Paisajear: un método cartográfico para ir tras las educaciones (otras) que se producen en una planta de producción
Paisajear:
a cartographic methodology to persue the educations (others) produced inside a
factory
Edilberto Hernández González
Universidad de San Buenaventura,
Colombia.
edilberto.hernandez@usbmed.edu.co
Teresita Ospina Álvarez
Universidad de San Buenaventura, Colombia.
Leidy Yaneth Vásquez
Universidad de San Buenaventura, Colombia.
Recibido: 24/03/2020
Aceptado: 29/07/2020
Resumen. En el presente artículo nos ocupamos del proceso de
conceptualización epistemológica y experimentación-creación del método
cartográfico que hemos denominado paisajear; el mismo que se configuró
en el contexto de la investigación Cartografías de una educación (otras),
la cual se llevó a cabo en una planta de producción de materiales educativos de
la ciudad de Medellín, Colombia. El método referido, desplegó una serie de
acciones encaminadas a crear paisajes geográficos y existenciales, que
posibilitaron comprender la manera como los cuerpos hacen presencia en el
paisaje de la planta de producción. Entre los resultados de su desarrollo se
destaca la percepción de un movimiento que envuelve los cuerpos sobre sí
mismos, otro doblez que envuelve los cuerpos y las máquinas en una expansión
simbiótica. Percibimos igualmente, movimientos que se expandían, por un lado,
desde la planta hacia lugares geográficos: la casa, la escuela de los hijos, y
el centro de salud; y por otro, hacia lugares existenciales: fragmentos de
experiencia del pasado, obligaciones con el grupo familiar e ilusiones en torno
de la realización de algún proyecto propio.
Palabras clave. Investigación cartográfica, Errancia,
Movimientos, Paisajear; Educación (otras).
Abstract. In this article we deal with the process of epistemological
conceptualization and experimentation-creation of the cartographic method that
we have called Paisajear; this was configured
in the context of the research: Cartographies of an Education
(others), which was carried out in a plant for the production of educational
materials in the city of Medellín, Colombia. The mentioned method deployed
series of actions aimed at creating geographical and existential landscapes,
which made it possible to understand the way bodies are presence in the
landscape of the production plant. Among the results of its development stands
out the perception of a movement that wraps the bodies around themselves and
another fold that surrounds the bodies and machines in a symbiotic expansion.
We also perceived movements that expanded, on the one hand, from the plant to
geographical places: the house, the children's school, and the health center;
and on the other, towards existential places: fragments of past experiences,
obligations with the family group and illusions around the realization of some
own project.
Keywords: Cartographic
investigation, Errancy, Movements, Paisajear; Education (others).
Presentamos en este texto la
conceptualización epistemológica, la configuración y despliegue de un método de
investigación, que posibilitó cartografiar y problematizar lo educativo por
fuera de la escuela, entendiendo que esta, en tanto institución agencia un
discurso que le ha autorizado para decir de lo educativo, de acuerdo con unas
prácticas y lenguajes de funcionamiento instaurados históricamente. Sin
embargo, lo educativo en tanto experiencia no se circunscribe a una etapa de
escolarización, al contrario, esta transita y configura las maneras de
relacionarnos cotidianamente. Es así como, nuestras inquietudes nos pusieron en
relación con la singularidad de un grupo de operarias en la planta de
producción y, al mismo tiempo, con unas maneras colectivas de relación.
El método de investigación, allí compuesto
fue denominado Paisajear, expresión
con la cual designamos un conjunto de acciones referidas a crear paisajes
geográficos y existenciales, esta expresión,
no corresponde a un término de uso reconocido
en castellano y con él nos proponemos dar vida a un entramado de acciones y
afecciones en el contexto de la investigación Cartografías de una educación
(otras). Paisajear, paisajeo, paisajeante, nos lleva a pensar en una serie de
variaciones verbales, esto es, acciones de tiempo (paisajeo, paisajeé,
paisajarearé); de voz (paisajea); de aspecto (he paisajeado, paisajeaba); de
modo (paisajeas); de número (paisajeo, paisajeamos); y funciona también como
gerundio (paisajeando), en ocasiones también como adjetivo (paisajeado).
(Ospina; Hernández & Farina, 2019, p. 185)
Como ya indicamos la configuración de este
método estuvo articulada a la investigación Cartografías de una educación
(otra)[1], cuyos propósitos se centraron en la
idea de “recorrer lo educativo que sucede en los intersticios de las
arquitecturas espaciales, temporales y corporales de un grupo de veinte
personas que se desempeñan como operarias(os), en una planta de producción de
materiales educativos” (Ibidem, p. 181).
Ahora bien, a propósito de la configuración
de un método para el abordaje de un problema de investigación, Mieke Bal
(2009), en la introducción de su libro Conceptos
viajeros en las humanidades, reitera,
que no se trata de aplicar un método, sino de
provocar un encuentro entre varios métodos, un encuentro del que participa
también el objeto, de modo que el objeto y los métodos se conviertan juntos en
un campo nuevo, aunque no firmemente delineado (p.11).
En ese mismo sentido, la filósofa española
María Zambrano (1986), en Claros del Bosque,
considera que el método de investigación debe hacerse cargo de la vida y de
aquello que en la vida acontece; sugiere que el mismo sea pensado como un
encuentro, uno con el cual se dé comienzo a una vida nueva, íncipit vita nova; al respecto, la autora
escribe:
Un método surgido de un «Incipit vita nova»
total, que despierte y se haga cargo de todas las zonas de la vida. Y todavía
más de las agazapadas por avasalladas desde siempre o por nacientes. Un método
así no puede tampoco pretender la continuidad que a la pretensión del método en
cuanto tal pertenece. Y arriesga descender tanto que se quede ahí, en lo
profundo, o no descender bastante o no tocar tan siquiera las zonas desde
siempre avasalladas, que no necesariamente han de pertenecer a ese mundo de las
profundidades abisales, de los ínferos, que pueden, por el contrario, ser del
mundo de arriba, de las profundidades donde se da la claridad (p. 125).
Bal (2009), y Zambrano (1986), pues,
coinciden en la importancia de pensar los métodos de investigación en conexión
con la existencia, con la experiencia de los investigadores y de aquellos con
quienes nos aventuramos en el ejercicio de investigar; de manera que, lo
existencial se torna relevante como una revelación poiética, fuerza creadora, que se resiste a la repetición.
Asumir de esta manera el método de
investigación, nos exigió apertura, re-conocimiento y salida de lo habitual;
forzarnos a percibir cómo acontece la producción de las subjetividades en las
acciones cotidianas, comprender las maneras en que la formación acontece por
fuera de la institucionalidad escolar, esto es en la experiencia de trabajar,
conversar, habitar, como lo ha planteado Michel De Certeau (2000); en este
mismo orden de ideas, Deleuze y Guattari (2004), invitan a mirar la
exterioridad de las relaciones, las articulaciones y los puntos de fuga que se
presentan como movimientos de desestratificación; cuestión que en sus propios
términos, es: “hacer pasar y circular partículas asignificantes, intensidades
puras, de atribuirse los sujetos a los que tan sólo deja un nombre como huella
de una intensidad” (Deleuze y Guattari, 2009, p.10).
Siguiendo esta perspectiva nos interesamos,
pues, por cartografiar unas prácticas donde la cotidianidad de los cuerpos, sus
modos de relación con aquello que les rodea y, las formas de comprensión de sí
mismos están implicadas, en este sentido, las formas de aparecer que adoptamos,
las maneras como contamos a los otros lo que nos pasa, producen y transforman
las subjetividades constantemente. Frente a estas realidades la cartografía se
abre sitio a la configuración de intervenciones y participación que dejan un
amplio espectro a la improvisación.
La cotidianidad es, entonces, el lugar para
esas intensidades vinculadas a la producción subjetiva, y que, en el caso de
nuestra investigación, dicha cotidianidad fue una planta de producción;
escenario donde vibraron esas fuerzas vitales que De Certeau (2000), sitúa en
torno de nociones como marginalidad o cultura popular. Así pues, encontrar
maneras de investigar la cotidianidad y desde ella misma, produjo otras
posturas subjetivas, ya que las prácticas de crearse una vida, trazar huellas
de intensidades, implica devenir en otros, crear-se, producir-se, en espacios
que cruzan y sobrepasan las fronteras de la institucionalidad. En este sentido,
ocuparnos de los pequeños acontecimientos de una planta de producción se tornó
interesante porque, como lo afirma Nietzsche, hemos despreciado los asuntos
pequeños e importantes de la vida, por lo que es preciso: “[…] comenzar a
cambiar lo aprendido. Las cosas que la humanidad ha tomado en serio hasta este
momento no son siquiera realidades, son meras imaginaciones o, hablando con más
rigor, mentiras nacidas de los instintos malos de naturalezas enfermas”
(Nietzsche, 2017, p.69).
Así, las cosas, proveernos de un método de
investigación en proceso, fue acercarnos a los micro universos de la
cotidianidad; por lo tanto, el método que vamos a presentar, entonces, se
encuentra articulado a las reflexiones y producciones sensibles construidas en
el escenario de las filosofías de la diferencia, panorama en el cual se sitúa
el pensamiento de Friedrich Nietzsche, Henri Bergson, Michel Foucault, Gilles
Deleuze y Félix Guattari entre otros; filosofías que, además, han dado fundamento
a la cartografía y al campo de la investigación-creación. Este horizonte
conceptual nos abrió múltiples posibilidades para la inmersión en la planta de
producción, la experimentación y la generación de intersecciones
epistemológicas; en este sentido, la cartografía se tornó experiencia de
producción de realidades, de conocimiento y de subjetividades; en este
contexto, la cartografía, más que un modelo establecido con antelación para
proceder en la investigación, propuso la creación de rizomas, la articulación
de líneas existenciales a través de las cuales transitamos la planta de
producción. A este respecto, Suely Rolnik, (1989, p.1) considera que los
“paisajes psicosociales son también cartografiables”, de manera que esas tramas
subjetivas que circulaban por la planta de producción fueron territorios
prósperos para la experiencia cartográfica.
Es así como la investigación, nos planteó,
innumerables retos, entre ellos, irrumpir en el universo laboral de una planta
de producción, sustrayéndonos teórica y epistemológicamente de los discursos de
la sociología, de la psicología del trabajo, y de la descripción etnográfica,
para dirigirnos y permanecer en ella, forzándonos a realizar trazos sensibles
que posibilitaran hacer de la cotidianidad un paisaje geográfico y existencial.
Este paisaje, entonces, nos convocó a plantearnos nuestro propio modo de
cartografiar el acontecer cotidiano en un ámbito no escolar, lo que posibilitó,
además, el despliegue de un pensamiento sensible en relación con unos espacios
laborales que fueron el territorio donde suponíamos acontecían experiencias de
educación (otras), y se producían formas subjetivas del transcurrir de la
formación.
Cartografiar una educación (otras), nos
lanzó hacia la construcción de lugares epistémicos diferentes de aquella
educación concebida como dinámica de relación centrada en la transmisión y la
apropiación de unos conocimientos adscritos a un espacio determinado, sea este,
la institución educativa, el colegio o la universidad; ir tras una educación
(otras), nos puso frente la decisión de autorizarnos la diagramación de unas
cartografías de lo educativo que se compusieran de espacios vibrantes, imágenes
orgánicas, gestos intempestivos, relaciones de fuerza, movimientos por los
mapas de la ciudad, circuitos de afectos, tensiones entre la intimidad y la
exterioridad, pliegues corporales y reflexiones (otras); todo esto nos condujo
a la creación de un método propio, que se ocupara de mapear la planta de
producción, en tanto “territorios existenciales -que implican Universos
sensibles, cognitivos, afectivos, estéticos, etc.- y esto, en áreas y por
períodos de tiempo bien delimitados” (p.5) como lo sostiene Guattari (2000); un
paisaje geográfico y existencial, en el cual un grupo de personas, mujeres en
su mayoría, que se ocupaban de diseñar, imprimir y encuadernar material
educativo.
La planta de producción se constituyó en
nuestra investigación en un espacio singular, un paisaje micropolítico,
referido “tanto al deseo del individuo, como al deseo que se manifiesta en el
campo social en su sentido más amplio” (Guattari, 1995. p.154), de modo que la
singularidad no está dada por las diferencias con la escuela; tampoco porque
los investigadores no hubiésemos habitado con anterioridad una planta de
producción, sino porque allí se pusieron en circulación intensidades,
produjeron otros modos de transitar la cotidianidad de ese lugar, de la ciudad
y de la vida misma; esto es, justamente lo que determinó la creación e
implementación de un método que nos permitió experimentar las multiplicidades
de la experiencia de la formación de los cuerpos; habilitar preguntas para
escuchar los quejidos diarios de la cadena de producción; olfatear la rutina de
la jornada laboral; ver y rastrear el desenvolvimiento de los salarios; sentir
y percibir las afecciones que desgastan los cuerpos y las máquinas; medir y
tocar el espesor de la respiración y las palabras que caen al cortar, doblar,
plegar y empacar los materiales escolares allí producidos, y finalmente,
empapar el cuerpo con los signos y gestos de lo que (nos) pasa con lo educativo
en este lugar.
Seguir
el rastro a la cartografía, al rizoanálisis, la investigación basada en las
artes (Hernández, 2008), y otras perspectivas metodológicas derivadas de las
filosofías de la diferencia, nos puso por delante un horizonte complejo e
incierto, cuando pensábamos en la manera de proceder en este contexto singular
de investigación; ¿dónde se encontraban las pistas para construir la manera de
ocuparnos de aquellos movimientos, vibraciones y agitaciones de lo educativo,
que suponíamos circulan por una planta de producción?
En
este sentido, hilvanábamos pensamientos, merodeábamos la planta de producción,
en cuanto “mapa que debe ser producido, construido, siempre desmontable,
conectable, alterable, modificable, con múltiples entradas y salidas, con sus
líneas de fuga”, (Deleuze y Guattari, 2009 p. 26); por tanto, los mapas vislumbrados y construidos, tendrían pues, que permanecer
abiertos, apenas iniciados, con la suavidad necesaria para adaptarlos a
cualquier rugosidad, armables y desarmables en los encuentros. Estos mapas con
los cuales nos orientaríamos, no demarcaban localidades, solo líneas de errancia, (Deligny, 2015) que seguían
unas veces, las corrientes que fluyen por la superficie y otras las corrientes
subterráneas.
Los conceptos cartográficos que pusimos en
movimiento en nuestra invención metódica, impulsaron la demarcación de pequeños
y sutiles puntos de entrada y de salida, para que, en el medio, es decir, en
los encuentros con las personas y grupos de personas de la planta de
producción, el acento estuviera puesto en la improvisación, en tanto manera de
construir la experiencia misma de investigación; al respecto la profesora
Cynthia Farina, indica que:
La improvisación puede ser una forma de
cuidado de esas experiencias, de cuidado de las imágenes e ideas con las que
entramos en contacto. Puede ser una actividad formal que nos permita producir
maneras de actuar con las cosas que nos pasan y solicitan nuestra atención.
(2006, p.13).
Pensar la posibilidad de cartografiar una
planta de producción, a la par de la composición de los mapas para guiarnos en
tal experiencia, significó también, indagar la producción del cuerpo del
investigador, un cuerpo que devenía cartógrafo errante; esto significó,
localizar algunas coordenadas para entender el habitar desde la errancia, no
desde lugares fijos, que condujeran a la interpretación convencional de
categorías o bien, al análisis de representaciones de orden sociocultural. En
nuestro caso estábamos interesados en la constitución de territorios
epistemológicos para la pregunta por los cuerpos que son afectados en la
investigación.
Nos encontrábamos, pues, transitando parajes
fangosos, esos que se precipitan a cada paso; obviamente no se trataba de las
tierras firmes de esa investigación cualitativa edificada desde las técnicas
para la recopilación de datos e interpretaciones de los mismos; esas tierras,
las habíamos abandonado hace ya un buen tiempo y estamos ahora en la línea
oceánica del afuera (Deleuze, 2015); en ese universo donde la quietud se hacía
difícil, ya que ese medio tampoco era suficientemente líquido como para
permitirnos flotar. De manera que poco a poco fuimos aprendiendo a deslizarnos
y sumergirnos de vez en cuando, y cuando estábamos a punto de ahogarnos en las
aguas vivas de la cartografía, aparecían corrientes de agua cálida que nos
obligaron a componer ciertas formas de proceder metodológicamente en la investigación.
En estas circunstancias, la pregunta no era
solo recurrente, sino pertinaz: ¿cómo investigar en educación por fuera del
territorio de lo –institucional– en el cual se la ha plantado y dejado echar
raíces? ¿Cómo investigar acerca de algo que es fluido y se desplaza
permanentemente? En esta búsqueda, la cartografía nos aportaría importantes
claves para concebir nuestro método de investigación; ya que configurar líneas
aéreas posibilita movimientos, como lo señalan Deleuze y Guattari (2009), en el
sentido que cartografiar es para ellos, armar mapas en los que se puede entrar
por donde se quiera, y trazar rutas posibles. Mapas que no precisan tierra, tal
vez aguas fluctuantes, o aire, para seguir trazando sobre lo moviente. Esto
implica, necesariamente, cambiar las maneras de nombrar, experimentar con los
conceptos para hallar formas diferentes del pensamiento, de la escritura y del
estar en la cotidianidad. De esta manera la cartografía nos permitió des-velar
ciertos aspectos de la investigación en educación desde la sencillez de la
producción en el cotidiano. Entonces, si velar es custodiar -y bien lo han
hecho las prácticas y los discursos de la educación-, ¿qué tipos de errancias
se requieren para des-velar, dejar de custodiar, plegar las velas y aventurarse
a un viaje cartográfico, por una planta de producción?
Des-velar
en tanto, invención de un método cartográfico, le plantea cuestiones nuevas a
la investigación; entre ellas, atravesar líneas sin los rumbos que a veces
fijan las velas; de manera que los pliegues cartográficos, posibiliten
acompañar procesos, además de ponernos en presencia para estar atentos a lo que
acontece. En estos movimientos de tensión, la cartografía propone el
acercamiento a lugares que no solo, desacomodan los saberes que tenemos de lo
educativo, sino justamente, las maneras de producir esos saberes.
Producir
líneas cartográficas, “en las cuales el deseo se atasca o se mueve hacia el
horizonte de su línea abstracta” (Deleuze, 2007, p.37), se convierte en una
creación, ya no en una copia. En este caso, habitar la cotidianidad de una
planta de producción, implicaría una reflexión cuidadosa en la manera como el
investigador se sitúa en ese lugar del dejarse llevar por la fuerza de lo que
acontece, configurar mudanzas del pensamiento, mientras se crea el camino; “O
desafio é evitar que predomine a busca de informação para que então o
cartógrafo possa abrir-se ao encontro” (Kastrup y Passos, 2009, p. 57)[2].
En este sentido, la autora, agrega que este tipo de investigación trata de
“desenvolver o método cartográfico para utilização em pesquisas de campo no
estudio da subjetividade se afasta de objetivo de definir um conjunto de regras
abstratas para serem aplicadas”[3]
(Kastrup, 2009, p. 32).
En localidades, diferentes a Brasil, también
se están desarrollando investigaciones sustentadas en la cartografía; en
algunas de ellas se retoma a Deleuze y Guattari para hablar de rizoanálisis como método, en el marco de
lo que se ha llamado investigación postcualitativa. Autores canadienses como
Bryan Clarke y Jim Parsons (2013) proponen, desde el pensamiento y la
investigación rizomática, el despliegue de una agencia personal para ver la
investigación como multiplicidad; al respecto de ello, los autores sostienen:
Research also becomes a symbolic construction
of self as the researcher gains agency and comes to selfidentify and act as a
researcher. Thus, the activity of conducting research shapes the lives and
identities of those forging the constructions (doing the research). In other
words, research is always more than research, because it is conducted and
constructed by people who (by doing research) engage in the complex challenge
of symbolic meaning-making and identity-building, informed by changing life
narratives[4] (p. 36).
Clarke y Parsons (2013), encuentran en el
rizoanálisis la posibilidad de producción simbólica de nuevas narrativas, sin
embargo, de la cita anterior, lo que más llama nuestra atención es esa
anotación, que el método de investigación, también produce a los investigadores.
A propósito, estos autores definen al investigador de rizomas como un nómada
que lleva a cabo seis acciones, tal como se puede observar en la Figura1:
Figura 1: Elaboración de los autores, a partir de Clarke y Parsons. (2013, p. 36)
En tal caso, corresponde al investigador de
rizomas ocuparse de la incertidumbre, atender lo que va pasando y permanecer en
condición de desarraigo; lo que sería, en palabras de Deleuze y Guattari
(2009), una experiencia de desterritorialización, la cual es una de esas
acciones complejas, toda vez que desencuaderna la percepción habitual de la realidad
y de las cosas, para instaurar el asombro, una mirada distorsionada, un iris
que forma rizomas nuevos. A partir de las elaboraciones conceptuales de estos
autores, generamos resonancias que nos alentaron a pensar en nuestros propios
caminos, a inventar nuestra manera de deambular por la planta de producción;
forjar mapas rizomáticos, indeterminados e inconexos, a veces, para dar lugar
de esta forma a otras preguntas sobre la educación y sobre nosotros mismos.
En el mismo horizonte de Clarke y Parsons
(2013); Mancy (2015) problematiza la investigación educativa cualitativa desde
el rizoanálisis y las literacidades múltiples (alfabetización múltiple, no
jerárquica ni limitada a la escuela), con implicaciones transdisciplinarias;
desde su crítica a la investigación humanística tradicional, la representación,
la lógica binaria y el sujeto centrado, Mancy (2015), plantea líneas de vuelo
para la investigación rizoanalítica, donde la observación y la entrevista crean
nuevos senderos; para ella, el rizoanalisis no es un método, pues invita a la
desterritorialización del concepto de metodología de la investigación, para
llevarlo hacia su reterritorialización como mapeo de líneas, a través de la
inmanencia. Esta autora sugiere el uso de viñetas como textos y eventos
sensoriales que permitan crear nuevos territorios, que pueden ser conceptos.
Las búsquedas de estos autores dejan
entrever sus propias indagaciones al interior de la cartografía, y sus rastreos
del rizoma. En sus planteamientos quedan fisuras y pliegues que permanecen
entreabiertos, que no necesitan ser cerrados, ni buscan responder preguntas
específicas; el método permanece agrietado, permitiendo que otros
investigadores, como nosotros, tiburones
peregrinos, (Cetorhinus maximus),
nademos despacio, filtremos el agua y recojamos las sensaciones que se agitan
en nuestros territorios de investigación, y hallar, posiblemente, nuevas
corrientes de aire, corrientes de pensamiento aún por ser cartografiados y
nombrados.
En la sección anterior desplegamos algunos
trazos epistemológicos en torno de cartografía en la que delineamos ese modo de
hacer investigación, ese proceder metodológico cruzado por tensiones y rupturas
que se torna un movimiento errante, ya que en este solo marcan puntos, de forma
provisional. En el trasegar por la configuración del método Paisajear, para cartografiar lo
educativo en una planta de producción, pusimos el acento en la improvisación,
la misma que, es comprendida, como ese gesto delicado y sutil de prestar
atención a lo que acontece en el transcurrir de la investigación.
Consideramos, entonces, que una
investigación cartográfica que asume los riesgos de la improvisación como
manera de producir pensamiento, se ve empujada a inventar sus propios modos de
proceder, de manera que, nuestra invención metodológica resultante, la
denominamos: Paisajear; método de
investigación que nos posibilitó, entre otras cosas, abandonar lo conocido para
dejarnos decir algo más, algo de aquello, que estaba por producirse. En el
contexto de la planta de producción, la invención de paisajes fue clave para
indagar o más bien, escarbar a través de un conjunto de acciones que demandaban
ponerse en presente; acciones que convocaban la expansión de los cuerpos, los
cuales, al relacionarse entre sí, creaban líneas de errancia con las que el
método ensayó corrientes de fuerza.
En los movimientos de expansión el cuerpo se
vio sorprendido por corrientes, unas veces, eólicas, sísmicas o acuáticas;
corrientes que activaron formas de presencia en relación con los otros cuerpos,
de modo que, en esas experiencias de expansión, los investigadores no podíamos
prever lo que podría ocurrir. La invención de paisajes puso de manifiesto
ciertas composiciones, que hicieron posible guiar el proceder de la
investigación, lo cual convocó, a su vez, maneras de instaurar presencias y
devenir paisajeantes en sintonía con
las regularidades cotidianas de la planta de producción.
Los movimientos epistémicos del Paisajear,
se sustentan en un cuerpo, esto es, el paisaje, y en él, distinguimos
superposiciones y entrecruce de imágenes que producen la irregularidad vital de
lo viviente; en este paisaje lo liso es un leve instante, pues, son las
rugosidades, aquello que le da consistencia. La planta de producción, deviene
para la investigación, en paisajes andinos, poblados de humedades, tonalidades,
pieles y músicas. Paisajear, es también, un organismo compuesto de imágenes,
cuerpos y movimientos; en estas composiciones no hay intereses de orden metafóricos,
pues se trata de capturar las vibraciones incesantes de lo orgánico, esa
multiplicidad de formas de aparecer, que ponen en acción sensibilidades
polimórficas, paisajes polimórficos. A propósito de estos movimientos, la
coreógrafa Meg Stuart, en entrevista con Felipe Sánchez, describe la danza como
una práctica en la que es posible
“imaginar que bailas en un paisaje cambiante, y luego volverte el paisaje.
Puedes elevar y ajustar los sentidos, imaginar que te encuentras en realidades
paralelas y experimentar una corporeidad más líquida, múltiple” (Sánchez 2018,
Revista Arcadia). A partir de estos trazos, compusimos las tres acciones del
método de investigación Paisajear, de
la siguiente manera: habitar el paisaje, expandir el cuerpo en el paisaje y,
acontecer paisaje. La presentación que realizamos a continuación, de cada una
de estas acciones, la hemos acompañado de algunos fragmentos cartográficos, que
conectan dichas acciones con la experiencia en la planta de producción.
Habitamos, atendemos los movimientos
sensibles del cuerpo, atendemos las agitaciones del cuerpo que acontece
paisaje. Habitamos, ponemos en presencia una atención sensible que se detiene,
que roza levemente, que huele y prueba los pequeños gestos de las formas del
paisaje –una planta de producción–. Habitamos, resistimos al impulso
convencional a interpretar, analizar o describir. Una y otra vez, nos
disponemos para recorrer el paisaje despojados (en cuanto es posibles), de
recuerdos que nos conduzcan a revivir o repetir lo que ya sabemos o creemos
saber; nos aventuramos a que la experiencia de errancia dibuje sus propios
paisajes, esos que después de cierto tiempo tendrían que ser también
abandonados para producir otros. Nos preguntamos, entonces, ¿de qué manera se
habitan los paisajes que se configuran en una investigación?
La experiencia de habitar, subvierte la
estrategia tradicional de observación y registro minucioso de aquello que se
denomina, la realidad, allí donde el investigador de manera distante y segura
se dedica a recoger información; en el habitar el paisaje, creamos y
superponemos trazos sensibles; desplegamos gestos sutiles, que nos hicieron
parte del paisaje de la planta de producción; entendimos que el afuera, más que
un lugar geográfico, constituye una posición, es por esto que el paisajeante se
sabe dentro, propone y escucha propuestas.
Vuelvo a la planta de producción.
Quiero experimentar. Como el resto de las trabajadoras, llego a las 7:30 am,
tomo con ellas la media mañana, compartimos los alimentos; a los 15 minutos
exactos, regresamos a labores. Las acompaño en sus tareas, habito la planta, la
camino, sufro del dolor de espalda por estarme sentada realizando la misma
labor por varias horas, me duelen los oídos y la cabeza, cargo pesados pliegos
de papel, como puedo, casi a rastras; calibro “la tigra”[5]
en compañía de una de estas mujeres; tomo decisiones de encuadernación junto
con ellas; pliego papel, pego hojas. El olor de la planta es intenso, pero
termino por acostumbrarme; después de tres días allí, me percato de que ya no
percibo olores ni colores diferentes dentro y fuera. Solo me hace falta una
ventana para mirar si la luz del día ha cambiado, conforme avanza el tiempo en
el reloj de mano que solo yo llevo puesto. ¡La planta fabrica sus propios
cuerpos!, ¿cómo se fabrica un cuerpo en esta planta de producción de materiales
educativos?, termino preguntandome. (26 de marzo de 2018).
En las horas que permenezco en la
planta no pienso (¿no pienso?) en otra cosa que no sea el trabajo y lo que
escribo. A veces hablo con las otras empleadas de mi hija y todo termina por
ser cotidiano, porque ellas van contando también sobre sus vidas. Me tratan aún
como extraña: “usted tan puestecita en su sitio, tan suavecita”; pero hay un
tono de familiaridad cuando recuerdan lo que les conté o retoman algún relato
que suponen yo recuerdo. Me voy haciendo invisible. (28 de marzo de 2018).
Estos textos cartográficos producidos por
una de las investigadoras, durante una de las inmersiones en la planta de
producción, hacen presente esos modos de habitar el paisaje a los que nos hemos
venido refiriendo.
Paisajear es una experiencia que pone el
cuerpo en abismo. Se trata de una experiencia en la que fuimos expandiendo los
límites fronterizos que delimitaban los territorios de lo subjetivo y aquello
que habitualmente denominamos la realidad; de manera que, al ponernos al
descubierto, la percepción experimentó dislocamientos inusuales; la piel vibrante
trazó sus propias líneas de errancia sobre el paisaje; el miedo a perderse,
aquel que suele apremiar a los investigadores, cobró entonces, otras
dimensiones y la cercanía se tornó promesa de nuevos conocimientos.
La planta de producción deviene nebulosa en
expansión y, en sus entrecruces de fuerzas amplifica cada cosa, cada cuerpo,
cada vida; este complejo entramado de vibraciones mantiene el paisaje en
tránsito. La expiación nos puso, todo el tiempo frente a lo impredecible de los
movimientos de lo orgánico, pues, no hubo formas fijas, más que el devenir de
la existencia misma. Vida y conocimiento, constituyeron allí, formas
inseparables de la acción del paisajear: cuerpo en tránsito, nunca seguro,
siempre al filo, inmerso es esa sensación de un cuerpo en caída libre. El
paisajear reclama a un paisajeante (un investigador), dispuesto a jugarse sus
propias seguridades. A este respecto, en La
evolución creadora, Henri Bergson (1948) se hace una pregunta que nos llega
como una bocanada de aire refrescante:
¿Es preciso, pues, renunciar a profundizar en
la naturaleza de la vida? ¿Es preciso atenerse a la representación mecanicista
que el entendimiento nos dará siempre, representación necesariamente artificial
y simbólica, ya que estrecha la actividad total de la vida en forma de una
cierta actividad humana, la cual no es más que una manifestación parcial y
local de la vida, un efecto o un residuo de la operación vital? (p. 436).
Nos incorporamos a esa operación vital que
circuló por las capas de tiempo y de espacio de la planta, pues, al irrumpir en
los ciclos de producción con una inquietud, con un gesto, hacemos que ese
tiempo y espacio que aparentemente repite, entrara a ser atravesado por otras
sensibilidades. Irrumpimos delicadamente para dar forma a ese paisaje
existencial que nos interesaba producir, y que entendimos reclama otros modos
de acercamientos, otros estados de oscilación. En Arte, Cuerpo y Subjetividad (2006), Farina, plantea la formación
del cuerpo a través de un entretejido de conceptos, entre ellos, cuerpo,
formación, pedagogía y arte; esta autora sostiene, allí, que “el arte moderno
ensaya con una multiplicidad de cuerpos: el cuerpo degradado, ensamblado,
imposible, el cuerpo-dinámico, participante..., hasta llegar a las prácticas estéticas
mutantes, poshumanas e inciertas de la posmodernidad” (Farina, 2006, p. 2) Así
las cosas, el paisajear, en tanto modo de proceder en la investigación reclama
cada vez, con mayor fuerza, un cuerpo expandido, un cuerpo en expansión. El
cuerpo que paisajea la planta de producción se descubre afectado, dislocado de
sus formas de percepción y composición de la cotidianidad, ya que fuimos
notando, cada vez con más claridad, que era en esas dislocaciones donde asomaba
algo de la experiencia de conocimiento que buscábamos.
Así sucedió en una de las experimentaciones
realizadas por el grupo durante un recorrido por la ciudad (sábado laboral), en
el cual se lleva al cuerpo hacia un ejercicio de habitar espacios cotidianos
que expanden la existencia más allá de la planta de producción. En este caso,
la práctica de la escritura creativa propuesta, ponía en tensión la escritura
de la planta, esa que se manifestaba en un registro preciso de los resultados
de la operación diaria; en esta ocasión, la escritura demandó expandir el
cuerpo, permitirse crear una palabra para traer sensaciones del recorrido por
el centro de la ciudad, al papel. En esta actividad una operaria escribió: Cuando estás conmigo puede que sea una
planta silvestre en la Estación del Parque Berrío. Canto en el tranvía. Tomo un
café con leche en La Antártida. Me sobreviene un olor a buñuelo en la mano. (3
de marzo de 2018).
En esta acción del método, nos instauramos
desde un cuerpo que es puesto en presencia, expuesto a las afecciones de los
movimientos de una conversación, desprovista de las jerarquías convencionales
de la investigación, en el sentido de que alguien se ubica en el lugar de
entrevistador, y sitúa al otro como un informante que da cuenta; así mismo, el
investigador que se reserva el sitio de observador, deja al otro en ese lugar
objetual de observado. En el acontecer
paisaje, convocamos esas fuerzas delicadas del estar juntos, del compartir
y comer juntos; estábamos atentos a abrir espacios para la palabra, pero
también nos acompañábamos en algunos tramos de silencio que hicieron posible
ocuparnos de lo sutil. Acontecer paisaje, tuvo que ver con esas posibilidades
de seguir el rastro a las sensaciones que se producen y se desplazan entre las
capas, de los objetos, de los engranajes de las máquinas y de los encuentros
subjetivos, en ese lugar singular, una planta de producción; el rastreo de lo
tenue que circula en ese paisaje accionó cada vez, nuevas sensaciones, esas que
vinieron a reclamar también, otras maneras de decir; sensaciones que veían unas
veces superpuestas y entrelazadas en las conversaciones, otras en forma de
gestos, apenas perceptibles.
Acontecemos conversaciones en los espacios
de la planta de producción, las mismas, que a veces cobraban formas inusitadas,
adoptando esa inmanencia de lo perturbador, con frecuencia nos encontrábamos
siendo participes de una intimidad construida en la brevedad del encuentro,
pues una impetuosa corriente emergía fluía, desde las profundidades subjetivas
y se abría paso hacia la superficie, ¿cómo interrumpir una historia de dolor
que necesita ser puesta fuera de sí? En otros encuentros, las conversaciones
recorrieron, sosegadas los relieves del acontecer cotidiano, (en la planta, en
la casa o en el transcurrir entre estos dos espacios), siguiendo pequeños
desplazamientos de los cuerpos, que, en algún momento, terminaban por hacer
presencia en algún detalle vital, como se puede notar en este texto
cartográfico producido en la planta:
Figura No. 2: Mapa intervenido por una operaria de la planta.
…esto no había pasado nunca antes aquí”,
comentó una de las mujeres, y luego continuó, “llevamos quince días en estas.
Los jefes quieren que hagamos esto rápido, pero no se puede”. Pienso, solo
llevo una hora y la espalda se me parte a pedazos. Casi ni siento los pies,
pegados contra la mesa. Las manos al borde de la mesa, me pesan. Duele empuñar
el lápiz para tomar notas de lo que estoy experimentado. La mujer que está a mi
lado, parece hablar para sí misma, “desde este momento empiezo a desconfiar de
mí misma, de mi conocimiento, de esta máquina. (14 de febrero de 2019).
En el despliegue de la acción metódica, acontecer paisaje, también propiciamos
escenarios especiales, en ellos las conversaciones se acompañaban del trazado
de dibujos, líneas, círculos, palabras y gestos sobre mapas impresos del Área
Metropolitana de Medellín, impresos en pliegos de cartulina de 70 x 50cm, a
todo color, (Figura 2); pues, nos interesaba el mapa como superficie sobre la
cual desplegar y marcar algo del acontecer, por momentos seguíamos juntos las
rutas del transporte público, las calles de los barrios, las vías que conducían
a pueblos lejanos de donde provenían; a veces estas mismas vías u otras eran
seguidas con los dedos para hablar de un paseo o de la visita a algún familiar.
Los mapas se fueron cargando de anotaciones, pequeños testimonios de ese fluir
incierto de los encuentros; a veces la palabra se atascaba en el mapa, lo mismo
que, en la planta de producción, en las máquinas que se accionan y, en los
cuerpos, en las cicatrices, en las alteraciones óseas o musculares producto de
un movimiento repetitivo, en los dolores recurrentes.
Estas palabras-sensibles –historia, gestos,
silencios, afecciones, en fin, cuerpos– que fluían por el paisaje de la planta
de producción, se fueron tornando otros territorios de la investigación, y
justo por ello, tierra húmeda para la producción de nuevos brotes de
pensamientos, cuyas raíces se entrecruzan para cobrar vitalidad e iniciar su
crecimiento. Así, los impulsos a transcribir el paso a paso de los movimientos
de la palabra en la planta de producción cedieron su lugar a la producción de
textos cartográficos, compuesto de sensaciones que atravesaron los cuerpos y,
cuyas intensidades diluyeron la metáfora y mudaron hacia las formas del arte y
del pensamiento encarnado en la escritura.
Un método cartográfico de investigación
cobra sentido en cuanto es puesto en acción, de manera que nuestro paisajear es ante todo la configuración
de una experimentación-creación en una planta de producción; experiencia que se
realizó siguiendo el trazado de las tres acciones metódicas de las que antes
nos hemos ocupado. En la sección que sigue, dejaremos entrever algunas líneas
de esa experiencia sensible, en la que ponemos a prueba un método o más bien,
la manera como nos pusimos a prueba como paisajeantes (investigadores) de un
espacio.
Nuestros primeros momentos en la planta de
producción, remitieron a una presencia corporal nómada, que le dio toda la
intensidad posible a la mirada, experiencia del mirar que se nutrió de los
planteamientos de Fernand Deligny (2015), ese poeta y etólogo que trabajó por
cierto tiempo al lado de Guattari, en la clínica La Borde. En Lo arácnido y
otros textos, el autor señala que “la red es un modo de ser” (p.17), y en
esta, los trayectos se van trazando sin que exista un proyecto suficientemente
preciso, pues la red se traza donde falta “algo”; con estas ideas merodeando
por el cuerpo, nos fuimos encontrando y conectando con las mujeres de la planta
de producción.
Los encuentros y conversaciones con las y
los empleados de la planta de producción y sus directivas, se fueron
componiendo a lo largo de dos años, bordeando en lo posible las formalidades de
lo institucional, pero sin desconocer y agradecer el apoyo necesario parte de
los directivos de la empresa y de la planta de producción, en particular; pero,
tejer formas sutiles de vínculos, no resultó una labor fácil. Instaurar formas
singulares de mirarnos, de preguntarnos por la vida cotidiana, de percibirnos e
inventarnos, en tanto investigadores, en medio de encuentros y conversaciones
entre personas que procedemos y hacemos cosas a aparentemente tan distintas,
constituía todo un reto por superar.
En este sentido, al paisajear, fuimos
encontrando parajes de tránsito por fuera de las etiquetas que nos encierran en
un modo de relación –profesores universitarios, operarias(os)–; al paisajear,
acentuamos los sentidos de lo que hacemos, y, es este lugar, el que nos
advierte que realizamos recorridos similares; al superponer conversaciones en
torno al cumplimiento de horarios laborales, relaciones con los jefes, rutinas
diarias, el cansancio que se acumula, las aspiraciones, el acatamiento de
normas, entre otras cosas, nos dibujó escenarios de encuentro, particularmente
distintos al de la identificación, y nos forzó a centrarnos en el cuidado de la
producción de subjetividad que cada uno ha construido con lo que ha tenido a
disposición.
Expandir el cuerpo, exponernos en una serie
de conversaciones para encontrar las intensidades que acontecen cuando estamos
presentes con otros cuerpos, para ser atravesados por las fuerzas de los
paisajes existenciales que en esas conversaciones edificamos. En tales casos, a
medida que se propiciaban los encuentros se configuraba lentamente la
producción de sistemas corporales en un constante accionar con las máquinas de
la planta. Las conversaciones dieron paso a otras formas de encuentro, comer
juntos, cumplir jornadas en el interior de la planta, recorrer juntos el centro
de Medellín, hablar de los hijos, de los padres, del clima, de los retazos de
experiencias escolares que aún conservaban en la memoria, de las relaciones con
los espacios y objetos de sus casas.
Acontecemos paisajeantes del centro de
Medellín, compartimos historias, intuimos, corrimos todos los riesgos de estar
con otros, del cuidado del otro. Este paisaje, tantas veces nombrado en las
conversaciones, ahora es un cuerpo presente, sonoro, recorrido, perfumado,
alimento servido en una mesa compartida; estos trayectos cotidianos devinieron
acontecimiento intenso, que viene con nosotros, en forma de gestos, imágenes
nuevas, palabras oídas, un pedazo de papel olvidado. Paisajeamos la experiencia
del caminar juntos, esa, que dio lugar al encuentro con la danza contacto y la
escritura creativa en un taller después del recorrido del centro de la ciudad.
El recorrido, devino experimentación
corporal en el espacio de la universidad[6], que
entendimos como la posibilidad de vivir otras cotidianidades, otros fragmentos
de espacio, otras acciones, otros movimientos, otras miradas – ¿qué hace un
grupo de operarios y operarias en los espacios pulcros de una universidad
privada? –. El espacio universitario con sus disposiciones corporales y
espaciales, condujeron los cuerpos a paisajes desconocidos, a atmósferas de
afectación que encontraron aliento en aquel Nietzsche, que afirmaba que nada
nos ocurre por fuera del cuerpo y que “el cuerpo es una gran razón, una enorme
multiplicidad dotada de un sentido propio” (1984, p. 56). Este devenir entre
las fuerzas que se producen en los paisajes del encuentro con otras vidas, en
ese caminar el centro de Medellín, en el habitar los territorios del
extrañamiento, en esas otras plantas que producen lo cotidiano; plantas donde
las máquinas adquirieron formas refinadas, nos ubicó a quienes formábamos parte
de la investigación, en el terreno de los choques, de los roces, de los
temblores y de los dolores que se fueron entrecruzando en los textos cartográficos
y en las vidas de todos.
En la investigación, Cartografías de una educación (otras), compusimos el método Paisajear, con el cual fuimos tras las
educaciones (otras), que se producen en una planta de producción de materiales
educativos; lugar que constituimos para la investigación paisaje geográfico y
existencial para capturar y entender las corrientes de afectos que dan forma a
la manera como los cuerpos hacen presencia en ese espacio. En este sentido, en
método cartográfico desplegado, nos permitió revertir las relaciones
hegemónicas, tradicionalmente desplegadas en las prácticas de la investigación,
a partir de permitirnos afecciones en las relaciones de singularización que se
fueron encontrando en la experiencia, en las fuerzas, choques e intensidades
agenciadas en la planta de producción.
Entre los asuntos que sitúa la
investigación, se pudo precisar que los afectos realizan diversidad de
movimientos, unos que envuelven los cuerpos sobre sí mismos; otros que
envuelven grupos que comparten alguna intimidad, por ejemplo, vínculos
familiares, amistades forjadas por diez o más años en la planta y, un tercer
movimiento de afecto que envuelve los cuerpos y máquinas en una expansión
simbiótica.
También percibimos series de movimientos que
se expandían hacia otros lugares geográficos (la casa, la escuela de los hijos
y la que les permitió a muchas de ellas aprender a leer y a escribir, el centro
de salud) y hacia lugares existenciales (fragmentos de la experiencias de otras
vidas vividas, obligaciones con el grupo familiar e ilusiones en torno a la
realización de proyectos propios); en este mapa de superficies porosas,
gelatinosas, casi siempre, los afectos circularon e irrumpieron de manera
permanentemente, lo que hace de este lugar un paisaje de intensidades; un
bosque sombrío, donde incluso las formas corporales se difuminaban o cambiaban
la forma de presentarse.
La invención de paisajes para la
investigación nos puso, ante la multiplicidad subjetiva que nos habita, donde
cada una de ellas reclamó nuevas formas; a la manera en la que Nietzsche se
crea a sí mismo como un personaje conceptual[7]: “Hay en mí
muchas posibilidades de estilo-, el más diverso arte del estilo de que un
hombre ha dispuesto nunca. Es bueno todo estilo que comunica realmente un
estado interno” (2017, p.79). Por nuestra parte, entendemos que las afecciones
que se produjeron en la planta de producción, pidieron no solo un estilo, sino
un cuerpo, uno suficientemente expandido para capturar las sensibilidades del
paisaje y acontecer sus fuerzas. La composición metódica, pues, partió de
pequeñas intuiciones previas a la experiencia de los investigadores en la
planta, debido a que, fue la inmersión misma en la planta, la que posibilitó delinear,
con mayor claridad epistemológica las acciones y experimentaciones del método
que finalmente, denominamos Paisajear.
Ahora, una educación (otra), que se sitúa en el territorio de la formación de
subjetividades en una planta de producción, acontece a través de los
despliegues subjetivos entre las máquinas y los cuerpos que las operan;
entender la presencia de lo educativo desde este lugar, reclama de los
investigadores otras miradas y tensionar, incluso, la supremacía de la
observación participante, de tal forma que su lugar pudiera plegarse hacia la
constitución de un cuerpo sensible, que echa mano de lo que escucha y de lo que
siente, de lo que no se ve ni se dice, pero que vibra en el espacio, procurando
una desconfianza profunda en lo que acontece, cuya presencia se instaura como
insinuación y posibilidad.
En correspondencia, podemos decir que, la
planta de producción produce sus propios paisajes geográficos y existenciales;
en ella, máquinas y cuerpos forman diversidad de relieves, cotidianidades y
movimientos repetitivos, dirigidos hacia el final de la jornada, de la semana,
del mes, para volver a empezar al día, a la semana, al mes siguiente. Este es
un ritmo maquínico del acontecer de
los cuerpos, de lo educativo y de un paisaje que reclama ser paisajeado.
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[1] Esta investigación hizo parte de los proyectos seleccionados y
financiados en la convocatoria de la Dirección de Investigaciones de la
Universidad de San Buenaventura, Medellín, 2017-2019. Investigación a la que
estuvo vinculada la estudiante de doctorado Leidy Yaneth Vásquez Ramírez, cuya
tesis, lleva por título “Paisajes educativos en la planta de producción:
ficciografías de los cuerpos que se fabrican”.
[2] El desafío es evitar el predominio y la búsqueda de información
para que, entonces, el cartógrafo pueda abrir-se al encuentro. (Kastrup y
Passos, 2009, p.57). Traducción propia.
[3] Desarrollar el método cartográfico para su uso en la investigación
en el campo de estudio de la subjetividad se aleja del objetivo de definir un
conjunto de reglas abstractas para ser aplicadas (Kastrup, 2009, p. 32)
Traducción propia.
[4] La investigación también se convierte en una construcción simbólica
de uno mismo a medida que el investigador gana la agencia y llega a
autoidentificarse y actuar como un investigador. Por lo tanto, la actividad de
realizar investigaciones da forma a las vidas y las identidades de los que
forjan las construcciones (haciendo la investigación). En otras palabras, la
investigación siempre es más que investigación, porque es conducida y construida
por personas que (haciendo investigación) participan en el desafío complejo de
creación de significado simbólico y construcción de identidad, informado por el
cambio de las narrativas de vida. (Bryan Clarke y Jim Parsons, 2013, p.36).
Traducción propia.
[5] Las empleadas llaman “La tigra” a una máquina de gran tamaño en la
que se lleva a cabo el proceso de encuadernación, esta tiene una estructura
dentada de engranajes móviles, y que, dada su función en la cadena de
producción está ubica en la sección central de la planta.
[6] Invitar a los trabajadores de la planta a un taller de
experimentación con arte (danza de contacto y escritura creativa) en la
universidad, era parte de una decisión de correspondencia y compartir de los
espacios cotidianos: una planta de producción para ellas(os) – la universidad
para nosotras(os).
[7] El personaje conceptual del que hablan Deleuze y Guattari en Qué es la filosofía (1997), permite una
composición de vidas; de tal forma, los personajes-metáforas permiten articular
el relato de vida desagarrado de la conversación acerca de la cotidianidad,
contra el modelo de trabajo en la fábrica. Los personajes conceptuales operan
en el plano de la escritura de la investigación, pero también intervienen en la
creación de conceptos.