Saberes y prácticas. Revista de Filosofía y Educación / ISSN 2525-2089
Vol. 8 N° 1 (2023) / Sección Artículos / pp. 1-21 /
Centro de Investigaciones Interdisciplinarias de Filosofía en la Escuela (CIIFE),
Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Cuyo, Argentina.
revistasaberesypracticas@ffyl.uncu.edu.ar / saberesypracticas.uncu.edu.ar
Recibido: 06/10/2022 Aceptado: 22/03/2023
DOI: https://doi.org/10.48162/rev.36.086
The
Education of Women According to Domingo F. Sarmiento and Juana P. Manso: From
Sewing and Needlework to Graduate, School (Buenos Aires, 1858-1878)
Instituto de
Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales,
Universidad Nacional de La
Plata,
Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnicas; Argentina.
lau.g.rodrig@gmail.com
Resumen. En esta investigación analizaremos los artículos que escribieron Domingo
F. Sarmiento y Juana P. Manso sobre la educación de las mujeres en la provincia
de Buenos Aires publicados en las revistas Anales de la Educación Común
y La Educación Común durante el período 1858- 1878. Buscamos
mostrar que sus intervenciones hicieron foco, por un lado, en criticar las
políticas que implementaban los distintos funcionarios y por el otro, en
elaborar propuestas para mejorar la situación de escolarización de las niñas,
que obtuvieron distintos resultados. En un contexto nacional de elevado
analfabetismo femenino, ambos acusaban a los responsables de mantener las
escuelas de niñas y la Escuela Normal bajo el control de una asociación privada
que ofrecía una educación limitada a la costura y el bordado; resistirse a
abandonar el sistema lancasteriano de enseñanza que, si bien en teoría había
dejado de existir, persistía en la manera en que se organizaban las escuelas; y
demorarse en la creación de escuelas graduadas para mujeres con los grados
superiores. Del lado de las propuestas, señalaremos de qué manera, gracias a
estos reiterados reclamos realizados a través de las revistas y en sus roles
como funcionarios en distintas épocas, Sarmiento y Manso fueron logrando que la
escolarización de las niñas en líneas generales resultase cada vez más extensa
y de mejor calidad, aunque persistieron los problemas en otros ámbitos.
Palabras claves. Educación, mujeres, escuela primaria,
Sarmiento, Juana Manso.
Abstract. In this research we will
analyze the articles written by Domingo F. Sarmiento and Juana P. Manso on
women's education in the province of Buenos Aires published in the journals
Anales de la Educación Común and La Educación Común during the period 1858-
1878. We seek to show that their interventions focused, on the one hand, on
criticizing the policies implemented by the different officials and, on the
other hand, on elaborating proposals to improve the schooling situation of
girls, which obtained different results. In a national context of high female
illiteracy, both accused those responsible of maintaining the girls' schools
and the Normal School under the control of a private association that offered
an education limited to sewing and embroidery; resisting the abandonment of the
Lancasterian system of education which, although in theory it had ceased to
exist, persisted in the way the schools were organized; and delaying the
creation of graduate schools for women with the higher grades. On the side of
the proposals, we will point out how, thanks to these reiterated claims made
through the magazines and in their roles as officials at different times,
Sarmiento and Manso managed to ensure that the schooling of girls, in general
terms, became more and more extensive and of better quality, although problems
persisted in other areas.
Keywords. Education, women, primary
school, Sarmiento, Juana Manso.
En este
trabajo analizaremos el contenido de los artículos que escribieron Domingo F.
Sarmiento y Juana P. Manso sobre la educación de las mujeres en la provincia de
Buenos Aires publicados en las revistas Anales de la Educación Común y La
Educación Común durante el período 1858 y 1878. Ahora bien, contamos con interesantes
trabajos sobre la educación en Buenos Aires y las escuelas ubicadas en la
ciudad (Newland, 1992); en la campaña (Bustamante Vismara, 2007 y 2018;
Lionetti, 2010); en ambos espacios (Ramos, 1910; Portnoy, 1937; Salvadores,
1941) y acerca del período que se abrió con la sanción de la ley de 1875
(Pineau, 1997). Del lado de la prensa pedagógica, disponemos de investigaciones
generales (Finocchio, 2009) pero son escasos los trabajos enfocados en estas
dos revistas (Bracchi, 2005). Sobre Juana Manso existen numerosas
investigaciones, de las que mencionaremos una reciente biografía (Pierini,
2021); las que abordan su rol de escritora y publicista (Fletcher, 1994;
Zuccotti, 1994; Masiello, 1994; Lewkowicz, 2003; Vicens, 2017; Batticuore, 2022);
y de educadora, a partir del análisis de diferentes fuentes (Kaufmann, 2001).[1] En relación con las opiniones de Sarmiento sobre la mujer, las
indagaciones se han concentrado en transcribir sus discursos pronunciados en
distintas épocas y ámbitos (Belucci, 1997; Fellitti, 2004; Guerrero, 2011).
En base
a este repaso que no pretende ser exhaustivo, observamos que resta aun reunir,
sistematizar y ordenar en forma cronológica todas las expresiones que vertieron
estas figuras en las dos revistas educativas mencionadas a lo largo de casi
veinte años. Este artículo está dividido en tres apartados que se corresponden
con las diferentes etapas por las que pasaron ambas publicaciones: en el primer
apartado hablaremos de los escritos de Sarmiento publicados en la revista Anales de la Educación Común (en
adelante AEC) desde que la fundó en
1858 hasta 1861 que decidió cerrarla; en el segundo apartado nos ocuparemos del
contenido de los artículos de Juana Manso en Anales de la Educación Común, cuando estuvo como editora y única
responsable durante diez años (1865-1875); y en el tercero nos referiremos a
los textos de Sarmiento dados a conocer a través de la revista La Educación Común (en adelante LEC) que pasó a depender por primera vez
del Estado provincial como órgano oficial de la Dirección General de Escuelas,
siendo designado el sanjuanino al frente del organismo y de la publicación
(1876-1878). Buscamos desarrollar la hipótesis general que las intervenciones
de Sarmiento y Manso hicieron foco, por un lado, en criticar las políticas que
implementaban los distintos funcionarios y por el otro, en elaborar propuestas
para mejorar la situación de escolarización de las niñas, que tuvieron
distintos resultados. Más específicamente, mostraremos en el primer apartado
que Sarmiento reconocía, en un contexto nacional de elevado analfabetismo
femenino, que la situación en la provincia de Buenos Aires se destacaba por la
gran cantidad de escuelas de niñas que estaban funcionando en manos de una asociación
privada, pero indicaba que la educación brindada era de mala calidad porque
ponía el énfasis en enseñar costura y bordado antes que los otros contenidos,
por lo que resultaba necesario que pasaran a estar controladas por el Estado,
igual que la Escuela Normal femenina. En simultáneo, como director general de
escuelas creaba las primeras escuelas públicas mixtas y alentaba a las mujeres
a que se formaran como maestras aceptando recibir salarios menores que los
varones. En el segundo apartado pretendemos mostrar que, en los diez años que
estuvo como editora, Manso criticó a los funcionarios bonaerenses que no se
decidían en abandonar definitivamente el sistema lancasteriano de enseñanza
que, si bien en teoría había dejado de existir, persistía en la manera en que
se organizaban las escuelas. Proponía hacer extensivo el sistema graduado de
enseñanza y crear escuelas femeninas con los grados superiores (de cuarto a
sexto grado). En su rol de funcionaria, Manso hizo además, agudas reflexiones
sobre la situación de la mujer y acerca de cómo mejorar su condición a través
de los estudios. En el tercer apartado indicaremos que Sarmiento comenzó su
gestión en 1876 habiendo concretado dos grandes demandas que venían haciendo
con Manso: que las escuelas femeninas y la Normal pasaran a la órbita estatal y
se hiciera obligatoria la escuela graduada hasta sexto grado. Sin embargo, debió
insistir en la necesidad de invertir más presupuesto para poder hacer efectivo
el cumplimiento de la ley y que se extendiera el sistema mixto con maestras al
frente porque resultaba más barato para el Estado.
Es
sabido que en los modernos Estados occidentales, los gobiernos priorizaron
invertir los dineros públicos en la apertura de establecimientos primarios,
secundarios y universitarios para varones, en detrimento de la escolarización
de las mujeres. En Buenos Aires, mientras se encontraban funcionando las
escuelas de primeras letras masculinas y en 1821 se creaba una universidad
pública para varones, en 1823 se fundaban recién las primeras escuelas de niñas
bajo la supervisión de la Sociedad de Beneficencia (en adelante SB)
-organización conformada por mujeres de la élite porteña- que estuvieron
subvencionadas por el gobierno del ministro Bernardino Rivadavia.[2] Funcionaron bajo el sistema lancasteriano, donde se les enseñaba principalmente
religión, costura y bordado (Ramos, 1910). Este sistema tuvo un éxito casi
inmediato y se aplicó en las escuelas de ambos sexos porque a los Estados les
resultaba menos costoso: supuestamente, un maestro podía enseñar en un mismo
salón a cientos de niños de distintas edades solo con la ayuda de los
“monitores”, quienes eran los alumnos de la misma clase que estaban un poco más
avanzados (Ramos, 1910). En 1824 la SB creó la primera Normal de mujeres en la
ciudad de Buenos Aires y ocho años después informaban que las egresadas tenían
a su cargo siete escuelas de las ocho que había en la ciudad y tres de las seis
de la campaña (Portnoy, 1937; Salvadores, 1941). En 1849, Sarmiento elogió
enfáticamente a la SB por su labor educativa a través de la cual “las mujeres
de todas las clases gozaban de una educación regular y sostenida por el erario”
(Sarmiento, 1849, p. 71). Igual
que en otros distritos, ellas cobraban menos que ellos: en 1825, a los maestros y maestras les pagaban 500 y 300 pesos
mensuales respectivamente y en 1838, 1200 y 800 pesos (Newland, 1992). El
sanjuanino mostraba que esta situación era similar en los Estados Unidos: en 1839 el gobierno de Massachusetts
pagaba 24,14 pesos a los hombres y 6,89 pesos a las mujeres (Sarmiento, 2011).
Con la
llegada de Juan M. de Rosas al gobierno, la SB y las escuelas públicas en
general, se vieron perjudicadas porque se impuso el arancelamiento y en 1838 se
las dejó de subvencionar (Newland, 1992). La SB debió cerrar escuelas, entre
ellas la Normal, pero logró que ciertos privados financiaran algunas otras.
Después de la caída de Rosas, en 1852 se restableció el subsidio estatal a la
SB, se declaró la gratuidad escolar en las escuelas públicas y en abril de 1855
la SB volvió a abrir una Normal para mujeres (Ramos, 1910).
Siendo
jefe del Departamento de Escuelas de Buenos Aires, Sarmiento escribió tres
informes muy extensos que emulaban los del norteamericano Horace Mann, que en
aquel país se habían publicado completos. Uno de los propósitos del sanjuanino
fue que sus propios reportes quedaran impresos, por lo que los fue publicando
en los distintos números de la revista: el primero de 1856 se dio a conocer en
la número 4; el segundo de 1858 en las revistas 5, 6 y 7 y el tercero de 1861
en los números del 20 al 24, al tiempo que fue difundiendo los de Mann
traducidos al castellano por Manso.
En el
primer reporte mostraba, orgulloso, que la educación de las niñas en la ciudad
estaba casi en igualdad con los varones: en 1858 los alumnos eran 2164 y las
alumnas 1674 (AEC, 5,
1859). Este hecho, afirmaba, era único en América, a excepción de algunas
partes de los Estados Unidos, y novedoso en Europa, ya que ni siquiera Francia,
la nación más culta, alcanzaba esa proporción. La causa de que las niñas
estuviesen tan avanzadas, explicaba, era “mérito exclusivo de la Sociedad de
Beneficencia”, cuyo resultado era tan sensible, tan fuera de toda duda, que no
era permitido “ni oscurecerlo, ni atenuarlo”. En la América del Sud, seguía,
solo en Buenos Aires existía hacía treinta años una organización como la SB,
“compuesta de mujeres con el objeto de propender a la difusión de la educación
de las mujeres” (AEC, 4, 1859, p. 121).
En el siguiente informe cambiaba el tono y acusaba
a las responsables de la SB de entregarle datos falsos sobre los resultados de
los exámenes de las escuelas de niñas, quedando equivocadamente en mejor
posición que las de varones a su cargo. Además, revisando las cuentas, había
constatado que el Estado estaba destinando un mayor presupuesto a las escuelas
de mujeres y consideraba que esta disparidad era un error, por cuanto no había
“teoría racional” que explicara por qué un gobierno debía fomentar “la
educación de las mujeres por sobre la de los hombres” (AEC, 4, 1859, p.
146). Debido a las irregularidades detectadas, Sarmiento consideraba necesario
poner a las escuelas de niñas bajo su control y unificar el sistema. El grave
problema, advertía, era que existían cuatro organismos encargados de las
escuelas: el Ministerio de Instrucción Pública nacional; la municipalidad, que
tenía a su cargo las escuelas de varones de la ciudad; la SB con las escuelas
de niñas de la ciudad y la campaña; y el Departamento de Escuelas, que había
sido creado para proveer de maestros a las escuelas de campaña, pero luego
extendió su jurisdicción a la ciudad. En la práctica, todos manejaban sus
propios presupuestos y no tenían contacto entre sí.
En relación con la ciudad, Sarmiento anunciaba
haber fundado una Escuela Modelo de enseñanza superior para varones de más de diez
años de edad (en Catedral Sud), siendo la primera pública de América del Sur
funcionando con mobiliario y útiles comprados en Estados Unidos. Cabe añadir
que la SB tenía una escuela superior femenina en el Colegio de Huérfanas, pero
era blanco frecuente de sus críticas.
Sobre las Normales, relataba en el segundo informe
su experiencia en Chile, donde había sido director de la primera Normal masculina.
Afirmaba que los egresados evitaban dedicarse al magisterio porque optaban por
otras profesiones mejor remuneradas. En Buenos Aires, opinaba, no hacía falta
una Normal de varones (aunque se fueron creando antes y después, pero no
prosperaron) porque había muchos hombres extranjeros que aceptaban trabajar
como maestros. Sí era necesario que el Estado invirtiese más en la Normal de
mujeres a cargo de la SB y destinara menos dinero al Colegio de Huérfanas,
cuyas responsables, creía, estaban desvirtuando su propósito.[3] Razonaba que los niños pequeños no
requerían otra tutela que la de la mujer por sus cualidades de madre, ni
admitían mayor instrucción que una enseñanza rudimental de lectura, escritura,
catecismo y las cuatro primeras reglas de aritmética. Emplear
a las mujeres, además, era cuidar la economía, ya que mil mujeres maestras eran
muchos millones ahorrados. Asumía que los varones, en cambio, eran más aptos
para consagrarse a la enseñanza de ramos superiores. El educador sugería que
las mujeres de las clases menos favorecidas eran ideales para ejercer el
magisterio, porque ellas “se contentarán siempre con salarios más reducidos que
los hombres, pues ninguna de sus industrias manuales puede producirles igual
retribución” (AEC, 6, 1859, p. 175). Sarmiento ponía de ejemplo
nuevamente lo que sucedía en los Estados Unidos: en 1857 en Massachusetts el
salario medio de los maestros era de 43 pesos mensuales y el de las mujeres de
18,50 pesos; y en la ciudad de Nueva York un maestro ganaba entre 1200 a 1500
pesos anuales y una maestra 525 pesos anuales (AEC, 6, 1859). Parafraseando
a Horace Mann, el sanjuanino acordaba que la mujer era ideal para enseñar a
niños por sus maneras suaves, su dulce voz, bondad y simpatía, al contrario de
los hombres que solo podían manejar una escuela por medio de la autoridad de la
fuerza o los castigos corporales (AEC, 6,1859).
Cuando
Sarmiento conoció a Juana Manso, ella ya tenía casi 40 años, estaba separada de
su esposo y tenía que mantener a dos hijas. Había vivido en varios países
(Uruguay, Brasil, Estados Unidos y Cuba) porque su padre tuvo que exiliarse y
luego por causa del trabajo de su marido violinista. Intentó ganarse la vida de
diversos modos: fundó sus propias escuelas, fue traductora, creadora y
colaboradora de revistas dirigidas a mujeres (O Jornal das Senhoras, Álbum
de Señoritas), novelista (Misterios
del Plata, La familia del Comendador),
poeta y escritora de teatro (Lewkowicz, 2003). En el último tiempo había estado
en Río de Janeiro, donde no le fue tan bien como esperaba. A principios de 1859
decidió volver a Buenos Aires, debió pedir ayuda económica a sus amigos José
Mármol y Bartolomé Mitre y buscó trabajo como maestra en las escuelas de la SB,
sin éxito. Recordaba
Sarmiento cuando Manso “pedía un modesto rincón en la enseñanza pública” a las
responsables de la SB: “dolióme realmente la situación de una mujer de talento
y con instrucción a quien otras mujeres le negaban una pobre escuela para vivir
honorablemente de su trabajo” (Sarmiento, 1899, p. 110). El rechazo de estas
damas de la élite fue doloroso además, porque Manso
había estudiado en sus escuelas y le había dedicado una de sus primeras obras a
la SB. Ante el pedido de quienes conocían a Manso, Sarmiento le dio trabajo
como maestra: “se lo
inventamos Mitre y yo, en la creación de la escuela número 1 para ambos sexos,
¡cuánto me congratulo de ello ahora! toda vez que leo sus escritos o sus
discursos” (Sarmiento, 1899, p. 9). En abril de 1859, pues, se abrió bajo la
dirección de Manso la primera escuela mixta de la ciudad, recibiendo un salario
de 600 $, mientras que los varones por ese mismo puesto cobraban 800 $. Cabe
resaltar que era la primera vez en su vida que Manso accedía a un cargo
público, obteniendo cierta seguridad económica y relativa estabilidad,
consiguiendo además, que la nombrasen a su hija Eulalia como ayudante,
reforzando así los ingresos del hogar. Ciertamente, esta fundación vino a
compensar a Sarmiento el hecho de no poder administrar escuelas de varones en la
ciudad ni tampoco las de niñas.
En ese tiempo, las escuelas se habían clasificado
según las edades de los niños: para los más pequeños estaban las “salas de
asilo” o escuelas infantiles mixtas, y para los más grandes, las elementales y
superiores de un solo sexo. Manso había sido designada para una escuela
infantil y desde el principio “debió fijarse la admisión de edades en perfecta
igualdad”, es decir, se suponía que era graduada con los tres primeros grados,
pero no se hizo así, explicaba, porque el éxito se medía por la “aglomeración
de alumnos, pues se consideraban mejores las escuelas más concurridas” (AEC, 3, 1867, p. 78). Respecto a la
coeducación, en 1860 Manso hizo su reporte como directora de la escuela mixta,
donde aseguraba que no existía “repugnancia” alguna por parte de las familias
por el nuevo sistema. Esta escuela, remarcaba, venía a ratificar que la
inteligencia no tenía sexo y que la convivencia de ambos constituía un
“verdadero freno para los varones y una magnífica oportunidad de inocular desde
la infancia hábitos de urbanidad, de decencia y de respeto” (AEC, 15, 1860, p. 464).
En 1860 Sarmiento publicó un comentario sin firma
sobre las exhibiciones que se habían hecho de los trabajos de Labores de las
niñas del Colegio de Huérfanas, donde habían concurrido “millares de
espectadores” (AEC, 16, 1860, p. 495). En la nota se aconsejaba a la SB
que suprimiese esos actos porque eran un “espectáculo lindísimo” para “divertir
a las clases acomodadas” pero no cumplían con los objetivos educativos. No se
estaba en contra de que las niñas aprendiesen a bordar y demás labores de
manos, sino que se las obligara a hacerlo para estas muestras públicas de bordados
de lujo que requerían “un tiempo infinito para confeccionarlos” y estaban
destinados a señoritas ricas y aristocráticas. Era “absurdo” ocupar las horas
de escuela y la única época de la vida de una niña aprovechable para la
instrucción, “en aquello que sin escuelas y en época conveniente las mujeres
han de aprender indispensablemente” (AEC, 16, 1860, p. 496). Unos meses
después, Sarmiento ordenó comprar máquinas de coser para el Colegio de
Huérfanas y otras escuelas de niñas, con el propósito de que con sus labores
pudiesen responder a las necesidades reales de la familia y dejar de lado esos
ociosos y ridículos bordados.
Más adelante, Sarmiento dio a conocer un trabajo
titulado “Educación en común a ambos sexos”, explicando que en Estados Unidos
se acababa de realizar un congreso sobre ese tema y que la mayoría de los
maestros y maestras se mostraron a favor de la coeducación porque beneficiaba a
ambos: ellos se volvían más corteses, civilizados y educados y ellas “más
señoras, amables y también más intelectuales” (AEC, 18, 1860, p. 540).
Añadía que, en su viaje a ese país, se había sorprendido porque a las niñas y
estudiantes de magisterio les enseñaban Matemáticas, Anatomía y otras ciencias en
tanto las maestras eran designadas para trabajar en escuelas de varones y de
mujeres indistintamente.
En el tercer informe, el sanjuanino se quejaba
nuevamente que las encargadas de la SB no le otorgaban estadísticas fidedignas
de las escuelas de niñas. Ante una insinuación del ministro acerca de que la
educación femenina estaba en mejor estado que la masculina, Sarmiento, que era
el responsable directo de la segunda, le contestó que de ninguna manera era
así: a diferencia de las escuelas de niñas, las escuelas de varones llevaban
sus registros al día, funcionaban en mejores edificios, los maestros e
inspectores poseían una mayor instrucción profesional y tenían renovados la
mayor parte del material, muebles, pizarras y papel. Por todo esto, le
reiteraba su pedido al ministro de tener las escuelas de niñas bajo su órbita (AEC,
20, 1861).
En 1861 repetía que debía confiarse la educación
primaria a las mujeres, igual que en Estados Unidos y otros países, por tres
motivos principales: mayor idoneidad de las mujeres para el gobierno de los
niños; “mayor baratura de su trabajo” y conveniencia de “crear a las mujeres
una carrera honorable” (AEC, 22, 1861, p. 683). Sarmiento siguió
proponiendo que las maestras fuesen a trabajar, tanto a las escuelas de niñas y
mixtas como a las escuelas públicas de varones, reservando a los profesores las
escuelas superiores y los colegios (AEC,
22, 1861, p. 684). Para esa época seguía la superposición administrativa de las
escuelas: el Departamento tenía a su cargo las mixtas de la ciudad y las de
varones de la campaña; la municipalidad dirigía las escuelas de varones de la
ciudad y la SB todas las de niñas. Ante una consulta del ministro por la
“promiscuidad” en las escuelas mixtas, el sanjuanino aclaraba que no existía y
que bastaba ver que las escuelas particulares tenían una mayoría de mixtas,
tanto por economía como “por voluntad y conveniencia de los padres”, lo que
revelaba “lo ficticio del sistema” seguido en las públicas. Estaba comprobado
que las de un solo sexo implicaban “enormes gastos del erario en dos
presupuestos, dos administraciones y dos casas alquiladas” (AEC, 24,
1861, p. 742).
Entre 1862 y 1865 la revista se interrumpió porque Sarmiento dejó su cargo en Buenos
Aires para asumir como gobernador de San Juan. Mientras era directora de la
escuela mixta, Manso escribió en periódicos dedicados a las mujeres como La Flor del Aire y La siempre- viva, y
publicó una obra de teatro, La Revolución
de mayo de 1810. En la provincia, al tiempo que las niñas recibían una escolarización
básica de pocos años, el presidente Bartolomé Mitre consideró necesario crear
en 1863 un Colegio Nacional para varones con el objetivo de facilitarles el
ingreso a la universidad.
El 1 de septiembre de 1865 Manso decidió renunciar
a la escuela. Esta decisión de abandonar el único trabajo estable que tenía se
debió en parte a que logró que el ministro de instrucción pública nacional,
Eduardo Costa, aceptara financiar la reapertura de la revista Anales –adquiriendo la mayor parte de
los ejemplares- y, muy probablemente, arreglara que Manso recibiera un salario
mensual con el que mantenerse en reemplazo de su puesto de directora. En suma,
por su propia iniciativa, en agosto de 1865 reapareció la revista. Para ese
entonces, Sarmiento estaba viviendo en los Estados Unidos como ministro del
presidente Bartolomé Mitre (1865-1868). En una de las cartas que Sarmiento le
escribió a Manso, le manifestaba su sorpresa por la reapertura de Anales, celebraba el acontecimiento y
que Costa la hubiese nombrado editora a cargo para sucederlo. Además, se
solidarizaba con Manso porque no había recibido ningún apoyo del jefe del
Departamento de Escuelas, Juan María Gutiérrez (1862-1865), quien en 1864 había
creado el Consejo de Instrucción Pública municipal.
Como señala Graciela Batticuore (2022), en una
época en que las pocas mujeres que se animaban a dirigir o escribir en una
revista lo hacían ocultando su identidad, Manso fue la primera en participar en
el mundo de la prensa dando a conocer su nombre públicamente. En su primera
nota, Manso aseguraba que la educación pública en la provincia había decaído
notablemente sin la presencia de Sarmiento y fue particularmente dura con el
encargado del Departamento de Escuelas Luis J. de la Peña (1865-1869), aun
cuando éste había aceptado pagar la suscripción para sostener Anales. Una de las primeras denuncias
que hizo Manso fue acusar a Peña de ordenar al presidente del Consejo
municipal, Sánchez Boado, prohibir la lectura de Anales. Previsiblemente, estos artículos de Manso que se dirigían a
interpelar en condiciones de igualdad a los funcionarios varones del
Departamento y del Consejo, generaron múltiples reacciones contra la educadora.
En referencia a las demás provincias, Manso dio a
conocer el informe del ministro donde mostraba que la educación en las otras
jurisdicciones era muy deficiente en general y más aún respecto a la educación
de las niñas, donde predominaba el analfabetismo en mayor proporción: en San
Juan se educaban 1059 varones y 456 mujeres; en Mendoza 1142 varones y 323
mujeres; en Jujuy: 476 varones y 160 mujeres; en Tucumán había 11 escuelas de
varones (463 alumnos) y 3 de niñas (14 alumnas); en San Luis 12 escuelas de
varones y 4 de niñas; en La Rioja había 18 escuelas de varones y 12 de niñas;
en Santiago del Estero 17 escuelas donde se educaban 664 varones y 172 mujeres
(AEC, 26, 1865).
En relación con su renuncia como directora de la
primera escuela mixta, Manso detallaba las penurias que había pasado, que
reflejaban el estado de la enseñanza en esos años. Relataba que en el primer
local de la escuela había trabajado dos años hasta que el dueño decidió
desalojarlos y debió trasladarse a otra casa de alquiler, pagando ella unos 500
pesos por la mudanza, sin ninguna retribución del gobierno (recordemos que
ganaba 600 pesos por mes). Allí estuvo cinco meses abonando de su bolsillo 300
pesos en total por el alquiler. En diciembre de 1861 tuvo que volver a mudarse
a un barrio de la periferia, debió pagar 200 pesos más de alquiler así como
elementos de todo tipo (grabados, cuadros, retratos, bandera, lapiceras) y
tampoco obtuvo la devolución de ningún funcionario (AEC, 31, 1866). En 1862 la inscripción subió a 140 niños, se vio
obligada a organizar una clase alfabética (no por edades) de 40 niños, dejando
100 en el gran salón que tenía 96 bancos. Pidió al jefe del Departamento una
segunda ayudante porque 100 alumnos eran demasiados para ella sola y nadie le
respondió (AEC, 31, 1866). A pesar de todas estas
dificultades, intentó instaurar los principios de los pedagogos Froebel,
Pestalozzi – va a participar de una sociedad con su nombre- y la Guía de los Jardines de niños de la
norteamericana Elizabeth Peabody, Siguiendo a estos especialistas, Manso les
había enseñado a los niños un himno religioso que les tocaba con el piano al
inicio de la clase y en el recreo, y los hacía marchar haciendo movimientos de
brazos al compás de la música. Según la educadora, los funcionarios bonaerenses
la habían censurado porque decían que solo enseñaba a los niños a cantar y
marchar. A pesar de todo, aseguraba haber trabajado durante seis años con textos y
métodos norteamericanos e introducido el inglés, idioma que creía, debía ser
declarado obligatorio. El problema surgió cuando en 1865, el entonces jefe del
Departamento de Escuelas, el sacerdote Gabriel Fuentes dispuso, “en provecho
moral”, que las escuelas infantiles de ambos sexos – que ya eran veinte en la
ciudad- tuviesen varones solo hasta los ocho años. Manso les contestó que al
fundarse la escuela se decidió no fijar la edad de admisión, por lo que
concurrían niños de todas las edades y que nunca se había presentado ningún
problema entre los sexos, pero “por el deseo de mortificarme para que dejara el
puesto, la orden se cumplió” y en julio de ese año debieron salir de esa
escuela veinticuatro alumnos, lo que resultó una escena tristísima donde
lloraban los niños porque no querían cambiarse de escuela, y también
lagrimeaban ella y sus ayudantes (AEC,
31, 1866). Fuentes, decía Manso,
sabía de sermones y misa pero nada de educación. El resultado siguiente fue que
los padres retiraron de la escuela a los hermanos y hermanas y de 93 alumnos
que había, quedaron solo 36, situación lamentable que la llevó a dimitir (AEC,
31, 1866).[4]
Manso apuntaba que las escuelas mixtas no eran lo
que debían ser, pues no resultaban escuelas infantiles graduadas sino de niñas
de todas las edades conviviendo con varones pequeños. Volvía a pedir que se clasificaran
a los niños por edades y se fijaran los grados de la enseñanza. Pensaba que se
podían hacer mixtas las infantiles hasta los diez años, ya que el varón a esa
edad, todavía podía quedar al cuidado de la mujer. Asimismo, tal como sucedía
en América, Francia, Alemania y Holanda creía que la Inspección tenía que
dividirse por sexos y prohibir que los varones inspeccionaran las escuelas
dirigidas por mujeres, ya que no era entre los niños sino entre los adultos que
se producían inmoralidades que constituían un peligro para la decencia pública
(AEC, 30, 1865).
Al cumplirse un año de la reaparición de Anales, el entonces secretario del
Consejo de Instrucción Pública, Enrique M. Santa Olalla publicó en un periódico
local una carta dirigida a Juana Manso tildándola de loca, bárbara,
superficial, charlatana, vanidosa, descarada, nula como educadora y el
hazmerreir de todos, entre otros insultos (Mercante, 1930; Velasco y Arias,
1937). Este virulento ataque fue en parte, debido a un comentario que hizo Manso
acerca de las irregularidades que había en los datos elaborados por Santa
Olalla sobre los resultados de los exámenes de las escuelas mixtas y de
varones. Dichas irregularidades, afirmaba, demostraban “de un modo preciso la
falta de una dirección inteligente y del empleo de personas competentes en la
recopilación de datos” (AEC, 31,
1866, p. 18). Santa Olalla había añadido que para Manso “los altos funcionarios
públicos son todos unos tontos o un atajo de burros” poniendo en ridículo a
quienes “debía respetar por muchas razones” (cit. en Velasco y Arias, 1937, p.
325). Las hijas de Santa Olalla, por su parte, la habían acusado de “querer
yankizar al pueblo argentino” (cit. en Velasco y Arias, 1937, p. 324).
Manso publicó en Anales una serie de cartas entre ella y Sarmiento cuando estaba en
Estados Unidos, y Mary Mann y ella. En una de las cartas, Sarmiento le decía
que estaba asombrado por la cantidad de opiniones negativas que había leído en
los diarios de Buenos Aires, sobre la admisión de niños y niñas de más de diez
años en las escuelas de ambos sexos. Indicaba que en Norteamérica ocurría lo
opuesto, dado que había presenciado clases mixtas de hasta de 15 y 20 años, en
las cuales se intentaba borrar toda distinción de sexos en la enseñanza
llevando el espíritu de la familia a la escuela: las mujeres con su sentimiento
de decoro innato contenían a los hombres y les imprimían moralidad, y ellas
experimentaban a su vez, el estímulo de la más fuerte inteligencia del hombre (AEC, 1, 1867).
En otro intercambio, Manso le relató las
agresiones que recibió cuando intentó brindar una conferencia en la localidad
de Chivilcoy. Sarmiento le contestó que aquello podría haberle sucedido a
cualquier persona en cualquier parte, dado que eran las lecturas las que
irritaban, aunque ciertamente, todo se agravó porque era mujer: “¿Sabe Ud. de
otra argentina que ahora o antes haya escrito, hablado o publicado, trabajando
por una idea útil, compuesto versos, redactado un diario? (…) Una mujer
pensadora es un escándalo (…) Ud. ha escandalizado a toda la raza” (AEC, s/n,
1868, p. 227). Sarmiento también la defendió públicamente luego del “vejamen
que sufrió” en una escuela de la ciudad de Buenos Aires, mientras leía un texto
sobre los Estados Unidos que había sido elogiado por Mary Mann. Para darle
ánimos, le decía: “Entre los suyos, continuará siendo la Juana Manso, una mujer
gorda, vieja, pobre, es decir, nada o poquísimo”, pero esos insultos no valían
nada ante su talento, instrucción, abnegación, virtud y patriotismo (Sarmiento,
1899, p. 141). Manso le daba la razón y se lamentaba por la discriminación que
sufría:
Si el haber nacido
mujer no inhabilitase para ejercer cargos públicos aun secundarios en
educación, yo también creo que hubiera podido con mi actividad y mi sana intención
de obrar bien, ser útil a mi país (…) Mi palabra es oída, mi laboriosidad está
reconocida, pero (…) se entregan las escuelas a hombres que no solo ignoran lo
que son escuelas, sino que son indiferentes a la causa de la educación. Pero
qué quiere Ud., son hombres y yo soy mujer (AEC, 1869, s/n, pp. 15-16).
En ese mismo número Manso publicó un progresista
artículo del uruguayo José P. Varela a favor del sufragio femenino. En 1868 el
sanjuanino volvió al país para hacerse cargo de la presidencia hasta 1874. A
modo de respuesta a sus reclamos y tal vez por gestiones del flamante
presidente Sarmiento -que había ordenado continuar subsidiando la revista-
siendo gobernador Emilio Castro y jefe del Departamento de Escuelas José Manuel
Estrada (hijo) (1869-1870), fue designada en julio de 1869 como la primera y
única mujer inspectora y vocal del Consejo de Instrucción Pública, donde en
algunas sesiones, por ausencia del presidente, llegó a oficiar de presidenta
interina. Como inspectora tenía a su cargo la supervisión de 25 escuelas
infantiles mixtas y ocho escuelas de niñas ubicadas en la ciudad, que hacían un
total de 34 establecimientos, tarea para la cual le habían dispuesto un
carruaje. A pesar de ser ahora una alta funcionaria de la cartera educativa, Manso
siguió publicando en la revista críticas a sus colegas del Consejo, del
Departamento y a las maestras formadas por la SB.
En tres notas presentaba la historia de las
conferencias pedagógicas desde 1863 hasta 1870, donde mencionaba que se habían
inaugurado en 1863 por iniciativa de los funcionarios municipales nucleados en
una asociación, donde se invitaba a los maestros a escuchar, siendo ella la
única mujer que participaba. Se reunían todos los sábados a las dos de la tarde
y en una ocasión, desafiando a los varones, tuvo “la audacia de presentar una
lectura sobre pedagogía racional” y “recibí el regaladísimo gusto de hacerme
aplaudir por mis inofensivos oyentes” (AEC,
1, 1870, p. 42). La asociación se disolvió en 1864 y se suspendieron las
reuniones, por lo que ella decidió organizarlas en su casa, sin embargo, no prosperaron.
El jefe del Departamento de Escuelas las retomó en 1866, pero Manso no
concurría porque no se les permitía intervenir a los maestros y maestras (AEC, 3, 1870).[5] En ese texto asumía una autocrítica donde
confesaba que si bien su condición de mujer le había jugado negativamente, su
carácter tampoco la había ayudado: se definía como “dura, altanera,
inflexible”, y admitía que “este desdén” [hacia sus colegas] “es el que me ha
perdido, reconozco mis faltas” (AEC,
3, 1870, p. 67).
Manso relataba elogiosamente una visita que hizo
invitada por los docentes de la Escuela Dominical de la comunidad americana (AEC, 5, 1870). Allí se encontraba el
pastor William D. Junor, con quien trabajaría en la Escuela Dominical de la
Sociedad Anglosajona. Según algunas investigaciones, Junor fue el responsable
de su conversión a la religión anglicana (Mercante, 1930; Velasco y Arias,
1937).[6]
En 1870 se anunciaba el decreto de creación de la
primera Escuela Normal nacional, ubicada en la ciudad de Paraná, inaugurada en
1871 con un director norteamericano. En relación con los estadounidenses que
hizo traer Sarmiento, la educadora se refería a lo sucedido con la maestra Mary
E. Gorman, la primera que arribó al país. Como se negó a viajar a San Juan a
dirigir la escuela que le había asignado Sarmiento, Gorman fue a su casa
acompañada por George J. Ryan - director de uno de los colegios ingleses de
Buenos Aires- a pedirle trabajo. La educadora le propuso al encargado de las
escuelas municipales que la nombrara, dado que, le explicaba, entre elegir una
maestra norteamericana con título y otra que era capaz apenas de dirigir una
sala de costura, no cabían dudas. Consiguió que la designaran y comenzó a dar
clases, pero nunca le pagaron. Manso acusaba al presidente del Consejo, Sánchez
Boado, de haber hecho eso porque era “gringa” y “amiga de Manso” (AEC, 3,
1870). Otra norteamericana, Frances Wood, fue la primera directora de la
escuela graduada Nº 1, pero en 1871 falleció de fiebre amarilla y Manso
ocuparía su lugar unos años después.[7]
Sobre las egresadas de la Normal de la SB, Manso
denunciaba que de allí se recibían maestras que no sabían enseñar pero, por
arreglos políticos, eran nombradas en las escuelas infantiles, incluso muchas
de las designadas ni siquiera habían pisado aquella Normal. En 1869 como parte
de su trabajo como inspectora, la designaron para hacerse cargo de las
conferencias pedagógicas para maestras. De acuerdo a su versión, intentó
organizar con las maestras una Sociedad de Preceptoras, pero ellas,
influenciadas por sus enemigos, aprovecharon para conspirar en su contra, en
venganza porque le quiso dar trabajo a una norteamericana. Se había olvidado,
decía con amargura, que las maestras de la ciudad estaban lejos de ser personas
educadas, eran más bien incapaces y deshonradas en su proceder (AEC, 4, 1870).
Se quejaba también porque no se estaba usando en las escuelas su libro de
historia argentina, Compendio de la
Historia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, publicado en 1862 y
dedicado a Bartolomé Mitre, porque “cometí el desatino de ponerle mi nombre,
razón más que poderosa para ser rechazado”, siendo reemplazado por el manual de
Juan M. Gutiérrez (AEC, s/n, 1871, p.
170).[8]
Manso expresó su apoyo a la petición de un grupo
de maestros municipales que se pronunció a favor
de la enseñanza graduada en tanto se ajustaba mejor a la realidad actual, a
diferencia del “sistema lancasteriano, el cual, aparte de estar desacreditado
(…) es materialmente imposible en nuestros locales (…) puesto que un solo
preceptor no puede dominar, dirigir ni enseñar una masa de 100 o 200 niños
repartidos en diversos salones (…) sin otra dirección que la de titulados monitores
que no lo son en realidad” (AEC, 10, 1871,
p. 292). Dada esta realidad, solicitaban que el gobierno abandonara
definitivamente los resabios que quedaban del sistema lancasteriano, dividiera
a los niños por edades y dotara a cada aula del personal necesario.
Seguidamente presentaban una propuesta detallada de programas para los tres primeros
grados con preceptor, subpreceptor y ayudante (AEC, 10, 1871).
En 1870 el Consejo aprobó el Reglamento para las escuelas
infantiles de la ciudad y las normas para postularse al concurso de oposición
de maestras que quisieran optar por la dirección de esas escuelas. En dichas
normas, los vocales decidieron suprimir algunas asignaturas del concurso para
varones y solicitarles en cambio, que las candidatas llevaran a la mesa
examinadora algún trabajo de mano que hubiesen iniciado, para terminarlo en
presencia de los jueces. Manso rechazó esta medida, diciendo que era ridículo
exigirles a las maestras que llevaran sus dobladillos para que los jueces
constataran que sabían enhebrar la aguja y hacer el punto de marca o el crochet
(AEC, 3, 1871). De todos modos, elogiaba que el sistema de concursos se
hubiese instaurado para las maestras y que, a diferencia de las que trabajaban en
las escuelas de niñas de la SB, se les exigiera cierto nivel de profesionalismo
y se viesen obligadas a demostrar que sabían leer, escribir y contar.
Ese año,
Manso publicó las declaraciones del ministro de instrucción pública de nación,
Nicolás Avellaneda, quien comentaba preocupado que el censo escolar de ese año
revelaba un alto porcentaje de analfabetismo femenino en las demás provincias,
por lo que creía urgente tomar medidas. En mayo de 1871 la educadora fue la única mujer designada por el ministro
Avellaneda, para formar la Comisión Nacional de Escuelas encargada de invertir
en libros y útiles para las escuelas primarias, distribuyéndolos entre las provincias
(AEC, 10, 1871).
En su rol de inspectora veía muy bien que
existieran en la ciudad tres Jardines de Infantes, institución que defendía en
coincidencia con las educadoras estadounidenses. Un tiempo después, Manso fue
designada directora de la primera escuela graduada de niñas Nº 1, en reemplazo
de la mencionada maestra norteamericana que había fallecido. En 1873, este
establecimiento funcionaba con los tres primeros grados y un plan de estudios
que seguía textos y guías norteamericanas, donde se habían incluido, entre
otros, la enseñanza del Inglés, Doctrina e Historia Sagrada y suprimido las materias
femeninas de Labores, costura y bordado, que se consideraban inadecuadas para
las niñas pequeñas.
En 1873 se aprobó una nueva Constitución
provincial que materializaría dos
años después un viejo anhelo de Sarmiento: establecía que la dirección y la
administración de las escuelas comunes serían confiadas a un Consejo General de
Educación conformado por ocho personas y a un director general de Escuelas,
elegido por el Poder Ejecutivo. Manso seguía insistiendo en la necesidad de
organizar toda la enseñanza de la ciudad en grados, con maestros aptos para
ejecutar un programa y mencionaba los buenos resultados de la escuela graduada
a su cargo. Además, reclamaba que se igualaran las diferencias salariales entre
las maestras de distintas dependencias: las docentes provinciales ganaban 1500
pesos y las subpreceptoras 750, mientras que las municipales recibían 1800 y
1000 pesos respectivamente. En referencia a las escuelas de niñas, elogiaba una
medida que dejaba a la SB bajo la órbita municipal. Manso opinaba que Rivadavia
había confundido los fines de la educación con los objetos de la caridad
pública y por eso dejó en manos de damas ricas ambas esferas, a pesar de que no
sabían nada sobre enseñar. Producto de estos cambios, en la Normal que manejaba
la SB se nombró directora a la maestra norteamericana Inés E. de Trégent.
En otro número, Manso relataba, indignada, que un
funcionario del Consejo había pedido que se censuraran los números de abril y
mayo de la revista Anales, entre otras cosas, porque ella había
calificado de “estúpida” una planilla de estadística escolar que había
elaborado el jefe del Departamento de Escuelas, Antonio Malaver (1872-1873). La
responsable de la revista, decían sus acusadores, “maltrataba al Consejo en vez
de inspirar respeto por sus deliberaciones”, siendo más grave aún porque el
gobierno provincial estaba subvencionando la publicación. Manso les contestó
que nunca se le hubiera ocurrido que la subvención fuese sinónimo de
“sacrificar su conciencia profesional y silenciar los abusos” y que si estos se
señalaban era con el objetivo de que se corrigiesen, y si se ponían en relieve
ciertas faltas, era para que cesaran (AEC, 10, 1873, p. 311).
Manso continuó con sus críticas y se ocupó del
proyecto de Ley Orgánica de Educación redactado por Malaver, tildándolo de
confuso, equivocado y ambiguo.[9] Luego lo acusaba de faltar a sus
responsabilidades al no escribir él mismo el informe de gestión anual. En la
última reunión del Consejo, relataba que Malaver le gritó “maestra
insubordinada”, a lo que ella le contestó “terco” e “ignorante”. Admitía que
era objeto de odio de Malaver y de otro alto funcionario como Juan M. Gutiérrez,
“porque odiando al señor Sarmiento y no pudiendo hacerle nada a ese señor, se
vuelven contra la mujer indefensa que supone amiga de su enemigo” (AEC, 1,
1873, p. 8).
A pesar del tiempo transcurrido, Manso brindaba un
crítico panorama de lo que ocurría en la mayoría de las escuelas y
especialmente con la educación de la mujer. Advertía que los programas actuales
de las escuelas infantiles consistían en enseñar a leer, escribir, contar y
doctrina y solo en algunas escuelas se incluía geografía, historia sagrada y
labores de manos para las niñas. El problema era que los niños se eternizaban
año tras año, repitiendo los contenidos hasta que se aburrían y abandonaban la
escuela. En referencia a la educación de las mujeres, criticaba “los
disparates” que les hacían aprender a las niñas, “como las pesadas labores de
aguja que se le hacen ejecutar con notable detrimento de su salud” (AEC,
4, 1873, p. 106). La niña no podía perder así su tiempo,
reclamaba, porque la infancia era la única etapa de su vida en la cual recibía
algo de educación. Al ingresar a la pubertad a los trece años, las autoridades
no le ofrecían ninguna clase de instrucción superior, al contrario del hombre,
que podía continuar estudiando hasta los veinticinco o veintiséis años. La
niña, pues, salía de la escuela para pasar a ser “pretendiente”, debía ocuparse
de encontrar un marido cuanto antes, porque a los veinte años ya era vieja, y
si conseguía casarse, entraba a gobernar la casa sabiendo diversas clases de
bordados, algo de gramática, catecismo y aritmética, cuyas aplicaciones
prácticas desconocía, quedando intelectualmente muy lejos de su marido (AEC,
4, 1873, p. 106). Volvía a referirse a la escuela graduada de niñas Nº 1
que dirigía, donde los tres grados funcionaban en una casa completamente
inadecuada, con tres aulas pequeñas que tenían niñas con edades mezcladas.
Resultaba urgente reglamentar su funcionamiento, hacer obligatoria la educación
y alquilar un local más amplio para crear una buena escuela para mujeres con
los grados superiores (de cuarto a sexto) (AEC, 4, 1873).
El Consejo finalmente aprobó la censura a la
revista Anales y la retiró de circulación durante cinco meses. En
septiembre, uno de los vocales del Consejo, Juan M. Gutiérrez, propuso que
sería conveniente crear una publicación especial para los docentes, conformada por
una mesa de redacción con personas competentes que decidiesen antes, qué
trabajos serían o no aceptados, moción que fue aprobada pero que al parecer no
se concretó.
En 1874 el gobernador de
la provincia de Buenos Aires, Mariano Acosta, fundó dos Normales provinciales –
que se nacionalizaron en 1881-, una de varones con un plan de estudios de
cuatro años y otra de mujeres con un plan de tres y dirigida por la polaca residente en Estados Unidos,
Emma Nicolay de Caprile. Se habían organizado siguiendo
los planes de estudio norteamericanos. Al curso de magisterio se le anexó a cada una la Escuela de Aplicación, que
era el tipo de establecimiento que Manso había reclamado para las mujeres: una
escuela graduada de primero a sexto grado, es decir, con los grados inferiores
y superiores, con niñas de la misma edad en cada aula y programas diferentes y
progresivos para cada grado.
Después de la censura, la revista continuó
saliendo y Manso siguió con sus comentarios críticos. En marzo de 1875, ante el
segundo nombramiento de Juan M. Gutiérrez como jefe del Departamento de
Escuelas, expresó que no era la persona más idónea, dado que el cargo requería
“cierta actividad viril” y no a un sexagenario de quien “nunca escuchamos de
sus venerables labios sino divagaciones irrealizables” (AEC, 8, 1875, p. 227). Luego se refería a la educación de la mujer
advirtiendo que los bordados no daban para vivir y que además de coser y
enseñar en las escuelas, el gobierno debía ofrecerles otras oportunidades de
estudio y trabajo.
El 24 de abril de 1875 Manso falleció de una
enfermedad crónica. En el número de abril de la revista – a cargo del inspector
Augusto Krause- se publicó una sentida y elogiosa carta de despedida de su
amigo y colega, el pastor Junor. Fue enterrada en el cementerio inglés, donde
estuvieron presentes, de acuerdo a Velasco y Arias (1937), importantes miembros
de la comunidad anglosajona de Buenos Aires: el pastor Junor y su familia;
Carlos Fromont, director del Liceo Anglo Francés; George John Ryan director de
otro colegio inglés; y Joshua Negrotto director del Special College y del Anglo
Argentina Seminary.
El siguiente número y los restantes estuvieron a cargo
de su hija Eulalia Noronha y Manso, quien se presentaba como subpreceptora.
Explicaba que el gobierno nacional le concedió la posibilidad de estar al
frente como editora y así continuar la obra de su madre desde hacía diez años.
Asimismo, la habían designado como directora de la escuela graduada Nº 1. Al
contrario de su madre, las notas editoriales de Eulalia tenían un tono amable y
para nada confrontativo.
Cuadro 1. Cantidad de escuelas primarias públicas
(casi todas infantiles) en las provincias, alumnos y maestros. Año 1875
Fuente: elaboración propia en base a AEC, 1, 1875.
Las escuelas públicas eran en todo el país unas 1327 frente a 489
escuelas privadas.
La sanción en 1875 de
la Ley de Educación fue un gran hito para los bonaerenses. La norma estableció la
educación gratuita y obligatoria, pero más corta para las niñas: se dispuso de
ocho años de duración para los varones hasta los catorce años de edad; y de
seis años para las mujeres hasta los doce años de edad, en el supuesto que a
partir de los trece años sus familias esperaban que se casaran. Este último
punto resultó criticado por un legislador quien dijo no haber ninguna
justificación que avalase que los varones tenían derecho a una escolarización
más larga (Barba, 1968). Uno de los principales aportes de la Ley – en
consonancia con la Constitución- fue el de unificar la administración de las
escuelas en la Dirección General de Escuelas (en adelante DGE) y eliminar las
antiguas dependencias de la SB, la municipalidad y el Departamento de Escuelas.
En consecuencia, la SB debió entregar al Estado provincial todas las escuelas
de niñas en 1876.
Sarmiento fue
designado primer director general de la DGE y la revista pasó a ser el órgano
oficial de esa dependencia desde 1876, con otro nombre: La educación común en la provincia de Buenos Aires (en adelante LEC). El sanjuanino
escribió, igual que en el pasado, extensos informes correspondientes a los años
1877, 1878 y 1879, que se publicaron solo parcialmente. Ahora se le brindaba
más espacio a la transcripción de otros documentos oficiales y siguieron las
notas sobre el sistema educativo norteamericano. De enero a julio de 1879 la
revista cambió ligeramente de nombre y se explicitaba que estaba bajo la
dirección de Sarmiento. A Eulalia Manso no le dieron ninguna participación en
la nueva publicación.
En el segundo número, Sarmiento informaba que estaban funcionando tres
Normales, dos de maestras y una de maestros. La
Normal de maestras de la SB, desde su apertura, había formado hasta el momento
80 maestras y monitoras. A fines de ese año Sarmiento decidió clausurarla – la
directora norteamericana se había tomado una licencia- y dejar funcionando solo
la Normal que estaba bajo la dirección de Caprile, que ya tenía 98 alumnas (LEC, 2, 1876).
Sarmiento destacaba
que en la ciudad de Buenos Aires continuaba habiendo más maestras que maestros,
niñas y niños educándose casi en paridad, pero veía negativamente que la
matrícula se concentrara entre los de cinco y ocho años de edad. Consideraba
que faltaban escuelas para los de ocho años en adelante y más Jardines de
Infantes. Era necesario, pues,
invertir en escuelas elementales y superiores (LEC, 3, 1876).
Cuadro 2. Asignaturas con carga horaria diferenciada por sexo. Escuelas de varones y de mujeres elementales y superiores. Año 1876
Fuente:
elaboración propia en base a LEC, 1876, 7, pp. 416-417.
En el Cuadro se observa que las niñas en tercer y
cuarto grado tenían tres horas menos de Aritmética, Lecciones sobre objetos,
Dibujo lineal y Geometría; en quinto y sexto grado ellas tenían menos de
Aritmética y nada de Álgebra, porque en ese tiempo debían cursar Labores y
Economía Doméstica.[10] De
todos modos, la manera en que se implementaban estos planes de estudio variaba
de escuela a escuela, en tanto ello dependía de muchos factores tales como la
presencia o no de docentes especiales, la disponibilidad de aulas y de
materiales. Igual que
antes, la Ley estableció que los docentes en ejercicio que no pudieran cursar
en las Normales, tuviesen la posibilidad de rendir un examen de competencia
para recibir los títulos de preceptor o subpreceptor
superior; preceptor o subpreceptor elemental; y preceptor o subpreceptor
infantil.
Sarmiento insistía en la necesidad de que la
provincia construyese edificios. Según su informe de 1877, de la totalidad de
las escuelas ubicadas en la ciudad (118), solo cinco funcionaban en edificios
propios, el resto estaba en locales alquilados y esto, decía, no podía suceder
en la ciudad más rica y civilizada de América. Las nuevas normas obligaban a
instaurar la escuela graduada, pero estas necesitaban una inversión importante
en aulas. Volvía a manifestarse en desacuerdo con el sistema de separación
absoluta de los sexos que imperaba en el país, ya que resultaba muy oneroso en
tanto requería el doble de piezas. Sugería que, por razones de economía, las
escuelas fuesen haciéndose mixtas hasta los quince o dieciséis años, como era
en ciertas ciudades de los Estados Unidos. Asimismo, creía que había que imitar
a aquel país y habilitar a las maestras para que diesen clases y fuesen
directoras de las escuelas superiores de varones, dado que la presencia de
maestras había dado y seguía “dando los mejores resultados” (LEC, 10,
1877, p. 305). Para reforzar esta idea, Sarmiento publicó en la revista oficial
una nota titulada “Maestras para escuelas de varones”, explicando que si bien
en Francia las escuelas mixtas eran dirigidas casi todas por hombres, en determinados
lugares de Estados Unidos, las escuelas mixtas estaban a cargo de maestras y
también las había en las pocas escuelas de varones que quedaban. Estaba
comprobado que la enseñanza no se perjudicaba en lo más mínimo y tenía
“ventajas importantísimas de economía y organización” (LEC, 14, 1877, p.
534). Por otra parte, aseguraba que el Estado debía invertir más en educación y
reclamaba que se abonaran los salarios atrasados a los maestros, los alquileres
de los locales y los útiles para los alumnos (LEC, 4, 1878).
En ese ejemplar se mencionaba el informe del
director de la Normal de varones que aseguraba, enojado, que en el curso de
magisterio había alumnos que no tenían las mínimas condiciones de “vocación
decidida, aplicación constante y conducta ejemplar”, abandonaban la Escuela y
no devolvían el monto de las becas que habían recibido (LEC, 4, 1878, p.
131). Sarmiento remarcaba que mucho más serena era la atmósfera que se
respiraba en la Normal de mujeres: al no ofrecérseles ventajas mayores que la
que esperaban obtener como maestras, las alumnas trataban de aprovechar su tiempo
al máximo (LEC, 4, 1878).
Dada esta realidad, el sanjuanino insistía en
pedirle a los encargados de los Consejos Escolares que priorizaran el
nombramiento de estas egresadas en las escuelas de ambos sexos en las ciudades
y en los pueblos de campaña, pero también en las escuelas graduadas de mujeres
y de varones (LEC, 4, 1878, p. 133). Para esa época, la situación de los
docentes empleados era diversa, los había: a) sin diploma, b) con diploma
expedido por autoridades extranjeras, c) por el Departamento de Escuelas, d)
por el Consejo de Instrucción, d) por el CGE, y e) por las Escuelas Normales.
El sanjuanino creía que solo los dos últimos estaban en verdaderas condiciones
para ejercer la docencia.
En otro número, el director general se explayaba
sobre la situación de la mujer a lo largo de la historia, que invariablemente
fue “tenida por inferior al hombre en cuanto a capacidad intelectual” (LEC,
4, 1878, p. 115). Por fortuna, aseguraba, su realidad había cambiado y en
Estados Unidos las mujeres recibían educación para enseñar Matemáticas, Lenguas,
Dibujo y Literatura porque se habían dado cuenta que en nada diferían de los
hombres en aptitud intelectual. En ese país se les habían abierto las puertas a
“todas las carreras científicas” y ya se contaban “por centenares las médicas y
por millares las profesoras de ciencias” (LEC, 4, 1878, p. 116). Curiosamente,
Sarmiento no se pronunció en la revista sobre el plan de estudios recientemente
aprobado para las escuelas bonaerenses, donde las niñas tenían menos tiempo
para cursar asignaturas como Aritmética.
A mediados de 1879 Sarmiento se alejó de la DGE,
durante el año 1880 la revista dejó de salir, la ciudad de Buenos Aires pasó a
ser la capital de la República, se fundó la ciudad de La Plata como capital de
la provincia y se nacionalizaron las dos Normales provinciales.[11] Las maestras bonaerenses continuaron
cobrando menos que los varones hasta el año 1885, que los sueldos se igualaron
en forma horizontal, es decir, para los maestros superiores, elementales e
infantiles y esta medida parcial, tuvo incluso sus detractores (Rodríguez,
2021). Estas categorías salariales continuaron por varias décadas más y los
varones, a pesar de ser cada vez menos en la profesión, estaban
sobrerrepresentados en los cargos directivos y como maestros en las escuelas
superiores, donde se cobraban los sueldos más altos (Cuadro 3):
Cuadro 3. Comparación de sueldos de varones
y mujeres en escuelas primarias de la provincia de Buenos Aires. Años 1884 y
1885
Fuente: elaboración propia en base a Revista
de Educación, Nº XXXIII, 1884; y Revista de Educación, Nº XLIII y XLIV, 1885.
En ambos casos existían otros cargos que no incluimos aquí, para facilitar la
comparación. Se advierte que en la categoría maestro infantil no había
diferencia salarial entre mujeres y varones, lo que indicaba que ese cargo
estaba ocupado mayoritariamente por mujeres.
Entre 1887 y 1888 se
fueron inaugurando las primeras Escuelas Normales mixtas nacionales en la
provincia de Buenos Aires en las localidades de Mercedes, Azul, Dolores, San
Nicolás y La Plata, siendo designadas en estas dos últimas, directoras
norteamericanas al frente (Rodríguez, 2022). Si bien Sarmiento estaba a favor de que los salarios
provinciales fuesen diferentes entre varones y mujeres, los sueldos nacionales
que propuso para los docentes de las Escuelas Normales nunca tuvieron
distinciones entre los sexos: directores, directoras y regentes cobraron
siempre lo mismo, así como los maestros y maestras, con la ventaja de recibir
igual estipendio de primero a sexto grado, no como en provincia (Rodríguez,
2021).
Sarmiento
falleció en 1888 y fue recordado con honores. ¿Y qué ocurrió después de su
muerte? Antes que suponer que la historia de la educación es lineal y va
siempre en una misma dirección, lo cierto fue que luego de la desaparición
física de estas dos figuras, los funcionarios dieron marcha atrás con algunas
importantes medidas. En 1899
el responsable de la cartera educativa bonaerense advertía que los grados
superiores de la escuela primaria (cuarto, quinto y sexto) casi no tenían
alumnos y por ello resultaban muy costosos para los dineros públicos. En 1904 otro
funcionario redujo la obligatoriedad de la primara a los tres primeros grados y
en 1905 modificó la Ley de Educación dejando la
obligatoriedad en los primeros cuatro grados y disponiendo el ingreso a los ocho
años para los niños de ambos sexos, situación que se mantuvo vigente por varias
décadas. Mientras, en la ciudad de Buenos Aires, un conocido inspector creía
muy negativo que se les permitiese a las mujeres dar clases y ser directoras de
las escuelas elementales y superiores masculinas, es decir, donde había varones
que tenían más de diez años de edad (Rodríguez, 2021).
En esta
investigación analizamos los artículos que publicaron Sarmiento y Manso en la
revista educativa de la provincia de Buenos Aires, Anales de la Educación Común, que funcionó gracias a las
iniciativas individuales de Sarmiento (1858-1861) y Manso (1865-1875),
recibiendo subsidios intermitentes mayoritariamente del gobierno nacional y en
menor medida del gobierno provincial - sobre todo en forma de compra de
ejemplares- y dineros de las suscripciones de los lectores. En 1876, con el
nombre La Educación Común pasó a ser
por primera vez la revista oficial de la Dirección General de Escuelas, siendo
Sarmiento designado al frente del organismo y de la publicación.
En este
trabajo indicamos qué tipo de críticas hicieron ambos a los distintos
funcionarios, cuál era el contenido de las propuestas realizadas referidas a la
educación de las mujeres y qué ocurrió con dichas propuestas. A continuación,
resumiremos nuestros principales hallazgos. En relación con el primer período
(1858-1861), mostramos que los escritos de Sarmiento ilustraban en qué sentido
la escolarización de las niñas en la provincia de Buenos Aires se encontraba
más avanzada respecto al resto de las provincias donde predominaba el
analfabetismo femenino, aunque tenía serios déficits porque las docentes
formadas en la Normal de la SB no eran del todo competentes y estaban más
preocupadas porque las niñas aprendieran costura y a elaborar bordados de lujo
antes que las otras materias. En comparación con los varones, mientras que
ellas apenas recibían alguna escolarización, para ellos ya se habían creado una
universidad pública y un colegio secundario. Entretanto, Sarmiento fue abriendo
escuelas públicas mixtas, una opción muy novedosa para la época y bastante
resistida, aun cuando había establecimientos mixtos privados. Manso fue la
directora de la primera escuela mixta y el número de estas escuelas se
incrementó sostenidamente en este período. Con ellas, se abrió una nueva
discusión acerca de hasta qué edad era apropiado que fuesen mixtas, optándose
por los ocho años y luego por los diez años de edad. De todos modos, estas
escuelas siguieron conviviendo con escuelas infantiles y elementales públicas
separadas por sexo. Por otra parte, el sanjuanino defendió enfáticamente la diferencia
salarial entre varones y mujeres en las escuelas provinciales y dejó que los
sueldos fuesen iguales para los maestros de ambos sexos en las Escuelas
Normales nacionales.
Durante
la segunda etapa (1865-1875), vimos que Manso puso el foco en promover la
escuela graduada, resultando directora de la primera escuela femenina de ese
tipo, que solo tenía los tres primeros grados. Solicitaba que se extendiera a
los grados superiores (de cuarto a sexto) y que se les ofreciera a las jóvenes
otras oportunidades distintas al magisterio y la costura. Manso criticó en
varias oportunidades a los funcionarios de la municipalidad y la provincia –
que eran en general enemigos políticos del sanjuanino- pero evitó pronunciarse
en contra de los ministros nacionales y sobre las creencias de Sarmiento acerca
de que las maestras debían ganar menos que los maestros. Claramente, Manso fue
discriminada por ser mujer y aliada de Sarmiento, pero también la criticaron
por atreverse a interpelar a sus colegas varones en condiciones de igualdad y
contestarles con comentarios irónicos, hirientes y hasta con insultos que
reproducía en la revista. Con todas las dificultades que se le presentaron, fue
la primera y única mujer que logró ser designada inspectora, vocal y presidenta
suplente del Consejo municipal e integrante de una comisión dependiente de la
cartera nacional. Respecto a la enseñanza mixta, vimos que estaba de acuerdo
con que fuese hasta los diez años de edad.
Por
último, en la tercera etapa de la revista (1876-1878) observamos a un Sarmiento
que, después de casi veinte años de su aparición, había logrado por fin que las
escuelas de niñas y la Escuela Normal pasaran a la órbita estatal y se hiciera
obligatoria y graduada la enseñanza, aunque consideraba que debería haberse dispuesto
el sistema mixto hasta los grados superiores con jóvenes de quince o dieciséis
años de edad a cargo de maestras. En comparación con los altos porcentajes de
analfabetismo femenino que predominaban en las otras provincias, el sanjuanino
podía sentirse más que satisfecho por los avances logrados en territorio
bonaerense. Llamativamente, no se expresó sobre el nuevo plan de estudios que
disponía para las niñas menos tiempo en asignaturas como Aritmética, Álgebra y
Geometría, aun cuando había elogiado en muchas oportunidades que en los Estados
Unidos ellas aprendían esos ramos sin dificultad.
En
síntesis, en esta historia resumimos cómo fue transcurriendo la escolarización
de las mujeres en el siglo XIX en territorio bonaerense, es decir, de qué manera
estas dos figuras bregaron y lograron que se creara para las mujeres la primera
escuela pública mixta y luego la primera escuela graduada de niñas; se pasara
de la escuela optativa a la obligatoria, aunque más corta para las niñas porque
se creía que a partir de los trece años no era necesario que estudiasen; y de
una escuela graduada con grados inferiores a otra con grados superiores pero
con currículum diferenciado y mayor carga horaria para las materias
“femeninas”.
Finalmente,
ofrecimos un breve resumen de lo que ocurrió después en la provincia de Buenos
Aires, dando cuenta de los avances y retrocesos que sufrió el sistema. A pesar
de la prédica incansable de Sarmiento y de Manso, las autoridades decidieron
reducir la obligatoriedad a los primeros cuatro grados y subir la edad de
ingreso a la escuela primaria. Y en la ciudad, hubo funcionarios que rechazaban
la posibilidad de que las maestras trabajasen en las escuelas elementales y
superiores de varones. Sin lugar a dudas, ninguno de los dos hubiese estado de
acuerdo con aquellas medidas ni con estas declaraciones.
Anales
de la Educación Común, todos los números de los
períodos 1858-1861 y 1865 a 1875.
La
Educación Común, todos
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Sarmiento, D. F. (1849). Educación
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Imprenta Julio Belin y Compañía.
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[1] En internet existen numerosos sitios sobre Juana Manso, entre los
que se encuentra el excelente blog creado por María De Giorgio.
[2] Las escuelas elementales de varones pasaron a depender de la
Universidad durante unos años.
[3] El Colegio de Huérfanas era para educar a las niñas pobres, pero la
SB les ofrecía a las hijas de las familias acomodadas lecciones pagas de
dibujo, piano y francés, con el objetivo de recaudar fondos. Sarmiento criticó
duramente a las encargadas de la SB porque creía que debían arreglarse con los
subsidios estatales y concentrarse en su misión original. La presidenta de la
SB, Mariquita Sánchez de Thompson le escribió una carta a Sarmiento defendiéndose
de las acusaciones (Batticuore, 2022).
[4] Persiste una confusión en ciertas investigaciones que aseguran que
la escuela debió cerrar, cuando en realidad siguió funcionando con la directora
Petrona Vélez Gutiérrez.
[5] En algunas investigaciones se afirma que a Manso le pagaban por las
conferencias pedagógicas, pero creemos que es una confusión respecto a una
charla que dio cuando fue por primera vez a Chivilcoy en 1866, donde se cobró
una entrada con el fin de recaudar fondos para formar una institución cultural.
Manso resaltó el hecho de que la gente hubiese pagado para oírla, lo que
revelaba, según ella, el nivel cultural de la ciudad.
[6] Distintos autores afirman que Manso apoyaba la educación laica. Si bien Manso criticó en distintas
oportunidades el contenido de los libros de religión, la manera en que se daba
esa asignatura y a ciertas posturas de funcionarios y sacerdotes católicos, no
encontramos ninguna expresión donde se declara a favor del laicismo. Al
contrario, hallamos escritos donde Manso insistía en la necesidad de que los
niños recibieran una educación cristiana, dentro o fuera del horario escolar.
[7] Sobre las norteamericanas que hizo traer Sarmiento, ver, entre
otros, Luiggi (1959) y Rodríguez (2022a)
[8] Un análisis del compendio fue hecho por Liliana Zucotti http://www.juanamanso.org/juana-manso-contar-historias-liliana-zucotti/
[9] Distintas investigaciones aseguran que Manso elaboró y presentó un
proyecto de Ley Orgánica en 1874. Creemos que se trata de un error.
[10] En 1879 la DGE aprobó para la asignatura Economía Doméstica el uso
del libro Guía de
la mujer o Lecciones de Economía Doméstica (1865), escrito por la española Pilar
Pascual de San Juan (Rodríguez, 2021a).
[11] A partir de una suma de dinero recolectada por simpatizantes de
Manso en Montevideo, en 1881 se instauró el “Premio Juana Manso” a la dama o
señorita que mejor leyese a juicio de un jury compuesto por señoras y
caballeros competentes, entre los que se encontraba el pastor Junor. En julio
de 1882 se hizo el acto de entrega de premios en la Casa de Huérfanas de la SB
y la hija de Juana, Eulalia Manso, fue la encargada de entregarlo, tal y como
estaba previsto en el estatuto (Sarmiento, 1900).