Teacher Professional Judgment Faced to School Ethical
Dilemmas.
An Eclectic Approach to Highlight the Ethical Dimensions of Teaching
Ana Laura Barudi
Universidad de San Andrés, Argentina.
Recibido: 11/01/2021
Aceptado: 12/05/2021
DOI: https://doi.org/10.48162/rev.36.009
Resumen. La
relación entre ética y docencia ha sido ampliamente explorada desde mediados
del siglo XX, en diversos países, a través del desarrollo de estudios teóricos
y empíricos. Estas investigaciones suelen remitirse a cuestiones inherentes a
la conversación entre los campos de la filosofía y de la educación y también a
la ética de profesiones arquetípicas como la abogacía o la medicina. En
particular, muchos de esos trabajos han brindado extensa atención a los
fundamentos e implicancias éticos de la acción docente en las escuelas, en
especial al desarrollo del juicio profesional docente como recurso valioso para
decidir ante situaciones escolares controvertidas. En este artículo retomo esos
antecedentes y propongo un enfoque teórico-conceptual para estudiar la manera
en que los docentes de nivel primario perciben y abordan dilemas éticos
escolares. Construyo una perspectiva ecléctica que combina aportes de la
filosofía (ética y pragmática) y de los campos sociológico, antropológico y
educativo y que permite estudiar los procesos de percepción ética, deliberación
moral y juicio profesional de esos docentes en el abordaje de sus dilemas
éticos como indicios de las soslayadas dimensiones éticas de sus acciones.
Palabras clave. dimensiones éticas de la docencia, juicio profesional docente, dilemas
éticos escolares, deliberación moral, percepción ética.
Abstract.
The relationship between ethics and teaching has been widely explored since the
mid-twentieth century, in various countries, through the development of theoretical
and empirical studies. These investigations usually refer to questions inherent
in the conversation between the fields of philosophy and education as well as
to the ethics of archetypal professions such as law or medicine. Many of these
works have paid extensive attention to the ethical grounds and implications of
teachers’ actions in schools, especially to the development of teacher
professional judgment as a valuable resource to decide on controversial school
situations. In this article, I return to those reviews and propose a
theoretical approach to study the way in which primary-level teachers perceive
and address school ethical dilemmas. I build an eclectic perspective that
combines contributions from philosophy (ethics and pragmatics) and from the
sociological, anthropological and educational fields and allows studying the
processes of ethical perception, moral deliberation and professional judgment
of these teachers in addressing their ethical dilemmas as indications of the
overlooked ethical dimensions of their actions.
Keywords.
ethical dimensions of teaching, teacher professional judgment, school ethical
dilemmas, moral deliberation, ethical perception.
La relación entre ética y docencia ha sido ampliamente
explorada desde mediados del siglo XX, en diversos países, a través del
desarrollo de estudios teóricos y empíricos. Estas investigaciones suelen
remitirse a cuestiones inherentes a la conversación entre los campos de la
filosofía y de la educación y también a la ética de profesiones arquetípicas
como la abogacía o la medicina. En particular, numerosos estudios han brindado
extensa atención a los fundamentos e implicancias éticos de la acción docente
en las escuelas, en especial al desarrollo del juicio profesional como recurso
valioso para decidir ante las controvertidas situaciones que los docentes
enfrentan cotidianamente.
En este artículo retomo esos antecedentes y propongo un
enfoque teórico-conceptual para estudiar la manera en que los docentes de nivel
primario perciben y abordan dilemas éticos escolares. Construyo una perspectiva
ecléctica que combina aportes de la filosofía (ética y pragmática) y de los
campos sociológico, antropológico y educativo, y permite estudiar los procesos
de percepción ética, deliberación moral y juicio profesional de esos docentes
en el abordaje de sus dilemas éticos como indicios de las soslayadas
dimensiones éticas de sus acciones. Este trabajo es un avance parcial de la
investigación en la que propongo indagar la cuestión para el caso de docentes
de nivel primario de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
La docencia es una ocupación y un tema de interés público en
tanto quienes la ejercen, los docentes, son concebidos como actores
trascendentes en el desarrollo de niños y jóvenes en una sociedad democrática y
en la mejora de las escuelas como instituciones públicas. Atendiendo a ciertas
controversias en torno a la naturaleza, los alcances y los límites de la
docencia, algunos investigadores la definen como una profesión y abogan por un
profesionalismo docente que contribuya a la transformación de la educación en
tanto actividad humana fundamental y, por ello, eminentemente ética (Carr, 2000, 2003; Evetts, 2009; Hargreaves & Fullan, 2012).
Ese tipo de afirmaciones respecto de la educación y de la
docencia son especialmente consideradas para elaborar el enfoque que aquí
presento. Su análisis me lleva a explorar la noción de profesionalismo docente
y a dar mayor cuenta de dos de los términos a los que ésta hace referencia:
profesión y profesional. Por un lado, definir a la docencia como una profesión
implica pensarla como una categoría distintiva y genérica de trabajo
ocupacional (Evetts, 2009).
A la vez, conlleva considerar a la docencia como una tarea que le asigna
racionalidad al desempeño (Katz & Raths, 1985) y como un grupo ocupacional
que ejerce grados relativamente altos de control sobre su trabajo y que
despliega conocimiento especializado para ejercer su función (Gewirtz, Mahony, Hextall, & Cribb, 2009, p. 4).
Por otro lado, postular que un docente es profesional hace
referencia a conductas o comportamientos que evidencian sus cualidades y su
carácter, usualmente indicando imparcialidad en sus decisiones y alineación a
ciertos estándares. Considerar a un docente como un profesional involucra
cuestiones de estatus y de nivel de retribución por su tarea, de autonomía como
colectivo y de respeto social o confianza por parte de la comunidad. Ambas
referencias al término profesional son igualmente valiosas y se afectan
recíprocamente ya que, si alguna se encuentra enriquecida o erosionada, probablemente
la otra también lo esté o lo estará (Hargreaves & Fullan, 2012; Hoyle & Wallace, 2009).
Esas características o condiciones históricamente atribuidas
a la práctica profesional en general (confianza, discrecionalidad y competencia)
son objeto de cuestionamientos, alteraciones o intentos de control, incluso en
el desempeño docente (Evetts, 2009; Tenti Fanfani, 2007). Revisito las ideas en torno
al profesionalismo docente precisamente porque quienes lo promueven señalan que
esas disputas ponen en evidencia tensiones entre elementos clásicos como la
aptitud profesional y elementos novedosos como la creatividad o la convicción,
los cuales pueden responder no sólo a una racionalidad técnica sino además a
criterios éticos.
La docencia es una labor que enfrenta complejos e inéditos desafíos.
Estos se relacionan tanto con transformaciones en las sociedades contemporáneas
como con cambios en el campo de la educación y de los sistemas educativos. Por
un lado, los debates filosóficos, políticos, económicos, sociales, culturales
permean la cotidianeidad de las instituciones educativas y presentan diversos
retos a la acción docente. Algunos de esos desafíos se relacionan estrechamente
con el papel de la educación y de los educadores en la promoción de ciertos
bienes o valores morales en determinadas comunidades, lo que involucra preguntas
acerca de qué tipo de bienes y valores una sociedad debe proponerse cultivar y
a través de qué tipo de medios lograrlo (Biesta, 2009; Winch, 2012). También la profesión se
torna desafiante porque su ejercicio refiere a los valores personales de los
propios docentes y a los principios que rigen sus acciones.
En el segundo caso, la docencia se encuentra tensionada por
la clásica controversia que refiere a la relación entre la teoría y la
práctica, sus naturalezas y sus roles en la formación y en el ejercicio docente
(Pruzzo, 2010; Tedesco, 2010). En el campo educativo
existen antiguas y ampliamente documentadas discusiones sobre la oposición, la
aplicación o la articulación entre teoría y práctica, que se actualizan ante la
persistencia de algunas necesidades de mejora. Los docentes suelen expresar que
muchas teorías elaboradas sobre la educación y la enseñanza se encuentran alejadas
de sus realidades cotidianas y no les son del todo significativas en el
abordaje que realizan de las indeterminadas y variadas situaciones de su
práctica en las escuelas (Tedesco, 2010). De modo similar, los docentes suelen verse
enfrentados al reto profesional de tener que poner en acto en las escuelas proclamas
sociopolíticas de alta idealización o abordar problemáticas educativas de alto
nivel de abstracción provenientes desde los niveles de gobierno macro (Gvirtz & Beech, 2009).
Tales desafíos y tensiones constituyen un escenario complejo
para el ejercicio profesional de la docencia al que se adiciona que su
prestigio en la actualidad se encuentra cuestionado. Se cuestionan tanto los
atributos de los docentes que sustentan la estima pública como pueden ser el
saber y la experiencia como la autoridad moral para desempeñar ese rol de modo
legítimo en la comunidad. Muchas veces ese cuestionamiento se realiza en
comparación con un docente “modelo” del pasado al que se mira con nostalgia (Alliaud & Antelo, 2011). Paradójicamente, el
prestigio de la tarea docente parece disminuir y su complejidad tiende a
aumentar.
En función de ello, la bibliografía especializada y los
planes de política pública entienden que la docencia necesita un cambio: se
hace referencia a la necesidad de fortalecer, de mejorar la calidad, de
reformar, de transformar, de innovar la docencia (Diker & Terigi, 2003;
Ellis, Souto-Manning, & Turvey, 2019; Hargreaves & Fullan, 2012; López
Rupérez, 2014; Torres, 1996; Wilson, 2011). En base a como conciben la educación y
la enseñanza, esas propuestas plantean promover en los docentes una serie de
cualidades que se presuponen deseables e intentan incidir de modo particular
sobre la acción de los docentes en las escuelas.
A nivel internacional existen propuestas académicas y/o
políticas de cambio para la docencia que postulan revalorizar el lugar de la
ética. A partir de los diversos significados que estas iniciativas contienen en
torno a esa noción, opto por postular que la ética busca y permite
problematizar las acciones humanas en contextos complejos e inciertos teniendo
como referencia valores o criterios morales fundamentales. Encuentro esta definición
particularmente apropiada para indagar acerca de la manera en que los docentes
perciben y abordan dilemas éticos escolares. Así concibo a un dilema ético como
aquella conversación interna acerca de una situación controvertida en la que se
encuentran en juego cuestiones éticas –relativas a lo bueno y lo malo, lo justo
o lo injusto, lo recto o lo incorrecto– y en la que ninguna de las alternativas
de acción disponibles es plenamente satisfactoria[1].
En esa línea, el dilema ético escolar entendido como conversación interna del
docente me permite dar cuenta de la soledad en que los docentes suelen resolver
los conflictos en su desempeño en la escuela o de la dificultad que suelen
tener para involucrar a otros actores en su resolución (Diker & Terigi,
2003).
En las últimas décadas y a nivel internacional, la atención
por la ética en el ámbito educativo se ha ido incrementando (Campbell, 2008; Ehrich, Kimber, Millwater, & Cranston, 2011). En los años ’70 en varios
países, se desata un ethics boom (Davis, 1990)
como reclamo a la desaparición de la ética de los programas de educación
superior. Luego, se genera una preocupación en el ámbito de la formación
docente al advertir que dicho auge de la ética no parece haber llegado a esos
programas y la inquietud se agrava al considerar que la calidad de la docencia
se encuentra íntimamente relacionada con las creencias, los valores y la ética
profesional de quienes la ejercen (Boon, 2011; Boon & Maxwell, 2016). En años recientes, varios
estudios sostienen la necesidad de incluir la educación ética en la preparación
de los docentes a partir de la detección de su ausencia o poca presencia en los
programas de formación y capacitación (Back, Clarke, & Phelan,
2018; Giovacco-Johnson, 2011; Orchard, Heilbronn, & Winstanley, 2016;
Sanger & Osguthorpe, 2013).
En particular, las
revalorizaciones internacionales de las dimensiones éticas en la docencia se
expresan con mayor claridad a través de reclamos que sostienen que los aspectos
éticos del desempeño docente se encuentran dados por sentado, soslayados o
desatendidos tanto en la academia como en las comunidades profesionales (Campbell, 2008; Fenstermacher, 1990). De un modo más elocuente, algunos autores realizan advertencias o
denuncias sobre el “vacío moral” en la formación docente (Sanger &
Osguthorpe, 2013) o el riesgo de la “ceguera moral” en los docentes en
ejercicio (Pellauer, 2002 en Jope 2018)[2].
Los reparos señalados por esas investigaciones internacionales apoyan la idea
de que la docencia, si bien suele ser entendida como una tarea atravesada por
lo moral, pocas veces se la considera una profesión con una alta carga
valorativa cuyo desempeño cotidiano requiere percibir, enfrentan y dar cuenta
de conflictos éticos.
A diferencia de
esas manifestaciones, en la Argentina, al menos en años recientes y salvo unas
pocas pero interesantes excepciones (Cullen, 2004,
2009; Flores & Porta, 2012; Guariglia et al., 2000; Pruzzo, 2010),
no advierto que las dimensiones éticas sean consideradas en la discusión
acerca de la formación y el desempeño docente. Los debates académicos y
las políticas educativas[3]
acerca de la docencia priorizan
aspectos que hacen foco en lo aspectos disciplinares, curriculares,
pedagógicos y didácticos y
desestiman reflexionar sobre la tarea docente en términos morales. La
pregunta por el sentido ético de las acciones educativas (Tedesco, 2010) se encuentra prácticamente ausente y esa finalidad
no se visualiza como un aspecto a atender que fortalezca la actuación de los
docentes en escenarios complejos.
A raíz de ello, propongo el presente enfoque
teórico-conceptual con los objetivos de indagar un problema que considero se encuentra soslayado en el
debate académico nacional y en las políticas educativas vigentes (en sus
diversos niveles), evidenciar las
realidades éticas de la acción docente y explicitar las dimensiones éticas que
se suelen dar por sentado, que se encuentran implícitas o que se mantienen
invisibles ante los actores escolares, especialmente para los propios docentes.
Tales propósitos y consideraciones
sin dudas atienden a que los docentes y los contextos analizados en los
abordajes sobre el tema producidos en otros países difieren de las características de los docentes de la
CABA partícipes de mi investigación y de las escuelas en las que se desempeñan.
La amplia mayoría de la literatura por mí consultada coincide
en recurrir a tres tradiciones éticas para iluminar aspectos de la educación en
general y de la acción docente en particular, las cuales suelen denominarse
ética deontológica, ética de las consecuencias y ética de la virtud. Entre los
diferentes trabajos académicos que utilizan estas perspectivas para la
reflexión teórica y/o el estudio empírico del proceso de percepción y abordaje por
parte de los docentes de sus dilemas éticos escolares (Higgins, 2011; Husu & Tirri, 2003; Infantino & Wilke, 2009;
Noddings, 2013; Shapiro & Stefkovich, 2010; Sockett, 2006; Strike &
Soltis, 2009),
una propuesta me resulta por demás interesante y pertinente para nutrir la
perspectiva teórica que introduzco en el presente artículo. Levinson & Fay
(2016) plantean un enfoque que rechaza la estrategia de distinguir ciertas
perspectivas éticas fundamentales y aplicar de manera exclusiva una o varias a
un problema en particular. Incluso realizan objeciones respecto del impacto
real de emplear ese recurso para promover cambios en las acciones de las
personas en el tiempo. En lugar de ello, definen que el buen juicio ético sobre
los problemas de la práctica docente recurre inevitablemente a una
multiplicidad de perspectivas no sólo teóricas sino también empíricas y
pragmáticas. En sus palabras plantean que “el juicio ético debe unir la apreciación
y la expertise filosóficas con el aporte científico social acerca
de los patrones y lógicas empíricos, y la expertise pragmática
desarrollada por los propios educadores y hacedores de políticas.” (p. 6).
Esa propuesta constituye un notable incentivo para
desarrollar un marco y una estrategia de investigación del proceso de
percepción ética, deliberación moral y juicio profesional de los docentes que
me permiten captar y articular, de modo ecléctico y sin distinciones tajantes,
dicotomías o binarismos; las fortalezas de múltiples campos de indagación que
contribuyen a estudiar el fenómeno educativo y la docencia. A partir de ello
creo un marco conceptual que me permite virar desde un entendimiento
exclusivamente normativo, prescriptivo e ideal de la acción docente hacia una
comprensión teórica y metodológicamente ecléctica, que incluye además
aproximaciones y categorías empíricas y pragmáticas que me posibilitan captar
las singulares coordenadas en que esa acción se desarrolla. En particular, me
valgo de la filosofía del pragmatismo para repensar la estrategia de
investigación a partir del rechazo que esta corriente postula de cualquier
distinción real entre la indagación filosófica y la empírica. En esa línea
elaboro la idea de reconstruir la expertise pragmática de los docentes
en el abordaje de sus dilemas éticos recuperando la noción de experiencia en el
sentido en que la definió John Dewey (Alliaud & Antelo, 2011; Beech, 2018)
remite al íntimo vínculo entre teoría y práctica, a la idea de una comprensión
teórica de la práctica que puede informar una futura práctica, en el caso que
estudio, que puede enriquecer la habilidad judicativa de los docentes.
Otro corpus relevante para el presente trabajo es el que
comprende estudios que se centran en el lugar que ocupa la ética en la práctica
docente en terreno. Independientemente de la estrategia metodológica utilizada,
los trabajos brindan extensa atención a los fundamentos e implicancias éticos
de la acción docente en las escuelas (Boon & Maxwell, 2016; Campbell, 2003;
Glanzer & Ream, 2007; Tirri, 1999). En términos generales, destacan la
necesidad de que los docentes cuenten con variados recursos para la deliberación
moral y el juicio profesional basados en criterios que den prioridad a
propósitos de la educación que se tienen por valiosos.
La presente propuesta difiere de esas investigaciones en que
se propone indagar los procesos de deliberación y juicio desarrollados por docentes
de nivel primario que han experimentado dilemas éticos escolares, en un contexto
que el propio trabajo de investigación define como de desatención a las
dimensiones éticas de la profesión. Por tanto, considero ese escenario y construyo
un espectro en el que los docentes poseen diferentes grados de percepción o
sensibilidad ética: en un extremo algunos docentes pueden padecer de una suerte
de (la ya mencionada) ceguera moral por no estar en condiciones de “ver” la dimensión moral de una cuestión, otros
pueden tener “puntos ciegos” en su habilidad de percibir los aspectos morales
de sus acciones (Buzzelli & Jhonson, 2002, p. 125 in Campbell, 2003, 2008), otros docentes pueden intuir íntimamente
la existencia de conflictos éticos y la forma de abordarlos y en el extremo
opuesto algunos docentes pueden tener conciencia ética sobre la naturaleza
moral de la docencia y las implicancias de sus acciones en las escuelas.
También hipotetizo que, durante el transcurso de su trayectoria profesional, un
docente puede transitar varios de esos niveles de percepción ética[4]
o incluso encontrarse inmerso en un mar de relativismo e indeciso sobre los
fundamentos de sus juicios morales.
Mediante la consideración de esa gradación asumo la hipótesis
de que los docentes son agentes morales con capacidad de percibir dilemas
éticos, de identificar las diferentes maneras de abordarlos y de elaborar la
justificación de un curso particular de acción, aunque no les resulte del todo,
o incluso poco, deseable. Supongo que parte del poder de agencia de los
docentes reside en su disposición a recordar que existe el riesgo de perder de
vista un asunto ético importante y a buscarlo guiándose por su sentido moral.
Es decir, entiendo que el docente como agente moral se autopercibe como tal y
tiene la confianza para alcanzar sus propósitos reflexionando sobre los
aspectos éticos de sus acciones más allá de su sentido instrumental o técnico.
Con base en lo anterior, rescato aquellos trabajos que valoran el desarrollo de la
deliberación moral y del juicio profesional para el fortalecimiento de la
acción docente y que permiten elaborar una definición teórica de ambos
conceptos. Su análisis me permite anticipar que los docentes
posiblemente fundamentan y elaboran sus juicios profesionales de modos que
pueden ser interpretados en términos acordes a las diferentes tradiciones
éticas mencionadas en la sección anterior. Asimismo, esa literatura me habilita
a especificar los significados de esos tipos de consideraciones éticas
(prudenciales, deontológicas o instrumentales) en el terreno educativo escolar,
y a recordar la necesidad de
incorporar los aportes de otras perspectivas menos prescriptivas para estudiar
la elaboración de la acción de los docentes en las escuelas. Dado que no es
posible detallar aquí cada una de las perspectivas éticas, me ocupo en señalar
algunos puntos que considero de especial interés para mi propuesta de estudio
de la acción docente ante dilemas éticos escolares.
La ética de
la virtud de cuño aristotélico (Aristóteles, 2018) identifica el criterio de corrección moral de las acciones humanas
con la figura del prudente, aquel agente que se encuentra en posesión de
ciertas disposiciones del carácter y hábitos, las virtudes, que lo habilitan
para elegir y realizar lo bueno. Para el caso que aquí refiero, un docente
virtuoso percibe una situación como dilemática, delibera sobre cuál sería, en
las circunstancias particulares en las que se encuentra, un curso de acción
adecuado y actúa de acuerdo con las conclusiones de su razonamiento práctico
(Gómez - Lobo, 1984; Guariglia, 2000. p. 29).
El hombre prudente posee un tipo de virtud, la prudencia
también traducida como sabiduría práctica, que lo habilita a juzgar qué virtud
(o virtudes) demanda una determinada situación y qué significa esa virtud en
ese contexto (Higgins, 2011. p. 52). La prudencia indica un curso de acción a
tomar al permitir poner en acto otras virtudes y elaborar juicios sobre lo
deseable o valioso en determinado contexto. Ello requiere, por parte del
agente, del desarrollo de varios procesos y habilidades que operan en conjunto.
Por un lado, la
deliberación es el ejercicio o muestra de la capacidad que pone en evidencia la
práctica de la prudencia. El prudente delibera sobre los medios pertinentes
para alcanzar lo bueno, lo que implica discernir en términos no sólo técnicos
sino también valorativos. Ese ejercicio de reflexión media entre la
generalidad de una cuestión y las particularidades de una situación (sin
aplicar una regla universal), reconociendo sus aspectos morales y las virtudes
que han de ser rescatadas en el caso concreto y ponderando opciones asequibles
a favor y en contra con miras a alcanzar la finalidad moral propuesta. Por otro
lado, el juicio refiere tanto a la facultad de juzgar como al acto o a la
operación que resulta del ejercicio de dicha facultad (Vega Reñón & Olmos
Gómez, 2011).
Así, defino juicio profesional como la facultad y la acción o
decisión discrecional que resultan de la deliberación moral del docente en una
particular situación escolar. También afirmo que la esencia del profesionalismo
docente se encuentra en la habilidad de deliberar en términos morales y de
juzgar de modo discrecional qué acciones realizar ante la presencia de dilemas
éticos. Esta afirmación intenta virar desde una mirada reduccionista de la
docencia que circunscribe su desempeño a conocimientos y habilidades
instrumentales hacia una visión de la práctica docente según la cual ésta
también involucra procesos de deliberación moral y juicio profesional sensibles
a los aspectos éticos del particular contexto en que se desarrollan. Dando por
sentado que tanto los juicios técnicos como los juicios prudentes son
inherentes a la tarea docente y se nutren mutuamente, mi idea es destacar el
lugar de la prudencia en la elaboración de juicios profesionales.
La ética deontológica o ética de principios es una
perspectiva ética general que se centra en el deber como principio moral
universal (aplicable a todos y bajo cualquier circunstancia) y categórico
(aplicable de manera incondicionada) para regir las acciones. Según esta
tradición, las acciones solo pueden considerarse morales cuando se realizan por
los motivos correctos (tienen valor en sí mismas) e independientemente de sus
consecuencias (incluso si contrarían las propias inclinaciones del agente). La
deontología sostiene que las personas eligen hacer lo correcto a través del
razonamiento libre y racional, basado en principios. También establece que las
personas tienen valor moral en sí mismas, independientemente de sus
circunstancias y que nunca deben ser tratadas simplemente como un medio para un
fin.
Esa postura permite entender los modos por los que los
docentes suelen resolver dilemas éticos que se les presentan en la vida
escolar, a saber, por apelación a reglas o principios morales universales. Como
guías de acción, estos les indican a los docentes los derechos y las
obligaciones morales que se encuentran en juego en un dilema ético escolar y
les permiten aclarar y justificar las acciones para abordarlos en tanto les
proporcionan ciertos estándares generales a cumplir.
La ética deontológica ayuda a comprender las situaciones en
que los docentes, en tanto agente morales, razonan y deciden cómo actuar,
independientemente de las consecuencias y de su estatus o el de las personas de
las escuelas involucradas (otros docentes, los alumnos, las autoridades, las
familias). Se evidencia cuando las acciones de esos docentes se basan en el respeto
en los demás de su dignidad individual, su habilidad para tomar decisiones
libres y racionales y su valor intrínseco en tanto seres humanos. De igual
modo, la perspectiva se observa cuando los docentes desestiman el contexto de
la situación ética o cuando, con base en el cumplimiento de esos imperativos,
no se responsabilizan por sus acciones.
La ética de las consecuencias o consecuencialismo es una gama
de perspectivas éticas generalmente caracterizadas por la idea de que la bondad
o maldad moral, lo correcto o lo incorrecto de las acciones se determina por
referencia a las consecuencias prácticas reales (resultados) de esas acciones.
La perspectiva consecuencialista más conocida es el utilitarismo en el que el
principio que prima es la maximización de la utilidad (placer, satisfacción de
preferencias, bienestar o welfare) del mayor número. La base de ese
principio se suele sintetizar en la frase “el mayor bien para el mayor número”
que surge de una preocupación por el igualitarismo. El utilitarismo requiere
tener en cuenta todas las consecuencias para el bienestar de la mayoría,
contando en ese cálculo a todos por igual.
La perspectiva consecuencialista en la escuela se hace
evidente en los casos en que los docentes fundamentan lo correcto o lo deseable
de una acción juzgando el mayor bienestar que produce para la mayoría de los
integrantes en la clase, aunque algunos sufran a expensas de otros. Incluso se
manifiesta en frases expresadas a los alumnos mediante “reglas de la clase”
como “ser amable con los compañeros”.
Se suele distinguir entre dos variantes del utilitarismo que
difieren entre sí en si el principio de maximización de beneficios debe aplicarse
a actos individuales o a reglas morales. El utilitarismo de actos postula que
quien decide debe tener el tiempo para sopesar y predecir las consecuencias
presuntas y/o probables de su acto particular para todos los afectados, incluso
si la maximización de la utilidad resulta de la transgresión de una regla. Esta
variante del utilitarismo se evidencia en la dinámica escolar cuando un docente
debe estimar en un caso particular las consecuencias reales de su acción para
todos los involucrados (sí mismo, sus alumnos, otros alumnos, otros docentes,
los directivos, las familias, etc.), más allá de lo que la regla moral indica.
El utilitarismo de reglas supone juzgar las acciones por las
reglas y las reglas por sus consecuencias (Smart, 1974).
Esas reglas resumen un historial de experiencia asociada a ciertas consecuencias
en base a ciertos cursos de acción. Implica considerar las consecuencias
positivas y las negativas de aceptar una regla moral para la mayoría de los
casos y juzgar la corrección de una acción individual según esa regla (regla de
buen cubero). Esta perspectiva se evidencia en la esfera escolar cuando los
docentes evalúan y predicen las consecuencias por el cumplimiento o el
incumplimiento de los acuerdos o reglamentos escolares y determinan qué premios
y castigos redundan en el mayor beneficio y el menor daño para la comunidad
escolar. Se advierte cuando los docentes
evalúan la moralidad de las acciones a la luz de esa regla moral, desconociendo
las particularidades de los integrantes de la escuela.
El esquema teórico-conceptual de indagación y análisis que presento
a continuación (figura 1) reúne las dimensiones éticas intervinientes en los
procesos de percepción ética, deliberación moral y juicio profesional que
desarrolla un docente en la concepción y el abordaje de una situación escolar
dilemática. Defino dimensiones éticas socio-comunitaria, institucional y
personal para intentar dar cuenta del tipo de espacio configurado por diversos
elementos (asuntos, actores, contextos, expectativas, intereses, bienes,
valores, principios, etc.) percibidos y/o supuestos por el docente al
mantener su conversación interna, es decir, al configurar su dilema ético. Las intersecciones
entre esas dimensiones representan la consideración simultánea y en tensión por
parte del docente de alguno de esos elementos.
Figura 1:
Dimensiones éticas en la percepción y el abordaje docente de un dilema ético
escolar
La distinción de las tres dimensiones éticas me permite
captar elementos priorizados por las diferentes perspectivas éticas sobre la
acción y analizados por diferentes estudios empíricos y pragmáticos sobre la
docencia y la escuela y situar y particularizar la noción de juicio profesional
en la experiencia singular y contingente del docente en la escuela primaria.
Por cuestiones de espacio, paso a resumir brevemente cómo entiendo a esas tres
dimensiones éticas.
La dimensión (ética) personal hace referencia a la definición
del docente como agente moral activo e independiente que posee un ethos interno
que orienta su manera de ser, pensar, sentir y actuar. Ese código moral[5]
incluye a nivel individual de la persona del docente los valores, los
principios, los intereses, los propósitos, los ideales, las aspiraciones, las
creencias, las convicciones, las preguntas, las dudas, las expectativas, las
emociones, las motivaciones, las necesidades, las intuiciones, las actitudes o
disposiciones, las virtudes, la experiencia, etc.
Ese ethos interno del docente es elaborado a partir de su
experiencia personal (experiencias sociales, religiosas, de crianza y
escolares), lo que conforma su código personal, pero también de su formación y
de su socialización profesionales, lo que conforma su código profesional
personal. Tanto los diversos espacios curriculares de la formación docente inicial
como los modos formales e informales de socialización profesional pueden
contribuir a que los docentes conformen su ethos profesional. Este puede
mantener puntos de encuentro o desencuentro con el formalizado para su
profesión (sistematizado o no en un código de ética para la docencia). La
dimensión ética personal se evidencia cuando el docente en tanto agente moral
identifica tensiones entre su código personal y su código profesional personal,
y entre ese ethos interno personal y los elementos valorativos de las otras dos
dimensiones éticas.
Creo que ese diálogo intrapersonal del docente puede
mantenerse así, en privado, decidir en soledad y sin ayuda (Tirri, 1999)
y resolver la cuestión por su cuenta (Diker & Terigi, 2003) o puede tomar estado público al abrirse a sus colegas y
entablar conversaciones interpersonales. Esas conversaciones, no sin disenso,
pueden nutrir su experiencia para redefinir lo que en principio se percibe como
una preocupación o amenaza a la integridad al compartir soluciones posibles o
bien para canalizar su voz (Hirschman, 1970) acerca de la cuestión ética
en juego. La presente investigación se nutre tanto de la literatura educativa
que da cuenta de los beneficios del trabajo profesional, colaborativo y
dialógico de los docentes en el seno de las escuelas para su mejora y la de la
educación (Bolívar, 2017; Hargreaves & Fullan, 2012) como de aquella que advierte
sobre los inconvenientes de que el esquema de decisión de los docente se
construya sólo en el lugar de trabajo (las escuelas) donde las estrategias
espontáneas desarrolladas en el ejercicio y revestidas del carácter positivo
que le otorga su utilidad inmediata, terminan siendo naturalizadas como el
único saber profesional legítimo (Diker & Terigi, 2003. p. 66).
La dimensión (ética) institucional incluye tanto a los
actores de la escuela como al escenario escolar. Por un lado, comprende a los
alumnos, los docentes, los directivos (entre otras personas que se desempeñan
en las escuelas), por tanto, alberga sus ethos personales (dimensión ética
anterior) y los ethos de los grupos a los que pertenecen. En el caso de los
docentes, la dimensión incluye a la mencionada “ética de la profesión”. Si bien
la docencia en la Argentina y en la Ciudad de Buenos Aires no posee códigos de
ética formales que presenten las aspiraciones o las reglas de conducta, cuenta
con algunas regulaciones formales[6]
que rigen directa o refieren indirectamente a la profesión cuyo contenido
incluye (en alguna medida y entre otros elementos) valores, ideales,
propósitos, derechos, deberes, atribuciones, expectativas u objetivos para la
docencia. Del mismo modo y como he anticipado, los docentes pueden construir con
sus colegas pautas o criterios no formalizados (explícitos u ocultos) acerca de
lo bueno o lo correcto al momento de actuar en las escuelas.
Por otro lado, la dimensión (ética) institucional refiere a
las reglas formales e informales de la escuela, a su gramática (Tyack y Cuban,
2001). Alude al ethos o clima o vida moral (Ehly, 1994) de la escuela, a la
carga valorativa del contexto de trabajo cotidiano en el aula. Por un lado, las
escuelas elaboran regulaciones formales propias como los proyectos educativos y
curriculares institucionales, los regímenes académicos y los acuerdos escolares
de convivencia. Por otro lado, existen formas de vida que se producen y
promueven en la escuela de modo informal a través de intercambios espontáneos,
rituales cotidianos o ceremonias. Existen ciertos modos de “vivir juntos” que
los actores de la escena escolar valoran y tipos de experiencias escolares que
habilitan y practican (Gvirtz & Beech, 2009). Las maneras en que los
docentes deliberan y elaboran sus juicios profesionales pueden estar en
relación con su experiencia en el ethos moral particular de las escuelas en que
se desempeñan dónde pueden converger diversas expectativas, experiencias y
criterios morales (Noel, 2009).
Su tipo de abordaje de la cuestión dilemática puede tener en consideración cómo
la institución suele concebir de modo intersubjetivo ese tipo de desafíos: como
problemas tecnocráticos o como dilemas éticos en los que se juegan cuestiones
como la equidad, el mérito, el respeto, la inclusión, la justicia o la igualdad
(Levinson & Fay, 2016).
Por último, la dimensión (ética) social y comunitaria hace
referencia a los integrantes de las familias de los alumnos y de los docentes, a
los supervisores/inspectores escolares, a otros referentes de los ministerios
de educación, a miembros de las instituciones con las que interactúa la escuela
y a la sociedad en general, por lo que comprehende, a los ethos de esos actores
y de esas instituciones. Propongo que esa dimensión alude a los fines educativos
establecidos en las leyes generales en términos del bien o interés público, a
la educación como derecho con miras al florecimiento humano, a los valores apreciados
por la comunidad en torno a la escuela, a los principios, ideales y objetivos
previstos desde el “exterior” para esta como institución pública y para los
docentes en el ejercicio de su tarea. A nivel jurisdiccional, dimensión incluye
los diseños curriculares y los planes de estudios; las orientaciones, los
procedimientos y los protocolos, los programas o los proyectos educativos
creados desde la jurisdicción para alcanzar a las escuelas y a los docentes.
El proceso de percepción, deliberación moral y juicio
profesional del docente ante un dilema ético escolar se ve afectado por la
proclama de, entre otros principios, la educación como derecho, la
universalidad de la oferta, la igualdad en el acceso, la igualdad de
oportunidades educativas, la inclusión, la diversidad y la equivalencia en los
resultados de aprendizaje, la justicia educacional. Esa dimensión también es
percibida por los docentes al vivenciar el cuestionamiento de su prestigio y
autoridad (su vocación, su saber, su experiencia) y la precarización de las
condiciones (la baja de sus salarios y el deterioro de su formación) para el
ejercicio de su tarea. Además, los docentes perciben el aumento de la
complejidad de su tarea y de los intentos gubernamentales de modificarla
(usualmente sin su participación), lo que los involucra en reclamos gremiales
por la efectivización de ciertos valores. Asimismo, la dimensión ética social y
comunitaria es percibida por el docente cuando la propia escuela es
cuestionada, cuando lo sagrado de sus valores y sus principios esenciales como
santuario republicano y moderno parece declinar en su función privilegiada de
socialización (Dubet, 2006).
El marco teórico-conceptual aquí propuesto y su
esquematización para la indagación empírica surgen del propósito de poner en
diálogo diversas posiciones filosóficas, teóricas y empíricas que constituyen
un aporte para el estudio sobre las dimensiones éticas de la acción docente. Recurro
a categorías de los campos sociológico, antropológico y educativo y de las
tradiciones filosóficas (ética y pragmática) para elaborar un enfoque teórico
ecléctico de la manera en que los docentes de nivel primario perciben sus
dilemas éticos escolares y deliberan y juzgan cómo abordarlos. Intento
conciliar el valor teórico de tres perspectivas normativas sobre la acción
docente, con la relevancia teórica y empírica de diversos estudios sobre la
docencia, para dar cuenta del abordaje que los docentes de nivel primario de la
CABA realizan de sus dilemas, en tanto indicios de las soslayadas dimensiones
éticas de sus acciones.
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[1] En esta investigación defino “dilema” en un sentido amplio dado
que, de modo más preciso, se suele entender por dilema a “un conjunto formado
por dos opciones bastante problemáticas, ninguna de las cuales deseamos seguir
o aceptar. En algunos casos es muy difícil decidir y puede haber buenas
inferencias prácticas que apoyen ambas alternativas. La decisión es
particularmente penosa cuando ambas opciones conllevan algo doloroso o tenemos
fuertes razones para pensar que cada una tropieza con serias consideraciones
prácticas a la hora de seguir una determinada acción.” (Vega Reñón & Olmos
Gómez, 2011. p. 204).
[2] Sanger &
Osguthorpe entienden por “vacío moral” a “un espacio que no carece de
importancia moral, o incluso actividad moral, pero que típicamente carece de
atención explícita y consciente a los asuntos morales que infunden la práctica
docente (p. 42). Pellauer se refiere con
“ceguera moral” “…al hecho de que ni siquiera "vemos" que hay una
cuestión moral, conflicto o dilema (…). La ceguera moral es más bien la
incapacidad de reconocer incluso que hay un hecho moral o un estado de cosas
para investigar o evaluar.” (p. 193).
[3] Existen regulaciones del Consejo Federal de Educación como los
“Lineamientos Curriculares para la Formación Docente Inicial” de 2007, el “Plan
Nacional de Formación Docente” de 2016 y el “Marco Referencial de Capacidades
Profesionales de 2018” que hacen una leve referencia al “juicio profesional” y
las “capacidades éticas” de los docentes del sistema educativo.
En 2014 la CABA incluye aspectos éticos
de modo explícito en la formación inicial con la aprobación del “Diseño
Curricular Jurisdiccional para la Formación Docente del Profesorado de
Educación Primaria” (Resolución MEGC N° 2514/14). Dicho diseño propone
asignaturas que abordarían directa o indirectamente la ética de la acción
docente en el Ciclo de Formación General (Filosofía y Educación,
Trabajo/Profesionalización Docente y ESI) y en el Ciclo de Formación Específica
(Ética, derechos humanos y construcción de la ciudadanía y Problemáticas de la
Educación Primaria).
[4] Hargreaves &
Fullan (2012) sostienen que entre los 8 y los 20 años de ejercicio existen más
probabilidad de que los docentes hayan desarrollado su “capital decisional”,
esto es, su capacidad de emitir juicios expertos y discrecionales. En su
propuesta incluyen a ese capital, junto con uno humano (individual) y uno
social (cultura colaborativa) como parte del capital profesional. Los autores
no consideran ese período de tiempo en términos de cantidad de años de práctica
sino de la expertise que desarrollan durante su tránsito.
[5] Varios autores han tratado de aludir a este sistema moral del
docente denominándolo (además de virtudes) ethos de un docente (Oser,
1994), manner del docente (Fallona, 2000; Hansen, 2001; Richardson &
Fenstermacher, 2001), disposiciones
profesionales (Diez, 2007;
Dottin, 2009; Murrell, Diez, Feiman-Nemser, & Schussler, 2010; Sockett,
2006) o capital decisional (Hargreaves &
Fullan, 2012). Si bien esas
categorías no refieren estrictamente a lo mismo, rescato para el presente
trabajo la común intención de captar los rasgos éticos personales del docente
al emitir juicios discrecionales.
[6] Corresponden al presente caso de estudio el Estatuto del Docente de
la Ciudad Autónoma de Buenos Aires de 1985 y al Reglamento Escolar de la CABA
de 2006 y sus respectivas modificaciones.