Spinoza “en medio”
de Deleuze.Sobre la identidad magisterial y el cuidado de sí [1]
Spinoza “in the middle” of Deleuze. On teacher identity and self – care
Ivannsan Zambrano Gutiérrez
Facultad de Educación. Universidad de Antioquia.
ivannsan@gmail.com
Bernardo Barragán Castrillón
Facultad de Artes. Universidad de Antioquia.
bernardo.barragan@udea.edu.co
Arley Fabio Ossa Montoya
Facultad de Educación. Universidad de Antioquia.
arley.ossa@udea.edu.co
Recibido: 19/04/2020
Aceptado: 26/06/2020
Resumen. A partir de la lectura que realiza
Deleuze de Spinoza, se brindan elementos que fundamentan la idea de una
identidad histórica del maestro articulada al cuidado o la inquietud de sí. Se
explicita cómo la existencia de la identidad del maestro, su afirmación en un
saber que pervive hasta hoy, el “saber de sí” o “cuidado de sí” (Foucault, M.
2009), es susceptible de ser rastreada haciendo uso de algunas ideas expuestas
por Deleuze a través de Spinoza, ideas referidas al conatus. En detalle, se
muestra cómo el perseverar en el ser, el conatus spinoziano, puede ser pensado
en clave de identidad, y cómo dicha identidad es atravesada y condicionada por
una ética inmanente a la existencia de los individuos. En esta vía hay
identidad, pero no toda identidad es benéfica para un individuo o una sociedad,
sólo aquella que responde a un trabajo de sí, esto en el segundo y tercer
género de conocimiento spinoziano.
Palabras
clave. Spinoza, Deleuze, Cuidado de
sí, Identidad, Maestro, Ética.
Abstract. From Deleuze of
Spinoza's reading, elements are provided that support the idea of a historical identity of the teacher articulated to care
or self-concern. It is explained how the existence of the teacher's identity,
its affirmation in a knowledge that survives until today, the "knowing of
itself" or "caring for itself" (Foucault, M. 2009), is
susceptible of being tracked using some ideas put forward by Deleuze through
Spinoza, ideas related to the conatus. In detail, it is shown how persevering
in being, the spinozian conatus, can be thought of as an identity key, and how
said identity is traversed and conditioned by an ethic immanent to the
existence of individuals. In this way there is identity, but not all identity
is beneficial for an individual or a society, only one that responds to
self-work, this in the second and third genres of Spinocian knowledge.
Keywords. Spinoza, Deleuze, Self-care,
Identity, Teacher, Ethics.
[...] y todo lo que aprendo lo aprendo
para una tarea determinada, de tal forma que, una vez finalizada la tarea, lo
olvido, hasta tal punto que, diez años después, me veo obligado -esto me
produce una gran alegría, cuando me veo obligado a ponerme a trabajar de nuevo
sobre un tema anexo o sobre el mismo tema- debo empezar otra vez desde cero,
con la excepción de unos pocos casos, porque a Spinoza le llevo en el corazón,
no se me olvida: es mi corazón, no mi cabeza (Deleuze, 1998, p. 15).
Trataremos aquí la interpretación
Deleuziana de Spinoza. En este orden de ideas, no es Spinoza en sí mismo -cabe
preguntarse si es posible una lectura donde el lector no ponga lo que es en lo que lee. Tensiones respecto a
una lectura sustancialista o hermenéutica- o Spinoza en el seno de los debates
spinozianos, donde destacan varios autores y por supuesto interpretaciones[2]. Tampoco
se trata de Deleuze en toda su obra y lo que de allí podría desprenderse
respecto a Spinoza. Spinoza aparece en esta elaboración como parte de un
momento en el pensamiento de Deleuze, un momento significativo, pues la tesis
de doctorado de Deleuze es sobre Spinoza (Spinoza
y el problema de la expresión); a él dedica un libro (Spinoza: Filosofía práctica) y las clases en torno al filósofo,
consignadas en la obra: En medio de
Spinoza (2008a), texto central para la configuración de este escrito.
Según lo indicado, cuando se cita
a Spinoza, la mayoría de las veces se está hablando del Spinoza de Deleuze,
“Spinoza en medio de Deleuze”; cuando no se hace esta aclaración, en todo caso
se trata de ideas spinozianas que están siendo integradas en la ontología que
Deleuze presenta respecto a Spinoza. Deleuze
actualiza a Spinoza al leerlo, en este sentido
propone una manera de pensar en Spinoza,
o para pensar “en” Spinoza, colocándose él mismo en medio del entorno
especulativo, en el elemento vivo desde el cual la totalidad de esta obra se
desarrolla, donde esta última no es reducible a una composición de la doctrina,
a un “sistema” [...] la cuestión reside en producir dinámicamente, antes que
reproducir, el movimiento intelectual mediante cual esta filosofía se ha
convertido en lo que es (Macherey, 2019, p. 1)[3].
Por otro lado, este texto
presenta una lectura llevada a cabo por un trío de educadores que reconoce en
la interpretación Deleuziana de Spinoza elementos que permiten pensar al
maestro hoy, y que lo inscriben en un devenir ético, una apuesta política y una
respuesta al para qué educar. Esto sin esencializar ni moralizar la idea del
maestro en sí misma. La escritura del texto responde a hallazgos que se
realizaron a partir de una lectura rigurosa, comentada y discutida de los
textos nombrados, principalmente en el escrito: En medio de Spinoza (Deleuze, 2008a).
Según lo expresado, el artículo
está dividido en tres partes. En la primera, a manera de contextualización, se
esboza el escenario donde hoy tiene validez la pregunta por la identidad del
maestro, el cuidado de sí y el para qué de la educación. Seguidamente, se
indica desde qué lugar se enuncia y entiende la idea de maestro, esto en
diferencia a otras figuras del enseñar. En la segunda parte, se despliega la
lectura que realiza Deleuze de Spinoza, destacando conceptos, argumentos y
aspectos epistemológicos que integran la ontología spinoziana a la luz de
Deleuze. Este apartado es de suma importancia, en él se responde al objetivo
del artículo; brindar elementos teóricos que contribuyan, en el marco de la
ontología deleuziana referida a Spinoza, a pensar la identidad histórica del
maestro en relación a la inquietud o el cuidado de sí. Finalmente, a modo de
cierre, se pone en diálogo algunos aspectos anunciados en la primera parte y
segunda parte.
La filosofía antigua, según
Foucault (2011), consistía principalmente en preguntarse por la vida, aprender
a vivirla. En ella se tenía como eje la búsqueda de la verdad y el trabajo
sobre sí mismo[4]. En
occidente, el principio “ocúpate de ti mismo” orientó durante muchos siglos la
formación de los individuos. Sócrates invitaba a los ciudadanos de la antigua
Grecia a ocuparse de sí. En esta vía era necesario cuidar de sí, aprender a
gobernarse, aprender de sí mismo y de los maestros, esto con miras a
relacionarse sabiamente consigo mismo, con los otros y el mundo.
Foucault
(2011) devela un saber,
“el saber de sí” o “cuidado de
sí”. Éste saber era en sí mismo una cultura,
la
cultura de sí o de la inquietud de sí. En la cultura de
sí, la expresión
“preocúpate por ti mismo” o “ocúpate de
ti mismo”, entre otras cosas, refería a
un trabajo que llevaba a cabo el individuo, un trabajo sobre sí
mismo (ascesis), uno a través del cual éste se
emancipaba a sí mismo, se liberaba de la esclavitud a la que lo sometía la ignorancia del mundo y ascendía al
gobierno de sí.
A través de la educación, se
preparaba al educando para vivir una vida sabía, siempre en el constante
esfuerzo por gobernarse a sí mismo y sobreponerse a las dificultades de la
vida. La educación tenía un fin, un horizonte amplio y delimitado, uno
relacionado con la emancipación del hombre a través del pensamiento y la
búsqueda de la verdad, de la armonía en sí mismo y con lo que nos rodea.
Hoy en día la pregunta respecto a
la finalidad de la educación se responde en ocasiones ambiguamente, la respuesta
la brinda el mercado profesional y de consumo, otras, las apuestas políticas
inscritas en una idea de vida material donde, en el mejor de los casos, se
busca asegurar la salud, el alimento y la vivienda, sin miradas en las que la
vida sea iluminada por la razón comprensiva y la razón sensible en función de
una vida sabía. Así las cosas, diversidad de autores (Lanz, 2012 y Vignale,
2012) hacen un llamado a volver al trabajo de sí, pues se considera que
mientras un individuo no trabaje sobre sí mismo, no se gobierne ni
desnaturalice y lea críticamente el mundo en que nació, será con seguridad
esclavo de él, alguien manipulado e incapaz de asumir con inteligencia y
consciencia política y ética lo que significa vivir en sociedad, en la tierra,
junto a otras especies y a otras formas de vida. En este proceso de
ejercitación, se hace imprescindible, como se sostendrá a continuación, un maestro
o ese alguien que históricamente ha asumido la tarea educativa de inquietar a
los otros, de mostrarles sus vacíos, confusiones y limitaciones al estilo de
Sócrates. Alguien en cuya identidad reside una luz de transformación y
construcción interna, de gobierno de sí.
Sin embargo, respecto al maestro,
finalmente el educador (quien enseña), se afirma en la actualidad que no tiene
rostro, que carece de identidad, que se trata de un profesor, uno que en el
mejor de los casos profesa un saber, alguien a quien le es difícil vivir y
enseñar a hacerlo, un individuo confundido en su mismidad (Martínez, 2008). A
la pregunta: ¿qué es un maestro? se puede responder de muchas maneras, pero en
el despliegue educativo contemporáneo centrado de forma hegemónica en una
racionalidad técnica e instrumental, escasas cuestiones hablan de él como
alguien que enseña a vivir. Al enseñante se le dice que debe ser una sombra, un
guía del educando, pero que no tiene o no debe poner nada de sí en tanto
enseñante en quien educa, pues él (quien enseña) no es ni debe ser un modelo a
seguir… que el educando por sí mismo debe apropiar y construir su vida.
Lamentablemente una vida que muchas veces termina siendo la vida que el
capitalismo desea reproducir, una donde el individuo se explota a sí mismo,
creyéndose exitoso (Han, 2015), y no aquella vida emancipada, crítica,
reflexiva y consciente que la modernidad ha invitado a vivir (Jódar y Gómez,
2007).
En esta vía, la pedagogía aparece
como un saber abstracto, referido al cómo educar y, en el mejor de los casos,
como una práctica que centra su accionar en el estatuto epistemológico del
educador y sus luchas políticas e intelectuales, pero no al impulso de un
maestro que viva una vida sabia, una que se corresponde con el saber (sobre la
vida) que debería enseñar y vivir. En el seno de esta incertidumbre y vacío
pedagógico y existencial, se ha puesto sobre la mesa la existencia de un saber,
un conocimiento que podría desafiar y enfrentar con certeza la ambigüedad y
confusión con que contemporáneamente se afronta la pregunta pedagógica por la
vida, el saber o la inquietud de sí[5].
El cuidado de sí como producto de
un proceso de subjetivación a través del cual un individuo deviene soberano de
sí mismo, es en Spinoza el escenario epistémico donde opera el segundo y tercer
género de conocimiento[6]. Como se
profundizará a continuación, vivir bien, sabiamente, es tener ideas adecuadas,
es decir, un conocimiento reflexivo que permite al individuo una relación
armónica, sabia y amorosa consigo mismo y con los que lo rodean; es poseer un
saber de sí que lleva al individuo a estar contento de sí (Spinoza, 2009), a
ser alguien que se ocupa de sí mismo y de los otros; es ser en la perspectiva
de Foucault, un maestro.
En esta reflexión se habla de un
individuo que históricamente se preocupó por sí mismo y por el otro, el
educando. Un individuo que asumió la tarea de pensar la vida e inscribirse en
la vivencia de la misma sabiamente, esto para sí mismo y seguidamente para los
otros (Runge, 2003). Allí, en la relación con los otros, aparece un ideal
formativo específico y definido, uno donde se buscaba la emancipación del
individuo por sí mismo, el gobierno de sí como meta pedagógica. Este individuo
acá se le entenderá como el maestro.
Uno no puede preocuparse por sí
mismo sin pasar por el maestro, no hay inquietud de sí sin la presencia del
maestro. Pero lo que define la posición de éste es que se preocupa por la
inquietud que aquel a quien guía puede sentir con respecto a sí mismo. A diferencia
del médico o del padre de familia, el objeto de sus desvelos no es el cuerpo ni
los bienes. A diferencia del profesor, no se preocupa por enseñar aptitudes o
capacidades a aquel a quien guía, no se preocupa por enseñarle a hablar, no
trata de enseñarle a imponerse a los demás, etcétera. El maestro es quien se
preocupa por la inquietud que el sujeto tiene con respecto a sí mismo y quien
encuentra, en el amor que siente por su discípulo, la posibilidad de
preocuparse por la preocupación de éste en relación consigo mismo. (Foucault,
2011, p. 72)
En el presente texto se entiende
que el maestro, a diferencia del profesor o el docente en la época
contemporánea e históricamente, es (y fue) alguien que se preocupa (o debería
hacerlo) por el educando, en lo referido a la inquietud que éste tiene por su
vida, no por un saber escolar o académico ni por el cuerpo ni los bienes
materiales, ni por los ideales sociales en boga, sino, por la inquietud más
íntima y profunda que tiene el educando, o cualquier persona en torno a sí[7].
Así las cosas, a la luz del
Spinoza Deleuziano, la identidad histórica del maestro en el cuidado de sí
refiere a la afirmación y reafirmación que histórica y contemporáneamente ha
realizado un individuo que encarna la figura del maestro, una en la que ha
devenido de forma identitaria en un exponente del cuidado de sí debido a que en
su vida vivida y narrada, dígase afirmada, ha reproducido y recreado ideas
inscritas en un segundo y tercer género de conocimiento.
En esta vía, se toma el pensamiento
Deleuziano en torno a Spinoza para dar cuenta de una ontología que por sí misma
puede fundamentar y explicitar la existencia de individuos que encarnaron un
modo de ser, una identidad inscrita en el cuidado de sí y en la acción
transformadora liderada por el individuo en contra del sistema o la sociedad
instaurada, en un momento histórico determinado y, por supuesto, en el sendero
que lleva a la emancipación y gobierno del individuo por sí mismo.
En todo lo anterior, la pregunta
por la identidad del maestro es clave, esto debido a la existencia de un
paradigma gnoseológico que hoy en día resta importancia al individuo, a quien
piensa como alguien fragmentado, diluido, incapaz -o con enorme dificultad- de
producirse a sí mismo; sin identidad, sin rostro (Martínez y Peña, 2009).
Paradigma que declara la hegemonía del sistema, esto en varios frentes de
pensamiento, por ejemplo en el escenario de la posmodernidad (Revilla, 2003) o
a nivel sociológico, en el devenir de los individuos, los cuales son
producidos, encauzados y gobernados (la biopolítica en la línea de Foucault[8]) al final
individuos manipulados, obligados a vivir una vida sin más finalidad que la
satisfacción del placer y la inmediatez, y sin una respuesta clara y sabia
respecto a qué es la vida y cómo vivirla.
Spinoza no habla de identidad,
posiblemente debido a la vinculación de aquella palabra con el pensamiento
cartesiano y allí el tema de las sustancias, aquellas que dan pie a que pueda
fundamentarse la idea de que un individuo -o cualquier cosa- “es” algo
determinado, inmutable, distinto y separado de los otros[9]. Sin
embargo, se puede pensar la idea de identidad en él, cuando nos preguntamos por
aquello que en la obra del autor diferencia a los individuos en sí mismos, es
decir, cuando ellos se relacionan con otros y se afirman en una serie de ideas
que para ellos es su identidad.
Para Spinoza los cuerpos,
particularmente, los individuos, se distinguen unos de otros en razón del
“movimiento y del reposo, la rapidez y la lentitud, y no en razón de la
sustancia” (Spinoza, 2009, p. 88). Cada cuerpo, cada individuo, se esfuerza
tanto como puede, según su potencia, en perseverar en su ser (conatus), en durar. Escribe el autor:
cada “cosa, en cuanto está en ella, se esfuerza por perseverar en su ser” (Spinoza,
2009, p. 132). Aquel esfuerzo es movimiento orientado a un fin, existir, pero
se diferencia en el cómo de cada individuo, pues el mismo es alimentado por las
ideas -dígase relaciones- de primer, segundo o tercer género de conocimiento.
Ideas que orientan el devenir del individuo y lo llevan a afirmarse en el
pensamiento de que es algo, de que hay un algo que lo constituye y define, que
lo diferencia de los otros o lo acerca a ellos (Deleuze, 2008a). Ese algo se
presenta, a la luz de la reflexión de este escrito, como la identidad o,
finalmente, eso que diferencia a un individuo de otro y que lo hace afirmarse
en sí mismo.
El conatus es el perseverar en el
ser. Perseverar refiere a un esfuerzo constante de las cosas, en este caso los
individuos, por seguir siendo, existiendo, durando tanto como sea posible. El
cómo de dicho esfuerzo es el eje del análisis aquí expuesto entorno a la
identidad, no es el conatus en sí mismo sino el cómo de él, pues la duración -de otra forma, el seguir siendo-
depende principalmente de las ideas que abastecen al individuo en pro de vivir,
de continuar. Aquellas ideas se materializan en acciones llevadas a cabo por
éste y determinan la continuidad o no del mismo.
Ahora, el conatus es el escenario
ontológico en el que se define (para los individuos) de acuerdo a una ética
inmanente de los cuerpos -cuerpo y mente en Spinoza son “una y la misma cosa”-
(Spinoza, 2009, P. 128), aquello que los beneficia porque los aumenta o los
perjudica por que los disminuye. ¿Respecto a qué? A existir. Ello debido a que
el conatus se abastece, está relacionado con la memoria (suma de ideas,
experiencias de cada quien). Ésta en tanto “concatenación de ideas” (Spinoza,
2009, p. 96) está supeditada a la claridad reflexiva de las mismas (y allí los
géneros de conocimiento), de otra forma, el ser adecuadas (claras y distintas)
o inadecuadas (mutiladas y confusas). Adecuadas (segundo y tercer género de
conocimiento) aquellas que posibilitan o dan continuidad a una vida vivida
sabia y adecuadamente. Inadecuadas (primer género de conocimiento) aquellas que
sumergen al individuo en un mar de confusión y dolor. Esto seguidamente se
ampliará.
En Spinoza nada “es”, todo está
siendo, relacionándose, la idea de relación visibilizada por Deleuze es
fundamental[10]. Nada “es”
debido a que todo está en correlación, redefiniéndose constantemente. No hay
sustancia, a diferencia de Descartes o Leibniz quienes hablan de múltiples
sustancias[11], para
Spinoza sólo hay una: Dios, la Naturaleza -única e inmanente-, que es la
esencia de todo, de la que viene lo existente; la energía que aviva, pero no
decide; no hay entes ni seres diferentes unos de otros radicalmente, no hay un
Dios trascendente y no hay algo bueno ni malo. Tomar el pensamiento referido a
Spínoza significa integrarse a una idea de mundo inmanente, donde no hay nada
externo, todo viene de adentro, se auto-produce, deviene.
Esta idea de Dios, para Spinoza
la Sustancia única e inmanente, puede ser entendida, a modo de ejemplo[12], como
energía en el campo de la física[13]. Así,
somos energía, todo es energía y nosotros, y todo lo existente (la materia y lo
inmaterial, lo visible e invisible) o por existir, en su particularidad, es
expresión de ella, sin llegar a ser ella misma en su totalidad[14]. Dicha
energía (Dios, la Sustancia) no impulsa al mundo, no lo creo, es el mundo y el
universo que lo contiene; es energía activa, causa-sui[15], pero sin
intención, sin fines ni orígenes establecidos, existe porque de lo contrario no
existiría; a su naturaleza corresponde el existir (Spinoza, 2011).
En Spinoza, algo o alguien -y
también los objetos, las cosas- son una “manera de ser” de la Sustancia, una
relación de las infinitas relaciones que la componen, a su vez, una potencia y
un grado de esa potencia (Deleuze, 2008a). En lo que corresponde al individuo,
se trata de tres dimensiones. Una, él y los otros -y todo lo existente o por
existir- son una relación de relaciones que en su conjunto tejen una sociedad,
y una suma de sociedades, el mundo, la Sustancia, la vida. Dos, es una
potencia, un grado de energía vital, inclinado a conservarse en la relación de
movimiento y reposo que lo caracteriza y con capacidad de aumentarse o
disminuirse a partir de momentos situacionales, esto con base a las elecciones
que tome de acuerdo a los géneros de conocimiento. Tres, una manera de ser que
puede actualizar su esencia, es decir, reconocerse en su singularidad y,
también, con base en el tercer género de conocimiento, reconocerse en Dios, no
a Dios, “en” Dios, la Sustancia, la Naturaleza y, de esa manera, vivir en paz
con el mundo de sí y de los otros.
Para Deleuze (2008b) Spinoza
analiza la existencia de la Sustancia y de sus expresiones, una de ellas el
hombre. Describe el devenir de lo existente en términos de relaciones, no de
masa y volumen como lo haría Descartes, sino de relaciones, esto en el terreno
de la geometría. ¿Por qué una relación? Spinoza, como todo individuo en el
mundo de lo humano, lee su realidad a través de las ideas disponibles en su
época. Siglos XV y XVI –nacimiento del Renacimiento-, momento donde saberes
como la matemática, la geometría, el álgebra y la física, alentaron a
pensadores como Newton, quien como otros, explicó al mundo “matemáticamente”.
Para Spinoza no hay determinismo
en la Sustancia, esto debido a su esencia activa o causa-sui. Así, todo está siendo, pues todo está relacionándose
bajo una cierta correlación de movimiento y reposo que no se puede predecir y
determinar, es impredecible en la medida en que depende de los encuentros, las
relaciones. Spinoza entiende al individuo a la luz de la geometría y la
matemática, y sobre todo en discusión con Descartes. Éste último comprende al
individuo en relación al movimiento y la masa.
En efecto, Descartes definía al
individuo por mv, lo definía por la
masa. Para él, esta aun abstractamente, es una determinación sustancial. ¿Qué
es una masa? [...] es la permanencia de un volumen bajo figuras variadas, es
decir, la posibilidad de que el volumen permanezca constante con figuras
variantes. Por tanto, toda la concepción cartesiana de los cuerpos descansa
sobre la masa. Y en la fórmula mv es
precisamente la masa el factor fundamental. ¿De qué dará cuenta el movimiento?
De la variedad de figuras. Pero se supone que la masa da cuenta de la identidad
del volumen a través de la variación de figuras. En otros términos, se trata de
una concepción sustancial del cuerpo. Los cuerpos son sustancias, sustancia
corporal definida por la permanencia de la masa (Deleuze, 2008a, p. 334).
Así las cosas, para Deleuze en su
lectura de Spinoza y en oposición a Descartes, no existe sustancia que se
conserve en medio del movimiento, hay relación, relaciones, composición,
descomposición de relaciones. Sostiene Deleuze (2008, 97-98): el “individuo
como relación nos remite a todo un plano que puede ser designado bajo el nombre
de composición (compositio). Si todo
individuo son relaciones, hay entonces una composición de los individuos entre
ellos y la individuación no es separable de ese movimiento de la composición”.
Un individuo es una relación de relaciones relacionándose, éste no es una
sustancia, no existe más que en relación con otras relaciones, siempre
relacionándose.
Yo persevero en mí mismo.
Persevero en mí mismo en la medida en que ese conjunto de relaciones que me
constituye es tal que las relaciones más complejas no cesan de pasar en las menos
complejas y las menos complejas no cesan de reconstituir las más complejas. Hay
una circulación de las relaciones que, en efecto, no cesan de deshacerse, de
rehacerse (Deleuze, 2008a, p. 140).
En la
física de Einstein todo es energía. Para Spinoza, según se sostuvo
anteriormente, aquella energía sería la Sustancia, así las cosas, somos
expresiones de dicha Sustancia, siempre deviniendo y en movimiento. En esta
vía, somos expresiones de una energía
activa que deviene en sí misma, por tanto, nosotros somos en nuestra
particularidad grados de esa energía, grados de potencia que tienden a un solo
objetivo, existir tanto como sea posible, conservarse en la cierta relación de
movimiento y reposo que nos define, en tanto somos potencia, individuos,
paquetes de relaciones que se ven aumentados o disminuidos en pro de existir.
Ahora, a la luz de Deleuze
(2008a) y en el escenario epistémico del siglo XVII, Spinoza habla del
individuo como potencia, para él se trata de la segunda capa de la
individualidad. Se define al individuo, a lo existente en suma por lo que puede
y no por lo que “es”, es decir, ¿qué puede un existente según su potencia? Así,
la potencia es lo que puedo, lo que puede un cuerpo, él -Spinoza- no parte de
sustancialismos tales como el hombre es un animal racional o es malvado por
naturaleza, sino, bajo una lectura ética y etológica, se pregunta por las
maneras de ser y la relación entre maneras de ser de los existentes según su
potencia, lo que pueden. Al respecto Deleuze afirma:
todos los entes son vinculados a
una escala cuantitativa que es la potencia. Tienen más o menos potencia. Esta
cantidad diferenciable es la potencia [...] a saber: las acciones y pasiones de
las cuales algo es capaz. No lo que la cosa es, sino de lo que es capaz de
soportar y de hacer [...] La potencia no es lo que quiero; por definición, es
lo que tengo. Tengo tal o cual potencia y es eso lo que me sitúa en la escala
cuantitativa de los seres. [...] quiere decir que ustedes definirán las cosas,
los hombres, los animales, según la potencia afectiva que tienen. Una vez más,
se trata de la pregunta “¿qué puede un cuerpo?” ¿Qué puede en virtud de su
potencia? Es muy diferente de la pregunta moral: ¿Qué debes en virtud de tu
esencia? (Deleuze, 2008a, p. 75)
En esta perspectiva, los
individuos son o están en potencia, si hay esencia refiere o es idéntica a lo
que se puede; se trata de grados sobre una escala que tienden a un límite.
¿Cantidades? Sí, paquetes de potencia, cantidades de pasaje[16]. Un
individuo es una potencia, un grado de potencia ¿en qué consiste esa potencia?
En que tiende a un límite, el límite es la acción que cesa, que se efectúa. La
potencia de algo es el límite de su acción.
De nuevo, no hay Sustancia, hay
relación, ahora: ¿qué define una relación?, ¿al individuo como relación en el
marco de su individualidad?, ¿su potencia? Primero, una suma de relaciones
relacionándose bajo ciertas relaciones constitutivas; segundo, alguien que
tiende a conservarse en la cierta relación de movimiento y reposo que lo
particulariza. Finalmente, alguien que tiene la capacidad de hacer, la potencia
de hacer, ser algo y ese algo, eso que hace, que hizo, ese es su límite
instantáneo, su poder de momento. No se trata de un límite visible, sino de una
acción, esa que no tiene un límite definido, pues, al final un hombre es lo que
puede, dependiendo de la situación, las relaciones y su potencia.
En tanto que potencia, toda
manera de ser es un algo que persevera, es decir, que intenta o se esfuerza por
existir: el conatus. Esto distinguiéndose de otras maneras de ser en la medida
en que conserva las relaciones que la componen y particularizan, sus relaciones
constituyentes; ahora, el conatus de un individuo es el mismo: perseverar en su
ser. Esto lo hace de acuerdo a su potencia que es el límite de lo que puede,
¿qué puede en relación a su individualidad? Existir, dar continuidad a su
singularidad, a aquello que lo reúne en sus relaciones constitutivas, que lo
particulariza y lo identifica consigo mismo, su identidad, una esencia
singular:
¿Qué es lo que hace que yo esté
caracterizado por tal relación o tal conjunto de relaciones?
Respuesta de Spinoza y última
capa del individuo: es que las relaciones características que me constituyen
expresan algo; expresan algo que es mi esencia singular. Spinoza lo dice aquí
con mucha firmeza: las relaciones de movimiento y de reposo no hacen más que
expresar una esencia singular (Deleuze, 2008a, p. 397).
La idea de esencia singular es,
para quienes escriben, susceptible de ser homologada a la idea de identidad.
Esto considerando que dicha esencia singular deviene en el conjunto de
relaciones que particularizan, reúnen y sostienen en el tiempo y el espacio una
manera de ser de la Sustancia, por ejemplo, un individuo. Es importante
destacar que esa esencia responde primeramente a lo extensivo (la materia), el
cuerpo. La existencia de ese individuo, de esa esencia singular, por lo menos
en lo extensivo, depende de la continuidad de las relaciones, las relaciones o
partes que en la particular “relación de movimiento y reposo” lo hacen posible,
existente. Para Spinoza, como se sostuvo antes, cuerpo y mente son una y la
misma cosa, por ende, lo que es cuerpo es mente y lo que es mente es cuerpo. En
esta perspectiva, la esencia singular son también aquellas ideas (adecuadas o
inadecuadas) que diferencian, sostienen e identifican al individuo; su
identidad.
Para Spinoza uno de los problemas
humanos de mayor trascendencia es aquel relacionado a la pregunta por el cómo
vivir. Ahora, la solución a este interrogante, según él, está en el cómo del
conocimiento, pues, en la relación entre individuo y conocimiento se define la vida
del individuo mismo. En este sendero reflexiona sobre la experiencia de
conocer, de cómo conocemos (Spinoza, B. 2011). En la Ética demostrada según el orden geométrico, el autor dirá
finalmente que el individuo se relaciona con la vida y vive la misma a través
de tres géneros de conocimiento que se yuxtaponen constantemente, pero que en
el caso del primero, tienden a hegemonizar la existencia humana en sí.
Como características de los tres
géneros de conocimiento en relación al individuo se plantean las siguientes: en
el primero el individuo está inmerso en la sociedad, no se cuestiona, no
desnaturaliza su existencia en la misma, no interroga sus actos y juzga los
actos de los otros —y de sí mismo— a través de ideas confusas y mutiladas
(ideas inadecuadas), es decir, estereotipos, prejuicios y esencialismos. Se
trata de alguien que se deja llevar por sus pasiones, la mayoría de ellas
tristes, confusas. Él vive inmerso en relaciones de relaciones que de forma
azarosa aumentan y disminuyen su potencia, su conatus. Vive de acuerdo a la
experiencia, a lo que le han dicho o ha escuchado. El individuo es como un
pedazo de madera en el torrente del río, esto debido a que no tiene
conocimiento ni control de sí, va por donde lo arrastre la “corriente”, aquella
que lo mueve de un lado a otro exponiendo la vida.
El segundo género de conocimiento
(ideas adecuadas), tiene que ver con alguien que ha reflexionado, que analiza
la existencia, alguien que gradualmente se ha instalado en un cuestionar
constante. Entiende que todo tiene una causa y un efecto. En esta vía alguien
que se sabe integrante de la sociedad, socializado por ella y en cierta medida
“producto” de ella y, sin embargo, consciente de que puede renunciar a aquello
(escoger, seleccionar) que la sociedad puso en él y que lo perjudica, lo
disminuye, a la vez que conservar aquello que lo beneficia, lo aumenta. Se
trata de un individuo que es capaz de seleccionar, escoger y dar la bienvenida
a las relaciones que lo aumentan, traen alegría y, por otro lado, distanciarse
o rechazar aquellas que lo disminuyen, traen tristeza, enfermedad y al final la
muerte[17].
El individuo se sabe compuesto
por relaciones positivas y descompuesto por relaciones negativas, en esa medida
logra dilucidar las causas de unas y otras y vivir de acuerdo a este criterio.
Estas ideas tienden a integrar nociones comunes, en medio de las cuales el
individuo se posee a sí mismo. Ya no se trata de pasiones alegres que lo llevan
a verse aumentado solamente, sino de pasiones alegres que han devenido
nociones, que el individuo posee y experimenta consigo mismo e incluso, con
otros. En esta perspectiva
Sólo [...] cuando he formado una
noción común en ocasión de una alegría pasión, mi alegría pasión se encuentra
desde entonces revestida de ideas adecuadas, nociones comunes del segundo
género, e ideas esencias del tercer género; y revestida por afectos activos,
afectos activos del segundo y del tercer género (Deleuze, 2008a, p. 505).
Finalmente en el tercer género, o
conocimiento intuitivo, el individuo se reconoce en Dios o la Sustancia, es
consciente de que es una expresión de ella, de aquella energía, por tanto, un
grado de energía activo y no diferenciado en la Sustancia misma.
La afirmación (conatus
spinoziano), el cómo de la misma, aquella esencia singular, es el escenario
ontológico que daría lugar a una idea de identidad en Spinoza, pues un
individuo se afirma en aquellas relaciones, por ejemplo ideas, acciones,
espacios (donde nació o donde ha vivido una y otra experiencia) que para él
constituyen lo que ha venido siendo. La afirmación es una repetición que el
individuo hace de sí mismo, una basada en ideas, como una historia de historias
que se cuenta a sí mismo para darle sentido a su vida. A esto puede llamársele
“identidad narrativa” (Ricoeur, 2003)[18]. Spinoza
habla del conatus como una persistencia de toda relación o cosa singular
(paquete de relaciones), es decir, ser animado e inanimado en ser lo que es. En
dicha afirmación la memoria ocuparía un lugar destacado debido a que es en el
ejercicio de la evocación afirmativa donde el individuo constantemente reúne,
concatena y se relaciona con ideas referidas a lo que para él es y será su
vida.
La memoria inicialmente responde a
las afecciones del cuerpo. De otra forma, es producto de aquellas relaciones de
relaciones en las que el individuo nace y es socializado, aquellas que el
individuo normalmente no desnaturaliza ni entiende (o reflexiona) por “sus
causas primeras”. Se trata principalmente del primer género de conocimiento (Spinoza,
2009). En este sentido, tanto “si tiene ideas claras y distintas como si las
tiene confusas, el alma se esfuerza en perseverar en su ser por una duración
indefinida, y tiene conciencia de ese esfuerzo suyo” (Spinoza, 2009, p. 133).
Dichas ideas constituyen al individuo en sí, pues este se afirma en ellas, al
creerlas partes inherentes a su ser, sin las cuales él no sería lo que “es” y
ha sido, por ejemplo, su nombre, su nacionalidad, sus gustos culturales y sus
ideas de lo que es la vida o cómo vivirla, aquellas que responden a la
socialización primaria (Berger y Luckmann, 1993).
En este escenario, la identidad
no sería más que la afirmación a través de la memoria de lo que el individuo
cree ser de acuerdo al contexto cultural, social y comunitario en donde nace.
En esta vía, tres aspectos a considerar: uno, la memoria como concatenación de
ideas a través de las cuales un individuo se afirma; dos, ideas del cuerpo o
ideas que el alma percibe a través del cuerpo (lo que siente o experiencia);
tres, ideas que el alma no siempre percibe adecuadamente, pues no son producto
del “entendimiento, con que el alma percibe las cosas por sus primeras causas y
que es el mismo en todos los hombres” (Spinoza, B. 2009, 96).
Ahora, la memoria no refiere solo
al pasado. Las ideas que alimentan al individuo, esas que vienen de sus
recuerdos principalmente, son también, un proyecto de futuro, para Ricoeur
(2003), las intenciones, finalmente un terreno donde el individuo (todos los
individuos) despliega lo que será, lo que quiere ser en el “mañana”. El
individuo se sobrepone, se afirma en el devenir, de cierta forma sabe que aún
con el paso del tiempo, seguirá siendo lo que ha sido.
En Spinoza gracias a la memoria
el individuo se sobrepone al tiempo, sin ella, éste reiniciaría de nuevo a cada
instante. Gracias al conjunto de ideas que integran la historia identitaria de
un individuo, éste continúa, sobrevive al paso del tiempo realizando un
esfuerzo, afirmándose en eso que ha sido y será; su esencia singular.
En dicha composición de
relaciones en las que el sujeto está relacionándose, siempre efectuándose y
afirmándose, habría que destacar dos aspectos. Uno, el individuo se afianza en
lo que lo compone, de lo que ha sido y es compuesto constantemente, a esto el
individuo lo llama su cultura, su historia. Dos, dicha composición, de acuerdo
a quienes escriben, puede entenderse como pasiva o activa. Pasiva, cuando el
individuo vive en el primer género de conocimiento; activa, en los momentos en
que el individuo reflexiona y desnaturaliza aquello que vive, que lo ha
compuesto y compone (segundo y tercer género de conocimiento) y decide vivir
más sabiamente. En las dos vías, por momentos yuxtapuestas, el individuo se
afirma o reafirma a sí mismo, se aumenta o disminuye, y va constituyendo lo que
podríamos nombrar su “identidad”.
Así las cosas, aumentarse tiene que
ver con verse en situaciones, es decir, inmerso en relaciones que dan luz a la
alegría; disminuirse, se ancla a situaciones que dan vía a la tristeza. Las
primeras vitalizan la vida y alojan al individuo en el terreno de la serenidad
y la buena salud; las segundas, lo sumergen en ideas confusas que lo reducen,
esto en la medida en que merman su potencia y lo llevan a hacerse parte de
situaciones que atentan contra su salud emocional y física. Entre los dos
extremos se encuentra el juego de la salud y enfermedad. Un individuo que ha
trabajado en sí mismo (he aquí el cuidado de sí) intenta día a día, mediante la
razón no racional -una inteligencia intuitiva, diría Spinoza-, ser dueño de sí
mismo, “ser luz, maestro de sí mismo”, conocerse a sí mismo (Smith, 2007, p. 132)
Spinoza representa en sí mismo
una ontología, incluso una antropología, es decir, una respuesta mínimamente a
qué es el hombre y, en esa línea, cómo debería, según lo que “es”, vivir.
Spinoza, a la luz de Deleuze, hunde la discusión en torno al conatus en la
respuesta a la pregunta ¿qué somos? La respuesta es precisa, somos paquetes de
relaciones relacionándose con miras a durar tanto como sea posible. En esta
vía, Spinoza expone un camino ontológico e inmanente a través del cual el
hombre pueda, finalmente, ser dueño de sí mismo, vivir bien consigo y con los
otros y en el medio que lo rodea. En este escenario las ideas de Spinoza tienen
una carga ética y no moral, pues, invitan al hombre a dar cuenta de lo que es y
en esa vía responder a su naturaleza.
Como se deduce de lo
anteriormente expuesto, en Spinoza la idea de perseverar en el ser, conatus,
aquí releída e interpretada a la luz de Deleuze, como homologable a una idea de
identidad, tendría un deber ser ético, pues, en su devenir, estaría supeditada a
una existencia adecuada o inadecuada. Inadecuada cuando el individuo en su
perseverar se afirma en una suma de ideas (relaciones) identitarias que lo
reducen y enferman, y llegado el caso, lo llevan a la muerte (primer género de
conocimiento). Adecuada, cuando el individuo, la mayoría de veces gracias a un
segundo y tercer género de conocimiento, desnaturaliza el mundo en que nació y
fue socializado, y gradualmente se alimenta de ideas (relaciones) que lo
potencian, que lo aumentan debido a que en sí mismas se relacionan
adecuadamente con él, liberándose de la esclavitud de la ignorancia y
ubicándolo en el empoderamiento y constante aumento de sí.
Para Spinoza la afirmación y
reafirmación de los individuos en ideas adecuadas resulta gradualmente
articulada a la esencia intensiva, aquella que responde al orden y conexión de
las cosas, pues el individuo se afirma en ideas adecuadas, de las que se
desprende armonía, paz, amor y sabiduría para vivir consigo mismo y con lo que
lo rodea. En el caso contrario -ideas inadecuadas- el individuo se afirma en
relaciones que lo descomponen, lo llevan a vivir una vida llena de dolor y
confusión, afectándose a sí mismo y a todo lo que lo rodea negativamente. Se
trata de una afirmación en ideas inscritas en un primer género de conocimiento,
hijas de la experiencia y las cosas que el individuo recibió una vez llegado al
mundo de la vida y que sin embargo, nunca o casi nunca, desnaturalizó,
cuestionó y revalúo.
Para quienes escriben, y en
sintonía con Foucault (2009), quien se ocupa de la preocupación que tiene el
otro respecto a la vida, a la vida más profunda, como se afirmó antes, es un
maestro. Ahora, dicha preocupación va precedida por el trabajo que el maestro
en sí mismo ha realizado, que lo ha llevado día a día a sostenerse en la
soberanía y el gobierno de sí. Este ejercicio de sostenimiento, esta forma de
conatus, es la identidad del maestro en el presente y el pasado; su esencia
singular. La misma sale a luz cuando se hacen visibles, en uno y otro medio,
las muestras de que ese maestro ha sido maestro de sí y que él mismo, hace un
llamado constante a que el otro, el educando, se emancipe a sí mismo. La
identidad del maestro, su conatus, constituye una afirmación en el ser, que no
es otra cosa que la búsqueda constante de un estado de armonía en sí mismo y
con lo que lo rodea, alimentándose del segundo y tercer género de conocimiento
spinoziano.
La identidad del maestro en el
cuidado de sí, como se mostró y fundamentó anteriormente, saca a luz la
existencia de un individuo que en distintos momentos históricos ha buscado
afirmarse en ideas adecuadas, ideas que responden a la construcción de una vida
vivida en paz, armonía y amor consigo mismo y con los otros. Un individuo que
se diferencia de otras maneras de ser, otras figuras del enseñar, por ejemplo
un profesor o un docente (Gonzales, 2017). En esta vía, ser maestro tiene que
ver no solamente con la relación que el educador tiene con el educando, sino,
principalmente, la relación de éste consigo mismo, una ascesis que hace del educador un individuo ético, alguien que toma
distancia de la reproducción social inscrita en el primer género de
conocimiento. Se trata de alguien que se ha construido a sí mismo afianzándose
en una manera de ser que lo ubica en el escenario de los maestros.
Así las cosas, se preguntó por la
identidad magisterial en relación al cuidado de sí y en el escenario histórico.
Se abordó el pensamiento de Deleuze referido a Spinoza, debido al peso que para
dicho autor tiene el individuo en la transformación de sí mismo, un cambio que
inicia en él, cuando éste se afirma reflexivamente, al decir de Spinoza, en ideas
adecuadas, esto bajo un segundo y tercer género de conocimiento, ideas que lo
llevan a vivir mejor consigo mismo y con los otros. A través de Spinoza, en
este caso el Spinoza de Deleuze, habría un horizonte ético en el cual la
identidad de cada quien (en este caso un maestro) deviene de una manera amplia,
limitada ciertamente en el escenario del cuidado de sí.
En esta vía, no cualquier acción
ni cualquier idea contribuyen al cambio personal y social, pues sólo aquellas
ideas adecuadas que se inscriban en el trabajo que un individuo realiza sobre
sí mismo con miras a vivir mejor en sí mismo y con los otros, son las
relevantes para la configuración de una existencia estética, propia de un ser libre, que se
enfoca en la aventura de constituir “un adentro que se abre y se desarrolla
según una dimensión propia: la “enkrateia”,
la relación consigo mismo como control” (Deleuze, 2015, p. 132). De esta
forma, ciertamente los individuos se afirman en una suma de ideas que
constituyen una identidad, pero no todas las ideas resultan adecuadas a una
identidad que sea ejemplo de sabiduría y buen vivir, no todas las ideas se
corresponden con el cuidado de sí.
Sobre lo anterior, se entiende la
identidad histórica del maestro en el seno del cuidado de sí, como aquella
afirmación que el maestro en tanto individuo, en el ahora o el pasado, realiza
constantemente en sí mismo y en la relación con el otro, el educando
principalmente. Una afirmación que no deja de afirmarse, pues, está siempre
expuesta al devenir del individuo en sí en su vida (la vida que vive o vivió),
por tanto, no es una esencia, sino, siempre un proyecto en construcción, una
construcción de sí que pasa por ideas inadecuadas, pero que, gracias al trabajo
de sí que realiza el individuo, se inscribe en el cuidado de sí llevado a cabo
gradualmente, mediante ideas adecuadas.
En Spinoza la identidad no sería
solo una manera de explicar lo que pasa con la particularidad de los individuos
en la sociedad, es también un deber ser ético y político, pues, la afirmación
identitaria que lleva a cabo el individuo, lo constituye a él mismo, pero en
relación a la sociedad, aquella que también se afecta por las ideas adecuadas o
inadecuadas en las que se afirma éste. Y es que en Spinoza la identidad está
fuertemente relacionada con el otro. No se puede pensar la identidad sin el
otro, es a través del otro que el sí mismo es lo que cree ser y se afirma en
serlo, incluso, solo hay sí mismo en tanto hay un otro que permite dicha
afirmación. El otro en lo referido a la identidad juega en una doble vía. Por
un lado cuando el individuo se habla a sí mismo “internamente”, diciéndose u
afirmándose en una idea identitaria; “soy esto”; por el otro, cuando el
individuo toma distancia de un otro externo, pues hablando del otro, se afirma
a sí mismo. Para Spinoza el otro no es más que la expresión de un nosotros que
se afirma, que al hablar del otro dice más de sí mismo que del otro en sí.
En la ontología expuesta es
visible una conceptualización de la identidad que despliega un horizonte de
formación ética, inscrita en el cuidado de sí, evitando así el relativismo y la
ausencia de una finalidad educativa clara, además sustenta con fuerza el
devenir de una manera de ser (un ideal de lo que deben ser los hombres) que en
el escenario de la educación da cuenta del cuidado de sí, esto, debido a que
promueve en los individuos un trabajo de sí que los lleve a conocer y pensar
adecuadamente, es decir, bajo un segundo y tercer género de conocimiento,
emancipándose y gobernándose a sí mismos.
En Spinoza la pregunta por la
identidad es una interrogante ético, esto debido a que habilita discernir entre
aquellas maneras de ser de los individuos (y los colectivos) que son valiosas
para ellos mismos de aquellas que no lo son. A su vez, posibilita un análisis
del maestro en el presente e históricamente, una reflexión a través de la cual
se hace viable identificar a aquellos maestros que se cultivaron a sí mismos y
que dieron cuenta de una forma de vida ética, inscrita en la afirmación y
reafirmación de ideas adscritas en el segundo y tercer género de conocimiento
spinoziano, ideas fácilmente ubicables en el cuidado de sí en tanto saber ético
y político clave en la auténtica emancipación del individuo en sí.
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[1] Este artículo es producto de la
investigación: Historia presente de la docencia como práctica del decir verdad
social y singularidades del decir en escuelas públicas del municipio de
Medellín. Comité de Investigaciones -CODI- de la Universidad de Antioquia, acta
790. Proyecto desarrollado a partir de cooperación intrainstitucional, entre el
grupo de investigación interuniversitario de Historia de la Práctica Pedagógica, categoría A1, Colciencias; el
grupo de investigación Innovaciencia,
categoría C, Colciencias; y desde un trabajo interinstitucional con la
Asociación Pequeño Teatro de Medellín.
[2] Al respecto puede verse: La anomalía salvaje
(Negri, 1993); Spinoza, el don de la filosofía (Tatián, D. 2012);
Auto-constitución y libertad: Ontología y política en Espinosa (Martínez,
2007); Spinoza el marrano de la razón (Yovel, 1995); entre muchos otros.
[3] “En lugar de “seguir” a Spinoza,
teniendo mucho cuidado en repetir todo lo que ya ha dicho, Deleuze se coloca
como si le precediera interviniendo en la historia de un pensamiento al mismo
tiempo lo da a conocer y haciéndolo conocido sólo en la medida en que
interviene en él, o con él: Deleuze en medio de Spinoza también es Spinoza en
medio de Deleuze” (Macherey, 2019, p. 1).
[4] “[...] durante toda la Antigüedad (entre los
pitagóricos, en Platón, en los estoicos, en los cínicos, en los epicúreos, en
los neoplatónicos, etcétera), el tema de la filosofía (¿cómo tener acceso a la
verdad?) y la cuestión de la espiritualidad (¿Cuáles son las transformaciones
necesarias en el ser mismo del sujeto para tener acceso a la verdad?) jamás se
separaron” (Foucault, 2011, p. 35).
[5]
Foucault (citado en González, B. y Pulido, O. 2014, 124) sostiene que la “idea
de cuidado o inquietud de sí [...]
implica tres aspectos puntuales; primero, el tema de una actitud general, una
manera determinada de considerar las cosas, de estar en el mundo, realizar
acciones, tener relaciones con el otro, es decir, es una actitud con respecto a
sí mismo, a los otros y al mundo; segundo, es también una manera determinada de
atención. Preocuparse por sí mismo conlleva a convertir la mirada, trasladarla
desde el exterior −los otros y el mundo− hacia uno mismo; tercero, no designa
simplemente esa postura general o forma de atención volcada hacia uno mismo,
sino también acciones que se ejercen sobre sí “por las cuales se hace cargo de
sí mismo, se modifica, se purifica, se transforma y transfigura””.
[6] “No es una verdad sobre el mundo, sino
sobre la mente: es una forma de autoconocimiento similar al precepto délfico:
<<conócete a ti mismo>> [...] La cuestión del sujeto o el pensamiento del
<<yo>> es esencial para la concepción espinoziana del conocimiento [...] el alma contiene
siempre un conatus o deseo de
auto-comprensión. La mente puede desear conocer cualquier cosa, pero si no se
conoce a sí misma, su propia estructura, no puede decirse que conozca algo
verdaderamente o realmente” (Smith, 2007, p. 132). También puede verse: (Gaudio
et al, 2018)
[7] Se utiliza la palabra “maestro”,
también haciendo eco de las reflexiones que presenta Carlos Mario Gonzáles,
principalmente la diferencia entre Maestro y profesor, tal como puede
encontrarse en el siguiente sitio web de la Biblioteca Pública Piloto de
Medellín: https://www.youtube.com/watch?v=-9UlVVKDCOE
.
[8] Para Hurtado Valero respecto a la idea
de hombre (individuo) en Foucault: “El hombre aparece aquí como un mero
producto histórico, producto efímero, de un proceso sin sujeto, sin origen y
sin meta; como Dumezil, Lévi Strauss o Lacán, Foucault no sólo borra la imagen
tradicional del hombre, sino que convierte en inútil la idea misma de hombre
para la investigación y el pensamiento: la arqueología viene a ser así una consumación
del proyecto estructuralista pues, si éste opera un destronamiento del sujeto
en favor del sistema, aquella describe, además, cómo se ha constituido ese
centro, el hombre, en la superficie de una cultura, la cultura moderna” (Hurtado,
1994, p. 48).
[9] En el debate respecto a la identidad,
se visibilizan dos polos, uno fuerte, articulado al esencialismo y asociado a
“trabajos relacionados con género, raza, etnicidad, y nacionalismo- preserva el
significado de sentido común dado al término; es decir, enfatiza la permanencia
de lo esencial a través del tiempo y las personas, lo que implica los
siguientes supuestos: (a) La identidad es ‘algo’ que toda la gente tiene, que
debe tener, o que se está en búsqueda de ella y debe llegar a descubrir; (b) Es
algo que todos (individuos y grupos) poseen o deberían poseer; (c) Es algo que
se posee sin estar consciente de ello, que debe descubrirse y que puede
resultar difícil obtener; (d) Implica poseer marcas claras de diferenciación de
los otros, y de homogeneidad al interior de la categoría, a fin de evitar la
ambigüedad”, y uno débil, inscrito en el construccionismo, donde se “tienden a
romper con la noción de sentido común. [...] En tales versiones, al concepto de Identidad
se le relaciona con adjetivos como: múltiple, inestable, fluida, contingente,
fragmentada, construida, y negociada” (Vera, J y Valenzuela, J. 2012, p. 274).
Véase al respecto a: (Bruebaker y Cooper, 2000). En esta última, se podría
ubicar a Spinoza.
[10]
Al respecto se pueden consultar las clases V, X, XI y XII (Deleuze,
2008a).
[11] Para Espinoza, Descartes al definir al
cuerpo y la mente como sustancias, plantea implícitamente de ser así, que ellos
son independientes uno de otro, y en caso de que uno deje de existir el otro
continúa. Descartes define mente y cuerpo como sustancias, luego seres
independientes que no requieren uno del otro para existir. Al respecto puede
verse: (Dos Santos, 2009).
[12] Se utiliza la idea de energía solamente
para llevar a los lectores a una comprensión mucho más experienciable de la
idea o el concepto de Sustancia. La afirmación “todo es energía”, una expresión
casi de uso común, resulta sumamente cercana a la idea: todo es Sustancia. Se
trata de un uso estratégico pensado en beneficio de aquellos que desconocen la
referencia y las discusiones en torno a la Sustancia Spinozista.
[13] En todo caso, algunos autores han
señalado la relación entre el concepto de energía y la Sustancia Spinocista. Al
respecto véase: (Ponczek, 2009).
[14] Como los rayos del sol son expresiones
del mismo, “maneras de ser” a través de las cuales éste se expresa. Ahora,
dichos rayos no son el sol, son “parte” de él, devienen en él.
[15] Se
sostiene: “Por causa de sí entiendo aquello cuya esencia implica la existencia,
o sea, aquello cuya naturaleza no se puede concebir sino como existente” (Spinoza,
2009, p. 39).
[16] “La potencia en sí
misma no es una cantidad, es el pasaje de una cantidad a otra. (…) una cantidad
transitiva, una cantidad de pasaje (…) una cantidad de una relación entre
cantidades, es forzoso que mi potencia sea necesariamente efectuada pero que no
puedo serlo más que en un sentido o en el otro, es decir, de tal manera que sea
pasaje a una potencia más grande o pasaje a una potencia disminuida” “…ser una
manera de ser es precisamente ser un pasaje” (Deleuze, 2008, p. 97).
[17] Véase: Clase IX. “Salir del mundo de los
signos. Los tres esfuerzos de la razón” (Deleuze, 2008a, pp. 293 - 324).
[18] La narración es el eje de la identidad
en Ricoeur. En dicha narración al igual que en Spinoza (el conatus), el
individuo se afirma y reafirma, se sostiene en una suma de ideas que lo
definen. Narrarse es un acto de identificación, de sobrevivencia al devenir, al
paso del tiempo. Esa gran historia opera como el arma central mediante la cual
el individuo se sobrepone al tiempo mismo, es decir, éste, el individuo, no
cambia o cambia poco en lo que él cree ser, debido a que se repite a sí mismo
(y a los otros) lo que ha sido y quiere ser, de esta forma, el futuro en lo que
respecta al individuo, no está lleno de incertidumbre, por el contrario, es una
afirmación. Al respecto consultar a: (Ricoeur, P. 2003).