Saberes y prácticas. Revista de Filosofía y Educación / ISSN 2525-2089
Vol. 8 N° 1 (2023) / Sección Dossier / pp. 1-15 /
Centro de Investigaciones Interdisciplinarias de Filosofía en la Escuela (CIIFE),
Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Cuyo, Argentina.
revistasaberesypracticas@ffyl.uncu.edu.ar / saberesypracticas.uncu.edu.ar
Recibido: 08/05/2022 Aceptado: 01/03/2023
DOI: https://doi.org/10.48162/rev.36.084
Imitation as a Pedagogical Strategy
for Teaching Art and Philosophy
Investigador independiente, Colombia.
victorparra303@gmail.com
Resumen. Este artículo explora el papel de la
imitación en la enseñanza de las Artes visuales y la Literatura en educación
básica por un lado y la Filosofía en educación media, por otro. Se inicia
analizando el papel de la imitación en la enseñanza de las artes visuales y la
literatura, donde se encuentra que aquélla debe ser entendida como una
actividad de apropiación personal y no como una reproducción mecánica. Este
hallazgo permite criticar la tendencia a considerar que el talento es producto
de una capacidad innata que desconoce la tradición creativa. Igualmente se
evidencia que el resultado de la imitación, paradójicamente, es la creatividad
y originalidad, en la medida en que provee al estudiante una base de estilos
creativos diferentes, para combinarlos o mejorarlos, construyendo un estilo
propio. Luego se ofrecen algunas ideas de cómo puede aplicarse dicha estrategia
a la enseñanza de la Filosofía en educación media, a través de tres formas
clásicas de hacer filosofía. La similitud entre los métodos pedagógicos permite
establecer vínculos interesantes entre la naturaleza de las dos áreas de
conocimiento, respecto al acto creativo. El artista crea su obra de manera
similar a como el filósofo crea el concepto; en los dos casos, a pesar de que
el producto es único y particular, posee pretensiones de universalidad. Tanto
Arte como Filosofía se rebelan contra algunas características de la razón
instrumental, en la medida en que valoran el aprender a demorarse en la
contemplación y la reflexión, y valoran la imposibilidad de encerrar sus
productos bajo alguna utilidad definida. En este sentido, tanto Arte como
Filosofía se erigen como paradigmas de la libertad humana.
Palabras
clave. Arte, Filosofía,
Enseñanza de la Filosofía, Educación artística, Imitación de obras artísticas,
Pedagogía.
Abstract. This article explores the role of imitation in the teaching of
visual arts and literature in elementary education on the one hand, and
philosophy in secondary education on the other. It begins by analyzing the role
of imitation in the teaching of visual arts and literature, where it is found
that imitation should be understood as an activity of personal appropriation
and not as a mechanical reproduction. This finding allows us to criticize the
tendency to consider that talent is the product of an innate capacity that
ignores the creative tradition. It is also evident that the result of
imitation, paradoxically, is creativity and originality, to the extent that it
provides the student with a base of different creative styles, to combine or
improve them, building his own style. Then, some ideas are offered on how this
strategy can be applied to the teaching of philosophy in secondary education,
through three classic ways of doing philosophy. The similarity between the
pedagogical methods makes it possible to establish interesting links between
the nature of the two areas of knowledge, with respect to the creative act. The
artist creates his work in a similar way as the philosopher creates the
concept; in both cases, although the product is unique and particular, it has
pretensions of universality. Both Art and Philosophy rebel against some
characteristics of instrumental reason, insofar as they value learning to
linger in contemplation and reflection, and value the impossibility of
enclosing their products under some defined utility. In this sense, both Art
and Philosophy stand as paradigms of human freedom.
Keywords. Art, Philosophy, Philosophy
education, Art education, Art imitation, Pedagogy.
Es frecuente que cuando se discute cómo
enseñar Filosofía se distinga entre el contenido y la forma. Suele concebirse
al primero como historia del uso de la razón, y a la segunda como el método que
usa la razón para hacer filosofía. Esta distinción ha servido para defender la
idea según la cual la enseñanza de la Filosofía debe centrarse principalmente
en la forma o el método. Se cree que enseñar Filosofía consiste principalmente
en enseñar cómo se usa adecuadamente la razón. Es famosa la cita de Kant al
respecto: “El que quiere aprender a filosofar [...] sólo puede considerar todos
los sistemas de filosofía como historia del uso de la razón y como objetos para
el ejercicio de su talento filosófico. El verdadero filósofo tiene que hacer,
pues, como pensador propio, un uso libre y personal de su razón, no servilmente
imitador.” (1998, p. 27).
Bajo esta perspectiva, la imitación es el
resultado de aprender Filosofía como historia del uso de la razón, lo cual
limita el uso libre y personal de la misma. Sin embargo, este artículo pretende
retar esta idea y mostrar que, cuando se trata de introducir a los estudiantes
de educación media[1] en el estudio de la Filosofía y para lograr que a la postre hagan
uso libre y personal de su razón, es necesario que primero se vuelvan
“serviles” imitadores.
Esta intuición básica tiene un referente
análogo en la pedagogía de las Artes Visuales y la Literatura[2]. La formación artística en estas áreas se ha valido de actividades
de imitación, entendida esta última no como una mera copia mecánica a partir de
un original, sino como un proceso de reinterpretación única y personal de
aquello que se imita. Paradójicamente, la libertad de la creación artística se
logra una que vez el estudiante domina una gran variedad de técnicas y estilos
aprendidos por imitación, de los cuales puede escoger los que mejor se adapten
a su creatividad, y los cuales se aprenden, en parte, a través del estudio de
la historia de la creación artística. Bajo esta perspectiva, la imitación
adquiere una valoración positiva. Vale la pena explorar si esta ventaja está
igualmente disponible en la enseñanza de la Filosofía. En caso de estarlo,
conviene buscar algunas estrategias y ejemplos concretos de cómo enseñar
Filosofía por imitación para que rinda los mismos frutos que en la enseñanza
del Arte en las áreas mencionadas Encontrar posibles paralelismos a este
respecto, no solamente tendrá valor pedagógico, sino también dirá mucho acerca
de la naturaleza misma de la Filosofía y la producción artística visual y
literaria, pues no se puede decir cómo enseñar estas áreas sin hacer una
reflexión acerca de su naturaleza, lo cual también permite explorar su valor y
rol en la forma como el ser humano configura su realidad.
Imitar o copiar suele tener una connotación
negativa cuando se trata de producciones artísticas o culturales, pues estas
acciones tienden a asociarse con un acto de reproducción mecánica que busca
ahorrarse el esfuerzo e ingenio que requiere la originalidad. Sin embargo, en
las culturas clásicas griega y romana, los conceptos de mimesis e imitatio
respectivamente, jugaban un papel importante en los procesos de enseñanza y
aprendizaje de la Retórica y las Artes. Así lo atestigua, por ejemplo, la
valoración positiva que le daba Aristóteles a la mimesis en su Poética, al
punto que la consideraba no solamente como una propensión natural en el ser
humano, sino que también creía que existe cierto placer en la observación y
creación de objetos miméticos (1995, 1448b).
En la antigua Roma, por otra parte, se
pensaba que el conocimiento de varios estilos de escritura le permitían al
aprendiz tener mayor libertad para elegir uno y expresar sus ideas, y por tal
motivo, los maestros hacían que los estudiantes inicialmente memorizaran textos
sencillos y cortos, para gradualmente aprenderse textos más complejos, hasta
que finalmente empezaran a parafrasear y crear textos propios. Todo el proceso
estaba basado en la idea de imitar distintos estilos y formas de escritura, con
el fin de tener materia prima para crear un estilo propio (Murphy, 1990).
Actualmente, y a pesar de algunas
sugerencias en sentido contrario, la imitación es una técnica usada en la
enseñanza de las Artes Visuales y la Literatura. En educación básica
Secundaria, por ejemplo, se han obtenido buenos resultados en la producción de
fotografías creativas, imitando la técnica y estilo de fotógrafos famosos.
Igualmente, los estudiantes han escrito textos literarios originales, que
parten de unas instrucciones dadas por el profesor, las cuales buscan imitar
algunos elementos característicos que usan escritores famosos como Dante en la
Divina Comedia, o como Chaucer en sus Cuentos de Canterbury (Shields,
2007). Otros maestros han usado la imitación con excelentes resultados en la
enseñanza de las Artes Plásticas, tal como atestiguan Kratz y Zowa (2017) en
las imitaciones de la Gioconda, elaboradas por estudiantes de tercer grado.
Más allá de lo que muestra esta evidencia,
vale la pena explorar los fundamentos filosóficos de la imitación como recurso
pedagógico. Mientras que algunos pedagogos la condenan directa o
indirectamente, otros la recomiendan, pero quienes la desaconsejan no tienen en
cuenta las distintas dimensiones que están implícitas en el acto de la
imitación, las cuales poseen elementos positivos para la formación en Artes y
para la enseñanza de la Filosofía.
La valoración negativa de la imitación en la
enseñanza de las Artes visuales, tiene raíces en los movimientos artísticos que
se desarrollaron en el contexto de los conflictos bélicos de la primera mitad
del siglo XX, conocidos como las ‘vanguardias’.
Estos movimientos tomaron distancia del
dominio de la técnica y la racionalidad presentes en el arte, a través de la promoción
de la expresión espontánea e individualizada. Bajo este contexto, la imitación
es vista como la prolongación de estándares de racionalidad que reflejan una
sociedad que se autodestruye, a través de sus avances tecnológicos y
estructuras inhumanizantes (Raquimán & Zamorano, 2017, p. 448).
Esto repercute en el ámbito educacional
artístico, en la medida en que se conciben a las artes visuales como medio para
desarrollar la creatividad (Lowenfeld y Brittain, 1980).
De esta forma, se desarrolla una educación
artística que se aleja de las normas disciplinares de las Bellas Artes
establecidas en la Academia, y se da primacía a la expresión individual
espontánea que privilegia a la imaginación. Tal enfoque educativo considera que
la imitación de los estándares de formación tradicional o de estructuras
formales de enseñanza y aprendizaje artístico debe ser evitada.
Este enfoque de enseñanza de las Artes
Visuales, está basado en los modelos como el de la expresión personal creativa
(Eisner, 2004), o el del arte como expresión (Agirre, 2005), donde se
privilegia la expresión de impulsos personales, y se evitan las directrices
provenientes de la formación tradicional o de estructuras formales de enseñanza
y aprendizaje artístico.
Pedagogos del Arte como Rothko (2004), por
ejemplo, sugieren que hay que permitir que los niños creen libremente, sin
darles instrucciones que limiten su creatividad natural. La imitación impone
tales restricciones. Sin embargo, lo que resulta paradójico es que justamente
cuando no se dan instrucciones que ‘limiten’ la creatividad de los estudiantes
por parte del profesor, sino que simplemente se les permite que creen sin
ningún tipo de parámetro o estructura que sirva como modelo, los estudiantes
recurren a la copia mecánica de creaciones artísticas visuales o literarias
(Shields, 2007). Krautz y Zowa (2017) resaltan el hecho de que en el acto de
imitación, en el cual el profesor fija ciertos parámetros o instrucciones para
que los estudiantes se ajusten al modelo, no importa la fidelidad con la que el
estudiante se esfuerce por ‘reproducir’ su objeto, hay un elemento ‘subjetivo’
que dota de cierta originalidad o particularidad al objeto imitado. En tal
sentido, cuando la imitación se utiliza como recurso pedagógico para guiar la
creatividad del estudiante, la copia mecánica desaparece y se da una
‘emulación’, la cual se diferencia de la copia mecánica, pues posee un elemento
de apropiación de la obra. El estudiante, cuando emula, pone en la reproducción
del objeto su propio estilo y visión del mundo.
Este proceso posee por lo menos dos
dimensiones importantes. En primer lugar, hay un elemento de conexión con el
mundo, pues hay un referente o modelo objetivo al cual la creación del
estudiante tiene que ajustarse, y, en tal sentido, existen criterios para
juzgar si emula o no lo que se presenta como objeto. Pero también está la
dimensión subjetiva, la cual consiste en esos elementos únicos y particulares
que cada estudiante imprime a su emulación cuando se apropia del objeto. Un
acto de copia mecánica parece desconocer este elemento subjetivo, y es así como
parecen concebir a la imitación los que la critican; pero, de igual manera, un
acto de creación a partir de la nada, donde se privilegia la creatividad
espontanea del estudiante, desconoce el elemento de anclaje con el mundo y
ensalza el elemento puramente subjetivo de la creación artística.
El ensalzamiento de la subjetividad tiene
causas múltiples entre las cuales ya se mencionó, por ejemplo, el pesimismo
producido por la guerra; sin embargo, explorar de fondo tales causas,
trasciende el alcance de este trabajo. Sin embargo, es evidente que bajo un
enfoque educativo de la expresión y creación personal, la subjetividad y la
espontaneidad creativa del estudiante se convierten en una prioridad.
Bajo esta perspectiva, la originalidad y la
autenticidad se convierten en metas de la educación artística y de la cultura,
a costa de sacrificar las narrativas y los elementos que dan estabilidad al
mundo. Es entonces con esta concepción en mente como se concibe al acto de
imitar como un elemento nocivo para el aprendizaje de las artes visuales y la
literatura. Se da primacía a la habilidad natural del sujeto, pero se olvida
que la dicha habilidad, si bien puede ser innata, requiere un cierto anclaje
con la tradición y con un mundo compartido de objetos, con una historia y
narrativa definida. Ocurre justamente que se concibe al estudiante mismo como
un sujeto desprovisto de historia. Cuando se concibe la imitación como copia
mecánica, se desconoce que, en todo proceso de mimesis, el estudiante se
apropia del objeto que pretende emular, pues realiza la copia imprimiéndole su
experiencia previa, su historia y visión particular del mundo, la cual está
inevitablemente moldeada por su cultura. Con este análisis no se pretende
argumentar de ninguna manera que toda la educación artística visual actual se
reduzca a este modelo de la expresión personal creativa, pues de hecho pueden
identificarse otros enfoques vigentes en la enseñanza de las artes, tales como
el denominado El taller maestro-aprendiz, en el que se toman en cuenta las
habilidades y conocimientos determinados por una tradición, y se transmiten
desde la perspectiva de un artista altamente competente en lo técnico, sensible
y creativo. (Raquimán & Zamorano, 2017, p. 443) Bajo esta perspectiva, el
aprendiz, por imitación del talento, la técnica y habilidades del maestro,
posibilita la generación de habilidades destinadas a obtener un producto
artístico que se liga a un bien hacer desde el punto de vista de la creación
plástica.
Este enfoque de la enseñanza de las artes
visuales es la expresión de la propensión humana que menciona Aristótelesa
imitar, yse da también a nivel macro en los procesos históricos de apropiación
cultural. La cultura japonesa, por ejemplo, ejemplifica muy bien esta tendencia
a través de la palabra wa, con la cual se define la capacidad de una
cultura de acoger e integrar lo diferente, de armonizarlo. En dicha palabra hay
“[…] tres fases sucesivas que disciplinan la acogida constante del diferente,
del otro: en primer lugar está juyō que es ‘la recepción, la aceptación, la
acogida’, luego viene sentaku, es decir, ‘la elección, la selección’, y por
último, henyo, ‘’la transformación, el cambio, la transfiguración, la
metamorfosis” (Melissa, 2020, p.23). De esta manera, los procesos de
apropiación cultural requieren de una identificación de lo extraño, para luego
seleccionar lo que se considera valioso con el fin de imitarlo y adaptarlo a
las necesidades particulares de la cultura que lo adopta.
La imitación como estrategia pedagógica en
la enseñanza de las artes visuales y la literatura surge como un posible
antídoto frente al desequilibrio generado por la primacía del sujeto, en la
medida en que, bien entendida, permite balancear los aspectos subjetivo y
objetivo de la creación artística en estas áreas. La imitación lleva implícito
el mensaje al estudiante de que su voz es importante, siempre y cuando esté
fundamentada en una tradición rica y respetable que no conviene desconocer. A
pesar de que la creatividad natural e innata del estudiante sea muy valiosa, no
puede rendírsele culto, haciéndole creer al estudiante que puede producir
buenos trabajos artísticos sin la disciplina y esfuerzo que generalmente fue
necesaria para los artistas que le antecedieron.
Hay una tercera dimensión que tiene un gran
valor pedagógico. Ésta consiste en que, cuando se imita en la enseñanza del
arte plástico una técnica particular, suele enseñarse a los estudiantes no
solamente a emular un objeto artístico determinado, sino a emular las acciones
corporales que usa el maestro para producir dicho objeto (Krautz y Zowa, 2017).
Desde esta perspectiva, la imitación posee la virtud de lograr unificar la
subjetividad con la objetividad de una manera dinámica. No se trata solamente
de que el estudiante imite un producto terminado y le imprima su sello, sino
que imita al proceso mismo. Se podría decir que en el acto de imitar los
ademanes y movimientos corporales del maestro, el estudiante está “pensando con
el cuerpo”. Se incluye al cuerpo como elemento de equilibrio y conexión entre
la vida interior del sujeto y la producción material de un objeto artístico
determinado. En ese sentido, el maestro muestra al estudiante que el arte
plástico va más allá del resultado. El proceso en sí mismo tiene un valor que
no se mide por la obra conseguida.
Una vez vista la riqueza pedagógica de la
imitación en la enseñanza del arte visual y la literatura, y una vez vistos
algunos de sus principales elementos filosóficos, es necesario proponer algunas
ideas de cómo este recurso puede aplicarse de manera similar a la enseñanza de
la Filosofía en el nivel de educación media.
En lo que sigue se muestra cómo tres estilos
distintos de hacer Filosofía generan pautas que pueden enseñarse a los
estudiantes para que las apliquen a diversas cuestiones o preguntas
filosóficas, así como un profesor de arte puede enseñarle a sus estudiantes que
se apropien de un estilo artístico determinado para aplicarlo a una temática
particular.
El primer estilo es el de Platón. La manera
platónica de hacer filosofía revela al menos tres elementos que pueden ser
imitados. De los tres, hay uno central en torno al cual giran los otros dos. El
elemento central tiene que ver con lo que Heidegger (2006) considera
definitorio de la Filosofía griega a partir de Sócrates. Consiste en formular
la pregunta ¿Qué es eso? Siendo ‘eso’ la justicia, el bien, la belleza, la
templanza, el valor o cualquier objeto o concepto que se quiera someter a
indagación filosófica. Sin embargo, la respuesta a dicha pregunta no es
sencilla. Y no lo es porque la exigencia de la pregunta requiere que se defina
al objeto en cuanto aquello que lo define de manera esencial. Este método,
conocido generalmente como Mayéutica[3], ha de estar basado en un diálogo riguroso, donde el maestro
formula preguntas que llevan al estudiante o al interlocutor a encontrar la
naturaleza esencial de su objeto de indagación filosófica. Frente a la pregunta
¿Qué es eso? Se permite que los estudiantes den unas definiciones tentativas
iniciales. Una vez ofrecidas, el maestro empieza a refutar sus definiciones iniciales
por considerarlas incompletas o que no captan lo esencial del concepto. El rol
del maestro no es ofrecer ninguna definición, sino, a partir de las
definiciones de sus interlocutores, llevarlos a que admitan que sus propias
definiciones son incompletas, para ir alcanzando una cada vez más refinada. En
el diálogo Laques o del valor, por ejemplo (Platón, 2021), Sócrates
sostiene un diálogo con Laques y Nicias respecto a lo que es el valor. A cada
definición, el filósofo tiene una refutación: para Laques, valiente es el
hombre que guarda su puesto en una batalla, que no huye, que rechaza al
enemigo. Frente a esto Sócrates replica que no se ha respondido a la pregunta,
porque Laques se ha limitado a definir qué es un soldado valiente, pero su
indagación va más allá del soldado valiente: quiere saber qué es el valor en
cuanto valor, es decir, en todas las circunstancias, no solamente las relativas
a la guerra. Laques afina su definición y dice que un hombre valiente es aquél
que tiene paciencia y constancia. Entonces Sócrates advierte que la valentía ha
de ser la paciencia y constancia respecto a las cosas buenas y bellas, pues
existe paciencia y constancia en las cosas malas y si la valentía ha de ser una
virtud, tiene que estar relacionada con el bien. Entonces se introduce en el
diálogo la relación entre valor y conocimiento. A juicio de Laques, parece ser
más valiente quien, sin tener conocimiento de una actividad, se aventura a
hacerla. Es más valiente quien hace buceo sin tener experiencia, que el buzo que
ya tiene conocimiento sobre cómo llevar a cabo dicha actividad. Sin embargo,
Sócrates hace caer en cuenta a Laques de la contradicción que esto implica,
pues aclara que si la valentía está relacionada con la constancia buena y
bella, el no tener conocimiento es insensatez. Y la insensatez no parece tener
relación con lo bueno y bello, por lo cual Laques está dando el nombre de valor
a una cosa insensata. Frente a esto Laques parece rendirse e invitan a Nicias a
la conversación. Éste define al valor como la ciencia de las cosas que son de
temer y las que no. Sin embargo, las cosas que son de temer pertenecen a los
acontecimientos futuros, pues el temor es el presagio de que algo malo vendrá,
lo cual quiere decir que el valor deja por fuera las cosas del presente y del
pasado, lo que significaría que es una virtud incompleta, lo que riñe con la
idea de que es una ciencia, pues según Sócrates, la ciencia tiene la
característica de ser completa y universal. Nuevamente se pone en evidencia la
falla del intento de dar una definición de valor.
Por supuesto que este resumen no pone en
evidencia toda la riqueza del diálogo platónico, pero ilustra bien la riqueza
del método Mayéutico. A través de este diálogo se revelan otros dos elementos
que pueden ser también imitados a la hora de enseñar filosofía. El primero es
el más evidente y es el recurso del diálogo como forma de hacer filosofía. El
diálogo tiene la ventaja de que crea horizontalidad en la discusión y la
argumentación[4]. Al final del diálogo piden a Sócrates ser el instructor de los
jóvenes, por haber mostrado su sabiduría. Sin embargo, Sócrates replica que lo
único que ha mostrado es, junto con Laques y Nicias, su incapacidad para
definir con absoluta certeza qué es el valor: “Si en la conversación que acabamos
de tener hubiera aparecido yo muy hábil y los demás ignorantes, tendríais razón
para escogerme con preferencia a cualquier otro, pero ya veis que todos nos
hemos visto en el mismo embarazo. Y así ¿por qué preferirme? Me parece que
ninguno de nosotros merece la preferencia.” (Laques, 200e-201a)
Esta actitud socrática, resumida en la
ironía ‘sólo que nada sé’, es una actitud filosófica que puede asumir el
maestro y enseñar por imitación a sus estudiantes. Adicionalmente, la
horizontalidad del diálogo tiene implicaciones democráticas muy valiosas para
la educación. En un diálogo auténticamente filosófico se escuchan y sopesan
todos los argumentos con justicia. Cuando Laques dice a Sócrates que Nicias
dice puras tonterías, aquél lo insta a que escuche y haga el esfuerzo de
primero entender muy bien sus argumentos antes de emitir un juicio: “[…] pero
veamos bien si lo que pretende decir Nicias tiene algún valor, y si tú no
tienes razón al acusarle de que todo es un hablar por hablar. Supliquémosle que
nos explique más claramente su pensamiento, y si vemos que está la razón de su
parte, seguiremos sus principios; si no lo está, trataremos de instruirle.”
(Laques, 196c)
El tercer elemento digno de imitación de los
diálogos platónicos y que tiene también una directa relación con la Mayéutica,
consiste en que el diálogo platónico tiene una estructura circular o anular. A
este respecto Flórez (2011) sostiene la tesis de que el diálogo platónico posee
una estructura pedimental, es decir, según la forma del doble triángulo, propia
del pedimento del templo griego, en el cual las figuras que se ubican hacia los
extremos son más pequeñas, mientras que la figura central es de mayor tamaño,
siendo ésta la más importante:
Así, en lugar de una progresión A-B-C-D-E se
tiene el anillo A-B-C-B’-A’, donde C es el elemento central alrededor del cual
se organizan los elementos B y B’ y, más afuera aún, los elementos A y A’.
Estos distintos componentes no suelen tener el mismo peso argumentativo, sino
que se organizan en orden creciente de relevancia, primero A y luego B, hasta
llegar al componente central, principal por eso, C en este caso, para volver a
decrecer a partir de ahí, primero en B’ y, por último, en A’. (p. 379)
En el diálogo citado como ejemplo, esta
estructura se hace evidente, siendo C la idea o concepto de valor en
torno a la cual giran los elementos A-B, los cuales pueden identificarse con
las respuestas de Laques sobre qué es la virtud, y los elementos B’-A’ corresponden
a las respuestas de Nicias respecto al mismo concepto central C. Lo importante
de esta estrategia es que el filósofo gira en torno al objeto de su reflexión,
desde distintas perspectivas. Mientras más puntos de vista se sumen (Laques
representa al militar, gimnasta y Niceas al sofista, político), más fructífero
o rico será el análisis filosófico. Lo importante es no perder de vista el
concepto central de la reflexión filosófica para poder abordarlo desde diversos
ángulos, los cuales son cuidadosamente encausados por el filósofo.
El cuarto y último elemento digno de
imitación, presente en la filosofía platónica, es la recurrencia a la analogía
para hacer filosofía. Son famosas las alegorías platónicas tales como la de la
caverna (La República, Libro VII), en la cual Platón trata de mostrar
cómo el Filósofo es capaz de contemplar la realidad del mundo de las ideas y no
se queda con las sombras, ni encadenado al mundo sensible, y la del carro alado
(El Fedro), en la cual se representa de manera alegórica al alma humana,
con sus parte irascible (caballo blanco), concupiscible (caballo negro) y
racional (el auriga que dirige a los caballos). No está en las pretensiones de
este trabajo hacer un análisis de la validez de tales alegorías ni evaluar la
forma como las aborda Platón. Sin embargo, es evidente que un buen ejercicio
como propuesta para que los estudiantes hagan filosofía, consiste en invitarlos
a que usen analogías como recurso argumentativo. La argumentación a través de
la analogía tiene por lo menos dos exigencias fundamentales. En toda analogía
hay dos situaciones, una de las cuales tiene que ser más conocida que la otra,
con el fin de que sirva como analogía. De igual manera, para que la analogía
funcione es clave que, en lo que se quiere argumentar, las situaciones sean
similares. Así, el carro alado sirve como analogía del alma humana pues resulta
más fácil imaginar un carro tirado por dos caballos y guiados por un auriga,
que el alma humana misma y, en lo esencial, a saber, en que hay tres fuerzas en
conflicto guiando el carro, el carro alado sirve como representación de lo que
ocurre con las tres partes del alma del ser humano que postula Platón. El
profesor de Filosofía al entrenar a sus estudiantes en el uso de analogías para
argumentar, ha de asegurarse que la analogía se explore de manera creativa y
exhaustiva. Por ejemplo, en el caso de la alegoría del carro alado, el profesor
puede pedir a sus estudiantes que piensen si la analogía es adecuada para
mostrar la forma como se interrelacionan las tres partes del alma humana: un
caballo está junto al otro unido por el yugo y la forma como el auriga comunica
su liderazgo a los caballos es a través del timón y de algunos gritos; puede
preguntarse a qué corresponde en el alma humana el yugo y el timón, o dicho de
otra forma, cómo comunica la parte racional del alma a las otras dos sus
mandatos y orientación, o también puede cuestionarse cómo se comunican la parte
irascible con la concupiscible, o a qué corresponde el yugo en el caso del alma
humana, etc. En el caso de la alegoría de la Caverna, pueden plantearse
preguntas que lleven a los estudiantes a interpretar de manera más amplia la
alegoría, como por ejemplo, quién y por qué motivo encadenó a los prisioneros
en el fondo de la caverna, o si deberían estos recordar cuándo fueron
encadenados, etc.
La analogía no es exclusiva de la Filosofía
platónica. Lo exclusivo y que ha sido definitorio de la Filosofía misma, es la
exigencia de que la pregunta filosófica sea sobre la esencia de las cosas. Sin
embargo, existen posturas y estilos filosóficos antiplatónicos que, como se
verá, vale también la pena enseñar a imitar.
La riqueza de la creatividad y
aproximaciones filosóficas permite posturas que cuestionan o critican aquello
que ha sido considerado como definitorio de la filosofía occidental, a saber,
la búsqueda de la esencia de lo real. Tal es el caso de Ludwig Wittgenstein,
para quien es desconcertante que los filósofos parecen saber el significado de
las palabras en su uso cotidiano, pero cuando llegan al salón de Filosofía (o
cuando se ponen en modo socrático-platónico) no saben qué significan
exactamente. Ocurre con los filósofos, cree Wittgenstein -mostrando nuevamente
la riqueza de la analogía en filosofía- lo que pasa al niño que, luego de haber
visto a los adultos dibujar en un papel una casa, un hombre, etc., dibuja un
garabato de algo que no existe y luego pregunta a los adultos qué es eso
(Wittgenstein, 1981). Según Wittgenstein la causa de este desacierto está en la
tendencia platónica que, como recién se vio, considera que el rol de la
Filosofía es encontrar similitudes y se olvida de las diferencias (Wittgenstein
1976, pp. 46-47). Para este filósofo, el concepto o la palabra se sacan del
contexto particular en el cual poseen un significado especial y se le busca una
definición única, universal, al punto que termina construyéndose una definición
de algo que, como el garabato del niño, es inexistente. De ahí que la tarea del
filósofo sea la de observar lo que está ante sí y no resolver sino más bien
disolver el problema filosófico. Esto se logra descubriendo la gramática
profunda de los conceptos o palabras que analiza, es decir, el uso que, en
determinado contexto, posee una palabra o concepto. Como la palabra se escribe
o pronuncia de manera similar en los diferentes contextos, se genera la falsa
impresión de que dicha palabra solamente tiene una única definición. Sin
embargo esta similitud es superficial y corresponde a la gramática superficial
de la palabra. Wittgenstein ilustra la diferencia entre la gramática profunda y
superficial, señalando que, así como las palancas de una locomotora se parecen
externamente, la gramática superficial de las palabras hace que consideremos
que son lo mismo en los distintos contextos; sin embargo, dichas palancas
tienen usos y funciones distintas. Esta diferencia es justamente la que ha de
revelar la gramática profunda de las palabras (Wittgenstein, 1988, aforismo
12).
Wittgenstein ofrece algunos ejemplos de esta
manera de hacer filosofía, los cuales resultan útiles para que el profesor
pueda enseñar por imitación. La afirmación “ninguna persona puede sentir mi
dolor físico”, por ejemplo, se traslada muy fácilmente a una discusión
científica, casi metafísica, sobre la imposibilidad de sentir el dolor de una
persona, siendo el caso que la gramática profunda de la palabra dolor (físico),
implica, por definición, una experiencia esencialmente subjetiva. Sentir el
dolor de otra persona no es una imposibilidad física, sino una imposibilidad
lógica. Esto se revela inmediatamente cuando se compara la pregunta “¿Es este
mi libro?” con la extraña pregunta “¿Es este mi dolor de muelas?” Dada la
gramática superficial de la palabra dolor, se tiende a objetivar, generando
posibles cuestiones filosóficas que se dan por la falta de esclarecimiento de
la gramática profunda (Wittgenstein, 1976, pp. 88 y 89).
Algo similar ocurre al comparar la
afirmación “todas las rosas tienen espinas” con “todas las varillas tienen
longitud”. Superficialmente, ambas afirmaciones parecen ser generalizaciones
empíricas; pero si se piensa que es posible imaginar rosas sin espinas y no
varillas sin longitud, se pone en evidencia que la gramática profunda de la
palabra “varilla” posee la exigencia lógica de que posea longitud. Pero esto no
es una verdad empírica sino es una verdad sobre la gramática de tal palabra.
Estos ejemplos tienen cierta sofisticación que puede desalentar a un
principiante. El profesor de Filosofía, sin embargo, puede iniciar a enseñar
análisis de la gramática de los conceptos, a través de unos ejercicios más
básicos. Un buen ejemplo son las palabras que, en determinados contextos,
tienen aspiraciones a nombrar entidades metafísicas, pero que en otros
contextos más cotidianos, han adquirido unas connotaciones distintas,
describiendo estados anímicos particulares del ser humano. Aceptar que tiene
sentido decir “me duele el alma”, o “esa persona tiene un alma bella”,
inadvertidamente puede reforzar la intuición de que existen dos realidades de
naturaleza distinta en el ser humano, a saber, el alma y el cuerpo. Sin
embargo, la gramática profunda del uso particular de la palabra ‘alma’ en estas
expresiones, ha de revelar que todo lo que se quiere decir con ella es que hay
un sentimiento profundo de malestar o incomodidad emocional en un caso, y una
admiración, en el otro.
Este tipo de análisis puede arrojar
resultados interesantes si en la clase de filosofía se examina la gramática
profunda de las expresiones temporales, las cuales han ocasionado cierta
perplejidad filosófica: la gramática de la palabra “(tiempo) presente”, por
ejemplo, es tal que designa de manera general e indeterminada, algo que ocurrió
hace muy poco, o que está ocurriendo en este momento. No hace parte de su
gramática referirse con exactitud a un momento presente, porque esto constituye
una violación a la lógica de su uso. San Agustín -quien es presa de esta
tendencia del filósofo de ignorar la gramática profunda de las palabras-,
muestra su asombro al señalar que el presente mismo se desvanece en el momento
mismo de nombrarlo. Metafísicamente no se deja atrapar. Pero la palabra
“presente”, para referirse a la temporalidad, no busca hacer referencia a ese
tiempo inasible, metafísico que garabateó San Agustín, sino que engloba de manera
indeterminada un espacio de tiempo más o menos actual. De ahí que se requieran
otras expresiones como “justo en este momento” o “en este mismo instante”,
etc., para delimitar esa indeterminación cuando hablamos del tiempo presente.
Estos son apenas algunos ejemplos y
sugerencia básicos sobre la forma como el profesor de Filosofía puede enseñar
por imitación cómo aplicar el análisis del lenguaje, tal como lo concibió
Wittgenstein.
Cuando se vio la forma en que se aprende el
arte por imitación, se mencionó que un elemento pedagógico importante en esta
estrategia consiste no solamente imitar el estilo determinado de un artista,
sino que también es importante enseñar los movimientos corporales que usa el
artista al producir su obra. Algo similar ocurre en el caso de la Filosofía.
Una de las concepciones que erróneamente prevalecen respecto a la naturaleza de
la filosofía, es considerarla como un ejercicio puramente racional o
intelectual, sin conexión alguna con la corporalidad.
Diógenes de Sínope demostró que una cuestión
filosófica, o incluso un argumento, se pueden construir a partir de un acto
teatral o satírico, donde las representaciones corporales son importantes.
Cuentan sus biógrafos, por ejemplo, que, estando Platón hablando sobre las
ideas de meseidad y vaseidad, Diógenes le increpó señalando que él no podía ver
tales ideas, sino que lo único que podía ver eran una mesa y un vaso. Frente a
esto, Platón le manifestó que eso pasaba porque tenía ojos (para ver la mesa y
el vaso), pero no tenía mente para ver las ideas (Laercio, 2004, pp.345-346).
La anécdota, mal interpretada, podría
revelar a un Diógenes torpe y sin talento filosófico. Sin embargo, detrás de su
visión pragmática y ordinaria, hay generalmente toda una construcción
filosófica, que está cargada de crítica. Cuenta la historia que: “habiendo
Platón definido al hombre, animal de dos pies sin plumas, y agradádose
de esta definición, tomó Diógenes un gallo, quitóle las plumas, y lo echó en la
escuela de Platón, diciendo: “este es el hombre de Platón.” Y así se añadió a
la definición, y de uñas anchas” (p.338).
Aquí hay un argumento por reducción al
absurdo. Si el hombre de Platón es un animal de dos pies sin plumas, entonces,
un gallo desplumado es el hombre platónico. El argumento no necesita ser un
silogismo; es suficiente con un acto llamativo repleto de significado, que
tiene como resultado la necesidad de refinar la definición platónica,
agregándole que el hombre, a diferencia del gallo implume, posee uñas anchas.
Esta aclaración no es inocente, sino que constituye una visión pesimista
respecto a la naturaleza racional del ser humano. Es Diógenes quien, con un
candil, busca entre la multitud desesperadamente a un hombre, sin encontrarlo;
el mismo que denuncia la irracionalidad de quienes creen que los sueños son
premonitorios, pues considera que no se conmueven de lo que hacen despiertos y
sí en cambio van escudriñando lo que imaginan dormidos (p.339).
El mismo personaje que llamaba a los hombres
y una vez se aglutinaban a su alrededor, los ahuyentaba con el báculo diciendo:
“hombres he llamado no heces” (p.334).
Sus denuncias y sátiras alcanzan a las
instituciones y a la tradición. Estas críticas podrían adaptarse, sin mucho
esfuerzo, a nuestra situación actual. Denunciaba por ejemplo que los hombres de
su época conocían todo lo relativo a la lucha (así como hoy en día conocen todo
lo relativo al fútbol, por ejemplo), pero poco sabían o discutían acerca de ser
honestos y buenos (p.331). También consideraba que los banquetes religiosos en
los que se agradecía a los dioses la salud, tenían efectos totalmente
contrarios a esta, dados los excesos en los que se incurría en tales
celebraciones. La crítica social, también hacía parte de su repertorio. Cuenta
su biografía que habiendo visto en Megara a las ovejas cubiertas con pieles y a
los muchachos desnudos, manifestó que entre los megarenses más vale ser carnero
que hijo (p. 338). En ocasiones, sus acciones eran extremas, como por ejemplo,
cuando “haciendo una vez en el foro acciones torpes con las manos” (léase:
practicando el onanismo), respondía a sus críticos indicando que ojalá
frotándose el estómago también pudiera calmar su hambre (p.341).
Este estilo crudo de hacer filosofía,
muestra que el humor, la sátira y la teatralidad, también pueden hacer parte de
la capacidad para filosofar. Para hacer esto, un profesor podría empezar
revisando las biografías de algunos filósofos ilustres para leerlas y
discutirlas con sus estudiantes. Posteriormente podría planificar algunas
actividades orientadas a retar a los estudiantes a hacer filosofía a través de
la sátira y el movimiento corporal o a través del teatro. Aquí la creatividad y
capacidad de improvisación del estudiante resultarán fundamentales.
No puede decirse cómo enseñar Filosofía sin
decir algo acerca de su naturaleza. El hecho de que exista una similitud entre
la pedagogía de las Artes visuales y la Literatura, por una parte, y la
Filosofía, por otra, no es una simple coincidencia.
Las reflexiones que siguen a continuación no
pretenden agotar las posibilidades ni definiciones del Arte de ninguna manera,
sino arrojar luces sobre la forma como puede considerarse la similitud entre
arte y Filosofía. Deleuze y Guattari definen a la Filosofía como “[…] el arte
de formar, de inventar, de fabricar conceptos.” (1997, p.8) La referencia a la
filosofía como arte no debe ser entendida como un mero recurso retórico. Hay
varias razones para sostener que Arte y Filosofía poseen similitudes
esenciales, de las cuales una de las más importantes tiene que ver con las
características particulares del acto creativo. De manera similar a la creación
artística, la creación de conceptos tiene época y nombre propios: “[...] los
conceptos tienen y seguirán teniendo su propia firma, sustancia de Aristóteles,
cogito de Descartes, mónada de Leibniz, condición de Kant, potencia de
Schelling, tiempo de Bergson...” (p.13) En cuanto al Arte, puede hacerse una
lista de creaciones artísticas que si bien no tienen connotaciones necesariamente
conceptuales, a través de su originalidad evocan una riqueza única.
Hay algunos teóricos del arte que han
querido ver en esta coincidencia respecto al acto creativo, una similitud entre
la función del arte y la filosofía. Argumentan que los dos expresan la
concepción de la realidad que es propia de una época: “Una pintura es una
afirmación sobre la noción del artista de la realidad en términos de un
discurso plástico” (Rothko, 2004 p.22. Traducción propia). Aquí puede
argumentarse que no siempre las expresiones artísticas tienen la intención de
expresar la noción del artista sobre la realidad, Sin embargo, aún si esta no
es la intención consciente, la obra de arte refleja de una u otra forma dicha
concepción. El filósofo y el artista están constantemente ajustando los medios
a su disposición para reflejar la eternidad. Los dos tienen siempre
pretensiones de universalidad, la cual se expresa paradójicamente, a través de
la particularidad tanto de la obra de arte como del concepto.
Tanto Arte como Filosofía expresan
pretensiones universales a través de creaciones particulares y contextualmente
situadas. Esta característica de la creación artística y filosófica se resume
en lo que Hegel llamó la ‘autoposición del concepto’: “[…] lo que es verdaderamente
creado, de la materia viva a la obra de arte, goza por este hecho mismo de una
autoposición de sí mismo o de un carácter autopoiético a través del cual se lo
reconoce. Cuanto más creado es el concepto, más se plantea a sí mismo. Lo que
depende de una actividad creadora libre también es lo que se plantea en sí
mismo, independiente y necesariamente: lo más subjetivo será lo más objetivo.”
(Deleuze y Guattari, 1997, p.17)
Esta caracterización hegeliana de la
creación artística y filosófica resalta dos elementos fundamentales: en primer
lugar, tanto la creación artística como la filosófica convierten lo más
subjetivo en lo más objetivo, en la medida en que el resultado de su acto
creativo es absolutamente único. Así, la creación tanto artística como filosófica,
se convierten en una emulación de la particularidad y originalidad de cada vida
humana. Como un organismo vivo y consciente, se autoposicionan, es decir, se
auto organizan y sostienen, con unas características únicas y particulares. Y
en la medida en que no tienen un fin definido, son como organismos libres.
Estas características vuelven y ubican al producto de la creación artística y
filosófica al nivel de la vida de un ser humano. Esto nos lleva al segundo
elemento. La creación filosófica, como artística, son actividades creadoras
libres. Esto ya de plano niega la atribución a las dos de una función propia o
inherente.
Savater no duda, en su afán pedagógico de
caracterizar a la filosofía, en compararla con un ser humano, en cuanto ser
libre (2010, pp.11-13). Hay una serie de preguntas que tienen un fin o una
utilidad. La pregunta filosófica en cambio, como los seres humanos, se libera
de la necesidad de servir a algún interés o utilidad especial. En ese sentido,
la pregunta filosófica, como la obra de arte, es libre. El no servir para nada
no implica falta de valor, sino, por el contrario, un valor inconmensurable o
un valor absoluto, como el de la vida humana. Esta posibilidad y potencialidad
absoluta del ser humano, es la que permite a Dewey sostener que el valor de
toda vida humana no está en la igualdad de todas las vidas humanas, sino
justamente en la particularidad e inconmensurabilidad de cada ser humano (Vargas,
Ramírez y Duica, 2018). Paradójicamente, este valor absoluto, tanto en el caso
de la vida humana como de la Filosofía, se manifiesta a través de su falta de
utilidad. En una épocacaracterizada por la tendencia a privilegiar la utilidad de la acción y que
considera a los objetos como medios para alcanzar un fin determinado, las
preguntas que no sirven para nada se erigen como una manera de rebelión. Pero
esta ‘utilidad’ de rebelarse no es un fin planeado de antemano, pues de ser así
se cae en el paradigma que se quiere combatir. Es más bien la consecuencia de
un ‘estar ahí’. De manera similar al ‘estar ahí humano’ o de la obra de arte.
En este sentido, la Filosofía y el arte se convierten en espejos de la
existencia humana, la cual escapa a la instrumentalización.
Como parte de esta rebeldía contra la
instrumentalización, Arte y Filosofía comparten también la durabilidad que le
otorgan a la vida humana. La esencia de la experiencia temporal tanto del Arte
como de la Filosofía es el aprender a demorarse. Al nivel de la contemplación
de la obra de Arte, o a nivel de la práctica filosófica, lo clave está -o
debería estar- en la lentitud, propia de una inmersión contemplativa. Bajo un
paradigma instrumental, el tiempo es valioso en cuanto permite producir objetos
y bienes que se creen útiles para la existencia y el disfrute humano. El Arte y
la Filosofía no funcionan bajo este tiempo laboral. En ese sentido, los dos
eliminan la fugacidad de la vida y le otorgan eternidad: «La esencia de la
experiencia temporal del arte consiste en aprender a demorarse. Y tal vez sea
esta la correspondencia adecuada a nuestra finitud para lo que se llama
eternidad». (Heidegger, citado en Han, 2020, p.33)
En el caso de la Filosofía, uno de los
ejemplos más interesantes de la necesidad de la lentitud en la reflexión
filosófica, proviene de Nietzsche en su prólogo a la segunda edición de su libro
Aurora (1994). Allí, el filósofo manifiesta ser “amigo de la lentitud”
la cual considera que seduce y encanta, justamente porque estamos en una época
de trabajo y de precipitación, en la que queremos consumir todo con una “prisa
indecorosa”, incluyendo la lectura de un libro. Por eso manifiesta sentir
placer por la lectura y escritura lenta.
Arte y Filosofía, tanto en su producción
como apreciación, requieren aprender a demorarse, manifestando con esto una
rebeldía contra la instrumentalización de las actividades humanas.
Finalmente, es necesario señalar que, de la
misma manera como la actividad artística, a pesar de estar dirigida a la
sensibilidad estética humana posee elementos conceptuales que son los que le
permiten transmitir su noción particular y situada de la realidad, la actividad
filosófica, a pesar de ser considerada principalmente como conceptual, posee
elementos dirigidos a la sensibilidad estética (Deleuze y Guattari, 1997), lo
cual garantiza una mayor similitud entre Arte y Filosofía. Un claro ejemplo de
este elemento en la actividad filosófica lo constituye el histrionismo de
Diógenes de Sínope, quien, en cierta medida, hacía filosofía con sus actos, o
por lo menos dejaba siempre la sensación de que sus críticas y sátiras tenían
cierto valor estético-corporal.
La imitación, entendida no como una mera
copia mecánica de productos artísticos o filosóficos, sino como una actividad
placentera en la que el estudiante ejercita su capacidad de apropiarse de forma
única y personal del producto que imita, posee varios elementos formativos.
Al ofrecerle al estudiante un conjunto
variado de estilos creativos, le da una base y lo habilita para crear un estilo
propio, el cual es fruto no solamente de una pretendida habilidad innata, sino,
y principalmente, del conocimiento y apropiación de una rica tradición.
Reconocer el valor de esta historia creativa
en el aprendizaje de las artes visuales y la Literatura así como de la Filosofía,
tiene el efecto benéfico de reducir el narcisismo del estudiante, al
ratificarle que hay un mundo objetivo, al cual debe someterse con humildad, si
busca crear.
Otro elemento formativo importante en la
imitación como estrategia pedagógica, consiste en valorar no solamente el
producto, sino el proceso mismo, pues lo que se enseña justamente es a imitar
dicho proceso creativo. Los resultados o productos acabados se convierten en
una motivación o aspiración a la cual los estudiantes, idealmente, deberían
llegar o incluso superar, pero bajo la perspectiva explorada en este trabajo,
deberían pasar a un segundo plano.
Esta coincidencia respecto al valor de la
imitación como estrategia pedagógica, tanto en Arte como en Filosofía, puede
decir mucho respecto a la naturaleza misma de la actividad Filosófica. Bajo la
creencia de la universalidad e inmutabilidad de la actividad racional, se ha
defendido la idea de que lo importante al hacer Filosofía no es estudiar las
corrientes filosóficas y su historia, sino aprender a hacer uso personal y no
servilmente imitador de la razón. Sin embargo, la coincidencia entre Arte y
Filosofía cuestiona ese supuesto. Cada corriente filosófica, o cada filósofo
crean unos conceptos propios y originales, que, a pesar de su particularidad,
tienen pretensiones de universalidad, así como ocurre con las obras de arte,
las cuales, a pesar de ser únicas y originales, quieren mostrar de manera
consciente o no la verdad de toda una época. Ya sea que se trate de la
Mayéutica socrática, del análisis de la gramática del lenguaje wittgensteiniano
o del histrionismo de Diógenes, cada concepto filosófico se enseña bajo las
particularidades de su creación histórica, pero siempre tiene pretensiones de
universalidad, de constituirse en el concepto filosófico o en el
método filosófico.
La particularidad de la obra de arte y del
concepto filosófico debería considerarse como una rebelión contra los
estándares de una época instrumentalizada. Contra la necesidad de no perder
tiempo productivo, tanto filosofía como arte deberían valorar enormemente el
aprender a demorarse. Solamente lo único y original es siempre nuevo. Su
comprensión y contemplación requieren lentitud pues nunca se sabe qué aportarán
de novedoso. Su aparente inutilidad es también su sello característico. Esta
inutilidad es el precio que se paga por la libertad. La obra de arte y el
concepto filosófico al estar siempre abiertos a interpretación, no están
esencialmente atados a ninguna utilidad. Son como seres humanos libres que, además, poseen conciencia.
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[1] En países como Colombia, la
educación media consiste en los dos años posteriores a la educación básica y
anteriores a la educación universitaria. Es en estos grados donde suele iniciar
la enseñanza de la Filosofía.
[2] Este trabajo es asimétrico,
en la medida en que las Artes visuales y la Literatura se enseñan desde los
cursos de educación básica primaria y continúan en la educación básica
secundaria y, generalmente, en la educación media. Sin embargo, la Filosofía
generalmente se enseña exclusivamente a partir de la educación media. A pesar
de esta asimetría, se plantea en este texto una intuición básica, según la cual
el papel que juega la imitación en el proceso de enseñanza y aprendizaje es
similar en las tres áreas, con independencia del nivel de escolaridad, siempre
que se hable de la educación básica y media.
[3] Para una
definición platónica más completa de la Mayéutica, ver Teeteto, 150b-151c
(Platón, 2021).
[4] No sin razón, hicieron uso
del diálogo en algunas de sus obras Aristóteles, Cicerón, San Agustín, San
Anselmo, Nicolás de Cusa, Malebranche, Diderot, Berkeley, Hume, Rousseau,
Schelling, Wittgenstein y Heidegger, entre otros.