Saberes y prácticas. Revista de Filosofía y Educación / ISSN 2525-2089
Vol. 8 N° 1 (2023) / Sección Artículos / pp. 1-17 /
Centro de Investigaciones Interdisciplinarias de Filosofía en la Escuela (CIIFE),
Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Cuyo, Argentina.
revistasaberesypracticas@ffyl.uncu.edu.ar / saberesypracticas.uncu.edu.ar
Recibido: 19/12/2022 Aceptado: 02/06/2023
DOI: https://doi.org/10.48162/rev.36.091
La
infancia, una “flora abundante de crueldades”
Víctor
Mercante, una mirada higienista sobre la infancia anormal en Argentina del
principio del siglo XX
Childhood
as “a cruelty-filled flora”
Víctor
Mercante’s social hygiene perspective on abnormal childhood in early 20th
Century Argentina
Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y
Ambientales (INCIHUSA),
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y
Técnicas (CONICET), Argentina.
ljvisaguirre@gmail.com
Resumen. El presente artículo aborda la
historia de la educación argentina desde una perspectiva ligada a la historia
de las ideas filosóficas/pedagógicas (Roig, 1993, 2009; Arpini, 2003; Ramaglia,
2020), tomando como objeto de estudio la representación de la infancia presente
en los trabajos sobre criminología infantil del pedagogo positivista Víctor
Mercante (1870-1934). Analizamos los elementos epistemológicos que articulan el
discurso positivista e higienista del pedagogo normalista argentino y su
relación con el complejo universo discursivo que lo entrama y promueve.
Realizamos una lectura filosófica de la representación de la infancia y de la
función del higienismo en el despliegue de dispositivos y estrategias
biopolíticas por parte del Estado en la educación en torno a la infancia
anormal. Nuestro objeto de estudio
es construido a partir de una reflexión acotada, centrada en los trabajos sobre
criminalidad infantil producidos por Víctor Mercante en la cárcel de Mercedes
en Buenos Aires durante el transcurso de tres años (1902 - 1905) y publicados
luego como “Notas sobre criminología infantil” (1902), “Estudios de criminología
infantil” (1902a) y “Estudios sobre criminalidad infantil” (1905) en la revista
“Archivos de psiquiatría criminología y ciencias afines”.
Palabras
clave. Historia de las ideas
filosóficas/pedagógicas; Historia de la educación, Positivismo, Víctor Mercante.
Abstract. This article addresses the history of Argentinian education from a
perspective rooted in the history of philosophical/pedagogical ideas (Roig,
1993, 2009; Arpini, 2003; Ramaglia, 2020), focusing on the representations of
childhood in the works on child criminology by positivist educationalist Víctor
Mercante (1870-1934). The epistemological elements that sustain Mercante’s
positivist and social hygienist discourse are analyzed, as well as their links
with the complex discursive universe that interweaves and fosters it. Moreover,
I offer a philosophical reading of the depiction of childhood and the role of
the social hygiene movement in the deployment of biopolitical devices and
strategies by the State through the educational policies around abnormal
childhood. My object of inquiry is constructed on the basis of a restricted
corpus, concentrating in the works on child criminality written by Víctor
Mercante at the prison in Mercedes, Buenos Aires, throughout a three-year
period (1902 - 1905) and later published as “Notes on Child Criminology”
(1902), “Studies in Child Criminology” (1902a), and “Studies in Child
Criminality” (1905) in the journal known as Archives of Psychiatry,
Criminology, and related sciences.
Keywords. History of ideas philosophical/pedagogical; History of education;
Positivism; Víctor Mercante
El
presente artículo[1] aborda la
historia de la educación argentina desde una perspectiva ligada a la historia
de las ideas filosóficas/pedagógicas (Roig, 1993, 2009; Arpini, 2003; Ramaglia,
2020), tomando como objeto de estudio la representación de la infancia presente
en los trabajos sobre criminología infantil del pedagogo positivista Víctor
Mercante (1870-1934)[2].
Analizamos los elementos epistemológicos que articulan el discurso positivista
e higienista del pedagogo normalista argentino y su relación con el complejo
universo discursivo que lo entrama y promueve. Realizamos una lectura
filosófica de la representación de la infancia y de la función del higienismo
en el despliegue de dispositivos y estrategias biopolíticas desplegadas por el
Estado en la educación en torno a la infancia anormal. Nuestro objeto de
estudio es construido a partir de una reflexión acotada, centrada en los
trabajos sobre criminalidad infantil producidos por Víctor Mercante en la
cárcel de Mercedes en Buenos Aires[3], durante
el transcurso de tres años (1902 - 1905) y publicados luego como “Notas sobre
criminología infantil” (1902), “Estudios de criminología infantil” (1902a) y
“Estudios sobre criminalidad infantil” (1905) en la revista Archivos de psiquiatría criminología y
ciencias afines.
Utilizamos
la idea de “representación” en referencia a los aportes de la historiografía de
Roger Chartier quien posibilita una estrategia metodológica para desarticular
la visión objetivista y ontológicamente cerrada de la historiografía
tradicional. En este sentido, la infancia como representación no es un concepto
cerrado o “referente estable” por fuera de los pliegues que lo manifiestan en
su universo discursivo. Siguiendo a Chartier entendemos por “representación” la
recuperación de un “objeto ausente”, presente en imágenes que son
“reproductoras de los objetos, las situaciones y las personas
ausentes”(Chartier, 1992, 57), esta forma de hacer historia dialoga con las
inquietudes genealógicas de Michel Foucault quien critica la representación en
tres sentidos “en términos de ideología”, como “conjunto de representaciones”
(en alusión a la fenomenología) y, en tercer lugar, pensar la representación
por sobre las subjetividades históricas, en términos de “olvidar que la gente
piensa y que sus comportamientos, sus actitudes y sus prácticas están habitadas
por un pensamiento” (Foucault, 2013, 179). Por ello Chartier imbuido en la
misma problemática historiográfica/filosófica que Foucault —pero también de Philippe Aries en
palabras del mismo Foucault (Foucault, 2013, 175-178) —es parte de un intento por
articular “la construcción discursiva del mundo social con la construcción
social de los discursos. O, dicho de otro modo, de inscribir la comprensión de
los diversos enunciados que modelan las realidades dentro de coacciones
objetivas que, a la vez, limitan y hacen posible su enunciación” (Chartier,
1996, 8). En este sentido, representación o enunciado no resultan
contradictorios, sino complementarios.
Hablamos
de representaciones de la infancia[4] porque
trabajamos sobre las formas adultocéntricas que se despliegan en pedagogos y
científicos de principio del siglo XX, no lo hacemos sobre las voces de los
niños, niñas y niñes. Rastreamos esa representación positivista de la infancia
como un objeto de estudio natural y social que realizan los positivistas
argentinos. Nos interesa concentrarnos en la representación específica de la
infancia en la pedagogía positivista argentina en tanto construye una idea de
sujeto prelingüístico (Agamben, 2007, p. 66) y podríamos agregar pre-político,
no por el hecho de que la infancia no posea voz ni derechos, sino porque esa
voz es representada como irracional y por ende también apolítica, incapaz de
acceder a la verdad y al sentido que pertenece al mundo de los adultos. Para
pedagogos como Víctor Mercante los infantes no poseen discurso[5],
representan “las tendencias de la humanidad primitiva” (Mercante, 1902, p. 34)[6]. La infantia supone para Mercante una
carencia de la habilidad para emitir discursos con sentido, es representada
como un mero lenguaje sin razón, sin verdad, que debe ser estudiada y analizada[7]. Esta
representación de la infancia como lenguaje sin discurso y a-política funciona
a la base de la consolidación del Estado Moderno Nación dependiente argentino y
de la escuela estatal como institución disciplinaria, en tanto habilita una
representación como fuerza desbocada a ser disciplinada (Autor, 2019).
No
abordamos la infancia como un concepto ontológicamente cerrado y universal,
mucho menos como la descripción de una naturaleza o un estadío. La pensamos
como la construcción de un imaginario que brota de la relación entre las
condiciones reales e históricas en las que se desarrolla la vida de los
infantes y el proyecto de ciudadanía y de población que el imaginario de
infancia encierra. Representar las infancias supone no solo pensar la
materialidad de las condiciones históricas en los cuerpos infantiles sino
también pensar la naturaleza de los habitantes que se reproduce en la
representación de la infancia tanto como proyecto político y cultural en el
presente y para el futuro. En la representación de las infancias se suponen
múltiples significaciones sobre la estructura social, económica, política y
cultural que se pretende disciplinar, contener, amplificar o potenciar en los
futuros ciudadanos y ciudadanas. No existe una infancia biológica única,
existen representaciones de la infancia como proyecciones adultocéntricas sobre
el porvenir de la población y su complejo devenir.
Como
contrafaz dialéctica si la infancia “normal/disciplinable” es el futuro de la
población y de la ciudadanía su reverso es la “anormalidad/desbordada” que se
manifiesta en la época en la idea de “menor” o “minoridad” y que debe ser
controlada[8]. La
minoridad implica no solo una conceptualización sobre la infancia considerada
“peligrosa” y “anormal” sino también estrategias de control y disciplinamiento
corporal. La minoridad es la infancia que resulta un riesgo para la
constitución de una población, la fuerza desbocada. Como explica Lucía Lionetti
la idea de minoridad supone todo un complejo entramado estatal para domesticar
las fuerzas y las prácticas de menores de edad “anormales”, “criminales” o
“retrasados pedagógicos” que son representadas y convertidos en objeto de
estudio y en materia de experimentación por un campo disciplinario conformado
por la pedagogía, la medicina, la psicología y la psiquiatría en creciente
influencia en la Argentina de entre siglos XIX y XX (Lionetti, 2018, p. 50).
En el
caso específico de Víctor Mercante, su forma metodológica y empírica para
diagnosticar reconocer la infancia anormal, se asienta en una visión
medicalizada que confirma la representación infantil a-política y no
discursiva. La infancia es de por sí es una “flora”, un estadio natural
salvaje, que debe ser educado, no es una tabula
rasa, es una fuerza desbocada. Mercante pertenece a los pedagogos
normalistas que se ligan a la medicalización de la sociedad y de la pedagogía
desde una visión cientificista[9] y
pedagógica positiva. Diferentes autoras (Rustoyburu, 2019; Puiggrós, 1990;
Lionetti, 2018) señalan que la visión positivista medicalizada argentina cobra
fuerzas a principios del siglo XX y se consolida desde la década del cuarenta
con la fuerte circulación y transformación de la infancia desde la
representación higienista que abarca también la función de la familia y la
escuela en la crianza y educación tanto de las infancias “normales” como
“anormales”. Se configura desde la posición medicalizada de la ciencia,
asentada en el paradigma positivista, una respuesta al conflictivo y complejo
fenómeno de la “cuestión social”[10] —
producido por el acelerado crecimiento de la población y por la fraudulenta
administración del Estado —. Los habitantes de la argentina son “auscultados”
para reconocer su potencia “natural” para ser parte funcional de la ciudadanía
sana o habitantes enfermos a controlar y disciplinar. La constitución de la
población nacional es organizada por una clasificación biologicista y
medicalizada que se configura a partir de las dicotomías sano/enfermo,
normal/anormal. Adriana Puiggrós reconoce que el “modelo médico” toma fuerza en
la escuela partiendo de “la caracterización de la gran masa de los educandos
como susceptibles de enfermar física, moral, mental y espiritualmente o como
enfermos de diversas categorías, fue su condición necesaria (Puiggrós, 1990, p.
117). Por su parte Lucia Lionetti rastrea la construcción del campo de la
anormalidad centrada en la infancia, dando cuenta de las tensiones y acuerdos
entre el campo disciplinar de educadores, médicos y psicopedagogos en la
Argentina, desde fines del siglo XIX y mediados del siglo XX. Aborda la
vigilancia escolar sobre los “niños retrasados pedagógicos y anormales” durante
la primera mitad del siglo XX en Argentina y los procesos de medición,
medicalización y estigmatización de los cuerpos infantiles ejercido por un
amplio campo disciplinar “medicalizado” que está en vías de profesionalización
(compuesto por la pedagogía, la medicina, la psicología y la psiquiatría
infantil). La conflictividad política y social de los habitantes es considerada
como una enfermedad que anarquiza todo el sistema social, político y económico
del Estado y esta tendencia patológica por ser “racial”, es familiar como
veremos en Mercante.
La tarea
higienista es biopolítica, sus afirmaciones son siempre de carácter general, en
pos de sanar a los habitantes y constituir una población. Los cuerpos
individuales son pensados como partes de un organismo mayor. La enfermedad es
despersonalizada, no sucede en un sujeto histórico ni en una vida específica.
Para el pensamiento higienista el enfermo es siempre una manifestación social,
no individual y debe ser señalado y visibilizado para poder ser diagnosticado y
controlado. La enfermedad posee un carácter público, afecta a la población e
interesa por sus riesgos de contagio. Para el higienismo la salud es invisible,
el cuerpo sano funciona con obediencia y es útil al sistema de control, no es
un riesgo para la población. Canguilhem sostiene que la “salud no es solamente
la vida en el silencio de los órganos, es también la vida en la discreción de
las relaciones sociales” (Canguilhem, 2004, p. 61). El enfoque médico del
higienismo ejerce un rol fundamental en la constitución de subjetividades, ya
no solo en el ámbito biológico, sino también en el social y político. Se
produce una vigilancia exhaustiva sobre la vida social en pos de una visión
política/médica de las enfermedades, no solo biológicas sino también social,
cultural y manifiestamente política. El discurso higienista se posiciona no
sólo epistemológicamente a partir de su “cientificidad”, sino también,
políticamente al potenciar las conductas saludables y denunciar las “enfermas”.
Para
Mercante, como para otros higienistas, no se trata simplemente reconocer la
enfermedad, sino de activar estrategias políticas/pedagógicas/médicas para
poder configurar una población obediente y útil, en ese sentido la distinción
entre los habitantes sanos y enfermos es una carta de futura ciudadanía entre
las infancias que pueden llegar a ser ciudadanos y quienes solo serán
habitantes. El higienismo médico delimita lo sano de lo enfermo con la
intención de “curar” o recomponer el orden trastocado. Gobernar desde la visión
“medicalizada” implica normalizar, controlar, disciplinar a partir del
enfrentamiento con las fuerzas desbocadas que “desordenan”. Pero la cura
depende del diagnóstico, entre los/las niñas que se pueden integrar o los que
deben ser controlados para matizar los daños, dos formas de acciones se
esbozan, la integración/educable o la exclusión/controlable.
Hugo
Vezzetti expresa que lo más destacable del desarrollo y la creciente hegemonía
de la medicina en Argentina se debe a que esta cumple un rol tanto ideológico
como tecnológico, que se refleja en la continuidad observable entre la práctica
médica y el accionar del Estado. La idea de “sociedad organismo” está presente
ya en la metáfora de la nación representada en “esa imagen burguesa de la
república, personalizada en una mujer joven y robusta, ligeramente erotizada en
la exhibición más o menos velada de sus pechos altivos” (Vezzetti, 1985, p.
23). Imagen que es previa a la recepción y construcción del pensamiento
evolucionista y positivista en Argentina. Para Vezzetti el desarrollo y la
expansión de la medicina y su particular visión biologicista de la realidad
supone que: “la medicina debe ligarse al Estado y asumirse como una tarea
nacional; y con ello se transforma radicalmente el estatuto institucional de la
enfermedad” (Vezzetti, 1985, pp. 25 - 26). En este sentido la enfermedad pasa a
ser un problema estatal y por ende asimilado con las condiciones de vida más
precarias. Vezzetti afirma que esta vinculación entre Estado y medicalización
(propia Estado y una ciencia asentada en una disciplina anatomo y biopolítica)
transforman también los elementos contractuales básicos de la ciudadanía en
tanto “las disposiciones médico-sociales se dirigen mayormente a los que
carecen de autonomía contractual, la figura social del pobre -que encarna a la
necesidad en su carácter más miserable- aparece a la vez como la justificación
del despliegue higienista y como una amenaza latente contra la estabilidad del
proyecto de ‘orden y progreso’” (Vezzetti, 1985, p. 26).
La
representación de la ciudadanía y de la población es uno de los nodos
importantes de la disputa por organizar el ideal de nación y las tecnologías a
ejercer en las instituciones. La escuela es la primera institución masiva que
permite las taxonomías más complejas y específicas sobre las características
del niño/a, tomándolo como manifestación de las cualidades biológicas y culturales
de su familia. Los positivistas preocupados por la infancia afirman poder leer
el mapa “filogenético” de la familia y de la “raza” en los alumnos y alumnas de
las escuelas. Mercante postula que existe “un maravilloso campo de riquezas
inexplotadas que puede suministrar datos de indiscutible utilidad para el
estudio completo del hombre, cuya niñez generalmente se ignora” (Mercante,
1902, p. 36). Los normalistas positivistas podrán seguir repitiendo fórmulas
como las del “templo del saber”, pero sus prácticas en el aula son cada vez más
cercanas a las del laboratorio/consultorio, allí se examinan los alumno/as, se
reconoce su herencia biológica y se ausculta sus posibles enfermedades
biológicas y sociales.
Dicha
medicalización se organiza en el pensamiento científico y pedagógico de
Mercante a partir de la psicología experimental y la psiquiatría. La función de
la psiquiatría desde el siglo XIX, está ligada a los mecanismos de defensa
estatales frente a la “cuestión social”. Foucault explica que la psiquiatría
“funciona esencialmente como defensa social o, para retomar los términos del
siglo XIX, como "caza de los degenerados". El degenerado es el
portador de peligro” (Foucault, [1971] 2007, p. 295). Una segunda función de
los psiquiatras sobre las tramas de control estatal se refleja en su
plasticidad para moverse, vigilar y diagnosticar otros ámbitos de control como
la familia, el vecindario, la escuela o el correccional (Foucault, [1971] 2007,
p. 143). Nos interesa resaltar esta relación de la psiquiatría con un campo
disciplinario compuesto por la familia, la escuela, el vecindario y el
correccional, la tarea del higienista en ellos es clara, tomar partido por la
vida frente a las enfermedades. Pero el accionar vigilante y de intervención de
la mirada higienista no tiene límite, Foucault afirma que “Todo esto es ahora
el objeto de la intervención médica. La psiquiatría redobla entonces esas
instancias, las repasa, las transpone, las patologiza; al menos, patologiza lo
que podríamos llamar los restos de las instancias disciplinarias (Foucault,
[1971] 2007, p. 143). Mercante explicando la labor del positivismo en la
educación afirma que su visión luego de observar las cualidades positivas de la
infancia se ocupa principalmente de estudiar sus “defectos”. Expresa la
búsqueda de características patológicas en la infancia del siguiente modo “En
todas las determinaciones del niño es raro que no se encuentre velado por
inocencia, al parecer, un propósito de envidia, de vanidad ó de egoísmo”, aún
más afirmara que la peligrosidad y anormalidad del niño/a radica en “que el
niño, normalmente, posee las tendencias de la humanidad primitiva, que
modifica, al crecer, en grados diferentes, según el sino hereditario que traiga
y la acción de los medios que lo rodean” (Mercante, 1902, p. 36).
La
función de la psiquiatría radica en articular las manifestaciones
“patológicas”, las anormalidades individuales, estará presente tanto en “la
gestión de los conflictos intrafamiliares lo mismo que en el control o análisis
de las infracciones a las prohibiciones de la ley” (Foucault, [1971] 2007, p.
256). Dentro de los mecanismos de poder, busca dar posibles soluciones para
lograr el funcionamiento de los cuerpos individuales en el cuadro vivo
específico en el que se encuentra. Frente a esta visión médica de control y
vigilancia que busca las manifestaciones anormales, Mercante observa que los
normalistas educados en una visión “positiva”, los “maestro regularmente
preparado” son capaces “al observar detenidamente una clase por primera vez
[señalar] al pendenciero, al desatento, al mentiroso, al inteligente, al
quieto, al tímido y otros tipos de la flora escolar” (Mercante, 1902, p. 36).
Frente a la visión espontaneísta de normalistas como Vergara que consideran al
niño bueno por naturaleza y que frente a ellos la educación debe “respetar la
personalidad moral del niño ó del joven, para que, dentro del orden manifieste
sin opresiones indignas, lo bueno que lleva dentro de sí mismo” (Vergara, 1911,
p. 692). Por el contrario, Mercante denuncia a las posiciones krausistas,
pestalozzianas o roussonianas que piensan la infancia como un espacio
esencialmente bueno y consideran al niño/a “embellecido con los más simpáticos
atributos del corazón humano, mimado como un juguete, de actividad prodigiosa y
encantadora, más apto para entretener que para enfadar, irresponsable
declarado, aparentemente incapaz de ejercitar con intención los instintos”
(Mercante, 1902, p. 34). Para el pedagogo positivista estas posiciones
“metafísicas” equivocan su visión de la “naturaleza infantil” porque al admitir
que los niños nacen esencialmente buenos, niegan “un hecho evidenciado por la
observación y confirmado por la sociología” que en la infancia “la germinación
delictuosa es mucho más activa y variada que en el adulto” (Mercante, 1902, p.
34). Lejos de afirmar la bondad y normalidad del niño/a caracteriza la infancia
como “una flora abundante y matizada de crueldades, intrigas, ambiciones,
odios, venganzas, depredaciones, mentiras celos, iras, traiciones, caprichos,
grescas, vicios, deseos violentos, impulsiones fulminantes, conciencias
inestables y veleidosas” (Mercante, 1902, p. 34).
Para
comprender el uso que hace Mercante de las ideas positivas hay que observar la
construcción del conflicto social a partir de la visión médica señalada
anteriormente sobre todo en la idea de “enfermedad”. La visión médica construye
toda manifestación “anormal” como patología. Lo patológico supone una reflexión
sobre la vida acotada como objeto de estudio de la ciencia, limitando la
complejidad de la vida a todos aquellos fenómenos que pueden medirse y
clasificarse como enfermos. En este proceso que busca determinar
científicamente la realidad de la vida, es la fisiología la disciplina
específica que determina las variables posibles de conocimiento de los
“fenómenos de la vida” y organiza el trabajo científico sobre la misma. Para
Canguilhem como contrafaz la fisiología no solo determina que puede conocerse
sino la cualidad de aquello que se conoce, “al investigar cuál es el sentido
vital de esas constantes, al calificar a unas de normales y a otras de
patológicas, el fisiólogo hace más —y no menos— que un trabajo estrictamente
científico” (Canguilhem, 1971, p. 170). La determinación del fisiólogo sobre
los fenómenos vitales que pueden ser conocidos, y a su vez la calificación de
estos en “normales” y “patológicas” se desprende de la forma en que la ciencia
moderna configura la “naturaleza” como lo peligroso que debe ser medido a fin
de ser controlado. La naturaleza y la enfermedad son representadas como el gran
“peligro” que encierra para la vida humana la fuerza de lo “salvaje”. Es esta
misma comprensión de la vida la que introduce artificialmente las
categorizaciones de salud y enfermedad, como manifiesta Canguilhem dichas
“categorías son biológicamente técnicas y subjetivas y no biológicamente
científicas y objetivas” (Canguilhem, 1971, p. 171).
Si la
enfermedad (Canguilhem, 1971, p. 171) es una experiencia extensible a todo ser
vivo, en tanto ser orgánico, no lo es la patologización de la vida, el que se
presenta como un fenómeno subjetivo. Lo “patológico” hace referencia a
estructuras o comportamientos de adaptación, que solo un gesto valorativo que
trasciende la objetividad se los puede cargar de un matiz positivo o negativo.
Sin embargo, la ciencia positiva actúa convencida de que la vida puede
conocerse en su totalidad a partir de la reducción de sus fenómenos a
parámetros matematizados de la realidad. La representación racional sugiere
lógicamente que todo lo natural está enfermo por su condición salvaje y
bárbara, la civilización es una construcción artificial constituida a partir de
la “firme” base de la matemática y sus leyes y axiomas. La “medición”
cuantitativa de las “fuerzas” es valorada como “excesiva” o “anormal”.
Explicamos
que lo patológico se manifiesta como lo anormal, como aquella subjetividad que
desordena el orden racional y desarticula las tramas de obediencia y utilidad,
el anormal, “no sirve”, “no funciona”, “no obedece”. La construcción del sujeto
anormal se desarrolla como un ajuste permanente de un dispositivo de saber -
poder para recopilar información, clasificarla y diagnosticar todas las
manifestaciones “patológicas”, dentro de las tramas de sus instituciones. La
escuela “positiva” es una de las instituciones donde se puede no solo conocer
sino también matizar y sanar, las condiciones “salvajes”.
La instrucción educa y es nuestra creencia
fundada que la educación es un medio de adaptación puesto que forma hábitos y
tendencias. Los criminales verdaderos como los genios, son innatos y en este
caso la educación puede modificar, amenguar ó despertar esas condiciones del
individuo según como sea dirigida. (Mercante, 1893, p. 180)
El
diagnóstico de la anormalidad se realiza generalmente dentro de la mirada
medicalizada de las ciencias a partir del procedimiento de la “pericia”.
Mercante realiza diversas pericias a lo largo de toda su carrera como pedagogo
científico, por ejemplo, en 1906 publica en Archivos
de psiquiatría una serie de pericias sobre la criminalidad infantil y un
“Estudio de fisiopatologías infantil” sobre todo relacionado con el uso de la
voz. La pericia es una práctica que entrama las redes de saber poder médicas y
legales, una práctica pensada y ejercida para conocer, clasificar y controlar a
los “anormales”. Constituye un objeto de estudio/disciplinamiento específico
que no es ni el delincuente ni el enfermo, piensa la criminalidad y la
enfermedad amalgamadas en el “individuo anormal”. Como afirma Foucault, y cómo
hemos explicado la anormalidad es un problema teórico y político (Foucault,
2007: 49). La cuestión social es pensada como una gran enfermedad, no solo
porque desordena, las redes de poder estatales, sino que es construida como un
artificio de justificación social y moral, para el desarrollo de disciplinas
científicas y técnicas de señalamiento, clasificación y tecnologías de
intervención sobre lo “anormal”. De este modo se instaura una red institucional
compleja que ordena y conecta los discursos médicos, jurídicos y pedagógicos
que sirve al mismo tiempo para controlar la anormalidad y para la defensa de la
sociedad (Foucault, 2007, p. 300).
Tanto
Foucault como Canguilhem nos dan una serie de ideas metodológicamente fecundas
para entender la relación entre norma y normalización y la importancia de
dichos procesos en la constitución de la ciudadanía y la población en nuestra
región. En primer lugar, como la normalización es fruto de un proceso histórico
compuesto por tramas simultáneas sobre lo social, político y técnico que se
desarrolla desde fines del siglo XIX y se consolida en el siglo XX. Dicha
normalización tiene efectos sobre diversos ámbitos institucionales que pueden
observarse en la organización de la educación estatal, sobre todo con la creación
de escuelas normales en todo el país y con el accionar de los nuevos
“normalistas” en la organización de la visión medicalizada de la pedagogía de
la ciencia y también en la relación de la educación con la formación para la
producción industrial nacional (Herrero, A. 2011). Es uno de los desvelos de
los educadores positivistas y uno de los puntos que mayores polémicas genera
con el sistema estatal que intenta imponer la burguesía terrateniente. Este
proceso de normalización se articula a partir de los sujetos a disciplinar, se
normaliza la infancia en el alumno/a, la producción y civilización en el
ciudadano/a, etcétera. Además, la norma supone tanto un principio de
calificación/corrección que permite la clasificación político/moral para el
reconocimiento de lo anormal, como un fundamento de poder para la corrección.
Su función ya no es la de excluir, expulsar, sino por el contrario está “ligada
a una técnica positiva de intervención y transformación, a una especie de proyecto
normativo” (Foucault, 2007, p. 56).
Foucault
sostiene que el sujeto anormal es representado como lo peligroso, lo enfermo y
por ende contagioso. Alrededor de lo anormal se producen “técnicas de señalamiento,
clasificación e intervención referidas a los anormales; el ordenamiento de una
red institucional compleja que, en los límites de la medicina y la justicia,
sirve a la vez de estructura de recepción para los anormales y de instrumento
para la defensa de la sociedad” (Foucault, 2007, p. 301). La “arqueología de la
anomalía” tiene como antecedentes tres individualidades consideradas peligrosas
en el siglo XIX “el monstruo, el incorregible y el masturbador son personajes
que empiezan a intercambiar algunos de sus rasgos y cuyos perfiles comienzan a
superponerse” (Foucault, 2007, p. 65 - 66).
El
monstruo supone un campo de control ligado a los poderes políticos/judiciales
que se asienta en la “historia natural” y en el desarrollo “evolutivo” de las especies.
Este desarrollo es claramente visible en la distinción entre bárbaros y
civilizados postuladas por Sarmiento (Sarmiento, 1900) pero continuada por
normalistas como Mercante. La figura del incorregible se va delimitando en la
organización de la instrucción y la disciplina en las funciones muchas veces en
disputa y otras compartidas entre la familia y las instituciones disciplinarias
estatales para instruir a los niños/as. Con la configuración de una red de
normalización estatal, la escuela busca sustraer la educación a la familia como
claramente se observa en la crítica de Mercante a la instrucción familiar. El
incorregible se desarrolla en la formalización de la educación estatal
colectiva, la posibilidad de comparar a los alumnos/as que son instruibles de
los que no. La taxonomía de los incorregibles es un tipo de saber que se
constituye en las redes disciplinarias generadas por las técnicas pedagógicas
para la educación colectiva. Por último, el masturbador es una figura surgida
en los procesos anatomopolíticos de control del cuerpo y sus fuerzas, ligado a
los desarrollos de la biología y la psicología sobre la sexualidad (Foucault,
2007, p. 65 - 67).
Las tres
figuras logran articularse a partir del surgimiento de las tecnologías de
normalización mencionadas, sobre todo cuando se entrama en el proceso de
secularización argentino toda una red singular de saber y poder por medio de la
creación de instituciones específicas y leyes en toda la etapa de configuración
del Estado nación moderno burgués en la Argentina. Se crea así un mismo sistema
de regularidades que permite un control estatal de un campo específico de
anomalías que se abren en distintas instituciones como la escuela, la cárcel,
los manicomios. Las pericias realizadas por Mercante en la cárcel o la escuela
describiendo las características de la criminalidad infantil nos ayudarán a
visibilizar no solo la representación de la infancia sino también este proceso
histórico.
Mercante
publica en el Archivo de psiquiatría y
criminología una serie de estudios donde describe los diferentes factores
que determinan la conducta criminal en la infancia, los mismos se llevan a cabo
en la cárcel de Mercedes en Buenos Aires. En el transcurso de tres años (1902 -
1905) publica “Notas sobre criminología infantil” (1902), “Estudios de
criminología infantil” (1902a) y “Estudios sobre criminalidad infantil” (1905).
Los mismos están organizados a partir de la observación de 6 campos de acción
del individuo: acciones de la conducta, acción tísica (enfermedades), acción
doméstica, acción social, acción escolar y desarrollo de las aptitudes por las
acciones anteriores mencionadas. Los cinco casos que estudia en los informes
son nombrados como “G. el fratricida” (1902), “J. M. procesado por robo”
(1902a), “J.M. procesado por disparo de arma de fuego” (1902a), “M. L.
condenado por homicidio” (1902a) y “D. procesado por apuñalar en una riña”
(1905). En relación con su abordaje metodológico muestra un posicionamiento
inductivista influenciado por la psiquiatría criminológica italiana (Lombroso,
Ferri, Morselli, Roncoroni) centrado en la observación de casos particulares:
“Mis notas serán, en lo sucesivo, descriptivas de tipos ó de conjuntos,
estudiando los diferentes factores que determinan la conducta. Tengo dos campos
de exploración: la cárcel y la escuela. Serán completas hasta donde lo permita
la falta de instrumentos y una información á veces difícil de obtener”
(Mercante, 1902, p. 36).
De los
casos analizados por Mercante se destacan en sus anotaciones las
características anormales que causan el acto criminal. A partir de la mirada
médica, describe los rasgos “atávicos” que denotan una cierta raza con
tendencias criminales, así como los elementos del medio social o familiar como
desencadenantes del crimen. En el caso de la raza, Mercante la define como
(...) un agregado de individuos, que, aun
teniendo con los demás caracteres comunes, presentan, sin embargo, modalidades,
ya sea por los caracteres físicos, ya sea por la organización psíquica, ya sea
por sus hábitos, que los distinguen de los de otra cualquiera. Y es la herencia
de estas modalidades transmitidas durante siglos y á través de innumerables
generaciones, la causa de que persistan tenazmente, malogrando las influencias
contrarias del medio ambiente, de las cruzas y de la sociedad. Si pues la
étnica se la siente en las ciencias, en el arte, en la política, en la
religión, es lógico presumirla también en el crimen (Mercante, 1905, p. 568).
Mercante
afirma que existen razas que poseen mayores tendencias al crimen. Siguiendo al
criminólogo italiano Enrico Ferri afirma que la “distribución del delito
concuerda, con la de las razas, que la gente de color posee mayores tendencias
al crimen, que la blanca, y que la raza latina más que la anglosajona.
(Mercante, V. 1905, p. 568). Observamos que de los cinco menores que describe,
en cuatro determina la raza como causante, ya sea por pertenecer a una
“instintivamente criminosa” o a una “débil” que en su degeneración biológica
cae en la monstruosidad.
En el
caso del “detenido G.” al cual califica con elementos propios de un monstruo,
fruto de una naturaleza enferma a la que define de “epileptoide”[11].
Considera que el crimen es fruto de una anormalidad por una degeneración
hereditaria fruto de la pertenencia a una raza inferior. Afirma del mismo que
“Expuesto á los peligros de la impulsión violenta bajo el estímulo de una sola
palabra, es un epileptoide con caracteres muy marcados de debilitamiento
psíquico á punto de podérsele clasificar de inteligencia incoherente”
(Mercante, 1902, p. 38).
En el
caso de “José M.” hijo de piamonteses, detenido por disparar con un arma de fuego
Mercante afirma que la causa del crimen es una degeneración hereditaria que le
produce como enfermedad epilepsia sumada a la ingesta de “ginebra, la eterna
provocadora de esa extraña epilepsia, que, sin los espasmos convulsivos, anula
la conciencia y arma la mano criminal” (Mercante, 1902ª, p. 411). Las causas de
los impulsos criminales se deben a que “hereditariamente, hay centros
incompletos desconexionados de actividad nerviosa, desde que la escuela no
tiene atractivos y no se adquieren ciertas nociones reveladoras de la evolución
psíquica normal, mientras se está sometido á su acción. J. M. es un retardado
con hipomnesia general congénita” (Mercante, 1902a, p. 411). Para el pedagogo
devenido en “criminalista” el procesado es un “imbeciloide con estigmas
psíquicos” en el que “no hay disposición orgánica al aprendizaje”, el cual “no
es un tipo peligroso, pero tiene impulsividad infantil” (Mercante, 1902ª, p.
411). La descripción de Mercante es la de un anormal incorregible, no por su
peligrosidad sino porque representa una naturaleza “inferior”. La “impulsividad
infantil” nos permite visibilizar los supuestos sobre la infancia de Mercante,
sobre todo al pensar dicha etapa de la vida humana como el estadio más salvaje
y natural de la humanidad, ligada a una representación de la naturaleza como
fuerza descontrolada a domesticar, en el caso de la infancia por medio de la
civilización posibilitada por la educación.
El caso
de “M. L.” es el de un anormal con signo de masturbador, del cual afirma que el
“ambiente físico no podía ser causa determinante de un crimen que comenzó por
el erotismo pasional y concluyó en la muerte del padre de la novia”. Lo
describe del siguiente modo: “Tipo criollo, tez morena y físicamente débil,
anemia, dolores pulmonares, ataques reumáticos frecuentes, tos y miope, cabeza
y pechos sumidos” (Mercante, 1905, p. 596). Destaca la degeneración hereditaria
fruto de una raza débil manifiesta en las enfermedades y vicios que posee. El
caso de “D.” es paradigmático del racismo latente en los análisis de Mercante,
influenciado por los supuestos teóricos propios de la criminología de Lombroso,
detalla que el acusado es de “Trentinara, lugar próximo á Salerno, en la
Campania (sur de Italia). Todos sus antepasados nacieron allí (padres,
abuelos). Su tipo es el de un zíngaro y por los caracteres étnicos es fácil
derivarlo de las razas africanas ó asiáticas (árabe) que poblaron un tiempo el
sur de Italia. Nos hemos detenido sobre este factor, porque le creemos
principal causa de la naturaleza anormal de D. y porque explica el grado
latente de ciertos instintos que una circunstancia cualquiera puede rápidamente
convertir en activos” (Mercante, 1905, p. 596). La afirmación de Mercante es
que D. posee instintos criminales propios de su raza.
“J. M.
detenido por robo” es el único caso en el que Mercante considera que el crimen
fue fruto de la influencia del medio ambiente, aunque no deja de remarcar que
la raza fue un factor también importante. Considera que el detenido posee “una
mente rudimentaria por herencia y por adaptación” pero que el crimen no se debe
a elementos hereditarios exclusivamente ya que “No posee estigmas, es un tipo
regular, desarrollado en un ambiente doméstico de buenas costumbres, pero
despótico. El crimen debe atribuirse 1° á la falta de acción escolar; 2° la
falta de compensación equitativa del trabajo (Mercante, 1902a: 410). En todos
expresa la falta de educación escolar como un factor determinante, y da escasa
importancia a la educación familiar como causante del crimen, aún más afirma
que aun con ejemplos virtuosos por parte de los padres las tendencias
criminales propias de la raza, tiende a manifestarse, salvo que la instrucción
escolar las discipline.
El
dispositivo discursivo que ejerce Mercante se caracteriza por presentar la raza
y la ascendencia familiar como sustento de la acción para ligarlo luego con los
rasgos “atávicos” como prueba manifiesta de la degeneración o las tendencias
que conducen a la conducta criminal. Posteriormente describe las influencias
familiares, sociales, como elementos secundarios que actúan como limitaciones
débiles para contener la naturaleza violenta de la raza. En este sentido marca
que la falta o pobre escolarización es un punto esencial para disciplinar las
fuerzas anormales, dándole mayor importancia frente a la familia y la sociedad.
Las descripciones raciales del pedagogo se expresan del siguiente modo. Por ejemplo,
del “procesado G.” dice: “Posee estigmas de degeneración psíquica; un sistema
nervioso débil, siendo un epileptoide. Sus anomalías son de carácter
hereditario: poco debe á los factores social y escolar ingénitamente resistidos
por él” (Mercante, 1902, p. 40). Del detenido J.M. afirma: “carácter tranquilo
y sentimientos humanos de afecto que no pueden confundirse con esos instintos
propios de las bestias. Una mente rudimentaria por herencia y por adaptación”
(Mercante, 1902a, p. 410). De “M. L.” dirá que fruto de su raza “padece de debilidad
orgánica congénita, con afecciones á diferentes órganos. Los antecedentes
hereditarios son malos” (Mercante, 1902a, p. 411). El caso de “D.” es el más
significativo, el cual es descripto por Mercante como un criminal nato debido a
su raza “zíngara” dirá que debe su carácter criminal al “factor antropológico
casi exclusivamente, es decir el espíritu de raza. Dado el espíritu de raza que
en él domina sin modificaciones y la falta de hábito á las costumbres de la
plebe argentina, se explica cómo la fuerza de las circunstancias haya provocado
la actitud enérgica del caso que se trata” (Mercante, 1905, p. 578).
Para
Mercante una prueba de los instintos criminales de las razas a las que
pertenecen los menores encarcelados son los “estigmas atávicos o degenerativos”
manifestados en rasgos fisiológicos. Señala la raza como factor fundamental del
acto delictivo para después describir los rasgos “atávicos” y las enfermedades
que constituyen el estado anormal y patológico del sujeto analizado. Dichos
“estigmas atávicos o degenerativos” son usados como demostración empírica de la
afirmación racial de los instintos criminales, en este caso los rasgos
constituyen siempre un gesto estético para acentuar el carácter monstruoso del
anormal. Observemos los rasgos de los tres detenidos descendientes de
italianos, G. de padre toscano y madre genovesa dirá:
[El detenido G. es] (...) robusto
físicamente, tiene estrabismo muy pronunciado, amnesia, insensibilidad moral y
razón tardía, (...) los centros de la inhibición casi atrofiados. Desarrollo
extraordinario de una nariz delgada y recta; rostro largo, labio inferior
saliente; boca pequeña, dientes grandes, mandíbula inferior avanzada,
prognatismo. Más bien pálido, está propenso á los accesos de sangre y siente
con frecuencia fuertes puntadas en la sien y la vista; algunas veces mareos.
(Mercante, 1902, p. 38)
Sobre el
procesado José. M, de padres piamonteses dirá: “J. M. es de vista penetrante,
ceño notable, frente deprimida, pómulos salientes, muy cargado de hombros,
pecho hundido, linfático, desequilibrio físico, debilidad nerviosa (Mercante,
1902a, p. 411).
Sobre D., nacido Trentinara, resalta no solo sus caracteres
atávicos propios del “zíngaro” sino
también sus “patologías”, describe que sus
rasgos no son propios de un individuo moderno, sino “signos
atávicos” propios
de un “lugar secundario” en la evolución humana.
Ojos redondos y abiertos, cejas muy
arqueadas, mandíbulas inferiores desarrolladas más de lo común; vello sobre el
labio ó prematura aparición del bozo, avance de la boca y nariz hacia arriba,
brazos largos y ventrudo, todo un físico robusto, pero poco perfeccionado. Su
temperamento nervioso no es el de un irascible ó exaltado; los nervios aparecen
más bien tranquilos, y, en su calma, difíciles de perturbar, sin embargo, hemos
notado un movimiento periódico de hombros semejante al tic epiléptico
(Mercante, 1905, p. 596).
De los
detenidos del “tipo criollo” expresa de J. M. “criollo puro, con el corte
fisonómico del indio. Robusto físicamente; estatura inferior á la mediana,
ligero prognatismo y braquicéfalo” (Mercante, 1902a, p. 410). De M.L. “Nariz
aguileña y fina, frontal estrecho, oxicefalia, con la apófisis mastoides muy
desarrollada; labio superior saliente, orejas en asa, cejas poco arqueadas y
unidas, ligero daltonismo” (Mercante, 1902a, p. 411).
Observemos
cómo construye diversos tipos de anormales en relación a los elementos sobre el
monstruo, el incorregible y el masturbador expresado anteriormente,
manifestando como la construcción de la anormalidad, es primeramente
patológica, por medio de la mirada médica, pero articulada con otras
caracterizaciones anteriores y de signo jurídico como es el caso del
incorregible, mitológico en la figura del monstruo y sexual/psicológica en la
del masturbador. Si bien los casos analizados por Mercante son breves y pocos, aun
así, encontramos elementos que, puestos en diálogo con los problemas
epistemológicos y sociopolíticos del contexto del autor, son prolíficos en
tramas a interpretar. En este sentido, la construcción de anormales
monstruosos, incorregibles o masturbadores está presente en los análisis de
Mercante.
En el
caso del detenido G. califica con elementos propios de un monstruo, debido a
una “raza débil” que se manifiesta en una naturaleza enferma del tipo “epileptoide”.
Sobre el “procesado G.” comenta sus manifestaciones violentas y “ataques de
rabia en los que “no sabe lo que hace; padece de alucinaciones nocturnas, en
cuyos momentos lo afecta el ansia de destrozar” (Mercante, 1902, p. 38). La
causa de dichos impulsos violentos se debe a su condición enferma que describe
como “un epileptoide con caracteres muy marcados de debilitamiento psíquico á
punto de podérsele clasificar de inteligencia incoherente” (Mercante, 1902, p. 38).
Una de
las cualidades principales que deshumaniza al monstruo radica en ser incapaz de
emociones, de empatía, de sentimientos. En el caso del detenido G., Mercante
construye la descripción del monstruo minuciosamente a partir de su condición
patológica: “El sistema de órganos, excepto el nervioso débil y anómalo, está
bien constituido. Indudablemente, hay buenos centros de actividad motora, pero
sin las hermosas propiedades que coordinen y regularicen su funcionamiento”
(Mercante, 1902, p. 39). Con estos rasgos hereditarios y fruto de su “raza” el
disciplinamiento de los instintos monstruosos es casi “nula y fracasará siempre
el empeño de modificar los instintos por medio de la educación” (Mercante,
1902, p. 38). La suma de una “raza enferma” con instintos tan potentes que no
pueden educarse, configuran el ideal monstruoso de Mercante que es definido en
el caso de G. como un ser obtuso, insensible, incapaz de percibir sutilezas y
con una incapacidad de sentir “sentimientos humanos”, expresa “La simpatía, el
amor, la bondad, son sentimientos atrofiados; bien marcado el espíritu de
desobediencia. (...) ceguera del raciocinio inmediata á toda impulsión de
carácter epiléptico que en este caso se agrava por una obtusidad de carácter
orgánico” (Mercante, 1902, p. 39). Prosigue construyendo su ideal de
monstruo, causado por la raza y la mala educación a partir de notas estéticas,
en tanto la sutileza, la objetividad y el gusto estético es pensado como un
elemento esencial de la humanidad, negando que los mismos sean una
manifestación cultural y educable, G. es construido por Mercante como un caso
arquetípico de sus prejuicios y supuestos racistas, describe casi repitiendo
los manuales de criminología italiana, las características del procesado.
Cualquier circunstancia puede irritarlo
rápidamente y provocar una impulsión peligrosa de carácter ofensivo. El acto
reflejo de la impulsión se agrava por carecer de centros inhibitorios y
directores. Hay en él idea fija, el ansia de destruir que de latente pasa
rápidamente á ser activa. Hay anomalías en los sentidos, amnesia general,
atención débil y raciocinio atrofiado. Conocimientos rudimentarios. No tiene
pasiones ni emociones. Siempre igual, excepto en el momento de la ira.
(Mercante, 1902, p. 39)
Mercante
dialoga con las ideas de Lombroso al afirmar el carácter hereditario de la
delincuencia y el origen genético de tendencias criminales asentadas en su
procedencia racial, a partir del reconocimiento de ciertos rasgos físicos del
delincuente (estigmas atávicos y degenerativos).Acepta las clasificaciones
sobre los signos atávicos del delincuente pero tiene en cuenta la influencia
del “ambiente” en el desarrollo de la personalidad psicopática, aunque de modo
limitado ya que no estudia factores psicológicos y sociales, y el estudio de
factores culturales está fuertemente ligado a una representación racial de la
cultura. Incluso al hablar de la influencia de las causas no hereditarias
recurre a factores secundarios, como la latitud geográfica, la alimentación o
el clima. Las causas de la enfermedad que se manifiesta en la violencia se concentran
en la raza, los rasgos y la filiación con la familia y la educación, generando
un círculo de retroalimentación sesgado donde la raza es el factor fundamental,
basado en la mención de los rasgos o “estigmas atávicos o degenerativos” como
explicación principal de la anormalidad.
En el
análisis del detenido José. M. procesado por disparo de arma de fuego,
encontramos elementos del incorregible, una figura ya no monstruosa, sino otro
tipo de anormalidad. Este sujeto incorregible, también fruto de una herencia
“enferma” es descrito por Mercante como un “obtuso” que no sabe “leer ni
escribir, no solo significa carecer de un instrumento perfecto para labrar la
conciencia, sino que, hereditariamente, hay centros incompletos desconexionados
de actividad nerviosa, desde que la escuela no tiene atractivos y no se
adquieren ciertas nociones reveladoras de la evolución psíquica normal,
mientras se está sometido á su acción” (Mercante, 1905, p. 596). J.
M. es diagnosticado por Mercante como “un retardado con hipomnesia general
congénita” y vemos como los elementos con los que construye la “pericia” están
relacionados más a una incapacidad “orgánica para el aprendizaje”, lo que
determina su carácter de “incorregible” y del cual expresa: “Es un imbeciloide
con estigmas psíquicos (...) No es un tipo peligroso, pero tiene impulsividad
infantil (Mercante, 1902a, p. 411). En el caso de M. L. Condenado por
homicidio encontramos los elementos anormales propios del “masturbador” la
descripción de Mercante expresa, no un tipo monstruoso o incorregible sino “un
tipo inteligente, pero de carácter débil; temperamento erótico. Sus sueños, muy
frecuentes, son de dos clases: terroríficos y eróticos” (Mercante, V. 1902a, p. 411).
Hemos
mencionado que en el análisis de los casos Mercante pone en tensión dos puntos
que nos parecen importantes, primero, piensa que la causa de la criminalidad
radica en factores internos propios de razas con tendencias violentas o en su
defecto razas inferiores con tendencia a la degeneración, las dos variaciones
se articulan en un mismo diagnóstico, la criminalidad es fruto de un estado
anormal y patológico. Segundo, Mercante postula que la influencia educativa,
tanto del medio social como del familiar resultan insuficientes y que el único
ámbito de disciplinamiento eficiente es el escolar. Sólo la escuela en su
variante positiva puede constituir un ciudadano útil y obediente. Dentro de los
distintos casos que aborda comentamos que el de J. M. es el único donde las
influencias externas son pensadas como factor determinante. “Formado en la casa
de un patrón irascible, muy delicado de que recibía azotes sin protesta (...)
vivió en un ambiente que si rígido no podía ser corruptor” (Mercante, V. 1902a,
p. 39). Observamos en el pedagogo su concepción autoritaria de disciplinamiento
sobre todo en la naturalización del castigo físico como forma de instrucción y
“domesticación”. En cuanto a la ineficiencia de la educación familiar Mercante
afirma que el hogar del procesado es “virtuoso, compuesto de elementos
trabajadores”. Sin embargo, dicho ambiente familiar y social “sin ser malo,
favorecía sus instintos de compadres” (Mercante, V. 1902a, p. 39). Para el
pedagogo, como ya mencionamos, el gran problema del ámbito familiar o del
social es que reproducen los elementos “hereditarios” de la raza.
El
proceso de medicalización de la ciencia argentina y su mirada sobre la sociedad
y sus problemas se configura a partir de una mirada higienista, que busca
imponerse como la única válida y capaz de producir discursos veraces y
prácticas efectivas para pensar y resolver la denominada cuestión social.
Mercante posiciona la tarea escolar como un eje fundamental en el proceso de
sociabilización y resolución de la cuestión social desde supuestos racista y
mecanicista. Postula que la infancia posee una peligrosidad innata fruto de la
raza y de la educación social y familiar que reproduce y alimenta los elementos
“salvajes” y “enfermos” de la “impulsividad infantil”. Expresa dos
posibilidades de criminalidad infantil: la de las razas naturalmente criminales
y la de la criminalidad producida por razas débiles que manifiestan
degeneraciones biológicas. De igual modo, Mercante afirma que la criminalidad
infantil es una manifestación patológica que aún en los casos más “monstruosos”
puede ser matizada por la educación. El posicionamiento cientificista del
pedagogo desarticula los factores políticos, sociales e históricos del fenómeno
de la criminalidad infantil, a la vez que realiza un esfuerzo por reducir lo
investigado a los elementos “medibles” como es el caso de los “estigmas
atávicos y degenerativos”, desvalorizando permanentemente las condiciones del
medio ambiente y su incidencia, excepto en un solo caso donde el crimen es un
robo. Tal como afirma Canguilhem la mirada médica deshumaniza la enfermedad,
del mismo modo, Mercante delimita los casos como manifestaciones del mismo
problema, la cuestión social, constituida por una multiplicidad de elementos
“salvajes” que deben ser disciplinados o articulados en un modelo de ciudadanía
único, obediente y funcional. La escuela cumple para el pedagogo este rol
intermedio entre la familia y el Estado, es el espacio de disciplinamiento y
control de los cuerpos y las fuerzas. Para Mercante la escuela permite matizar
y organizar todas las fuerzas “anormales” para ponerlas a disposición del poder
estatal. Así la escuela es pensada como lo opuesto a la familia, en tanto lo
familiar es un ámbito aún “natural” y compuesto por conocimientos “metafísicos”
y “teológicos”, en tanto la escuela como máquina de educar posibilita el
accionar de la “ciencia” en la construcción de la población.
Pero
además de su sesgo racista y positivista (que no es exclusivo de Mercante) el
pedagogo produce dos aportes significativos con respecto a la discursividad
normalista argentina de la época. En primer lugar, genera una tensión contra
una discursividad pedagógica que utiliza las afirmaciones científicas de forma
retórica, pero sin rigurosidad científica (es decir sin producir datos
empíricos construidos con los métodos acordados por la comunidad científica
local). Mercante construye sus propios datos, hace sus propias investigaciones,
por ello produce un lugar de enunciación científico para dar cuenta de las
funciones política y pedagógica de la educación (si bien no es el único por
ejemplo podemos referenciar a Rodolfo Senet o José Ramos Mejía entre otros
científicos de la educación). Mercante se destaca por argumentar sus ideas
siguiendo el método inductivo y con una clara conciencia epistemológica y
metodológica de los procederes científicos de la época, sobre todo del método
inductivo. Prueba de su lugar de enunciación científico es la circulación y
publicación de sus escritos, por ejemplo, los informes sobre “criminalidad
infantil” son publicados en la Revista Archivos de Psiquiatría y
criminología, dirigido y publicado por reconocidos y distinguidos
científicos nacional que dialogan en una comunidad internacional como son
Francisco de Venga o José Ingenieros, entre otros y otras.
En
segundo lugar, Mercante es uno de los primeros en ocuparse por construir una
ciencia específica que tenga como objeto de estudio la infancia, como es el
caso de la paidología, y de igual modo uno de los primeros en poner en
discusión científica la “naturaleza” infantil en la educación local. Con sus
trabajos no ceso de producir datos y argumentaciones en torno a la infancia, su
educación y su “naturaleza”. Esta trama discursiva se manifiesta desde su
graduación en el Normal de Paraná y sus primeras experiencias científicas en
San Juan hasta la dirección de la Sección de Pedagogía en la Universidad de La
Plata. En este sentido, resulta muy prolífico seguir investigando la producción
científica pedagógica de este normalista.
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gráficos Juan Perotti.
Visaguirre,
L. (2019). “La escuela estatal un dispositivo para crear almas nacionales Las
tramas anatomopolíticas y biopolíticas entre Estado y educación en la Argentina
de fines del siglo XIX y principio del siglo XX”, Algarrobo-MEL. Vol. 8. Facultad de Ciencias Políticas y Sociales.
Universidad Nacional de Cuyo. pp. 1-15. https://revistas.uncu.edu.ar/ojs3/index.php/mel/article/view/2621/2060
Visaguirre,
L. (2023), Autoritarios, Taxonomistas, Emancipadores: Una crítica
epistemológica a las pedagogías argentinas de principio del siglo XX. Buenos
Aires: FEPAI. En: http://bibliotecafepai.fepai.org.ar/Libros/Historia/Visaguirre%20completo.pdf
Zapiola, M.
C. (2018). “Estado e infancia en Argentina: reflexiones sobre un recorrido
historiográfico” en: Lionetti, L.; Cosse, I. y Zapiola, M. C. (Comps) (2018), La historia de las infancias en América
Latina. Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires.
[1] Este artículo recupera, amplifica y dialoga con una línea de
trabajo que lleva varios años y que ha nutrido una serie de publicaciones, el
libro: Autoritarios, Taxonomistas, Emancipadores: Una crítica epistemológica
a las pedagogías argentinas de principio del siglo XX. FEPAI, Buenos Aires;
Año: 2023. El artículo: “La escuela estatal un dispositivo para crear almas
nacionales Las tramas anatomopolíticas y biopolíticas entre Estado y educación
en la Argentina de fines del siglo XIX y principio del siglo XX”.
Algarrobo-MEL; Lugar: Guaymallén; Año: 2019 vol. 8 p. 1 - 15. Y el capítulo de
libro en colaboración con la Dra. Alejandra Gabriele: “Dinámicas científicas
institucionales en Archivos de Psiquiatría y Criminología y Archivos de
Pedagogía. Configuración de un positivismo argentino entre las direcciones de
José Ingenieros y Víctor Mercante”. En Biagini, Hugo y Herrero Alejandro (2023)
José Ingenieros ante su centenario. Lugar: Buenos Aires; Año: 2023 (En
prensa). En ella se ha desarrollado desde un abordaje epistemológico crítico
las tramas discursivas en torno a la educación, la escuela, el estado y la
ciudadanía en tensión por el horizonte histórico que las provoca.
[2] Víctor Mercante nació en Merlo en la Provincia de Buenos Aires,
hijo de agricultores italianos fue criado humildemente en un ambiente bucólico
en Italia, debido al regreso familiar a causa de dificultades económicas en
Argentina. Regresa a la Argentina en 1880 y en sus estudios es influenciado por
el pedagogo ítalo-argentino Bernardo Moretti quien fuese su maestro de primaria
en Merlo, para conseguir una beca de estudios en la Escuela Normal de Paraná.
Ya recibido en 1890 viaja a San Juan donde trabaja por cuatro años ejerciendo
distintos cargos, no solo como docente sino también como diputado en la
legislatura provincial. En dicho periodo publica el libro “Museos escolares
argentinos y la escuela moderna” (1893) que refleja el influjo que deja en él
Florentino Ameghino y su posicionamiento pedagógico positivista manifiesto en
la función que da el conocido naturalista a los museos escolares como centros
de aprendizaje. En 1894 es nombrado director del colegio Normal de Mercedes en
Buenos Aires. Dirigió la escuela durante doce años (1894 - 1906) e hizo de sus
aulas un laboratorio de psicología y pedagogía experimental en permanente
funcionamiento. Impulsor de la escuela positiva lombrosiana en Argentina
realizó diversas prácticas biometristas para abordar las características
psicológicas de la infancia, la psicofisiología, la criminalidad infantil, la
aptitud matemática y los tiempos de respuesta intelectual de los niños y niñas.
Fue influenciado en sus lecturas por la escuela de criminología italiana y
francesa, así como por psicólogos experimentales, (Lombroso, Marro, Ferri,
Morselli, Roncoroni, Morel, Lacassagne, Sergi, Fechnel, Wundt).
[3] Fundada en 1876 y actualmente activa como la unidad número 5 del
servicio penitenciario bonaerense.
[4] Para profundizar en la idea de representación de la infancia
recomiendo leer las investigaciones transdisciplinares producidas por la Red
Estudios de Historia de las Infancias en América Latina (REHIAL).
Principalmente el texto “De la historia
de la infancia a la historia del niño como representación” de Beatriz
Alcubierre Moya publicado en Lucía Lionetti; Isabella Cosse; María Carolina
Zapiola (Comps.). 2018. La historia de
las infancias en América Latina. Tandil: Universidad Nacional del Centro de
la Provincia de Buenos Aires. La autora mexicana reflexiona epistemológicamente
sobre la construcción de la infancia como objeto de estudio de la
historiografía tradicional y habilita una torsión disciplinar que se desarrolla
en los trabajos sobre la infancia desde una perspectiva historiográfica que da
cuenta de la construcción de la infancia como objeto de estudio de una mirada
adultocéntrica sobre las representaciones en torno a los niños/as y no de una
historia sobre la propia niñez, que queda velada por los discursos y
estrategias de los adultos.
[5] Gioirgio Agamben en Infancia
e historia (2007) explica cómo la infancia funciona también como un
dispositivo para mostrar la discontinuidad entre lenguaje y discurso, entre un
hablar sin sentido y sin historia y un decir ligado al concepto y a la
historia.
[6] Respetaremos la ortografía y la gramática original de los escritos
del autor.
[7] Mercante se preocupa desde sus primeros años como normalista en San
Juan en el estudio positivista de la infancia, un trabajo continuo que confluye
en la creación de una nueva ciencia dedicada exclusivamente al estudio
psicológico experimental de la infancia al que denominó paidología.
[8] Por los límites propios de este artículo no hemos desarrollado las
ideas de minoridad, de infancia peligrosa y de estrategias
policiales/judiciales del Estado que serán material para un artículo futuro, de
igual modo para estos temas recomendamos los trabajos de Freidenraij, Claudia
(2016). Intervenciones policiales sobre
la infancia urbana. Ciudad de Buenos Aires, 1885-1920. Revista Historia y
Justicia, (6) 164-197. Freidenraij, Claudia. (2016). La misión tutelar de la policía. Asilos seccionales para niños pobres,
abandonados y 'viciosos'. Buenos Aires, principios del siglo XX. Anuario
del IEHS, (31 (2)) 33-56. Freidenraij, Claudia. (2017). Legiones de pequeños criminales. Percepciones y debates sobre la
delincuencia precoz en Buenos Aires, 1890-1920. Claves. Revista de
Historia, Vol. 3, No 4 135-163. Montevideo, Enero-Junio 2017. También: Zapiola,
María Carolina. (2019). Excluidos de la
niñez: menores, tutela estatal e instituciones de reforma: Buenos Aires,
1890-1930 / María Carolina Zapiola. - 1a ed. - Los Polvorines: Universidad
Nacional de General Sarmiento.
[9] Sobre la pretensión de cientificidad de los normalistas argentinos
ver: Herrero, Alejandro. (2014). La
escuela normal y la voluntad científica de los nuevos educadores (Argentina,
1880-1900). Revista Perspectivas Metodológicas; Lugar: Remedios de
Escalada- Buenos Aires; Año: 2014 vol. 14 p. 25 - 47.
[10] El tema de la cuestión social en la Argentina ha sido
prolíficamente abordado, podemos mencionar entre los trabajos más destacados:
Zimmermann, Eduardo. (1994). Los
liberales reformistas. La cuestión social en la Argentina 1890-1916. Buenos
Aires: Editorial Sudamericana. Suriano, Juan. (2000). La cuestión social en Argentina: 1870-1943. Buenos Aires: La
Colmena/Grupo de Trabajo Movimiento Obrero y Sectores Populares. Vallone,
Silvana. (2009). Los peligros del orden.
El discurso positivista en la trama del control social. Mendoza: Editorial
de la Universidad Nacional de Cuyo. Por cuestiones de longitud del artículo
estos temas serán desarrollados en un artículo futuro.
[11] Recordemos que la epilepsia era signo de criminalidad para Lombroso,
señalada como la enfermedad fundamental de la que derivan muchos actos
delictivos. El delincuente epiléptico es representado por Lomboros como un
individuo que sufre de epilepsia y comete delitos a causa de esta enfermedad.
Generalmente son delitos violentos. Una característica de estos delincuentes es
que siempre utilizan armas blancas para cometer delitos (Lombroso, C. 1897). El
mismo Mercante afirma que “La epilepsia, común en caracteres taciturnos,
tranquilos, serios e inalterables, se revela de muchas maneras, desde la
convulsiva hasta la de una impulsión criminosa, desde la espasmódica hasta la
de una impulsión genial” (Mercante, V. 1905).