Juan Manuel
Saharrea
Instituto
de Investigaciones Psicológicas
Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
Facultad de Psicología, Universidad Nacional
de Córdoba, Argentina.
https://orcid.org/0000-0003-4149-5428
juansaharrea@gmail.com
Claudio Marcelo
Viale
Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)
Universidad
Católica de Córdoba, Argentina.
https://orcid.org/0000-0002-3968-1646
cmviale@gmail.com
Recibido: 13/10/2020
Aceptado: 12/05/2021
DOI: https://doi.org/10.48162/rev.36.005
Resumen. En este artículo examinamos el “abordaje
inferencialista del aprendizaje” propuesto por la filósofa de la educación Jan
Derry, quien traslada al campo educativo el inferencialismo semántico del
filósofo neopragmatista Robert Brandom. Si bien hay elementos que posibilitan
esta aplicación, no hay en la literatura (hasta donde sabemos) trabajos que
examinen este proyecto. Señalamos dos limitaciones específicas y una general de
este enfoque. En cuanto a las limitaciones específicas, el abordaje
inferencialista, en primer lugar, ofrece un criterio de posesión de conceptos y
esto no es equiparable a un criterio de aprendizaje; en segundo lugar, la
indispensable dimensión práctico-política del aprendizaje está completamente
ausente en este enfoque. La limitación general, en tanto, se vincula a la
preeminencia del lenguaje por sobre la experiencia como rasgo central de
diversos neopragmatismos contemporáneos. Palabras
clave. Neopragmatismo,
Educación, Inferencialismo, Derry, Brandom. Abstract. In this article, we analyze the “inferentialist approach to
learning” proposed by the education philosopher, Jan Derry, who brings the
theory of semantic inferentialism developed by the neopragmatist philosopher
Robert Brandom into the educational field. Although there are elements that make this
application feasible, as far as we are concerned, there are no papers that study
this project. We highlight two specific limitations and one general limitation
to this approach. Regarding the specific limitations, the inferentialist
approach, first of all, offers a concept possession criterion and this is not
comparable to a learning criterion; secondly, the essential practical-political
dimension of learning is completely absent in this approach. The general
limitation, on the other hand, is related to the pre-eminence of language over
experience as a main feature of various contemporary neopragmatism. Keywords. Neopragmatism, Education, Inferentialism, Derry, Brandom. El marco de este trabajo se ubica en la intersección de dos importantes
tendencias de la filosofía contemporánea: por un lado, los estudios sobre la
recepción del pragmatismo clásico en la filosofía reciente; por el otro, la
filosofía de la educación de corte analítico, central en el Institute of
Education (IOE) del United College of London (UCL)[1]. Ambas tendencias convergen en el examen del
neopragmatismo. Éste usualmente se asocia a la recuperación de la tradición
filosófica basada principalmente en las obras de Charles S. Peirce (1839-1914),
William James (1842-1910) y John Dewey (1859-1952), recuperación en la que tuvo
un papel destacado Richard Rorty (1931-2007), a partir de dos libros muy
influyentes: Philosophy and the Mirror of Nature (1979) y,
fundamentalmente, en Consequences of Pragmatism (1982)[2]. La obra de Rorty fue fundamental para la gestación de otras formas de
neopragmatismo. Una vertiente destacable en este sentido es la denominada
“Escuela de Pittsburgh” (Maher, 2013). Esta se desarrolla las últimas décadas y
tiene como máximos exponentes las figuras de John McDowell (1942-) y Robert
Brandom (1950-)[3]. Ambos filósofos representan una variante de
neopragmatismo con un fuerte acento en el lenguaje. Con ello retoman la
herencia rortyana de interpretación dejando de lado “el culto a la experiencia”
(Jay, 2005) de la tradición clásica y adoptando el denominado giro lingüístico, entendido como “(…) el
punto de vista de que los problemas filosóficos pueden ser resueltos (o
disueltos) reformando el lenguaje o comprendiendo mejor el que usamos en el
presente” (Rorty 1998, p. 50). Tanto en las obras de McDowell como en las de
Brandom, se registra la importancia que tiene el análisis linguístico -una
epistemología normativa para el caso de McDowell[4]; una teoría semántica para el caso de Brandom-
para resolver preguntas filosóficas. Remitiéndonos al tema de nuestro trabajo, Rorty escribe textos
específicos sobre educación (Rorty 1982; 1990ª; 1990b; Rorty, R., &
Ghiraldelli, P., Jr. 2008) aunque no analiza la temática desde un punto de
vista sistemático. Los neopragmatistas de Pittsburgh no se ocupan de la
cuestión educativa de manera directa o indirecta. Examinar las razones de esta
falta de interés excede nuestro artículo. Sin embargo, la obra de ambos ha
constituido el eje central de propuestas teóricas por parte de filósofos de la
educación contemporáneos. Al analizar los resultados de esta vinculación, surge
la pregunta acerca de la viabilidad de este enfoque. En el caso de McDowell,
David Bakhurst ha sido quien tomó su “naturalismo de segunda naturaleza”
(McDowell, 1994) como un esquema viable para desarrollar una teoría acerca del
ingreso de los niños al lenguaje. Su libro se llama The Formation of Reason (2011) en alusión a este propósito. La
reflexión de Bakhurst, intenta cruzar ciertos esquemas de la psicología del
desarrollo ─en
particular de enfoques socio-culturales─ con
nociones de este pensador de Pittsburgh y sus antecedentes e influencias
(principalmente Wittgenstein, Sellars, y Davidson). Siguiendo la estrategia de
Bakhurst no hay mayores cuestiones filosóficas que pongan en jaque la
viabilidad de su propuesta. En última instancia, se trata de una reflexión
conceptual que se vale de un uso más o menos justificado, conforme a ciertos
criterios exegéticos a debatir. El caso de Brandom, en cambio, es diferente. La filósofa londinense Jan
Derry ha tomado su obra no solo para reflexionar acerca de una idea de lenguaje
o educación (Derry 2007; 2013; 2017; 2018). Derry considera que sobre la base
de la teoría del lenguaje de Brandom es posible ofrecer “un abordaje
inferencialista del aprendizaje” (Derry 2017, p. 113). La operación de esta
filósofa, a diferencia de la de Bakhurst, suscita una pregunta que trasciende
cuestiones exegéticas: ¿puede una teoría del lenguaje como la de Brandom ─que reivindica el uso de razones como criterio
de posesión de conceptos─ fundamentar una teoría del aprendizaje? ¿Y si puede, en qué medida? Ambas preguntas, entendemos, cuestionan la viabilidad de la
aplicación. Nuestro propósito en este trabajo es brindar una respuesta a tales
interrogantes, por medio de una reconstrucción de las tesis principales de
Brandom y un ulterior examen crítico de los alcances de la aplicación que hace
Derry de tales tesis en el aprendizaje. Nos proponemos, entonces, reconstruir el abordaje inferencialista
del aprendizaje y valorar en qué medida logra contribuir a un enfoque sobre el
aprendizaje formal. Si bien, a simple vista, hay elementos que posibilitan su
aplicación, no hay en la literatura trabajos que analicen (hasta donde sabemos)
los alcances del proyecto. En este marco intentamos mostrar que, en el estado
actual, este enfoque contribuye a un área menor de los estudios sobre
aprendizaje formal. A su vez consideramos que al no tematizar el vínculo entre
el aprendizaje y aspectos prácticos-políticos, esto acota considerablemente los
alcances de su concepción. A la par señalamos que estas limitaciones
específicas están vinculadas a una limitación general: la centralidad que se le
otorga al lenguaje, centralidad ligada al legado rortyano. Para llevar a cabo esta tarea exponemos el inferencialismo semántico de
Brandom (segunda parte); enumeramos las razones que Jerry encuentra para
proponer la teoría de Brandom como un abordaje sobre el aprendizaje (tercera
parte); señalamos dos limitaciones del criterio de aprendizaje ofrecido por
Derry: 1) supone que un criterio de comprensión equivale a una idea de
aprendizaje; 2) el aprendizaje involucra una dimensión práctico-política
ausente en este enfoque (cuarta parte); en las conclusiones señalamos que el
legado neopragmatista de Rorty condiciona la aplicabilidad del inferencialismo
al campo educativo y, ofrecemos un contraste con el pragmatismo clásico para
ofrecer una alternativa en línea con un abordaje pragmatista de la educación
para nuestro tiempo. En Making It Explicit (1994)[5] Brandom desarrolla un enfoque que él mantiene
prácticamente sin modificaciones hasta el presente. El núcleo central en dicha
obra es el inferencialismo semántico (precisamente su libro posterior se
subtitula An Introduction to
Inferentialism (2000)[6]. De acuerdo al inferencialismo semántico el
significado de las palabras puede explicarse en términos de su uso en
“prácticas sociales” (Brandom, 1994, cap. 1). La clave de este inferencialismo
es que los conceptos ─su
contenido─ deberían ser entendidos en términos de sus conexiones inferenciales. Por
ejemplo, el significado de ‘triángulo’ depende, en buena medida, del hecho de que uno puede derivar a partir
de ‘p es un triángulo’,
cosas como ‘p tiene tres lados’ o
‘los ángulos interiores de p suman
180 grados’; o bien cosas como ‘p no
es un círculo’ o ‘p no tiene cuatro
lados’. Así las inferencias que uno puede o no puede hacer en función de una
afirmación determinada, definen lo que dicha afirmación significa. Aprender nuevas inferencias que pueden hacerse en
función de ‘p es un triángulo’ es
aprender más acerca del significado del concepto triángulo[7]. Este ejemplo permite derivar supuestos fundamentales del enfoque de
Brandom. En primer lugar, este inferencialismo implica el “holismo semántico”
(2000, pp. 15-16). Es decir que el significado de un concepto se relaciona,
mediante inferencias, con el de otros conceptos. Por caso, el significado de
‘triángulo’ se relaciona necesariamente con el de ‘ángulo’ y ‘lado’, al punto
de que no es posible dominar aspectos esenciales del concepto de ‘triángulo’
sin conocer el significado de estos otros conceptos. A este respecto, Brandom
afirma “uno no puede tener un concepto a menos que tenga varios” (2000, p. 15).
Esto no quiere decir que se aprenda el uso de un concepto de una vez y para
siempre. Contrariamente, el inferencialismo plantea que adquirimos gradualmente la comprensión de un
concepto, en la medida en que ampliamos las conexiones inferenciales en las que
dicho concepto está involucrado. Lo que el inferencialismo plantea es que en el
empleo de ciertas conexiones inferenciales se comprueba la posesión o no de un
concepto por parte de un agente. En segundo lugar, dado que las inferencias crean las conexiones
racionales entre conceptos, se sigue que el inferencialismo acentúa el papel
del razonamiento en la comprensión de un lenguaje. Conocer un concepto, desde
esta perspectiva, es ser capaz de razonar en base a él. Este aspecto pone a
Brandom en posición de justificar cómo es que los seres humanos llegan a
articular esta práctica de razonar en la vida cotidiana. Los conceptos de
‘norma’ y ‘práctica social’ son esenciales para valorar su respuesta sobre este
punto. Brandom considera, así, que el registro de lo social se expresa en
normas que hacen posible garantizar un correcto razonamiento. Este es el tercer punto fundamental relacionado a su inferencialismo.
Para comprender la idea de razonamiento, Brandom describe la práctica de
razonar en términos de un proceso de valoración entre individuos de carácter
social. El rol que las normas juegan en esta fase es decisivo. El
inferencialismo semántico, en tal sentido, se complementa con una “pragmática
normativa” (Brandom, 1994, cap 3). Es decir, el inferencialismo, tal como se
plantea, no tendría sentido si no está garantizado a partir de prácticas
sociales en torno del uso correcto de los conceptos. Son ellas las que
instituyen las normas lingüísticas que permiten a los hablantes decir y hacer
cosas correcta o incorrectamente. Para respaldar esta idea Brandom se basa en la concepción de
normatividad de Philosophical Investigations
(1953) de Wittgenstein. Al discutir la cuestión en torno de cómo es posible
seguir una regla, Wittgenstein en ese libro señala que seguir una regla se
trata, antes que nada, de una práctica que, como tal, no puede seguirse
“privadamente” (Wittgenstein, § 202). De acuerdo a Brandom una enseñanza que
puede extraerse de aquí es que las normas están garantizadas por las prácticas
sociales. El juego de lenguaje central en la vida de los seres lingüísticos,
esto es ─en expresión de Wilfrid Sellars─ el juego el de “dar y pedir razones” es
posible gracias a normas que están “implícitas” en las prácticas (Brandom 2000,
p. 81). La corrección de lo que decimos depende, entonces, de las reacciones que
la comunidad -i.e. el resto de los hablantes- tenga, así como de nuestras
reacciones a dichas reacciones. Esta imagen dialógica de una comunidad hace que
podamos concebir a ésta como un juego (un campo normativo) y a nosotros mismos
como “contadores de tantos” (scorekeepers)
-en la célebre expresión de Brandom- de las jugadas que hacen el resto de los
miembros de la comunidad de la cual formamos parte. Las jugadas -en línea con
el racionalismo planteado por el filósofo- son los compromisos que cada agente
expresa mediante sus acciones y de las cuales puede derivarse su grado de
competencia en el uso de los conceptos. Cuando alguien afirma algo en este contexto, esto se toma como la
expresión de un compromiso. Decir ‘p es un triángulo’ me compromete
normativamente con el pensamiento de que p es un triángulo. Pero a la par de la
asunción de este compromiso, el resto de la comunidad debe cerciorarse si yo
estoy habilitado -en un segundo sentido- a sostener esta afirmación. Para eso
debe controlarse si yo hago las inferencias correctas. Puede que yo crea, por
caso, que un triángulo tiene cuatro lados, lo cual me inhabilitaría por
completo al empleo de ese concepto. O puede que suceda lo mismo si manifiesto que la suma de sus ángulos no
da más de 90 grados. Obviamente que esto no quiere decir que cada vez que
alguien se percate del mal empleo de un concepto deba censurar o señalar a
quien lo haga; podría resultar que yo no corrija en un contexto determinado a
alguien que cometa semejantes equívocos. Sin embargo, Brandom está apuntando a
que la pertenencia a una comunidad se decide en el grado de competencia que
cada cual tenga en el uso de conceptos. En esta medida, un modo indispensable
de relacionarnos es tratar de comprender qué es lo que el otro piensa. Esta
interacción es posible gracias a una estructura de prácticas sociales que hace
posible que cuando alguien afirme algo esté sometido a corrección. En sus
términos: Las prácticas sociales son prácticas lingüísticas si los
interlocutores adoptan recíprocamente una postura de control de puntuación
discursivo. Adoptar esta postura es tomar o tratar (implícitamente o en la
práctica) a los otros como productores o usuarios de actos de habla dotados de
contenidos proposicionales. Estos actos cuentan como dotados de contenidos
proposicionales debido a su relación con una clase central de actos de habla
que tienen significación pragmática de afirmaciones o aserciones (énfasis
original) (Brandom, 2005, pp. 880-881). Conforme a Brandom, el razonamiento se concibe en un contexto social. La
razón es esencial para participar en el juego de dar y pedir razones, y las
prácticas sociales de los seres humanos deben ser evaluadas, de acuerdo con el
inferencialismo; es decir desde la perspectiva de su racionalidad. Otro aspecto
que es básico en el enfoque de Brandom es su carácter atributivo. La presencia
de un interlocutor en el juego de dar y pedir razones asegura que el hablante
individual encuentre fricción: sus expresiones no pueden explicarse como una
actividad constructiva puramente libre, sino que se actualizan a la luz de cómo
las reciben interlocutores posibles y efectivos. Dichos interlocutores le
atribuyen habilitación o no en el dominio de conceptos en el contexto del
“conteo de tantos” (scorekeeping). De esta manera la actividad del
individuo no puede explicarse fuera del contexto de participación con otros. En líneas generales esta es la concepción del significado de Brandom quien
ofrece, desde este marco, un criterio de comprensión o de posesión de
conceptos. Su modo de analizar la posesión de conceptos permite elaborar
criterios de evaluación estrictos -el dominio de inferencias- cuando se trata
de saber si alguien posee el significado de cierta noción técnica. El primer texto que Derry dedica a Brandom (Derry, 2007) cuestiona la
tendencia de “educadores contemporáneos” de oponer críticamente ─ “bajo la
rúbrica de una racionalidad
abstracta” ─ el conocimiento “situado”, “contextual” y
“práctico” al uso de las razones (id, p. 49). A través de señalar filiaciones
conceptuales entre las obras de Brandom y Lev Vygotsky ─colocando como punto de encuentro la herencia
hegeliana de ambos en cuanto a defender la naturaleza social del pensamiento─ Derry argumenta que si bien la crítica sobre una racionalidad abstracta no es
infundada, esto no equivale a descartar la racionalidad sin más. En sus términos: “La idea de una razón abstracta y decontextualizada basada en
principios universales se contrapone a la contigencia del contexto” (ib, p.
50). En oposición a esta idea, Derry defiende una concepción de racionalidad
sensible al contexto fundamentada, precisamente, en la psicología educativa de
Vygotsky y en el inferencialismo de Brandom: La atracción de Brandom por Hegel es precisamente la misma que la de
Vygotsky, en cuanto a la importancia que él (Hegel) le da a la naturaleza
social del pensamiento. (Mi conclusión) es que los lineamientos filosóficos de
la obra de Vygostsky proveen una idea radicalmente diferente de racionalidad y
de la epistemología que aquella caracterizada como una racionalidad abstracta,
y que la importancia [podría ser “la relevancia” también] de esto ha sido
ampliamente negada para los estudios en educación (ibidem) (traducción propia). Esta comparación entre Brandom y Vygotsky se reafirma y profundiza en el
único libro publicado de Derry: Vigotsky. Philosophy and education (2013).
Este entrecruzamiento, fructífero y respaldado, ha cedido paso los últimos años
a una propuesta diferente inscripta en el ámbito de la teoría educativa. En sus
últimos artículos, dejando en un segundo plano a Vygotsky, la filósofa busca
aplicar el inferencialismo semántico de Brandom no solo para valorar ciertas
tendencias educativas ─tal como
lo venía haciendo─, sino para promover una teoría del aprendizaje alternativa. La filósofa denomina a esta tentativa “abordaje inferencialista del aprendizaje” (Derry, 2017, p. 113). Los principales elementos que Derry rescata o toma del enfoque
brandomiano pueden reducirse a tres. En primer lugar, como idea rectora está
sin dudas el hecho de que Brandom ofrezca, a través de su inferencialismo, un
criterio general de posesión de conceptos. Atendiendo a esto, la idea de
asociar la posesión de conceptos al dominio de inferencias posibilita cierta dinámica
en la comprensión. Es decir, es posible explicar desde una matriz
inferencialista que el significado de un concepto cambie y a la par los agentes
se ajusten a esos cambios en el juego de dar y pedir razones. La idea de un movimiento del pensamiento ─afirma Derry─ en articulación con el significado es central
para el inferencialismo, dado que muestra que el significado de un concepto,
antes que estar fijado, se amplía a partir de las conexiones inferenciales que
lo constituyen. En la medida en que estas conexiones cambian, también se
modifican los significados de los conceptos. Aunque esto parezca restringirse a
las preocupaciones históricas y filosóficas acerca de cómo el conocimiento
mismo se desarrolla a través de la articulación inferencial (Rouse, 2011) estas
ideas pueden extenderse al dominio pedagógico y educativo (cf. Bransen, 2002).
(Derry, 2017, p. 404) En segundo lugar, y siguiendo quizá la tendencia pragmatista de romper
dicotomías, Derry considera que el vínculo entre significado y conocimiento del
inferencialismo rompe con la dicotomía entre el “instruccionismo” y el
“constructivismo” en educación (id; Derry, 2018). El instruccionismo reduce la
enseñanza a “un envío de contenido cognoscitivo”, haciendo hincapié en
elementos de razonamiento abstracto y dejando de lado el carácter situado de la
educación. El construccionismo, por su parte “con su sensibilidad hacia las
cuestiones pedagógicas, dio rienda suelta a importantes formas de ser, de
afectividad y de deseo de crear” (Derry, 2017, p. 103). Sin embargo, el
“movimiento en años recientes hacia cuestiones pedagógicas” ha conducido “a
negar (neglect) el conocimiento” (ibidem). Derry cree que la dinámica
que posibilita el inferencialismo al momento de atribuir posesión de conceptos
permite valorar aspectos singulares (i.e. no todas personas comprenden lo
mismo) sin desatender el factor epistemológico -por así llamarle- constitutivo
de la enseñanza (i.e. hay un contenido epistemológico transmitido por el o la
docente). Este último factor se pierde de vista desde el constructivismo. El tercer elemento que adoptado del enfoque brandomiano es el aspecto
crítico hacia el concepto de representación. Aunque Brandom no es un
anti-representacionalista sí considera que en el orden de explicación sobre la
comprensión el uso de los conceptos ─mediante
inferencias─ es el
que define la representación y no
es que, contrariamente, haya una representación primitiva que luego explique o garantice funciones cognitivas más
complejas tales como el uso de inferencias linguísticas. Más allá de las
sutilezas de esta inversión semántica de Brandom, Derry la traslada como marco
explicativo de lo usualmente se hace en “las aulas contemporáneas” (id. p.
104). Según la filósofa hay un representacionalismo casi de sentido común que
define el proceso educativo: Cuando pensamos en un proceso educativo tal como es llevado adelante en
las aulas contemporáneas, podríamos caracterizarlo de la siguiente manera: un
docente intentará expresar el significado atendiendo a la relación entre
representaciones y lo que ellas representan. Los docentes son conscientes de
que se enfrentan a un grupo de aprendices, cada cuál entendiendo de manera
diferente las representaciones que tienen delante y en consecuencia intentarán
proporcionar una aclaración adicional y una explicación para ampliar lo que
está por detrás del pensamiento inicial sobre lo que está representado (id. p. 409) Conforme a esta estimación ─que quizá se ajuste a un nivel escolar inicial (Derry no
aclara este punto) ─ el
proceso de adquisición de
conceptos en la enseñanza se
restringe considerablemente: La idea de que los seres humanos construyen el significado a partir de
datos duros (a partir de lo Dado ─según
sostuvo Sellars─) forma
todavía el trasfondo de gran
parte del pensamiento educativo, y se presta insuficiente atención a la interrelación entre conocimiento y aprendizaje (Noorloos et
al., 2017). Como resultado, la lección que aprendemos de Brandom está ausente, a saber, que lo inferencial
debería privilegiarse sobre lo representacional cuando estamos considerando el
proceso mediante el cual los alumnos adquieren tanto el significado como el
conocimiento (Bakker & Derry, 2011; Derry, 2013) (ibidem) La focalización de la enseñanza en un esquema representacionalista, muy
afín a la idea de que cada alumno debe apropiarse de ciertos saberes, sería
deudora de cierta imagen del conocimiento. Un conocimiento evidente que parte
de la evidencia incondicionada de los sentidos. Este modelo
representacionalista de la enseñanza, en el desarrollo de Derry, sería objeto
de una poderosa objeción de parte de la filosofía contemporánea: el Mito de lo
Dado (Sellars, 1963). Según el Mito de lo dado hay algo Dado extra-conceptual
que se coloca como fundamento de nuestros juicios (los cuales tienen carácter
conceptual). Debido a que, por otra parte, la fundamentación debe vincular
elementos conceptuales, la disparidad entre lo Dado conceptual y los juicios
conceptuales, quedaría inexplicada. Si aceptamos la imagen de Derry sobre el
proceso educativo parece que en muchas aulas los docentes dan por sentado el
Mito de lo Dado a la hora de enseñar. La imposibilidad de salir de este esquema haría que los docentes no
puedan priorizar el papel de la inferencia en el proceso de
enseñanza-aprendizaje. Un esquema inferencialista del aprendizaje, en cambio,
priorizaría el diálogo antes que las imágenes. La capacidad de los niños de
explicitar qué es lo que ven antes que esperar sus reacciones o celebrar,
quizá, que cada alumno tiene su propia opinión al respecto. A la par de esta
imposibilidad están otras relacionadas a lo que suele denominarse “la cuestión
de la demarcación” en Brandom (Faerna, 2014): qué separa los seres lingüísticos
de los no-lingüísticos. Según Brandom, el criterio de demarcación es el uso de
razones e inferencias. Siguiendo esta pauta, la tendencia representacionalista
en su obsesión con las imágenes o con la apropiación singular del conocimiento,
deja de lado la importante característica del lenguaje humano consistente en
“la responsabilidad ante razones” (Derry, 2017, p. 103). Derry respalda este
punto en una habitual tendencia a sobrevalorar en educación estudios acerca de
las capacidades cognitivas de animales no-lingüísticos como plataforma para
pensar prácticas educacionales (Derry, 2017, p. 118). La responsabilidad ante razones, por su parte, permite atribuir
compromisos al mismo tiempo que asumirlos. Permite participar, dicho de otro
modo, de un entorno racional constituido por reglas básicas que posibilitan
saber qué es lo que los demás piensan y permiten o habilitan a para poner a
prueba las credenciales del propio pensamiento. Si bien Derry advierte que no
pretende aplicar, sin más, la teoría de Brandom hay varios elementos para
considerar en su proyecto. En la sección siguiente puntualizamos algunas
críticas relacionados a la propuesta de Derry una vez que ha sido expuesta. Indudablemente, la imbricación brandomiana entre inferencialismo y
pragmática normativa predispone el abordaje inferencialista del aprendizaje. La
lectura acerca del uso de razones, en el marco de prácticas sociales, conduce a
pensar en el valor de este enfoque para examinar los usos del lenguaje en
ámbitos públicos; y no por cierto de cualquier ámbito público sino uno en donde
predominen ciertas normas epistémicas. En términos generales, la educación como
ámbito de producción y transmisión de conocimiento se ajusta a este marco. De
modo que la vinculación entre la teoría brandomiana y el fenómeno del
aprendizaje formal no es forzada. En segundo término, es cierto que la idea de racionalidad está cargada
de ciertos reparos desde una perspectiva que prioriza la contextualidad, la
situacionalidad y el carácter práctico del conocimiento (tal como lo hacen
ciertas tendencias actuales en teorías del aprendizaje señaladas por Derry como
responsables de dejar de lado la idea de racionalidad). Tales tendencias tienen
sus versiones en el medio local en donde se tiende a reivindicar ─con mayores elementos─ la necesidad de pensar la apropiación subjetiva de los contenidos (Baquero, 2017).
Es cierto, además, que
en oposición a ellas, Brandom
habilita a defender una concepción de racionalidad diversa de fuerte impronta
social. Sin embargo, en la transposición es importante no confundir lo
siguiente: no es lo mismo decir que la racionalidad tenga una naturaleza social
a decir que ésta sea situada o contextualizada. Es posible reconocer que la
racionalidad emerge o se sostiene en un marco comunitario sin considerar que
los contextos definan los tipos o las credenciales relacionadas al conocimiento.
De manera complementaria puede agregarse que el carácter práctico del
conocimiento no parece tener mayor lugar en el esquema de Derry. Y si bien es
posible conceder que no toda racionalidad es abstracta, de igual modo cabe
reconocer que no todo conocimiento es reducible a la aplicación o articulación
de inferencias (al menos con la conciencia explícita de las normas). La teoría
de Brandom si bien rechaza un tipo de intelectualismo ─ya que reconoce que hay reglas implícitas en prácticas─ pone un
valor epistémico positivo en la
explicitación de tales normas. En tercer lugar, el enfoque de Brandom asocia lo social al uso de
inferencias. Las inferencias, en cuanto tales, son un tipo de herramienta que
supone cierto grado de generalidad. Una generalidad atada a la complejidad en
la medida en que no sería ilógico pensar que el dominio de razones que supone
el scorekeeping requiere de cierta formación o de madurez intelectual. Aquí emerge un punto, en cuarto término, importante para juzgar la
aplicación de Derry. Brandom, si bien ofrece un criterio de comprensión en
cuanto a la posesión de conceptos, no parece atender directa o indirectamente a
una concepción de desarrollo cognitivo. Hay una gradualidad que Brandom
considera en el empleo de conceptos, pero esa gradualidad da por hecho o parte
de una comprensión básica. En relación a esto es interesante mencionar el recaudo que Bakhurst
expresa sobre este punto que se presenta, asimismo, en McDowell. Al igual que
Brandom, el autor de Mind and World teoriza en torno al espacio de las
razones. Bakhurst en su aplicación de McDowell a la educación advierte que el
hecho de reivindicar el uso de razones a lo sumo brinda una descripción de la
naturaleza social del lenguaje, pero no explica el desarrollo educativo en alguna
medida (Bakhurst, 2011). De allí que intente complementar a McDowell con
enfoques socio-educativos. Derry advierte el profundo vínculo entre la
pragmática normativa de Brandom y la mediación social para el pensamiento que
defiende Vygotsky; sin embargo, nada de la filiación conceptual entre ambos
autores conduce a postular una génesis del aprendizaje en términos
inferencialistas. Como mínimo es un problema delimitar la capacidad de hacer
inferencias según cierta idea de desarrollo que es necesario considerar. Si
bien cabe pensar que el inferencialismo da cuenta de un aspecto del
aprendizaje, está lejos de configurar una idea rectora del contexto de
enseñanza-aprendizaje. Marabini y Moretti (2013), apelando a Derry, plantean una elaboración
didáctica posible del inferencialismo. En tal sentido, no sitúan a éste como
como criterio de aprendizaje tal como Derry pretende sino como algo diferente:
como un criterio de evaluación de aprendizaje. En la investigación de
estos autores el aprendizaje se reduce a un tipo particular: los tests de
múltiple opción. Es decir, abordan un aprendizaje mediado por ciertas
respuestas el cual apunta a detectar el dominio de uno o más conceptos. Como
sabemos, el test de múltiple opción depende de un contexto curricular. Pensado
para operaciones matemáticas su función es menos polémica, por ejemplo, que
pensado para evaluar la lectura de una obra literaria. Marabini y Moretti, al igual que Derry, dan por supuesto que el fin de
la educación es la comprensión en el sentido brandomiano: el uso de ciertos
conceptos en el marco de una comunidad que regula las normas de aplicación. Sin
embargo, aquí es necesario diferenciar entre un criterio de comprensión y un
criterio de aprendizaje. Un criterio de comprensión puede depender de cierta
instrumentalidad (independientemente de los contenidos, por caso, comprender es
poder hacer tales o cuales inferencias). La concepción de aprendizaje, en
cambio, se enfrenta a un abanico más amplio de prácticas que el de un sujeto ya
constituido que maneja la capacidad de reconocer y articular inferencias
materiales. Sin un criterio de aprendizaje que trascienda las prácticas discursivas
un docente se queda con una herramienta evaluativa muy restringida. En ese
sentido, la imagen que Derry tiene del proceso educativo en las aulas es, en
cierto punto, acotada. Por último, otro riesgo de la instrumentalización del aprendizaje formal
se relaciona a la cuestión práctico-política. Sin una delimitación
práctico-política (en el sentido de ciertos fines que ha de plantear un estado
democrático) el aprendizaje queda restringido a una función vacía que puede
servir a cualquier fin. Y si el aprendizaje no cuenta con una orientación
práctica se desdibuja el contexto institucional que lo hace posible: la
educación pública y las políticas educativas. Tal distanciamiento práctico del
aprendizaje en términos políticos tiene un riesgo en las tentativas crecientes
de reducir toda educación a “una educación para la renta” (Nussbaum, 2010).
Desde la Teoría Crítica, Axel Honneth advierte, de igual modo que una teoría
educativa desprendida de la teoría política desconoce la ligazón histórica de
ambas disciplinas. Desde finales del siglo XIX ambas perspectivas unieron
fuerzas para garantizar la democracia y la consolidación de los Estado-Nación[8]. En breve: hay ciertos aspectos que deberían profundizarse en la
tentativa inferencialista del aprendizaje atendiendo a su viabilidad. Entre
ellos, ajustar el vínculo entre el carácter social del conocimiento y su
carácter situado y práctico. Por otra parte, el criterio de comprensión de
Brandom per se no basta a los fines
de la teoría. Debería complementarse con un enfoque que permita hablar de una
génesis de dicha comprensión ─en línea con el intento de Bakhurst en su libro
sobre McDowell. Asimismo, es necesario vincular el inferencialismo a un fin
ético-político al cual se ajuste. Aunque el acento en la racionalidad es propio
de una sociedad democrática que se vale del diálogo en la esfera pública, el
inferencialismo podría quedar reducido a una mera regla de evaluación de todo
tipo de contenido. De hecho, sucede esto en la pesquisa de Marabini y Moretti
basándose en los trabajos seminales de Derry. El abordaje inferencialista del aprendizaje, en su estado actual, asume
que el criterio de posesión o comprensión de conceptos puede articular una idea
de aprendizaje. Esta paridad es cuestionable ya que, sin mayores precisiones,
reduce el aprendizaje a prácticas discursivas de complejidad incompatible con
los saberes múltiples que están presentes desde los niveles iniciales de
escolarización. Esta objeción impacta en el tratamiento que Derry hace acerca
de la naturaleza social del conocimiento. Esta defensa, en el marco del
inferencialismo semántico, no equivale per se a una defensa del carácter
situado o práctico del conocimiento. Por otra parte, la falta de consideración de fines educativos también
limita el alcance del abordaje inferencialista. El riesgo de instrumentalizar
un criterio de comprensión es que se puede deslegitimar el papel de las
instituciones que garantizan la educación y el vínculo entre teoría educativa y
teoría política. ¿Para qué se educa? O más generalmente ¿Cuál el sentido de la
educación? No son preguntas consideradas por Derry. Claramente la filósofa
concentra sus reflexiones en cómo educar (cómo evitar, por ejemplo, el
instruccionismo o el constructivismo en educación). Sin embargo, nos parece
válido cuestionar que la pregunta respecto de cómo educar no tenga previsto una
respuesta respecto del fin de la educación o de tales o cuales aprendizajes.
Relacionamos, asimismo, ambas limitaciones a un condicionamiento de índole
general, a saber: el tratamiento sobre el lenguaje que el neopragmatismo hereda
de Rorty, y puntualmente la falta de articulación entre análisis semántico y
análisis político, o dicho de otro modo, entre modos de pensar y fines
educativos. En relación a esto último, nos resulta fructífero reconstruir brevemente
las críticas que Rorty lanza contra una tesis crucial en la filosofía de la
educación de Dewey, a saber: la educación debe promover el “pensamiento
crítico”[9]. Dado que Rorty tiene su propia concepción de
la educación al modo de una “educación sentimental” que promueve la lectura
literaria como base para forjar un vocabulario común, es importante distinguir
tres miradas sobre la educación dentro de nuestro análisis y precisar nuestra
reconstrucción. El abordaje inferencialista, primero, pone de relieve las implicancias
limitadas de una concepción educativa que asume la centralidad del lenguaje y
que a lo sumo ofrece un criterio de evaluación instrumental sobre cierto
aprendizaje (esta concepción neopragmatista tiene sus raíces en la filosofía de
Rorty). Por otra parte, está la concepción propiamente rortyana de la educación
que deposita sus mayores esperanzas en una educación lectora y culta a los
fines de garantizar que las personas cuenten con un vocabulario común para
mantener acuerdos y que confía en que dicha educación promoverá la
democracia. Stefano Olivero (2020) recientemente examina si
es posible que una educación literaria como la ofrecida por Rorty baste para
garantizar un ethos democrático.
Oliverio defiende que es necesario sumar algunos compromisos a esta educación
sentimental a tal fin. En línea con esto, nosotros señalaremos que la defensa
del pensamiento crítico por parte de Dewey puede dar cuenta de las limitaciones
de una educación sentimental en este sentido amplio. Precisamente el pragmatismo involucra una tercera concepción de la
educación que cronológicamente es la primera: la concepción deweyana. Esta
concepción no se concentra en el lenguaje (como el abordaje inferencialista) y,
por esa razón, juzga insuficiente una educación que pone tanto énfasis en la
cultura literaria (como la educación sentimental rortyana). Dewey concibe al
aprendizaje como una actividad abarcativa que incluye tareas técnicas,
razonamientos abstractos y labores creativas. Considera, asimismo, que hay una
forma de pensamiento ─ “pensamiento crítico” ─ que engloba todas estas tareas. Defiende que
la educación debe promover un tipo de pensamiento que es precisamente éste. En
el análisis deweyano hay una forma de pensar o razonar que la educación debe
promover. Este ‘debe’ hace alusión a una conveniencia epistémica. Sin embargo,
no está disociado de una significación política debido a la articulación entre
democracia y educación que fomenta Dewey. Esta imbricación entre cierto marco epistémico de la enseñanza y la
teoría política en Dewey nos parece que es visto con suspicacia por Rorty. En
la recuperación selectiva que Rorty realiza del filósofo de Vermont hay
elementos que son, al menos, relativizados. Entre ellos se haya decididamente
esta concepción de pensamiento crítico y su vínculo con la idea de aprendizaje.
En el tamiz de Rorty los aspectos no rescatables a menudo se remiten a cierta
visión clásica de la filosofía que, según su apreciación, Dewey
desafortunadamente sostiene (aún reconociendo su originalidad en otros
aspectos). Precisamente esto ocurre, en opinión de Rorty, con la defensa del
pensamiento crítico en educación. Dos de los núcleos conceptuales básicos de la concepción de educación de
Dewey giran alrededor del vínculo que establece entre aprendizaje y educación
para la democracia, por un lado, y el vínculo que establece entre educación y
ciencia (‘investigación científica’ y ‘método de la inteligencia’ son otras dos
denominaciones que utiliza), por el otro. La argumentación sobre ambos vínculos
aparece en distintos períodos de la obra de Dewey y con distintos propósitos. Democracy and Education (1916), en tanto
que es su obra más destacada en esta temática, es una de las referencias
ineludibles. Existe otro texto de Dewey, sin embargo, que es vital para
analizar estos dos vínculos: How we Think
(1910, segunda edición 1932). El mismo Rorty escribe la introducción a la
segunda edición del libro para The Works
of John Dewey, la edición de las obras del filósofo de Vermont. En esta
introducción Rorty cuestiona la eficacia de “basar un juicio sobre los fines de
la educación ─acerca
de los tipos de carácter que
deseamos que la escuela desarrolle─ en una
investigación acerca de la naturaleza del pensamiento” (xv). La insistencia de Dewey en promover un tipo de pensamiento crítico en How
We Think está relacionado con una actitud científica que se comprende como
una evolución desde cierta forma de razonamiento ordinario. Un razonamiento que
se hace comprensible cuando se piensa un agente experimentando un entorno y
estableciendo relaciones diversas con él y tratando de resolver problemas. Este
proyecto de exponer dicho pensamiento crítico le parece a Rorty que adolece de
una ambigüedad en el objeto de estudio. En el análisis de Dewey no se sabe,
según Rorty, si aborda “un procedimiento bien definido ─un método en el sentido de un conjunto de direccionamientos para qué hacer, como una receta ─ (o) una mera recomendación a ser de mente
abierta, no dogmático, crítico y experimental” (xiiii).[10] Dicha ambigüedad en alguna medida envicia las
bondades de un análisis que quedaría presa de una tensión irresoluble. En la
mira de Rorty, o bien se realiza un análisis descriptivo, de raigambre
psicológico-educativa, o bien se promueve un ‘vocabulario’ específico y por lo
tanto se hace una especie de activismo político. Esta oscilación tiene muchas explicaciones, una vez aceptada la
caracterización de Rorty, atendiendo a la propia biografía del filósofo de
Vermont. Sin embargo, este conflicto, desde la óptica rortyana, es un síntoma
generalizado de cierto exceso por parte de la filosofía moderna. Dewey estaría
cayendo en cierto vicio propio de los filósofos modernos: considerar que el
pensamiento filosófico tiene una autoridad superior a la del resto de saberes.
Dicho exceso está directamente relacionado a señalar una forma correcta de
pensar: Dudo de su intento (de Dewey) ─continúa Rorty─ de
identificar esta nueva cosa (los logros científicos de la modernidad) con un
modo de pensar (en oposición a algunas sugerencias concretas sobre nuevas
hipótesis a ensayar) y de su intento de promover los fines que el sostiene
mediante una apelación a una disciplina supuestamente descriptiva,
ideológicamente neutral, llamada psicología o lógica. Este intento debe ser
visto como un desafortunado subproducto de los vocabularios filosóficos del
siglo XIX sobre los que se basaba Dewey, vocabularios que sugerían que la
naturaleza del juicio, del razonamiento o del pensamiento o de la ciencia, eran
tópicos disponibles, para la investigación filosófica (xvi). Si bien hay formas de cientifismo que colocan a algo así como la Ciencia
como una especie de formula privilegiada para resolver toda clase de problemas,
y si bien esta descripción que hace Rorty sobre la modernidad ajusta con él, no
parece corresponderse con Dewey. En especial si atendemos a la reticencia
deweyana a favorecer algún tipo de fundacionalismo en general. Rorty reconoce
que Dewey “hizo mucho” por romper con esos vocabularios que hacían de la
filosofía una voz por encima de todas. Sin embargo, considera que como hijo de
su tiempo no pudo rechazar todas sus creencias “a la vez” (ibidem). Encontramos dos objeciones a esta valoración que Rorty hace de How We
Think. La esperanza que Dewey deposita en la investigación, por un lado,
reside en la eficacia de un tipo de razonamiento perfectamente identificable en
la vida ordinaria. Rorty no parece considerar esta idea de un razonamiento
corriente. Ello explica por qué coloca a Dewey cerca de cierta variante de
cientificismo que pone a la ciencia como una especie de discurso privilegiado y
autorizado. Pero, por otra parte, considerar que Dewey disfraza ciertas
convicciones políticas en un discurso objetivo sería suponer que, desde el
principio, Dewey entiende que la teoría educativa nada tiene que ver con fines
políticos. Y si bien, How We Think no es un texto en donde se haga
visible la dimensión ético política, ello no quiere decir que no lo esté. Sobre
todo, visto en retrospectiva y considerando Democracy
and Education, Rorty tiene razón en que Dewey promueve cierto tipo de
pensamiento. Es bastante cuestionable concederle que Dewey, sin embargo, haya
pretendido ocultar esta pretensión en un discurso psicológico o lógico
ideológicamente neutral. La propia lectura de Rorty sobre Dewey sirve para constatar que una
teoría educativa difícilmente logre delimitar un concepto de aprendizaje sin
tomar en cuenta una dimensión ético─política.
Si bien comprendemos que Rorty ponga reparos al hecho de que Dewey asuma que
haya formas correctas e incorrectas de pensar, entendemos que sin asumir dicha
distinción resultaría difícil cualquier proyecto educativo. Un aspecto ampliamente difundido de la filosofía de Rorty es que la
ciencia está cargada de los excesos de ser una forma autorizada de hablar (un
atributo históricamente asumido por ciertas tendencias filosóficas). Dewey, en
contraste con esto, no ve en la autoridad de la ciencia un problema si es que
la educación nos permite comprender su alcance social como un perfeccionamiento
o especificación de una forma corriente de razonar. Sobre la base de este
recaudo la investigación científica garantiza una manera de pensar en cuya
efectivización la democracia cumple un papel esencial. Y aquí la consideración
de los fines resulta ineludible: se parte de la necesidad de una educación
democrática para orientar una teoría educativa funcional a ésta. Este vínculo
entre teoría educativa y teoría política resulta chocante para Rorty. Pero no
para Dewey. A su vez, no es un vínculo no reconocido en la obra del filósofo de
Vermont sino que es un punto que cobra relevancia con la gestación de su obra
madura. Propuestas como el abordaje inferencialista, pese a que los propios
autores que lo respaldan fomentan valores democráticos, son funcionales a una
escisión entre teoría educativa y política que pone en riesgo el vínculo entre
democracia y educación y disocia toda concepción del aprendizaje con
articulaciones políticas. Hemos referido este riesgo de separación a la
herencia rortyana debido al gran impacto de Rorty en la filosofía del lenguaje
de Brandom, posteriormente adoptada por Derry al campo educativo. Las
limitaciones de una teoría tan robusta como la inferencialista son un síntoma
del compromiso general de disociar la pregunta del conocimiento por la pregunta
por la educación y la política. La moraleja de un análisis como el deweyano es
que si aceptamos esa escisión o rechazamos la posibilidad de una articulación
(tal como Rorty lo piensa), se pierde la posibilidad de garantizar una
educación democrática. Alexander,
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(1982a). Consequences of Pragmatism. University of Minnesota Press. [1] Es una institución fundada por Sidney Webb en
1902, y que tuvo como primer disertante al célebre educador escocés John Adams.
El IOE considera la educación como un fenómeno práctico y brinda importancia
fundamental a la filosofía en el análisis educativo. Actualmente está dirigido
por Paul Standish y co-dirigido por Derry. Sus investigaciones, casi todas, son
publicadas en Journal of Philosophy of education. Las propuestas
educativas recientes basadas en los neopragmatistas de la escuela de Pittsburgh
surgen desde dicha institución (ver nota 3). [2] Se ha matizado recientemente la historia del resurgimiento del
pragmatismo tal como era concebida: florecimiento (primera mitad del siglo
veinte), olvido (desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta 1980),
resurgimiento (a partir de la obra de Rorty y otros). Analizar esta correcta
matización va más allá de los límites de este trabajo. Pueden verse: Bernstein
(2010), Alexander (2013) entre otros, para más detalle de la temática. [3] La obra de referencia de McDowell es Mind
and World (1994) en cuyo prefacio afirma que su libro empezó a gestarse
entre 1985-1986 tratando de controlar “la habitual reacción emocionada que me
provocaba leer de nuevo (por tercera o cuarta vez) Philosohy and the Mirror of Nature de Rorty”. Cuenta que fue una
“lectura anterior de Rorty” que lo puso “sobre aviso” de Wilfrid Sellars (cuya
crítica del empirismo es otra fuente central en su obra). Por último, reconoce
que “la obra de Rorty es cardinal… a la hora de definir mi postura del modo en
que aquí lo hago” (McDowell, 1994, pp. 12-13). En el caso de Brandom su obra
principal es Making It Explicit
(1994) que está basada, en buena medida, en su tesis de doctorado dirigida por
Richard Rorty. Asimismo, Brandom le dedica la obra a Rorty y a Sellars jugando
con el sentido del título: “sin ellos nada de esto sería siquiera implícito”
(Brandom, 2005 p. 4). Brandom, por otra parte, se autoproclama pragmatista y
dedica un libro a fundamentar la relación de su filosofía con el pragmatismo.
Allí describe su estilo como un “pragmatismo analítico” (Brandom, 2011). [4] Cabe aclarar que el concepto de experiencia es central en la filosofía
de McDowell. Sin embargo, su interpretación del contenido perceptivo como
contenido conceptual, lo aleja claramente del culto a la experiencia del
pragmatismo que considera a la experiencia como un ámbito que excede las
prácticas lingüísticas. Respecto del vínculo entre experiencia y lenguaje en el
pragmatismo ver (Faerna, 2014) [5] Jürgen Habermas comparó esta obra, en cuanto a su importancia en la
“filosofía teórica”, a la Theory of
Justice en el campo de la filosofía práctica (Habermas, 2000, p. 322). [6] Referimos las tesis en algunos casos a este
texto. Brandom lo escribió como un intento de resumir en pocas páginas el
voluminoso Making It Explicit. [7] Seguimos a Derry 2017, en la exposición
mediante el ejemplo de ‘triángulo’. [8] Honneth coloca a Dewey como una excepción a esta tendencia de desconocer
el vínculo entre teoría política y educativa. Asimismo, advierte cierta
tendencia marcada a reivindicar el discurso de neutralidad del Estado como
garante de cierta libertad para los individuos. Esta defensa “neutral” del
concepto de libertad pone en riesgo la democracia de nuestro tiempo (Honneth,
2018). [9] Desde ya, cabe advertir que Rorty tiene una
visión de la educación que promueve un “ethos
democrático” (Oliverio 2020; del Castillo, 2014). Sin embargo, nuestro
señalamiento general hacia el neopragmatismo es que su acento en el lenguaje
desdibuja parte del legado del pragmatismo clásico justamente en este punto
(Faerna, 2014). [10] Las citas de textos de John Dewey se toman de
la colección The Collected Works of John Dewey.
1. Introducción
2. Inferencialismo semántico y pragmática
normativa
3. Jean Derry y el inferencialismo aplicado a
la educación
4. El proceso educativo y los aspectos
prácticos del aprendizaje
5. Algunas conclusiones: el vínculo deweyano
entre investigación y democracia
6. Bibliografía