Una lectura poscolonial de El Instructor popular, periódico educativo mendocino del siglo XIX
A Postcolonial
Reading of El Instructor Popular, a 19th-Century Mendoza Educational Newspaper
Alejandro De Oto
Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
Universidad Nacional de San Juan
adeoto@gmail.com
Paula Ripamonti
Universidad Nacional de
Cuyo
paula.ripamonti@ffyl.uncu.edu.ar
Recibido: 26/05/2020
Aceptado: 11/06/2020
Resumen.
El sistema educativo argentino cuenta en la actualidad con una interesante
literatura que busca historizarlo y analizarlo de forma crítica. Si nos
situamos en el siglo XIX como tiempo de su fundación institucional en forma
simultánea con la constitución del estado-nación argentino, encontramos
documentos diversos que de algún modo, facilitan seguir el decurso de una
historia compleja. Entre esos documentos, las publicaciones educativas se
recortan como valiosos materiales de análisis. Como en todo análisis hay
riesgos metodológicos vinculados con las tensiones entre archivos y categorías
teóricas y diferentes claves de lectura de los mismos. Muchas veces los
documentos quedan precomprendidos en repertorios teóricos que ofrecen
interpretaciones que se vuelven dominantes en el campo de las investigaciones
educativas. Este artículo propone ejercicios de análisis con registros
documentales tomados del periódico editado en el siglo XIX, El Instructor
popular, en los números publicados bajo la coordinación del pedagogo mendocino
Carlos Vergara. El objetivo es mostrar la organización del archivo desde
diferentes niveles, movimientos u operaciones simbólicas que de forma dinámica
inventan subjetividades, reconfiguran temporalidades y espacialidades y diseñan
prácticas que parecen ser más persistentes de lo esperado.
Palabras
clave. Archivo, Historia de la educación, Publicaciones educativas del
siglo XIX, Epistemología, Carlos Vergara.
Abstract.
Currently, there is a significant number of works (articles, books, etc.) that
historically and critically analyze the Argentine education system. If we focus
on the second half of the 19th century, the time of its institutional
foundation simultaneously with the constitution of the Argentine nation-state,
we find diverse documents that somehow facilitate following the course of a
complex history. Among those documents, educational publications stand out as
valuable analytical materials. As usual in every analyzes, there are
methodological risks related to the tensions between archives and theoretical
categories and different keys to reading them. Very often the documents are
pre-understood in theoretical repertoires that offer interpretations that
become dominant in the field of educational research. This article proposes some
exercises with documentary records taken from the newspaper published in the
19th century, El Instructor Popular, in numbers published by the pedagogue
Carlos Vergara as editor. We aim to show how a kind of archive organization, in
levels, movements or symbolic operations, dynamically invents figures for
subjectivity, reconfigure temporalities and spatialities, and design practices
that seem to be more persistent than expected.
Keywords.
Archive, History of Education, 19th Century Educational Publications,
Epistemology, Carlos Vergara.
El sistema educativo argentino cuenta en la actualidad con
una interesante literatura que busca historizarlo y analizarlo de forma
crítica. Si nos situamos en el siglo XIX como tiempo de su fundación institucional
en forma simultánea con la constitución del estado-nación argentino,
encontramos documentos diversos que de algún modo, facilitan seguir el decurso
de una historia compleja. Entre esos documentos, las publicaciones educativas
se recortan como valiosos materiales de análisis. Sin embargo, como en todo
análisis hay riesgos metodológicos vinculados con las tensiones entre archivos
y categorías teóricas y diferentes claves de lectura de los mismos. Muchas
veces los documentos quedan precomprendidos en repertorios teóricos que ofrecen
interpretaciones que se vuelven dominantes en el campo de las investigaciones
educativas y ciertas categorías se constituyen en lugares tan comunes como
inevitables. Lo relevante en este contexto, es que se estabiliza/ normaliza el
análisis y se pierden de vista aspectos singulares de índole histórica.
Categorías como las del poder disciplinario para caracterizar la etapa de
normalización educativa del sistema argentino, puede no aplicar correctamente o
requerir precisiones si supone saltear la especificidad de los sujetos en
juego. El mismo Foucault ya lo advierte. En este sentido, podemos preguntarnos
por ejemplo, ¿qué tan universal puede resultar la aplicación de este concepto
en sociedades poscoloniales[1] en las que el
estado moderno europeo fue impuesto como un ordenamiento no derivado de la
conflictividad feudal sino de revoluciones independentistas con mirada
admirativa de modelos políticos contractuales y con matrices clasificatorias
coloniales sobrevivientes en términos políticos y culturales?
Detectado el proceso normalizador en los discursos
pedagógicos e institucionales de la escuela, ¿qué sucede con los modos de
estudiarlo? Muchas veces el problema radica en que las preguntas de
investigación no modifican dos cosas: a) la centralidad del objeto, b) el hecho
de que se configura un tipo de archivo de constatación. Creemos, en ese
sentido, que vale la pena hacer algunos ejercicios para entender cómo funciona
esto.
Sin pretender hacer un estado del arte de las producciones
existentes ni una deconstrucción crítica de las mismas, nos proponemos aquí
realizar un ejercicio analítico de registros documentales, detectando desde
diferentes niveles, movimientos u operaciones simbólicas que de forma dinámica
inventan subjetividades y reconfiguran temporalidades, espacialidades y diseñan
prácticas. También nos interesa hablar sobre el tipo de organización del
archivo[2], usado
metafórica pero también concretamente, que las lecturas tomadas por la
“normalización” producen.
Trabajaremos con El
Instructor popular, Órgano de la educación, periódico educativo del siglo
XIX, creado y editado en Mendoza a partir del desempeño del pedagogo Carlos
Norberto Vergara como Inspector Nacional de Escuelas, designado para la función
por el Consejo Nacional de Educación. Fue sostenido por la Superintendencia de
Escuelas de la provincia y Vergara fue, además, su redactor en el período, si
se quiere de mayor actividad. Se trata de un archivo resguardado en la
Biblioteca Pública “Gral. San Martín” de forma completa en los años que Vergara
fue su redactor: 1883-1884, en los que tuvo una frecuencia quincenal y con
contenidos destacables, hablamos de los números 1° a 42°. A partir de la
finalización de la función de Vergara como Inspector nacional, en enero de
1885, se pierde la posibilidad de hacer un seguimiento, dado que sólo se se han
preservado escasos números. El último ejemplar pertenece al año de 1887.
Un atento trabajo investigativo precede estos ejercicios
analíticos que nos proponemos hacer aquí. Se trata de un estudio realizado en
la Universidad Nacional de Cuyo, publicado como Pensar y hacer: el oficio de El Instructor popular en la educación
argentina de fines del siglo XIX (Olalla et al., 2016)[3].
Con este libro se recorre el periódico en la etapa que podríamos llamar
“vergariana” y se focalizan tópicos relativos al ideario político, el
krauso-feminismo, las prácticas de formación en las conferencias pedagógicas,
las políticas de lectura, entre otros. Este estudio sistematiza de forma crítica
más de 400 páginas publicadas y ofrece una suerte de breve antología del
periódico. Tomándolo como punto de partida, el presente artículo lleva a cabo
dos ejercicios de carácter epistemológico que se sitúan en la discusión sobre
los modos en que nos la habemos con nuestros archivos educativos, a través de
reflexiones analíticas que no se diluyan en una práctica de normalización.
También destacamos que este artículo se inscribe dentro de un
campo en clara expansión y crecimiento, el que corresponde a la (re)escritura
de la historia de la educación argentina desde la prensa educativa y su lugar
en la conformación del sistema y sus continuidades y discontinuidades
históricas. En este cruce, Silvia Finochio con su equipo de investigación ha
hecho importantes contribuciones en los últimos años. Podemos citar el segundo
capítulo de La escuela en la historia
argentina que se focaliza en las publicaciones más conocidas de la segunda
mitad del siglo XIX, a las que se adjudica un papel prevaleciente en la
formación de la opinión pública sobre el valor de la educación, en la forma de
organización de la administración de la educación y la conformación de los
saberes docentes (Finochio, 2009)[4]. En términos
específicos, las publicaciones se han consolidado como archivos con valor
documental no complementario, sino con voz propia a la hora de historizar el
sistema educativo.
En nuestro caso, queremos establecer una relación con este
archivo que permita desglosar algunas consideraciones de orden epistemológico y
metodológico. En particular nos interesa, como lo sugerimos más arriba, los
modos en que el discurso educativo modela el campo de su aparición, lo que en
términos teatrales se llama, crear una audiencia. Estos documentos, en la
secuencia de los 42 números que mencionamos, son un lugar de convergencia
privilegiado para observar cómo se va modelando el discurso acerca de la
educación y el estado y las fricciones que provocan las prácticas por
constituir el territorio de diferentes tensiones.
El hecho de trabajar sobre un archivo tan fuertemente
integrado como éste tiene sus dificultades dado que las líneas de su
organización están de partida definidas por la estructura misma de la
publicación. No entramos en disputa con ello, sino que señalamos que si se
desglosan cada una de las dimensiones en juego podríamos hablar del mapa de una
institucionalidad escolar a la que se aspira al mismo tiempo que se la produce[5]. En ella
convergen, entonces, tanto consideraciones de orden general sobre el estatuto
de la educación en la sociedad contemporánea (se refiere centralmente a las
sociedades europeas y de Estados Unidos de fines del siglo XIX), observaciones
sobre la organización misma de la escuelas, las actividades que en ellas se
cumplen, noticias de orden general vinculadas al sector, reflexiones y
documentos de carácter económico financiero en lo referido a la educación y
correspondencia.
En este ejercicio nos concentramos sobre las editoriales[6] del periódico
y algunas otras intervenciones, como la correspondencia, que definen la zona
común sobre la que se asienta una activa expresión de sus bases ideológicas.
Además de una suerte de vínculo orgánico entre las distintas secciones, entre
las editoriales y las consideraciones financieras o las actividades específicas
de las conferencias pedagógicas, por caso, nos interesa anotar algunas
dimensiones que permitan entender el modo en se prepara esa “audiencia” para la
educación.
Así por ejemplo, en el número 1 de El Instructor popular la editorial avanza sobre los logros de las
sociedades europeas, luego de la de Estados Unidos, en lo que respecta al
desarrollo prodigioso de la educación, pero hay un momento interesante para
pensar, que excede el efecto mimético o ejemplificador de esos casos históricos
(Alemania, USA, etc.) y es cuando discute el hecho que aquí el hilo cultural de
la educación debe ser sostenido por el estado. Literalmente, la editorial
señala:
Actualmente la educación en Arjentina no podría tener
vida propia é independiente, pues esa rama social está en la infancia, i
requiere ser alimentada por el Estado, que es más fuerte, tiene más desarrollo
i elementos de vida.
Si se la dejara entregada a sus propias fuerzas,
para que, como sucede en Estados Unidos de Norte América, el pueblo directa i
espontáneamente la sostuviera, se debilitaría demasiado y perjudicaría los
intereses de la sociedad toda.
Esto sucedería, porque, entre nosotros, el pueblo no
está preparado para recibir estas reformas; pero se dirije a estar en disposición
de aceptarlas. (El Instructor, Año I, N°1, 15 de abril de 1883, p. 2)[7]
Hay al menos dos series en juego que pueden destacarse en el
párrafo citado. La primera de ellas, la más obvia quizás, es la que señala que
hay un camino predefinido para el desarrollo de la educación. Es una secuencia
que delimita culturalmente por dónde debe moverse el despliegue de un proyecto
educativo que abarque a mayorías. La autoridad de una cosmovisión histórica
vinculada al desarrollo de las sociedades occidentales y de la educación en
ellas no se cuestiona, funciona, por el contrario, como marcador estable, como
vara ulterior de medida. No hay mucho de nuevo en decir esto, claro está, pero
sí parece relevante en relación con el hecho concreto de que es publicado en un
momento clave para entender los modos en que se modela la espacialidad y la temporalidad
por parte de un Estado en formación. Como referencia de contexto pensemos que
que en 1881 se desata, con poder necrótico, la avanzada del estado y su poder
normalizador sobre los territorios indígenas de la frontera sur que, hasta
entonces, habían sufrido intervenciones menos sistemáticas en un complejo nudo
de alianzas con las sociedades indígenas, que en 1885, con la Ley Avellaneda,
se reglamenta el funcionamiento del sistema universitario argentino, el cual
básicamente habla de dos o tres universidades y que en 1884 se promulga la ley
1420 de educación común, laica, gratuita y obligatoria. Queremos señalar con
ello que hay indicios concretos de estabilización de las políticas del Estado
en una dirección concreta sobre el espacio social pero aún es un movimiento en
ciernes, está ocurriendo, por decirlo de un modo simple, se están conjugando
los elementos en juego. Eso sin duda implica una diferencia frente a un modelo
de gestión y de legitimidad cultural producido sobre un espacio ya estabilizado.
Marcos Olalla, ha trabajado también, como lo señalamos en la
nota 5, sobre este párrafo de Vergara y ha explorado la dimensión que la noción
de pueblo juega allí, notando que ella es aún un rasgo formal porque no se ha
desarrollado todavía la conciencia que le aportaría la idea de desarrollo
histórico consagrada en el mismo párrafo. Olalla (2016) sutilmente señala que
mientras se consolida esa agencia del pueblo la tutela queda a manos del estado
y es el discurso pedagógico el que mantiene tanto el carácter provisorio de esa
transición como el momento o las condiciones adecuadas para que ello ocurra
(pp. 83-84). Una función que piensa el estado al tiempo que se distancia de él
volviéndolo parte de su razón pedagógica.
Aquí nos interesa más destacar el efecto producido por la
operación que construye y administra la agencia del “pueblo” y mucho menos
relevar las inconsistencias históricas del discurso de Vergara, evidentes en el
cotejo con producciones literarias, estéticas y filosóficas que le son
contemporáneas. De ese modo, no resulta extraño, que en un editorial haya
asociaciones históricas lábiles. Lo que importa es que ellas ayuden a construir
la idea de falta o ausencia en lo que respecta a los sujetos a los que pretende
interpelar. Al mismo tiempo que se recorta la posibilidad de que ese “pueblo”
tenga algo que aportar al proceso educativo, se debe definir el modo más rápido
de que se encuentre en disposición de aceptarlo, lo cual implica, de entrada,
un vaciado, una suerte de omisión fundante para que el lenguaje de las reformas
educativas sea el que ocupe el lugar creado por esa omisión. Más adelante
veremos cómo este problema se puede pensar con cierta complejidad a partir de
la noción de categoría hiperreal de Chakrabarty[8].
Así entonces, la secuencia confirma la autoridad de la
cosmovisión histórica (tan lábil como se manifiesta) y el Estado aparece, en
esa situación histórica como la herramienta que la asegura. Lo que da paso
entonces a la segunda serie y ella es el rol de la gestión estatal en la modelación
“deseada” de la espacialidad y temporalidad. En este punto hay un problema
complejo y reiterado, a saber, el de los puntos ciegos sobre los que opera la
noción misma de lo civilizatorio, lo educacional en ella y las herramientas
concretas de gestión de las poblaciones afectadas. Para que la serie
“modelación” sea algo experimentado como necesario es preciso establecer
algunos puntos de partida que encuentran mucho en común en la literatura de la
época referida a la colonización de sociedades no europeas. El principal de
ellos es la incapacidad de autogestión, la imposibilidad, digámoslo así, de
representarse a sí mismas por parte de las sociedades que no están en la “cima
del desarrollo histórico”. Esto no es un tópico desconocido en la ciudad letrada
del siglo XIX. Desde Marx hablando del accionar de Inglaterra en India (1853)[9], Engels
excusando la brutalidad del general Bugeaud en Argelia en favor de la
“civilización” (1848), pasando por
Sarmiento, en particular su “Carta a Juan Thompson” ([1847] 2009) en la que
describe la visita al mismo Bugeaud, hasta los escritos imperialistas y
racistas del testamento de Cecil Rhodes (1902) en el sur africano, como por
toda la saga orientalista de la que Edward Said ([1978] 1990) nos informaría a
fines de los años setenta, era una constante la idea de que los pueblos
considerados no sincrónicos con el desarrollo histórico debían ser
representados porque habían perdido la capacidad de orientarse en la historia[10]. De este
modo, lo que se configura es una falta de sincronía en el presente, ese tiempo,
por otra parte, donde ocurren la transformaciones, que en nuestro caso el
discurso pedagógico rectificaría a expensas claro de cualquier historicidad en
juego en los destinatarios.
En ese sentido, los afectados por los procesos educativos no
saben lo que realmente necesitan para sí mismos, por eso la figura tutelar del
estado es crucial. Si se deja librada la educación a las fuerzas sociales el
grado civilizatorio impediría su avance, por lo tanto la función estatal viene
a corregir lo que a primera vista es una falla en la propia sociedad. En este
ítem hay muchas modulaciones posibles para el problema pero persisten dos
elementos que son centrales: por un lado la idea de que la sociedad afectada no
conoce qué es lo que será de su provecho y segundo, que ese déficit, que además
de histórico parece intelectual, debe corregirse por la gestión de la sociedad
y sus intereses desde el estado con un modelo filosófico y epistemológico que
se resume en un discurso pedagógico. Estas últimas dimensiones, la filosófica y
la epistemológica, parecen cruciales para entender un vínculo que podría dar
lugar a una tercera serie de acontecimientos discursivos relacionados con el
problema de la educación cuando hablamos, por ejemplo, del proceso normalizador
de los discursos pedagógicos (ver el punto 2). Si se mira con un poco más de
atención lo que está en pleno despliegue en el párrafo es el fundamento del
pacto o articulación entre conocimiento y poder en un momento fundacional de
las prácticas educativas en el país. El discurso pedagógico se sostiene en una
historicidad definida en términos culturales (Europa, Estados Unidos, etc.) y,
a la vez, se afirma en su alianza con el poder efectivo, territorial, concreto,
(por los recursos que posee aunque siempre se representen como escasos) de la
gestión del estado. En ese plano entonces dos órdenes de eventos muy
diferenciados se cruzan. Por un lado un orden simbólico, que se articula en una
narrativa civilizatoria que es moneda corriente por aquél entonces y está
vinculada a la expansión europea a escala global. Conocemos largamente estas
trayectorias pero centralmente para lo que interesa aquí, ellas se fundamentan
en el discurso de la ciencia y su superioridad cognitiva, en los relatos
propios de las filosofías de la historia que poblaron el territorio intelectual
y en el despliegue de saberes especializados sobre la diferencia cultural. Por
otro, un conocimiento producido por la capacidad de gestión y por técnicas de
administración del territorio y de las poblaciones que se empiezan a delinear
en el momento mismo de expansión de la estatalidad dentro de las fronteras
sociales. Tal vez la marca más significativa de este proceso sea la de impedir
la coetaneidad entre la temporalidad civilizatoria que provee el discurso
pedagógico y la de los sujetos racializados, como lo sugiere Olalla a partir de
Svampa, que lo describe como la racialización de las relaciones de clase (2016,
p. 59). Johannes Fabian (1983) llamó a esta interrupción “negación de la coetaneidad”,
al analizarla con respecto a la antropología y sus otros en The time and its other. Mario Rufer ha
hecho extensiva esta operación a las relaciones de los estados nación
latinoamericanos y las comunidades indígenas (2016, p. 171)[11].
En ese sentido, no es extraño que parezca no haber tensión
entre la idea de un pueblo que vela por la educación al mismo tiempo que es
excluido de cualquier incidencia sobre ella. Lo universal está fijado de
antemano en el discurso y funciona como ordenador epistemológico y metodológico
porque presupone un conjunto de pasos sostenidos en función de los objetivos
educativos. En otras palabras: dónde, cómo y quiénes son preguntas ya resueltas
en términos discursivos e ideológicos en estos materiales, lo cual implica que
las nociones de pueblo, por ejemplo, no sean nociones tramadas como
conflictivas sino, centralmente, como horizontes hacia los cuales ordenar las
prácticas. Es decir, el pueblo administrado tiene cuerpos concretos, pero la
representación sobre la que se funda dicha administración, podemos sospechar,
no parece coincidir con su desenvolvimiento histórico, tal como lo se señala en
la cita de Foucault del comienzo. No obstante, desde el punto de vista que
piensa cómo está organizado el archivo, esa falta de coincidencia no funciona
como una advertencia sobre posibles desbordes en el proceso de representar los
cuerpos y las comunidades que serán afectadas por el proceso educativo sino
como la certificación de la prevalencia del discurso normalizador, de sus operaciones
prácticas y sus fundamentos epistemológicos. En tal sentido, funcionan varias
cartas de la sección “Correspondencia” que aparecen en los primeros números de
la revista y las editoriales del propio Vergara. La función que detecta Olalla
con respecto al discurso pedagógico en este terreno se torna particularmente
significativa. Es una función cultivada en los editoriales de Vergara que hacen
del discurso pedagógico una suerte de garantía extendida en todos los registros
donde opera. Desde la elaboración de universales que funcionan como fundamento
ulterior de las razones del proyecto educativo y civilizatorio, pasando por la
administración de los recursos del estado destinados a favorecer la emergencia
de un pueblo apto para comprender el mensaje pedagógico, hasta los procesos
prácticos más concretos dentro de las aulas escolares.
Se puede leer esto también en varios pasajes de El Instructor popular. Por ejemplo en el
texto escrito por el Visitador de escuelas Antolin Rodríguez, titulado “La
educación en relación con nuestro sistema de gobierno”, señala que los derechos
garantizados por la ley sólo tendrán sentido si encuentra una población capaz
de comprenderlos y esa tarea es propia de la educación (El Instructor, Año I, N° 2, 30 de abril de 1883, p. 11). En el
número 4, en “Objeto y fin del estado”, editorial de Vergara, se señala la
necesidad de modelar una comunidad de padres inmiscuidos en el proceso de la
escuela (El Instructor, Año I, N° 4,
21 de mayo de 1883, p. 25 y ss). Se trata de un proceso de creación comunitaria
en un espacio histórico que se percibe yermo. Los padres inmiscuidos en el
proceso de la escuela serían el resultado de una ingeniería social que se mueve
con tipificaciones culturales muy asentadas en el discurso y luego procede a crearlas
efectivamente, al presentarlas como horizontes de desarrollo y, en muchos
casos, como horizontes utópicos. En varios de los editoriales también se
tematiza el papel a desempeñar por las mujeres en el proceso. Con una retórica
reconocible para el contexto de enunciación, “sexo bello”, “sexo feo”, etc., se
conforman allí, a lo largo de varios números, un tipo de especificidad de las
mujeres presentada en el formato de un discurso emancipador/transformador. En
todo caso, lo que parece evidente, sin hacer un gran esfuerzo hermenéutico, es
que ellas deben empezar a coincidir con esa suerte de dictum del discurso (ver N° 7, 8, 9, 10 y 11 de El Instructor)[12].
El punto en cuestión, es que no habría tensión entre los
enunciados emancipadores que prosperan en una retórica afiliada al progreso y
la libertad, de amplia difusión en las décadas finales del siglo XIX en el país
y en el período de estabilidad política que supuso la consolidación del moderno
estado nación, y la exclusión de cualquier otra experiencia por fuera de las
modelaciones que el discurso pedagógico y cívico suponen.
En este momento, para nuestro ejercicio, vale la pena poner
en primer plano la organización del saber que produce El Instructor popular desde el punto de vista morfológico y, podríamos
arriesgarnos, performativo, siempre que seamos prudentes y no olvidemos que
estamos en el plano de la escritura y la textualidad. Lo desplegamos también en
el siguiente ejercicio pero veamos algunos detalles aquí para ayudar a
conformar la idea. Los números comienzan con una sección editorial donde se
esparce la doctrina que orienta los principios organizativos de la función
educativa en la sociedad, por lo general, son temas que argumentan sobre el
papel de la educación, de su relación con el estado, con la religiosidad, con
lo civilizatorio, etc. Esta sección puede tener alguna correspondencia
particular en la cual se expresan argumentos coincidentes. Luego, una sección
vinculada a los procesos escolares concretos, en particular las conferencias
pedagógicas, las cuales se describen con precisión y constituyen un orden
diferente de enunciados. En general refieren a técnicas específicas de
enseñanza, por ejemplo, la alfabetización. Le sigue otra sección de noticias
educativas y de interés asociado. El efecto es concreto. No sólo se diseminan
los discursos educativos con las filiaciones que hemos señalado sino que además
se describe la institucionalidad donde ocurren. Es decir, la materialidad de
los valores cívico-pedagógicos que se intentan producir tiene un correlato
metodológico en el mismo cuerpo de la publicación al mostrar los temas que se
discuten en las conferencias pedagógicas en las escuelas. Así, las escuelas
Número 1 de Maipú, Luján, San Martín, San Carlos, Tunuyán y Número 7 de Junín,
por ejemplo, no son meras referencias toponímicas sino los lugares donde ocurre
esta lenta y persistente transformación de los cuerpos en ciudadanos aptos para
la comunidad educativa sobre los que El
Instructor popular predica y, al mismo tiempo, certifica.
Lo que define este enlace es la relación entre enunciados y
materialidad, detectable aún en las entradas más básicas a estos documentos.
Indica, al mismo tiempo, un problema adicional con respecto a la configuración
del archivo y ello es que tenemos un discurso acuñado en la relación con las
materialidades que construye: la revista, la conferencia pedagógica, el
reglamento escolar, etc. Opera allí un vínculo originante entre discurso
pedagógico e institución escolar, evidente en El Instructor, que a la vez lo excede como particularidad. No
obstante, el elemento prevaleciente es el rol asignado al discurso pedagógico
por Vergara, aunque ya deberíamos hablar de El
Instructor popular en sí mismo, que conforma una suerte de territorio para
explorar el dispositivo[13] que se está
modelando en la articulación entre las instituciones estatales, los discursos
sobre la civilización y la barbarie, las discursos científicos y filosóficos,
lo dicho y lo no dicho en ellos, etc.
Al considerar que El
Instructor popular es un anudamiento particular de ese dispositivo, creemos
que configura un archivo de una complejidad tal que representa un problema para
enfoques que aborden los escritos de Vergara tratando de detectar la
excepcionalidad en él o resaltando su carácter transformador, como si ello
fuera un valor intrínseco. Por ejemplo, en la operación que señala que si bien
formaban parte del discurso general articulado en el enfrentamiento
irreductible entre civilización y barbarie había en ellos elementos
emancipatorios en ciernes, del tipo, “querían la escuela pública”, “eran
laicos”, “producían visiones de la libertad”, “innovaciones pedagógicas”, etc.,
que los vuelve objeto de rescate para una historia de las ideas pedagógicas.
Puiggrós anota en un contexto de análisis similar que la antinomia civilización
y barbarie se articulaba en el pensamiento de la corriente “normalizadora” y
sus seguidores “aunque consideraban que la religión era el sustento del orden
moral, adscribían con convicción al laicismo” y eran el método, la organización
escolar, la planificación, la evaluación y la disciplina las nociones que
organizaban su práctica” (2003, p. 96).
Creemos que es preciso señalar, con un criterio que podría
pensarse como metodológico, que la operación que desvincula el archivo de su contexto
aumenta su productividad ideológica en el conocimiento que producimos. Nótese,
sin embargo, que sin mencionar la dimensión práctica de este despliegue, es
decir, las performances en el plano de las escuelas concretas y de las
tecnologías estatales que poco a poco se desarrollan con ellas, queda bastante
claro sobre cuáles exclusiones puede funcionar este discurso pedagógico. No
parece ser este un problema menor dada la alta valoración que se tiene de la
idea de cambio y transformación entre los discursos educativos que se describen
a sí mismos como críticos, progresistas, liberadores, etc. Adriana Puiggrós,
otra vez, es incisiva al respecto cuando compara las intervenciones pedagógicas
de los socialistas y las ve coincidentes con las de Vergara en lo que respecta
a su estructura. Los socialistas concibieron una pedagogía social que estaba
destinada a los sujetos oprimidos, dice Puiggrós, pero preservaban la tensión
entre los sujetos reales y los sujetos teóricos (mujer-obrero o niño) que
provenían de las experiencias europeas (2006, p. 237).
En este punto la articulación del archivo siempre lidia con
el problema de las tramas del estado y revela, al mismo tiempo, el vínculo
entre las exclusiones del discurso normalista, en su índole pedagógica e institucionalizante
con esa estatalidad que, en muchos sentidos, se tramita a partir del siglo XIX
en Argentina en la reproducción de las condiciones de lo que varios autores
llamaron colonialismo interno, es decir, en una ampliación de las formas y
procesos culturales coloniales de la dominación ahora en el espacio del estado
nación, lo cual añade complejidad al problema del universalismo y las
operaciones de vaciado a las que hicimos referencia[14]. En todo caso, este no es un proceso
unívoco y corresponde en cada momento cotejar las formas en que se produjeron
negociaciones concretas por parte de los sujetos implicados.
Sin embargo, y para cerrar esta sección, nuestra preocupación
aquí no avanza sobre esas consideraciones sino sobre el tipo de epistemología
que se pone en juego, porque la valoración positiva de enunciados
emancipatorios o transformadores en el discurso de El instructor popular no podría ser estudiada sin ese fenómeno de
arrastre que está implicado en la relación exclusión/estatalidad/historia universal.
De otro modo, hay un riesgo bastante alto en términos epistemológicos, pero
también metodológicos, si se abandona esta articulación de los conceptos en
favor de emanciparlos de sus contextos de emergencia. No nos referimos por
cierto a ningún vínculo originario sino a una necesaria historización sin la
cual la posibilidad de estar funcionando con categorías hiperreales, como vimos
con Chakrabarty, es mucho mayor. El efecto de dichas categorías aquí es
concreto: desplazan el análisis histórico entendido como análisis de las
diferencias a favor de un elemento estable en el discurso, por ejemplo, un
supuesto valor intrínseco de la idea de transformación, y como consecuencia se
mueven al terreno donde los fundamentos que organizan nuestras encuestas se expresan
moralmente reinscribiendo, en nuevo odre, las articulaciones de un dispositivo.
Otro ejercicio que nos proponemos es el de ingresar en la
institucionalidad de la escuela y a las micropolíticas desplegadas en la
tensión de las prácticas educativas con los criterios de autoridad desde los
cuales se diseñan y llevan a cabo. El análisis busca mostrar la concreción de
la narrativa civilizatoria en sus diferentes registros. Esto no sólo desde la
descripción de la funcionalidad propia de las prácticas escolares sino desde la
perspectiva operativa de las mismas en relación con procesos de continuidad de
la colonialidad del poder que, en un estado-nación en formación, le reclama a
la educación abonar la tierra para producir las bases de sistemas de
representación que tiene la infancia o a los niños como sujetos privilegiados.
En las prácticas escolares se mixturan en una trama sólida y circular las
formas de producción de subjetividad requeridas en vistas a la nación, en los
términos de una narrativa que acentúa el futuro como instancia de realización. Tal
como vimos en el ejercicio anterior, el esfuerzo modernizador de creación de
una ciudadanía se despliega no desde un tipo de sujeto presente que posee una
determinada historia sino implantado desde una historia considerada universal.
Sin embargo, la justificación de la necesidad de la educación
es exterior a la misma en varios sentidos. Uno, en términos ideológicos, es el
que refiere a cierta concepción del despliegue de la historia y al lugar que le
cabe a las instituciones de gobierno en él, como por ejemplo, al estado, a fin
de sumarse a la locomotora del progreso. Otro aquél que, en términos políticos,
territoriales y culturales, le cabe a la estructura colonial del poder que lee
los problemas sociales en la clave de la imposición de su propio e indiscutible
orden llamado civilización. Un papel no menor le corresponde al sentido
producido desde teorías provenientes de disciplinas en formación como la
psicología y la sociología, tomadas de la mano de la biología, con su
descripción de las condiciones necesarias para el desarrollo natural de las
capacidades cognitivas de los niños. Todos estos sentidos (exteriores)
traccionan las prácticas escolares, las constituyen en medios cuyos fines
trascienden la normalización del sistema educativo argentino, el control
disciplinario y la fundación del estado soberano. Estos últimos se constituyen
en medios, tan pronto como la historia y el poder colonial (estructura
civilizatoria y del saber) quedan como inamovibles resortes que marcan la tarea
por hacer. En una suerte de “petición de principio”, la educación es el ámbito
de constatación deductiva de lo establecido como universal y necesario a la vez
que constituye lo que lo sostiene, de aquí que las metáforas habiliten sin
mayor inconveniente estos tránsitos (por ejemplo, las catorce escuelas
inauguradas en 1884 en Buenos Aires se las consigna como “catorce templos”
ofrecidos “al progreso moderno”, en Instructor,
Año II, N° 31, 15 de julio de 1884, p. 344).
Esto supone, ahora en el nivel de las prácticas escolares
concretas, también el despliegue del fenómeno de arrastre implicado en la
relación exclusión/estatalidad/historia universal al que nos referimos antes en
el Ejercicio 1. En este apartado, nos moveremos con dos tipos de archivos
publicados en el Instructor, los
relativos a actas de Conferencias pedagógicas e Informes de visitadores. Estos
ocupan un espacio importante en la publicación bajo la conducción de Vergara
como redactor y efectivamente, desempeñan una función vital para la fundación y
articulación del sistema educativo argentino.
Las “Actas de conferencias pedagógicas”[15]
constituyen la crónica de reuniones de maestras realizadas de forma sistemática
y con frecuencia quincenal o mensual a lo largo de los dos primeros años del
desempeño de Vergara como inspector nacional y los “Informes de visitadores”[16] son
transcripciones de las observaciones y descripciones que estos realizan en
circunstancias de supervisión de la actividad escolar (en especial los
aprendizajes), el desempeño docente (en especial, la experticia o capacidad
individual para el desarrollo de su función y la forma de enseñanza), el estado
de los inmuebles escolares, los útiles existentes o necesarios y demás asuntos
presupuestarios. Tienen en común la centralidad que ocupan las prácticas de
enseñanza en los espacios institucionales concretos, las aulas o salones de
clase que, en la época podían ser habitaciones de casas alquiladas o espacios
remodelados en muchos casos, en condiciones, a veces, poco habitables o
siquiera amables para el aprendizaje. El contrapunto con los textos
correspondientes a los editoriales o los fragmentos de libros que se ponen en
circulación y al alcance de docentes de la época, no señala tanto una
diferencia como el objetivo e ideario del periódico, son las prácticas
concretas las que deben instituirse y para ello, es necesario establecer las
condiciones simbólicas y materiales. Lo interesante es que no se trata de un
proceso gradual sino arqueológico de tiempo presente, dado que más allá de los
pliegues, cada capa debe comenzar a realizarse (practicarse), (co)existir en el
tiempo.
Las Conferencias pedagógicas fueron espacios de reunión de
docentes en ejercicio que se organizaron como instancias de coformación, dada
la escasa existencia de maestras/os con titulación e incipiente creación de
escuelas normales locales. Respondieron a la directiva dada a los inspectores
nacionales por parte del Consejo Nacional de Educación y configuraron un
dispositivo pedagógico y disciplinario de desarrollo profesional y
actualización de saberes, fundamentalmente, los relativos a la lecto-escritura.
El Instructor
Vergara organizó cada una de las Conferencias en tres
instancias: teórica (de carácter expositivo cuya índole era metodológica o
procedimental), práctica (de ejercicio a través de lecciones de maestras/os a
niñas/os presentes) y de diálogo y discusión crítica (reservada para
comentarios, siempre a posteriori de las lecciones, donde se hacían
observaciones, réplicas, aportes y acuerdos) (Cfr. Ripamonti, 2016b). Los temas
y lecciones estuvieron marcados por principios pedagógicos pestalozzianos que
exigían partir de la experiencia infantil (observaciones, reconocimiento, uso,
etc.) para ascender a conceptualizaciones y luego de estas, a las formas de
lecto-escritura. De este modo, saberes relativos a aritmética, geometría,
lengua, geografía, historia, religión, dibujo, gimnástica requerían conocer los
modos de aprendizaje infantil y su desarrollo “natural”, tener en cuenta el
interés de los niños, concentrar su atención así como garantizar su integridad
en un clima de trabajo disciplinado pero de despliegue libre, en términos de
movimiento y motivación, con adecuada articulación de lo físico y lo
intelectual.
Las actas muestran la lógica que amalgama las instancias que
respetan las Conferencias y que las soporta desde dos registros: histórico-ideológico
y pedagógico-didáctico. El primero se visualiza en las diferentes mediaciones
que permiten ligar el sentido de la historia universal y el lugar de cada
docente en ese despliegue. El segundo, en el mapa que las lecciones prácticas
modelan respecto de la enseñanza de los saberes fundamentales para transformar
cada sujeto en un agente del progreso (en “soldados”, “vencedores”, “obreras de
progreso”). Las Conferencias constituyeron espacios de formación colectiva, de
dictado y escucha de exposiciones (de las que todos, incluidas mujeres -casi
inexistentes en experiencias de conferencias de otras provincias como Buenos
Aires-, participaron) y puesta en práctica de lecciones a fin de objetivar y
desmantelar naturalizaciones en torno de cómo aprenden los niños y qué saben
las/os maestras/os al respecto. No hay gestas individuales. Se trata de un
llamado épico que se logra en conjunto. Nos encontramos con reuniones que
pretendían transformaciones desde la participación activa de los diferentes
actores (Ripamonti, 2016a), no tanto en vistas a un proceso colaborativo sino
performativo, de corte vocacional, porque sin la mediación de maestros/as
(directivos, preceptores, ayudantes) los objetivos educativos y de progreso
cultural no se alcanzarían.
Los maestros tendrán donde ir á estimularse
mutuamente y á perfeccionarse en su profesión.
Allí tratarán las principales cuestiones pedagójicas,
metodolojía, disciplina y gobierno escolar. Y no sólo se disertará sino que se
practicará, aplicando las teorías expuestas en lecciones dadas allí mismo en
los diferentes ramos. (Presentación de Vergara, El Instructor, Año I, N° 1, 15 de abril de 1883, p. 6-7)
En un análisis de índole epistémica, estas reuniones nos
podrían brindar “indicadores tácticos” relativos a lo que Foucault llamó
“discurso imperativo”, propio del orden de toda teoría y que podemos
identificar desde un campo de fuerzas reales que “un sujeto hablante jamás
puede crear por sí solo” (Foucault, 2009, pp. 17-18). Porque tales indicadores
de alguna manera señalan dicho campo de fuerzas que es hacia donde nuestro
análisis de dirige. Obligatoriedad, expositores definidos, temas previstos,
temas excluidos, discusiones arbitradas, matriz disciplinar (lógica y
pedagógica) especificada y delimitada, dan cuenta de un esquema de producción
jerarquizado, modelado cuya performatividad no se agota (ni pretende) en
transformaciones educativas necesarias para enfrentar al analfabetismo y la
carencia de maestros titulados, sino que debe obtener la potencia de operar los
pliegues para materializar el sentido de la historia situado en un decurso
universal que exigía sustituciones y supresiones de las expresiones culturales
que corresponden a momentos anteriores. Lo que encontramos aquí es el esquema
práctico de inteligibilidad que configurará la educación organizada como
sistema institucional. El krausismo juega entonces su papel en el registro
ideológico y práctico político. Le había llegado a Vergara a través de
Scalabrini Ortiz en la Escuela Normal de Paraná en su etapa como estudiante
(Cfr. Alvarado, 2011), además tenía conocimiento del accionar de la institución
que congregaba a los krausistas españoles desde 1876, ILE (Instituto de Libre
Enseñanza), entre ellos, Francisco Giner de los Ríos (se puede observar el
espacio dado a la situación de la ILE, en una transcripción de nota de La Nación en el Instructor número 40, p. 452 y ss.). El despliegue
dialéctico-progresivo de la historia exigía sujetos activos (propendientes a la
autonomía en el orden pedagógico) y un contexto de libertad que brindara las
condiciones sociales para tal movimiento. Aquí interesa marcar que ambos
registros se engrapan desde la preeminencia de una lógica de la identidad. Las
relaciones de poder, las luchas y desafíos producen efectos en el orden de los
saberes y por lo tanto, en la configuración de lo real-histórico. Esta amalgama
nunca arriesga la identidad moderna de sujeto representacional y objeto
representado y la consecuente armónica vinculación teoría-praxis, siendo esta
última rectora en el orden pedagógico y, por esto, desde aquí podemos
interpretar el papel de las conferencias y las visitas a escuelas, en los
términos de diferentes sistemáticas de articulación, que construyen un “sentido
común” a la vez que lo despojan de la parcialidad cultural y civilizatoria que
posee, sostiene y defiende.
En esta línea, interpretamos la aparición de las “Lecciones
sobre objetos”, prácticas en las que el/la maestro/a parte de un objeto
seleccionado (cosa, animal, artefacto, prenda, mineral, etc.), desde el cual,
guía y pauta sucesivas observaciones y caracterizaciones a través de preguntas.
Las lecciones tenían un tiempo asignado y solían figurar como una asignatura
más. Las mismas llegaban a maestros a través de textos donde se desarrollan las
instrucciones para la adquisición de conocimientos en un género de enseñanza
oral que privilegia la conversación[17].
En la primera lección sobre objetos publicada en el
periódico, traducida del
francés por Manuel Videla, sobre “el reloj”, se
aclara lo que aportan a los
aprendizajes estos ejercicios, básicamente obtener ideas de
diferente grado de
complejidad, a partir de las cosas mismas e identificar cualidades que
pueden
no estar “bajo el dominio de los sentidos” pero son
constitutivas de las cosas.
“Poner a la vista”, observar, descubrir analogías y
diferencias, nombrar son
operaciones que permiten trazar esquemas objetuales que clasifican
“lo
artificial” y “lo natural”, “lo
indígena” y “lo exótico” y gradualmente
avanzan
hacia la organización de clases, especies, etc. (El Instructor, Año I, N° 1, 15 de abril de 1883, pp. 6-14). Estamos
ante un proceder que configura una comprensión racional que organiza lo real.
Siempre se debe seguir el “orden natural” de las facultades de los infantes,
permitiendo que descubran por sí mismos, proponiendo una dificultad por vez,
desarrollando la idea y después la palabra, etc. ¿Cuáles son esos objetos?
Desde la mesa o un vaso al gato, la cal o el carbón a una hoja de rosa, la miel
o la aguja de coser al pizarrón y la tiza. Las lecciones también podían
focalizarse en formas (como figuras de líneas rectas o curvas) o cualidades
(como colores), estados (como el sueño), incluso ideas morales (vinculadas al
bien, el alma, etc.). Es posible leer la descripción de una lección sobre
objetos para un salón de clases norteamericano, en el manual de Calkins por
ejemplo y una versión semejante, en la instancia práctica de algunas
conferencias de El Instructor. Hay
una secuencia de la configuración del pensamiento desde la oralidad, marcada
por un proceso lógico predeterminado, que procede desde el análisis (basado en
la observación) a los nombres y el fin de cada parte y el uso del objeto en
cuestión[18].
En una suerte de analogía o (co)existencia, de lo que se
trata es de incluirnos en un proceso civilizatorio que determina la lógica del
pensamiento y por lo tanto, la lógica de configuración del mundo a través del
conocimiento de las cosas, sus formas, cualidades, significado, uso. Las cosas,
sin más. ¿Acaso podría discutirse la existencia de las mismas cosas para todos
y la importancia de la educación escolar para conocerlas? Efectivamente, las
lecciones constituyen un dispositivo pedagógico de cuño positivista que se
fundamenta en la experiencia como inicio de los procesos cognitivos. Desde este
ejercicio, observamos que hay una experiencia despojada de los componentes
culturales que la conforman, en el sentido de una operación de neutralidad del
conocimiento, que trasunta el recorte didáctico-escolar, para disponer un mundo
civilizado con las cosas que corresponden que habiten el mismo. Puiggrós se
refirió oportunamente a la historia de la educación argentina y latinoamericana
elaborada a partir de un curriculum formal y hechos legales que, soslayando
aspectos procesuales y prácticos depuestos por aspectos formales y
estructurales, pierde de vista las “tácticas escolares” bajo una operación de
“ocultamiento de su carácter de selección” (1990, p. 262). En este caso, El Instructor nos ofrece la posibilidad
de abordar las prácticas concretas y desmontar analíticamente las
“arbitrariedades culturales” (Ibidem).
Las actas de conferencias muestran un interesante trasluz de las mismas. Estas
aparecen con fuerza pero su prevalencia junto con el importante y sustantivo
lugar asignado a los actores, no deriva en consideraciones contextuales,
culturales o biográficas específicas que dotarían de densidad popular a la
experiencia inicial del acto educativo, sino en la postulación de sujetos
necesarios, universalizados y deshistorizados por obra de la lógica de
identidad razón - mundo que despliega, a través de tensiones y fricciones que
deben ser superadas en el movimiento de la naturaleza / historia humana.
Los informes de los visitadores corresponden a subinspectores
de escuelas municipales distribuidas provincialmente por zonas (de varones, de
niñas y mixtas, elementales y graduadas), entre ellos, Antolín Rodríguez,
Manuel Videla, Enrique Segura, Benjamín Zorrilla. En el periodo registrado
ninguna mujer se desempeñó en ese cargo. Nos encontramos en un contexto de
organización de modalidades de control y seguimiento de la práctica y del
acontecer escolar cotidiano y concreto. Las visitas permitían, desde un relevo in situ de la información, conocer la
situación de cada escuela, quiénes eran los docentes a cargo (desde directores
y preceptores a ayudantes), la enseñanza (de Lenguaje, Lectura, Aritmética,
Caligrafía, Geografía, Dibujo, Historia, Gimnástica, Labores de manos,
Religión, Moral y Urbanidad, Lecciones sobre objetos), sus “progresos” y sus
“vicios”, la asistencia efectiva, el estado edilicio y los recursos necesarios,
disponibles y carentes.
Los registros ofrecen observaciones y datos pero también
opiniones, críticas y sugerencias del propio visitador en lo que respecta a la
experticia de cada maestro/a, a su desempeño, a los aprendizajes de los niños,
al estado del edificio y el material de enseñanza[19].
Las escuelas eran en su mayoría casas o habitaciones con escasa iluminación,
mal mantenidas, sin el mobiliario básico ni los recursos mínimos. Prácticamente
todos los informes parten o incluyen descripciones edilicias, intervenidas con
prescripciones y reclamos.
El edificio fiscal en que funciona esta Escuela,
dirijida por la preceptora Srta. Primitiva Palacios, precisa blanqueo de una
pieza, acomodar el piso en las salas y corredor, hacer el brocal y cubierta de
la letrina que es un peligro constante (en el estado en que se encuentra) para
las alumnas... (Informe de Manuel Videla sobre Escuela Elemental N° 3 de Niñas,
El Instructor, Año I, N° 12, 30 de
septiembre de 1883, p. 124)
Las bancas de la clase son simples bancos sin
escritorio. Por lo cual para escribir se ven obligados los niños à sostener la
pizarra con un brazo que hace las veces de mareos, ó à sostenerlas sobre sus
rodillas inclinando el cuerpo 45 grados de la vertical posición verdadera para
escribir. Pienso que se perjudica mucho a los niños con esta falta i compadezco
lo que sufrirán obligados à permanecer por algún tiempo en tan violenta
posición.
Se hacen por consiguiente mui necesarios los
bancos-escritorio para esta clase. Mucho mas si se considera que la escuela en
jeneral es de las más concurridas i que debe poseer por tanto mayores elementos
i comodidades. (Informe de Antolín Rodríguez sobre Escuela N° 1, El Instructor, Año I, N° 6, 30 de junio
de 1883, pp. 53-54)
Es importante destacar que la construcción del registro posee
el carácter de relato y cuando se informa sobre la dimensión pedagógica las
observaciones se desplazan a valoraciones desde un “deber ser”, muchas se
traducen en orientaciones y prescripciones a docentes o reprimendas a
directivos. Por ejemplo, a partir de clases de Geografía en la misma visita
antes citada de Rodríguez, este acota:
La idea de representación de la tierra deberá darse
gradualmente no de un golpe i sin preparación alguna como se hace con
jeneralidad, diciéndoles: ‘Esto es Mendoza, esto es la República
Argentina’(...) Los niños aprenden, es verdad, a señalar los lugares en el mapa
pero tal conocimiento es conocimiento mecánico puesto que no se dan cuenta de
su significado. (Continuación Rodriguez. El
Instructor, Año I, N° 7, 15 de julio de 1883, p. 64).
[Respecto de la ausencia de Lecciones sobre objetos]
Tengo que manifestar el descuido del Director más que ningún otro, al no dar
estricto cumplimiento al programa desde un principio: que él es responsable de
sus faltas i de las de los demás empleados en este asunto (Ibidem).
De algún modo los problemas se configuran en el nudo
narrativo, las condiciones objetivas y las responsabilidades subjetivas
componen los escenarios escolares sobre los que es necesario intervenir para
transformar, esto es puntualizando errores y prescribiendo prácticas.
Lenguaje. Se ejercita a las alumnas en nombrar
objetos aplicándoles algunas cualidades, nombres de animales machos y hembras,
aplicándole igualmente cualidades y acciones (...)
Estos ejercicios son también demasiado lentos porque
la maestra siendo poco activa, no incita á sus alumnas a una constante
actividad. Es necesario dar el ejemplo y procurar que las alumnas lo imiten.
(Informe de Antolín Rodríguez sobre Escuela Graduada N° 1 de San Vicente, El Instructor, Año I, N° 6, 15 de agosto
de 1884, p. 371)
Con diferente énfasis, pero como una constante se presenta la
preocupación por el grado de ajuste con el programa oficial nacional así como
estadísticas sobre exámenes, asistencia obligatoria y acrecentamiento de
matrícula. En los informes encontramos también confrontaciones interesantes
entre lo que arrojan las visitas y las conferencias. Un punto crucial era el
del método de la lecto-escritura. Vergara invirtió esfuerzos en mostrar en
muchas conferencias la necesidad de un cambio del método tradicional, “fónico”
y “alfabético” por letras (y deletreo) por el que denomina
“sintético-analítico”, por palabras como unidades de sentido y mediando la
conversación como instancia previa necesaria[20].
Estaba convencido de la necesidad de enseñar desde el libro y el gusto por la
lectura, esto era imposible si se trabajaba por repetición de sonidos sin
significado. Los informes daban cuenta de las dificultades para operar esos
cambios pedagógicos y la coexistencia de métodos. Enrique Segura quien es más escueto
en sus registros, dice por ejemplo:
El primer año a cargo del Preceptor compuesto por 30
alumnos, presentes en la Escuela los días de la visita 23, los que examinados,
clasifiqué su instrucción en la forma siguiente:
Lectura.
Unos alumnos leen sílabas en el Cuadro N° 10. Otros lo hacen por palabras en el
N° 17 y otros de corrido en el Libro de las Escuelas. Unos i otros regular. (El Instructor, Año II, N° 27, 15 de mayo
de 1884, p. 202)
Entre los informes de 1883 y los de 1884, se aprecian ciertas
diferencias, de a poco un estilo predominantemente narrativo va dando lugar a
uno de índole mayormente informativa. Se evidencia un proceso de formalización
del lenguaje en el que el relato (que produce y contiene datos) da lugar a
enumeraciones y calificaciones expuestas linealmente.
Lectura.
Leen regular, letras y sílabas en el cuadro 5°.
Caligrafía.
Escriben en pizarras manuales el alfabeto minúsculo y sílabas bilíteras con
letras de palo corto, regular.
Aritmética.
La numeración de 1 a 9 y cálculo mental de sumar, unos regular y otros mal.
Relijión.
Aprenden el rezo. (...)
(Informe de E. Segura sobre Escuela Nocturna de
Adultos, dirigida por Dr. Martín Palero. El
Instructor, Año II, N° 39, 15 de agosto de 1884, p. 444)
El recorrido por todos los informes permite observar un
despliegue de operaciones de universalización y deshistorización de las
subjetividades participantes cuyas características socio-culturales concretas
aparecen en epojé. Pero esas
operaciones juegan y tensionan todo el tiempo lo universal con las
singularidades a inscribir en él. Esas singularidades son redibujadas en cada
registro. No hay un espacio estabilizado. La complejidad cultural nombrada
desde el analfabetismo quiebra toda tradición. No hay prácticas locales para
recuperar. Hay sujetos que educar. El interés por los aprendizajes, lo es desde
la configuración de “los niños” y los procesos intelectuales específicos por su
naturaleza, caracterizada por la disciplina pedagógica en creciente desarrollo.
El Instructor nos
abre una ventana a un mundo generalmente vedado, el de las prácticas escolares
y con ellas a esos puntos ciegos sobre los que decíamos opera la noción misma
de lo civilizatorio, lo educacional en ella y las herramientas concretas de
gestión de las poblaciones afectadas. Los archivos muestran la amalgama de una
lógica reguladora, procedimientos de legitimación y subjetividades en juego. El
periódico nos repite en varias ocasiones que la educación es tanto arte como
ciencia al igual que el magisterio (N°6, p. 43). De hecho, desde esa trama
teórico-ideológica y práctica es que produce su legitimidad y su voz propia en
un proyecto histórico-político. Las conferencias y los informes de los
visitadores aportaron al mismo la construcción de un diagnóstico de situación
desde el que se tomaban decisiones políticas.
El Instructor configura
una respuesta a un desafío político-educativo. Una respuesta a un proyecto de
historia universal. Los dos ejercicios propuestos, uno desde textos que brindaron
el encuadre ideológico político y pedagógico de la configuración del sistema
educativo y otro desde los que expusieron las prácticas que debían ser
modelizadas en virtud de aquéllos sentidos, nos muestran efectos y
desplazamientos de estabilización, es decir, formas de fundamentación y
sustentación de la institucionalidad emergente. Un ejemplo, el valor intrínseco
de la idea de transformación y de libertad en el primer ejercicio y de la
pedagogía (como conocimiento científico y como arte orientador de la práctica)
en el segundo. En ambos prima la idea de producir una subjetividad y con ella,
sustituir las existentes que como punto de partida y de llegada son requeridas
para el progreso nacional, que es la avenida de acceso a nuestro lugar en la
historia universal. Quizás lo más valioso sea hoy, ejercitar desde nuestros
propios anclajes crítico-analíticos, cierta conciencia de “resistencias a las
teorías”, como dijo Edward Said, desde “aquellas experiencias o
interpretaciones concretas con las que se está en conflicto”, y abrirlas “a la
realidad histórica, a la sociedad, a las necesidades e intereses humanos”,
señalando “aquellas instancias concretas tomadas de la realidad cotidiana que
quedan fuera o justo al margen del área interpretativa necesariamente designada
de antemano y por tanto circunscrita a partir de entonces por toda teoría” (Said,
2008, p. 323).
Alvarado, M. (2011). Notas sobre una pedagogía Krauso
humanista, Otros logos. Revista de
estudios críticos, N° 2/ nov. 2011. http://www.ceapedi.com.ar/otroslogos/Revistas/0002/Articulos%20definitivo/Mariana_Alvarado.pdf
Alvarado, M. (2016). “Políticas de lectura: entre El Instructor popular y La Mamá”. En Olalla, M.; Alvarado, M.,
Ripamonti, P.; Price, F., Pensar y hacer:
el oficio de El Instructor popular, en la educación argentina de fines del
siglo XIX (pp. 165-193), Qellqasqa.
Catelli, L. I. (2017). Lo racial como dispositivo y formación
imaginaria relacional, Intersticios de la
política y la cultura. Intervenciones Latinoamericanas, 6 (12), 89-117, https://revistas.unc.edu.ar/index.php/intersticios/article/view/18900
Chakrabarty, D. (1999). “La poscolonialidad y el
artilugio de la historia: ¿quién habla en nombre de los pasados ´indios´?”. En
Dube, S. Pasados poscoloniales (pp.
623-658), El Colegio de México.
De Oto, A. & Catelli, L. (2018). Sobre colonialismo
interno y subjetividad notas para un debate, Tabula Rasa, (28), 229-255, https://doi.org/10.25058/20112742.n28.10
Fabian, J. (1983). Time
and the Other. How Anthropology Makes its Object. Columbia University
Press.
Finocchio, S. (2009). La escuela en la historia argentina. Edhasa.
Foucault, M. (2000). Defender la sociedad. Fondo de Cultura Económica.
Foucault, M. (2009). Seguridad, territorio y población. Fondo de Cultura Económica.
Gasquet, A. (2010). Oriente al Sur. El orientalismo literario argentino de Esteban Echeverría a Roberto
Arlt. EUDEBA.
Hall, S. (2008). “¿Cuándo fue lo “postcolonial”?
Pensando en el límite”. En AAVV, Estudios
Poscoloniales. Ensayos fundamentales (pp.563-585), Traficantes de sueños.
El Instructor
popular. Órgano de la Educación. Revista sostenida y dirigida por la
Superintendencia de Escuelas. Editor José A. Moyano. Redactor Carlos N.
Vergara. Resguardado en: Biblioteca Popular Gral. San Martín, Mendoza,
Argentina. Números 1° a 42°, Años I y II, 1883-1884.
Marx, K. y Engels, F.
(1976). Marx & Engels Collected Works
Vol 06. Marx and Engels: 1845-1848. Lawrence & Wishart.
Mudrovcic, M. I. (2019). The politics of time, the
politics of history: who are my contemporaries? En Rethinking History, 23:4, pp. 456-473.
Mudrovcic, M. I. (2018). “La línea del tiempo y la
historia desde las “políticas del tiempo”, Ponencia presentada en II Simposio Internacional de Historia de la
Universidad Estatal de Goiás y XII Encuentro Regional de ANPUH-GO, Conflictos
de Historia: Perspectivas historiográficas y prácticas docentes, Universidad
Estatal de Goiás / Campus Pires do Rio-GO.
Olalla, M.; Alvarado, M., Ripamonti, P.; Price, F.
(2016). Pensar y hacer: el oficio de El
Instructor popular, en la educación argentina de fines del siglo XIX.
Qellqasqa.
Olalla, M. (2016). “Sobre la triste igualdad”. Las
ideas de derecho, progreso y pueblo: la concepción de la historia de Carlos Norberto
Vergara en el Instructor popular. En Olalla,
M.; Alvarado, M., Ripamonti, P.; Price, F., Pensar
y hacer: el oficio de El Instructor popular, en la educación argentina de fines
del siglo XIX (pp. 59-95), Qellqasqa.
Puiggrós, Adriana (1990). Historia de la educación argentina. Tomo 1: Sujetos, Disciplinas y
currículum en los orígenes del sistema educativo argentino (1885- 1916). Galerna.
Puiggrós, Adriana (2003). Qué pasó en la educación argentina: breve historia desde la conquista
hasta el presente. Galerna.
Ripamonti, P. (2016a). “‘Comercio de ideas’: las
conferencias pedagógicas en el Instructor popular”. En: Olalla, M.; Alvarado,
M., Ripamonti, P.; Price, F., Pensar y
hacer: el oficio de El Instructor popular, en la educación argentina de fines
del siglo XIX (pp. 125-164), Qellqasqa.
Ripamonti, P. (2016b). “‘Contra la ignorancia’:
reuniones de maestras/os, un lugar entre los saberes y las prácticas”. En
Olalla, M.; Alvarado, M., Ripamonti, P.; Price, F., Pensar y hacer: el oficio de El Instructor popular, en la educación
argentina de fines del siglo XIX (pp. 195-223), Qellqasqa.
Rodhes, C. (1902) “The last will and testament of Cecil
John Rhodes with elucidatory notes to which are added some chapters describing
the political and religious ideas of the testator”, editado por BY VV. T.
Stead. Recuperado de https://archive.org/stream/lastwilltestamen00rhodiala/lastwilltestamen00rhodiala_djvu.txt
el 25/02/2020.
Rufer, M. (2016). “El archivo: de la metáfora
extractiva a la ruptura poscolonial”. En Rufer, M. & Gorbach, F. (In)disciplinar la investigación. Archivo,
trabajo de campo y escritura (pp.160-186), Siglo XXI Editores.
Said, E. ([1978] 1990). Orientalismo. Madrid, Libertarias/ Prodhufi.
Said, E. (2008). “Teoría ambulante”. En: Said, Edward
(2008). El mundo, el texto y el crítico.
De Bolsillo.
Sarmiento, D. F. (2009) “África. Carta a Juan Thompson,
por Domingo Faustino Sarmiento”. En Cristoff, M. S. (ed.). Pasaje a Oriente. Narrativa de viajes de escritores argentinos
(pp. 63-114), Buenos Aires, FCE. (Publicada originalmente en 1848 “Viaje por
Africa: carta de D. Domingo Sarmiento al Sr. D. Juan Thompson” Madrid, Imprenta
y librería de la publicidad).
Vergara, C. (2011). Pedagogía
y revolución: escritos escogidos / Carlos Vergara; con presentación de Flavia
Terigi y Nicolás Arata. UNIPE- Editorial Universitaria.
[1]
Evocamos este punto de partida porque el registro de la crítica poscolonial ha
permitido problematizar, como casi ningún otro espacio intelectual, los
términos de las representaciones que tienden a los binarismos. La dimensión
representacional es crucial porque lo que se discute en la construcción de un
archivo, centralmente de una lectura sobre estos materiales, es la capacidad de
las disciplinas que lo tratan de habitar por fuera de cierto solipsismo
cultural cuando se homologan situaciones e historias a una suerte de matriz
universal. Así entonces no escapa a un trabajo de análisis de este tipo los
modos en que las teorías (o dominios discursivos) “pueden” no sólo instalarse y
persistir sino suspender o excluir un derrotero histórico e impostar las
subjetividades necesarias, tanto aquellas a alcanzar como las que se suponen
son su punto de partida. Es imposible remitir a una lista de textos sobre lo
poscolonial en este espacio, pero sólo a título de anotar las posibilidades que
encarna ver el ensayo seminal de Stuart Hall, “¿Cuándo fue lo “postcolonial”?
Pensando en el límite” (2008).
[2]
No es un problema menor usar esta noción porque estamos conscientes de las
polémicas que ha suscitado entre el campo historiográfico en general, más
apegado, a pesar de los sucesivos giros analíticos, al archivo como una
dimensión empírica de su trabajo y usos extendidos de la noción en campos como
los estudios culturales, la filosofía, la crítica poscolonial, entre otros.
Desde el siglo XIX, lugar de las dataciones más precisas de emergencia del
método histórico hasta el presente, ha pasado mucha agua bajo el puente y
varias corrientes historiográficas, y no historiográficas, volvieron
problemática la construcción del archivo. A modo de “working definition”, para
lo que resta de este texto, de todas las funciones que se fueron agregando a la
noción, nosotros privilegiamos la configuracional. Entendemos que un archivo
funciona básicamente como un anudamiento político, epistemológico y
performativo que produce filiaciones, desafiliaciones, agregaciones y
desagregaciones que afectan decididamente el campo de la experiencia histórica
que se quiere relevar y las estrategias analíticas destinadas a abordarla. En
nuestro caso, se trata de una serie de publicaciones quincenales a las cuales
las concebimos como un archivo donde analizar un anudamiento específico entre
discurso pedagógico, discurso civilizatorio, temporalidad, estatalidad y
materialidad de las prácticas. Sabemos que como se trata de una publicación
tiene un grado de formalización más alto que el que se puede encontrar en
archivos más heterogéneos. No obstante, nos interesa pensar que ese
anudamiento, por lo que incluye y excluye, produce eventos en la relación
conocimiento y poder que se extienden a las formas de analizar estos materiales
en el presente. Podríamos listar largamente trabajos que abordan el problema
del archivo pero a los efectos de presentar una discusión que nos parece
relevante para cualquier escenario en el que se pretenda usar la noción ver de
Mario Rufer: “El archivo. De la metáfora extractiva a la ruptura poscolonial”
(2016).
[3]
En cuanto a la figura de Vergara, otro texto de referencia que importa
mencionar es el estudio introductorio que Nicolás Arata y Flavia Terigi hacen a
una antología de escritos de Vergara, editada por UNIPE en 2011. Las
consideraciones acerca de la producción de Vergara en el desarrollo del sistema
educativo argentino y de la pedagogía como disciplina en formación, posicionan
al mendocino como un revolucionario en su afán de “producir una serie de
transformaciones en el gobierno de la educación, reelaborando los vínculos
entre el Estado, el pueblo y la escuela”, promover una “nueva matriz
pedagógica”, ocupándose de “denunciar y proponer modificaciones en la
administración del sistema educativo” (2011, p. 12). Dos décadas antes, Adriana
Puiggrós (1990) destacó la figura de Vergara en su sistemático trabajo sobre la
historia de la educación argentina, dibujó el papel político e ideológico del
recorrido del normalista en la educación argentina y su participación en las
que denomina “luchas político-pedagógicas” (p. 54 y ss.). Nos interesa aquí
recuperar esa posta y pensar los textos de Vergara no tanto desde el punto de
vista de las matrices pedagógicas en disputa y su carácter
transformador/innovador, sino desde las filiaciones del discurso pedagógico y
las exclusiones sobre las que opera al definir al sujeto de su despliegue. Al
proceder de esa manera creemos que pueden volverse más evidentes algunas
continuidades persistentes, ciertos automatismos que continúan funcionando en
las lecturas del presente que impactan, por así decirlo, en la configuración
del archivo.
[4]
Dice Finocchio que es en las publicaciones educativas donde la educación tomó
forma, “se pensó, se organizó, se discutió, se propuso, se redefinió y se
renovó” y donde “se configuraron los propios actores” (2009, p. 13).
[5]
Al respecto, los trabajos de Pineau, Dussel y Caruso (2001) congregados en La escuela como máquina de educar. Tres
escritos sobre un proyecto de la modernidad, se refieren a esta
productividad. En particular, la colaboración de Pineau “¿Por qué triunfó la
escuela?, o la modernidad dijo: ‘Esto es educación’ y la escuela respondió: ‘Yo
me ocupo’”, hace foco en los soportes que posibilitaron a la escuela construir
hegemonía y establecer ciertas ecuaciones entre ella y el campo social,
educativo-pedagógico y estatal, a través de regulaciones y dispositivos de
disciplina, con matrices culturales clericales.
[6]A
efectos descriptivos presentamos aquí algunos títulos de
las editoriales. Al
tratarse de una publicación quincenal con pocas páginas,
algunos de los temas
se extienden a lo largo de varios números, como es el caso
concreto de “La
mujer y el progreso social”. Desde el punto de vista de concebir
este archivo
para la tarea en el presente hay varios rasgos destacados. El primero
es la
homogeneidad conceptual e ideológica. Parece una verdad evidente
sin embargo
hay poca dispersión en ese sentido. El segundo, que lo
destacamos en el texto
principal, es el hecho de que su función dentro de la
publicación es
fuertemente ordenadora del resto, algo esperable en la función
de una
Editorial. Crea, por así decirlo, la ficción que performa
un vínculo orgánico
entre los postulados de la editorial y la última línea
del periódico. En ese
sentido se despliega una suerte de geopolítica del conocimiento
que delimita
las representaciones disponibles y autorizadas de comunidad, de las
funciones
de sus miembros, del rol del estado, de la mujer, del papel de la
educación.
Listamos aquí, a modo de ejemplo, algunos títulos de las
editoriales a los
efectos de mostrar las temáticas en ellas: “Luz y
libertad”, Nº 2; “La
enseñanza obligatoria”, Nº 3; “Objeto i fin del
Estado”, Nº 4; “El estado i la
Educación” Nº 5; “Método de
lectura”, N° 6 y 7; “Trascendental Proyecto”,
N° 6;
“La mujer y el progreso social”, Nº 6 y 7, 11;
“La idea de progreso”, Nº 10-16;
“Causa primordial de las revoluciones sociales”, N° 18;
“La educación y el
progreso en general”, N° 19-20; “Castigos
corporales”, N° 23 y su réplica desde
“Correspondencia del Paraná”, en N° 38 y 41;
“La opinión pública”, N° 24;
Transcripción
del discurso de Sarmiento, N° 26; “La importancia de las
escuelas normales”, N°
30, “Principios de disciplina”, N° 32; “La
libertad y la educación”, N° 35, 39
y 40.
[7]
Mantenemos la notación original en lo que respecta a la ortografía. Para ver
una reflexión sobre las consecuencias de producir esta idea de pueblo en la
matriz de la función pedagógica moralizante que se organiza con el krausismo en
Argentina referimos al trabajo de Marcos Olalla que explora los filamentos de
estas relaciones con particular agudeza. Olalla señala que “la construcción
institucional desde las bases de la sociedad” en Vergara se desliza hacia una
función del pedagogo que es central, que funciona paternalmente pero que, sin
embargo, esa función es pensada como “emancipatorio por definición” (2016, p.
77). Nos parece oportuno decir que esa centralidad que detecta Olalla parece
reproducirse en muchas instancias de los discursos pedagógicos cuando describen
los sujetos a quienes va dirigido. Ver también, del este mismo trabajo el
apartado “El Pueblo como sujeto histórico” (pp. 83 y ss) donde trabaja sobre el
mismo párrafo de Vergara. Nuestra lectura se separa aquí de manera no
conflictiva con este trabajo porque nos interesa pensar el modelado que supone,
en términos del archivo, el párrafo citado en el texto principal.
[8]
Aludir a la figura de pueblo como si ello fuera una contraseña para un proyecto
progresista encierra algunos problemas en estas escrituras. La principal de
ellas es precisamente que el sujeto soberano al que refiere la noción no
designa a personas efectivamente presentes en el espacio social sobre la que
opera sino al discurso civilizatorio que describe las trayectorias culturales europeas
y norteamericanas. La categoría hiperreal de la que habla Chakrabarty, al que
le pone el nombre de Europa para pensar el rol que juega en las formas de
representación del pasado en la India, hace precisamente eso. En palabras de
este autor: “´Europa´ sigue siendo el sujeto soberano, teórico, de todas las
historias” (1999, p. 624)
[9]
Escribe Marx en “The British Rule in India”: “Inglaterra, es cierto, al causar
una revolución social en el Hindustán, estaba actuando solamente por los más
viles intereses y fue estúpìda la manera de asegurarlos. Sin embargo, esa no es
la cuestión. La cuestión es si la humanidad puede alcanzar su destino sin una
revolución fundamental en el estado social de Asia. Si no, no importa cuántos
crímenes haya cometido Inglaterra. Cualesquiera que hayan sido los crímenes de
Inglaterra, ella fue la herramienta inconsciente de la historia para provocar
esa revolución. (Traducción nuestra de New-York
Daily Tribune, June 25, 1853).
[10]
Para una idea precisa, extendida y bien analizada de estos procesos y su
implicación en la configuración de campos como el literario en Argentina, ver
de Gasquet, Axel, Oriente al Sur. El orientalismo literario argentino de Esteban Echeverría a Roberto
Arlt (2010).
[11]
El problema de la temporalidad, de su control y de su extensión ha recibido
muchas lecturas que sería imposible resumirlas aquí. Sin embargo, hay un campo
en despliegue en este momento, que se podría llamar el de la “políticas del
tiempo”. María Inés Mudrovcic las caracteriza del siguiente modo: “Las
políticas del tiempo son acciones lingüísticas que cualifican al pasado, al
presente y al futuro” y estas “políticas del tiempo consisten en un conjunto de
operaciones que sancionan lo que es propio o característico del presente al
constituir un “otro” al que se excluye diacrónica o sincrónicamente de ese
presente: el otro es anacrónico” (2018). El problema de la coetaneidad es
crucial en estas políticas. No se trata solamente de quién es o quién determina
el futuro sino fundamentalmente quiénes están de manera coetánea en el
presente. Ver también de María Inés Mudrovcic, “The politics of time, the
politics of history: who are my contemporaries? “ (2019, pp. 456-473).
[12]
En el cierre del largo editorial “La mujer y el progreso social”, con un
lenguaje pomposo, Vergara restituye con fuerza el ethos patriarcal señalando que las mujeres pueden practicar “en
ciertos casos” cualquier ciencia pero su rol de madres, tan central, debería
potenciarse para el desarrollo de ciencias fundamentales, como por ejemplo, la
psicología infantil. La señala con precisión: “Esta es la ciencia destinada á
la mujer y la debe preferirla á cualquier otra”, “ella es la natural educadora
de la infancia”, “debe aspirar con preferencia a ser educacionista, donde nunca
le faltará campo de acción en que emplear la más poderosa fuerza intelectual” (El Instructor, Año I, N° 11, 15 de
septiembre de 1883, p. 104).
[13]
Laura Catelli ha trabajado extensamente la noción de dispositivo de Foucault
para pensar la racialización funcionando como tal y el racismo como un conjunto
y sistema de figuras visibles que puede definirse como formas de manifestación
del poder que impacta en el campo de la experiencia del sujeto. Ella combina la
noción con la de imaginario de Castoriadis (2017, pp. 98 y ss). Para los
efectos en nuestro texto parece productivo pensar que un archivo como El Instructor popular se constituye como
una de las manifestaciones de un dispositivo en formación en las últimas
décadas del siglo XIX. Es decir, no sería el reflejo de algo sino una de las
numerosas articulaciones en las que se manifiesta un poder contextualmente
situado. Por ello insistimos, a riesgo de generalizar, que ciertas
persistencias de los discursos pedagógicos en el plano epistemológico y
metodológico ocurren por estas funciones performativas del archivo. En ese
sentido, el trabajo de Marcos Olalla antes referenciado, con el que compartimos
grandes zonas de análisis, se dedica a desagregar las tensiones del discurso de
Vergara en cuatro momentos específicos, “Discurso pedagógico/discurso
político”, “La idea de progreso”, “Lo usos del derecho” y “La ley” (2016). Si
lo leemos más allá de la claves de una historia de las ideas y de la claves de
una historia intelectual (señalamos a ambas porque parece oscilar entre esas
dos tradiciones lo cual aumenta su complejidad) es posible percibir con
claridad en cada una de las dimensiones que describen los apartados las formas
de poder y saber proliferantes que describe la noción de dispositivo, aunque no
haya sido el enfoque del trabajo.
[14]
El concepto de colonialismo interno tiene una historia dispar en la teoría
producida en América Latina. En el estado actual de los debates teóricos
contemporáneos, atravesados por el problema del colonialismo en casi todas la
esferas de estudio, el colonialismo interno describe bien procesos complejos de
negociación y de diferencia de poder en contextos de despliegue de la
estatalidad. Y, por lo tanto, obliga a evitar las simplificaciones analiticas
porque se trata nada menos que de la producción de subjetividad mediante las
narrativas de la nación y las perfomances
de la estatalidad. Para un revisión de las derivas y problemas del concepto
y sus posibilidades heurísticas ver De Oto y Catelli “Sobre colonialismo
interno y subjetividad. Notas para un debate” (2018).
[15]
Las actas de Conferencias pedagógicas se encuentran en los números 1 a 19 del
Año I, con excepción de los números 11 y 14, en 1884 hubo una única reunión,
cuya acta se transcribe en el Año II, número 42 (Cfr. Ripamonti, 2016a y b).
[16]
Los Informes en el año 1883 corresponden a tres visitadores Sr. Antolín
Rodríguez (escuelas del Centro y del Sur provincial), Sr. Manuel D. Videla
(escuelas de San Vicente, Maipú y Luján en 1883) y Sr. Enrique Segura (escuelas
de Rosario, Junín, San Martín y La Paz), sumados a ellos, en 1884, se
incorporaron (nombrados a veces como “sub-inspectores”): Sr. Cesáreo Barahona
(escuelas de Junín, San Martín), Sr. Rodolfo Bacca (Guaymallén) y Sr. M.
Escalante V. (escuelas de San Vicente, Maipú y Luján). Los informes se
distribuyeron de forma regular desde el número 6 de la publicación hasta el 41
en el periodo de Vergara como redactor. Resultan complementarios a estos en el
mismo periódico, las Memorias de la Superintendencia de Escuelas, datos
censales e informes del propio Vergara.
[17]
Con un importante uso en EEUU, las lecciones aparecieron en diferentes
manuales, uno de los más conocidos aquí fue el de Calkins (1870), Manual de Lecciones sobre Objetos.
[18]
Ejemplo: en la 2° Conferencia de Maipú, la Srta. Quiroga ante el pedido de
Vergara, improvisa una lección sobre objetos:
(Tomando una silla y dirijiéndose a los niños) Maestra:
¿Qué es esto?
Niños: Una silla
M: ¿De qué es esta silla?
N: De esterilla …
M: ¿Y cómo se llama esta parte que toco?
N: Espaldar.
M: ¿Y esto como se llama?
N: Patas.
M: ¿No pudiéramos darle otro nombre?
N: (Varias) Sí, señorita.
M: ¿Qué nombre le daríamos?
N: Pies.
M: ¿Cuántos pies tiene la silla?
(...)
M: ¿Quién puede decirme qué es lo que estoi tocando?
N: (Todos) Asiento, señorita.
M: ¿Puede alguno de estos niñitos decirme para qué sirve
el asiento?
N: (Todos) Para sentarse.
M: Si la silla no tuviera asiento, ¿qué sucedería?
N: Que no serviría para sentarse (unos), que se caería el
que se sentara (otros).
M: Pues bien, el asiento se precisa en la silla para
poder sentarse y ahora quién puede decirme lo que estoi tocando (...)
N: (Varios) Se llama patas, (unos) sirve para que la
silla esté parada, y algunos para que la silla no se queiga.
M: ¿Qué les parece a Udes.? Este niño ha dicho ‘para que
no se queiga’.
N: (varios levantan la mano) Ha hablado mal señorita,
debe decirse caiga y no queiga.
M: Muy bien niñitos, udes tienen razón y este niño en lo
sucesivo sabrá decir caiga y no queiga.
(...)
(El Instructor,
Año I, N° 7, 15 de julio de 1883, p. 59-60)
[19]
Estos informes se transcriben desde el N° 6 del periódico y prácticamente en
todos los restantes, con excepción dos o tres casos en los que, sin embargo, se
ofrecía información censal o estadística semejante a la que brindaban las
inspecciones.
[20]
Al respecto véase el interesante análisis de Alvarado (2016) sobre la propuesta
de vergariana del método de lectura.