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Revista de historia americana y argentina

versión impresa ISSN 2314-1549versión On-line ISSN 2314-1549

Rev. hist. am. argent. vol.53 no.1 Mendoza jun. 2018

 

DOSSIERS TEMÁTICOS

PRESENTACIÓN: EL NACIONALISMO EN HISPANOAMÉRICA EN LA HISTORIOGRAFÍA

 

Juan Fernando Segovia

CONICET – U. de Mendoza. Mendoza, Argentina. segojuan@gmail.com

 

EL NACIONALISMO HOY

Los estudios acerca del nacionalismo hispanoamericano no han dejado de continuarse a pesar de que su objeto pareciera acercarse a su defunción en virtud de lo que, se dice, es un cambio dramático en la cultura occidental: la globalización y la mundialización de los valores; la posmodernidad o la modernidad líquida; la liquidación o al menos la evaporación más o menos acelerada del Estado; la nueva era de un individualismo liberal de la mano de la americanización de la cultura; y tantas otras causas contemporáneas que pudieran aducirse.
En su conjunto esas causas dicen de un mundo en el que se disuelven las identidades y entre ellas de modo especial las nacionalistas –que por definición son cerradas y fuertes. Si todavía quedan vestigios del nacionalismo, se da por sentado que está en retroceso pues el curso del tiempo terminará por fulminar todas las rémoras del pasado. En todo caso, sería un problema circunscripto y controlable como imaginó Francis Fukuyama.
Hispanoamérica podría ser, sin embargo, uno de esos grandes espacios en el mundo que ofrece resistencia por no llevarse del todo –o llevarse decididamente mal- con ese cambio dramático. El nacionalismo estaría enquistado en mentalidades y estructuras que muestran una capacidad de adaptación y de mutación a los nuevos tiempos. Aquí los Estados juegan al gatopardismo y cambian para que nada cambie; se receptan los valores y las tendencias nuevos pero sólo en la superficie sin que taladren más allá de la corteza social; la americanización se mira con el recelo del viejo –por decimonónico- sentimiento antiamericano y antiimperialista; etc1. Pero también porque en el proceso de deconstrucción de las identidades, la nación sigue siendo un referente central del sentimiento de pertenencia2.
Como objeto de estudio el nacionalismo no ha muerto en Hispanoamérica3: la realidad cotidiana invita a la observación y el historiador está llamado a descubrir las causas y motivos encerradas en el pasado que explican su supervivencia. En Bolivia, Venezuela o Ecuador se ha estudiado el injerto del nacionalismo en un neo-populismo de izquierda, fenómeno que se ha repetido también en Brasil, Perú o Argentina. En Chile se ha tratado de entender la alianza entre el nacionalismo y el neo-liberalismo, que también existió en otros países como México y Colombia. Y los casos podrían multiplicarse4. Lo cierto es que –tal vez como lo entrevió Hobsbawm- el interés académico por el nacionalismo está ligado a que es un asunto de urgente interés político5.

UN NACIONALISMO ATÁVICO

Desde la perspectiva histórica la recurrencia del nacionalismo ha llevado a indagaciones cada vez más lejanas en el tiempo, en este sentido: existirían en el pasado remoto tendencias nacionalistas, discursos e ideologías nacionalistas, tradiciones y hábitos nacionalistas que fueron el campo de cultivo del nacionalismo de derechas que en casi toda Hispanoamérica explotó en el período de entreguerras del siglo pasado.
Ese nacionalismo de las décadas del 20 y el 30 del siglo XX produjo una primera escuela historiográfica que intentó explicarlo partiendo de los acontecimientos y las ideologías que le eran coetáneos. Así, el nacionalismo se apareció como hijo dilecto del fascismo, el producto de una cultura vitalista, existencialista y voluntarista que, habiendo perdido la confianza en el progreso de la historia, se opuso violentamente a la tradición liberal republicana constitucionalista. Era un nacionalismo reaccionario antiliberal, integrista, antidemocrático aunque poseyera un aliento romántico y usara el traje liberal.
Sin embargo, para la década del 50 del siglo pasado ese contexto que propició el surgimiento del nacionalismo de derechas había desaparecido, pero no el nacionalismo. Una segunda escuela historiográfica trató de buscar más atrás las razones de ese atavismo hispanoamericano. Algunos reflotaron la leyenda negra y quisieron ver en tiempos de la colonia una tradición fuertemente contradictora de los ideales republicanos y liberales6. Sin embargo, en los mismos procesos independentistas suele entenderse al criollismo como factor más importante en la formación de los nacionalismos7
. Por eso, otros indagadores percibieron que un cierto nacionalismo estaba cincelado en los procesos de formación de los Estados independientes, es decir, en el proceso revolucionario independentista de las repúblicas de Hispanoamérica8.
Habiendo un nacionalismo originario en los nuevos Estados liberales, debía seguirse su desarrollo a lo largo del siglo XIX. A la hora de explicarlo se dijo que o bien fue un recurso de las elites para justificarse a sí mismas con el invento de una tradición nacional9, o bien fue un discurso defensivo de los gobiernos y las clases dominantes para manifestar la independencia nacional amenazada, entre otras, por la inmigración10.
El nacionalismo se descubrió, entonces, como un fenómeno general bastante arraigado en las historias de nuestros Estados, tan general como el liberalismo republicano y hasta más enraizado que éste11. Una mentalidad o un estado del espíritu, como creía Ernest Renan, que por hereditario se había hecho familiar.
Sea como fuere, ambas escuelas historiográficas recurrían, si bien no siempre, a un esquema explicativo semejante pues confiaban en que la historia tenía el sentido de un progresivo liberalismo que en su inevitable avance establecería la república verdadera, consagraría las libertades que siempre prometió, alcanzaría el desarrollo económico definitivo y haría realidad el ideal de una humanidad hermanada y unida. El nacionalismo era para ellas el enemigo de todas esas nobles aspiraciones, de nuestro destino manifiesto12.

LOS MOVIMIENTOS POPULARES Y NACIONALES

Hay que señalar que al mismo tiempo, es decir, simultáneamente, una tercera escuela historiográfica comenzó a percibir que el nacionalismo dejaba de ser un fenómeno de las elites para acercarse a los movimientos populares. Lo atávico vino a ser también proteico en el sentido que el viejo nacionalismo tenía ahora otras varias cabezas.
En efecto, el pueblo convertido en actor de la política nueva de los Estados nuevos vino a ser el protagonista principal de un nacionalismo nuevo también porque ya no era antipopular sino populista y democrático, más derechamente: popular13, el nacionalismo como un hecho de masas. El movimiento de las masas, empero, podía ir en varias direcciones: a la derecha, remedando los fascismos nacionales –como en Brasil, Venezuela o Argentina-, o a la izquierda, en lo que se dio en llamar las izquierdas nacionales –como en Perú, Chile, México y otra vez Argentina.
El nacionalismo se reveló policéfalo, como la Hidra de Lerna, y monstruoso como ella. Aquellos viejos nacionalistas habían sido casi siempre reaccionarios, los de ahora se presentaban como una vía a la modernidad14. En el gobierno, el nacionalismo podía jugar a una política pacifista sin renunciar a un cierto reformismo; en la oposición, apostaba a la insurrección civil o militar, fuese con orientación revolucionaria o restauradora15. Si excluido del sistema por la oligarquía, no se resignaba y apuraba el retorno del pueblo al poder incluso con las armas. Se descubrió que no pocos movimientos guerrilleros de los 60 y los 70 del siglo XX no eran internacionalistas sino nacionalistas. Este nacionalismo de izquierdas se decía superador del nacionalismo pequeño-burgués y aspiraba (como tantos grupos usaron en su denominación) a representar el papel de un ejército de liberación nacional.

LA EXPANSIÓN DEL NACIONALISMO

Resulta así que el nacionalismo se ha vuelto para los historiadores un interés historiográfico siempre renovado por multifacético, un objeto de estudio inagotable y prácticamente inabarcable. Mentalidades y ficciones, ideologías y discursos, ideas y folclore, gobiernos y movimientos, estructuras y costumbres, todo esto y aún mucho más puede ser nacionalista y sujetarse a la investigación histórica de las palabras y las prácticas. La enorme masa de trabajos producidos con motivo del bicentenario de las revoluciones independentistas lo confirma16.
En medio de tanta algarabía surgen los inconvenientes: la dilatación exagerada del objeto quita certeza a la indagación histórica; por caso, si el primer nacionalismo era algo preciso y determinable, el que se ha construido contemporáneamente casi no tiene límites. Un simple repaso a los objetos nacionalistas lo demuestra: género y nacionalismo17; nacionalismo y arte, la literatura y la música, la arquitectura y la estética nacionalistas18; nacionalismo e indigenismo, los etnonacionalismos19; nacionalismo culinario20 y el nacionalismo y las bebidas nacionales; imaginería y simbología nacionalistas: himnos y banderas, enseñanza y pedagogía21; nacionalismo y separatismo: federalismos, autonomías, regionalismos; nacionalismo lingüístico; nacionalismo y deportes22; nacionalismo y turismo23, etc. Y ya se sabe que quien mucho abarca...
Es verdad que el historiador puede acotar la materia de estudio. Las primeras escuelas historiográficas del nacionalismo se habían centrado especialmente en la historia política y de las ideas. Hoy, sin embargo, parece difícil tarea pues la historia ha sido ganada por otras ciencias (de modo singular por la sociología y la etnografía, pero también la lingüística y la politología) y se ha prendado de teorías novísimas (como la del género, el deconstruccionismo y otras) que parecen están desfigurando el cometido de la investigación histórica y el papel del historiador. Pero esto es harina de otro costal.

SOBRE EL CUADERNO

Cuando propuse a diferentes colegas del mundo hispano, peninsular y americano, la confección de un cuaderno sobre el nacionalismo en nuestras tierras, tuve a la vista ese profuso panorama que ha servido de introducción. Los estudios aquí reunidos responden en lo fundamental a la primera de las escuelas historiográficas señalada.
Quien tenga cierto conocimiento de las cuestiones encerradas en los problemas historiográficos del nacionalismo sabrá que uno de ellos, y no el menor, está en el concepto mismo de nación. Por ello estimo de gran interés la colaboración de Miguel Ayuso (España): El imposible histórico del nacionalismo español. El pensamiento tradicional español frente al nacionalismo. El autor, uno de los referentes actuales del tradicionalismo español, el carlismo, trata de precisar qué se ha de entender por patria y por nación acudiendo al proceso histórico revolucionario de formación de los Estados y a la subsiguiente asimilación, conceptual y sentimental a la vez, entre patria y nación y nación y Estado nacional. Si el tradicionalismo no acepta como bueno en sí al Estado moderno, tampoco lo hará, en sana lógica, con la nación que es apéndice de ese Estado.
Pero el autor, en un nuevo giro de tuerca, opone desde el tradicionalismo hispánico, Europa y España, que no se distinguen en los corrientes estudios históricos, culturales y políticos –aquí ejemplificados en la tesis de Christopher Dawson- que hablan de España como si fuera un miembro más de Europa. Sobran los motivos históricos para que la España clásica, que el tradicionalismo defiende y postula, no se identifique con Europa, en particular por su protestantismo. Los argumentos vertidos por Álvaro d'Ors, Rafael Gambra o Francisco Elías de Tejada, que recorren las razones de la oposición desde el siglo XVI al XX, hacen evidente la imposibilidad de tal equiparación.
No cabe duda que la colaboración de Ayuso sirve para clarificar muchas de las confusiones acerca de la impronta hispanista de los nacionalismos nuestros, que serán hispanistas, a no dudarlo, pero no tradicionalistas. Sirve, también, para entender que la común hispanidad no significa la existencia de un nacionalismo cultural transatlántico, una suerte de pan-hispanismo, aunque quizá haya sido querido así en tiempos del franquismo y tal vez desde décadas antes24. Su trabajo, finalmente, es un revulsivo contra la intoxicación de la historiografía moderna –a la que me refería antes- porque nos enseña que una buena historia siempre tiene por base una sana metafísica sin la cual es imposible comprender el significado de los conceptos que la misma historia usa.
La segunda colaboración, Los orígenes de la nación y el nacionalismo argentino. 1810-1820 es de Gonzalo Segovia (Argentina) y viene a interceder en un debate que la historiografía de nuestro país tiene abierto hace ya bastante tiempo, no sólo el del origen del nacionalismo argentino –que, como dijimos, se ha ampliado a las raíces de las independencias nacionales- sino también de cómo se entendía en ese momento lo que se llamaba nación. De algún modo es continuación –que no mera aplicación- del trabajo conceptual del artículo anterior, pero también una concreción que, próxima si se quiere a la historia de los conceptos, clarifica el de la nación en ese decenio inmediato a mayo de 1810.
La contribución de Segovia muestra cómo en el lenguaje de ese tiempo la nación era un concepto político, heredero del revolucionario francés, íntimamente ligado a la preocupación por la soberanía, de modo tal que son las discusiones acerca del soberano (el titular de la soberanía) las que deciden sobre la nación y confluyen en el tipo nacionalismo que está en los orígenes del Estado argentino. La solidez del análisis histórico y la precisión de los términos, son caracteres de este trabajo, en el que las partes están finamente engarzadas. Si la identidad nacional se dice por razones políticas, no hay argumento que pueda sostener una concepción cultural por sobre aquélla, consiguientemente el concepto político revolucionario de nación excluye de él todo elemento hispánico.
Entre las virtudes de este trabajo debe destacarse el haber recurrido a fuentes de primera mano, fundamentalmente las publicaciones periódicas, que se me ocurre son indispensables para el buen cumplimiento de la tarea del investigador.
La tercera colaboración es debida a Rodrigo Ruiz Velasco Barba (México), y gira En torno a discursos y representaciones del nacionalismo católico en México. El autor considera una gran variedad de tópicos, que se señalaron en esta presentación, añadiendo uno que fue voluntariamente omitido: el religioso. Explica el colaborador –en línea con el trabajo de Ayuso y también de Brading- que en filosofía política el nacionalismo se diferencia del patriotismo para mostrar de inmediato que en México hubo diversas clases de nacionalismo y que el católico, que también está en los orígenes junto al liberal y revolucionario, tuvo en la devoción a la Virgen de Guadalupe su hondo catalizador.
Ruiz Velasco Barba se concentra en la figura del escritor y político Lucas Alamán (1792-1853) a quien considera padre del nacionalismo católico conservador. Por lo pronto, frente a los liberales, no haya la fundación de la nación mexicana en el pasado indígena sino en la conquista española, sabiendo separar la paja del trigo pues los Borbones, por afrancesados, fueron objeto de su crítica. El proceso revolucionario independentista, por no católico y por racionalista, le parecía negador de las raíces de la nación mexicana, de ahí su conservadorismo: la religión católica y la tradición hispánica era lo que debía conservarse. La herencia de Alamán es considerada en el siglo XX en diferentes momentos, resaltando la figura de Salvador Abascal25, jefe de la Unión Nacional Sinarquista.
A lo largo de su contribución, el autor ha sintetizado en un esfuerzo erudito dos siglos del nacionalismo católico y conservador mexicano, apartándolo de otras tendencias nacionalistas y de ideologías que suelen entenderse afines; rescatando sus más destacados representantes y su credo básico indeleble: el hispanismo, el antiamericanismo, el guadalupismo y el orden social cristiano. La singularidad del empeño está en habernos mostrado un nacionalismo que muy pocos historiadores –no los de las escuelas en boga, por cierto- suelen apreciar y distinguir en la historia de México.
La colaboración final se debe a José Díaz Nieva, posiblemente el más destacado historiador del nacionalismo chileno. En esta ocasión reflexiona sobre El nacionalismo chileno una corriente política inconexa, repasando sus líneas centrales desde el primer centenario hasta la caída de Salvador Allende. ¿De dónde proviene esa inconexidad que el autor subraya? A su juicio, de la diversidad de rostros que en Chile tuvo el nacionalismo y que viene muy a cuento para abonar las líneas que describiera en esta presentación.
En efecto, Díaz Nieva trata primeramente del nacionalismo republicano, con iniciales tintes conservadores, que a comienzos del pasado siglo se propuso, a través de la Unión Nacionalista, cuyo más egregio representante fuera Guillermo Subercaseaux, una tarea de reconstrucción nacional recuperando el Estado de las variadas banderías que lo tironeaban. Inmediatamente después emerge un nacionalismo fascista, el Movimiento Nacional Socialista de Jorge González, que toma también al Estado como mascarón de proa contra el liberalismo y el materialismo, en defensa de la raza y de la sangre; y que contribuyó a la victoria de Pedro Aguirre Cerda en las elecciones presidenciales de 1938. Es sintomático –pues pareciera ser un rasgo de muchos grupos nacionalistas- el divisionismo de esta tendencia que acabó fragmentada en una pluralidad de partidos y agrupaciones de variada ideología: democristianos, comunistas, socialistas.
La siguiente corriente considerada es la del nacionalismo populista que tuvo en el ex presidente Carlos Ibáñez a la figura más representativa. Difícil de asir como casi todo populismo, este nacionalismo tiene su rasgo más peculiar en una concepción corporativista que se diluye en una democracia funcional. Acabó dividiéndose a mediados de 1950. Finalmente, Díaz Nieva trata del nacionalismo anticomunista, cuyos comienzos se remontan a la década de 1930 con la fundación de la Milicia Republicana por Eulogio Sánchez y que con diferentes nombres, publicaciones y actividades, se muestra como la línea nacionalista de mayor continuidad, quizá por la naturaleza más simple de su ideario en el sentido de mayor facilidad de identificación, ayudada por un contexto de crecimiento de las fuerzas de izquierda.
Sea como fuere, las colaboraciones de este cuaderno brindan una visión rica de las diversas experiencias nacionalistas y antinacionalistas en las Españas de ambos lados del Atlántico. No agotan el tema ni pretenden dar por cerrada la cuestión que cada una considera, pero sin embargo son un punto de apoyo para nuevas investigaciones y estudios. El nacionalismo chileno puede ahora ser abarcado como una diversidad de grupos con tendencias más o menos diferentes tanto en la acción política como en el encuadre ideológico. Las perspectivas historiográficas del nacionalismo mexicano se ven aumentadas por las precisiones en torno a una tendencia católica de larga duración y de ideario prieto y constante. El primer nacionalismo argentino nos pone de frente al problema del antihispanismo como componente liberal esencial de esa primera experiencia y que viene, en alguna medida, a mostrar el diferente origen del nacionalismo reaccionario y justificar su revisionismo histórico. Finalmente, la visión del tradicionalismo español contraria a los nacionalismos no sólo clarifica el problema de lo que se entiende por tradicionalismo sino que es motivo de reflexión sobre las influencias españolas en el nacionalismo reaccionario de los hispanoamericanos.

 

NOTAS

1 Vizcaíno, 2004 y Meyer, 2006.

2 Pertenencia e identidad forman la trama psicológica del nacionalismo según Breuilly, 1990.

3 Basten como muestras: Correa, 2011; Díaz Nieva, 2015; Goebel, 2013; Lascano, 2012; McGee Deutsch, 2005; Portocarrero, 2014; Taibo Arias, 2007.

4 Aibar Gaete, 2007; Burbano y de la Torre, 1989; Conniff, 1999; Eastwood, 2007; Mackinnon y Petrone, 1999; Márquez Restrepo, Pastrana Buelvas y Hoyos Vásquez, 2012; Vilas, 2005; y Zanatta, 2008.

5 Hobsbawm, 2010: 311. Véase McMahan y McKim, 2003.

6 Guerra, 1992. Véase la revista Historia Moderna, 2012.

7 Brading, 1973 y Saladino García, 2011.

8 Ramos Santana, 2002.

9 Bertoni, 2001.

10 Solberg, 1970.

11 Buela Lamas, 1993.

12 Halperín Donghi, 2004: 19.

13 Pérez Montfort, 1994.

14 Greenfeld, 2005.

15 Cotler, 1977: 373-423.

16 Véase la revista Historia Mexicana,2010.

17 Al que se dedica la revista Nation and Nationalism. Studies in Ethnicity and Nationalism. Cf. Gutiérrez Chong, 2004.

18 Blache, 1991-1992: 69-89; Mansilla, 2005: 51-78.

19 Mayorga y Rodríguez, 2010: 97-122; Máiz, 2007: 11-54; Gutiérrez Chong, 2001.

20 Ccopa, 2014.

21 Espinoza Portocarrero, 2014; Hagemeyer, 2011: 99-116; Sorensen Goodrich, 1998: 147-166;

22 Alabarces, 2013: 28-42.

23 Lossio Chávez, 2014.

24 Sepúlveda, 2005.

25 Cf. su tesis doctoral: Ruiz Velasco Barba, 2014.

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