno de Perón en 1955 se abrió, en medio de las diversas transformaciones que atravesarían a la sociedad argentina, un espacio de mutaciones para las derechas locales. A medida que el ciclo abierto por el golpe setembrino mostró que la Argentina pensada por liberal-conservadores por un lado y nacionalistas por el otro distaba de ser la imaginada en torno del golpe de Estado, creció entre ambas tendencias una cercaníaacompañada e impulsada por el clima de guerra fría. En su momento, E.P. Thompson interpretó a la guerra fría como un fenómeno que se inauguró en 1947, pero que se independizó de sus orígenes para transformarse en una lógica centrada en sí misma que, además, se autorreproducía. Allí, generó una visión del mundo que se extendió a lo largo y ancho del planeta. Para definir un nosotros era necesario definir un otro, un exterior constituyente de la propia identidad en esa relación binaria, agonal. La presentación de ese otro como algo amenazador fortalecía los vínculos que constituyentes del nosotros. Según el propio Thompson, la amenaza del otro se había internalizado de modo tal en la cultura, que la identidad de muchos ciudadanos estaba íntimamente referenciada en las premisas de la guerra fría66. Pero, al mismo tiempo, una contracultura provocadora estaba soplando en el viento: los propios cánones interpretativos marcados por esas pautas llevaron a que, paulatinamente, el entramado de las derechas argentinas colocase sobre ella (y en sentido más amplio, sobre el cambio sociocultural) diagnósticos paulatinamente más centrados sobre las doctrinas securitistas.
El anticomunismo operó como factor de vínculo entre espacios ideológicos que a lo largo de las décadas previas habían mostrado encuentros y desencuentros pero que, de la mano de una interpretación anticomunista de la renovación internacional de las derechas, lograron trazar una nueva figura, tan laxa como aglutinante, de la enemistad política. Ese afuera constituyente se desplazó hacia la izquierda y permitió unificar, tanto a nivel de gramáticas como de contactos, a esos espacios ideológicos, bajo el marco de la discursividad securitista.
1 El Burgués, n° 18, 1971: 33.
2 La Nueva Ola no presentaba los rasgos disruptivos de las vanguardias, de ahí que su inclusión en esa cadena de relaciones no hiciera sino enfatizar el posicionamiento de la revista una vez que un sentimiento de alarma más generalizado se centró en el mundo del rock y el hipismo. Ver Manzano, 2018.
3 Vicente, 2018; Galván, 2013; Besoky, 2016.
4 La rebelión conservadora había realizado un diagnóstico del mismo sentido para el caso estadounidense, al tiempo que muchas de las críticas argentinas se apoyaban en las de Raymond Aron para la intelectualidad francesa de la segunda posguerra. Ver Nash, 1987; Aron, 1962.
5 Vicente, 2014a; Morresi, 2011; Haidar, 2016.
6 O´Donnell, 2011; James, 2002.
7 Cosse, 2010; Manzano, 2018.
8 Vicente, 2016; Galván, 2016; Morresi y Vicente, 2017.
9 Bohoslavsky y Broquetas, 2017.
10 Sigal, 1991; Terán, 1991; Pujol, 2002; Blanco, 2006; Cosse, Felitti y Manzano, 2010.
11 Sacheri, 1970; García Venturini, 1978. En ambos casos, el autor nacionalista y el ensayista liberal compilaban y reformulaban trabajos aparecidos desde la década anterior.
12 Georgieff, 2008; Cucchetti, 2010
13 2ª República, 3, 18-4-1962.
14 De Ípola, 2001.
15 Nash, 1987.
16 Cucchetti, 2010; Besoky, 2016.
17 Lida y Fabris, 2019.
18 Zanca, 2006.
19 Franceschi, 1955: 27, 28-32, 40.
20 Ibídem: 41, 45, 55, 62-63.
21 Pattín, 2016.
22 Vicente, 2014a.
23 Ibídem, 2019; Galván, 2013.
24 Restauración, n° 5, 1975: 21-24.
25 Restauración, n° 4, 1975: 51; Cabildo, n° 7; 1973: 30.
26 Melossi, 1992.
27 Franco, 2012.
28 Vicente, 2014a.
29 Pita, 2003.
30 Tiscornia, 1995.
31 Fernández Bitar, 2015.
32 Infobae, 8-1-2017. https://www.infobae.com/sociedad/2017/01/08/david-lebonperdone-a-quien-me-mando-a-secuestrar-y-torturar-por-los-militares/
33 Pintos, 1993.
34 Elepé, documental, 2009. Pujol, 2019, realiza un abordaje del vínculo política-rock desde Artaud.
35 Massuh, 1971; García Venturini, 1978.
36 Terán, 2008: 275-291.
37 Vicente, 2014b.
38 Clarín,9-6-2005. https://www.clarin.com/ediciones-anteriores/mil-formas-ir-cana_0_rys5hukRKl.html; Casas, 2014.
39 Una lectura general sobre el gobierno de facto de 1966 en Galván y Osuna, 2014. Ver Primera Plana, 237, 1967: pp. 40-44.
40 Sobre la idea de pánico moral, ver Young, 2011.
41 La Razón, 16-1-1968: 11.
42 Bozza, 2010: 12.
43 Pintos, 1993: 115; Crónica Matutina, 20-1-1968: 6.
44 Primera Plana, 263, 1968 y Primera Plana, 264, 1968. Resulta interesante señalar no sólo la escasa convocatoria de FAEDA, como lo muestra con ironía la revista, sino también la ingenuidad y falta de formación de los jóvenes anticomunistas. Por ejemplo, Dragani había señalado que algunos jóvenes de FAEDA infiltrados en las filas hippies, habían aprobado cursos de detectives por correspondencia. En este sentido nos parece claro que la violencia fuera un medio muy utilizado, ante la falta de otros instrumentos. Ver Padrón, 2012.
45 Bohoslavsky y Vicente, 2014.
46 Ver la temática general de la cuestión juvenil en Manzano, 2018. La autora otorga atención a las miradas represivas sobre la juventud, entre las cuales voces como las que aquí citamos por momentos entroncaban con discursos presentes en otros ámbitos, como la gran prensa o el propio discurso estatal.
47 Osuna y Pontoriero, 2019.
48 También en la mirada liberal-conservadora el ascenso chino era atendido con alarma, al punto que la revista El Burgués, muy atenta a la coyuntura internacional, advertía sobre cómo el país asiático reformulaba el equilibrio de bipolaridad entre los Estados Unidos y la URSS.
49 Leal Buitrago, 2003.
50 Onganía, discurso 9/11/1966.
51 Vitale, 2015
52 Villegas, 1962. Un rasgo a señalar es la aparición de militares que jugaron también el rol de intelectuales articulando doctrinas de guerra y contra insurgencia provenientes de Francia y Estados Unidos y pensando su aplicación a la realidad nacional. Al respecto puede verse Summo y Pontoriero, 2012. La figura de Villegas es relevante y amerita un trabajo más profundo y sistemático en tanto, cuando la dictadura sancionó la Ley de Defensa Nacional (6 de octubre de 1966), entre cuyas disposiciones estaba la creación del Consejo Nacional de Seguridad (CONASE), fue designado a cargo del organismo. La obsesión por planificar la seguridad fue expuesta en Villegas, 1969.
53 La Prensa, 18-6-1968: 6.
54 Citado en Bozza, 2010.
55 Leal Buitrago, 2003: 75; Druetta, 1983.
56 Ley 17401, Buenos Aires, 22 de agosto de 1967, Juan Carlos Onganía-Guillermo A. Borda. Boletín Oficial, 29/08/1967, N° 21260: 1
57 En el proceso de radicalización de las derechas liberal-conservadoras, el gobierno de la Unión Popular y la figura de Salvador Allende comenzaron paulatinamente a intercambiar, superponerse o reemplazar sentidos con los otorgados previamente a Cuba y Fidel Castro. Ver Vicente, 2016.
58 Pueden verse los trabajos del primero compilados en Sánchez Sañudo, 1983; Gazzoli, 1973.
59 Míguez, 2013.
60 Lanzarini, 1-4-1963.
61 Primera Plana, 159, 1965: 14-16; Primera Plana, 162, 1965: 8-13; Primera Plana, 254, 1967: 46-49.
62 Genta, 1964.
63 Primera Plana, 243, 1967: 38-43.
64 Besoky, 2016; Cucchetti, 2010; Padrón, 2017.
65 Thompson, 1983. Para el autor, la guerra fría funcionó como un negocio que creó en torno de sus planteos y políticas un entramado de industrias, expertos y funcionarios que se retroalimentó con los diagnósticos de tipo político-cultural.
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