Azul profundo como
escritura y re-escriturametamórfica de
poliritmicidades. Una performance
filosófica, como contra-pedagogía radical ante la forma-academia.
Deep Blue As a Metamorphic Writing and Re-writing of Polyrhythmicities. A Philosophical
Performance, as a Radical Counter-Pedagogy to the Academy-Form.
Sebastian
Wiedemann
Universidad de Campinas
wiedemann.sebastian@gmail.com
Recibido:
09/06/2020
Aceptado:
08/07/2020
Resumen. Muchos son los posibles contagios entre el pensamiento
de Deleuze y el campo de la educación. Y más aún si asimilamos la dimensión del
aprendizaje en tanto implicación y complicación inherente al ejercicio de
pensar, como la invención de relaciones no dadas entre heterogéneos. Es decir,
si hay pensamiento no solo hay movimiento; pero, sobre todo, apre(he)nder
inmanente que doblemente es expresión. Es así como podríamos hablar con Deleuze
de “pensar por el medio” como pedagogía radical y en acto. El texto a seguir
fue compuesto a modo de performance filosófica, no solo como gesto de pedagogía
radical al querer instaurarse como un plano de experiencia en devenir para el
pensamiento, sino que esencialmente como contra-pedagogía en acto ante la
forma-academia. A medio camino entre delirio como metodología y fabulación
especulativa como fuerza creadora, que he nombrado “Azul profundo”, el texto a
modo de crítica inmanente se propone a experimentar otros modos de habitar la
economía y ecología académica como gesto expresivo y de re-existencia.
Palabras clave. Deleuze, Pedagogía radical,
Performance filosófica, Ritmo, Re-escritura.
Abstract. There are many possible
connections between Deleuze's thinking and the field of education. And even
more so if we assimilate the dimension of learning as an implication and
complication inherent to the exercise of thinking, such as the invention of
non-given relations between heterogeneous entities. That is to say, if there is
thought, there is not only movement, but above all, an immanent
apprehension-learning that is doubly expression. This is how we could speak
with Deleuze of "thinking through the middle" as a radical pedagogy
in the act. The text that follows was composed as a philosophical performance,
not only as a gesture of radical pedagogy seeking to establish itself as a
plane of experience in becoming for thought, but essentially as counter-pedagogy
in act before the academy-form. Halfway between delirium as methodology and
speculative fabulation as a creative force, which I have named "Deep
Blue", the text, in the form of an immanent critique, proposes to
experiment with other ways of inhabiting the academic economy and ecology as an
expressive gesture and one of re-existence.
Keywords. Deleuze, Radical pedagogy, Philosophical
performance, Rhythm, Re-writing.
Muchos son los posibles contagios entre el pensamiento de
Deleuze y el campo de la educación.[1] Y, más
aún, si asimilamos la dimensión del aprendizaje en tanto implicación y
complicación inherente al ejercicio de pensar, como la invención de relaciones
no dadas entre heterogéneos. Es decir, si hay pensamiento no solo hay
movimiento; sino, sobre todo, apre(he)nder inmanente que es doblemente
expresión. Es así como podríamos hablar con Deleuze de “pensar por el medio”
como pedagogía radical y en acto(Manning & Massumi, 2014).
Recuerdo entonces mi antiguo profesor de danza Butoh quien, en resonancia con
el Zen, me decía: “No puedo decirte qué es la danza Butoh, cada vez que me
preguntes debo responder bailando Butoh y no con palabras. Las palabras no
saben danzar como el cuerpo lo hace”. Es decir, mi profesor insistía en solo y
tan solo “pensar por el medio”, en inmanencia con la danza sin salir de la
experiencia de estar en relación con ella cuerpo a cuerpo. Teniendo en cuenta
este aprendizaje que instala una y otra vez el cuerpo en el pensamiento,
podríamos hacer la siguiente provocación: el gesto filosófico bien podría
seguir insistiendo en decir sobre las cosas y el mundo, como quien mira desde
afuera, o arriesgar e instalarse de modo vertiginoso “en medio” de la
experiencia como performance. Fue en este sentido y como riesgo, que el texto a
seguir lo compuse a modo de performance filosófica, no solo como gesto de
pedagogía radical, al querer instaurarlo como un plano de experiencia en
devenir para el pensamiento; sino, esencialmente, como contra-pedagogía en acto
ante la forma-academia, al disponerse como subversión y perversión de los
mandatos que hacen de los coloquios e instancias de encuentro académicas, antes
que nada, instancias de verificación, juicio y legitimación. Usando las
palabras de Bartleby de Melville, diré “preferiría no hacerlo”, preferiría no
decir sobre las cosas y el mundo, pero sí hacer cuerpo con ellas y con el mundo
en medio del vértigo de escribir y leer, ante una audiencia que suele explicar,
analizar, clasificar… antes que experimentar como proceso continuo de mutua
inclusión con la experiencia que mantiene al mundo y a las cosas en obras y por
hacerse. Quizás esta debería ser la aspiración de toda pedagogía, mantener el
mundo y las cosas abiertas, en proceso, antes que querer la clausura y la
mesura. Pedagogía radical, como recusa ante las voluntades de poder, conquista
y colonización; como liberación de las fuerzas creadoras que distribuyen la
potencia y que descolonizan permanentemente el pensamiento.
A continuación, un frágil experimento que persigue este
deseo. Y que insiste, como nos recuerda Guattari, en que “no se trata de
aceptar lo otro en su diferencia y sí de desear lo otro en su diferencia” (Guattari, 1990). Ese
otro que en un tiempo por venir, tal vez pueda llamarse alter-universidad. [2]
*
*
La vida es inexorablemente
indisciplinada, siempre escapa, siempre es fugitiva y como potencia de
pensamiento y de proliferación de los cuerpos, nunca se deja marcar, nunca se
hace inscripción por completo. Es escritura, que no para de re-escribirse[3]. Es
metamorfismo ilimitado para que el ritmo nunca sea capturado, para que siempre
sea una poliritmicidad.
Quien escribe podría ser el
filósofo, podría ser el cineasta; no obstante, algo entre estas palabras
prefiere no tener marcación o pertenencia. Un recelo de aquel peligro que el
líder indígena brasileño Ailton Krenak subraya al decir que un territorio que se
hace reserva, como un parque, siempre se puede convertir en parking (Krenak, 2019). La escritura no se puede estacionar. Quien
re-escribe es entonces el Azul profundo[4], una voz
caoide, una tonalidad afectiva como campo experimental y fabulación
especulativa en la que ocurre una ecología de las mezclas.
El ritmo no puede pertenecer y en
todo caso si pertenece, le pertenece a la vida, pero nunca a los hombres. Es
siempre más que humano. Del punto de vista de la vida y de la creación, no hay
filosofía o no-filosofía, no hay cine o no-cine, no hay exterioridad o algo
excedentario, solo hay plegar y desplegar, escritura y re-escritura como
partitura infinita en acto. Modulaciones donde por momentos el adentro se dice
pliegue del afuera, pero es solo por un instante, es pasajero. Y quien pasa,
quien se dice pasaje y no quiere ser señor, es aquel que practica sin
pretensión de poder o completitud, pero siempre abrazando el llamado de la
potencia. Quien re-escribe es el Azul profundo, que inunda este cuerpo que
escribe y se escribe al practicar salvajemente modos de experiencia filosóficos
y cinematográficos, donde todo se hace profundamente frágil e incompleto, pues
es proceso. Pues el cuidado del ritmo es anterior a la consolidación de lo
ritmado, donde la partitura ya habría acabado.
Un abandono continuo, un
despojarse de las formas y siempre en formación, saber que nada es posesión y
todo se dona. En ese nomadismo, el metamorfismo se alza y no hay quien escriba
la escritura que nos escribe. Ella se practica entre pasajes de modos de
experiencia filosóficos y cinematográficos, en los que el pensamiento se
exacerba y del concepto se extrae una sensación, un bloque de afectos, una pura
aprehensión vertiginosa de mundo, antes que una comprensión. Tal vez el cuerpo
que hace cuerpo con el concepto no es el que leyó lo escrito por el filósofo
cuando con las vísceras de Artaud dijo “cuerpo sin órganos” (Deleuze y Guattari, 1994), pero sí
es el cuerpo que se reventó bailando Butoh y se hizo pura crueldad. El ritmo
pidiendo un mínimo de mediación, limando al máximo la presencia de los
intermediarios, para ser pura inmediación (Manning, 2019). Y, de repente, escuchamos a lo lejos al poeta
brasileño Manoel de Barros escribiendo con los pájaros,[5] así como el
compositor francés Olivier Messiaen[6] que los
re-escribe en la partitura como potencia rítmica y nosotros aquí intentando
re-escribir lo escrito como un cintilar de pájaros filosóficos, que hacen de
los cuerpos membranas percusivas como un mínimo de resistencia ante el ritmo y
un máximo de vaciamiento que lo afirma. Devenir entonces membranas percusivas
que, en su pliegue visible, son el plegar y desplegar de los cuerpos como
pantallas cinematográficas, a través de las cuales bloques de energía pasan con
un mínimo de codificación y adherencia y un máximo de transducción. [7] Es decir,
no nos podemos demorar en el escribir, pues cuanto más rápido podamos donarlo
todo a la devoración de la re-escritura, mas poliritmicidad se modula. Se
re-escribe, pues el llamado de la diferencia borra lo dicho que tiene que
volver a ser inscrito como fugacidad. El ritmo como lo desigual que revienta la
resonancia de la linealidad.
Inacabada la escritura, inacabado
lo humano, la vida en proceso y los cuerpos como operadores de activación del
vértigo. Somos imágenes activas y activadoras. La re-escritura que todo lo
desmorona y se hace Azul profundo en caída libre e indeterminación. Quien
práctica no dice que es la respiración, pero manifiesta somáticamente el
esfuerzo de la inhalación. Re-escribir para que el ritmo se cuele, escape y la
hoja de papel se haga piel, se haga haptopía (Sarmiento Gaffurri, 2017). Una escritura háptica y somática encharcada de sudor
de quien cae en el vértigo de la indeterminación y escucha a lo lejos como
ritornelo: Azul profundo.
El ritmo no es inteligible, pero
sacude la dermis de los cuerpos y de la escritura que hace cuerpo, reinventando
la idea de prudencia. Se es prudente al cuidar el vértigo, al estar con él en
lo sensible de una afectación que active otros cuerpos, que active su
disponibilidad a abandonarse, a soltarlo todo y dejarse consumir y devorar por
el ritmo, por el caoide que es el Azul profundo.[8] Es decir,
cuidar, no lo efímero que somos, sino la re-escritura impersonal y potencial
que cargamos y que le pertenece a la inmanencia de la vida. En otras palabras,
se es prudente al reconocer que todo lo viviente que atraviesa los cuerpos hace
parte del mismo metamorfismo y que, por lo tanto, como movimiento que no se da
a durar como estabilidad, solo nos cabe celebrar y festejar nuestra extinción,
germen del proceso de individuación. Somos imágenes re-escribientes como
proceso de diferenciación vital. Somos imágenes de composición de esa partitura
inacabada y abierta, que no es lo extra-viviente para entrar en la vida, sino
lo viviente en acto como multisensorialidad y multirelacionalidad rítmica (Orlandi, 2016).
Entre pájaros filosóficos como
modos de experiencia que hacen del concepto mancha y color y pura tonalidad
afectiva; y modos de experiencia cinematográficos que hacen de nosotros
membranas percusivas, no paramos de hacernos destilación del vértigo de los
ritmos que pueblan el Azul profundo como plano de composición. La partitura
siempre incompleta que guarda en secreto el sonido del cosmos, que como lógica
de los materiales que se dice entre sonoridades, visualidades y
conceptualidades, es en última instancia el metamorfismo de corporeidades más
que humanas. Allí logramos intuir que el ritmo es lo que todos los cuerpos
compartimos. Allí el Azul profundo en su ecología de las mezclas, donde plano
de inmanencia, de composición y de experiencia se confunden, nos ayuda a través
del re-escribir que se abre y abre, a instaurar lo singular de un compartir. Es
decir, nos abismamos en esta fabulación fugitiva y que hemos llamado Azul
profundo, para salir de la percepción de hábito, para hacer sensible el
vértigo, para que tal vez los cuerpos también se abran como fractalidades a
este movimiento de dejarse borrar y re-escribir una y otra vez. Una
entre-humanidad, un entre-vivir como musicalidad polirítmica y cinematógrafo
cósmico en proceso. Un escuchar el ritmo vital que nos escribe, como quien
escucha el silencio del abismo y su vértigo sin la trampa de una falsa
prudencia que se orienta por la cisión y por el contrario avanza como acción de
cuidado que se dice des-límite. Un escuchar el ritmo, como donación y verter
infinito de la vida en la vida.
El gesto de escribir y
re-escribir que se hace constituyente al hacer pasar los flujos energéticos y
el impulso vital, colocando siempre en jaque cualquier idea de medida y mesura.
Se es medio de continuación, se es plano que siempre se afirma por otros medios
y por lo tanto desborda. Esto es, todo pasaje entre medios, modula por otros
medios la expresión y los cuerpos, haciéndose gesto de re-escritura, siendo
gesto que no deja estabilizar y mantiene el dinamismo escritura/re-escritura,
el proceso y el metamorfismo de los ritmos en movimiento.
Lo que aquí quiero, se quiere y
queremos compartir, es justamente esa condición que hace posible un compartir,
un estar juntos, como propensión de un cuerpo a entrar en metamorfismos con
otros para que los ritmos sean liberados. Un estar juntos, cuyo vínculo se
sostiene por el compartir de riegos. Algo que tal vez tenga mucho menos que ver
con el filósofo y el cineasta desde los cuales se avanza como des-marca aquí y
tenga que ver mucho más con una posición en constante desmoronamiento y
emergencia, como puede llegar a ser aquella de un curandero-educador por venir,
que intenta conjurar el hechizo de la razón que nos distancia del abismo y su
vértigo y que, por lo tanto, nos distancia del cuidado de la potencia genética
de los ritmos.
No se puede pertenecer, ni hacer
banda, pero sí insistir en la instauración de comunidades efímeras[9], donde modos
de existencia son re-escritos y en el borrar y re-escribir cuerpos se levantan,
se alzan contra el poder como no paramos de ver en el mundo y más recientemente
en América Latina.[10] Y no
hablamos de comunidades efímeras y conglomerados de cuerpos entretejidos en
ecología de las mezclas como multitudes, que aún sería una condición humana
demasiado humana. Hablamos de comunidades en emergencia y disipación constante
como multiplicidades que se activan por la violencia de una necesidad, de un
caoide con el que nos conectamos y componemos inevitablemente así sea de modo
pasajero y temporal, para poder distribuir la potencia. Es decir, para dejar
saltar el ritmo. Aquí ese caoide como atractor rítmico que escribe y nos
re-escribe se ha llamado Azul profundo. Pero cada cuerpo ha de encontrar su
atractor, ha de encontrar la singularidad de un abismo con el que hace cuerpo y
en el que el sonido secreto del ritmo, del cosmos, siempre suena diferente.
Perseverar en la escritura y
re-escritura metamórfica de poliritmicidades, sea quizás negarse a dar
respuesta por otro cuerpo y, al mismo tiempo, saber que cuidar las condiciones
de compartir, como el acto de abrirse y hacerse pasaje para los ritmos, es tal
vez acompañar al otro en el vértigo de encontrar sus propias respuestas, sus
propios atractores rítmicos, pues estamos implicados, pues también estamos en
ese proceso íntimo y singular. Cada uno con su abismo y vértigo. No se comparte
el mismo abismo, pero se comparte el hecho de que cada uno tiene el suyo y que
está en caída libre, cuidando del susurro del cosmos, de su fuerza diferencial
como ritmo. Estar juntos, pues compartimos el des-obrar que nos desmantela y
re-escribe el mundo, haciendo del cosmos un pluriverso o lo que es lo mismo una
poliritmicidad. Compartir la soledad de estar a solas en esa oscuridad, nombre
que los guaraní le darán a su caoide y de donde todo puede emerger.[11] Oscuridad
alegre donde de repente y después de todo, pero antes de que todo, sea
re-escrito, los pájaros filosóficos ponen un huevo cósmico que solo puede
eclosionar en las bajas temperaturas contra-natura del Azul profundo.
Escribir y re-escribir, como
contra-hechizo de la razón, como auto-cura y cuidado, pues estar lejos del
ritmo, es estar lejos de la vida. De allí que por más que sea doloroso, como
describen las madres que amamantan por primera vez a sus hijos, es necesario
aceptar que a veces estar en el abismo es la mayor prudencia de una vida, pues
en su vértigo todo se hace más nítidamente flujo de energía en propensión a una
alquimia del pensamiento como precipitación de la sensación. ¡Metamorfosis!
Pensar como vértigo y abismo y desde el vértigo y abismo. Experiencia que no
puede ser privilegio y que, por lo tanto, aquí se escribe y se hace
re-escritura de un compartir aun no escrito. Compartir, entretejido rítmico que
debe afirmarse más allá de cualquier categoría, siendo salvaje y aberrante,
balbuceando y gagueando la lengua de la oscuridad cosmogenética de los guaraní
o del Azul profundo, que aquí se cuela entre las palabras y donde el problema
se de-forma una y otra vez y sin mesura no le pertenece al arte, cine o
filosofía. Es indisciplina acogida y abrazada por la experiencia
diferenciadora, por los modos de experiencia que se destilan y deslizan en los
pasajes siempre por otros medios, donde lo único que importa es la
corporificación en metamorfosis de una aventura singular del pensamiento de
quien ya no es quien, pues dona su vida a la vida para cuidar y curar los
medios que se pliegan y repliegan para que el mundo no pare de re-escribirse
como poliritmicidad desmedida.
La partitura re-comienza. Da
capo.
El ritmo re-escribe, el abismo
des-escribe, el vértigo trans-escribe…
El Azul profundo insiste y el
metamorfismo a todos los escribe.
Y entonces recomenzamos y salta
una pregunta que no se calla. ¿Por qué aquí y ahora, cuando todo esto al
parecer tiene mucho más que ver con la universidad libre de Joseph Beuys y su
idea de escultura social o con el pensamiento que puede circular en una maloca
indígena? Pero ocurre que aún se cree en la posibilidad de un entre-mundos, se
cree que es posible contra-efectuar, contra-hechizar la Universidad. Después de
todo no para de resonar el escribir de Deleuze, el filósofo que aquí nos
convoca y reúne y que no paró de re-escribir la idea de multiplicidad. Idea que
quizás esté haciendo de nosotros aquí y ahora, una comunidad efímera como
antídoto, que claro es un pharmakon y que inevitablemente nació en la
Universidad. Pero es preferible el riesgo del abismo y su vértigo (y estar vivo
es un riesgo), a la tristeza que enferma los cuerpos y los hace impotentes
dentro de la Universidad, pues cada vez menos es un lugar donde algo nazca por
necesidad vital. Todos tienen derecho a hacer nascer su propio Azul profundo,
su propio atractor rítmico que haga de la vida un proceso de re-escritura
constante. Aquí y ahora, por necesidad vital que no debería ser un privilegio.
De allí, el llamado a insistir en la instauración de un compartir entre el
cuidar y curar para que el ritmo deje de ser abortado en nombre de la
funcionalidad y el poder. Aquí y ahora, pues aun insiste el fantasma de la
interioridad, del pertenecer y de la propiedad. Aquí y ahora, pues solo se está
en la medida en que no se para de salir y de afirmar que el ritmo si ha de
pertenecer a la Universidad, es a una de menos, es a una que está por venir. Se
escribe y se re-escribe y en el medio algo se va agrietando, nuestros cuerpos,
la Universidad y el ritmo de a pocos va inundando. Quien sabe, inundar esta
sala, estos cuerpos, hacerlos Azules como profunda potencia rítmica. Después de
todo, fue desde dentro de la música que John Cage encontró el silencio.
Entonces aquí y ahora, callar y hacer escucha y re-escribir en silencio y como
compartir vibrátil y energético esta intervención de menos en este congreso.
*
*
El congreso ya pasó y un silencio
se abrió entre lo ocurrido bajo dicha manifestación de la forma-academia y esta
escritura que ha pretendido actualizar lo ocurrido. Un remontaje de aquella
puesta en escena, de aquella puesta en situación que quizás ha afectado a quién
está leyendo este texto, pero que no deja de tener un aire de anécdota. No deja
de presentar una cierta distancia, pues la re-escritura que aquí avanza inventa
otros cuerpos. No se está en la arquitectura del pensamiento de la
conferencia/congreso/coloquio, por más que se quiera actualizar aquí el modo
como se ha aspirado a habitarla. Es necesario que el gesto de habitar como
intervención conserve sus gradientes de virtualidad y, por lo tanto, de vida
por venir. Es decir, la metamorfosis debe hacerse presente de nuevo como gesto
de pensar con cuidado (Puig de la Bellacasa, 2017), al resituar el pensamiento, al hacerlo de nuevo
local, de esta vez en la arquitectura de la hoja de papel como superficie
imaginal y especulativa. Como reclamo de un arte de la eficacia[12] de
siempre estar por el medio como condición de la contra-pedagogía radical que
aquí defendemos. En otras palabras, lo que se reinstala como problema es como
instaurar una vez más una comunidad efímera, ya no como co-presencia orgánica
de cuerpos, sino como meta-pliegue condicional de la existencia común y
desbordante del Azul profundo en la hoja de papel por sí misma y que quien sabe
puede contagiar otros cuerpos, abismos y vértigos.
Entrar de lleno en la escritura,
como re-escritura que perfora y performa la hoja de papel. O recordando a mi
antiguo profesor de danza Butoh, “no danzar en el lugar, danzar el lugar”. Y
que aquí implicara entrar en un aula de papel imaginal, como abertura
virtualizante de lo que ustedes han leído líneas arriba. Es decir, entrar en el
silencio del pensamiento que modula sus propias espacializaciones y
arquitecturas y por lo tanto los modos de habitar y ocupar las ocasiones que lo
hacen, constituyen y lo mantienen en proceso. El experimento no puede acabar y
dignificarlo pide un pliegue más para que la inscripción no se fije y el ritmo
del canto de los pájaros filosóficos encuentre otras condiciones acústicas y en
parte acusmáticas por donde pueda proliferar. Un riesgo constituyente y
envolvente que dispone la re-escritura continua en dirección a auras comunes,
en dirección a colectividades en las que lo singular de un compartir detona lo
personal a través de lo que aquí llamaremos escucha radical.
El experimento avanza entonces
como la detonación del Azul Profundo para que el deseo por lo otro pueda tomar
lugar y las fuerzas que aquí son convocadas sean atribuidas a nadie, como ese
quien y factor metamórfico que multiplica las poliritmicidades.
*
*
De repente no hubo un ocurrido
que aquí se retomó. De repente y sin escena original, pero sí en esa escena que
siempre es local y por segunda vez, no hay texto que pronunciar ante un
público. No hay linealidad de decir para luego escuchar y replicar bajo una
lógica causal. No hay resultado a comunicar. Hay proceso que pide continuar.
Hay materia prima, como arcilla; hay un texto que se dispone como ofrenda a ser
devorado para que un pensamiento como proceso pueda avanzar. De repente, lo que
parecía una conferencia que se ocupa y habita por tendencias a la
estabilización y cristalización de formas, se ha hecho una aula-usina
metaestable donde ni siquiera un mobiliario puede ser determinado pues se
aspira a todo, menos a predisponer la disposición de los cuerpos.
En esta aula-fábrica todo es
materia viva y activa, toda acción es una práctica de escucha radical. Sin
público, sin espectadores, pues quienes ocupan la escena son agencias
propositivas y composicionales.
Nadie se paró enfrente a leer. El
texto ya estaba en la espacialidad del pensamiento sin firma y en proceso de
des-autoría. Una mano lo toma, un punto de vista lo observa y una voz lee un
fragmento suyo. Y como susurro atrayente resuena una partícula en especial:
“Azul profundo”. Un ritornelo, una tonalidad afectiva que se da a percibir como
espacio vacante y atractor vacilante que cada cuerpo singular empieza a llenar,
a ocupar y habitar con el deseo que activa lo moviente del pensamiento que por
ellos pasa.
Entonces el texto pasa de mano en
mano, de perspectiva en perspectiva y de voz en voz, como nutrición anónima
para una comunidad devorante. Cada cuerpo que lo incorpora, que de él
momentáneamente toma pose, lo despelleja más y más. A cada pasaje reconocer,
como quien se conecta con una imagen primera, se hace imposible. Resuena una
partícula: “Azul profundo”, que cuanto más es masticada, más clara se hace su
función de enzima metamórfica catalizante, su función de conectadora entre
ritmos cualesquiera.
Se lee, pero leer es descascar
las palabras y el pensamiento como escucha radical, como extracción de
potencialidades en la variabilidad de las materialidades. Escucha como cristal
vitalista creador más que humano, impersonal. Escucha como diálogo inmanente
que nadie ha empezado pero que cuerpos anónimos hacen continuar transductiva y
transversalmente. Escucha como diagrama composicional de ecologías nómades, de
ecología de las mezclas.
No se lee el texto, se lee en sus
textualidades lo que el silencio que se inhala entre las palabras emana como
propensión creativa, más allá de lo ya dicho. Entonces se escuchan afectos,
bloques de afectos como ingredientes para un banquete.
Lejos de ser una conferencia, tal
vez una aula-usina, en todo caso un banquete como acontecimiento, como
emergencia de una atmosfera común y que entre delirios tiene algo de azulante.
Esa tonalidad que re-escribe y se re-escribe una y otra vez y que de esta vez
no ha negado su condición de fragmento, su condición intervalar. Un texto que
en el pasaje por cuerpos diversos se ha hecho “cuerpo sin órganos” de una
escritura impersonal, partes extra-partes de una modulación acontecimental.
Texto como intervalo, que galopa
al paso de un personaje rítmico que hemos llamado Azul profundo, que es mucho
menos un continente con un contenido y mucho más una provocación-proposición,
una ocasión para que la arquitectura del pensamiento siempre pueda ser otra.
Des-forma académica, pues el texto no es el fin a ser presentado, más sí el
medio de hacer presente el proceso. Y por ya estar en el medio, es que ya está
y es adyacente a la propia espacialidad del pensamiento. Es su partícula, su
enzima de proliferación de pliegues. Su hilo de metamorfosis (Orlandi, 2018). Texto
como origami polirítmico.
Re-escribir el texto como la
posibilidad de que siempre este abierto, de que siempre haya en él grietas que
lo hagan un intervalo, un espacio otro para el pensamiento. Grietas, caídas,
abismos, vértigos que lo desplacen, que lo hagan habitar y ocupar un lugar, una
arquitectura otra a la que se quiere imponer como imagen totalizante y anterior
y no como aquello que está por venir. Más vida, quizás una alter-universidad,
en todo caso avanzar sobre ruinas creadoras desobedientes ante la forma-academia
y en las que una pedagogía radical en acto se dice apre(he)nder de intervalos.
Intervalos escritos y
escribientes, re-escritos por restos de filosofo(s), de cineasta(s), de
curandero(s)-educador(es). Algo así como un cine por otros medios al ritmo de Yves
Klein. Texto-intervalo, montaje fragmentario azulante. Entonces recuerdo esa
memoria de futuro: Nos hemos arrastrado hasta aquí por ser potencia genética de
larvas que se nutren del azul de los cuadros de Klein y que en palabras se
desbordan, desencuadrando la percepción, delirando aprendizajes vitales al
morder y agujerar las hojas, al metamorfosearlas en bloques de sensación, en
afectos-intervalo de devoración.
La partitura re-comienza. Da
capo.
Los pájaros filosóficos
sobrevuelas. Las larvas hacen apnea en el azul…
International Klein Blue
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[1] Pensemos
por ejemplo en la idea de educación menor de Silvio Gallo. Cf. (Gallo, 2007)
[2] Sobre la
idea de alter-universidad como universidad autónoma, sin acreditar,
neurodiversa y libre. Véase el proyecto en curso 3Ei (3 Ecologies Institute) llevado a cabo por el SenseLab en
Montreal – Canadá. <http://senselab.ca/wp2/3-ecologies/3-ecologies-institute/>
[3] Apelamos
aquí a la idea de reescritura del filósofo y compositor brasileño Silvio
Ferraz. Cf. (Ferraz, 2008)
[4] Proyecto de
larga duración en el que exploro las ideas de cine especulativo y embriología
cinematográfica. Resultados parciales de este proyecto de
investigación-creación pueden ser encontrados en el libro Azul Profundo: memorias de futuro de un entre-vivir cinematográfico
de mi autoría. Cf. (Wiedemann, 2019)
[5] No
olvidemos que la escritura del poeta es, a su vez, una reescritura de la
naturaleza. Cf. (Barros, 2013)
[6] Pensamos
aquí en el ciclo de obras para piano Catalogue
d'oiseaux.
[7] Pensamos
aquí en la teoría de la individuación de Simondon. Cf. (Simondon, 2015)
[8] Azul
profundo, como plano de composición, como mutua inclusión entre el caos y el
cosmos que dan lugar al pensamiento. Sobre la relación entre caos, cosmos y
pensamiento ver: (Deleuze y
Guattari, 1997).
[9] Sobre la
idea de comunidades efímeras resuena aquí la idea de comunidades temporales,
elaborada por el pensador y líder indígena Ailton Krenak y que, de alguna
forma, contribuirían a constituir de modo situado un polifonismo cosmológico en
cada ocasión singular de pensamiento emergente y resultante de un proceso de
colectivización de los cuerpos, en los que las potencias de estos se
multiplicarían y las diferencias se harían irreductibles enriqueciendo los
medios, igualmente temporales y efímeros. Es decir, igualmente abiertos y en
devenir. Cf. (Krenak, 2019). Estas comunidades son parte
fundamental de la pedagogía radical que aquí defendemos y, a su vez, se dicen
condición de renovación de espacios y arquitecturas del pensamiento como la
sala de aula y la conferencia académica.
[10] Aquí nos
referimos a la serie de levantes populares ocurridos durante 2019, en espacial
en Chile y Ecuador.
[11] Sobre las
potencias del pensamiento guaraní y sus implicaciones pedagógicas y de
aprendizaje ver y escuchar las palabras de la filósofa y educadora guaraní
Cristine Takuá, sobre el concepto de Tekó
Porã: <https://youtu.be/5e0q2nh5C0U>
[12] Pienso
aquí en la importancia que le da Isabelle Stengers a la noción de eficacia y
que tan bien retoma Sztutman en su texto Reativar
a feitiçaria e outras receitas de resistência - pensando com Isabelle Stengers
(Sztutman, 2018).