Saberes y prácticas. Revista de Filosofía y Educación / ISSN 2525-2089
Vol. 7 N° 2 (2022) / Sección Artículos / pp. 1-18 /
Centro de Investigaciones Interdisciplinarias de Filosofía en la Escuela (CIIFE),
Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Cuyo, Argentina.
revistasaberesypracticas@ffyl.uncu.edu.ar / saberesypracticas.uncu.edu.ar
Recibido: 06/06/2022 Aceptado: 13/10/2022
DOI: https://doi.org/10.48162/rev.36.059
Foucault and Lacan: Towards an Asceticism of
the Good Heretic
Instituto de Estudios Críticos
en Humanidades,
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas -
Universidad Nacional de Rosario, Argentina.
juane_ortiz@hotmail.com
Resumen. El presente trabajo propone un diálogo entre la filosofía de Foucault y
el psicoanálisis de Lacan, utilizando para eso el marco que ofrece el curso La
Hermenéutica del sujeto del filósofo francés. A lo largo del mismo se
exploran posibles puntos de contacto entre ambos discursos en torno a temas
tales como una ascesis filosófica, el tratamiento de las pasiones, la función
del otro y el deseo. El escrito parte de la convicción de que este diálogo
puede ser mutuamente enriquecedor: del lado de la filosofía permite pensar un
modo efectivo de realizar un trabajo estético sobre la propia existencia; del
lado del psicoanálisis permite profundizar en su dimensión espiritual antes que
médica y normalizadora. Asimismo, de la conjunción de ambos discursos pueden
extraerse algunas ideas para pensar una ascesis subjetiva capaz de elaborar una
disidencia razonada ante las formas de dominación imperantes.
Palabras Clave. Filosofía, Psicoanálisis, Lacan, Foucault,
Prácticas de sí, herejía.
Abstract. This paper proposes a dialogue between Foucault's philosophy and
Lacan's psychoanalysis, using the framework offered by the course The
Hermeneutics of the Subject. It explores possible points of contact between
the two discourses around themes such as philosophical asceticism, the
treatment of the passions, the function of the other and desire. The paper
starts from the conviction that this dialogue can be mutually enriching: on the
side of philosophy, it allows us to think of an effective way of doing
aesthetic work on one's own existence; on the side of psychoanalysis, it allows
us to show its spiritual dimension rather than its medical and normalising one.
Likewise, from the conjunction of both discourses, some ideas can be extracted
to think a subjective asceticism capable of elaborating a reasoned dissent
before the various prevailing strategies of domination.
Keywords. Philosophy, Psychoanalysis,
Lacan, Foucault, Practices of the self, heresy.
El
presente trabajo propone un diálogo entre la filosofía de Foucault y el
psicoanálisis de Lacan, utilizando para eso el marco que ofrece el curso La
Hermenéutica del sujeto del filósofo francés. A lo largo del mismo se
exploran posibles puntos de contacto entre ambos discursos en torno a temas
tales como una ascesis filosófica, el tratamiento de las pasiones, la función
del otro y el deseo. El escrito parte del hecho de que diálogo entre ambos
pensadores no se encuentra tan elaborado, ya que muchos investigadores se
quedan con las primeras críticas de Foucault al psicoanálisis como dispositivo
de poder. No obstante, el argumento que aquí ofrezco toma como punto de partida
el resultado de otros trabajos que sí han valorado este diálogo y pretende
generar un aporte en esta línea.
[1]
Me guía la convicción de que el vínculo entre Foucault y Lacan no
se limita a la mera comparación de argumentos con fines especulativos, sino que
puede generar un encuentro mutuamente enriquecedor entre filosofía y
psicoanálisis: por un lado, permite pensar un modo efectivo y actual de
realizar un trabajo estético sobre la propia existencia; por el otro, permite
profundizar en la dimensión espiritual antes que médica y normalizadora del
psicoanálisis. Además, considera que a partir de la conjunción de ambos
discursos pueden extraerse algunas ideas para pensar una subjetividad autónoma
capaz de elaborar una disidencia razonada ante las formas de dominación
imperantes. Lo que ofrezco al lector es un argumento que busca articular, con
el mayor rigor posible, algunos aspectos de las tramas conceptuales de ambos
autores. Asimismo, esta cuestión que anhela cumplimentar lo que se espera de
una investigación científica, ha sido complementada con algunos aspectos que
realzan una elaboración en nombre propio
[2]
. Desde ese punto, los conceptos de los autores en cuestión han sido
articulados desde mi propia experiencia de psicoanálisis vinculada a mi trabajo
como profesional de la filosofía.
En el
curso titulado Hermenéutica del Sujeto Michel Foucault estudia el
surgimiento de una operación que la filosofía occidental ha mantenido desde el
cristianismo hasta nuestros días. La misma, ha consistido en pensar la
subjetividad como un objeto dado de antemano, que no necesita reflexionar
acerca de su proceso de constitución ni intervenir en el desarrollo del mismo.
La antigua máxima socrática que postulaba conócete a ti mismo se ha
universalizado sin la otra parte que se refiere a ocuparse de sí mismo a
través de prácticas filosóficas (Cf. Foucault, 2014, p. 35). Esta reificación
del sujeto va de la mano de una actitud de sumisión ante un Otro
trascendente, concebido como autor de una ley universal que legisla sobre lo
permitido y lo prohibido. Por esta razón, con el cristianismo se instaura
la idea de que el sujeto nunca puede ser el lugar de una verdad (Cf. Foucault,
2014 b, p. 220), tampoco de una constitución autónoma, sino de sospecha y
rechazo permanente. Las teorías sobre la caída del “Hombre” en el pecado
condujeron a pensar la subjetividad y las pasiones como fuente de desprecio. La
estulticia que preocupaba a Séneca, esa variación y dispersión involuntaria del
espíritu humano, era una característica inherente a su condición, que se podía
trabajar y elaborar a partir de un análisis racional de las pasiones. Pero ese
mismo movimiento involuntario pasó a ser, para San Agustín (quien veía en el
carácter involuntario de la erección su ejemplo más preocupante), la expresión
palpable de una caída por fuera de la gracia divina. (Cf. Foucault, 2019, p.
362-363).
Allí se
aprecia una devaluación del sujeto, que no puede ser superada sin la asistencia
del Otro divino o de su representante terrenal. En esta concepción, el sujeto
por sí mismo no puede contribuir en nada a su propia salvación. Se puede
apreciar que esta genealogía constituye el núcleo duro de la amplia teorización
foucaulteana sobre el poder, ya que allí se configura y legitima una posición
de total alienación ante otro (sea o no de carácter teológico), en la cual
nuestra tradición de pensamiento sigue inmersa.
No
obstante, los estudios de Foucault sobre la antigüedad revelan que nada de esto
existía en el mundo grecorromano. Aún con todas las variaciones que experimenta
la filosofía en el transcurso de esos siglos, la cuestión cuidado de sí
se mantiene como una constante. Allí se articula una noción de salvación que
nada tiene que ver con despreciar al sujeto para llegar a un paraíso perfecto,
sino con actitudes reales y alcanzables aun en el marco de una existencia
contingente:
En esta noción de salvación que encontramos
en los textos helenísticos y romanos, no descubrimos referencias a algo como la
muerte, la inmortalidad, o el otro mundo. (…) La salvación, por lo tanto, es
una actividad, una actividad permanente del sujeto sobre sí mismo que tiene su
recompensa en cierta relación del sujeto consigo mismo, cuando se vuelve
inaccesible a las perturbaciones exteriores y encuentra en sí una satisfacción
que no necesita de otra cosa que de sí mismo. (Foucault, 2014, p. 184)
En virtud de lo anterior, podría decirse que
lo que ha quedado recubierto bajo el manto sagrado de una ley esencialista y
trascendente es el arduo trabajo de elaboración, reflexión y acceso a una
constitución de sí autónoma y relacional. La misma, nada tiene que ver con la
creencia en un “sí mismo positivo” (Foucault, 2016, p. 93) o con la adecuación
a una norma universalmente válida. Por esta razón, la genealogía del sujeto
realizada por Foucault brinda elementos sugerentes para pensar un trabajo de sí
que se aleja definitivamente de una metafísica del alma y del sujeto
(Cf. Álvarez Yágüez, 2013, p. 233).
Creo que
en este punto se cruzan la trayectoria genealógica de Foucault con los estudios
psicoanalíticos de Lacan. El psicoanalista francés constituye la única
excepción a las críticas de Foucault al psicoanálisis (Cf. Álvarez Yágüez,
2013, p. 280). El filósofo valoraba el esfuerzo de Lacan por alcanzar una
teoría del sujeto por fuera de los procesos de normalización.
[3]
No parece
casual que, hacia sus últimos textos, Foucault
reconozca que el psicoanálisis de Lacan se acerca a la espiritualidad de los
filósofos antiguos (Cf. Foucault, 2014, p. 43) y que atiende a una noción de pathos
más orientada a una terapéutica de las pasiones antes que a la normalización
de las mismas (Cf. Foucault, 2018, p.136).
Asimismo,
Lacan también ha constituido un punto de inflexión decisivo para nuestra
tradición, develando las implicancias de aquella función del Otro -más
específicamente del “Otro del Otro”- que cancela toda posibilidad de
encuentro y convivencia con los otros (con minúsculas) singulares en una
dimensión real. En efecto, en su Seminario 16 titulado De un
Otro al otro, Lacan tipifica la perversión precisamente como una creencia
en el Otro que satura el vacío de sentido. Esta idea resulta interesante
para leerla a la luz del hallazgo genealógico de Foucault. Dice Lacan: “Para que lo perciban, por lo menos un auditorio como el que tengo
delante de mí, que es heterogéneo, articularé que el perverso se dedica a tapar
el agujero en el Otro. Para realzar las cosas, diré que hasta cierto punto es
partidario de que el Otro existe. Es un defensor de la fe.” (Lacan, 2008, p. 230).
La relación con el otro real (con minúsculas) basada en una creencia de ese
tipo, deriva en una pluralidad de conflictos que interesan tanto a la clínica
psicoanalítica como a la filosofía. Creer que se sabe con certeza lo que otro
quiere constituye la base de acciones que se arriesgan a imponer la propia
perspectiva. Por otra parte, creerse sujetado y juzgado por una ley absoluta
produce los delirios del superyó con la consecuente cuota de
agresividad, auto agresividad y alienación respecto de los demás.
[4]
En otros ámbitos, promueve también la sumisión más palpable, ya que
la búsqueda de sentido inherente a la persona humana queda sometida y
postergada por seguir los dictámenes de un Gran Otro constituido de
manera ideal. Creo que en este mecanismo encuentra su fundamento la pasividad
ante la dinámica pulsional que impone el neoliberalismo en tanto que discurso
del amo actual.
[5]
En este caso, ya no se trata de un Gran Otro ligado a lo
divino sino a la promoción de una identificación del “yo” con determinados
ideales naturalizados que no se ponen en cuestión.
Por esta
razón, el famoso aforismo lacaniano sobre el amor (dar lo que no se tiene a
quien no es) es un ejemplo contundente del cuestionamiento de esta creencia en
otro ideal y de la dinámica que tiene el encuentro real con los otros. Señala
Allouch que el sujeto que llega a un análisis se cree en lo real. Es trabajo
del análisis hacerle ver que lo real es otra cosa, y que amar es amar a un ser
que está más allá de lo que se cree ser (Allouch, 2007, p. 50). Siguiendo esta lógica, Lacan postula también la idea de que la
verdad (en este carácter de in-sabida, medio dicha, des-totalizada) puede
modificar al sujeto. Eso es lo que se juega en la noción de cura articulada a
partir del reconocimiento del síntoma:
El sujeto tiene que darse cuenta de que eso
funciona así. Este reconocimiento no es un efecto separado del funcionamiento
de este síntoma, no es epifenomenal. El síntoma sólo queda constituido cuando
el sujeto se percata de él (…) Tan sólo por este lado se rompe la implicación
del sujeto en su conducta, y esa ruptura es la complementación necesaria para
que el síntoma sea abordable para nosotros. Este signo no constituye sólo un
paso en lo que podría ser la inteligencia de la situación, es algo más, que es
esencial en la cura de la obsesión. (Cf. Lacan, 2007, p. 303)
No
obstante, estas ideas suelen ser motivo de debate. Muchas veces, algunos
psicoanalistas suelen señalar sus reparos respecto de categorías tales como las
de gobierno de sí, relación de sí, etc. El argumento tiene su
fundamento, ya que los seres hablantes estamos atravesados por un inconsciente
(que es el lenguaje). El “sí mismo” podría indicar que uno puede saber lo que
se es con total certeza y el “gobierno de sí” indicaría que uno puede
manejar sus deseos a voluntad y sin conflicto alguno. Sin embargo, más allá de
estas diferencias superficiales, cuando se estudia detenidamente la
argumentación de Foucault se advierte que las perspectivas de ambos pensadores
son composibles. Además, como espero poder señalar en el presente escrito, el
anudamiento entre ambos no se limita a la mera comparación de argumentos, sino
que puede generar un diálogo enriquecedor entre filosofía y psicoanálisis,
capaz de arrojar luz sobre el carácter materialista de algunas formas de
trabajo sobre la propia subjetividad.
[6]
Para
abordar esta cuestión es preciso detenerse entonces en una conceptualización
adecuada de la relación de sí tal como la piensa Foucault. Una de las preguntas
más frecuentes entre los estudiantes y lectores de la Hermenéutica del
sujeto se orienta hacia el sí mismo como entidad: ¿qué se es?
¿qué es ese “sí mismo”? El uso de estos términos desorienta a quien no está
familiarizado con el último trabajo de Foucault, ya que el autor ha sido un
crítico implacable de la categoría de sujeto. Sin embargo, como mencioné más
arriba, el filósofo aclara que en el pensamiento grecorromano no existía la
subjetividad como un ente dado de antemano. Hay un momento clave en su argumento
en el cual plantea un contrapunto entre la noción de “sí mismo” grecorromana
con lo que él llama “momento cartesiano” (Foucault, 2014, p. 36), es decir, la
tendencia a identificar el “yo pienso” como una entidad originaria que “se da
efectivamente a la conciencia, sin ninguna duda posible” (Foucault, 2014, p.
32).
[7]
Aquí aparece una asombrosa analogía de método entre Foucault y
Lacan. Creo que la distinción foucaulteana puede vincularse directamente a otra
que ya realizaba el psicoanalista entre el ego como función imaginaria y la
dimensión del sujeto como un lugar en el que se produce otro tipo de
relaciones: “El ego es una función
imaginaria que no se confunde con el sujeto. ¿A qué llamamos un sujeto?
Precisamente a lo que, en el desarrollo de la objetivación, está fuera del
objeto” (Lacan, 2001, p. 287)
[8]
. La identificación entre el sujeto y la conciencia es cuestionada
por Lacan en su famosa paráfrasis del aforismo cartesiano: “pienso donde no soy, luego soy donde no
pienso” (Lacan, 2009, p. 484).
Siguiendo
esta línea, Foucault advierte que la noción de “sí mismo” antigua es relacional
y va de la mano de un ejercicio de ocupación y de cuidado de sí. El francés se
remite a la noción de Chresis de Platón para abordar este tema:
Podemos decir que cuando Platón se vale de la
noción de Khresis para tratar de ver qué es el sí mismo del que hay que
ocuparse, lo que descubre no es en absoluto el alma sustancia: es el alma
sujeto (…) ocuparse de sí mismo será ocuparse de sí en cuanto uno es ‘sujeto
de’ cierta cantidad de cosas: sujeto de una acción instrumental, sujeto de
relaciones con el otro, sujeto de comportamientos y actitudes en general,
sujeto también de una relación consigo mismo. En la medida en que uno es ese
sujeto (…) debe velar por sí mismo. Ocuparse de sí mismo en tanto sujeto de la Khresis
(con toda la polisemia de la palabra: sujeto de acciones, de
comportamientos, de relaciones, de actitudes): de eso se trata. El alma como
sujeto y de ningún modo como substancia. (Foucault, 2014, p. 71)
Nótese
la diferencia que establece Foucault entre el alma como substancia, es decir,
como algo objetivo, y el alma como sujeto. La cita muestra claramente que la
subjetividad remite a una pluralidad de relaciones y es una entidad
esencialmente abierta a diferentes procesos. Pero lo más importante es que no
hay disociación entre esta forma de concebir al individuo y la necesidad de
ocuparse de sí mismo. La cuestión es bastante evidente pese a haber pasado a un
segundo plano en la tradición filosófica. Desde el momento en que no existe una
substancia dada de antemano, la subjetividad sólo puede definirse como
ocupación de sí mismo, independientemente de que esa actividad se realice o no
de manera consciente y elaborada. Este reconocimiento muestra que la filosofía
es indisociable de una ascesis entendida como preparación del individuo para
enfrentar los acontecimientos de la vida.
Asimismo,
este conjunto de relaciones tiene su punto de sedimentación sólo como un
pliegue singular. El “yo”, el “sí mismo”, el “alma” es solamente una forma de
nombrar procesos de los cuales, en última instancia, se desconoce su origen y
que están destinados a una desaparición entre los demás procesos del mundo. No
hay punto privilegiado que actúe al modo de catalizador de este conjunto de
relaciones. Por esta razón, si bien en estos planteos no hay una tematización
del inconsciente a la manera del moderno psicoanálisis, sí es posible advertir
que se encuentra problematizado el carácter indecidible, infundado e
inaccesible de la esencia del sujeto y el origen de las pasiones. En una
expresión que bien podría adelantar las complejas teorizaciones del objeto a
lacaniano, en la carta 37 a Lucilio, Séneca afirma: “ni uno sólo de ustedes me podrás nombrar que sepa cómo ha comenzado a
querer lo que quiere…”. Lo interesante es que este desconocimiento es el
puntapié inicial para pensar un gobierno de las pasiones, que no se predica
como dominio absoluto de las mismas, sino como reconocimiento de su vacío
estructural. El gobierno de sí no supone manejar las pasiones a voluntad, sino
un análisis riguroso de las mismas para evitar quedar totalmente arrastrado por
algo que se desconoce. En la oración siguiente, Séneca desarrolla este punto
con suma claridad: “Lo vergonzoso no
es que uno vaya a su ritmo,
sino que se vea arrastrado (por el mal y la fortuna) y que, inmerso de repente
en la vorágine de los acontecimientos, pregunte con sorpresa: ‘cómo he llegado
yo aquí”. (Carta XXXVII de Séneca a Lucilio).
La
estulticia que pensaba Séneca se relaciona con esta dinámica de las pasiones
que arrastran al “yo”, impidiendo una elaborada constitución de sí mismo. La
estulticia se define como una voluntad débil, variable y cambiante. El stultus
es aquel que se deja llevar por cualquier cosa, que quiere por un mero
impulso inercial, pero sin firmeza. Se encuentra en una posición de pasividad
ante la variación permanente de sus propios anhelos y, por ende, resulta
fácilmente conducido por los deseos de los otros para con él. Siguiendo la
tradición estoica, Foucault caracteriza al stultus como aquel que no se
ocupa de sí mismo. Por el contrario, expuesto como está a todos los vientos, todas
las representaciones le vienen bien y todo le da lo mismo:
el stultus
es quien está disperso en el tiempo: no sólo abierto a la pluralidad del mundo
exterior, sino disperso en el tiempo. El stultus es quien no se acuerda
de nada, quien deja que su vida pase, quien no trata de llevarla a una unidad
rememorando lo que merece recordarse, y quien no dirige su voluntad hacia una
meta precisa y bien establecida. (Foucault, 2014, p. 136)
La
respuesta de Séneca a Sereno no consiste de ninguna manera en hacer un
diagnóstico sobre una enfermedad secreta que explique el estado de malestar en
que se encuentra Sereno; su respuesta está exactamente en el plano de esa
suerte de escala o estado de la libertad y las dependencias. Séneca se conforma
con decirle: ‘No creas que eres un enfermo que aún no logra curarse. Eres
simplemente un antiguo enfermo que no se percata del todo de que está curado.’.
(Foucault, 2014 c, p 118)
Así, lo
que caracteriza a la stultitia es la dificultad para constituir una
relación amistosa consigo mismo y los altibajos que generan los conflictos más
íntimos de la persona. Esta relación no consiste en ajustar el comportamiento a
una norma que establece lo que sea la salud, sino que remite al reconocimiento
de una trama sintomática irreductible. El stultus aparece como un
esclavo de esta variación incesante que domina el espíritu sin poder asumir
nada de ese conflicto. No es casual que Allouch detecta una analogía entre la
estulticia de Séneca y la locura tal como la planteaba Lacan: “En Séneca, el stultus es aquel que no cuida
de sí mismo. Lo que reaparece en Lacan cuando describe al psicótico como
demasiado abierto al otro por falta de una imagen narcisista” (Allouch,
2007, p. 40). Por esa razón, en la stultitia anidan las variadas formas
de servidumbre de sí anudadas con formas de sumisión ante los otros. Puede
pensarse que, en la búsqueda de los lujos, la gloria y el reconocimiento, el
individuo puede quedar atrapado pasivamente en las decisiones que otros imponen
(otros que a menudo tampoco saben para nada lo que quieren, pero en esa
inconsciencia ejercen poder sobre otros). A su vez, hay ciertamente una
posición que ondula entre la comodidad y la cobardía en una obediencia de este
tipo. El que obedece un sentido impuesto se ahorra el coraje de asumir en
nombre propio una búsqueda de sentido. Por esa razón, para minimizar estos
efectos anímicos es preciso una conversión, que no se opera hacia un otro autor
de una ley trascendente, sino hacia sí mismo. En otros términos, se trata de
convertirse y decidir tomar al “yo” (con todas las salvedades ya mencionadas)
como objeto de preocupación y ocupación.
La
primera dimensión de la ocupación de sí mismo apunta a una crítica de aquello
que se cree ser y tiene como objetivo cuestionar las diversas formas de
servidumbre. Las mismas se asientan en una apreciación errónea del vínculo
entre el individuo y la naturaleza. En este apartado, estoy separando con fines
meramente expositivos una cuestión que será retomada más abajo al analizar la
dimensión experiencial de algunas formas de meditación. Foucault advirtió que
en la filosofía antigua no se trataba de deducir las prácticas éticas a partir
de la inercia del sistema de derechos y obligaciones que nos gobiernan, ni de
las identidades naturalizadas que nos condicionan. Por el contrario, se trataba
de realizar una interrogación crítica sobre lo que somos para inferir de ello
lo que conviene hacer. (Cf. Foucault, 2014, p. 509). Aparece aquí una primera
torsión materialista respecto planteos idealistas y trascendentes basados en
consideraciones imaginarias de la subjetividad. A su vez, se aprecia también
que la estructura de esa afirmación no está lejos del reconocimiento del
síntoma que propone la teoría lacaniana mencionada más arriba: comprender lo
que se es (entendiendo por tal cosa la dinámica del deseo) para decidir qué
hacer con eso.
Ahora
bien, a través de su análisis de los dos grandes exponentes del estoicismo,
Foucault muestra de qué modo se puede realizar esta interpelación crítica. El
filósofo ofrece allí una reflexión interesante que muestra el vínculo entre
falsas unidades en las cuáles se cree y los efectos de servidumbre que
provocan. En el caso de Séneca la reflexión comienza con la observación de sí
mismo como singularidad, para pasar luego a comprenderse como parte de un
conjunto relacional infinito. Lo central en su planteo radica en la libertad
que genera el conocimiento. La misma se relaciona con la posibilidad de
cuestionar o desmontar cierta relación de sí que no es totalmente
autónoma, sino que está atravesada por la servidumbre ante ciertos saberes,
imposiciones, inflaciones ególatras, como aquella gloria que anhela Sereno en
su fantasía:
Este es el tipo de relación consigo del que
hay que liberarse. Uno se impone una cantidad de obligaciones y trata de
obtener con ellas cierta cantidad de ganancias (ganancia financiera, ganancia
de gloria, ganancia de reputación, ganancia en lo tocante a los placeres del
cuerpo y la vida…) Vivimos dentro de este sistema obligación- recompensa, este
sistema endeudamiento- actividad- placer. Eso constituye la relación consigo
mismo de la que debemos liberarnos. (Foucault, 2014, p. 265)
Para
efectuar esta liberación, Séneca propone un estudio detenido de la naturaleza y
del conjunto de relaciones naturales que constituyen nuestras vidas. El estudio
de la filosofía y de la ciencia tiene como finalidad la efectiva transformación
de sí, volviendo insignificantes aquellas servidumbres que nos sujetan. La
reflexión de Séneca no se propone en principio, destruir la identidad del
individuo sino emanciparla. Pero eso no se hace resaltando una interioridad
sustancial, sino realzando la pequeñez de las personas y sus relaciones con el
resto de los procesos del mundo (Cf. Foucault, 2014, p. 270). Estas reflexiones
muestran la contingencia y la banalidad de aquellos fines que se persiguen. Desde
este punto de vista, es posible un conocimiento reflexivo que piensa al sujeto
como una relación más de una cantidad infinita de relaciones entre elementos
singulares. Esto supone una experiencia de descentramiento del “yo” que no
puede concebirse como una entidad cerrada e independiente del resto de los seres
(Cf. Foucault, 2014 b, p. 271). Estos presupuestos eran utilizados en las
consolaciones de Séneca. Ante la muerte de un ser querido, por ejemplo, se debe
comprender que, aún con todas las maravillas que ofrece la vida, la misma
constituye una relación más entre otras y que, como tal, esté destinada a
perecer.
En una
línea distinta en cuanto al contenido, pero similar en relación a su estructura
(conocimiento del mundo – transformación del sujeto), Foucault considera la
reflexión de Marco Aurelio. Allí, para no caer en engaños y dominaciones será
preciso descomponer las valoraciones cotidianas evitando entregarse al hechizo
mediante el cual esas identidades ilusorias amenazan cautivarnos y capturarnos:
“Pero también, y al mismo tiempo, se
trata de mostrar que nuestra propia identidad (…) no está en realidad compuesta
más que de elementos singulares, elementos distintos, elementos discretos entre
sí, y que es, en el fondo, una falsa unidad” (Foucault, 2014 b, 297). Aquí
tampoco el individuo es una entidad cerrada que pueda decir “Yo” de un modo
absoluto. Este reconocimiento conduce a tomar distancia y problematizar la relación
de sí con respecto a la creencia en falsas unidades que generan diversas
formas de sumisión. Foucault recupera una técnica espiritual muy interesante
propuesta por el emperador filósofo, que consiste en mirar las cosas “en su
multiplicidad y discontinuidad” (Foucault, 2014, p.293). En este punto, es
posible detectar una gran analogía con la epistemología de la discontinuidad de
Foucault. Al parecer, aquello que llama la atención del francés es que este
ejercicio apunta a discontinuar ciertos elementos considerados como falsas
unidades sumamente valoradas.
Ante
estas cuestiones, Foucault rescata un ejercicio que proponía Marco Aurelio para
no dejarnos engañar por la influencia que generan estas falsas finalidades. El
mismo, procedía a desagregar los elementos componentes de aquellos objetos muy
valorados para poner de manifiesto el poco valor que tienen. Por ejemplo, las
tan ansiadas bandas púrpuras (túnicas laticlave), símbolo de las magistraturas
y la nobleza romana, no eran más que pelos de oveja teñidos con la sangre de un
molusco. En suma, algo muy banal que se convierte en un fetiche y se alaba
excesivamente. Es significativa la siguiente reflexión de Foucault al comentar
este ejercicio: “Gracias a ello
podremos, dice Marco Aurelio, desnudarlas y ver desde arriba, ver de arriba
abajo su baratura. Y así, podremos deshacernos de las ínfulas y el hechizo
mediante el cual amenazan capturarnos y cautivarnos (…)” (Foucault, 2014,
p. 295). El ejemplo resulta muy sugerente para pensar algunas cuestiones de la
vida anímica. Muchas veces, la búsqueda desesperada de reconocimiento por parte
de los otros o la demanda de una satisfacción total del propio deseo son
actitudes que podrían se confrontadas utilizando la lógica que se deduce de
esta meditación. Este procedimiento no es completamente ajeno para los
psicoanalistas quienes, a menudo, realizan operaciones similares, mostrando la
“castración” de algunos objetos que obsesionan al paciente y atreviéndose a
señalar la idealización que en torno al mismo teje el sujeto.
Así, en
ambos casos (Séneca y Marco Aurelio) se pone en evidencia la necesidad de un
saber tendiente a captar la realidad del mundo, pero no por un mero interés
académico, sino para que el sujeto sea capaz de moverse de donde está (Cf.
Foucault, 2014, p. 298). Aquí reside la característica principal del saber
espiritual de la filosofía antigua. La conversión a sí mismo supone un movimiento
paradójico desde lo que se cree ser hacia lo que se es en realidad, siendo la
única certeza de esta forma de ser, el lazo que se tiende entre la
contingencia, la indefinición y la finitud.
Ahora
bien, a partir de la segunda hora de la clase del 24 de febrero, aparece la
otra dimensión de la ocupación de sí que se refiere al modo de ejercitarse en
estas ideas. Foucault mostrará que el trabajo de conversión hacia sí mismo
tiene una dimensión ascética que se da en simultaneidad a la tarea del saber.
No basta con la contemplación de las ideas, aunque sea importante un método
riguroso (relacional y no esencialista) para acercarse a la verdad. También es
necesario pasar a la acción, siendo este acto una parte imprescindible para la
constitución de sí. Foucault cita a Musonio Rufo para mostrar que la
adquisición de la virtud era a un tiempo práctica y teórica, por ende, había
que cultivar askesis y mathesis. (Cf. Foucault, 2014, p. 301). El
sentido de esta ascesis consistía en equipar al sujeto, fortalecerlo y
pertrecharlo para poder enfrentar los acontecimientos inherentes a toda
existencia humana tales como el miedo, la angustia, la desesperación, la ira,
etc. La comparación con la imagen de un atleta destaca en este punto y Foucault
llega a describir como Atleta del acontecimiento a quien se prepara para
una lucha “en la cual tiene por
adversario todo lo que puede llegarle del mundo externo; el acontecimiento.”
(Foucault, 2014, p. 308). Al igual que cualquier deportista, que se
prepara mediante el estudio y la repetición de movimientos y técnicas, el
atleta del acontecimiento se prepara con principios racionales, persuasivos y,
por ende, materiales, que le permiten consolidar matrices de acción: “En consecuencia, esos elementos materiales
de logos racional se inscriben efectivamente en el sujeto como matrices
de acción. Eso es la paraskeue. Y a obtenerla apunta la askesis
necesaria para el atleta de la vida.” (Foucault, 2014, p. 310).
Lo
primero que es necesario aclarar es que el análisis de las prácticas de sí no
se realiza desde el supuesto anacrónico de rehabilitar las ideas clásicas en la
actualidad, trascendiendo miles de años de distancia. Foucault era un
genealogista riguroso y no sería conveniente vincular sus ideas a un
procedimiento tan apresurado. En segundo lugar, tampoco hay que pensar que
estas técnicas se
reducen a recetas que habría que aplicar mecánicamente. De ser así, se
generarían peligros similares a los reseñados al inicio de este escrito. En vez
de considerar una ley trascendente en términos religiosos, tomar principios a
la manera de recetas, podría convertirse en un nuevo mandato inexorable al cual
habría que sujetarse.
No
obstante, sí parece claro que el francés descubre en la antigüedad filosófica
formas típico-ideales (en el sentido de Weber, en cuya estela buscará inscribir
sus últimos trabajos) en las que el sujeto puede atravesar los imperativos de
gobierno en los que se encuentra inmerso. En una entrevista del año 1983
Foucault sostenía: “Entre las invenciones culturales de la humanidad
hay todo un tesoro de procedimientos, técnicas, ideas, mecanismos que no pueden
verdaderamente reactivarse, pero que ayudan a constituir una especie de punto
de vista que puede ser muy útil para analizar y transformar lo que pasa hoy a
nuestro alrededor.” (Foucault, 2013, p.133). Es evidente, por tanto, que estas ideas
pueden leerse a la luz de sus preocupaciones más tradicionales acerca del poder
y las formas de dominación. Asimismo, es interesante apreciar que algunos
aspectos metodológicos en el abordaje de estas técnicas de sí muestran una
clara sincronía con los elementos más clásicos de la epistemología
foucaulteana. Estas cuestiones, pueden servir para estudiar la dimensión materialista de
estas prácticas (el psicoanálisis incluido), mostrando su importancia no sólo
para la crítica de la propia identidad, sino para fortalecer y promover una
constitución de sí autónoma y relacional.
El primer elemento para
mencionar en esta línea se refiere a una cuestión que me atrevería a llamar la
dimensión sintomática de algunas formas de pensamiento. Esta dimensión se hace
visible cuando Foucault analiza la singularidad de la meditación estoica.
Frente al cuidado de sí platónico que se basa en el carácter identitario de la
relación de sí (Cf. Foucault, 2014, p. 433)
[9]
, la meditación
estoica tiene un carácter material que es efecto de la fractura o imposibilidad
de la identidad. Foucault señala que, en Epicteto, por ejemplo, la captación de
sí por sí mismo es la expresión de una especie de desnivelación, de una duplicación
interior, de un conflicto entre las pasiones. (Cf. Foucault, 2014, p. 434). Por
esta razón, las técnicas de sí no se presentan idealizando la
contemplación de verdades superiores ni imponiendo una vida regulada. Nótese
que no hay definición metafísica en todo este asunto. En ellas se juegan
cuestiones del orden del deseo de estilizar o mejorar esos desniveles
constitutivos, haciendo de la propia vida una producción estética y no como
sumisión a una regla prestablecida: “Ni
la obediencia a la regla ni la obediencia a secas pueden, en el espíritu de un
romano o un griego constituir una obra bella” (Foucault, 2014, p. 402).
En esta línea, aparecen los conceptos de melete (=meditar) y gymnazeyn
(=ejercitarse) que, según Foucault, remiten a un conjunto de prácticas y
abstinencias que los estoicos realizaban, no con el fin de hostigar y maltratar
al sujeto en su propensión al deseo (como será el caso de la ascesis
cristiana), sino de pertrecharlo y constituirlo de un modo sólido para que
pueda resistir a ciertas adversidades y, por ende, gozar de manera más adecuada
de una relación medios-fines.
En esta trama, se destaca por su
importancia la famosa praemeditatio malourum, cuyo objetivo principal
era contrarrestar la stultitia que surge de la preocupación por el
porvenir. Es stulto quien se amarga hoy por las penurias que le puedan
sobrevenir mañana y lo es también el que vive una vida sin pensar en la muerte
y en los males que inevitablemente le sobrevienen a todo viviente. Muchas
veces, las personas suelen manifestar que hablar de la muerte o pensar en ella
es conceder demasiado al pesimismo y amargar el ánimo con una especie de
angustia innecesaria. No obstante, pareciera que sólo ante la dimensión de un
límite uno puede plantearse efectivamente aquello que es, lo que desea
para su presente, para su vida y para su relación con los demás. Como sugerí
más arriba creo que la reflexión en torno a los límites es otra de las grandes
virtudes que ofrece la clínica psicoanalítica. Elaborar la dialéctica entre la
angustia y el deseo constituye un punto clave para que el sujeto pueda decidir
qué hacer ante ciertas situaciones. Algo de esto sugiere Allouch en su
excelente trabajo sobre la erótica del duelo cuando advierte que el
mecanismo del duelo es constitutivo con respecto al deseo, ya que, en términos
de Lacan, el duelo sería el agujero desde donde se ven salir las cosas. (Cf.
Allouch, 2011, p. 211). Asimismo, hay una escena famosa de una de las clases de
Lacan en la cual el psicoanalista exhortaba a sus estudiantes a tomarse muy en
serio esta cuestión. En dicho episodio, que llega hasta nuestra actualidad
gracias a lo que habilita el medio digital, Lacan manifestaba a sus oyentes con
una gran seriedad: “Hacen bien en
creer que van a morir (…) si no estuvieran sólidamente apoyados en la certeza
de que hay un fin, ¿acaso podrían soportar esta historia?”.
[10]
A su modo, Foucault
manifestaba una idea similar al afirmar que la premeditación de los males
era una prueba de sí mismo como sujeto de una verdad:
En efecto, y ésta es la pregunta a la que
deben responder esos ejercicios, ¿soy yo, realmente, quien piensa esas cosas
verdaderas? ¿Soy el que actúa como conocedor de ellas? ¿Soy el sujeto ético de
la vedad que conozco? Pues bien, para responder a esta cuestión, los estoicos
tienen varios ejercicios, entre los cuales los más importantes son, por
supuesto, la praemeditatio malourum, el ejercicio de la muerte y el
examen de conciencia. (Foucault, 2014, p. 440)
En este
punto, me gustaría agregar a título personal que me parece sorprendente el
carácter sintomático (como lo llamé más arriba) de esta meditación que
proponían los estoicos situada precisamente en ese desnivel pasional que señala
Epicteto. Muchas personas suelen manifestar que, ante la vivencia de momentos
agradables, sobrevienen a la mente de manera casi automática, un pensamiento de
carácter negativo acerca de algún inconveniente que podría sobrevenir e incluso
acerca de la muerte. Creo que podría especularse mucho acerca de este mecanismo
que hace sufrir cada vez que se presenta; puede analizarse si es la culpa, el
superyó, si es angustia, etc. Cuando empecé a investigar acerca de estos temas
me sorprendió saber que los estoicos hacían una meditación con esos
pensamientos y que la misma tenía por objeto tranquilizar el ánimo. Primero,
reconociendo la certeza de lo inevitable. Segundo, mostrando que los males, si
son terribles serán breves y si son leves serán tolerables. Tercero, haciendo
que la mente abandone la ilusión delirante en el porvenir y se concentre en el
momento presente. (Cf. Foucault, 2014, p. 451).
Ahora
bien, el carácter materialista de ciertas formas de pensamiento está
estrechamente ligado a la dimensión experiencial de algunos ejercicios. Los
mismos, apuntan tanto a mover al sujeto desde su lugar como a incluir la
dimensión del otro. Para que el sujeto efectúe un movimiento es preciso que
realice simbólicamente el pasaje del pensamiento a la práctica. En este
sentido, interrumpir la trama normalizada de actividades para dedicar un
momento a la reflexión de sí, ya constituye el inicio de este pasaje. En esta
línea, aparecen ejercicios de lectura con fines meditativos. Foucault recupera
algunas ideas de Séneca que recomienda la lectura de fragmentos de autores que
puedan resultar significativos para el sujeto. Pero esta lectura no se realiza
con fines exegéticos o de mera comprensión de una postura teórica, sino con
fines meditativos, es decir, a la manera ya mencionada de adiestramiento en
torno a determinados principios o prácticas (Álvarez Yágüez, 2016, p. 145). Sin
embargo, esta sola lectura solitaria no basta y hasta puede convertirse en una
modalidad de la stultitia al iterarse indefinidamente. Por ende, el
tránsito de la lectura a la escritura da cuenta de un segundo momento experiencial
necesario para efectuar el “pasaje” de la contemplación a la constitución de
sí. En este punto, Foucault recupera la recomendación de Séneca de alternar
momentos de lectura con momentos de escritura pensando a cada uno como límite del
otro (Cf. Foucault, 2014, p. 341). Así, leer un fragmento, tomar dimensión de
los efectos y cambios que produce en el pensamiento, y dar cuenta de esos
efectos a través de la escritura, constituye un dispositivo mediante el cual
cada uno hace suyos los principios anudándolos a cuestiones significativas.
Podría decirse que hasta el mismo hecho de escribir ese fragmento y hacer la
experiencia de volver a él en diversos momentos del día, ya constituye una
diferencia con el hecho de leer neuróticamente miles de páginas. Con la
especialización académica ocurre que, al producir un texto sobre un tema de
nuestro interés, uno se adentra en el mismo y conforma un saber más sólido en
torno a esa cuestión. Algo similar ocurre con la constitución de sí. La
circularidad entre la lectura y la escritura cumplen un rol interesante en la
conversión de discursos de verdad en matrices de acción. (Cf. Álvarez Yágüez,
2016, p. 145).
Se
escribe tras la lectura para poder releer, releer para sí mismo e incorporar de
ese modo el discurso de verdad que se escuchó de los labios de otro o se leyó
con el nombre de otro. Uso para sí; pero la escritura desde luego, también es
un uso, sirve para otros. Ah, sí, me olvidé de decirles que las notas que hay
que tomar sobre las lecturas y conversaciones que uno ha tenido, o sobre las
clases a las que ha asistido, en griego se llaman precisamente hypomnemata.
(Cf. Foucault, 2014, p. 343)
A través de este tipo de escritos se efectúa un
doble vínculo. El atleta que trabaja sobre ciertos fragmentos con fines
terapéuticos y de constitución, a menudo comparte con otros los resultados de
ese trabajo y, en el acto de compartirlos, los rehabilita al mismo tiempo para
sí. (Cf. Foucault, 2014, p. 344). En este sentido, los principales tratados
estoicos con algunos principios acerca de cómo abordar momentos de ira, o de
duelo, etc., eran escritos que circulaban entre el filósofo que los producía y
aquellas personas que recurrían a él en búsqueda de consejos. (Cf. Foucault,
2014, p. 314). Asimismo, del fragmento también se deduce que este trabajo
requiere un ejercicio sistemático de la escucha. La escucha también se
relaciona con esa dimensión experiencial que abre una brecha en el “encierro”
del sujeto en sus propias ideas.
Ahora bien, es cierto que en su práctica
terapéutica el psicoanálisis no promueve específicamente ejercicios de este
tipo. Aun así, creo que es posible trazar algunas similitudes entre ambos
discursos. En muchas ocasiones, he descubierto que puedo utilizar las
intervenciones de mi analista como una especie de registro similar a la función
lógica que Foucault describe para los hypomnemata. Ante algunas
dispersiones, dudas, incoherencias de parte del sujeto, la intervención del
analista apunta a volver a vincular y confrontar la stultitia subjetiva
con elaboraciones o matrices de acción definidas en sesiones previas. Esos
fragmentos de conversación aparecen ante situaciones de la vida que merecen su
aplicación, poniendo al sujeto en una actitud o bien de aceptación de la verdad
producida previamente o bien de posibilidad razonada para la modificación de la
misma. Incluso mi contacto con las ideas de Lacan me ha llegado desde mi
analista, quien me ha citado en numerosas ocasiones fragmentos típicos del
psicoanalista francés para promover la comprensión de algunas cuestiones.
Entonces, ¿por qué no podría pensarse la moderna terapia psicoanalítica como
una instancia de producción y circulación de este tipo de registro que
contribuye a la producción de verdades subjetivas? Creo que lo dicho basta para
mostrar que las técnicas de sí estudiadas por Foucault (Meditación, escucha,
lectura, escritura) no se reducen a meras recetas que hay que aplicar
mecánicamente. Por el contrario, se presentan como ejercicios experienciales
para mover al sujeto de su posición e incorporar racionalmente (y no
dogmáticamente) matrices de acción y de relación con los otros.
Por último, me gustaría mostrar que una parte de
esta constitución del sujeto tiene lugar a través de la parresía. Con
esta noción, Foucault expone claramente la función del otro en la constitución
de uno mismo. Aquí también vale recordar que el paso por el otro a través de la
dinámica de la conversación y la escucha es una de las claves del dispositivo
psicoanalítico. Al vínculo con un Otro de carácter esencial e ideal, el
psicoanálisis opone un pasaje por otro (con minúsculas) que sea capaz de
ofrecer el sujeto un discurso de verdad. (Cf. Allouch, 2007, p. 40). Para el
caso de la parresía, el mecanismo es doble. Por un lado, decir lo que se
cree verdadero ante otro implica un coraje que conduce a asumir los riesgos de
tomar una posición ante el mundo. Y esto excede el mero postureo político,
científico, artístico, etc. Significa algo más profundo relacionado con asumir
un sentido vital y las implicancias del propio deseo. Creo que algo de esto
también intuía Lacan en un famoso pasaje de Kant con Sade cuando
afirmaba: “El deseo, lo que se llama
deseo, basta para hacer que la vida no tenga sentido si produce un cobarde”
(Lacan, 2009, p.743).
Pero también, que otros puedan ejercer la parresía
para con uno mismo es una forma de constituir y elaborar una relación de sí. El
ejemplo más claro para mostrar esta situación lo representa el episodio del
encuentro de Diógenes el cínico con Alejandro Magno. A Foucault le interesaba
mucho esta anécdota que sirve como tipificación ideal de la ascesis que aporta
el cínico. En otros trabajos me he concentrado más en analizar esta relación
desde la condición del parresiasta. Foucault analiza que en la parresía
se juega una dimensión dramática de quien se arroja a decir una verdad
asumiendo los riesgos de una situación. En esta ocasión me gustaría
concentrarme en aquello que ocurre del lado de Alejandro, a quien el contacto
con el filósofo lo incita a establecer otro tipo de relación consigo mismo. En
efecto, Diógenes tipifica la figura del parresiasta, es decir, aquel que
nos dice lo que nos molesta oír incitándonos a ocuparnos de nosotros mismos. Y
eso que es incómodo de oír, molesta porque hay verdad allí. Pero no verdad
entendida en términos de correspondencia entre un juicio y un objeto, sino una
verdad relacionada con el derrumbe de aquello que Alejandro creía ser antes de
entrar en el diálogo con Diógenes. En efecto, toda la parresía del
cínico apunta a cuestionar la investidura legal en la que Alejandro cree
firmemente. Esto genera una incomodidad por parte de Alejandro quien de pronto
se encuentra con que no es la persona que creía ser. A diferencia del diálogo
socrático en el cual el interlocutor de Sócrates llega a un punto en que no
sabe qué decir porque descubre que no sabe, el diálogo con el filósofo cínico
induce a una confusión relacionada con la indefinición acerca del tipo de
persona que uno es. Dice Foucault que esa incomodidad “Es la incomodidad, la angustia de quien oscila entre orgullo y
depresión, entre alegría y ansiedad, que no sabe qué clase de persona es”
(Foucault, 2017, p. 234) Creo que puede retomarse aquí esa idea citada al
inicio de este escrito de que el dispositivo psicoanalítico procura introducir
una torsión similar respecto a las creencias del sujeto. Es interesante
advertir que Foucault rastrea en este tipo de diálogo con el cínico el
surgimiento de una actitud que describe como “combate espiritual” (Cf.
Foucault, 2017, p. 232) y considera que puede constituir una de las raíces del mismo
psicoanálisis (Cf. Foucault, 2017, p 237). La principal característica de este
encuentro es que no concluye en ninguna enseñanza positiva, sino que consiste
en el análisis, el señalamiento, las implicancias y los vaivenes de una especie
de querella permanente. Dice Foucault de este encuentro:
Diógenes
comienza un discurso, un discurso continuo, pero en este la cuestión no pasa
por decir algo que pueda ser la verdad de una tesis positiva. Diógenes se
contenta con hacer una descripción precisa de los tres principales defectos que
están siempre ligados al carácter regio: la inclinación por el placer, la
apetencia de riquezas y la ambición desordenada en la vida política. (Foucault,
2017, p. 234)
Se deduce de esta reflexión que el diálogo con
el filósofo no conduce a la adquisición de un estado de ánimo definitivo, sino
a delimitar estratégicamente algunos nudos que son irreductibles. Me atrevería
a afirmar que lo reseñado aquí por Foucault permite tipificar el sentimiento
con el que muchas veces se deja una sesión de psicoanálisis, sin haber llegado
a una solución positiva respecto de algún problema, pero habiendo elaborado
reflexiones que permiten vincularse de otro modo con una trama sintomática irreductible
-que suele ser la condición de esos problemas-. Y este parece ser precisamente
el objetivo de ese combate que propone el cínico.
Lo
interesante es que al final del diálogo no hay enseñanza positiva, sólo el
análisis o la indicación de los objetivos de un combate permanente. La
expresión ‘combate espiritual’, ‘lucha espiritual’ no aparece todavía aquí por
supuesto. Pero lo interesante es que no hay tesis metafísica, aserción
metafísica, afirmación teórica: únicamente la descripción de los efectos que
Alejandro tendrá que combatir durante su vida entera. (Foucault, 2017, p. 234)
Es interesante advertir que las características
de ese combate no parecen orientarse únicamente a una confrontación radical y
absoluta contra todo orden, sino a alcanzar cierta relación consigo mismo que
es independiente del estatus institucional. A su vez, es posible repensar aquí
la percepción tradicional que se tiene del cinismo como una vida en disidencia
caótica respecto a las convenciones sociales, es decir, como una rebeldía
desbocada ante los otros. Nótese que el combate que promueve Diógenes no parece
apuntar tanto allí, sino inclinarse por enfrentar con coraje los defectos
inherentes que se siguen de la condición de Alejandro. Más allá de que Diógenes
asumiera, en la singularidad de su vida, un combate abierto y radical contra
toda convención social, el nudo de la ascesis propuesta parece estar en otro
lado. En efecto, se vincularía preferentemente con el modo en el cual se asume
una forma de vida específica. Por esa razón, no se trata tanto de negar de
manera absoluta las imposiciones y exigencias que nos impone nuestro vínculo
con los otros, no se le propone a Alejandro abandonar la magistratura, irse a
vivir a un tonel y a comer carne cruda. Tampoco se lo incita a llevarle la
contra al mundo ni al rechazo caótico de todo vínculo social. De lo dicho se
puede deducir que no apunta a ese tipo de rebeldía caótica la operación
ascética promovida por el cínico. Por el contrario, se lo invita, más bien, a
reconocer y a asumir con coraje las implicancias que conlleva el ejercicio de
su propia actividad, una vez que ha caído por el suelo los sentidos impuestos
en los que creía firmemente.
El cínico es por esencia un disidente, un hereje
y la prueba de ello es la liviandad y el tono desafiante que Diógenes utiliza
con Alejandro. Pero creo que esta caracterización que realiza Foucault permite
arrojar elementos importantes para pensar que esa herejía excede algunos gestos
típicos que se le atribuyen. Así, cuestiones tales como la vida miserable, la
mendicidad, la confrontación con otros a partir de esas características, bien
podrían aparecer como superficiales a la luz de esta dimensión más profunda que
he señalado. Foucault explica que el ethos cínico ha sido recuperado por
el cristianismo, pero solamente en lo que se refiere a estos gestos externos.
Los monjes también tomarán los hábitos de la mendicidad y el estilo de vida
callejero. Lo cual reviste un gran interés para mi argumento, ya que supone que
toda aquella dimensión del combate espiritual excede la mera gesticulación. Más
allá de la trivialidad de esos gestos -que parece que bien pueden servir a
cualquier finalidad-, la potencia del planteo cínico se encuentra en otro lado.
La dimensión sustancial de esta ascesis se orienta a alcanzar una determinada
relación consigo mismo orientada por dos procesos estrechamente vinculados: por
un lado, la desarticulación de una impostura idealista, y por otro, el coraje
para vivir una vida singular en disidencia con las ilusiones que alimenta un Gran
Otro (cualquiera sea la identidad que esta función adopte).
Ahora bien, en una entrevista que puede verse en
YouTube el psicoanalista Ernesto Sinatra tipifica con mucha precisión las
diferencias entre tres posiciones: el cínico, el canalla y el tonto
[11]
. Mientras el tonto es aquel
que cree en un Gran Otro capaz de otorgar un sentido a su vida, el
cínico no cree que exista tal cosa, sólo cree en su propia satisfacción. Pero a
diferencia de ambos, el canalla es aquel que sabe hacer uso de esa inexistencia
del Otro para ponerse en ese lugar y dirigir a los demás. En esta tipificación,
es significativo que la posición del cínico parece estar a una distancia de
esos dos excesos. En este punto, considero que puede tenderse un puente entre
estas características de la herejía cínica y aquella herejía que pensaba Lacan
orientada a hacer uso de una trama sintomática irreductible. Creo que esta
operación compone lógicamente con el modo en que Diógenes desarticula los
sentidos en los cuales Alejandro cree de manera idealista. Lacan arroja una
pista clara sobre esta cuestión cuando invita a hacer uso de una buena herejía,
estrechamente vinculada al modo singular de anudar las tres dimensiones del ser
hablante: lo Real, lo Simbólico, y lo Imaginario. Se sabe que la topología del
nudo borromeo supone que estas dimensiones están enlazadas a la manera de
anillos, de tal modo que no componen una totalidad o confluencia dialéctica,
sino que expresan la falta irreductible de lo real. Por ende, si uno de estos
anillos se suelta, el conjunto se descompone (la muerte, la locura). Lo real,
en última instancia, es sin ley: “el
verdadero real implica ausencia de ley” (Lacan, 2018, p. 135). En este
punto, es posible reconocer que algo de razón tiene el cínico al pensar y
actuar desde la relatividad de todo sentido y el desafío a las creencias
ingenuas sobre la realidad. Pero que lo real sea sin ley, no quiere decir que
no se pueda, con las energías de una vida humana, alcanzar un sentido que no
será absoluto, pero sí ligado a un goce singular. Desde ese punto, Lacan
analiza la “personalidad” del escritor James Joyce e interpreta que para el
caso de Joyce el nudo borromeo hubiera podido descomponerse. Pero el ejercicio
de la escritura actúa en él anudando a la manera de un cuarto anillo -el sinthome-,
evitando la disolución del conjunto y habilitando una gran producción artística
(Cf. Lacan, 2018, p. 148-149). Lo que quisiera señalar mediante este ejemplo es
que existe un modo singular de vivir y dar un sentido finito al vacío que
supone lo real, anudando con los sentidos contingentes de los otros que se
encuentran en igual situación. Se perfila allí la clave de una estética vital
que se puede reconocer y cultivar en cada caso. Creo que este punto constituye
la clave para pensar una buena herejía capaz de elaborar un modo de existencia
que, sin negar la influencia irreductible de los otros en nuestra vida y sin
desconocer las dificultades del propio carácter, permita, asimismo, producir
alguna invención, algún modo singular de hacer algo con las energías propias.
Desde ese punto, se hace posible pensar un vínculo con los demás evitando los
excesos que supone la creencia en un Otro, es decir, apartándose tanto de
actitudes de sumisión pasiva como de imposición canallesca de la propia
perspectiva.
[12]
Dice Lacan:
Es un
hecho que Joyce elige, por lo cual es, como yo un hereje. Porque el hereje se
caracteriza precisamente por la haeresis. Hay que elegir el camino por
el cual alcanzar la verdad, tanto más cuanto que, una vez realizada la
elección, esto no impide a nadie someterla a confirmación, ser hereje de la
buena manera. La buena manera es la que, habiendo reconocido la naturaleza del sinthome,
no se priva de usarlo lógicamente hasta alcanzar su real, al cabo de lo
cual él apaga su sed. (Lacan, 2018, p. 15)
Se aprecia aquí, una invitación a reconocer el
síntoma y a hacer uso de él sin inflaciones idealistas o narcisistas, sino
procediendo a un efectivo reconocimiento de las tramas en las cuales late el
deseo. Esto supone asumir tanto las satisfacciones como las dificultades que
eso conlleva. Pienso que puede establecerse aquí un vínculo con esa torsión
sugerida por Diógenes a Alejandro. Allí se encuentra una invitación a asumir su
condición alejada de esa impostura nefasta con la cual el rey griego inicia el
diálogo. Vale recordar que Alejandro se presenta ante el cínico creyéndose con
el poder de hacer y proveer cualquier cosa: “¿qué quieres tú de mi poder?”,
habría dicho Alejandro a Diógenes. Ante esa impostura, el cínico se limita a
responder: “deseo que te corras porque me estas tapando el sol”.
Creo que este paso desde lo que se cree ser
hacia la realidad de una trama sintomática tiene consecuencias muy importantes
tanto para el psicoanálisis como para la filosofía. En contra de los goces
normalizados que se articulan tan fácilmente con las formas hegemónicas de
producción, de consumo y de gobierno, reconocer y elaborar un deseo singular
constituye un gesto básico de resistencia. Me gustaría sugerir que allí se
encuentra el puntapié inicial de una disidencia razonada, capaz de generar que
la persona pueda replantearse los modos en los cuales debe integrar y componer
las formas de ser, pensar y producir su propia vida en una relación ineludible
con los demás. Siguiendo esta línea, el presente escrito pretende contribuir a
una línea abierta por el propio Foucault cuando sugería el desarrollo de
tecnologías de sí que fueran capaces de habilitar una nueva política de
nosotros mismos:
Tal
vez, el problema no es descubrir un sí mismo positivo o el fundamento positivo
de sí mismo. Tal vez nuestro problema ahora consiste en descubrir que el sí
mismo es sólo el correlato histórico de la tecnología construida en el transcurso
de nuestra historia. Tal vez el problema es cambiar esas tecnologías. Y en ese
caso, uno de los principales problemas políticos sería hoy, en el sentido
estricto de la palabra, la política de nosotros mismos. Les agradezco mucho.
(Foucault, 2016, p.94)
La argumentación anterior ha permitido rastrear
algunas formas de trabajo ascético sobre la propia subjetividad. El estudio de
estas técnicas de sí permite tipificar la posición de Foucault para
repensar e intentar revertir ciertas formas de servidumbre, una cuestión que
emerge desde lo más profundo del proyecto foucaulteano. Estas técnicas, no se
presentan como recetas para encasillar y normalizar el deseo, sino como formas
de elaborar las tramas vitales de manera autónoma y relacional, constituyendo
así un modo de llevar adelante un trabajo estético sobre la propia existencia.
En este
rastreo se han ido señalando ciertas similitudes metodológicas entre el
carácter materialista de las técnicas de sí y algunos presupuestos teóricos del
psicoanálisis de Lacan. La importancia de este vínculo se presenta a la hora de
pensar la dimensión actual de este trabajo ascético. El propio Foucault
reconocía que estas técnicas no podían ser traídas sin más hasta el presente.
Creo que la argumentación precedente ofrece herramientas para pensar al
psicoanálisis como un dispositivo actual y eficaz para realizar el trabajo
estético sobre la propia existencia, evitando los riesgos del esencialismo y la
normativización. Mucho se habla de la estética de la existencia en Foucault, un
concepto desarrollado en el último tramo de su investigación que no pudo
recibir un tratamiento más sistemático por parte de su autor. Muchos textos y
artículos sólo se limitan a mencionar esa cuestión y no logran definir con
claridad qué sería esa estética ni cómo practicarla. Por esa razón, a través
del diálogo entre ambos autores, se puede encontrar una vía concreta para
estilizar a un sujeto autónomo y relacional capaz de hacer uso de una buena
herejía.
Al mismo tiempo, los argumentos trabajados
pueden constituir un aporte a la disciplina psicoanalítica. El texto de Allouch
(2007) es la expresión sintomática de que la Hermenéutica de Foucault
también logró interpelar al psicoanálisis y hacerlo recordar su dimensión
espiritual antes que médica y normalizadora. Esta dimensión es fundamental,
sobre todo cuando dicha disciplina se encuentra cada vez más cuestionada por
paradigmas médicos y neurocientíficos que niegan su efectividad en la
transformación del sujeto. Por esta razón, el estudio del carácter materialista
de las prácticas de sí puede fortalecer la vigencia del psicoanálisis.
Asimismo, y como he procurado mostrar a través de algunos ejemplos, el estudio
de estas prácticas puede ser efectivo para enriquecer algunas intervenciones
terapéuticas sobre la vida de las personas.
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antiguos” Eikasia, N°92.
[1]
El escrito que aquí se presenta parte de los resultados alcanzados
por la investigación de Roque Farrán, quien ha estudiado la relación entre
Foucault y Lacan, vinculando el método del anudamiento borromeo del
psicoanalista con las dimensiones del saber, el poder y la ética
del último Foucault (Cf. Farrán, 2018, p 82). Asimismo, el trabajo se nutre de
la perspectiva que ofrece Bruno Bonoris, quien utiliza el marco que ofrece la Hermenéutica
de Foucault para pensar al psicoanálisis como práctica de libertad
(Bonoris, 2013). También me ha resultado fructífera la lectura del trabajo de
Hugo Alazraqui que plantea una convergencia entre ambos pensadores en lo que se
refiere al nudo entre el saber, la verdad y la transformación subjetiva: “En
uno y otro, recuperar un saber de sí aunque incompleto y fragmentario permite
promover al sujeto y evitar su alienación” (Alazraqui, 2016, p. 9).
[2]
Elaborar un pensamiento en nombre propio desde luego que nada tiene
que ver con realzar una identidad personal, sino paradójicamente, todo lo
contrario. Implica asumir la propia singularidad y el propio deseo una vez que
se advierte que dicha identidad es imposible y sólo puede rastrearse en el
cruce de múltiples relaciones. El nombre propio sería algo similar al nudo
compuesto por la multiplicidad de hilos que conforman una red, que es a la vez
punto singular de pasaje de esas tramas y sostén de una composición más amplia.
Por esa razón, Deleuze sugería con mucha lucidez que hallar un nombre propio
era una tarea estrechamente ligada a un serio ejercicio de despersonalización: “El individuo adquiere un verdadero nombre
propio como consecuencia del más severo ejercicio de despersonalización, cuando
se abre a las multiplicidades que le atraviesan de parte a parte, a las
intensidades que le recorren” (Deleuze, 2005, p. 19).
[3]
Entrevistado en ocasión de la muerte del psicoanalista, Foucault
arroja algunas ideas interesantes que permiten dar solidez a la hipótesis que
planteo en este escrito. Allí el filósofo manifiesta: “él [Lacan] quería
sustraer al psicoanálisis de la proximidad, que consideraba peligrosa, de la
medicina y las instituciones médicas. Buscaba en él no un proceso de
normalización de los acontecimientos, sino una teoría del sujeto” (https://enelmargen.com/2020/05/14/lacan-por-foucault/).
[4]
Roque Farrán explica con mucha lucidez esta dinámica afectiva que
se produce en torno a una consideración idealista de la función del Otro: “A veces el grado de alienación es tal que
hay quienes se imaginan que toda la potencia del Otro ha sido un robo, un
menoscabo de la propia potencia (entendida como propiedad). Cuando en verdad no
hay propio ni Otro, sino modos singulares de una potencia impersonal que nos
constituye a todos por igual. La acumulación originaria y el esfuerzo de de
apropiación de medios inexpugnables son un mito del capitalismo que se sigue
reproduciendo a toda escala para la impotencia y destrucción generalizadas”
(Farrán, 2021, p. 37).
[5]
En un reciente libro titulado La hidra neoliberal, Anibal
Leserre ha estudiado detenidamente estas cuestiones. El autor afirma que el
neoliberalismo opera precisamente un efecto de tapón, una especie de sentido
absoluto que pretende suturar la irreductible división subjetiva: “Es decir, entendemos que el Capitalismo
reelaborado en su vertiente neoliberal no sólo intenta anular la castración
sino que también, en un doble movimiento, propone objetos técnicos para tapar
la división subjetiva, para anular el vacío estructural” (Leserre, 2020,
p. 42). Este fenómeno genera un alineamiento del sujeto con el discurso del amo
encarnado en la lógica del capitalismo neoliberal: “En esta línea, podemos sostener que el neoliberalismo opera como
discurso del amo imponiendo un lazo o vinculo social de riesgo bajo la ilusión
de una autonomía yoica” (Leserre, 2020, p. 67).
[6]
Un pensamiento de Badiou quizás puede orientar las razones de este
nudo tan singular: “Filosofía y psicoanálisis pueden ser composibles, puesto
que la doble condición paradójica de la matemática y del amor cruza sus
localizaciones del vacío en el punto singular de disyunción de una verdad
in-sabida y de un saber de esta verdad. Este punto, lo sostengo, es el de la
idea. Psicoanálisis y filosofía exigen, uno y otra, por último, que se mantenga
la máxima infundada e infundable de Spinoza: ‘habemus enim ideam veram’.
Nosotros tenemos, en efecto, pero como efecto de la nada, como localización del
vacío, una idea verdadera. Al menos una” (Badiou, 2002, p. 270).
[7]
No está de más aclarar que Foucault utiliza el término como
expresión típico ideal. Sugiere que no es su intención entrar a formular
hipótesis sobre Descartes, sino tipificar una forma de pensar al sujeto de
manera absoluta, es decir, desconectado de otras relaciones y procesos.
[8]
El autor Pablo Livszyc explica con claridad explica con claridad
este punto: “La filosofía moderna, a
partir de Descartes, hace coincidir la noción de sujeto y la noción de
conciencia. El sujeto encuentra su fundamento a partir del cogito, en un
pensamiento que es consciente de sí: cogito, ergo sum (pienso, luego soy). Esta
identidadentre el ser y el pensar, en la que se apoya la conciencia, es
subvertida por Lacan.” (Livszyc, 2011, p. 220).
[9]
En esta
punto, resulta interesante una apreciación del autor Jaime Pascual Summers
cuando analiza el materialismo característico de la concepción estoica: “El
estoicismo, desde sus inicios, no deja de oponerse a este pensamiento
proponiendo un materialismo en el que lo real se reduce al ámbito corpóreo,
único propiamente existente y donde las diferentes realidades se definen como
distintos grados de tensión (tónos) del pneûma (único principio
generador al que el estoicismo refiere tanto la constitución de los individuos,
sean estos animados o no, como la organización sistemática de la totalidad de
lo ente), siendo exclusivamente causas unos de otros. Sólo los cuerpos existen
(hypárchein) para la ontología tonal estoica, constituyendo sus acciones
y pasiones el ámbito de lo real, en el que se incluyen realidades como el alma,
las representaciones que en ésta se forman, las propiedades, las palabras e
incluso los propios conceptos: todos caen dentro de la categoría general de lo corpóreo.”
(Summers, 2020, p. 13).
[10]
El video puede mirarse a través del siguiente link: https://www.youtube.com/watch?v=g-orUB23hSk.
[11]
El video se titula “¿Qué es un canalla?” y se encuentra en el canal De
inconscientes: https://www.youtube.com/watch?v=XWBF5ROmcKo
[12]
Me han resultado útiles para pensar estas cuestiones las
reflexiones del psicoanalista Ernesto Sinatra. En un libro reciente acerca del
problema de las adicciones el autor realza la función del análisis como un
dispositivo que permite el pasaje desde el goce que impone la ley del Otro al
goce sintomático y singular del propio sujeto: “El punto que quiero destacar y
que Jacques Alain Miller pescó con precisión es ¿cómo pasar de los asuntos de
familia en los que el Otro constituye la matriz del sentido, del “destino” en
el que suele refugiarse el individuo, al sinthoma singular que encausa
el goce de cada uno” (Sinatra, 2020, p. 118-119).