Saberes y prácticas. Revista de Filosofía y Educación / ISSN 2525-2089
Vol. 7 N° 1 (2022) / Sección Dossier / pp. 1-16 /
Centro de Investigaciones Interdisciplinarias de Filosofía en la Escuela (CIIFE),
Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Cuyo, Argentina.
revistasaberesypracticas@ffyl.uncu.edu.ar / saberesypracticas.uncu.edu.ar
Recibido: 24/03/2022 Aceptado: 01/06/2022
DOI: https://doi.org/10.48162/rev.36.050
Popular Movements and Dialogue of
Knowledge
Movimentos
populares e diálogo de saberes
Álvaro Javier Di Matteo
Universidad Nacional de Luján, Argentina.
javidimatteo@yahoo.com.ar
Resumen. El artículo se estructura en torno de tres tópicos que se proponen
como aportes a la agenda y los debates sobre extensión crítica. Por una parte,
los movimientos populares, su papel en las nuevas realidades latinoamericanas,
sus formas de construcción y su carácter de sujetos centrales para la
extensión. En segundo lugar, se analizan las funciones sustantivas, a partir de
lo que llamamos la densidad epistémica o los desafíos de conocimiento de los
movimientos y se analiza la propuesta de diálogo de saberes en relación con esa
densidad epistémica. Por último, compartimos algunas reflexiones acerca del
diálogo de saberes desde la perspectiva metodológica, retomando los aportes del
Educación Popular.
Palabras clave. Diálogo de saberes, movimientos populares,
extensión crítica, educación popular, praxis
Abstract. The article is structured
around three topics that are proposed as contributions to the agenda and the
discussions about the critical extension. In the first Place, the popular
movements, their role in the new Latin-American’s realities, their ways of
construction and their character of central subjects for extension. In second
place, the substantive functions are analyzed, based on what we call the
epistemic density or the knowledge challenges of the movements, and the
proposal for a dialogue of knowledge is analyzed in relation to that epistemic
density. Finally, we share some reflections about the dialogue of knowledge
from a methodological perspective, taking up the contributions of Popular
Education.
Keywords. Dialogue of knowledge, popular
movements, critical extension, Popular Education, praxis
En este trabajo
desarrollaremos tres tópicos que creemos pueden ser insumos interesantes para
un debate en el campo de la extensión universitaria. Elementos de reflexión que
parten de una experiencia particular[1], de carácter
colectivo, que contiene, claro, una postura respecto de esos debates, pero
también muchas preguntas e incertidumbres.
Los tres tópicos son
los siguientes:
a) en un contexto de
fuerte exclusión social, consolidado tras el avance de la primer oleada de
políticas neoliberales en el continente, hacia el último ramo del siglo pasado,
emergen los movimientos como expresión de un realidad particular, que Luis
Tapia designa como un “no lugar de la política” (Tapia, 2008). En ese sentido,
cuando más cerca pretendemos estar de quienes más sufren, en un contexto de
desigualdad social atravesado por diferentes opresiones, con mayor probabilidad
nos encontraremos con formas inestables y novedosas de la política: los
movimientos sociales. De ahí que estos se convierten en actores centrales de la
extensión.
b) los movimientos
sociales representan procesos fuertemente marcados por desafíos epistémicos y
educativos. Una universidad que comprenda el aporte actual y potencial de los
movimientos para el desarrollo de otras relaciones sociales, menos dolorosas y
más igualitarias y libres, tiene la oportunidad que construirse sobre el
diálogo de saberes con esas experiencias.
c) la acción de
extensión, así como las prácticas integrales que se intentan desplegar desde
una perspectiva crítica, si bien necesitan nutrirse de recursos, técnicas y
metodologías de trabajo, deben ser construidas a partir de una concepción
integral del trabajo pedagógico, que incluye dimensiones políticas, éticas y epistémicas.
El cómo hacer tiene que ser una
preocupación central; debe apropiarse y recrear los recursos técnicos y
metodológicos disponibles (así como crear otros nuevos) y, al mismo tiempo,
abrirse a una reflexión crítica que puede valerse de la experiencia y de la
reflexión de la Educación Popular latinoamericana.
Las sociedades
latinoamericanas y caribeñas pueden ser pensadas como sociedades capitalistas
periféricas, aunque entre sí presenten diferentes niveles de integración a los
mercados mundiales, diferentes grados de desarrollo de los aparatos estatales y
diferentes alcances en cuanto a la construcción de derechos y ciudadanía. Pese
a esa diversidad, tendencias estructurales propias de ese rasgo que señalamos,
el de ser capitalistas y periféricas, las caracterizan: una fuerte desigualdad
social da lugar a una fragmentación creciente, donde todo un importante sector
de población disfruta de una situación de alto consumo, viviendo vidas
similares a las de sectores acomodados de los países centrales, y las clases
trabajadoras, a su vez fragmentadas, ven delimitadas sus garantías de derechos,
seguridad social e ingresos, cuando no han sido ya expulsadas de las relaciones
económicas asalariadas.
Esa dinámica sin duda
tiene fuertes especificidades regionales, entre países y aún al interior de
estos. Por supuesto, no es lo que nos proponemos desarrollar aquí, sino ante
todo, destacar un elemento: que esa dinámica construye una población excluida,
especialmente en lo que respecta al vínculo con el trabajo asalariado, pero
mucho más allá del mismo[2]. En torno
de ese sector social se configuran diferentes problemas que alimentan las
condiciones de injusticia, aun cuando iniciativas públicas, de corte
progresista o de izquierda, intentan mitigar esas desigualdades. Desde la
perspectiva de los movimientos populares, en Argentina, viene construyéndose
una categoría que es descriptiva pero también fuertemente política (que permite
el agrupamiento y la disputa de recursos y políticas), la de “economía popular”
con un sentido renovado de la expresión, buscando incluir a todos aquellos que
construyen sus ingresos “inventando” su trabajo:
En verdad, la Economía
Popular es en primer lugar la economía de los excluidos, pues está conformada
por todas las actividades que surgieron como consecuencia de la incapacidad del
mercado capitalista para ofrecernos a todos un trabajo digno y bien remunerado
como obreros en una fábrica o trabajadores de una empresa.
La economía popular es
el conjunto de actividades laborales que el pueblo se inventó para sobrevivir
afuera del mercado formal[3]. (Pérsico
y Grabois, 2014, pp. 1 y 33)
Las situaciones de
exclusión en general están asociadas, además, a otros factores sociales que
configuran vidas más precarizadas: las dificultades para el acceso a los
derechos sociales, el deterioro de las condiciones ambientales en que se vive y
trabaja, la exposición a diferentes formas de violencia, incluida la institucional,
las limitaciones en el acceso a actividades artísticas y consumos culturales,
la segregación espacial e institucional, entre otros, son factores que ganan
intensidad cuanto más cerca nos encontramos de los sectores más empobrecidos.
No estamos diciendo
nada novedoso, sino poniendo en común un punto de partida para pensar la
relación entre la tarea de extensión y las situaciones de desigualdad que viven
nuestros pueblos.
Si la extensión se
define como acción sobre el mundo, o dicho de otro modo, sobre la realidad
social, con el objetivo de realizar alguna contribución relacionada a lo que la
universidad conoce, sabe, aborda, entendemos que los problemas relacionados a
la desigualdad y las diferentes opresiones deben configurarse como preocupación
de los extensionistas. Y así suele ser, por lo general, en las propuestas de
extensión universitaria, aunque a veces algunas propuestas indican que hace
falta volver a recordarlo o repensarlo.
Es importante también
destacar algo que felizmente sucede: un desplazamiento de proyectos dirigidos a
problemas sociales hacia otros, orientados a los sujetos que padecen,
atraviesan y enfrentan estos problemas suele encontrase en las propuestas de
extensión. Aunque en este punto todavía es necesario sostener algunos debates
más. Es posible encontrarnos con algunxs colegas que se proponen trabajar
cierto problema sin prestar atención a los sujetos que se encuentran cerca del
mismo, quienes lo viven y especialmente, quienes lo abordan y enfrentan
colectivamente. En la práctica, las acciones que omiten la interacción con los
sujetos son decididamente más limitadas, tanto en sus efectos sobre la realidad
como en los aprendizajes que se alcanzan en el hacer. La tarea junto a sujetos
en torno a sus problemas y desafíos permite al menos dos cosas, ausentes cuando
ese sujeto no está en juego: la posibilidad de potenciar a ese sujeto y la
posibilidad de que nuestro saber entre en diálogo con otro saber. Volvemos
sobre esto más adelante.
Esos sujetos del mundo
popular se implican de distintas formas, en grupos, organizaciones y
movimientos populares. Por un lado, resulta importante poder reconocer esos
procesos colectivos, muchos de los cuales no toman formas institucionalizadas.
Al contrario, como justamente afirma Tapia (2008) cuando busca determinar qué
es un movimiento social: los movimientos emergen cuando la sociedad no tiene
lugar donde se tramite, se negocie o se responda al problema que esos sujetos
expresan. En otros términos, tenemos un movimiento social cuando ciertas preocupaciones
vitales de un conjunto importante de personas son ignoradas por un determinado
orden social; esas personas se hallan en un “no lugar” de la política. Nuestras
sociedades, sacudidas por esas tendencias excluyentes que mencionamos más
arriba, tienden a producir movimientos. En contextos democráticos que permiten
algún nivel de expresión política popular, como es el caso de los países del
continente, cuanto más desiguales y opresivas son la sociedades y más débiles
los estados para garantizar la integración de los problemas a mecanismos de
regulación institucionales, más movimientos vemos emerger.
En nuestro continente,
esos movimientos han ganado protagonismo. En la sociedad argentina, de la que
mejor podemos llegar a dar cuenta y sin ánimo de exhaustividad, con el objetivo
de ejemplificar la diversidad de experiencias, podemos decir que existen
significativos movimientos en áreas tales como:
La sobrevivencia de
comunidades rurales amenazadas, las afirmaciones identitarias y las luchas
territoriales indígenas, las diversidades sexuales, el enfrentamiento a las
variadas formas de violencia de género, la igualdad de género, el desempleo,
los derechos asociados al trabajo no reconocido socialmente, los problemas
ambientales, la violencia institucional, la desprotección de las infancias, la
violencia contra las juventudes, la ausencia de mecanismos para enfrentar tanto
al narcotráfico como las adicciones, la ausencia de espacios de participación y
producción cultural y artística, la hegemonía y concentración de los medios
informativos, la falta de tierra para el trabajo rural, la falta de vivienda.
Estas experiencias
muchas veces toman la forma de movimientos porque la resolución de los
problemas planteados no es sencilla y el orden dominante es incapaz de encauzar
el descontento. Con los aportes y la perspectiva de Luis Tapia, podemos
observar que esos movimientos mantienen algunas características compartidas:
a) a la vez que
enfrentan su problema y ejercen su denuncia, construyen alguna forma de crítica
tanto de la situación que les da origen como de al menos algún punto del orden
social que lo conforma y que no puede resolverlo.
b) despliegan una
movilización que excede los ámbitos “estables” de negociación de la política y
transitan la sociedad misma, desarrollando sus argumentos para ganar
reconocimiento, solidaridad y adhesión y construyendo un conocimiento cada vez
mayor y más lúcido de la sociedad en la que se mueven, necesario para poder
avanzar en sus luchas.
c) construyen
alternativas para enfrentar las situaciones de las que parten: “factualizan
alternativas”, modos concretos de encaminar el curso de los hechos y mostrar
que hay salidas posibles, a la par de que continúan sus exigencias y su crítica
al orden prevaleciente.
d) como emergentes de situaciones
fuertemente significativas para las personas, por el dinamismo que adquieren y
por la variedad de tareas que se proponen, los movimientos tienden a constituir
formas de dirección y de deliberación flexibles, con un componente de
participación intenso.
Cuando esas demandas
suelen ser canalizadas los procesos de organización pueden aún existir pero no
tomar la forma de movimientos sociales, sino de organizaciones populares[4]. Por
supuesto, estas son significativas y en diferentes casos se articulan con
movimientos. En muchas ocasiones son ámbitos interesantes y significativos para
el ejercicio de la extensión.
Pensamos que la
actividad de extensión universitaria tiene un alcance mayor cuando se articula
con la práctica social de los movimientos por diversas razones; inicialmente,
porque permite aportar no sólo al abordaje de un problema sino a potenciar a un
sujeto que enfrenta ese problema constantemente y despliega un conjunto de
prácticas que pueden ser acompañadas. Al mismo tiempo, porque ese sujeto
colectivo está construyendo alternativas que buscan superar el estado de cosas
y no solo dar respuesta a una situación específica. En ese sentido, contiene
una potencialidad democratizadora, con efectos más allá de la vida de quienes
están implicados directamente.
Por otra parte, la
acción junto a los movimientos implica un conjunto de desafíos relacionados a
las tareas centrales de las universidades: las tareas relacionadas al hecho de
conocer. Por eso intentaremos dar cuenta de otra característica que llamaremos
provisoriamente, la densidad epistémica de los movimientos.
Los elementos
participativos, es decir, lo que emerge del dinamismo de los movimientos como
multiplicidad de tareas y de responsabilidades entre muchas y muchos, explican
la existencia por una parte, de un conjunto de aprendizajes que ocurren en la
propia experiencia, la cual en general resulta novedosa respecto del curso que
tenía la vida de cada persona hasta sumarse a la misma (y sobre todo al asumir
tareas, responsabilidades, deliberar junto a otrxs[5]), y por otra
parte, la emergencia de múltiples espacios formativos[6], de diversa
índole, que adquieren, además, formas y objetivos de distinto tipo relacionados
con lo que hace falta conocer, pensar o proyectar.
Esa actitud crítica y
al mismo tiempo movilizada, que exige comprender la realidad y además
comunicarse con la sociedad para explicar sus problemas y motivos, hace de los
movimientos sujetos colectivos que necesitan conocer, necesitan indagar y
entender la sociedad en la que se mueven. En los términos de Tapia:
Al moverse
conflictivamente, los sujetos sociales acaban conociendo el resto de su
sociedad o país. La capacidad de reflexión sobre esa experiencia de la acción e
interacción define la madurez y el desarrollo del movimiento. La primera ola de
movilización y constitución es, a la vez, la del planteamiento de la querella
más allá de las instituciones existentes, así como del conocimiento de la
condición política de la sociedad en la que empiezan a moverse políticamente.
(Tapia, 2008, p. 60)
En tal sentido, en el
marco de los movimientos populares emergen un conjunto de preguntas orientadas
a la comprensión de la sociedad en la que se actúa. A partir de estas preguntas
se construyen iniciativas formativas y de investigación. Pueden ser preguntas
relacionadas a la historia o al presente, a la sociedad en su conjunto o a una
dimensión de esta (las políticas públicas, las prácticas sociales de los
jóvenes, determinadas formaciones culturales, entre muchos otros posibles
ejemplos), centradas en elementos que configuran escenarios de acción o bien en
otros que configuran las propias subjetividades de quienes están preguntándose
(por ejemplo, cuando se indaga en el patriarcado como dimensión de la realidad
social o bien como constructor de nuestra personalidad).
A su vez, los
movimientos, en la medida que se configuran en el tiempo, crean y recrean
símbolos, lecturas de la realidad, criterios y valores, propuestas y proyectos
que requieren ser transmitidos, revisados, reeditados. En términos de Michi
(2010) recrean su propia cultura, y lo hacen también en ejercicios formativos.
Por otra parte, esa
puesta en acto de alternativas representa todo un conjunto de construcciones
novedosas, a veces representadas en aprendizajes de saberes ya existentes y
disponibles, a veces construyendo saberes nuevos, inéditos. Nunca se trata
exactamente de un extremo de estas dos situaciones.
Tal vez ejemplificar
pueda aportar claridad a lo que venimos afirmando. En otro trabajo compartíamos
una lectura de la experiencia de dos movimientos populares latinoamericanos, el
zapatismo y el movimiento de los sin tierra, en clave de factualización de alternativas[7] (Di
Matteo, 2021a). Podemos aportar algún ejemplo más cercano tomando como
referencia la experiencia de Vientos de Libertad, actualmente integrada al
Movimiento de Trabajadores Excluidos.
Desde hace casi dos
décadas viene desplegándose una propuesta de abordaje de las situaciones de
adicción que atiende a poblaciones excluidas de los sistemas de protección
social, muchas veces en “situación de calle”, en otras, con problemas “con la
ley”. Con la impronta del ponerse a hacer, propia de innumerables otras
experiencias populares, se desarrolla una metodología de trabajo en casas
convivenciales, dispositivos que comienzan a dar resultados; se multiplican las
casas convivenciales con el trabajo y sobre la base de la experiencia de los
sujetos recuperados que asumen un protagonismo fundamental; se suman
profesionales que realizan sus aportes; se despliegan intensos procesos de
formación de unos y de otros; se crean otros dispositivos, preventivos; luego
de una extensa experiencia de casas convivenciales de varones se desarrolla la
primer casa del país capaz de albergar a mujeres con sus hijos[8]; se gana
reconocimiento frente al sistema judicial y de salud, se pone en marcha una red
de interacción entre organizaciones populares para abordar el problema de las
adicciones. Tras la observación del carácter integral del problema y de la
debilidad en que se hallan quienes deben volver a escenarios que son el punto
de partida de ese emergente que es la adicción, se comienzan a delinear
estrategias de formación para el trabajo y propuestas de autogestión económica,
se desarrolla una política de viviendas transitorias, hasta tanto no se logre
reorganizar una estrategia de ingresos. Más allá del abordaje inmediato de la
problemática se hace necesario articular la experiencia a otras que luchan por
trabajo y por vivienda, o bien que lo hacen por el reconocimiento estatal de
las tareas de cuidado comunitarias. Entre quienes sostienen la actividad y
junto a quienes están haciendo su proceso de recuperación, madura el análisis
de las características de la sociedad actual, del lugar de la droga y de la
“narcoestructura”, y con ese análisis también madura su crítica y el deseo de
transformarla. Se discuten las políticas que afectan a la práctica, se
construyen proyectos de política pública e incluso proyectos de ley[9]. Se
participa activamente de un movimiento social, asumiendo una agenda más amplia
y a la vez fortaleciendo la práctica específica.
Podemos imaginarnos lo
que representa esta experiencia en términos de los conocimientos que
desarrolla, que requiere y que recrea. Podemos imaginar además la complejidad
de la articulación del saber de la experiencia con saberes sistematizados,
profesionalizados. Podemos pensarla también en términos de las transformaciones
subjetivas y de los vertiginosos procesos de conocimiento que desarrollan
quienes transitan la experiencia. Es decir, podemos pensar la multiplicidad de
dimensiones relacionadas a la subjetividad, y específicamente, al ejercicio de
conocer.
Esta “densidad
epistémica”, y que también podría ser puesta en términos de “desafíos de
conocimiento” puede ser leída tanto en clave de extensión como de integralidad
de funciones es decir, de extensión articulada a las funciones de docencia e
investigación (Tommasino y Cano, 2016). Al mismo tiempo, nos remite a la
propuesta de diálogo de saberes. Desafíos de conocimiento que pueden
articularse con las diferentes disciplinas y conocimientos especializados: en
el diálogo inicial con este tipo de experiencias nos encontramos con la necesidad
que los sujetos tienen de conocer y de interactuar con campos de conocimiento
como, por supuesto, la psicología, pero también hace falta saber y actuar en
otras diferentes materias. Es por eso que allí, en general sostenidos por su
vocación militante, se pueden encontrar abogadxs, trabajadorxs sociales,
alfabetizadorxs y otros educadorxs, enfermerxs y médicxs, técnicxs rurales y
agrónomxs, sociólogas, artistas y docentes de arte, trabajadorxs formados en
variados oficios, entre otras profesiones. Enumeramos de esta manera con el
objetivo de ejemplificar como estas experiencias son campos de acción (y de
conocimiento) para probablemente todas las disciplinas de nuestras
universidades.
Desde la perspectiva de
la acción sobre la realidad, sobre “el medio”, es decir, lo que habitualmente
entendemos como extensión, es notorio que esa praxis de los movimientos
necesita muchos momentos de interacción con saberes disponibles en nuestras
universidades. Dejamos con cierta informidad la palabra “necesitan”,
aprovechando la ocasión para dejar fuera una significación que ese término
puede connotar. No decimos “necesitan” en el sentido de que sin el saber
universitario los procesos se detienen o no pueden avanzar, y que por tanto,
estos se consideran indispensables, sino en el sentido de que, poniéndose a
disposición de esos procesos, los saberes universitarios pueden colaborar
aportando significativamente a una praxis que no deja de moverse y que ya está
en curso cuando los universitarios llegamos. Para restarle abstracción a esto
que decimos se puede ejemplificar con situaciones que atraviesan las fronteras
y las geografías de la región: pensando en los aportes del saber agronómico a
la producción campesina, que requiere ganar productividad sin perder valores
innegociables como el cuidado de la biodiversidad y de las pautas culturales y
económicas de las comunidades o, lo que en un principio pareciera otro extremo,
los aportes de la pedagogía, la psicología o el trabajo social a procesos de
cuidado y educativos con niños y jóvenes desarrollado en la comunidades
periféricas de nuestras ciudades. En ambos casos es notorio que las tareas se
hacen aún con escasos aportes profesionales o académicos y es notorio también
que estos, cuando entran en diálogo respetuoso con la experiencia, pueden
aportar significativamente.
Desde la perspectiva de
la investigación, el diálogo con los movimientos pone a los equipos en
situaciones muy privilegiadas respecto del curso de los hechos sociales, e
incluso de los desafíos técnicos puestos en relación a sujetos, problemas y
escalas con los que la universidad habitualmente no interactúa, cuando no
sucede que directamente los desconozca. Este privilegio vale tanto para la investigación
en temas relacionados a las ciencias sociales como a las disciplinas básicas o
tecnológicas.
Cuando un movimiento
está factualizando alternativas está poniendo en juego una experiencia nueva,
en la que los sujetos están mostrando y mostrándose la posibilidad de construir
realidades, y estas están permeadas de los valores y del proyecto colectivo. En
tal sentido, la "factualización" es desafiante de la mirada
hegemónica que piensa el estado de cosas como el único posible o deseable.
Lo que está siendo
construido, pone a los sujetos frente a preguntas que no siempre son factibles
de responderse con la experiencia y los saberes desarrollados hasta el momento.
Así como los protagonistas de esos procesos están investigando y creando conocimiento
a la par de que crean realidades, los investigadores del mundo académico
encontramos en esos procesos infinidad de preguntas y saberes en desarrollo. La
interacción con esa realidad permite poner los saberes profesionales, a menudo
especializados y también proclives a indicar y prescribir, a jugar alrededor de
problemas complejos, que se hallan en creación, que son inéditos. En torno a
esos problemas actúan, piensan y proponen distintos sujetos, portadores de
saberes. Esos saberes están conformados de manera distinta a los saberes
académicos, validados de otras maneras, articulados a esquemas de valores que
muchas veces no alcanzamos a reconocer. Son saberes situados, anclados en
memorias históricas. Los sujetos son intelectualmente activos, se formulan
preguntas y están lejos de confiar plenamente en las respuestas académicas. Se
trata además de sujetos que protagonizan procesos, que deben construir acuerdos
con otros antes de hacer, sujetos cuya vida se enlaza fuertemente con eso que
factualizan.
Ese diálogo con sujetos
y con sus saberes tiene un efecto formativo profundo para quienes investigan
desde el mundo académico. Y también de quienes se están formando.
Desde la perspectiva de
la docencia, la interacción con movimientos permite pensar en profesionales
formándose en una dinámica de construcción de realidades que dan respuestas
significativas a los problemas de la desigualdad y la opresión, a la vez que el
ejercicio del diálogo para trabajar en las mismas. Se trata de un diálogo con
quienes son parte de esos movimientos, lo que significa, como decíamos, un
diálogo con formas de construcción de saber y con saberes diferentes a los que
solemos enseñar en las universidades. Se trata de un conocimiento que requiere
dar respuestas efectivas a situaciones concretas y muchas veces inéditas y que
por tanto construyen ejercicios formativos diferentes respecto de los
prevalecientes.
Mención separada
requiere el reconocimiento de que buena parte de la actividad profesional de
probablemente todas las disciplinas y profesiones universitarias, en virtud de
la dimensión que alcanza la cuestión social, es decir, el problema de la
pobreza y la exclusión, tiene como horizonte el trabajo en el mundo popular,
sea a través de políticas públicas estatales como de los espacios de
construcción de redes profesionales asociadas a los movimientos y
organizaciones populares.
Esa articulación entre
pensamiento y acción, entre conciencia y construcción de realidades resulta una
oportunidad crucial para la formación de quienes se están construyendo como
profesionales. Nos pone en situación de provocar y provocarnos reflexión acerca
de la complejidad de los procesos sociales, de la comunicación y de la
intersubjetividad, la complejidad de la relación entre saberes y formas de saber
diversas, y acerca de la responsabilidad frente a las acciones que
desarrollamos, entre otras dimensiones de la acción profesional. Nos pone
además frente a la posibilidad de pensar cómo los conocimientos pueden ser
pensados como respuestas construidas frente a preguntas de la experiencia y
cómo sujetos que portamos un saber por lo general aprendido en ámbitos
separados de la experiencia, podemos reconocer los recorridos prácticos y
vitales que hacen otros sujetos, a quienes queremos aportar algo de nuestros
propios aprendizajes.
En ese sentido, y en
relación a las tres funciones sustantivas y su articulación con el mundo
popular, toma relevancia la propuesta de diálogo de saberes, que parte del
reconocimiento del carácter fragmentario y diverso de la experiencia social y
del valor y la significación de los saberes negados por la cultura dominante, y
específicamente por la institución prevaleciente en materia de saberes
consagrados: la academia.
Boaventura de Sousa
Santos ha hecho una síntesis muy significativa de los razonamientos hegemónicos
que construyen la descalificación de los saberes “otros” respecto de los
consagrados por las instituciones occidentales:
Estamos, así, ante las
cinco formas sociales principales de no existencia producidas o legitimadas por
la razón metonímica: lo ignorante, lo residual, lo inferior, lo local y lo
improductivo. Se trata de formas sociales de inexistencia porque las realidades
que conforman aparecen como obstáculos con respecto a las realidades que
cuentan como importantes: las científicas, avanzadas, superiores, globales o
productivas. Son, pues, partes descualificadas de totalidades homogéneas que,
como tales, confirman lo que existe y tal como existe. Son lo que existe bajo
formas irreversiblemente descualificadas de existir (...)
La idea central de la
sociología de las ausencias en este campo es que no hay ignorancia en general
ni saber en general. Toda ignorancia es ignorante de un cierto saber y todo
saber es la superación de una ignorancia particular. De este principio de
incompletitud de todos los saberes se deduce la posibilidad de diálogo y
disputa epistemológica entre los diferentes saberes. Lo que cada saber contribuye
a tal diálogo es el modo como orienta una práctica dada en la superación de una
cierta ignorancia. La confrontación y el diálogo entre los saberes suponen un
diálogo y una confrontación entre diferentes procesos a través de los cuales
prácticas diferentemente ignorantes se transforman en prácticas diferentemente
sabias. (De Souza Santos, 2006: 77 y 79)
Freire realizaba una
crítica en esa dirección; designaba como la “absolutización de la ignorancia”
al razonamiento de acuerdo al cual la ignorancia siempre está puesta en el
otro, obviando que hay saber y “no-saber”, que hay lucidez y alienación en
todos nosotrxs. Razonamientos como estos parecen haber sido aceptados en buena
parte de la academia, o al menos no directamente confrontados, especialmente en
Ciencias Sociales, a partir de lecturas como las de Boaventura de Sousa Santos
y su crítica a la razón indolente, negadora y descalificadora de saberes
subalternizados (de Sousa Santos, 2006). Aun así, esa aceptación no es de
ningún modo generalizable y donde existe, tiene el riesgo de no pasar del mundo
de la enunciación de principios.
La propuesta de
ecología de saberes de Boaventura de Sousa Santos resulta interesante por su
esfuerzo de dilucidar los mecanismos de negación de la experiencia y el saber
popular bajo su calificación como ignorante, atrasado, local, inferior,
improductivo. Pero además, porque ubica el desafío en la interacción entre
saberes de cara a construir alternativas sociales.
Por supuesto, para
poder dialogar hace falta reconocer un otro u otra, reconocer la potencialidad
del saber de ese otro, de esa otra, reconocer los límites del saber propio,
reconocer el carácter fragmentario de cada saber y además, reconocer que cada
saber tiene dimensiones heterónomas. En ese sentido, consideramos dos modos de
pensar el diálogo que son complementarios: el diálogo orientado a recuperar y
recrear saberes negados, subalternizados y el diálogo orientado a analizar
críticamente la relación entre los saberes propios y las significaciones
sociales dominantes.
En el primer sentido,
distintas iniciativas se orientan a recuperar saberes populares, relativamente
autónomos, y potenciarlos a partir de sus límites frente a nuevos desafíos:
buen ejemplo es el caso del saber indígena, afectado por los cambios sociales y
ambientales del desarrollo depredador del capitalismo extractivista. Sus
prácticas técnico productivas pero también las necesidades de organización y
disputa política reclaman que los saberes propios se fortalezcan en el diálogo
con otras formas de saber. La reconstrucción de esas memorias dispersas, su
apropiación por los colectivos, su revisión y recreación para escenarios
actuales es parte de una tarea demandada. Roque Acuña, del MOCASE VC, sostenía
con claridad ese criterio, construido en el marco del movimiento
campesino-indígena. Permítasenos citarlo de manera extensa, porque es la manera
de transmitir con cierta integralidad su razonamiento:
...rescatar esas
costumbres, que no se han formado de lo académico sino que vienen desde siglos,
desde que existen los pueblos originarios...
(…) hay cosas que por
historia y por rescatar nuestra historia, por rescatar nuestra identidad, nos
viene bien para… sustentarnos en lo que han hecho nuestros antepasados. Pero
hoy vivimos una realidad distinta, (…) yo preguntaría a nuestras comunidades
originarias cómo reaccionarían ante la llegada de la soja. Hoy estamos en otro
proceso, entonces hay cosas que estas generaciones, las que están y las que
vienen, vivamos descubriendo nuevas cosas, nuevas formas de pensar, nuevas
formas de mirar con estrategias distintas y eso es el desafío que tenemos, el
cambio continuo y permanente, el escenario es otro, los actores son otros, la
naturaleza es otra, juega un papel preponderante. Entonces ahí hay un desafío
también, (…) tenemos que pensar que nuestros compañeros tienen que capacitarse
en el tema de agroecología, y saber exactamente qué tipo de perjuicio nos trae
la soja, cuál es el efecto que están haciendo las fumigaciones con glifosato,
tenemos que ver las nuevas alternativas con las temperaturas que hay, qué
cultivo vamos a tener que dejar de hacer…”.
Y aportaba una
perspectiva de complementariedad:
...aquello que se logra
en la parte científica, complementando con la sabiduría de los científicos
nuestros, que serían los changos y las chinitas que están en permanente
contacto con la naturaleza. Porque hay una cuestión que uno puede estudiar por
libros, donde se hace investigación y donde decimos y le ponemos un nombre
científico a una planta y decimos “bueno… esto se llama la mora” y estudiamos
todo el proceso... Eso es una forma donde hay una investigación de por medio. Y
está lo otro, que es el que ha sembrado la mora, se ha criado junto con la
mora, ha mateado con la mora, ha conocido el olor de la mora y va adquiriendo
conocimiento y se transforma en una íntima amiga, esa mora. La conoce tanto,
tanto, a esa mora, que va descubriendo por cuestiones naturales, la capacidad
de esa planta. Entonces... complementar esos conocimientos y ahí crear la idea
que decimos, que el cambio lo vamos a producir en conjunto, pero sin
subestimar… O sea, tratar de no ser clasistas… de ponernos a construir desde lo
humano, desde los valores humanos. Está bien, “vos tenés tu universidad, yo
tengo mi universidad en el monte”... (Roque Acuña, MOCASE, entrevista del año
2008)
El diálogo de saberes
suele reconocerse además como búsqueda de respuestas “otras” a problemas que
acostumbramos a pensar de manera colonial y eurocéntrica, y, siguiendo al
militante campesino antes citado, en ocasiones, con mirada clasista y
subestimadora. De ese modo, el diálogo de saberes se presenta como oportunidad
para construir conocimiento de manera consensuada, donde los actores del mundo
popular ejercen la voz y la capacidad de decisión sobre qué conocer, cómo conocer,
para qué conocer, contra qué y contra quién conocer. Incluye reconocer que hay
actores activos, construyendo realidades y que son ellas y ellos quienes tienen
una palabra decisiva en materia de producción de conocimientos. Supone para el
mundo académico tanto otra actitud intelectual como la revisión de las normas,
prácticas (y hábitos) institucionales.
La referencia a saberes
indígenas y campesinos puede habilitar la idea de que estas reflexiones tienen
valor solamente para espacios rurales donde se ejercen prácticas comunitarias
específicas, que tienen importantes grados de autonomía en lo económico y en lo
cultural. Por diferentes razones, aunque destacadamente por la necesidad de
afirmarse ante las amenazas de destierro o la reafirmación territorial[10], esas
comunidades han ensayado diferentes formas de recuperación de saberes y
memorias, así como de prácticas económicas autónomas. Entendemos de todos modos
que la puesta en valor, la recuperación y recreación de saberes y experiencias
vale también para el mundo urbano. Si nos remitimos a los ejemplos referidos a
prácticas sociales urbanas, que antes se formularon, es claro que la
experiencia social desplegada en el mundo urbano es constructora de realidades,
que esa construcción necesariamente aprende, investiga y conoce, que ese
conocimiento no siempre alcanza a ser reconocido socialmente y que la puesta en
diálogo con propuestas universitarias que aporten respetuosamente sus saberes,
pueden fortalecer y recrear esos saberes populares hechos en esas experiencias.
Por otro lado, el
diálogo de saberes incluye el problema de la articulación entre las formas de
saber y los procesos de significación que se relacionan con procesos de
dominación social, lo que Gramsci llamó hegemonía, esto es, la posibilidad de
que las significaciones dominantes permeen de sentidos la vida. Esas
significaciones dominantes orientan nuestra vida: nuestras prácticas políticas,
nuestros modos de organizarnos, nuestros razonamientos económicos, nuestra
actitud frente a las y los otros. La apatía y el conformismo, la indolencia y
la desensibilización, las dificultades para escuchar y reconocer alternativas
de lecturas del mundo, el individualismo, la competitividad y la
mercantilización de nuestros espacios vitales y laborales estructuran nuestras
subjetividades, con la variabilidad de las experiencias, pero atravesando a
distintos grupos sociales de distintos modos.
En ese sentido, no se
trata solamente de “deconstruir” o “problematizar” lo dominante en lo popular,
sino de deconstruir y problematizar lo dominante en todos los saberes en juego,
incluyendo los de procedencia académica y científico técnica, que aún siguen,
en algún caso, afirmando de sí su carácter neutro y superior.
Concordando con
referentes de la extensión crítica latinoamericana (Erreguerena et al., 2020), la tradición de la Educación
Popular constituye uno de los pilares de la misma. Con ella se da cuenta de una
experiencia colectiva situable en América Latina, ocurrida en los últimos 60
años, que desarrolló una reflexión pedagógica significativa. Sin duda un gran
punto de apoyo, pero también un sistematizador de esa experiencia, es Paulo
Freire.
Existe una afirmación
fuerte, ampliamente afirmada en esa tradición de EP: los saberes y
subjetividades populares deben ser punto de partida de los procesos de
reflexión que se pretenden democratizadores. Significa reconocer que los
sujetos vienen actuando en el mundo, son portadores de experiencia y de saber,
cuestión que choca de lleno con la matriz pedagógica eurocéntrica, iluminista,
partidaria de una jerarquización de saberes. Negar el saber popular es
considerado, como idéntico a negar al sujeto y su subjetividad (Freire, 2008).
Al mismo tiempo, construir
nuevo saber sin partir de la experiencia popular supone un desarraigo de esos
saberes y de esos sujetos, cuyos efectos políticos son adversos a las
posibilidades de autonomía social. No es posible una práctica educativa
coherente con un horizonte democratizador, anclado en el protagonismo de las
clases populares, que no tenga como punto de partida la lectura popular del
mundo. Dice Paulo Freire:
No hay otro camino sino
partir de la realidad en la cual la clase trabajadora se encuentra. Partir del
punto de vista de su percepción del mundo, de su historia, de su propio papel
en la historia, partir de lo que sabe para poder saber mejor y no partir de lo
que sabemos o pensamos que sabemos. Si el punto de partida está en nosotros los
llamados intelectuales, no hay otro camino sino el del autoritarismo (Freire en
Freire, Gadotti y Guimaraes, 1987, pp. 126 y 127)
Estas consideraciones
se dan en el marco de una propuesta de sustantividad democrática, de procesos
de transformación de la realidad en que los sujetos del mundo popular no son
vistos como beneficiarios o destinatarios de las iniciativas, sino como
protagonistas de los cambios y de la construcción de realidades más dignas y
menos injustas.
La propuesta de la EP
implica poner en juego las lecturas del mundo populares para luego indagar en
ellas, provocar reflexión y crítica y cuando es necesario, proponer aportes
desde nuestros razonamientos y proyectos. Dicho de otro modo, se busca
propiciar aprendizajes que se vinculen con la praxis social de los sujetos que
la protagonizan. Por esa razón, si aquello que entendemos podría nutrir la
experiencia (se trate de un concepto, un hecho histórico, un proceso social,
una alternativa tecnológica, etc.) es distante de la subjetividad popular, es
alejado de tal experiencia, se torna imperativo proponerse dialogar, con los
grupos populares, acerca de la importancia de disponer tiempos y energías a su
conocimiento. Dice al respecto Oscar Jara:
… los procesos de
Educación Popular se afincan en, al menos, dos principios: el primero, el
reconocer que todo proceso educativo es una práctica situada en un determinado
contexto económico, social, político, ideológico, cultural, tanto inmediato
como global, y que responde -afirmativa o negativamente- a las orientaciones
dominantes de esas sociedad, sus relaciones y contradicciones. El segundo
principio es que la enseñanza no significa “transferir conocimientos” sino
crear las condiciones para su producción o construcción (Jara, 2020, p. 178)
De ese modo, el autor
organiza una propuesta de trabajo pedagógico que consiste en pensar los
procesos de reflexión partiendo de las prácticas sociales y sus contextos y
desplegar el mayor protagonismo posible de los sujetos implicados acerca de
esas prácticas y de esos contextos, de modo de fortalecer su capacidad de
actuar.
En este sentido, las
prácticas y los contextos pueden (a menudo necesitan) ser comprendidos en su
complejidad, en sus dimensiones variadas, y además, en su historicidad, en el
sentido del pasado que les dio forma y en el de los futuros posibles que se
pueden considerar desde el análisis del presente. Deben ser comprendidas además
como prácticas realizadas por sujetos, quienes las llevan adelante y quienes
deseamos puedan tener la mayor lucidez y creatividad posible y sean
protagonistas autónomos de las mismas. Deben ser comprendidas además como
prácticas políticas, en el sentido de integradas a una realidad conflictiva, en
el marco de una sociedad desigual.
Esta propuesta ha
recibido el nombre de Concepción Metodológica Dialéctica (CMD) e intenta pensar
nuestras iniciativas de acuerdo a una concepción acerca del proceso de conocer
(Jara, 1990, 2020). Por eso se plantea que el punto de partida debe ser la práctica
social y que los procesos de reflexión propiciados deben referenciarse en esa
práctica, construir preguntas en torno suyo, dialogar con ella, nutrirla,
contribuir a la apertura de alternativas de construcción de nuevas realidades a
partir de las prácticas actuales.
Esa propuesta de CMD se
formula sintéticamente de la siguiente manera: partir de la práctica, teorizar
sobre ella, volver a la práctica de manera renovada. Los autores enfatizan que
es necesario debatir con profundidad esta relación entre práctica y teoría[11] y no
asumirla de manera mecánica, o esquemática.
La Educación Popular
afirma que los conocimientos construidos en espacios sociales distantes de la
práctica que realizan los sujetos con quienes trabajamos, pueden significar
aportes a esa práctica, pero la relación con ella no es, de ningún modo,
natural. Ese saber, fruto de una reflexión realizada por otras personas, en
otra experiencia y generalmente en otro tiempo, puede ser pensado como un
aporte útil o enriquecedor, pero de ningún modo puede afirmarse que es
necesario a esa práctica o que le corresponde naturalmente, que es el aporte
que le está faltando a esa práctica particular. En cualquier caso, en primer
lugar habrá que hacer el esfuerzo por construir preguntas que surjan de esa práctica
y para las cuales saberes ya disponibles pueden aportar posibles respuestas. En
ese sentido, corresponde la afirmación de Freire acerca de la nueva información
como aporte posterior a una problematización.
Toda información debe
ir precedida de cierta problematización. Sin ésta, la información deja de ser
un momento fundamental del acto de conocimiento y se convierte en la simple
transferencia que de él hace el educador a los educandos.
A decir verdad, en las
relaciones entre el educador y los educandos, mediatizados por el objeto que ha
de descubrirse, lo importante es el ejercicio de la actitud crítica frente al
objeto, y no el discurso del educador en torno al objeto. (Freire, 2011 [1977],
p. 18)
Por otra parte,
“teorizar la práctica” se vincula con una intencionalidad política: la de
formar sujetos con capacidad de comprender y proponer autónomamente; capaces de
reflexión propia, de creación de respuestas, de desarrollo de estrategias. Su
protagonismo en los momentos de reflexión es decisivo para el despliegue de
esas capacidades. Por eso la expresión “teorizar” está planteada en términos de
acción: es preciso hacer el ejercicio de pensar y no simplemente aprender lo
que otro u otra pensó. En el proceso, los grupos con quienes trabajamos avanzan
en el desarrollo esos dos elementos que conforman la teoría: la interpretación
del mundo y la proposición de prácticas. La formulación que realiza Castoriadis
(1990 y 1999) de este punto es significativa y coincide con el pensamiento de
Paulo Freire y con afirmaciones que vienen sosteniendo distintos movimientos
sociales: no hay autonomía social sin individuos autónomos[12].
La búsqueda de una
Concepción Metodológica tiene que ver con la intención de imprimir una visión
global y procesual a nuestras actividades que resulte coherente con estos
debates y posiciones epistemológicas políticas y éticas desplegadas por la
tradición crítica y por la Educación Popular. La relación entre concepción y
metodología sostenida por Oscar Jara tiene que ver con la idea de que los
métodos por sí solos no conducen a lo que deseamos si no están ordenados en una
perspectiva estratégica, la que a su vez debe ser coherente con la concepción
de la que se parte: epistémica, política, ética y pedagógica.
En ese sentido, un
conjunto de dispositivos técnicos creados para el trabajo con grupos o para el
desarrollo de distintas actividades de enseñanza o de investigación pueden ser
revisados y recreados en el sentido de la concepción metodológica enunciada. De
la misma manera, determinadas metodologías, como una de diagnóstico u otra de
análisis de coyuntura, pueden ser puestas en diálogo con la concepción
metodológica. Del mismo modo, los procesos más extensos en el tiempo, como un
curso u otro tipo de actividad formativa, o bien, un proceso de relevamiento de
información de, por ejemplo, la situación de la vivienda en un territorio. En
todos los planos, incluida la actividad de asesoría, a nivel de técnicas y
métodos, de metodologías y de procesos más amplios, es posible pensar de qué
modo se pone en juego la práctica social de los sujetos, como juegan sus
conocimientos y sensibilidades, qué tipo de reflexiones se propicia y qué
protagonismo popular se puede desplegar en ellas, así como qué aportes de
saberes externos se pueden realizar y cómo esos saberes externos se articularán
a la experiencia.
Muchas propuestas
metodológicas disponibles contienen elementos democratizadores en la medida que
fueron construidas por sujetos que se apoyaron en la perspectiva pedagógica de
la Educación Popular o en otras pedagogías críticas. Aun así, existen una serie
de advertencias acerca de su aplicación acrítica, de su copia como modelo,
ejercicio que lamentablemente es frecuente en las universidades: pensar cada
opción metodológica en el marco del proceso concreto y siguiendo coherentemente
la pauta pedagógica y epistémica que se afirma en el plano teórico es lo que
permite usar apropiadamente las metodologías, lo que en muchos casos implica
recrearlas, adaptarlas o adecuarlas a las condiciones concretas.
Al contrario, el uso de
ciertas metodologías sin perspectiva de proceso, sin revisarlas desde la mirada
políticas, epistémica y pedagógica, sin pensar los grupos, los sujetos, sin
indagar en sus prácticas y saberes, sin apoyarse en estos como puntos de
partida de los procesos, devienen en experiencias limitadas, algunas veces,
alienantes, otras veces, debilitando la posibilidad de potenciar las
reflexiones y los aprendizajes así como la influencia sobre el curso de la
realidad.
Para cerrar este
apartado agregamos una cuestión referida a las metodologías. Partimos de la
sensación de que la limitada reflexión sobre las experiencias y en especial una
dimensión: el cómo se han realizado, no sólo en el sentido de narrar, sino en
el de pensar y compartir lo que se ha hecho, en clave metodológica, cómo se ha
decidido hacer, cómo esas decisiones se articularon con apreciaciones
pedagógicas, epistémicas, políticas, es una de las carencias más fuertes en el
campo de la extensión. En ese sentido, necesitamos construir una propuesta de
intercambio con una impronta metodológica decisiva, que supere el nivel de las
descripciones (y por supuesto, de las apologías) para detenernos en los modos
en que se ha intentado hacer, en los esfuerzos por hacer nuestra actividad de
manera coherente con aquellas apreciaciones, y no necesariamente para narrar lo
que se ha hecho con éxito, con coherencia y con habilidad, sino lo que
dificultó, se complejizó, lo que no se pudo lograr o lo que hicimos pero de
manera limitada. Ese debate tiene que ser una discusión en una comunidad de
prácticas, construir un espacio público donde horizontalmente la práctica
propia se abra a la mirada crítica, pero también solidaria, de los pares. Y en
ese debate, el aporte de quienes militan en movimientos populares puede ser
significativo.
En este trabajo nos
hemos propuesto compartir algunos argumentos referidos a la centralidad de los
movimientos sociales populares en nuestras sociedades periféricas, intentando
aportar algunas caracterizaciones, especialmente las que se relacionan con los
procesos de conocimiento implicados en la vida y en el desarrollo de los
movimientos.
Propusimos por otra
parte poner en relación la actividad de los movimientos populares y sus
desafíos de conocimiento con las funciones sustantivas de la universidad
pública.
Por último, nos
acercamos a la dimensión de la acción recuperando la perspectiva de la
Educación Popular latinoamericana, a partir de la que se sostiene que los
métodos y técnicas de trabajo son instrumentos que requieren ser ordenados
desde una perspectiva integral del trabajo político-pedagógico.
El conjunto de
experiencias de extensión va ganando dimensión en la vida de nuestras
universidades, así como crece la acción extensionista específicamente realizada
junto con los movimientos populares y se ensayan interesantes articulaciones
con investigación y con docencia. La puesta en común y la discusión desde las
mismas, buscando producir aprendizajes en la reflexión compartida, es una tarea
central.
Esta tarea, la de
prestigiar y redimensionar los debates acerca de cómo hacer, cómo actuar, cómo
articular funciones, cómo coproducir conocimiento, cómo potenciar a los actores
y actrices más dinámicos del presente, es central para quienes ya hemos
decidido avanzar en la transformación de nuestras universidades con la
extensión como articuladora ante los desafíos actuales.
A la par queda el otro
desafío, que es seguir problematizando la realidad que tenemos y el lugar de la
universidad; seguir preguntando si es que seguirá abonando su tendencia a
adaptarse al estado de cosas, o se volcará a la construcción de un mundo capaz
de cobijarnos a todxs.
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[1] De hecho, agradezco la
lectura atenta de Diana Vila, mi compañera de equipo, que revisó este trabajo
haciéndole observaciones muy valiosas.
[2] “...uno de los rasgos distintivos de las formaciones periféricas
compartido por la clase trabajadora local es la presencia en su interior de una
nutrida capa de trabajadores informales. En esta consideramos a asalariados no
registrados, autónomos sin medios propios ni calificación, trabajadoras en
casas particulares, trabajadores familiares y rurales y trabajadores supernumerarios
de larga data para los requerimientos del capital. Su peso, al parecer menor
que en otros contextos latinoamericanos, involucra al 22,2% de los hogares del
país con PSH activo” (Maceira, 2018, p. 53) PSH: principal sostén del hogar.
Este dato involucra a asalariados no formalizados.
[3] En otro lugar afirman: “La globalización excluyente que depreda la
madre tierra, todo lo privatiza y le quita el alma, ha llevado la injusticia
social a tal extremo que ser explotado en las condiciones legales vigentes es
un verdadero privilegio.
Las conquistas del movimiento obrero son
casi piezas de museo, patrimonio de una porción cada vez más pequeña de la
clase trabajadora. La mayoría de nuestros compañeros no tienen un patrón que
quiera comprar su fuerza de trabajo a cambio de un salario relativamente digno.
Sin embargo, estos compañeros de algo viven y no precisamente del aire o la
caridad de los poderosos. No se trata únicamente de la magra asistencia y los
miserables subsidios que el Estado reparte para contener a esta masa de
hermanos marginados de todo; nuestros compañeros se inventaron su propio
trabajo, allá en el barrio, en el subsuelo de la Patria, en las periferias
olvidadas por todos. (...)
[4] Siguiendo a Tapia (2008),
podría decirse que una organización social se inscribe al interior de la
sociedad civil, con un lugar reconocido por el Estado y disputa sus intereses
frente a este, en el marco de reglas consolidadas y lugares delimitados.
[5] Este un tema que atraviesa la
experiencia de investigación de nuestro equipo docente: los procesos de
formación en los movimientos tienen como punto de partida el cambio, muchas
veces sustancial en la experiencia vital, que implica la lucha y la
participación colectiva. Compartimos un breve fragmento de la reflexión de una
educadora del movimiento campesino, del MOCASE-VC: “…fue un cambio de vida muy
fuerte para algunos compañeros, de estar en su rancho, con la producción por
ahí de las chivas, del algodón cuando había, o lo que se podía sembrar, pasar
los días ahí, como que siempre igual,
que nada cambiaba, a empezar a ir a las reuniones, cuando esto se hizo más
grande, cuando había más compañeros, más comunidades sumadas empezar a ir a
otra comunidad, que capaz que estaba a veinte kilómetros y no la conocían,
empezar a interactuar con otros actores, como podían ser los estudiantes, o los
académicos, o el INTA, empezar a sentarse en una mesa de diálogo con los
gobernantes. Fue un cambio abismal en la vida de los compañeros” (María de los
Ángeles Goncalves)
[6] En otro trabajo desarrollamos una propuesta de análisis de las
prácticas formativas en movimientos populares: “Desde nuestro lugar de
investigadores comenzamos a agrupar esa prácticas y afirmamos que pueden
distinguirse en, al menos, tres tipos de experiencias o de lugares-momentos en
los que se dan procesos formativos, que si bien tienen características
específicas, también en muchos casos sus límites son difusos: 1) las escuelas
gestadas y conducidas por los movimientos, que se vinculan de alguna forma con
el sistema educativo graduado oficial; 2) las denominadas “prácticas de
formación”; 3) las que, centradas en la práctica social de la organización
(como por ejemplo, movilizaciones, tareas de autogestión, etc.) pueden ser
reconocidas por los protagonistas como formativas y ser tanto aprovechadas en
ese sentido, como cuidadas para que se den los efectos buscados, por ejemplo,
que participar de una experiencia de representación de la organización de un
nuevo militante en algún espacio público se haga junto a otro con mayor tiempo
en el colectivo. Como se verá, adoptamos en forma provisional las categorías
utilizadas con mayor frecuencia por los movimientos populares y ellas ponen eje
en la “formación”. (Michi, Di Matteo y Vila 2021, pp. 134-135)
[7] En palabras de Tapia: “Uno de los rasgos del desarrollo de un
movimiento social es que su accionar tiende a incluir ya no sólo la protesta o
la demanda, sino también la factualización de las formas alternativas de
apropiación, gestión, organización y dirección de recursos y procesos sociales
y políticos. La factualización de alternativas es un arma de lucha dirigida a
convencer al estado y a la sociedad civil de la posibilidad de hacer,
organizar, dirigir y vivir las cosas de otro modo; la capacidad ya desarrollada
por el movimiento para pasar de la crítica a la reorganización de las cosas. Un
movimiento social ha madurado cuando ha desarrollado la capacidad de proyectar
formas alternativas de organización y dirección, sobre todo cuando ha
desarrollado la capacidad de movilizar sus fuerzas para cristalizar el
proyecto. La factualización crea las condiciones para la consolidación, el
arraigo y la cristalización de un movimiento. Un movimiento que no pasa a la
factualización de sus ideas se convierte en o es simplemente opinión crítica en
la esfera de lo público.” (Tapia, 2008, pp. 60 y 61)
[8] Los procesos convivenciales desarrollados por mujeres implican, por
lo general, dejar lo hijos en guarda de algún familiar o una familia o persona
que los recibe temporariamente.
[9] Recientemente, la “ley de
Emergencia nacional en materia de consumos problemáticos”, presentada por la
Diputada Nacional Natalia Zaracho el 11 de febrero de 2022. Cabe destacar que
esa diputada es militante del Movimiento de Trabajadores Excluídos y de su rama
de recicladores, comúnmente conocidxs como cartonerxs.
[10] Se trata de un fenómeno mucho
más complejo aunque el problema de los territorios es crucial. Al respecto
puede leerse, Bartolomé (2003). También Michi (2010) y Di Matteo (2015) para el
caso específico de los ejercicios de memoria en Santiago del Estero.
[11] La idea de teorización está presente también en el pensamiento de
Freire. El educador brasileño decía en la década de los 80: “La colaboración
más importante de un educador sería considerar los elementos teóricos dentro de
la práctica de esos movimientos. El educador crítico debe hacer surgir la
teoría implícita en esas prácticas, de modo que las personas puedan apropiarse
de las teorías de su propia práctica. El papel del educador no es, pues, llegar
al nivel de los movimientos sociales con teorías a priori para explicar las
prácticas que allí ocurren, sino descubrir los elementos teóricos que brotan de
la práctica”. (Freire y Macedo, 1990 [1987], p. 43)
[12] Dice Castoriadis: “Podemos
definir la intención de la política, primeramente, como la instauración de otro
tipo de relación entre la sociedad instituyente y la sociedad instituida, entre
las leyes dadas siempre y la actividad reflexiva y deliberante del cuerpo
político y, luego, la liberación de la creatividad colectiva, la cual permite
formar proyectos colectivos para empresas colectivas y trabajar en ellos. Y
podemos señalar el lazo esencial entre ambos que constituye la pedagogía, la
educación, la paideia; pues ¿cómo podría existir una colectividad reflexiva sin
individuos reflexivos? Una sociedad autónoma en tanto colectividad que se
autoinstituye y se autogobierna, presupone el desarrollo de la capacidad de
todos sus miembros para participar en actividades reflexivas y deliberativas.
(Castoriadis 1990, p. 106)