Ontología deleuziana: sujeto colectivo, Estado y escuela
Deleuzian ontology:
collective subject, state and school
Julio Andrés Núñez
Universidad Nacional del Nordeste,
Argentina.
Recibido: 09/05/2020
Aceptado: 05/08/2020
Resumen. Entendemos que toda concepción
ontológica sobre el sujeto tiene implicancias en el modo en que comprendemos lo
político y, por ende, en la manera en que concebimos lo escolar. Partimos del
supuesto de que la escuela ha dejado de ser una institución disciplinaria,
debido a la pérdida de legitimidad del Sujeto/Estado-Nación que alguna vez la
sostuvo; razón por la cual, el problema que la escuela nos demanda hoy es cómo
pensar, desde una ontología afirmativa, un concepto de sujeto desde el cual
concebir lo escolar como espacio de creación irreductible a las lógicas del
mercado. En este sentido, creemos pertinente reconstruir ciertos aspectos de la
ontología deleuziana a fin de evidenciar elementos conceptuales que funcionen
como fundamento de un sujeto político y un Estado pluralista en el que pueda
inscribirse la escuela y las prácticas escolares, en tanto partes de un todo
que la excede. Sólo así, formando parte un tropos
compartido, la escuela será agente activo, capaz de resistir los embates del
mercado capitalista.
Palabras
clave. Ontología, Deleuze, Sujeto, Escuela.
Abstract. We understand that any
ontological conception of the subject has implications in the way we understand
the political and, therefore, in the way we conceive of the school. We start
from the assumption that the school has ceased to be a disciplinary institution,
due to the loss of legitimacy of the Subject / Nation-State that once supported
it; For this reason, the problem that the school demands of us today is how to
think, from an affirmative ontology, a concept of subject from which to
conceive the school as a space of creation irreducible to the logic of the
market. In this sense, we believe it is pertinent to reconstruct certain
aspects of Deleuzian ontology in order to show conceptual elements that
function as the foundation of a political subject and a pluralistic State in
which school and school practices can be inscribed, as parts of a whole that
exceeds it. Only in this way, as part of a shared tropes, will the school be an
active agent, capable of resisting the onslaught of the capitalist market.
Keywords. Ontology, Deleuze, Subject,
School.
Desbautizar el mundo,
sacrificar el nombre de las cosas
para ganar su presencia.
(Roberto Juarroz[1])
No podemos desconocer la relación
existente entre la forma en que cada autor concibe al sujeto, por un lado, y su
comprensión de lo político, por el otro; en el mismo sentido, tampoco podemos
eludir las implicancias de la noción de sujeto en el ámbito educativo.
Entendemos que hasta mediados del siglo XX esa trama de relaciones que llamamos
escuela se sostuvo en el supuesto fundamental de la existencia de un
sujeto-escuela con una identidad definida y con límites claramente precisos.
Suscribimos a la ya célebre tesis de Ignacio Lewkowicz según la
cual el Estado-Nación sirvió de sostén a la escuela argentina a comienzos del
siglo pasado, en el marco de un proyecto nacional (Lewkowicz, 2006, pp. 45-51).
Lewkowicz vincula aquella sociedad con lo que Foucault denomina sociedades
disciplinarias (Foucault, 2006, p. 45) y en el
mismo gesto, reconstruye la disolución de ese tipo de sociedades mostrando el
debilitamiento del Estado-Nación (otrora sostén fundamental de la escuela
moderna), el cual eventualmente cede poder a un nuevo actor político: el
mercado capitalista. Este nuevo sujeto traza su propia territorialidad a partir
de la cual desarticula los antiguos puntos de referencia establecidos por el
Estado, produciendo la pérdida de legitimidad de la escuela en nuestros días.
Para decirlo de otro modo, la identidad de la escuela, estuvo claramente
delimitada hasta el siglo pasado a partir de contar con la legitimidad brindada
por el Estado-Nación; si el sujeto escuela contó con una identidad clara y
definida fue por hallarse inscripta en una identidad de mayor envergadura: el
sujeto Estado-Nación.
En cuanto al concepto de Estado,
Eduardo Rinesi (2016, pp.
30-50) explora
algunas derivas de esta noción en las últimas décadas en Argentina. Rinesi
observa una diferencia fundamental en el “uso” del término “democracia” durante
la década del ´80 y el modo en que se lo utiliza actualmente; durante aquella
década, la democracia fue concebida como una “utopía” fundada en un valor
profundamente liberal: la libertad. Valor que fue comprendido desde la clásica
distinción entre “la libertad de”, también denominada “libertad negativa” y
“libertad para”, también llamada “libertad positiva”. La primera, obviamente,
inscripta en la tradición liberal, representativa y republicana, según la cual
los ciudadanos no gobernamos directamente, sino a través de nuestros
representantes y la segunda, naturalmente, vinculada a la tradición
“democrática”, fundada en una especial valoración hacia toda organización
horizontal y participación ciudadana en los asuntos públicos. En este sentido,
la libertad fue el valor articulador de las reflexiones políticas de ese
momento, pero no fue comprendida como el resultado de conquistas colectivas,
sino como la consecuencia de una lucha contra aquel actor político que durante
la última dictadura militar concentró todos los dispositivos de poder: el
Estado. En otras palabras, hasta la década del ´80 se entendió que, para
conquistar y fortalecer la democracia, se imponía la necesidad de criticar y
deconstruir al Estado-Nación.
De modo que, tanto Lewkowicz como
Rinesi, nos muestran el modo en que el sujeto-estado fue desplazado de la
centralidad que alguna vez ocupó. No obstante, su presencia implica un desafío
a la hora de pensarlo como un sujeto fundamental en nuestros días sin regresar
a aquellas prácticas autoritarias que obturen la vida, pero su ausencia supone
la desarticulación y el desamparo de otras instituciones que nacieron ligadas a
él, como ese el caso de la escuela, al menos en nuestro país. Por ello, en este
trabajo nos preguntamos, ¿es posible volver a pensar una escuela democrática,
pluralista que se halle ligada a un sujeto colectivo que reafirme su sentido?
¿Ese sujeto debe ser el Estado? Y en tal caso ¿nuestro desafío actual
consistiría en pensar un Estado con su antiguo poder central para volver a
tener una escuela legitimada desde aquella centralidad? Finalmente, ¿desde qué
ontología sería posible fundar ese sujeto múltiple? No creemos necesario
restituirle al Estado aquel poder central con el que alguna vez fue pensado; a
pesar de los innumerables señalamientos acerca de la “complicidad” involuntaria
de la filosofía deleuziana con el desarrollo del capitalismo actual
completamente antagónico a cualquier lógica colectiva[2],
consideramos posible y necesario pensar una escuela capaz de fundarse en una
subjetividad colectiva, democrática y estatal desde la ontología deleuziana.
Entendemos que el pensamiento de este filósofo, tan presente en nuestros planes
de estudio, posee elementos teóricos que nos permitirán pensar una escuela
fundada en un sujeto de tales características.
Considerar la ontología
deleuziana como fundamento de un sujeto colectivo, múltiple, vinculada a un
Estado pluralista que nos sirva de marco para una escuela con tales
características, capaz de resistir a los embates de las lógicas del mercado,
implica primeramente revisar la posibilidad de hallar en Deleuze un pensamiento
político.
Al respecto, podemos señalar que
hay autores como Alain Badiou que consideran imposible una “política
deleuziana” (Badiou, 2010, p. 24), dado que el valor que Deleuze le asigna a la
virtualidad (siempre fuera de tiempo) excluye la posibilidad pensar una
política capaz de actualizarse en una época determinada[3]. Esta
misma posición hallamos en comentaristas como Philippe Mengue, quien, en el
capítulo III de Gilles Deleuze ou le
système du multiple, considera que la importancia que Deleuze le asigna a
los procesos de moleculares y de pura conjugación de flujos impide la
existencia de un orden que haga posible cualquier tipo de organización (Mengue, 2008, p. 247); más
recientemente, encontramos a Peter Hallward, quien en el mismo sentido que
Badiou y Mengue, acentúa la relevancia del concepto de diferencia en la obra
deleuziana, específicamente en Diferencia y Repetición; lo que hace inviable un
pensamiento político que implique el reconocimiento de un otro. Contrariamente,
entre quienes sostienen que la filosofía deleuziana implica una perspectiva
política muy definida se encuentra Slavoj Zizek, quien de manera crítica señala
la relevancia del pensamiento deleuziano en la legitimación filosófica-política
del actual desarrollo del capitalismo actual; en sintonía con el esloveno,
Andrew Culp (2016, p. 8)[4], en su
texto Dark Deleuze sostiene que la
propuesta afirmativa del pensamiento deleuziano necesita ser reformulada, dado
que habitualmente es interpretada como un mero canon de la alegría que invita a
sus lectores a aceptar libremente las condiciones de vida vertiginosas del
capitalismo actual. En este misma línea se encuentran otros autores que
coinciden en que efectivamente la filosofía deleuziana supone una perspectiva
política, pero discrepan en sus implicancias; entre ellos, podemos mencionar a
Negri y Hardt, quienes en el capítulo XV de Imperio (Hard y Negri, 2012, p.
124) dejan en claro la importancia decisiva de los procesos de
desterritorialización (trabajados por Deleuze y Guattari en Mil Mesetas) como
modo de resistencia política de las multitudes; seguidamente, Pelbart (2006, p.
97), visibiliza la importancia de la noción de intensidad y planos de
inmanencia, claramente expuesto en Diferencia y Repetición y en ¿Qué es la
filosofía?, como categorías fundamentales a la hora de pensar la actualización
de una virtualidad acontecimental; en el mismo sentido, Colson[5] alude al
carácter revolucionario de la filosofía deleuziana, más precisamente anárquico;
finalmente, en Argentina, el trabajo de Julián Ferreira[6] se
inscribe en esta misma línea, intentando pensar un estatuto ontológico para un
Estado múltiple a partir de la ontología deleuziana. En relación a estos
antecedentes, nos situamos en la línea de quienes consideran que efectivamente
es posible extraer una política puralista de la ontología deleuziana e incluso
es viable vincularla a una nueva concepción de Estado como marco inmanente de
una subjetividad escolar; gran parte de lo cual, a nuestro entender, puede
hallarse en la relación entre Diferencia y Repetición y Mil Mesetas.
Comúnmente se piensa que la
ontología deleuziana se limita exclusivamente a una crítica de la noción de
sujeto; se asume que en su obra la inmanencia disuelve toda posible
consistencia que permita pensar algún tipo de territorialidad definida o
delimitada. Desde estos mismos supuestos, la filosofía deleuziana es
frecuentemente interpretada como un pensamiento puramente rizomático, cuya
característica central es la ausencia de referencias. Creemos que esta lectura
no es enteramente incorrecta, pero al mismo tiempo entendemos que esta manera
de comprender su filosofía omite un profundo tratamiento del concepto de sujeto
realizado por Deleuze, especialmente en determinados pasajes de dos de sus
obras Diferencia y Repetición y Mil Mesetas. Ambas correspondientes a
distintos momentos de su producción académica; la primera, se ubica en su
primer periodo y la segunda, se inscribe en su última etapa. En ellas
encontramos un detenido tratamiento del concepto de sujeto, aunque no se trate
de un sujeto clásico, ni tampoco del sujeto escindido de los lacanianos de
izquierda; se trata de un sujeto constituido en el acontecimiento como
actualización de una virtualidad que no puede prescindir del hábito molar como
instancia constitutiva.
En Diferencia y Repetición, luego de exponer la segunda síntesis del
tiempo, Deleuze vuelve sobre la figura de Descartes para señalar las
diferencias entre el filósofo francés y Kant, en cuanto a la constitución del
yo en relación al tiempo[7]. Para
Deleuze el yo no es un yo activo, sino pasivo: el yo es el resultado de las
afecciones o, como dice en Empirismo y Subjetividad, efecto de las
contemplaciones. Así como Kant llevó adelante una síntesis activa hacia el
interior del sujeto, donde las facultades del entendimiento y la sensibilidad
producen el fenómeno, Deleuze se propone pensar una síntesis pasiva en la cual
el sujeto no sea el que produzca, sino el resultado de la producción. Dicho en
términos de Mengue: “A diferencia de Kant, no sólo la síntesis no está
reservada a la actividad, sino que, además, lejos de exigir un yo o un Yo, no
es productiva: con cada contemplación-contracción se produce correlativamente
un yo pasivo, local y parcial” (Mengue, 2008, p. 237).
Deleuze entiende que el hábito es
el acto de contraer o, lo que es lo mismo, contemplar. El hábito es el presente
en tanto que es tiempo contraído, y lo asocia con el principio de placer dado
que se trata de la pretensión del presente, en este tiempo que se efectúa o
actualiza la individuación: es el tiempo de constitución del yo. No obstante,
“lo que generalmente llamamos nuestro "yo" está hecho de miles de
hábitos o contracciones que nos comprenden, es decir de una pluralidad de yoes
diferentes” (Mengue, 2008, p. 237). En otras palabras, este yo no es un yo cuya
identidad se halla fundada esencialmente, más bien se trata de un yo construido
a fuerza de contracción o contemplación, siempre asediado por el devenir de las
múltiples afecciones. Este yo no es el sujeto trascendental de Kant o más
actualmente el de Zizek, pues se trata de un yo larvario. Seguidamente, Deleuze
indica que, si bien el hábito conquista el presente a fuerza de contracción,
aún no está fundado, para fundarse necesita de otro tiempo distinto a él, es
así que introduce la memoria. La memoria (Mnemósine) es la temporalidad que
está fuera del tiempo, razón por la cual puede fundar al presente que está en
el tiempo, pero, ¿cómo puede estar la memoria fuera del tiempo? Deleuze
entiende que la memoria no puede ser empírica, de serlo, no sería más que un
antiguo presente y en ese caso no podría fundarlo. La memoria debe ser memoria
inmemorial, memoria que nunca fue presente, memoria que siempre es pasado
(pasado puro); en otros términos, se trata de un mundo virtual. Si el
hábito/presente se constituía a partir del principio de placer empírico, en la
memoria/pasado, ese principio de placer se vuelve objeto virtual (el pequeño
objeto a lacaniano), objeto que nunca fue actual, sino puramente virtual desde
siempre y que se actualiza una y otra vez de diferentes maneras en el presente
que se contrae. Si bien Lacan también hablaba de objeto virtual, Deleuze lo
utiliza en términos bergsonianos, es decir, lo virtual como opuesto a lo
actual.
Por último, la tercera síntesis
del tiempo alude a la forma vacía del tiempo, ya no se trata de un tiempo con
algún contenido, tampoco se trata de una forma pasiva, sino más bien estática.
¿Qué es finalmente esta tercera síntesis? Es el modo en que se organiza el tiempo
del antes (memoria) y el tiempo del después (hábito). El porvenir es aquello de
lo que se nutre el pasado desde siempre y es aquello de lo que también se
constituye el presente. Así, el tiempo del porvenir es el acontecimiento. No es
que el acontecimiento pertenezca al tiempo como algo que pasa en él, sino más
bien éste es una variable del acontecimiento, dado que el acontecimiento es una
nueva distribución de las potencias del tiempo (pues reorganiza el pasado y el
presente). ¿Qué relación mantiene esta concepción de la temporalidad con el
tratamiento del sujeto o la individuación en Deleuze? Dado que el
acontecimiento es lo que ordena las relaciones de temporalidad, redistribuye
las potencias de nuevo y dado que el sujeto es un sujeto escindido por el tiempo,
este sujeto se ve radicalmente reconfigurado en este acontecimiento. Por ello,
se puede decir que el acontecimiento es lo que constituye la fisura del Yo (je)
en tanto sujeto.
En Mil Mesetas, Deleuze y Guattari desarrollan el concepto de líneas
de segmentariedad; más específicamente, analizan la línea molar, la molecular y
la línea de fuga, cada una se refiere a una determinada configuración del
agenciamiento (Deleuze y Guattari, 2006, p. 213). En la ontología deleuziana un
agenciamiento es concebido “como un aumento de dimensiones en una multiplicidad
que cambia necesariamente de naturaleza a medida que aumenta sus conexiones”
(Deleuze, 2006, p. 2002). En otros términos, un agenciamiento se configura a
partir de una determinada forma de conexión entre los términos involucrados;
relación que compone un conjunto, cuya naturaleza difiere en función de las
conexiones efectuadas. Así, la línea molar alude a una “segmentariedad dura y
bien delimitada” (Deleuze, 2002, p. 209), es decir, se trata de un conjunto de
relaciones estables que admiten pocas modificaciones, se refiere a las
organizaciones con límites precisos e identificables. En cambio, la línea
molecular implica una transformación, un corrimiento o mutación de las
fronteras de la identidad molar; si la línea molar indica un proceso de
territorialización, la línea molecular señala un proceso de
desterritorialización. Finalmente, la línea de fuga es lo que Deleuze considera
una desterritorialización absoluta, es decir, una instancia en la que las
relaciones se desarticulan para re-articularse de un modo completamente nuevo;
en otros términos, la línea de fuga supone un devenir imperceptible, puesto que
“hace huir al mundo” (Deleuze, 2006, p. 208). Sin embargo, Deleuze aclara que
esta tercera línea no es “menos mortal, no es menos viviente” ni es menos
peligrosa que las otras dos; por lo cual, esta tematización de las tres líneas
de segmentariedad no debe ser interpretada como si fueran instancias evolutivas
en la que la tercera sería la culminación (o síntesis) de las otras dos; más bien se trata de tres modos
diferentes de distribución de las fuerzas materiales y enunciativas. Para
decirlo más claramente, la línea de fuga es equivalente al acontecimiento, dado
que reorganiza las relaciones, reconfigurando completamente los otros dos
momentos.
Una lectura “ligera” de la
filosofía de Deleuze, suele indicar que el tercer momento de la serie, la línea
de fuga o acontecimiento, según desde qué obra se hable, constituiría de manera
excluyente el aspecto central de su obra. Si bien es cierto que podemos señalar
a Deleuze como uno de los grandes pensadores del Acontecimiento, a nuestro
entender, la centralidad que ocupa esta noción en su obra no responde a una
valoración estrictamente académica. Hay afecciones no filosóficas (y, quizás
por ello, profundamente filosóficas) que determinan esta difundida
interpretación del pensador francés. Está claro que la filosofía deleuziana es
la expresión de una época en que Europa necesitó dar cuenta del carácter
revolucionario de la diferencia, por lo que fue imprescindible presentar una
ontología del Acontecimiento que rompiera, por un lado, con la tradición
platónica y, por otro lado, con la tradición hegeliana que parecía atentar contra
el devenir de la multiplicidad; asimismo, es evidente que el contexto social y
político en el que se recepcionó esta filosofía en Argentina, magistralmente
descripto por Lewkowicz y Rinesi, hizo que se extrajera de ella aquellas
nociones que ponían el acento en el valor de una diferencia anárquica y
rizomática capaz de enfrentar al poderoso Sujeto-Estado que durante tanto
tiempo amenazó el despliegue de la vida en todas sus expresiones. Sin embargo,
creemos que más allá de estas coyunturas, hay en esta filosofía una dimensión
perenne que puede y debe ser restituida.
Por ello, siguiendo los trabajos
de Robert Sinnerbrink[8], Diego
Sztulwark y Julian Ferreyra entendemos que la filosofía deleuziana no sólo
destruye lo instituido[9], pues no
se trata de un pensamiento simplemente destituyente[10] que
procura exclusivamente la disolución de toda noción de sujeto; más bien se
trata de una filosofía compleja que no descuida la constitución de identidades
y subjetividades. En este sentido, y en la misma línea que Sinnerbrink, creemos
que, aunque el momento molar no sea primero desde el punto de vista ontológico,
es evidente que constituye aquella instancia afirmativa, positiva y necesaria
que “luego” habilita el acontecimiento (Ibíd. 2006, p. 83). Para ser más estrictos,
dado lo entrelazado que se encuentran los tres momentos, es imposible
considerar que uno está primero que el otro, dado que se trata de instancias
que se reclaman mutuamente: no puede haber afirmación molar sin un
acontecimiento que redistribuya sus fuerzas; del mismo modo, no puede haber
acontecimiento ni línea de fuga sin una instancia molar-afirmativa que pueda
ser desarticulada. Mengue lo expresa claramente al sostener que “es imposible
que los procesos moleculares y de pura conjugación de flujos a nivel de la
máquina abstracta puedan prescindir de todo orden y de toda estratificación”
(Mengue, 2008, pp. 135 y 136); en otros términos, el momento afirmativo se
efectúa en esa línea molar, instancia contemplativa y auto-afirmativa sin la
cual la línea de fuga jamás podría actualizarse. Por ello, el orden no obtura
la condición crítica o revolucionaria del devenir, sino que es la dimensión
actual de una virtualidad constituyente y revolucionaria que la asedia
constantemente, dado que “El orden forma plenamente parte de la creación y, si
se puede decir así, se encuentra presente en su interioridad misma, ofrece a
las líneas de fuga el sostén sin el cual estas permanecerían como puras
virtualidades intensivas, que jamás pasarían al acto” (Mengue, 2008, p. 135).
En otros términos, es necesaria una instancia de “territorialización” o en
términos spinozianos de auto-afección que haga del sujeto “un sujeto de la
situación” (Sztulwark-FLACSO); así, pensamos junto a Julián Ferreyra que la
multiplicidad planteada por Deleuze no es incompatible con la noción de Estado
(Ferreyra, 2016, p. 262), puesto
que lo múltiple debe ser interpretado como el resultado de esas relaciones
virtuales que eventualmente pueden actualizarse en una línea
molar-contemplativa; se trata de actualizaciones que no repelen ningún tipo de
relación, por lo que no hay impedimentos para concebir un Estado en tanto
sujeto capaz de conjugar las fuerzas que en determinado momento puedan hallarse
presentes de manera virtual y que requieran de ciertas condiciones
acontecimentales para actualizarse en una línea molar que la organice.
Si pensamos en la gravitación de
Deleuze en lo educativo y más precisamente en ciertos tratamientos conceptuales
que buscaron pensar lo escolar, no se puede soslayar El Maestro Ignorante de Rancière[11] y aquella
noción de la igualdad de las inteligencias que desplaza la atención hacia un
trabajo afectivo, concentrado en la voluntad más que en las inteligencias; obra
que, además, pone en cuestión la trascendencia del docente explicador desde una
ontología inmanente que, eficazmente, deshace toda verticalidad cómplice entre
el educador y el educando. Esta misma lectura encontramos en trabajos como los
de Silvia Duschatzky, especialmente en artículos de comienzo de los años dos
mil, como por ejemplo Todo lo sólido se
desvanece en el aire donde
critica profundamente la impotencia del Estado para brindar una respuesta a una
realidad que por entonces estallaba de muchas maneras, especialmente en lo
tocante a lo educativo. Sin dudas, ese y otros textos del mismo periodo
pusieron a funcionar esa potencia del pensamiento rizomático deleuziano, así
como algunos años antes lo hiciera Gregorio Kaminsky con su Dispositivos Institucionales desde una
perspectiva foucaultiana. Más próximos en el tiempo, hallamos el trabajo de
Ignacio Lewkowicz (Ibídem. 2006) anteriormente citado, donde se expone el
agotamiento del Estado en función del avance del mercado y sus lógicas
inherentes y la consecuente pérdida de legitimidad de lo escolar. Sin embargo,
más actualmente encontramos entre los trabajos de trabajo Peter Pál Pelbart,
por ejemplo, Filosofía de la deserción,
donde se reflexiona sobre la posibilidad de concebir lo colectivo desde una
ontología deleuziana. En este sentido, Pelbart hace señala el valor del okupar
como ese gesto de hacer territorialidad en contraposición al estar en un
territorio. Al respecto plantea que en lo referente a lo escolar es
indispensable pensar la noción de “okupar”; así, plantea que “Okupar es crear
un sentido propio que no se funda en soledad, sino que se gesta en el armado de
un tiempo común con otros” (Pelbart, 2011). Por su parte, Diego Sztulwark
indica la necesidad de pensar la composición spinoziana desde una lectura
deleuziana (Sztulwark, 2018); según él, la noción de composición nos permite
concebir una política de “prácticas constituyentes” en el ámbito educativo.
Tanto uno como otro insisten en la necesidad construir categorías que funcionen
como constituyentes y fundacionales (en un sentido deleuziano); es decir,
desplazan la atención desde los procesos rizomáticos de desterritorialización,
hacia procesos de contemplación molar y territorializantes que conjuguen un
sujeto colectivo que sirva como marco a nuestras prácticas políticas y
escolares.
Volviendo al texto de Sztulwark,
específicamente sobre aquel pasaje anteriormente referido según el cual “El
pasaje ético de la afección pasiva a la autoafección -el descubrimiento de la
potencia en la composición- me convierte en sujeto de la situación” (Sztulwark,
2018), hallamos un aspecto decisivo del pensamiento de Spinoza y, asimismo, de
la ontología deleuziana: no es posible pensar ningún proceso de
desterritorialización, sin considerar un proceso de colectivo
territorialización o, como diría el holandés, de auto-afección. Como sabemos,
tanto la lógica deleuziana como el proceder spinoziano, se funda en el supuesto
de que somos parte de una sustancia que nos excede; sustancia de la que somos
parte, en tanto productos de los encuentros y desencuentros producidos en ella.
Pero dicha sustancia, como dice Ferreira en alusión a las formaciones sociales,
sobredetermina y hegemoniza, pero no totalizan; esto quiere decir que los
múltiples modos de ser no se hallan, como venimos diciendo, pasivamente frente
a la totalidad, dado que en esos momentos de autoafección molar hay una
resistencia concreta: son instancias de “pliegues distintos del hegemónico, con
otra intensidad, otras relaciones de movimiento y lentitud, y otra explicación
en cuerpos concretos” (Ferreyra, 2020 p. 520).
Mientras, Pelbart señala la
importancia de pensar lo educativo en torno a una territorialidad nómade, pero
territorialidad al fin y Sztulwark afirma el valor de la composición en la
ontología deleuziana, al tiempo que Ferreira sostiene que las relaciones
diferenciales y singularidades son el fundamento (virtual-actual) necesario para
concebir un Estado político a partir de la ontología del filósofo francés,
nosotros pensamos que es necesario explicitar esta relación tácita entre
Escuela y Estado. Si como demostramos, existen elementos suficientes para
sostener una noción de sujeto activo en la ontología deleuziana, noción
inseparable de un concepto de Estado plural, se torna imprescindible afirmar
que lo escolar sólo tendrá sentido en el marco de un sujeto-estado con tales
características. De esta manera, y evocando lo planteado por Rinesi en el
artículo anteriormente referido, no es posible pensar la escuela como derecho
sin una sustancia o, en términos deleuzianos, topología inmanente que de
sentido a dicha institución. Si en algún momento se pensó al Estado como el
concepto al que era necesario atacar, hoy se presenta como la noción que es
necesario restituir. Ahora, no es posible llevar adelante esa restitución sin
una ontología y una política que la comprenda y le brinde consistencia.
Es innegable que el
posestructuralismo francés, y en especial la filosofía deleuziana, constituyó
un notable esfuerzo por pensar la diferencia en un contexto muy diferente al
nuestro; sin embargo, creemos que su recepción acrítica, conjugada con las
condiciones epocales de Argentina, fundaron teóricamente un dañino rechazo al
Sujeto-Estado en nuestro país que lejos de constituirse en una máquina de
resistencia, devino en herramienta legitimadora de un mercado cada vez más
hegemónico. A pesar de ello, consideramos que esta misma filosofía rizomática,
identificada por algunos como la filosofía del capitalismo, contiene un
plegamiento poco desplegado y se trata de una dimensión molar-actual que admite
un cuerpo político, un sujeto-Estado, capaz de conjugar en sí aquellas fuerzas
que asedian virtualmente lo establecido: el mercado. En el mismo sentido,
creemos que la escuela, en estos tiempos de pandemia cuando más que nunca se le
exige mover sus límites, reclama un concepto de Sujeto que no renuncie a la
multiplicidad ni a la plasticidad del devenir, pero que a su vez permita trazar
líneas de territorialidades potentes capaces de sostener todo acto de
resistencia afirmativa en medio de una lógica de mercado, cuya mayor fortaleza
y debilidad es justamente su falta de límites.
Partiendo del supuesto
deleuziano, claramente expuesto por Ignacio Lewkowicz, según el cual, el avance
del capitalismo de mercado deshizo el rol del Estado-Nación en tanto garante de
la legitimidad de la escuela; y considerando el diagnóstico formulado por
Rinesi, en el que muestra cómo el Estado, en Argentina, durante la década del
´80 fue percibido como un enemigo natural del desarrollo de la vida y la
libertad (concepción sobre el Estado que, a nuestro entender, condicionó la
recepción de ciertas corrientes filosóficas entre las cuales se halla el
estructuralismo francés), entendemos que el problema fundamental en torno a lo
escolar en nuestros días consiste en pensar un sujeto que le restituya su valor
de agente político activo, capaz de resistir los embates del capitalismo de
mercado. En este sentido, creemos que la ontología de Deleuze, lejos de ser
aquel sistema que apuesta exclusivamente por un devenir desterritorializador y
funcional a un capitalismo sin fronteras, es una herramienta que puede ayudarnos
a pensar un nuevo tipo de sujeto ontológico que implique un estado político
pluralista, en el que reencontremos lo escolar como parte de una composición
más grande. Pensar la escuela como una institución aislada, con problemas
propios, sin considerarla como expresión de una topografía compartida, es
condenarla a las lógicas mercantiles carentes de toda regulación y toda
pretensión de construir espacios comunes. Por el contrario, pensar la escuela
en nuestros días supone, según nuestra perspectiva, inscribirla en un
“identidad” que la excede; para ello es necesario devolverle un estatuto
otológico y político. Esta posibilidad es la que se intentó explorar en el
presente trabajo.
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[1] Juarroz, R. 2005, p. 276.
[2] Nos referimos a los planteos realizados por la llamada Izquierda Lacaniana, especialmente
aquellas críticas efectuadas por Slavoj Zizek (Cfr. Zizek, Slavoj, 2010)
[3] “Pero ¿qué es una máxima política de la acción que envuelven
creaciones humanas tomadas en su totalidad? ¿Qué es una máxima policía si la
máxima se encuentra en el arte en la sexualidad, en el devenir del ser humano?
Pienso que es de hecho, una máxima ética antes que una máxima política”
(Badiou, 2010, p. 24).
[4] “First, I argue against the “canon
of joy” that celebrates Deleuze as a naively affirmative thinker of
connectivity. Second, I rehabilitate the destructive force of negativity by
cultivating a “hatred for this world.” Third, I propose a conspiracy of
contrary terms that diverge from the joyous task of creation” (Culp, 2016, p.
8)
[5] It is merely, so to speak, the internal and subjective condition of
the definition of anarchy suggested by Gilles Deleuze and Felix Guattari, this
“stranger unity that can only characterize the multiple.” (Colson, 2019, p.
22).
[6] “En ese sentido, la forma-Estado que sistemáticamente impugna la
perspectiva actual-intensiva ha mostrado su eficacia para proteger las
asociaciones nómades, y también en limitar los daños más concretos del
capitalismo, haciendo llegar alimentos, vivienda y educación a las zonas
ignoradas por las redes de producción, circulación y consumo del capitalismo”
(Ferreyra, 2020, p. 513)
[7] Cf. Deleuze, Gilles, Diferencia y Repetición. Bs As.
Amorrortu. 2009, pp. 119-176
[8] “Moreover, Deleuze and Guattari insist that the process of
deterritorialisation always coexists with correlated processes of
reterritorialisation: no deterritorialisation without a corresponding
reterritorialisation, and vice-versa (Sinnerbrink, 2006, p. 82).
[9] Cf. Ibid. Mengue, pp. 135-136
[10] Cfr. Sztulwark (2018-FLACSO)
[11] Cfr. Rancière, 2002, pp. 45, 84, 124