Epistemología,
educación e infancia:
la
resistencia silenciosa de Víctor de Aveyron
Epistemology,
Education & Childhood: Victor’s of Aveyron Silent Resistance
Rafael
Maximiliano Calderón
Universidad
de Buenos Aires, Argentina.
https://orcid.org/0000-0002-0390-7463
rafaelmaximilianocalderon@gmail.com
Recibido:
22/03/2021
Aceptado:
03/11/2021
DOI: https://doi.org/10.48162/rev.36.037
Resumen. Nuestro
propósito en este artículo es analizar desde un punto de
vista epistemológico el debate científico sobre el
niño “salvaje” de Aveyron
que se inicia en la Ilustración tardía, en el
ámbito del método y prácticas
médico-pedagógicas,
y que se extiende a mediados del siglo XX en el campo de las ciencias
sociales.
Consideramos que la metodología de investigación
científica y los tratamientos
aplicados para educar y transformar al niño
“salvaje”, a través del
disciplinamiento de sus sentidos, la enseñanza del lenguaje y la
adopción de
costumbres civilizadas lo convierten no solo en un “caso” u
“objeto” de
investigación científica, sino también en un ser
“anormal”, expuesto al
encierro, la experimentación y la degradación
física. Cuestionamos, en esta
ocasión, el dispositivo denominado “máquina
antropológica” que articula la
antinomia epistemológica naturaleza y cultura, que constituye
ontológicamente
el estatus inferior del niño “salvaje” como
“criatura”. A través de la
postulación de la teoría filosófica de la infancia
de G. Agamben como
alternativa crítica, desarrollamos los conceptos de
“silencio”, “resistencia” e
“irrupción epistemológica” para abordar las
cuestiones ontológicas y
epistémicas que conciernen a Víctor de Aveyron desde una
nueva perspectiva
filosófica.
Palabras clave.
Niños salvajes, Epistemología, Educación,
Lenguaje, Infancia.
Abstract.
Our
attempt in this article is to analyze from an epistemological point of
view the
scientific resumption about the discussion on the “wild”
child of Aveyron that
began in the late Enlightenment, in the field of medical-pedagogical
method and
practices, and which is extended in the middle of the twentieth century
along
the scope of social sciences. We consider that the scientific research
methodology, and the treatments applied to educate and transform the
“wild”
child by scourging their senses, teaching language and civilized
customs make
him not only a “case” or “object” of scientific
investigation, but also an
"abnormal", exposed to confinement, experimentation and physical
degradation. This time, we question the device called the
“anthropological
machine” that articulates the epistemological antinomy of nature
and culture,
that ontologically constitutes the inferior status of the
“wild” child as a “critter”.
From Agamben’s philosophical theory of childhood as a critical
alternative, we develop the concepts
of “silence”, “resistance” and
“epistemological irruption” to address the ontological and epistemic
questions that concern Víctor de Aveyron since a new
philosophical perspective.
Keywords. Wild child, Epistemology,
Education,
Language, Childhood.
Las investigaciones
científicas abordadas en la modernidad sobre los niños y
niñas “salvajes” están
estrechamente vinculadas con la antinomia epistemológica cultura
y naturaleza.
A través del funcionamiento de la “máquina
antropológica” (Agamben, 2006) es posible
definir lo humano, delinear los bordes entre lo humano y lo no humano
estableciendo como criterio de demarcación el lenguaje y la
pronunciación de la
palabra como expresión de la cultura. Desde esta perspectiva,
consideramos que
investigadores de los diferentes campos de las ciencias se ocupan en
formar y
transformar su comportamiento a través de la enseñanza
del lenguaje (Benzaquén,
2006). A principios del siglo XIX los estudios sobre los niños y
niñas
“salvajes” toman la forma del discurso médico. Por
lo tanto, se considera
fundamental determinar el estado inicial de la patología que los
convierte en
“anormales” (Foucault, 2006) para iniciar un tratamiento y
control de la
enfermedad. El cuestionamiento filosófico de los principios
epistémicos que guían
estas investigaciones conduce a reflexionar sobre la metodología
y las
prácticas médico-pedagógicas, e impulsa a pensar
un marco epistemológico
alternativo, no enfocado sobre cuestiones terapéuticas y
antropológicas, sino
en la infancia como problema filosófico.
Para
analizar estas problemáticas seleccionamos algunos textos
científicos sobre el
niño “salvaje” de Aveyron. El médico
alienista P. Pinel, en su Rapport fait
à la Sociéte des Observateur de l 'Homme (1800),
afirma que el muchacho
carece de la palabra y que su sensibilidad se encuentra severamente
afectada.
Concluye que padece de un cuadro de idiotismo semejante al de los
niños y niñas
internados en hospicios. Discrepando en la manera en que juzga la
naturaleza de
las ideas, el médico J. Itard propone su método
médico-pedagógico en Memoria
acerca de los
primeros progresos (1801) que consiste en la
aculturación a partir de
la educación de los sentidos y la enseñanza de la
palabra. Señalamos semejanzas
en la metodología de investigación de ambos
médicos (Gineste, 2004), también la
coincidencia en la consideración ontológica de su estado
inicial, basados en
los principios epistémicos en la antinomia. Sin embargo, Itard,
pese a los
resultados obtenidos en Informe
acerca de los nuevos progresos (1806), muestra
preocupación por las dificultades en el aprendizaje del lenguaje
y la
“indecencia” moral del niño al no distinguir
sensorial y afectivamente hombres
de mujeres. Asimismo, percibe una relación silenciosa entre el
niño y la
naturaleza que no puede ser abordada desde su método
terapéutico.
A
mediados el siglo XX, la polémica iniciada en el Iluminismo
tardío sobre el
niño “salvaje” de Aveyron se reproduce desde el
marco epistemológico de la
antinomia naturaleza y cultura, dentro del campo de las ciencias
sociales
(Tinland, 1968; Benzaquén, 2006). Por una parte, el
antropólogo francés C.
Lévi-Strauss en su libro Las estructuras
elementales del parentesco (1949) afirma que, ni Víctor de
Aveyron, ni
ningún otro niño o niña “salvaje”
puede encontrarse fuera del orden cultural.
Al no pronunciar palabra alguna, son calificados como idiotas
congénitos o
“monstruos” culturales. Por otra parte, el sociólogo
L. Malson, en Los niños selváticos
(1964) cuestiona la
tesis de la “anormalidad” congénita. Afirma que no
existe una “esencia” del ser
humano, y que cada niño tiene su propia historia.
También, sostiene que pueden
transformarse al iniciar intercambios verbales y sociales. A partir de
propuestas metodológicas de investigación
científica diferentes, aunque basadas
en los mismos principios epistémicos, coinciden en que el estado
ontológico del
niño “salvaje” es culturalmente inferior al de los
seres humanos.
Frente
al desplazamiento del dispositivo de la “máquina
antropológica” que deshumaniza
a los niños y niñas “salvajes”, analizamos
alternativas epistemológicas que
cuestionan la antinomia. Examinamos la propuesta desarrollada por C.
Lévi-Strauss en Antropología Estructural (1958)
a partir del concepto de mito. También, la teoría de la
infancia formulada por
G. Agamben en Infancia e historia (1978).
Agamben coincide con
Lévi-Strauss en que los ámbitos de cultura y naturaleza
no se articulan de
forma yuxtapuesta como una oposición, sino que el lenguaje al
encontrarse ya
inscripto en ambas establece un “puente comunicativo”
(Agamben, 2001). No
obstante, difiere en que el lenguaje es inherente a la experiencia en
su
sentido “tradicional”, y “condición de
emergencia” de la infancia (Kohan,
2004). Teniendo en cuenta que el “silencio”, en tanto que
potencialidad del
lenguaje se formula como una característica “radicalmente
humana” (Seshadri,
2012), el niño “salvaje” de Aveyron se muestra como
su manifestación
contemporánea, y no como una “criatura”
perteneciente a una realidad inferior
desde el plano ontológico. Finalmente, nos preguntamos a la luz
de nuestras
indagaciones, cómo pensamos la metodología de
investigación y las prácticas
médico-pedagógicas a partir de la
“resistencia” y la “irrupción” como
características de la infancia.
El
filósofo italiano G. Agamben, en su texto Lo
abierto (2001) sostiene que en el marco de la civilización
occidental
moderna funciona una “máquina antropológica”
como dispositivo
[1]
que
cumple
la función estratégica de producir lo humano y
determinarlo. Inscripto en una
relación de poder, establece desde el plano del saber la
oposición naturaleza y
cultura como principio epistemológico, que sirve como criterio
de demarcación
entre lo humano y lo no humano, que excluye e incluye a través
del rasgo
diferenciador del lenguaje y la pronunciación de la palabra.
“Ella funciona -lo
hemos visto- excluyendo de sí como no (todavía) humano un
ya humano, esto es,
animalizando lo humano, aislando lo no-humano en el hombre”
(Agamben, 2006,
p.75). Sin este principio que diferencia el hombre del animal se borra
la
distinción y, por lo tanto, no se puede determinar qué es
un ser humano y
cuáles son sus comportamientos, a menos que se piense en una
humanidad sin
lenguaje ni palabra.
El
estudio de los niños y niñas “salvajes”
aislados culturalmente en sus primeros
años de vida es considerado fundamental para la
investigación en las ciencias
humanas sobre los orígenes del pensamiento y de la experiencia
social. Esta
soledad radical implica el abandono absoluto del lenguaje, el deterioro
de las
ideas y la falta de acompañamiento de las instituciones
sociales. También, en
lo corporal, al no caminar erguidos desarrollan habilidades semejantes
a la de
los animales cuadrúpedos. La investigación por la
carencia de estas
características distintivas del ser humano desarrolla en los
investigadores un
compromiso de responsabilidad moral al poner a prueba diferentes tipos
de
intervenciones médico-pedagógicas que buscan transformar
su comportamiento.
Dice A.S. Benzaquén en su libro Encounters
with wild children que:
Primero,
la cuestión de los niños salvajes es inseparable de todo
intento por definir lo
humano o para delinear los bordes entre lo humano y lo no-humano. Este
problema
tiene un aspecto epistemológico y moral, teniendo que ver ambos
con el
fundamento sobre el cual practicamos las ciencias humanas y profesiones
comprometidas en la formación y transformación de las
personas, con el modo en
que nos relacionamos y ayudamos a otros que son diferentes a
nosotros”. (2006,
p.139)
Nos
enfocamos inicialmente sobre el Iluminismo tardío porque en ese
período los
científicos ponen la atención sobre la niñez como
figura originaria, ya que se
establece una correlación entre la perfección de la
singularidad humana y el
progreso de la especie. La ciencia en general es guiada por el ideal
del
progreso y comienza a gradualmente. delimitar y profesionalizar
diversas áreas
de estudio como especializadas. Influenciada por un incipiente
positivismo, extiende
el método experimental que desarrolla en las ciencias naturales,
tales como la
anatomía animal y vegetal, hacia la medicina y el campo de las
denominadas
“ciencias sociales” (Douthwaite, 2012, p.5).
Científicos, filósofos y médicos
creen que es posible a través de la fe en el progreso y la
producción
intelectual de la cultura occidental, el desarrollo de métodos y
técnicas para
el tratamiento de las desviaciones y malformaciones de los niños
y niñas que
poseen características no humanas.
En el
año 1799 es aprendido por cazadores, en los bosques de Aveyron
(Francia), un
niño que posee características semejantes a las de
niños y niñas “salvajes”
capturados en Europa durante el siglo XVIII. Luego de ser confinado
bajo llave
en una jaula por pedido de la policía
[2]
, es
trasladado a París para ser estudiado por los científicos
de la “Sociedad de
Observadores del Hombre”
[3]
.
Después
de exhibirse como una exoticidad ante los ojos curiosos de los
ciudadanos
parisinos es sometido a diversos tratamientos médicos.
“Esta Sociedad hizo todo
lo posible por arrancar al Salvaje de Aveyron de la mera
anécdota, y así
promoverlo al rango de objeto privilegiado de la ciencia”
(Gineste, 2004,
p.45). La manera en que los investigadores implementan el método
de
investigación científico en estas situaciones hace del
niño un “experimento” o
“caso”.
Consideramos
que en esta etapa se establecen al menos dos tipos de propuestas
médicas para
el estudio y tratamiento de la conducta del niño
“salvaje” de Aveyron. Por una
parte, a través de un régimen de aislamiento se busca
neutralizar su
comportamiento a partir de la disciplina y el orden. Asimismo, por otra
parte,
mediante la enseñanza y pronunciación de la palabra se
intenta a partir de un
método médico-pedagógico transmitir el legado
cultural occidental para
propiciar una cura de la enfermedad. También, creemos que existe
por parte de
la comunidad científica de la época un compromiso con la
fundamentación
epistemológica de los métodos y prácticas sobre
antinomia naturaleza y cultura,
y en la definición del estatus ontológico del niño
“salvaje” como un ser
“anormal”
[4]
. No
obstante, el desarrollo de ambas investigaciones científicas
implica
dificultades que se ven reflejadas a través del
“silencio” y “resistencia” del
muchacho de Aveyron.
Antes de
llegar a París, el niño de Aveyron toma contacto con el
naturalista P. J.
Bonnaterre (1800), quien afirma en su Notice
historique sur le sauvage de l'Aveyron
que “merece” un lugar dentro de la taxonomía
desarrollada en el Systema
Naturae de C. Linneo como el juvenis
averoniensis. Desde un análisis de clasificación de
las especies, no
presenta grandes diferencias físicas con el resto de los
niños desde su
apariencia externa, aunque considera que desde el plano intelectual y
moral es
inferior a las bestias. La nomenclatura linneana establece
normativamente que
la clase de los homines feris no
tienen ningún vínculo con la cultura, y menos aún
con el lenguaje. Aunque,
tampoco puede clasificarse dentro del plano de la naturaleza, porque
estas
“criaturas” son inferiores a los animales. Desde esta
perspectiva Bonnaterre
afirma que Víctor es un “salvaje” o ser no humano.
Entre los
escritores que han tratado de desentrañar en el carácter
humano sus cualidades
originales y trazar la línea que separa la naturaleza del arte,
algunos han
representado al hombre en su estado primitivo, como limitado a una
sensibilidad
puramente animal, sin ningún uso de facultades que lo hacen
superior a las bestias,
sin ningún medio para comunicar sus sentimientos, asimismo
privado totalmente
de la voz y de los gestos que son apropiados para expresar sus ideas:
nuestro
Salvaje justifica una parte de estas conjeturas. (2004, p.267)
El
sentido del tacto, según Bonnaterre, se relaciona en los seres
humanos con el
conocimiento. En el niño no está desarrollado sino, como
un sentido subalterno.
Por lo tanto, esto dificulta la pronunciación de la palabra, y
da cuenta de los
sonidos inarticulados con los que intenta comunicarse. A pesar de la
herida en
el cuello contraída en sus primeros años de vida o la
supuesta deformidad de
sus órganos vocales que probablemente dificultan la
pronunciación de las
palabras, Bonnaterre sospecha, no obstante, que el niño padece
de un grado de
“imbecilidad congénita”, y en este sentido propone
un giro en la propuesta
metodológica de investigación. El médico
alienista P. Pinel
[5]
(1800) en
su Rapport fait à la
Société des Observateur de l
'Homme confirma esta hipótesis “Hemos
notado que el supuesto
Salvaje de Aveyron tenía varios atributos, varios rasgos
característicos en
común con varios niños cuyas funciones sensoriales o
facultades morales son más
o menos dañadas, y que están tristemente condenados a
vegetar en nuestros
hospicios, por no ser susceptibles a ninguna cultura” (Pinel,
2004, p.325).
Víctor
de Aveyron se convierte dentro de la comunidad científica en
“el primer niño
cuya alienación mental se intenta comprender y tratar, a punto
tal que
representa el prototipo más completo de desorden mental”
(Gineste, 2004, p.12).
Pinel no emplea el concepto “salvaje” en su Deuxiѐme
partie du rapport fait
à la Société des Observateur de l 'Homme (1801)
para referirse
al muchacho
[6]
, sino a
las hordas que describen los viajeros en sus expediciones a tierras
desconocidas, con las cuales no comparten rasgos en común. El
niño pertenece al
ámbito de la cultura, a pesar de que sus sentidos están
dañados y su
comportamiento instintivo es estimado inferior al de los animales
domésticos.
Por lo tanto, puede ser considerado como un “anormal”, un
individuo cuya
infancia ha permanecido fuera del proceso general de
normalización. No parece
posible efectuar transformaciones
[7]
en su
conducta, ya que la enfermedad no tiene hasta el momento cura
clínica. Sin
embargo, intenta determinar las causas que dieron lugar a su
patología.
¿Cuáles
son ahora las circunstancias que llevaron al niño de Aveyron a
este estado de
idiotismo? Aquí carecemos de detalles auténticos y, a
primera vista, nada
parece poder disipar nuestras incertidumbres al respecto. Los padres
son
desconocidos; el niño se ve privado del uso del habla
y de la ventaja de hacerse entender
mediante gestos. El pasado es para él como si no hubiera
existido, y sólo
podemos orientarnos aquí por analogía de hechos,
investigando cuáles son las
causas ordinarias que producen demencia o idiotez en la infancia.
(Pinel, 2004,
p.359)
Las
causas de la patología se pueden determinar a través de
un criterio
metodológico observacional que permite establecer un
análisis comparativo con
los casos de los niños y niñas confinados en el hospicio Bicêtre.
Al respecto, dice
Gineste, sobre uno de los aspectos más criticados años
más tarde del
procedimiento médico pineliano que “Esta reducción
es la otra cara de lo
ideológico que denuncia: la de los aciertos de la
anatomía patológica por la
que la idiotez se superpone a la descripción de sus causas
orgánicas. Durante
décadas, la idiotez se limitará al catálogo de
lesiones cerebrales y al
proyecto de educación protésica” (2004, p.120). Por
lo tanto, el tipo de
tratamiento que se aplica en la mecánica asilar, no desarrolla
disposiciones o
habilidades tales como articular palabras y fortalecer vínculos
afectivos. La
propuesta médica como tratamiento consiste en encerrar al
“anormal” para
adiestrar su cuerpo y morigerar su conducta a través de la
domesticación y
el dictado de órdenes.
Coincidimos
con Foucault en que de la misma manera en que la “ortopedia”
[8]
instrumenta diferentes mecanismos y prótesis para enderezar o
corregir la
malformación de un órgano vital del ser humano, el
tratamiento obliga al enfermo
a mantener una relación de sometimiento con el médico
para corregir su
conducta. Dice Foucault al respecto en su libro El poder
psiquiátrico:
Cuando a
principios del siglo XIX se establecieron las grandes estructuras
asilares, se
las justificaba aduciendo una maravillosa armonía entre las
exigencias del
orden social -que exigía protección contra el desorden de
los locos- y las
necesidades de la terapéutica, que demandaban el aislamiento de
los enfermos
[...] Como se ve, todo es cuestión de poder; dominar el poder
del loco,
neutralizar los poderes exteriores susceptibles de ejercerse sobre
él;
someterlo a un poder de terapéutica y domesticación: de
"ortopedia”.
(2005, p.393)
Con el
apoyo de la “Sociedad de Observadores del Hombre” y como
director del “Instituto
nacional de sordomudos”, Itard retira en el año 1800 al
niño del manicomio de Petites-Maisons, y
propone una terapia
médico-pedagógica. En divergencia con Pinel e
influenciado por el empirismo de
J. Locke y E. Condillac afirma que el hombre no “nace”,
sino que se
“constituye”. Asimismo, “constatando igualmente la
idiotez, pero reservándose
la opción de ver en ella un efecto no ya de deficiencias
biológicas, sino de
insuficiencia cultural; y sin dejarse reprimir por la posibilidad de un
destino
irreversible, esperaba despertar totalmente el espíritu del
niño”. (Malson,
1973, p. 77). Afirmamos que Itard cree en una pedagogía que
puede transformar,
producir cambios significativos en la vida del niño a partir del
tratamiento de
sus sentidos, y desarrollar progresos en sus habilidades intelectuales
y
costumbres.
Itard en
su Memoria (1801), dentro del marco
de la antinomia epistemológica cultura y naturaleza, propone
para la recuperación
del niño “salvaje” un proceso de reeducación
en la aculturación. Este no se
reduce a un mero tratamiento médico, sino que tiene el objetivo
de
“perfeccionar” pedagógicamente sus capacidades
sensoriales para desarrollar el
vínculo social y el ejercicio de palabra a través de
imitación. Coincide con
Pinel en la metodología de investigación
científica proclamada como “empirismo
pragmático” (Gineste, 2004, p.15) que instaura un
cuestionamiento de la clínica
por la teoría. Y, desde la base de la clínica interroga
sus hipótesis
filosóficas que dirigen y orientan el tratamiento. Sin embargo,
se diferencia
de este último en que no duda de los efectos transformadores de
la cultura a
través de su método sobre el cuadro de idiotez
diagnosticado en el niño.
Las
propuestas de investigación de los científicos del siglo
XVIII, anteriores a
Itard y Pinel, no tienen en cuenta las exigencias del método
experimental para
corroborar y poner a prueba sus hipótesis científicas.
Estas explicaciones
sobre la conducta de los niños y niñas
“salvajes”' son confiadas la mayoría de
las veces a supuestos hipotéticos, y a la mera
especulación. Su educación es
confinada a monasterios o escuelas del orden estatal que no implican un
proceso
reeducativo
[9]
. En este
sentido, la propuesta positivista de unidad metodológica, al
implementar los
progresos experimentales de las ciencias médicas, da lugar a un
modo
especializado de enseñanza diferenciada o especial. Dice Itard
al respecto:
Pero tan
torpemente procedía en aquellos tiempos el estudio de las
ciencias, entregadas
al afán de las explicaciones, al azar de las hipótesis y
a la especulación de
gabinete, siendo tenido en nada la experiencia [...] Cuanto nos han
dejado los
autores que pudieron conocerlos y estudiarlos se reduce a retazos
insignificantes, en donde lo que más llama la atención es
el casi constante
resultado de que dichos sujetos permanecen impermeables a cualquier
perfeccionamiento relevante, debido indudablemente a que, sin
consideración a
la peculiaridad de sus orígenes, se les quiso someter al sistema
educativo
habitual de la enseñanza pública”. (1973, p.108)
Itard,
al igual que Pinel, degradan el estado inicial del niño a la
condición
ontológica de animales ubicados en el último
peldaño de la escala animal,
cercanos en algunos aspectos a las plantas. No obstante, su
“anormalidad”, y en
discrepancia con su maestro, Itard hace hincapié a través
de su método
médico-pedagógico en reducir sus costumbres silvestres a
través de un proceso
fundado en la “perfectibilidad”
[10]
de la percepción del aparato sensorial, ya que
considera que “la
sensibilidad se halla en proporción directa con el grado de
civilización”
(1973, p.122). A partir de la educación moral de los sentidos y
el contacto con
otros humanos, considera posible que el niño se apropie de las
costumbres de la
cultura occidental. Asimismo, cree al igual que Locke y Condillac que
la acción
simultánea y separada de los sentidos tienen una fuerte
influencia sobre la
formación y desarrollo de las ideas. De esta manera, pretende
también alcanzar
una mejoría en la salud de las funciones intelectuales y,
así también, de las facultades
afectivas del niño.
En su Informe,
Itard explica cómo los
experimentos orientan la recuperación a partir de la
imposición de otros
estímulos sensoriales para percibir y distinguir nuevos objetos.
Obliga su
atención a reparar en ellos, el juicio para compararlos, y la
memoria para
retenerlos. Así, pone en juego la inteligencia al formar ideas
nuevas. Aunque
dejan una huella fugaz, necesitan ser fijadas y comunicadas. Es
necesario
grabar los signos correspondientes, que son su valor representativo.
“Ya me
había persuadido de que tal cosa era posible al conseguir que mi
educando
designase el objeto de sus deseos mediante el expediente de ordenar las
letras
de manera que resultase el nombre de la cosa que necesitaba”
(1973, p.168). Si
bien en su Memoria señala esta etapa
como un progreso pedagógico, sus observaciones posteriores
debilitan su
esperanza sobre el aprendizaje. “Mediante la imitación,
pidiéndole a Víctor que
dibuje las mismas figuras que él en el mismo tablero, logra
iniciarlo en los
conceptos básicos de la escritura. Pero el aprendizaje del habla
se encontró
con un fracaso total: ni mediante una imitación de los sonidos
ingresados”
(Tinland, 2003, p.76).
Sobre
las dificultades en el aprendizaje de la palabra del niño de
Aveyron, es
necesario para su correcta utilización que encierre una
proposición, más allá
de la pronunciación y articulación de sus sonidos. Solo
de esta manera la
palabra forma parte del orden del lenguaje. De lo contrario, como
explica
Foucault en su libro Las palabras y las cosas,
no se transforman en un signo representativo de la cosa:
Lo que
erige a la palabra como tal y la sostiene por encima de los gritos y de
los
ruidos, es la proposición oculta en ella. El salvaje del Aveyron
no llegó a
hablar porque, para él, las palabras siguieron siendo marcas
sonoras de las
cosas y de las impresiones que producían en su espíritu;
no recibieron el valor
de la proposición. Podía pronunciar muy bien la palabra
"leche" ante
el tazón que le era ofrecido; pero esto no era sino "la
expresión confusa
de ese líquido alimenticio, del recipiente que lo
contenía y del deseo de que
era objeto"; la palabra nunca se convirtió en signo
representativo de la
cosa, pues nunca quiso decir que la leche estaba caliente, lista o era
esperada. (2002, pp.110-111)
Otra dificultad en el proceso de
aculturación del niño “salvaje” que preocupa
a Itard hacia el final de su Informe está
relacionada con las nuevas
sensaciones vividas en la etapa de la pubertad. El joven presenta,
desde su
punto de vista, una alteración en el sistema afectivo, ya que no
tiene
capacidad para desarrollar el “sentimiento universal que mueve y
multiplica a
los seres vivos” (1973, p.193). A pesar de la violencia y
persistencia de sus
deseos, estos no tienen como objeto de preferencia a la mujer.
Considera que
los sentidos del niño no fueron educados para poder establecer
las diferencias.
“Este acuerdo de los gustos con las necesidades no podía
darse en una criatura
a la que la educación no había enseñado a
distinguir un varón de una hembra, y
a quien solo las sugerencias del instinto dejaban vislumbrar tal
diferencia,
sin que le fuese dado el aplicarlas a su situación”.
(1973, p.193). Afirmamos
que esta “indecencia” no es solo considerada por Itard como
una “anormalidad”
desde el plano médico, sino que también, desde el aspecto
cultural implica un
“peligro”.
Luego de
años de trabajo riguroso y constante, Itard sostiene que la
propuesta para
evitar un retroceso hacia la existencia primitiva tiene resultados
positivos.
Aunque, su comportamiento es “rudimentario” en lo que
respecta a sus funciones
intelectuales y sensoriales, e “indecente” al no poder
seguir las costumbres de
la sociedad civilizada. Sin poder resolver la contradicción
médico-filosófica
que lleva a Pinel a condenar la exigencia de continuación de un
método de
aculturación con el niño, Itard delega el cuidado con el
subsidio del Estado
francés a la institutriz, Mme. Guérin
[11]
. En tal
sentido, la dificultad de sostener un método también se
le plantea como una
paradoja, “por una parte, el salvaje, al igual que el sordo,
nunca es del todo
diferente a nosotros y, por tanto, accesible a la terapia; sin embargo,
por
otra parte, siempre plantea su alteridad, dudando cada vez de “la
necesidad de
una educación especial si ha habido cura, o de una cura, si ha
habido necesidad
de una educación especial’” (Gineste, 2004, p.144).
A pesar
del compromiso institucional y metodológico de Itard en la
implementación de la
propuesta médico-pedagógico, consideramos que existen
“irrupciones” o
“intervalos” epistemológicos en los que decide no
intervenir con experimentos y
controles sobre la conducta del niño. Sus hábitos
formados en la soledad de los
bosques implican una experiencia no dominada por la razón, un
vínculo sensorial
y afectivo con la naturaleza. Su experiencia carente de palabras,
aunque
acompañada de gritos y alaridos, no despierta un ánimo
relacionado con la
satisfacción de necesidades básicas, tampoco con las
costumbres de la
civilización. Itard percibe que estas actividades no abonan ni
coinciden con
los propósitos de la investigación científica,
sino de manera secundaria. Son
conductas que están atravesadas por la aleatoriedad de las
condiciones
climáticas y el goce del instante en la exterioridad del hogar.
Una
mañana de invierno, habiendo caído una hermosa nevada en
las últimas hora de la
noche, he aquí que se despierta de repente en un grito de
alegría, abandona su
lecho, corre a la ventana, se dirige a la puerta, se revuelve
impaciente y
agitado de una parte a la otra y al fin, medio desnudo se escapa al
jardín;
allí da rienda suelta a su alegría con nuevos y
penetrantes alaridos, se
revuelca en la nieve [...] Pero, no siempre reaccionaba de manera tan
viva y
agitada ante los acontecimientos de la naturaleza; me cumple
señalar, por el
contrario, cómo en algunas ocasiones se ceñía a
una actividad que sugería más
bien la expresión sosegada del recuerdo y de la
melancolía. Osada conjetura,
harto opuesta, sin duda a la opinión corriente de los
metafísicos, pero a la
que ningún atento observador habría podido sustraerse en
determinadas
circunstancias. (1973, p.121)
Desde
nuestro punto de vista Víctor ejerce una
“resistencia” activa hacia el proceso
pedagógico de aculturación fundado en la antinomia
epistemológica. Asimismo, da
cuenta de los límites para alcanzar los propósitos
civilizatorios a través del
desarrollo de la cualidad de “perfectibilidad” en el
aprendizaje de la lengua
occidental europea, la imposición de un sistema afectivo
dirigido por un
“sentimiento universal”, y la experimentación
científica sobre su aparato
sensorial que lo convierte en un “caso” u
“objeto” de experimentación. En el
ánimo de reencuentro con la naturaleza
[12]
, que no
corresponde necesariamente a un tipo de comportamiento
“anormal”, encontramos
una relación “silenciosa”, una experiencia tan
humana como la misma infancia.
El aislamiento del hábitat silvestre, el control de todos sus
movimientos, el
encerramiento y el rigor de la disciplina producen la
domesticación y
degradación del niño de Aveyron.
En
continuidad con el Iluminismo tardío, aunque con algunas
diferencias en la
propuesta metodológica, se inicia a mediados del siglo XX una
antigua, aunque
bien conocida polémica sobre el niño de Aveyron, y otros
y otras niñas
“salvajes”. Los textos científicos repiten algunas
propuestas científicas
fundadas en la antinomia epistemológica naturaleza y cultura. Al
referirnos,
entonces, a estos niños y niñas la pregunta que se impone
es “¿Qué podemos
aprender de las lecciones sobre las historias de la relación
entre cultura y
naturaleza?” (Benzaquén, 2006, p.136). Dentro del campo de
las ciencias,
especialmente en las sociales, se replantea entonces la cuestión
acerca de si
las cualidades que definen al ser humano son adquiridas o innatas. De
modo que
la pregunta “encuentra su respuesta en las divergencias
interpretativas que
separan a Pinel de Itard, y luego muchas otras que todavía hoy
separan, por
ejemplo, a C. Lévi-Strauss y L. MaIson”. (Tinland, 2003,
p.69).
Desde el
plano metodológico de la investigación,
Lévi-Strauss afirma que la ciencia
moderna procede de modo reduccionista o estructuralista. Obra de modo
reduccionista cuando descubre que es posible someter fenómenos
que en un
determinado nivel son muy complejos, a fenómenos más
simples en otros niveles.
En este sentido, se explican, aunque sea de manera parcial, a
través de
procesos físico-químicos que pueden verificarse
empíricamente. Y cuando se
enfrenta con fenómenos tan complejos que no pueden reducirse a
fenómenos de
orden inferior, entonces, la ciencia los aborda de manera
estructuralista al
estudiar sus relaciones internas. Las ciencias en este sentido, dice
Lévi-Strauss, intentan “comprender qué tipo de
sistema original forman en
conjunto. Y es esto, precisamente, lo que intentamos hacer en
lingüística, en
la antropología y en muchos otros campos” (1990, p.31).
Desde esta perspectiva,
los fenómenos lingüísticos y culturales demandan
mayor cantidad de variables, y
por lo tanto, son más complejos.
La lingüística ilustra el modo a
través del cual se analiza estructuralmente el lenguaje
[13]
.
Dado que la capacidad de simbolización es compartida por los
seres humanos, la
traducibilidad entre lenguas es posible gracias a que la estructura
lingüística
humana es unívoca. Sin embargo, la estructura de la mente no se
da a observar,
y debe inferirse de evidencias empíricas. Para empezar a buscar
esta
estructura, según Lévi-Strauss, el mejor lugar para
empezar está en el
lenguaje. Los antropólogos cuando estudian las culturas
realizando trabajos de
campo desde una perspectiva estructuralista efectúan una
“traducción”. De modo
que, analizar otras culturas puede ser entendido también como
“traducir” a
códigos culturales las formas de vida de grupos humanos que son
objeto de
estudio.
Una de las muchas conclusiones,
que probablemente, pueda extraerse de la investigación
antropológica es que
pese a las diferencias culturales existentes entre las diversas
fracciones de
la humanidad la mente humana es en todas partes una y la misma cosa,
con las
mismas capacidades. Creo que esta afirmación es compartida por
todos. (Lévi-Strauss, 1990, p.43)
La
antinomia epistemológica naturaleza y cultura es fundamental al
estructuralismo
antropológico para el estudio del ser humano entendido como
poseedor de la
capacidad simbolización. Porque permite definirlo como un ser
“biológico”, a la
vez que un individuo “social”, y propone identificar las
causas de su comportamiento.
Para explicar estas causas es necesario fijar una correlación
clara y distinta
de cada actitud a una causa natural o cultural y establecer un
mecanismo para
efectuar el pasaje de actitudes culturales a comportamientos del orden
biológico. Sin embargo, pueden presentarse algunas
complicaciones epistémicas
en la conexión y extensión de las relaciones entre ambas
esferas. Entonces: “Al
negar o subestimar la oposición se cerrará la posibilidad
de comprender los
fenómenos sociales, al otorgarle su pleno alcance
metodológico se correrá el
riesgo de erigir como misterio insoluble el problema del pasaje entre
los dos
órdenes. ¿Dónde termina la naturaleza?
¿Dónde comienza la cultura?”
(Lévi-Strauss, 1969, p.36).
La antropología orientada por una metodología
de investigación reduccionista, para determinar el punto inicial
de la cultura
propone el aislamiento social artificial con niños en sus
primeros años de vida
[14]
.
También,
con el mismo objetivo, se postula el estudio de “niños
salvajes” capturados en
las campiñas, como el “caso” de Víctor de
Aveyron. A través de “observaciones
válidas”, la investigación guiada por el ideal
positivista decimonónico tiene
como objetivo explicar las causas “naturales” del
comportamiento humano. No
obstante, para Lévi-Strauss el supuesto caso artificial presenta
dificultades
para determinar la univocidad de su origen. De la misma manera, al
referirse a
los niños y niñas “salvajes" determina la
imposibilidad de la
experimentación, dadas sus características constitutivas.
Pero nada
semejante puede ocurrir con el hombre, ya que en su caso no existe
comportamiento natural de la especie al que el individuo aislado pueda
volver
por regresión. [...]. Los niños salvajes, sean producto
del azar o de la
experimentación, pueden ser monstruosidades culturales, pero
nunca testigos
fieles de un estado anterior. No se puede, entonces, tener la esperanza
de
encontrar en el hombre ejemplos de tipos de comportamiento de
carácter pre
cultural. (1969, p.38)
Para el
estructuralismo el estado de naturaleza existe como un enunciado
“hipotético”.
Los niños y niñas “salvajes” no pueden
ejemplificar lo precultural, sino que
son una parte de la cultura, aunque se los representa de un modo
“monstruoso”
como “criaturas”
[15]
. Imposibilitados de desarrollar la capacidad humana de
simbolizar,
dificultan la tarea científica de “traducir” su
comportamiento al marco del
orden cultural. Por esta misma razón, al igual que el
médico alienista Pinel en
el siglo XIX son considerados “anormales”. Desde este punto
de vista, es
necesario determinar su constitución biológica y
“buscar en la imbecilidad,
mostrada en grado diferente por cada uno de ellos, la causa inicial de
su
abandono y no, como se quiere a veces, su resultado”.
(Lévi-Strauss, 1995,
p.37).
La
explicación propuesta por Lévi-Strauss que establece que
padecen en su
constitución de una deficiencia intelectual innata es refutada
por el sociólogo
L. Malson en su libro Los niños
selváticos (1964). Afirma que del hecho de la ausencia de la
palabra y el
lenguaje en estos niños y niñas “salvajes”,
no puede diagnosticarse una
oligofrenia congénita. “En cuanto a la hipótesis
-fundada como hemos visto, en
una errada proyección retrospectiva de la mudez del niño,
según la cual el
abandono se habría originado esencialmente a partir de la
indiferencia o de la
irritación de la familia hacia un pobre espíritu, es, por
poco que se repare en
ella, sencillamente inaceptable” (1973, p.57). No todos o la
mayoría de los
casos de abandono de niños y niñas tienen su
explicación en una oligofrenia
constitucional.
Malson,
en consonancia con el filósofo francés Merleau-Ponty
[16]
,
sostiene
que la adquisición del lenguaje por parte de los niños en
los primeros años de
vida está ligada estrechamente a la afectividad. También,
existen correlaciones
entre esa edad y el período de disposición para el
aprendizaje del lenguaje. Es
fundamental, por tal razón, el entorno social en el que se
desarrollan y la
experiencia que viven con sus predisposiciones constitucionales.
Porque, si
durante este período el niño no tiene modelo
lingüístico, no podrá hablar, o al
menos nunca lo hará con total normalidad. En ocasión del
niño “salvaje” de
Aveyron, puede advertirse que, en su historia personal, luego de vivir
durante
sus primeros años de vida en la soledad de los bosques aislado y
sin contacto
con la sociedad no logra desarrollar el uso de la palabra.
Al
afirmar que los seres humanos no están determinados de la misma
manera que los
animales por la herencia biológica, Malson sostiene que
“hay una constante humana
social, no hay una naturaleza humana, que tendría que ser
pre-social en la
misma medida en que lo son las naturalezas de los animales”
(1973, p. 36). Bajo
la influencia del entorno cultural, puede aparecer una pluralidad de
tipos
sociales y no un solo tipo específico, diversificando la
humanidad según el
tiempo y el espacio. Es a partir del proceso socialización que
los niños y
niñas adquieren sus características psicológicas y
lingüísticas. En este
sentido, la tesis malsoniana coincide con la propuesta que Itard
desarrolla
sobre el niño de Aveyron, al destacar el predominio que la
cultura ejerce sobre
la transformación del comportamiento a partir de procesos de
aprendizaje.
Más allá
de las divergencias metodológicas entre Lévi-Strauss y
Malson en la explicación
científica sobre la génesis de la
“anomalía” en los niños salvajes, coincidimos
con A. Benzaquén en que ambos comparten la misma
definición sobre su estatus
ontológico
[17]
.
Además, a
pesar de sus posiciones dispares, sobre las causas de la
extrañeza y la
relación exacta con la naturaleza, cultura e historia, ambos
científicos de las
ciencias humanas comparten el punto de vista que los niños
salvajes fueron de
algún modo inferiores a los seres humanos. (2006, p.139)
Afirmamos
que al instrumentar la antinomia reproducen epistemológicamente
el carácter
hipotético del “estado de naturaleza” y su
relación con la cultura. En
continuidad con las conclusiones obtenidas a través de los
tratamientos
médicos-pedagógicos de los médicos y
científicos del siglo XIX, ponen en
funcionamiento la “máquina antropológica”
delimitando ontológicamente una zona
de indiferencia en la que debe producirse la articulación entre
lo humano y lo
animal, el hablante y el viviente. El carácter monstruoso de las
“criaturas” se
desplaza sobre diferentes instituciones en las que la aplicación
de las
prácticas no puede controlar y disciplinar su
“anomalía”. Representada en la
grieta que divide ambos ámbitos, la niñez
“salvaje” se manifiesta como ejemplo
de la contrariedad de realización cultural y política de
la sociedad
occidental, y en protagonista de la imposibilidad de
transformación y
perfeccionamiento a partir de métodos científicos
desarrollados en la
modernidad.
Frente a
la “máquina antropológica” que articula a las
ciencias que estudian a los niños
y niñas “salvajes”, afirmamos que se trata de poner
en cuestionamiento los
supuestos epistémicos que sistematizan y extreman la
división entre niñez
humana e inhumana para eventualmente debilitar su funcionamiento. Es
posible
desarrollar una alternativa epistemológica a la antinomia a
partir del concepto
de mito introducido por Lévi-Strauss. Esta propuesta no plantea
una separación,
sino que situándose desde el lenguaje afirma que el
ámbito de la cultura
transforma la naturaleza para convertirla en algo distinto. Dice que
“Si
queremos dar cuenta de los caracteres específicos del
pensamiento mítico,
tendremos que establecer entonces que el mito está en el
lenguaje y al mismo
tiempo más allá del lenguaje” (1995, p.232). El
pensamiento mítico, a
diferencia del pensamiento científico, no fortalece la antinomia
con
estructuras teóricas e hipotéticas, sino que busca dar un
sentido a través del
lenguaje a “fragmentos” y “residuos” de
acontecimientos, a “experiencias
fósiles” de individuos y sociedades que tienen una
naturaleza más compleja, y
que se encuentran por encima del nivel habitual de la expresión
lingüística.
El
concepto de mito permite comprender y dar sentido, desde el plano
epistemológico, a los problemas y paradojas ante los que
transige los
diferentes métodos y tratamientos científicos que tienen
por objeto estudiar,
transformar y perfeccionar a niños y niñas
“salvajes”. No obstante, constituye
desde el plano ontológico, a partir de la
“anomalía” que padecen, una
“criatura” mitológica porque pertenece a una
realidad de otro orden. “El niño
encarna un mito, lo cual es solo un mito. El niño salvaje no es
"natural": es aberrante. El niño salvaje dramatiza la
división entre
nosotros mismos como cuerpos y nosotros mismos como seres
sociales” (Newton,
1996, p.26). Representan manifestaciones culturales de ciertas
imágenes,
ansiedades y deseos de la sociedad, que se hacen patentes en los
prejuicios
morales frente a la observación de su falta de lenguaje e
“indecencia”. Se
supone que estas representaciones ocurrieron en un momento del tiempo,
conforman una estructura permanente, que refiere simultáneamente
al pasado, al
presente y al futuro.
Los
principios epistémicos de la antinomia que articulan la
“máquina antropológica”
son cuestionados por Agamben en otro texto, Infancia e historia (1978),
y al igual que Lévi-Strauss postula al lenguaje como puente o
nexo de
comunicación entre ambas esferas.
La
dualidad de herencia endosomática y herencia exosomática,
de naturaleza y
cultura debe entenderse de una manera nueva. No se trata de una
yuxtaposición
que delimite dos esferas distintas que no se comunican, sino de una
duplicidad
que está ya inscripta en el lenguaje mismo, considerado desde
siempre como el
elemento fundamental de la cultura. (2001, pp.81-82)
Sin
embargo, el filósofo italiano plantea diferencias significativas
con la
propuesta del antropólogo, porque afirma que el lenguaje viene
acompañado de la
experiencia entendida en su sentido “tradicional”
[18]
, y que
es
inseparable de ella porque es su “condición de
emergencia”. No sostiene en su
alternativa epistemológica un concepto
[19]
que
busca
transformar el discurso humano en lengua pura. Más bien,
considera que “La
experiencia es la diferencia entre lo lingüístico y lo
humano, entre lo dado y
lo aprendido, entre lo que tenemos y lo que no tenemos al nacer. De
este modo,
que el ser humano no nazca ya hablando, que tenga infancia, que su
hablar y su
ser hablado no estén determinados de antemano, es lo que
constituye la
experiencia, lo que la vuelve posible.” (Kohan, 2004, p.271). La
experiencia
como infancia es la característica constitutiva del ser humano
[20]
, ya que
es el único ser que precisa y busca aprender a hablar, la
infancia es ausencia
y búsqueda de lenguaje. La lengua no es una
característica innata, sino que es
proporcionada por la experiencia de la infancia.
Agamben
sitúa a la infancia en una dimensión intermedia como un
“intervalo” o “irrupción”
epistemológica, entre tener y no tener lenguaje, entre cultura y
naturaleza,
como aquello que da lugar a la posibilidad misma de la
repetición de signos.
Propone una experiencia muda del lenguaje, y en ese sentido, considera
que se
entra en una dimensión puramente vacía, en una especie de
potencialidad del
lenguaje en la que las diferentes determinaciones de la cultura no son
definitivas, sino posibles
[21]
. Así es como, lenguaje, experiencia e infancia
son atrapados en un
círculo de reciprocidad. “Infancia y lenguaje parecen
así remitirse mutuamente
en un círculo donde la infancia es el origen del lenguaje y el
lenguaje, el
origen de la infancia. Pero tal vez sea justamente en ese
círculo donde debamos
buscar el lugar de la experiencia en cuanto infancia del hombre”
(2001,
pp.64-65).
El
“silencio” testifica un lenguaje en potencia en la medida
en que los seres
humanos tienen una experiencia de la infancia “Solamente si
pudiéramos
encontrar un momento en que ya estuviese el hombre, pero todavía
no hubiera
lenguaje, podríamos decir que tenemos entre manos la
“experiencia pura y muda”,
una infancia humana e independiente del lenguaje” (2001, p.65).
Si bien para
Agamben la existencia de un ser humano en un momento anterior al
lenguaje es un
mito, coincidimos con la filósofa K. Seshadri en su propuesta de
pensar, desde
la teoría de la infancia, al niño y la niña
“salvaje” como escisión del
lenguaje y pasaje a la palabra. Como un ser humano contemporáneo
que en su
mudez y aislamiento de la cultura demuestra la “radicalidad de su
humanidad”.
El niño
salvaje aparece indudablemente en este espacio de silencio, en el
intervalo
entre la lengua y la palabra. Como un niño humano abandonado y
aislado, él o
ella, el niño salvaje está en relación con el
lenguaje en tanto que dispone de
la capacidad de la lengua. En un sentido, entonces, el niño
salvaje no está
tanto "privado" del lenguaje sino está al otro lado de la
"grieta" entre la lengua y la palabra. (2012, p.174)
Desde
esta interpretación de la teoría de la infancia, ponemos
en discusión la
división que permite establecer que niños
“salvajes” como Víctor de Aveyron
sean clasificados desde el punto médico como
“anormales” y, por lo tanto,
representados ontológicamente como “criaturas”
mitológicas inferiores a los
seres humanos. Precisamente, esta concepción filosófica
de la infancia no
establece divisiones entre los seres humanos que determinan la
superioridad de
unos sobre otros a partir del criterio del lenguaje y la
pronunciación de la
palabra. Afirma que tanto la mudez y el “silencio” son
características
inherentes a la humanidad, y no tanto de seres pertenecientes a otra
realidad.
Dice Agamben que “la infancia a la que nos referimos no puede ser
simplemente
algo que precede cronológicamente al lenguaje y que, en un
momento determinado,
deja de existir para volcarse en el habla, no es un paraíso que
abandonamos de
una vez por todas para hablar, sino que coexiste originariamente con el
lenguaje” (2001, p.65). Por lo tanto, la infancia no puede
renunciarse o eliminarse,
sino que acompaña perpetuamente a la humanidad.
La
concepción filosófica de la infancia en Agamben no es la
representación
cultural de una etapa que debe ser superada en un tiempo determinado,
ni la
manifestación biológica de una edad del ser humano en la
que se establece una
relación de dependencia con un adulto. Sino que es una propuesta
de
cuestionamiento radical a la concepción Ilustrado o Iluminista
[22]
de la
infancia, y pone en relieve las características asociadas a la
“resistencia” de
los que no tienen voz, y que se expresan con fortaleza a través
del “silencio”.
Dice Kohan al respecto:
Estamos
ante una inversión de esa visión iluminista según
la cual la infancia es algo
del orden de la pasividad, de la exoneración, de la dependencia.
Para Agamben,
la infancia reviste otra posición. La infancia deja de estar
asociada a la
debilidad, a la precariedad, a la inferioridad. Ella ya no es
más medida por la
categoría de progreso, en una temporalidad continua; pasa a ser
discontinuidad,
irrupción del pensamiento, de lo (im)posible, de lo porvenir.
Así, el concepto
de infancia propuesto por Agamben tiene un doble impacto en la forma
educacional dominante de pensar la infancia. Por un lado, la infancia
deja de
estar necesariamente asociada a niños y a visiones asociadas a
ellos como seres
humanos pequeños, frágiles, tímidos o,
simplemente, como etapa de la vida
humana. Por otro lado, la infancia pasa a ser condición de
rupturas,
experiencia de transformaciones y sentido de las metamorfosis de
cualquier ser humano,
sin importar su edad. (2004, p. 274)
La
metodología y prácticas que se implementan en las
propuestas
médicas-pedagógicas y en las ciencias sociales implican
determinaciones
culturales sobre la potencialidad del lenguaje, los sentidos y los
afectos para
que los niños y niñas “salvajes” puedan
alcanzar progresos, y abandonen el
estado de rudimentaria incapacidad. A partir de la estimulación
sistematizada
de los sentidos se corroboran empíricamente diferentes
hipótesis de
investigación. No obstante, nosotros afirmamos que el
“silencio”, la
sensibilidad hacia la naturaleza y la “indecencia” afectiva
de los niños
“salvajes” se presentan como fortaleza y
manifestación de la “resistencia” ante
el avasallamiento insistente de la ciencia en la búsqueda de
resultados
teóricos exitosos, y la desconsideración y menosprecio de
su humanidad frente a
las más diversas y crueles experimentaciones que implican muchas
veces el
encierro y aislamiento.
Finalmente,
sostenemos que el intervalo o “irrupción”
epistemológica que provoca la
experiencia de la propia infancia, y las de los niños y
niñas “salvajes” puede
llevar a los investigadores a cuestionar filosóficamente las
propias prácticas
científicas comprometidas en la formación y
transformación de las personas, el
modo en que se establece la relación y ayuda con otros. La
relación con los
niños y niñas sin voz mediante un vínculo
silencioso implica una forma
filosófica de experimentar la infancia. Esto es posible a
través de la
experiencia de discontinuidad y cuestionamiento que se produce sobre la
antinomia epistemológica que articula las ciencias, abriendo
lugar a la
elaboración de un nuevo campo crítico de
interrogación ontológico sobre el ser
humano. El quiebre y vacío que genera el cuestionamiento
filosófico en esta ocasión
son imposibles de alcanzar sin la oportunidad que estos niños y
niñas brindan.
Permiten tener una experiencia silente de la naturaleza y de la
indeterminación
de los propios afectos, a través de la cual se revela
cómo estos métodos y
prácticas implican un medio de degradación y
destrucción de la niñez.
La
visión Iluminista de la infancia fortalece los estudios y
prácticas científicas
que buscan alcanzar un progreso en los infantes como
“objeto” de estudio, a
través del desarrollo de metodologías de
investigación que impulsan el poder
explicativo y el éxito predictivo de las teorías
científicas. La experiencia de
los niños y niñas “salvajes” solamente es
tenida en cuenta para ser
cuantificada e instrumentalizada, de este modo es posible corroborar
las
diferentes hipótesis de estudio. La ejecución indiscutida
del proyecto de
investigación, lleva a los científicos a desarrollar
experimentos que degradan
su humanidad, sin considerar otros aspectos de la experiencia que
postulan una
“irrupción” epistemológica o cuestionamiento
filosófico sobre su investigación y
subjetividad.
Consideramos
que la experiencia en su sentido “tradicional” cumple un
rol fundamental en el
quiebre epistemológico de los principios que fundan la
“máquina antropológica”.
Exige una concepción alternativa de la infancia, y establece una
conexión
necesaria con el lenguaje. Esta relación recíproca
permite experimentar la
infancia no solo como una instancia de cuestionamiento
filosófico, sino que
también postula al “silencio” como intervalo
potencial entre lenguaje y habla,
como característica radical de la humanidad, disipando
así la división entre
niños humanos e inhumanos. También, la experiencia
así entendida, permite
iniciar una transformación en lo que respecta a la propuesta de
investigación
científica, estableciendo una indagación sobre
métodos y prácticas que implican
un esfuerzo constante y doloroso por parte de los niños y
niñas.
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[1]
G. Agamben (2014) en su texto ¿Qué
es dispositivo? inicia un estudio genealógico del
término “dispositivo”
utilizado por M. Foucault. Para comprender la extensión de su
significado
afirma que “El dispositivo es un conjunto heterogéneo que
incluye virtualmente
cualquier cosa, tanto lo lingüístico como lo no
lingüístico: discursos,
instituciones, edificios, leyes, medidas de policía,
proposiciones filosóficas,
etc. En sí mismo el dispositivo es la red que se establece entre
estos
elementos.” (2014, pp. 8-9).
[2]
Douthwaite afirma que las razones del confinamiento de
Víctor de
Aveyron radican en que “El comisario exigió su traslado al
municipio por dos
motivos: como “medida policial” y debido a su "gran
interés por los
observadores y naturalistas.” (2012, p.58). Estos dos ejes de
interés: la
sospecha del peligro potencial de Víctor para la sociedad y el
deseo de
registrar y clasificar la existencia de Víctor para la ciencia,
continuaría
dominando al niño hasta su muerte.
[3]
La “Sociedad de
Observadores del Hombre”
formada por médicos (Pinel, Cabanis), lingüistas (Sicard,
Leblond), filósofos
(Destutt de Tracy, Laromiguière), historiadores y
sociólogos (Volney, Millin),
naturalistas (Cuvier, Jussieu, Geoffroy-Saint-Hilaire, Jauffret),
publicistas
(Gérando), viajeros (Bougainville, Baudin), etc., tiene la
intención de
estudiar al hombre en todas las latitudes, desde todos los
ángulos y en todas
sus costumbres. “Es este proyecto, el que podemos leer claramente
expresado en
el artículo 1ero. de los estatutos presentados en 1800:
“La Sociedad de
Observadores del Hombre, fiel al objetivo de su institución,
dedica su trabajo
exclusivamente al estudio del hombre físico, intelectual y
moral” (Jamin, 1979,
pp.318-319).
[4]
Lo “anormal” es definido por Foucault en su
texto Los anormales por oposición a lo normal
como lo patológico, lo mórbido, lo desorganizado, el
disfuncionamiento. Sin
embargo, esta definición debe ser complementada subrayando el
hecho de que la
psiquiatría, como ciencia médica abarca todas las
conductas a través de su
anclaje en la neurología, a causa del avance de la
fragmentación
sintomatológica. Asimismo, comienza a organizarse a sí
misma, y a delimitar un
nuevo campo de investigación, aunque abarcando ahora dos usos y
realidades de
la norma. “como regla de conducta y como regularidad funcional;
la norma que se
opone a la irregularidad y el desorden y la norma que se opone a lo
patológico
y lo mórbido” (2000, p.155).
[5]
La influencia del espíritu positivista en las
diferentes
disciplinas médicas en el período del Iluminismo
tardío da lugar al nacimiento,
a través de la obra de P. Pinel, de la clasificación
minuciosa de las
enfermedades mentales a partir de la obra La
nosographie philosophique (1797). También a las bases y los
métodos del
tratamiento moral de la locura, a lo que hoy llamamos
psiquiatría en el Traité
médico-philosophique sur l’aliénation
mentale ou la manie (1800) y el desarrollo práctico de los
mismos en el
asilo de Bicêtre.
En
ese momento, también tiene lugar un debate con el joven
médico J. Itard que,
como conocedor de la obra de Pinel, consagra sus estudios a la
aculturación del
niño de Aveyron a través de sus propias prácticas
y método, además de hacerse
cargo meses antes del Instituto Nacional de sordomudos de París
como
director.
[6]
Es importante destacar que Pinel se refiere al
niño de Aveyron como
un prétendu sauvage, en discrepancia
con los naturalistas franceses que lo definen como un sauvage.
[7]
A pesar de su impulso, el progreso científico no
siempre logra que
las capacidades que distinguen al ser humano civilizado se desarrollen
plenamente. Las ciencias médicas a partir del diagnóstico
determinan que las
“criaturas” no alcanzan una cura y, por lo tanto, no es
posible su desarrollo
debido al cuadro patológico. No obstante, “Las esperanzas
de una cura no eran
poco realistas en ese momento. Animado por las recientes innovaciones
en la
medicina, muchos contemporáneos expresaron optimismo sobre la
rehabilitación
física y mental de supuestamente incurables "monstruos" como los
sordomudos.” (Douthwaite, 2012, p.58).
[8]
Hacia mediados del siglo XVIII el médico
Nicolás Andry (1743) en su
libro L'orthopédie,
ou L'art de prévenir et de corriger dans les enfants les
difformités du corps explica como
conforma este
término.“En cuanto al título en cuestión, lo
conformé a partir de dos palabras
griegas. A saber, Orthos que quiere
decir derecho, exceptuado de deformidad, que es según la
rectitud. Y de Paidion que quiere decir niño.
Compuse
el término Ortopedia a partir de estas dos palabras para
aprovechar en un solo
término, la definición que me propuse, qué es
enseñar diversos medios de
prevenir y corregir en los niños las deformidades del
cuerpo” (ANDRY, 1743, p.4.
Traducción nuestra). Tiene la intención de desarrollar un
método con
pretensiones de cientificidad, dirigido a padres o personas encargadas
de la
crianza y educación del niño o niña.
Además, sugiere aplicar medicinas y
ejercicios que, a partir de su repetición constante, alcanza
resultados
“exitosos”. Cabe destacar que en su texto expresa su
interés por la estructura
y funcionamiento de la vivienda, es decir, por la organización
de los espacios
y amoblados adecuados para desarrollar el tratamiento.
[9]
Es importante señalar el punto de vista de
Douthwaite sobre las
diferencias que se establecen entre niños y niñas
“salvajes” en lo que respecta
a la concepción de la naturaleza de las ideas y los procesos
reeducativos. “Las
historias de los niños salvajes plantean preguntas interesantes
sobre las
relaciones conflictivas entre las normas de comportamiento de
género y
naturaleza humana. (..) Mientras que Marie-Angélique se
limitó a una serie de
conventos, instada a convertirse y pasar su vida en penitencia por su
etapa
vivida en el salvajismo, los niños salvajes se encontraron con
procesos de
reeducación bastante diferentes” (2012, p.32.). Pedro de
Hannover y Víctor de
Aveyron son confiados a programas de instrucción de
científicos reconocidos,
basados en el desarrollo de sus habilidades intelectuales. Mientras que
la
educación de Marie-Angélique se centra exclusivamente en
el modo de
socialización femenina.
[10]
En este sentido observamos una fuerte impronta
rousseauniana en las
investigaciones de Itard, ya que la cualidad de la
“perfectibilidad” lo
diferencia del animal, y le permite desarrollar la capacidad del uso
palabra y
el pensamiento racional. Es un signo potencial hacia la
civilización para
alcanzar su humanidad.
[11]
Víctor recibe la atención constante de su
institutriz, Mme. Guérin,
quien luego lo acompañará durante 20 años, hasta
su muerte en el año 1828. Aun
cuando lleva adelante un papel primordial en la reeducación,
poco y nada se ha
escrito sobre ella y de su vínculo afectivo con el niño.
[12]
Cuando, empujados por el rigor del tiempo, todos los de
la casa se
recogían bajo un techado, y el jardín quedaba solo y
silencioso, aquel era el
momento que él solía escoger para bajar: salía, lo
recorría primero varias
veces y por fin se aquietaba y se sentaba en el borde: Oh,
¡Cuántas veces me he
quedado durante horas enteras, con indecible gozo,
contemplándolo en aquella
situación! (Itard, 1973, p.121).
[13]
El
estructuralismo en la antropología planteado por C.
Lévi-Strauss sigue la
tradición inaugurada por el lingüista suizo F. Saussure
(1916) en su Curso de lingüística general
quien
señala que el lenguaje se encuentra estructurado siguiendo un
modelo relacional
y diferencial. Y, en términos generales puede decirse que en
este procedimiento
propio del lenguaje se puede observar, de manera primigenia,
cómo funciona la
mente humana.
[14]
Para la “Sociedad de Observadores del
Hombre” el niño de Aveyron
como “objeto” de investigación “se
presentó como el experimento inconcebible
que soñaba realizar, con la autorización del gobierno:
observar durante doce a
quince años de cuatro a seis niños colocados desde su
nacimiento lejos de
cualquier institución social, con el fin de arrancarlos del
secreto de su
historia intelectual y transmitir el diario de la generación de
sus ideas”
(Gineste, 2004, p.44).
[15]
Creemos oportuno utilizar la palabra
“criatura” según el
diccionario de la lengua castellana porque tiene una triple
significación. En
principio refiere a niños y niñas. Por otra parte,
refiere al estado fetal o
embrionario del ser humano, en el cual no se han distinguido ni formado
sus
miembros distintivos. Por último, tiene una significación
religiosa que
concierne a la “Creación” de un ser incompleto. Nos
interesa destacar en el
castellano el significado ambivalente y contradictorio del
término, en tanto
que refiere al ser humano en sus primeros años de vida, y
así mismo, a su
carácter embrionario, híbrido y no humano, en el que
carece de rostro y
miembros distintivos. No obstante, también queremos utilizar el
término para
acentuar la ambivalencia de su significado, y referirnos a la falta de
desarrollo de los miembros, órganos y capacidades de los
niñas y niños que
representan una deformación o “anomalía”
desde el plano biológico, y asimismo
su conducta una amenaza al orden social e institucional.
[16]
Merleau-Ponty (1950-51) desarrolla su concepción
fenomenológica
replicando implícitamente a Lévi-Strauss en The Child's
Relations with Others
(Merleau-Ponty, 2010, p.241).
[17]
Dice Malson sobre su estatus ontológico inferior
que “Los niños que
se han visto privados demasiado temprano de todo comercio social -es
decir, los
llamados niños salvajes- quedan, en su abandono, desarmados
hasta el extremo de
aparecernos como bichos irrisorios, como animales ínfimos: en
lugar de un
estado de naturaleza en que se dejasen reconocer el homo
sapiens y el homo faber
en su momento más rudimentario, no nos es dado ver en ellos
más que una
condición aberrante, respecto de la cual toda psicología
ha de trocarse en teratología ” (1973, p.
10).
[18]
La
experiencia en
sentido “tradicional” o “aristotélico”
queda expropiada del pensamiento
científico moderno, y, por lo tanto, de la antinomia que
sostiene la máquina
antropológica, a menos que se la encuentre en el
“caso”, y tome el nombre de
experimento. Para Agamben “La certificación
científica de la experiencia que se
efectúa en el experimento -que permite deducir las impresiones
sensibles con la
exactitud de determinaciones cuantitativas, y por ende prever
impresiones futuras-
responde a esa pérdida de certeza que desplaza la experiencia lo
más afuera
posible del hombre: a los instrumentos y los números” (2001, p.14).
[19]
Para postular el mito como ámbito intermedio
entre naturaleza y
cultura dice Agamben que es necesario partir desde el plano del
lenguaje
“Aunque para lograrlo precisa una máquina que traduzca el
discurso humano en
pura lengua y que le permita pasar sin fractura del uno a la otra. Una
máquina
de esa clase es la concepción levistraussiana del mito. En
efecto, Lévi-Strauss
ve en el mito una dimensión intermedia entre lengua y habla: "El
mito es
un ser verbal que ocupa, en la esfera del lenguaje, una posición
comparable a
la del cristal en el mundo de la materia física” (Agamben,
2001, pp.85-86). La
máquina o dispositivo de la infancia, según Agamben
funciona a la inversa.
[20]
En otro texto, y de manera muy breve Agamben destaca la
característica propia del ser humano como esa distracción
o intervalo infantil
necesario para aprender a hablar “Y ello se puede expresar en la
constatación,
aparentemente trivial, de que el hombre, antes de transmitirse algo,
debe en
primer lugar transmitirse el lenguaje. (Por ello un adulto no puede
aprender a
hablar: han sido niños y no adultos los que han accedido por
primera vez al lenguaje,
y, a pesar de los cuarenta milenios de la especie Homo
sapiens, precisamente la más humana de sus
características -el aprendizaje del lenguaje-
ha
permanecido tenazmente ligado a la condición infantil y a una
exterioridad:
quien cree en un destino específico, no puede hablar”
(1989, p.79).
[21]
Dice D. Kennedy y W. O.
Kohan sobre la "infancia"
en Agamben citando un artículo de T. Lewis e I. Jasinsky que
“es el espacio
liminal o "limbo" entre la experiencia y el lenguaje, un espacio de
indeterminación o "impotencialidad"(impotentiality),
tanto de
vulnerabilidad como de posibilidad- un espacio, finalmente, evocado y
reinscrito perennemente en la cultura y la experiencia humanas por el
ser de
infancia”. (Kennedy y Kohan, 2017, pp.49-50).
[22]
La concepción filosófica Iluminista o
Ilustrada de infancia
refiere, por lo general, a la noción kantiana de
“minoría de edad” que
representa la incapacidad y pereza intelectual para convertirse en un
adulto
capaz de razonar por sí mismo. “Pereza y cobardía
son las causas merced a las
cuales tantos hombres continúan siendo con gusto menores de edad
durante toda
su vida, pese a que la Naturaleza los haya liberado hace ya tiempo de
una
conducción ajena (haciéndoles físicamente
adultos); y por eso les ha resultado
tan fácil a otros el erigirse en tutores suyos” (Kant,
2004, p.83).