Frontier thinking of Comprehensive
Sexual Education. Case study: "Las pibas", an epistemic authority
Guadalupe Fernandez Chein
Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET)/
Instituto de Investigaciones
de Estudios de Género,
Universidad de Buenos Aires, Argentina.
guadalupefernandezchein@gmail.com
Maria Eugenia Lozza
Facultad de Ciencias Sociales,
Universidad de Buenos Aires, Argentina.
Recibido: 23/03/2021
Aceptado: 29/06/2021
DOI: https://doi.org/10.48162/rev.36.012
Resumen. Socializamos aquí una experiencia llevada a cabo por un grupo de
docentes, de nivel medio, que ha conformado un Equipo ESI. Nos referimos al
Proyecto de Promotoras Estudiantiles de Género, que vibra en una escuela que se
encuentra atravesada por un complejo entramado de relaciones sociales. El
mismo, busca aportar a la construcción de un proyecto educativo que habite los
intersticios de la escuela formal desde una pedagogía otra. El contexto en
el que se encuentra inscripta la escuela, configura las identidades
estudiantiles, sobre las que recaen múltiples opresiones de género, clase,
nacionalidad. Las juventudes
subalternizadas que habitan esta escuela invitan a romper con la categoría
monolítica de juventud, y ello implica un desafío para que nuestras prácticas
docentes no reproduzcan, en términos de Guha (2002) un colonialismo discursivo.
Palabras clave. Promotoras de Género,
Educación sexual, Pedagogías decoloniales, Pedagogías feministas.
Abstract. We are socializing here a pedagogic
experience carried out by a group of teachers that have been part of an ESI
Team that seeks to contribute to the construction of an educational process
that inhabits the innerworkings of formal education from one pedagogy to
another. To a pedagogy of affection, to transform and empower those subaltern
groups. We are specifically interested in reflecting about the project Student
Gender Issues Advocates. The subaltern adolescence (Spivak, 1988) that inhabits
this school invites us to break away with the monolithic category of youth and
that entails a challenge for our actions as educators not to reproduce, as Guha
would put it (2002) a discursive colonialism.
Keywords. Gender Issues Advocates, Sexual Education, Feminist
Pedagogies, Decolonial pedagogies.
¿De qué manera se puede lograr que el
silencio hable
sin que necesariamente sea el lenguaje
hegemónico
el que hable o el que le permita hablar?
De Sousa Santos, B. (2006)
La experiencia que aquí compartimos trasciende al contexto de
pandemia. Constituye parte de un dispositivo que se construyó hace tres años,
en un trabajo articulado entre docentes y estudiantes en torno a la Educación
Sexual Integra (ESI); y supo, a la vez, funcionar como espacio de conexión,
reflexión y acción en lo que duró el Plan de Contingencia por COVID-19 del
Ministerio de Educación del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (en
adelante, CABA), durante el año 2020.
Buscamos en este escrito socializar una experiencia de
implementación de ESI desde los márgenes (De Souza Santos, 2009), que
logró consolidar un espacio pedagógico que continúa, pese a las dificultades
que presenta la modalidad escolar virtual. Este vínculo y compromiso con el
espacio permitió desarrollar diferentes acciones: realización de las Jornadas
de Educación Sexual Integral en forma remota, logrando su difusión entre los
grupos de pares, y a través de las preceptorías y tutorías docentes;
articulación con el equipo socioeducativo que coordinó el reparto de los
bolsones de alimentos garantizando que, durante el contacto con las familias,
se repartan preservativos, folletería con información para el acceso a los
derechos sexuales y (no) reproductivos en el barrio; articulación con las
instituciones de Salud de la comunidad, entre otras.
Sostenemos que este trabajo fue posible, en tanto repara en
la necesaria des-universalización del sujeto pedagógico de la ESI desde una
mirada crítica hacia esta política pública, y es en este aspecto que queremos profundizar
en este artículo.
En concordancia con otros autores y autoras (Lavigne, 2011;
Torres, 2012), consideramos que la versión oficial de la ESI reproduce
determinadas operaciones discursivas que configuran mecanismos de control y
regulación de las identidades. La ESI institucionalizada que resulta ciega a la
clase, la edad, la raza, la nacionalidad, la diversidad corporal y funcional,
las expresiones de género no binarias, entre otras, redunda en una
homogeneización del sujeto pedagógico, al universalizar las experiencias de las
juventudes.
Por su parte, la experiencia localizada (De Souza Santos,
2009) que aquí compartimos, emerge como parte de un proyecto de profesoras de
nivel secundario al que se van sumando las estudiantes como protagonistas y
hacedoras de las planificaciones que las tienen como destinatarias a ellas y a sus
pares. Como iremos analizando a lo largo del trabajo, se trata de un proyecto
que repara en las múltiples determinaciones sociales, culturales y económicas
que constituyen las identidades de los y las jóvenes que asisten a una escuela
secundaria en una de las zonas con los niveles más altos de precari(e)dad de la
vida (Butler, 2017) y vulneración de derechos: la zona sur de la CABA. Se trata
de una propuesta que transita por los umbrales de las políticas públicas que
otorgan derechos, a la vez que construyen sentido en cuanto a los modelos de
juventud y experiencias de sexualidad desde parámetros hegemónicos. Nos
referimos a una experiencia que habita en los intersticios de la regulación y
la emancipación (De Souza Santos, 2009, p. 358). Que transita entre los surcos
de las políticas estatales y de las prácticas contrahegemónicas. Que convierte
a ese Sur de la Ciudad de Buenos Aires en la conjunción de diálogos entre las
políticas estatales y la emergencia de las voces subalternizadas de jóvenes,
que sólo son visibles cuando el amarillismo de la prensa hegemónica necesita
construir la otredad en la villa,[1]
y se hace presente para hablar de drogas, ‘pibes chorros’, balaceras o
para romantizar la pobreza.
Proponemos en este artículo, entonces, reflexionar en torno a
una experiencia y a los debates que la atravesaron, considerándolos elementos
destacados en el aporte a la construcción de un dispositivo necesario para el
contexto de pandemia, como así también para acompañar las incertidumbres,
dificultades, necesidades y desafíos que se presentan ante otros múltiples y
complejos escenarios.
Vasta es la literatura que se ha esforzado en señalar el
lugar preponderante de las pedagogías de la sexualidad como dispositivo histórico (Foucault, [1976]
1991) que interviene en los mecanismos de con control y regulación de la sociedad.
Al decir de Débora Britzman ([1999]2016) la escuela educa sexualmente y lo hace
desde los parámetros de “una educación sexual que tiene como norma la
sexualidad blanca, de clase media y heterosexual” (p. 89). En ese aspecto, el
principal sentido del curriculum de la educación sexual sigue siendo “preservar
el orden social de género establecido” (Torres, 2012, p. 65).
Es cierto que la ESI rompe con la frontera que se pretendía
establecer entre lo público y lo privado: la sexualidad que era considerada
como parte del ámbito íntimo, pasa a ser reconocida como social y política y,
por tanto, como dispositivo histórico que abarca procesos culturales,
simbólicos, afectivos, emocionales, económicos, políticos, etc. El marco legal
y conceptual de la Ley 26.150 establece que la escuela es un espacio de
socialización donde se construye la sexualidad, reconoce las trayectorias
sexuadas de estudiantes y que toda pedagogía es sexual. En este sentido, la
incorporación de la integralidad, propone
rebasar algunos reduccionismos biológicos o biomédicos; al mismo tiempo que plantea
una metodología que contiene una serie de contenidos para ser abordados
transversalmente en cada espacio curricular (Zemaitis, 2016). También
reconocemos en la transversalidad institucional de la ESI, la posibilidad de habilitar
prácticas para alojar y acompañar situaciones de vulnerabilidad de derechos de
infancias y juventudes que, antes de la ESI, no eran contempladas dentro de las
obligaciones de las instituciones escolares. Sin embargo, consideramos que los
sentidos en torno a la ESI se encuentran en disputa y tensión (no sólo con
sectores más conservadores, sino también con voces de múltiples activismos que
señalan las operaciones normativizadoras que emanan de algunos de sus
lineamientos curriculares).
En este sentido, sostenemos que la versión institucionalizada
de la sexualidad, como dijimos más arriba, constituye una forma de regulación y
normativización de las identidades. La sexualidad de los sujetos pedagógicos
parece estar construida desde ese lugar de “experiencia común” en la que los
parámetros son impuestos por quienes detentan lugares de privilegios. La
Educación Sexual Integral en “su versión oficial” es parte del entramado de
normas, leyes y políticas públicas que tiene como blanco a la juventud y que
operan como reguladoras de su sexualidad (Lavigne, 2011). Dentro del “ideal
normativo” de identidad que promueve la Educación Sexual Integral, se configura
un complejo escenario que posibilita la construcción del sujeto, al tiempo que
la restringe (Torres, 2012). Los clivajes étnicos, de clase, de género, entre
otras variables que operan en la construcción de identidades y subjetividades,
constituyen diferentes representaciones y expectativas: aspectos que las
políticas públicas, los discursos y prácticas institucionales parecen no
advertir. Esto supone la construcción de modelos, a partir de determinados
parámetros hegemónicos, que derivan en experiencias e identidades esperables/deseables
y experiencias e identidades desviadas. El lugar que ocupan las
instituciones desde la educación sexual es, entonces, el de corregir esa
desviación (Lopes Louro, 1999). En palabras de Torres (2012):
la educación sexual no solo ha regulado las
identidades y los cuerpos según una versión hetero-reproductiva, sino que ha
colocado en el terreno de la abyección a una serie de cuerpos indeseables e
inhabitables: los cuerpos de las adolescentes embarazadas, los cuerpos
travestis y trans, los cuerpos violentados por el aborto, los cuerpos marcados
por el racismo y las distintas formas de homofobia, los cuerpos abusados, los
cuerpos con VIH SIDA, los cuerpos gordos, etc. (p. 67-68)
La ESI institucionalizada (la que emana del Diseño Curricular
Estado) no es suficiente para cuestionar los privilegios y los lugares de poder
que se reproducen en las prácticas y discursos institucionales -al menos, si lo
que nos interesa es tramar pedagogías otras (Walsh, 2013), dispositivos
metodológicos otros para nuestras investigaciones o prácticas docentes
contrahegemónicas-. Consideramos que es preciso trazar estrategias pedagógicas
que se propongan superar las miradas adultocéntricas sesgadas, que están
construidas desde el privilegio, para avanzar en un cuestionamiento de los
universalismos.
Es pertinente señalar aquí que, como sostiene Elizalde
(2005), los discursos normativos acerca de la juventud perteneciente a los sectores
populares no son exclusivos de las políticas conservadoras, sino que, en
ocasiones, emanan de espacios académicos y activistas que construyen descripciones
totalizadoras sobre esta identidad. Las ideologías prácticas (Elizalde, 2009)
de las personas adultas que trabajan y se vinculan con juventudes diversas,
parten de preconceptos adultocéntricos que no reparan en los clivajes étnicos,
de clase y de género que determinan la categoría juventud, reproduciendo
-incluso desde lugares bienintencionados- dispositivos de control y regulación
de la población estudiantil.
Atentas a estas operaciones normativizadoras, es que resulta
interesante compartir la experiencia de implementación de la ESI de la que
somos parte, una experiencia inscripta en los márgenes. Nos referimos a márgenes
en términos geolocalizados, porque la escuela habita un territorio en la Ciudad
de Buenos Aires donde los y las jóvenes dejan de ser sujetos de derechos,
abandonan la categoría juventud para pasar a ser imputables; y nos referimos a márgenes
en términos simbólicos, porque allí florecen las juventudes migrantes,
racializadas, villeras, estigmatizadas, perseguidas, violentadas, inscribiendo
su propia narrativa mientras son foco de control y regulación de políticas
públicas y prácticas institucionales avasallantes.
El relato de experiencias marginalizadas permite visibilizar
otras realidades. La experiencia, como afirma Stone-Mediatore (1999), vista a
la luz de los procesos históricos, permite poner en relevancia el aspecto
político de ésta, más allá de las vivencias individuales. La experiencia, con
los relatos que propone, no está solamente delineada por el discurso
hegemónico, sino que también contiene elementos de resistencia a esas miradas:
analizarlas, pensarlas y abordarlas desde un enfoque interseccional (Crenshaw,
2012) permite que nuestras prácticas (pedagógicas, sociales, profesionales)
reparen en esa complejidad, considerando la interacción de los factores
sociales, económicos, políticos, culturales y simbólicos. Consideramos, entonces,
que esta experiencia de Educación Sexual Integral otra, que se logró
poner en pie en una escuela de un barrio muy pobre de la Ciudad de Buenos
Aires, puede contribuir a esbozar algunas pinceladas para entretejer esfuerzos
que apunten a la construcción de una ESI situada e interseccional. De manera
que nos permita identificar las ausencias en la ESI oficial y problematizar
discursos que silencian, oprimen y acallan experiencias marginalizadas.
El Proyecto de Promotoras Estudiantiles de Género se afianza
en el año 2018 como parte de las líneas de trabajo del Equipo de Docentes que
implementa la ESI en la institución desde el año 2013. Las promotoras de género
son estudiantes de 1° a 5° año y egresadas de la escuela secundaria que se
vienen organizando para ser parte activa en el diseño y ejecución de las
propuestas en torno a la ESI.
Como docentes de la institución partimos de sostener que los
enfoques de Género y de Derechos desde los que se erige la ESI son
fundamentales, pero al mismo tiempo nos preguntamos si son suficientes ¿Se
puede prescindir de problematizar quiénes son los sujetos de nuestras prácticas
pedagógicas en torno a la ESI? ¿Son universales las juventudes con quienes
intentamos construirlas? Creemos que no. En nuestro caso, la escuela en donde
se desarrolla el proyecto es un mosaico heterogéneo de diversas culturas,
nacionalidades, lenguajes y vivencias que se encuentran, pero al mismo tiempo
entran permanentemente en conflicto.
La intrínseca colonialidad de los espacios de poder/saber
desde los que se construyen las políticas públicas que tienen como destinataria
a la juventud, no reconocen la diversidad cultural y étnica, no reconocen las
diferentes pertenencias de clase, no reconocen las diferentes sexualidades e
identidades de género. Experiencias todas que determinan o condicionan
fuertemente la existencia de las personas. No reparar en estas
"particularidades", es no reparar en sus historias.
Quienes construyen las miradas sobre las juventudes, lo hacen
desde un lugar de poder –hablamos de personas adultas, generalmente
profesionales, con el respaldo otorgado por alguna institución educativa o de
salud–. Sus discursos y prácticas prefiguran parámetros de normalidad
que se universalizan y desdibujan las realidades particulares.
En este sentido, el abordaje de la sexualidad y los afectos,
de quienes conformamos el equipo ESI pretende ser desde un enfoque
interseccional para entender las relaciones sociales y de poder que determinan
y configuran a esas juventudes con las que trabajamos y el escenario social y
pedagógico en el que se inscribe nuestro trabajo. Coincidimos con Duarte Quapper
(2001) cuando afirma que estas matrices reproducen una concepción
homogeneizadora de la juventud que no repara en sus diferencias intrínsecas y
sociales:
vale decir que no se elabora ningún nivel de
distinciones entre los tipos de jóvenes, ni entre géneros, razas, clases
sociales, estilos (contra)culturales, etc. De esta forma existe sólo una
juventud, singular y total al mismo tiempo. Esta objetivación de corte
positivista intenta igualarles en un concepto, se niega la existencia de las
otras versiones que ya señalamos y que abren un abanico amplio de
significaciones. A nuestro juicio, la juventud, si existiera, no posee carácter
universal, constituye un referente conceptual que precisa de contextualización
y especificidad desde sus acepciones más básicas: momento de la vida, grupo
social, estado de ánimo, estilo de vida entre otras. El reconocimiento de la
heterogeneidad, la diversidad y la pluralidad, como veremos, son ejes para una
nueva mirada de las juventudes en nuestro continente. (p. 67)
Aventurarnos, entonces, en un encuentro con los y las
jóvenes, con sus y nuestros deseos, anhelos e inquietudes es encontrarnos con
nuestras historias, es darle lugar al eros en el proceso pedagógico
(bell hooks, [1994] 2016), es arrojarse a construir una escuela en comunión. En
términos de Catherine Walsh (2013), es una invitación a construir pedagogías otras
que no solo nos conviden a problematizar la colonialidad del ser, del saber y
del poder; sino también que nos permitan reflexionar en torno a nuestra
práctica pedagógica, a de(s)colonizar nuestro hacer.
El Equipo de Promotoras Estudiantiles de Género dialoga con
estas perspectivas, ya que además de ser un espacio exclusivo de estudiantes,
también es parte de un bello proceso de articulación y construcción
docente-estudiantil que implica la afectividad en los vínculos pedagógicos. Son
esos vínculos los que generan las herramientas para que afloren los espacios de
reflexión, formación y construcción necesarios para desarmar las relaciones de
poder propias de la sociedad en la que vivimos que se reproducen en (y desde)
el sistema educativo. Aunque también podemos pensar que el proceso es a la
inversa, y que todas esas apuestas pedagógicas son, en realidad, el cimiento
para vínculos disfrutables. De lo que estamos cada vez más convencidas, es que
ninguno puede prescindir del otro.
Apostamos a construir propuestas pedagógicas que inviten a
des-universalizar las juventudes desde un paradigma feminista e interseccional;
donde los vínculos pedagógicos se tejan en torno al placer y al amor siendo escenario
de encuentros entre sujetos diversos y deseantes. La propia experiencia en
torno a la ESI, y a nuestro lugar de docentes en la escuela, nos ha impulsado a
reflexionar al respecto: no buscamos que el estudiantado sea el objeto de
nuestra aplicación de la ESI, sino que se erija como partícipe activo en el
diseño y planificación de ésta. Donde funcione una permanente vigilancia
epistemológica que ponga en cuestión las relaciones jerárquicas y dicotómicas
de sujeto-objeto.
Es recurrente encontrarnos en las aulas, en los pasillos, en
el patio o en la entrada de la escuela con escenas diversas de agresión,
maltrato y/o violencia de estudiantes varones hacia sus compañeras mujeres, sobre
todo de los cursos de nivel básico -primeros y segundos años-. La escuela no
queda exenta de las violencias que están presentes en nuestra sociedad. Estas
agresiones, en su mayoría verbales, se refieren a sus cuerpos, color de piel,
nacionalidad o alguna otra característica física, personal o subjetiva desde
las que aparecen maltratos y agresiones a las jóvenes. Esta situación se repite
cada año y forma parte de las problemáticas abordadas desde el Equipo ESI.
Sin embargo, en los comienzos del 2018, el equipo docente fue
interpelado por las propias estudiantes desde nuevos lugares y sentidos. La
particularidad de ese año fue la reacción de rechazo y enojo por parte de las
estudiantes que, por primera vez, tomaba dimensiones colectivas y de acuerpamiento
(Cabnal, 2010). Desde nuestro rol docente, la grata sorpresa fue descubrir a un
grupo de jóvenes hartas del maltrato y decididas a organizarse para cambiar la
situación -entre ellas la exigencia a las docentes y a la institución para que
garanticemos su integridad-. En sus propias palabras las jóvenes gritaban que
[los varones] “no tenían por qué hablar de sus cuerpos”.
Desde nuestro rol de docentes e integrantes del Equipo ESI,
consideramos necesario y nutritivo leer este escenario desde una mirada
integral que complejice la respuesta a ofrecer. Así fue como se fueron
construyendo espacios asamblearios donde las estudiantes compartieron, muchas
por primera vez, las violencias que sufrían. También funcionó como espacio de
reflexión con sus compañeros varones, y apareció el consenso acerca de la necesidad
de tener un espacio como mujeres desde el que pensarse, contenerse, sostenerse
y seguir formándose en lo que ellas llamaron “los derechos de las mujeres” (en
reuniones Equipo ESI).
A partir de estos emergentes, decidimos proponerles a las
estudiantes formar el Equipo de Promotoras Estudiantiles de Género de la
escuela. La elección de la figura de “Promotoras” consideramos que fue estratégica
pues en el barrio donde se ubica la escuela varias organizaciones sociales
cuentan con grupos con esa denominación: “Promotoras de Género”, “Promotoras de
Salud”, “Promotoras educativas”, etc. Esas mujeres del barrio que conforman
estos espacios son sus mamás, tías, vecinas. La elección de un nombre familiar
a sus historias fue un punto que facilitó la apropiación de la propuesta.
Este proceso significó para las jóvenes aprender a estar con
sus pares, con las profesoras del Equipo ESI y, dentro de la institución, a
posicionarse desde nuevos roles: estar frente al aula coordinando talleres,
debatiendo, llevando iniciativas, construyendo y exponiendo performance. Los
nervios, ansiedades, risas, silencios, esconderse detrás de otra compañera
(porque el cuerpo también habla) fueron algunas de las escenas que se vieron;
también el disfrute y el compromiso forman parte de este proceso de
transformación de nuevas identidades políticas activas que se imponen
amorosamente para ser protagonistas.
Conformar un grupo donde tengan voz todas las
individualidades lleva tiempo, paciencia y aprendizaje. Es por eso que luego de
cada taller nos encontramos nuevamente para discutir e intercambiar cómo nos
sentimos, qué cosas se pueden mejorar y cómo seguir. Allí aparecen
cuestionamientos en torno a quiénes hablan, cómo nos acompañamos, qué sentimos
y cómo nos organizamos, propiciando un espacio de escucha activa, atenta y en
un entorno de confianza. Tal como menciona Meirieu (1998), construir espacios
de seguridad donde “queda en suspenso la presión de la evaluación, en el que se
desactiva el juego de las expectativas recíprocas y se posibilitan asunciones
de roles y riesgos inéditos” (p. 81).
El Equipo de Promotoras Estudiantiles de Género se está
forjando en este sentido, como un dispositivo fundamental para el
empoderamiento de las propias protagonistas que lo integran, y también como
parte de las estrategias para que el conjunto de estudiantes de la escuela
encuentre de manera accesible la posibilidad de hacer ejercicio de sus derechos
sexuales y (no) reproductivos a partir de información científica, laica y,
sobre todo, que pueda ser inteligible, apropiable, significada y significante
para los y las estudiantes.
Es importante que ellos y ellas participen en la
planificación de la implementación de la ESI, que construyan su propia ESI: una
ESI desde el sur global (De Souza Santos, 2009) y desde el sur de la Ciudad de
Buenos Aires. Es fundamental que estén, desde un lugar activo, diciendo lo que
quieren, lo que les inquieta, lo que les preocupa, lo que anhelan, lo que
dudan, lo que temen. El desarrollo de las Promotoras Estudiantiles de Género es
una muy buena forma de que ellas sean la autoridad pedagógica, son ellas
quienes nos interpelan a nosotras. Como se dijo más arriba, la propuesta emerge
de una demanda de ellas, y de un proceso dialéctico: desde las docentes, al
haber estado con una escucha muy activa -lo que pasó como emergente en la
escuela- y con ellas acercándose al feminismo y la ESI, que ya se venía
trabajando fuertemente en la institución, con una presencia que significó para
las estudiantes haber encontrado un espacio en el que animarse a hablar. Una
amalgama entre el contexto, el trabajo de las docentes del equipo ESI y la voz
de las estudiantes resonando en todo ese escenario.
Consideramos que es crucial el enfoque interseccional en la
ESI, porque la sexualidad se configura en relación con otras dimensiones
identitarias de clase, raza, género, nacionalidad, edad, corporeidad, etc. Esto
no significa que son categorías que se suman, sino que hay una interseccionalidad en la base misma de la construcción del género.
Este enfoque, por lo tanto, problematiza las operaciones que parten de la
producción universalizante de los sujetos e implica un enfoque situado que
repara en las particularidades de cada contexto y de cada subjetividad. Pensar
pedagogías de la sexualidad desde un enfoque interseccional es necesario para
seguir des-entramando las relaciones de poder que se invisibilizan en las
pedagogías.
Consideramos, que para que emerjan las experiencias
marginalizadas es preciso habitar un territorio y pensamiento fronterizo,
dinámico, inestable e ilimitado que es lo que sucede -de algún modo- en el
Proyecto de Promotoras Estudiantiles de Género: porque las jóvenes se han
convertido en la autoridad epistémica.
En ocasiones, la negación de la autoridad epistémica y la
consecuente objetificación (Pérez, 2019) de esas juventudes, parte de
una descalificación de sus experiencias y entornos (en la zona sur de la ciudad
de Buenos Aires no habitan las juventudes militantes y activistas que toman las
escuelas exigiendo su derecho a recibir educación sexual integral) lo que
incurre en una subestimación y subvaloración de sus formas de habitar,
transitar, vivenciar sus experiencias. Así es que encontramos prácticas y
discursos que se presentan como salvacionistas (Bidaseca, 2011) para con
jóvenes en situación de vulnerabilidad, que no hacen más que reproducir
opresiones al invisibilizar las identidades situadas de éstas quitando
capacidad de agencia. Nos servimos del concepto retórica salvacionista
para explicar lo que producen ciertas prácticas, discursos y representaciones
de personas adultas que trabajan con estas juventudes, que se convierten -aun
cuando parten de buenas intenciones (Mills, 2007; Pérez, 2019)- en
silenciadoras de su capacidad de agenciamiento, sus voces, sus deseos. Esta
“ilusión de superioridad” (Mills, 2007, p. 5) de las personas adultas, blancas,
universitarias conlleva a que se pre-asuma que las estudiantes de la villa no
tienen la capacidad suficiente para organizarse o reclamar lo que les
corresponde.
El pensamiento occidental -y por tanto la ciencia moderna- se
ha erigido sobre las dicotomías entre pares considerados opuestos, exhaustivos
y excluyentes (De Souza Santos, 2009). Las categorías dicotómicas son
exhaustivas, es decir se consideran pares que forman una totalidad y que agotan
el universo del discurso; por otro lado, son categorías excluyentes, si algo
pertenece a un lado del par, no pertenece al otro lado. Quienes tienen el
privilegio de nombrar, tienen el privilegio de construir las categorías con las
que se explican los fenómenos sociales (Lugones, 2011). Los sujetos hegemónicos
agotan esas categorías, y en múltiples oportunidades, estas categorías no
reparan en las especificidades de las experiencias subalternizadas (Mills,
2007; Dumaresq, 2016). Las juventudes villeras no tienen lugar cuando se
nombran juventudes organizadas.
En ese sentido, la apuesta a un terreno inestable y dinámico,
como lo es la invitación a habitar lugares fronterizos en la producción de
sujetos, posibilita el lugar de agenciamiento. Desde espacios e identidades
fronterizas que no se fijan en ninguno de los dos lados de la dicotomía
occidental, es desde donde pueden brotar la creatividad, la transformación,
nuevas formas de existencia; porque es desde esas grietas e intersticios
fronterizos desde donde se puede subvertir la normativización que limita y fija
los cuerpos y las identidades. Habitar “la frontera como lugar implica
(re)construir la emergencia de lo que no se ve y no se escucha, pero que existe
de forma silenciada o como potencialidad” (Medina Melgarejo, da Costa Maciel,
2016, p. 314). Habitar la frontera permite superar los antagonismos tan propios
del pensamiento occidental y operar como puentes -entre distintos mundos-
estableciendo alianzas a partir de las diferencias, trascendiendo la dualidad
(Anzaldúa, 2016).
Si algunas prácticas institucionales tienden a invisibilizar
las experiencias -constituyendo así una forma de violencia- consideramos que es
necesario generar la incomodidad epistémica suficiente para que aquello que nos
parecía resuelto, dado, obvio, natural, vuelva a ser cuestionado. Las
pedagogías críticas desde la interseccionalidad son una invitación permanente a
la vigilancia epistémica, procurando que nuestras prácticas no incurran en
universalismos, silenciamientos, invisibilizaciones.
Hacemos una invitación a incomodar allí donde se gestan las
agendas políticas de los movimientos sociales, feministas, pedagógicos; porque
es allí donde se traman acciones que, con “buenas intenciones”, resultan -en
ocasiones- en silenciamientos de las voces de les protagonistas.
Parece urgente promover la construcción de proyectos
educativos y pedagógicos, en los que “los grupos, instituciones, personas,
organizaciones, estén permanentemente alerta a toda forma de control, poder o
autoridad que domine usando los procesos educativos para producir injusticia y
desigualdad” (Mejía, 2017, p. 77). De esta manera, no habrá voces fagocitadas,
representadas, traducidas, subsumidas por el mandato y la autoridad (Guha,
2002), sino que serán cultivadas para ser consideradas sujetos epistémicos
(Dumaresq, 2016).
La experiencia que aquí compartimos es una experiencia que
nace como parte de una propuesta dialógica, horizontal, participativa y crítica
desde la que se repara en la “necesidad de instalarse sobre los contextos
complejos, contradictorios en los que estas alteridades históricas son
producidas” (Medina Melgarejo, da Costa Maciel, 2016, p. 304-305); permitiendo
que afloren “inter/textos nacidos de la horizontalidad como paradigma
interactivo y constructor de conocimiento” (p.305). Pensar nuestras prácticas
pedagógicas desde la interseccionalidad consideramos que ha permitido generar
los dispositivos pertinentes para dar respuestas a las necesidades que emergen
desde el territorio, aún en tiempos de pandemia y más allá de ésta.
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[1] En Argentina es
el nombre que se le otorga a los asentamientos en los que se conglomeran
viviendas muy precarias, lugares donde los derechos y las condiciones de vida en
general se encuentran vulnerados.