Saberes y prácticas. Revista de Filosofía y Educación / ISSN 2525-2089
Vol. 7 N° 2 (2022) / Sección Dossier / pp. 1-10 /
Centro de Investigaciones Interdisciplinarias de Filosofía en la Escuela (CIIFE),
Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Cuyo, Argentina.
revistasaberesypracticas@ffyl.uncu.edu.ar / saberesypracticas.uncu.edu.ar
Recibido: 16/11/2022 Aceptado: 30/12/2022
DOI: https://doi.org/10.48162/rev.36.076
Biographical Archeologies: Research-Promises in the Light
of Agential Realism and Other Agencies
María Marta Yedaide
Facultad de Humanidades, Universidad
Nacional de Mar del Plata, Argentina
myedaide@gmail.com
Resumen.
El texto que sigue compendia reflexiones alrededor de lo educativo y lo
pedagógico a propósito de procesos y proyectos de investigación en curso del
Grupo de Investigación en Escenarios y Subjetividades Educativas (GIESE) de la
Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Mar del Plata. En los
protocolos de la investigación académica este manuscrito puede inscribirse en
el género “artículo” a condición de que se conciba en el marco de una
etnografía previa de larga duración, lo que supone un conjunto de
conversaciones en las cuales varias corrientes “teóricas” y experiencias de
trabajo de campo intra-actúan—para codificarlo en términos realista-agenciales—en
pos de producir relatos que puedan conmover o inspirar otras búsquedas. El
artículo utiliza la imagen de la canción para proponer una inmersión en lo que
se acuña contingente y provisoriamente como “arqueologías biográficas”, con el
fin de estimular la imaginación respecto ciertos modos alternados y alterados de
performar la investigación educativa. Este
movimiento podría colaborar, anhelo, con una producción responsable del
presente.
Palabras
clave. arqueologías biográficas, investigación educativa, realismo agencial.
Abstract.
The text compiles some reflections upon education and pedagogy which have
been nurtured in current research projects of the Research Group on Educational
Scenarios and Subjectivities (GIESE) of the Faculty of Humanities of the
National University of Mar del Plata. According to scientific standards, it
could be typified as an article, provided it acknowledges the value of
long-term previous ethnography. This implies that the discussion of theoretical
materials comes alongside with fieldwork in intra-action—to use the terms of
agential realism—in order to produce narratives that may affect or inspire
other pursuits. The text resorts to the
image of songs to present an argument in favor of ‘biographical archaeologies’—a
phrase coined to trigger imagination as to alternative means of performing
educational research. Such movement may contribute, hopefully, to the
responsible production of the present.
Keywords.
Biographical Archelogies; Educational Research; Agential Realism.
Hace unos meses recibí un regalo de
un colega: un libro con un capítulo suyo. “Leelo”, me dijo, “Tiene mucho de
vos”. Poco encontré, a decir verdad, de eso que prometía. Era la historia de su
vida, de la trama familiar en la que se había compuesto, los amarres y anclajes
que estos le suponían aún hoy como investigador. Si bien comencé a leer con
mucha avidez—casi automáticamente urgida por la promesa de encontrarme—a los
pocos párrafos me perdí. Me desorienté, pero sin ninguna ansiedad ni temores,
incluso ingresando en una frecuencia familiar pero a la vez alternativa que me
condujo de la mano a una suerte de epifanía. (Ay, las epifanías. Tengo una
anécdota con una amiga al respecto). No sabría cómo nombrar de otro modo a este
instante en que percibo, sé con certeza letal, que comprendo, aun cuando no
tengo capacidad de explicarme—especialmente cuando no tengo capacidad de
explicarme, al menos no inmediatamente. Algo acontece, hiere, se presenta.
Luego, a veces, llegan torpes y a cuentagotas las palabras.
¿Cómo pude haber trabajado tanto
tiempo junto a este amigo prescindiendo de esta información? ¿Cuántas cosas
dije de más, ignorando la singular composición de su punto de vista, su escala
de sensibilidad, sus colores? Me sentí profundamente ingenua y a la vez
autoritaria: había sobre-escrito sus aportes desde mis propias creencias, mis
estándares, los juicios que se me encaraman inevitablemente en el mirar.
Ahí, recién ahí, entendí el sentido
de lo biográfico-narrativo. Hacía años que escribía sobre ello.
Decido comenzar el ensayo con un relato
autobiográfico y apelaré al mismo recurso en otro momento del texto. La
decisión no es ingenua, y quedará suficientemente custodiada, espero, por un
conjunto de tesis ontológicas, epistemológicas y metodológicas, además de una
postura ética—siempre en (des)composición—que lo sustenta todo. Las discusiones
se proponen alrededor de lo que en algún momento abordé como el enfoque
biográfico-narrativo (Bolívar, 2002; Bolívar, Domingo & Fernández Cruz,
2001), y al cual abracé como inicial “ablande” de otros modos de performar la
investigación que me resultaban sospechosos. Recuerdo mis primeros
acercamientos a la investigación que hoy llamaría clásica o tradicional, y lo
curioso que me resultaba el aparente debido respeto a ciertos tecnicismos que
se afanaban por una profilaxis ridícula—especialmente convenciones tales como
identificar variables dependientes e independientes, como si realmente algo de
todo eso pudiera dejarse fijo o quieto, o se comportara de modo higiénico.
El enfoque biográfico narrativo se
presentaba, en ese entonces, como un desplazamiento epistemológico, relacionado
con los modos de producir conocimiento, de forma que—de la mano de las
definiciones de Bruner (en Bolívar, 2002)— no destronaba las lógicas cientificistas
sino que las complementaba. En la línea de la Escuela de Chicago y bajo el
influjo los giros hermenéuticos y lingüístico, este enfoque prometía una
metodología particular para la complejidad de la experiencia humana. Entiendo
hoy que se disputaba primariamente esa profilaxis que mencioné, aunque con
limitaciones: las investigaciones trabajaban con los relatos de las personas y
sus vidas, pero el investigador (Hombre en cada enunciación) podía todavía
abstraerse en el refugio de la objetividad, y el trabajo con los “datos
recogidos” seguía respondiendo a lógicas de construcción de categorías bajo
consignas de representatividad y ambiciones de generalización. Si bien utilizo
el tiempo pasado para referirme a estas condiciones en que se performaba la
investigación en mis contextos de trabajo hace una década, estoy completamente
consciente de la vigencia de dichas prácticas en muchos procesos y proyectos, en
mi propia universidad, en este país y en el mundo. Hoy algunos coincidimos, en
cambio, en pensar que la objetividad es una quimera, un invento que oscila
entre lo obscenamente ingenuo y lo políticamente peligroso (Yedaide y Porta, 2020).
También sostenemos que los parámetros que signaron—y signan—la validez de la
investigación constituyen un régimen de control moderno-colonial también
difícilmente sostenible desde perspectivas que atienden a la historia y a la
miríada de opciones cosmogónicas hoy desplegadas y visibles en el planeta
(Denzin & Lincoln, 2011; Smith, 1999, 2005; Yedaide, Porta & Ramallo,
2021).
Imagino que ya no resulta extraña, a la luz
de estas anticipaciones y su desarrollo en los próximos apartados, mi escritura
en primera persona del singular y del plural. Hay mucho más en juego allí que
consideraciones respecto de la implicación (Souto, 2014). Hay una subversión
ontológica o, como invita a pensar Karen Barad (2007), un posicionamiento
ético-onto-epistémico. Lo que rige así
es la ética, entendida como la inevitable elección de ciertas prioridades y
sincerada, entonces, como una inclinación o preferencia hacia ciertas formas o
ciertos “cortes”. Esta elección a su vez conlleva el abrazo a un modo
particular de cartografiar lo que existe—de allí el arrastre a lo
ontológico—nunca ingenuamente relativista sino entre las libertades que nos
procuran los gestos propios y las estructuras que gestan nuestras inevitables—e
indispensables—miopías. Se trata en definitiva de un modo peculiar de poetizar (volveré
aquí al explayarme sobre mi canción) respecto de aquello que acontece y suscita
nuestra atención o se obstina a nuestra consciencia. Entiendo a la postura
ontológica también como una leve inclinación en el concierto de las matrices
condicionantes de mi punto de vista. Lo epistémico, de esta forma, se vuelve
casi resultante de las decisiones—tanto las que asumo como agente como aquellas
que me pre-escriben y matrician. Producir conocimiento desde la universidad en
estas coordenadas me pone en situación de decidir para qué y a favor de quién o
quiénes, más que blindar la torre de cristal que la ciencia ha tratado de hacer
perpetuar en la academia. Si la investigación educativa no es exo-solidaria
(Hester, 2018), no entiendo muy bien cómo saldar la responsabilidad de trabajar
en una universidad pública.
Hacer investigación biográfico-narrativa hoy
no supone necesariamente este posicionamiento mío—que además de la marca
evidente de lo descolonial y la criticalidad también marida con lo queer, lo
posthumanista, los vitalismos y muchas formas de materialismos, feminismos y
fenomenologías. Algunas expresiones de lo biográfico-narrativo, de hecho, me
convocan poco, especialmente cuando menos se exigen ética y políticamente.
Entiendo que la vida social es profundamente pedagógica, y que las
instituciones escolares—incluyendo la universidad y la academia—son muy
educativas especialmente cuando no se lo proponen –acá dejo a la vista la
profunda y evidente influencia de Philip Jackson (1968), Pierre Bourdieu (1999,
2003, 2008), académicos de la Escuela de Frankfurt y las pedagogías críticas
(inventariadas en Giroux, 1983), especialmente, en mi punto de vista. Hacer/ser
investigación (Ramallo, 2021) compone realidad, y yo prefiero constelar entre
las fuerzas que se empeñan por batallar contra las indignidades y dolores
contemporáneos—y no me refiero a cuestiones que puedo abstraer de mí en un
movimiento de sesgo salvacionista-colonial, sino a aquellas soberanías que personalmente me faltan y las
incomodidades que particularmente me afectan.
Lo auto-etnográfico, por su parte, me atrae
un poco más. Si bien presenta zonas de total confluencia con lo
biográfico-narrativo, entiendo que ontológicamente se desamarra de la mirada
moderno-colonial de la narrativa como modo alternativo de conocer. En la
historia de mi propio devenir como investigadora, he leído producciones que re-instituyen
esa original definición de Jerome Bruner respecto de los dos modos de
conocer—la que deja a la narrativa como una vía no científica de acercarse a la
experiencia vital (Bruner, 1986). Como he ya expuesto en muchas ocasiones,
entiendo que Bruner deshace esta distinción en La fábrica de historias fundamentalmente (Bruner, 2003)—y además en
algunos fragmentos de otras obras suyas anteriores (Bruner, 1986, 1991)—aunque
nunca hace explícito el salto de lo epistemológico a lo ontológico. La decisión
de Karen Barad de mostrar este mismo movimiento desde el dominio de las
condiciones de producción de los conocimientos a la disputa por aquello que
comprendemos como realidad respecto del trabajo de Niels Bohr es, entiendo, inspiradora
para el caso de Bruner y me invita a performar yo misma ese salto. Desde
Lyotard (1979) y su tesis respecto de la ciencia como un tipo de narrativa, no
me ha quedado muy claro qué podría ser la investigación por fuera de unos
acontecimientos discursivos (y no discursivos, en continuidad materio semiótica): ¿Cómo podría
la ciencia prescindir de las matrices interpretantes de su tiempo, como han
expuesto, entre otros, Edgardo Lander (2001), Santiago Castro-Gómez (2005) o
incluso mucho antes gentes muy modernas como Thomas Kuhn (1969)—por mencionar
sólo algunos “famosos”? ¿Cómo haría la ciencia para evadir al poder que
atraviesa las instituciones—esa tesis que aportes tan variopintos como los de
Pierre Bourdieu, Michell Foucault y los feminismos críticos han hecho tan
creíbles que son prácticamente incontestables hoy? ¿Qué otra historia de la
modernidad parece más verosímil que la invención del testigo modesto (Haraway, 1997)?
Si bien la postura ontológica que aquí adopto no brinda garantías de Verdad
sino de aseveraciones performativas—a modo de acontecimientos suscitados por la
voluntad pero puestos a intra-accionar con otras fuerzas (actancias) con igual vocación
configurante (Barad, 2007)—me inclino a decir que nuestras cartografías
topológico-relacionales (Rolnik, 2019) en la actualidad nos han ido habituando ya
a componer formas al calor de estas influencias.
Y entonces lo auto-etnográfico aparece como
aquello que no abandona lo literario pero tampoco lo científico. Escapando de
los polos entre los cuales oscilan las tradiciones biográfico-narrativas que
conozco—es decir entre aquello de valor estético, personal, anclado en la
experiencia privada e íntima, por un lado, y el relato como testimonio de lo
general, por otro—lo auto-etnográfico abraza lo mejor de ambos mundos
(Richardson, 2005). Me gusta su rebeldía para trenzar lo académico y lo
biográfico sin que se desconozcan ni se alienen; me entusiasma pensar que un
viaje puede devenir una profunda reflexión respecto de lo que conocemos y cómo
lo conocemos—como en Travels with Ernest
(Richardson & St. Pierre, 2005)—y que experimentar la erótica puede ser
fuente de comprensiones fecundas e inspiradoras (Blázquez, 2020). Entiendo que
andamos necesitados de algunos sacudones, y que la vida personal enviste de
potencia y valor a lo común; la narrativa en capas de Carol Rambo Ronai me lo
ha enseñado todo a este respecto (Ronai, 2019). He comenzado a pensar en la
teoría como una canción, un modo de decir lo que se vive en el incesante continuum de lo personal y lo colectivo
que expresa con justicia lo que gusta, lo que se necesita oír, lo que inspira.
Hay canciones bellas, ciertas e importantes pero no hay una Canción, una sola,
que tenga las respuestas; no habría razón para dejar de escribirlas y
escucharlas, así como no debemos dejar de hacer investigación educativa sólo
porque no vayamos a “descubrir” una Verdad.
Desde aquí, entonces, lo que sigue.
Quedará de manifiesto a esta altura del
texto, espero, que no confío en las respuestas únicas. De hecho, y de la mano
de lo descolonial y lo queer, entiendo a esta obsesión con la unicidad
como una marca propia de este tiempo—una prima hermana de lo Absoluto y los
enteros que este mismo tiempo también está desafiando. Co-evolucionismos,
inter-especismos, transfecciones, promiscuidades, enredos. Lecturas de Galcerán
Huguet (2010), Mignolo (1999), Haraway (2017), Barad (2007), Braidotti (2015),
Preciado (2008), Ramallo (2021), aleatoriamente tomadas de un listado tan
incoherente y disperso como interminable. Prefiero las contradicciones y las
inconsistencias a esa fe ciega tan propensa a los fundamentalismos con la que
me crié en la infancia, en dictadura en la Argentina. Esa misma que traza una
trayectoria obstinada desde la certeza al autoritarismo.
Estamos de mudanza, creo. Al menos para algunes
de nosotres[1], las
expectativas respecto de qué es tener una buena vida se van tornando arcaicas
(Berlant, 2020). Estamos perturbados, alterados, frente a la colisión entre
planos de nuestra existencia que no se reconcilian (Rolnik, 2019). Algunes,
como Helen Hester, sueñan con nuevas hegemonías más justas. Otres deseamos que
se vuelva habitual escuchar otras canciones, que el cambio y la no permanencia
garanticen las alter(n)ancias que escapan a las posiciones sociales fijas, a
que sean siempre las mismas gentes quienes quedan incesablemente marcadas en el
entramado perverso de la estigmatización
y la precariedad.
Nos acercamos—uso ahora el plural para
aludir al yo que no puede recortarse de sus colegas y lecturas porque me llevan
de la mano, en andas, abrazada—a la investigación con estas predilecciones
ontológicas, éticas, metodológicas y epistemológicas con un conjunto de tesis
también. Se trata de una colección de verdades provisorias, contingentes,
biográficas, sociohistóricas, falibles, inspiradoras, erotizantes y estimulantes.
Las hemos ido soltando en relatos—artículos, clases, charlas académicas y conversaciones
en la intimidad de un hogar, al calor de una tarta de zapallitos recién
preparada, unas copas de vino mientras sin zapatos quedamos desparramados sobre
un sillón o metemos los pies al agua. Ya no logro distinguir, afortunadamente,
la amistad de la vida académica ni el ocio del trabajo de investigar(me/nos).
Es que, precisamente, la tesis fundamental
que hoy me tiene seducida es el enredo. Aquello que Karen Barad describe como entanglement (Barad, 2007) y que captura
en mi imaginario la postura ontológica que alberga amorosamente todo lo demás
que prefiero. Me refiero a mi interés ya antiguo de posar la mirada en el
cotidiano y entender lo pedagógico como una actitud para demorarse en la
experiencia vital completa, donde sin cesar nos (des) educamos (Yedaide, 2021).
También a mi más reciente predilección por desorientarme (Ahmed, 2019) y
sostenerme en la inquietud de lo relativamente desconocido –lo aún no tan mapeado
(Rolnik, 2019).
Lo enredado no supone la evasión de las
formas; lo ininteligible sigue quedando lindero a la locura o la imposibilidad
(Angenot, 2012; Grimson, 2013). Evadir las formas es simplemente inviable, lo
cual implica que los enredos no pueden evitar gestar acontecimientos que en su
iteración generan aquello a lo que solemos apegarnos como “la realidad”. Karen
Barad lanza al universo una canción al respecto—de hecho, aunque la imagen de
la canción es mía acá, Barad inicia su libro con un poema que captura el alma
de sus tesis. Su canción está escrita también en lenguaje científico, en la
tradición de la física cuántica, con su inclinación a la experimentación
incluso. Desde allí propone la constante intra-acción de fuerzas que devienen
acontecimientos, que performan cortes.
Entre la postura de Barad y las
solidaridades que directa e indirectamente establece con las posiciones de
Donna Haraway y de Sarah Ahmed, aquí particularmente me propongo pensar en las
formas en que nos hemos habituado a vivir la pedagogía—incluyendo nuestros
hábitos, es decir, nuestros conceptos, palabras y otros actos o enactuaciones –
y en la conveniencia de sostener estos cortes. En otras palabras, me estimula
reconocer las formas a las que me/nos hemos habituado, sus genealogías y los
efectos que tales distinciones producen, mientras me pregunto si deseo
afiliarme a ellas.
Trataré de componer esta
canción mía también
con ejemplos. Según mis convicciones actuales—las formas
que decido ética,
ontológica y epistemológicamente sostener en el mientras
tanto de mi
performar-me investigación en la universidad—las palabras
“pedagogía”,
“educación”, “formación docente”
e “investigación”, entre miles que podría
nombrar, son hábitos, es decir, formas que como producto de su
iteración se han
instituido como orientaciones para habitar el ambiente social que
integro. Vengo
disputando su carga semántica desde siempre, inspirada por la
criticalidad y la
potencia de la agencia (Foucault, 2003; Kincheloe, 2008), las
políticas del
nombrar (Walsh, 2011) y, en mis oportunas palabras, esa tan frecuente
autorización que las personas nos damos de auto-arrogarnos
potestad epistémica
(Yedaide, 2017). Entiendo que, como escribe Ahmed, el tránsito
asiduo por esta
des-institucionalización—que promuevo y vivo pero de
ninguna manera me
pertenece—va configurando no simplemente reacciones o
desplazamientos de lo
antes incuestionable sino, incluso, horizontes fecundos para la
imaginación y
la invención de otros mundos. A veces, curiosamente, esos otros
mundos ya
pulsan y laten fuera de la academia—tal vez impulsan justamente
las
destituciones, aunque en el ánimo de los enredos las
reciprocidades desafían
cualquier intento de mapear las cadenas de causalidad o influencia. Lo
que
parece interesante, en todo caso, es la mutación que resulta de
la convergencia
de aconteceres que desestabilizan las significaciones, promoviendo
otras
imaginerías o racionalidades alternativas a lo
habitual/habituado. Las
perspectivas son prometedoras porque, como decía, las canciones
surgen de una
profunda tristeza con las cosas tal como son hoy.
Enredos y formas, entonces, incuestionables.
Estas últimas, no obstante, maleables al perpetuo devenir; pueden, además y por
relaciones aleatorias o suma de voluntades, alterarse. De allí el interés en la
arqueología biográfica—esta tecnología que vamos acuñando en pos de reconocer
las distinciones antes de definir qué deseamos interrumpir.
Pensamos por primera vez en las arqueologías
biográficas de cara a lo prácticamente inasible. Varias de las investigaciones
en curso en el Grupo que conformamos se detienen en las sensibilidades, las
propiocepciones, la micro-gestualidad y los modos en que los afectos y
emociones vienen siendo interpretados por seres-cuerpo criados en
ambientes-territorios matriciados. Entendemos que cada acontecimiento, cada
performación, pone en juego hábitos incorporados—encuerpados, mejor—que
participan fecundando la trama de fuerzas que intra-actúan para la producción
del presente. Resueno en este punto con Lauren Berlant (2020) y su invitación a
inspeccionar el sensorio histórico que hace que el tiempo presente se nos
imponga incesantemente a la conciencia y, entonces, me pregunto con otras
respecto de lo que puede ponernos en contacto con estos conocimientos
importantes e influyentes pero frecuentemente silenciosos.
Y así, en momentos de experimentación que no
reconocieron fronteras habituales entre trabajo y ocio, amistad y mentoría, lo
personal y lo común, la vida corriente y el proceso de tesis, acuñamos la frase
que nos congrega en la posibilidad de registrar las relaciones o asociaciones
de ciertos sentires, algunos gestos y posturas en su primer acontecer
recordado. Si bien la intención no es novedosa—muchas terapias se basan en
estas recapitulaciones—el desafío ha sido el reconocimiento de lo sutil y cómo
esto da cuenta de las educaciones casi imperceptibles hemos ido construyendo
cotidianamente y que se nos han encaramado como hábitos, edificando los muros
de los hábitats que desde entonces sirven de orientación en nuestras vidas. Las
teorías de los afectos nos han propuesto pensar lo emocional como cuestiones
también sociales y aprendidas, más allá de la imagen de lo espontáneo, natural
y reactivo (Cuello, 2019). La fenomenología queer, por su parte, nos
invita a pensar en los apegos a lo habitual y las inversiones indispensables
del ser que se nos exigen ante la desorientación respecto de ellos (Ahmed,
2019). Pero, ¿cómo perdernos de algo que no reconocemos? ¿Cómo extrañarnos de
aquello aprendido con la fuerza brutal de la emoción para revisar si todavía
deseamos performarnos en esos mismos sentidos?
Las arqueologías biográficas podrían ser
esas indagaciones introspectivas, de registros corporales y sensibles, que nos
habilitaran lecturas de comienzos, de iteraciones, de educaciones importantes
que constituyen hoy la inevitable miopía desde la cual somos/investigamos.
Comprenderlas como hábitos borra también el corte entre el pasado y el presente,
regalándonos una radiografía de nuestras disposiciones encuerpadas para
intra-actuar en el mundo. Una vez que acordamos que aún inasibles, casi
imperceptibles, estos aprendizajes incorporados son, no obstante, influyentes,
el trabajo de seguir las pistas podría enseñarnos—es decir, liberarnos de la
naturalidad de nuestras relaciones con ellos.
El realismo agencial ha sido para mí
particularmente liberador, casi tanto como la fenomenología queer. El
primero propone una mirada socio histórica de los cortes, situando en la
génesis de las diferencias su razón de ser, de otro modo aleatoria y
arbitraria. Cada corte tuvo su inicio y—lo que importa más aún—las condiciones
que impulsaron su iteración hasta naturalizarlo y convertirlo en hábito.
Indagar en estas historias nos recuerda que el desmantelamiento de “algo” no es
imposible pero tampoco razonable si dichas condiciones socio-históricas siguen
vigentes. La imagen del hábito hace esperanzadora la tarea, puesto que aquello
que hemos aprendido—a lo que nos hemos habituado—puede discontinuarse. Podemos
deshabituarnos—lo cual implica en un punto deshabitarnos momentánea y
parcialmente. Este movimiento será, no obstante, productivo de otro presente en
la medida en que logremos sinergias con otras actancias y los nuevos senderos
se vayan transformando en rutas transitables, opciones disponibles. La
evidencia de esta posibilidad es abrumadora en este tiempo convulsionado que
vivimos; basta detenerse en el corte más inspeccionado en los últimos años,
aquel que reza “hombre y mujer”, para comprender a la vez la relativa
arbitrariedad de la diferencia, su razón histórica y los modos en que se nos ha
encaramado en la vida social al punto de seguir estando performado, aún por quienes
lo cuestionamos y nos rebelamos allí donde podemos reconocerlo.
Educarnos podría ser entonces recuperar las
historias que nos hacen, valorar esos cortes primigenios a la luz de nuestras
vocaciones presentes, deshabituarnos todo lo necesario y esperar con humildad
la concurrencia de otras actancias que desaprendan y aprendan en el mismo
sentido. Nada monumental, todo minúsculo pero todavía valioso, quizá incluso indispensable.
La humildad post-humanista que destila—o
desearía que destile—la aseveración anterior es importante. Se alinea con los
micro-movimientos y la inexorable singularidad de todo lo que existe, aún en su
ineludible interdependencia y su destino común (Haraway, 2017). Pero también
anima al respeto y la honra por la rutina y por lo instituido, por aquellas
estructuras de nuestros hábitats que hacen la vida posible, nos salvan, nos
nutren. Sólo hay ontogénesis, entiendo; es decir, una posibilidad de novedad a
partir de la herencia. Las arqueologías biográficas nos invitan a
reconciliarnos con nuestras historias, abrazarlas y comprenderlas, pero también
a reinventar aquella parte de nuestro ser/conocer que desea devenir y devenirse
otro.
En cuanto a mí, estoy haciendo mis propias
arqueologías biográficas, reconociendo la presencia de ciertas ausencias en mi
niñez, especialmente el miedo que no se nombraba pero se manifestaba en el
sudor de las manos, la garganta seca y el cuerpo rígido cuando en medio de la
merienda la trasmisión del programa de la tarde se interrumpía por una cadena
nacional. Nadie hablaba en casa, pero algo pasaba. Yo era pequeña pero estaba
completamente activa y presente en eso. Hoy me pienso investigadora y reconozco
mi parcial incomodidad con los contenidos con los que trabajo. No está bien
para mí; hay soledades, hay cegueras y sorderas insoportables. Por eso termino
este texto con otro relato autobiográfico, aquel que me está conduciendo a
comprometerme más activamente con las escuelas, el que me sacude de la
comodidad de mi actividad académica y me reclama que, de una vez por todas,
asuma ese miedo y lo trascienda.
Hablábamos con mi hermano el día de
navidad sobre la vida, la sociedad, la escuela. Me cuenta de una directora que
se jubila, una que se había puesto la escuela al hombro. Habla de profesores a
quienes les importan lo que hacen y los estudiantes, pero que son maltratados,
dejados solos en el tedio o la angustia o el miedo, o incluso golpeados o
violentados. Me dice que desconfía de la inclusión sin calidad, de que todo da
lo mismo y el clima se hace invivible. Pensamos en la propensión que tenemos a
separar lo bueno y lo malo, sin digerir del todo la convivialidad de ambos: la
selección de fútbol a pura nobleza, la condena sin tregua ni matices a las
negligencias de la administración escolar.
Pensaba, pienso, en la
imposibilidad de mantener unido todo siempre—tan imposible como es nocivo,
creo, separarlo esencialmente. El fútbol también es un negocio, las normas
también nos protegen y amparan en la escuela. Me pregunto si este
reconocimiento de la cualidad polivalente de todo no puede ser usado a favor de
mitigar absolutos y fundamentalismos, si no vale la pena escapar a esos
objetivos impolutos, perfectos, enteros a los que aspiramos sin abrazar lo que
no puede más que ser incompleto, fallido, contradictorio. ¿Será tan sencillo
como deshabituar esta inercia?
Quiero volver a las escuelas,
estacionarme en ellas, escuchar y que investigar en la universidad me haga más
responsable por lo que allí sucede.
Ahmed, S. (2019). Fenomenología queer:
orientaciones, objetos, otros. Trans. Javier Sáez del Álamo. Ediciones
Bellaterra.
Angenot, M. (2012). El discurso
social. Los límites históricos de lo pensable y lo decible. Siglo veintiuno.
Barad, K. (2007).
Meeting the universe halfway: Quantum
physics and the entanglement of matter and meaning. Duke University Press.
Berlant, L. (2020). El optimismo cruel.
Trad. Hugo Salas. Caja Negra Editora.
Blázquez, G. (2020). Metodologías
horizontales y conocimientos excitados. Cornejo, I. & Rufer, M. Horizontalidad:
hacia una crítica de la metodología. CLACSO.
Bolívar, A. (2002). “¿De nobis ipsis
silemus?”: Epistemología de la investigación biográfico-narrativa en educación.
Revista Electrónica de Investigación Educativa. Vol. 4, No. 1.
Bolívar, A., J. Domingo & M.
Fernández. (2001). La Investigación Biográfico-Narrativa En Educación. Enfoque
y Metodología. La Muralla.
Bourdieu, P. (1999). Meditaciones pascalianas.
Editorial Anagrama.
Bourdieu, P. (2003). Campo de poder,
campo intelectual. Itinerario de un concepto. Editorial Quadrata.
Bourdieu, P. (2008). El sentido
práctico. España Editores.
Braidotti, R. (2015). Lo posthumano. Gedisa.
Bruner,
J. (1986). Actual minds, possible worlds. Harvard University Press.
Bruner,
J. (1991). Actos de Significado. Alianza.
Bruner,
J. (2003). La fábrica de historias: derecho, literatura, vida. Fondo de Cultura
Económica de Argentina, S. A.
Castro-Gómez, S. (2005). La hybris del
Punto Cero: ciencia, raza e Ilustración en la Nueva Granada (1750-1816.
Editorial Pontificia Universidad Javeriana.
Cuello, N. (2019). Presentación: El
futuro es desilusión. Ahmed, S. La
promesa de la felicidad. Una crítica cultural al imperativo de la alegría.
Caja Negra.
Denzin, N. & Lincoln, Y. (2011). El
campo de la investigación cualitativa. Manual de investigación cualitativa. Vol. I. Gedisa.
Foucault, M.
(2003). The Ethics of the Concern of the Self as a Practice of Freedom. P. Rabinow
& N. Rose (Eds). The Essential Foucault. New York: The New Press, p. 25-42
Galcerán Huguet, M. (2010).
Límites y paradojas de los universales eurocéntricos. Cairo, H. & R.
Grosfoguel (et al.) Descolonizar la modernidad, descolonizar Europa: un diálogo
Europa-América Latina. IEPALA.
Giroux,
H. A. (1983). Theory and
Resistance in Education. A Pedagogy for the Opposition. Greenwood Publishing Group.
Grimson, A. (2013). ‘Introducción’.
Grimson, A. & Bidaseca, K. Hegemonía
cultural y políticas de la diferencia. Clacso.
Haraway, D. (2017). Manifiesto de
las especies de compañía: perros, gentes y otredad significativa. Bucavulvaria ediciones.
Haraway, D. J. (1997). Modest_Witness@.
Routlege.
Hester, H.
(2018). Xenofeminismo. Tecnologías de género y políticas
de reproducción. Trad. Hugo Salas.
Caja Negra Editora.
Jackson, P. W. (1968). Life in
classrooms. Teachers College Press.
Kincheloe, J. (2008). La pedagogía crítica en el siglo XXI:
Evolucionar para sobrevivir. McLaren, P. & J. Kincheloe (eds.), Pedagogía
Crítica. De qué hablamos, dónde estamos. Grao.
Kuhn, T. (1962). The
Structure of Scientific Revolutions. University of Chicago Press.
Lander, E. (2001). Ciencias sociales: saberes coloniales y
eurocéntricos. Edgardo Lander (Comp.) La colonialidad del saber: eurocentrismo
y ciencias sociales: perspectivas latinoamericanas. Ciccus Ediciones.
Lyotard, J. F. (1979). The Postmoden
Condition. A Report on Knowledge. University of
Minnesota Press.
Mignolo, W. (1999). Colonialidad del
poder y diferencia colonial, Anuario
Mariateguiano, IX/10.
Preciado, P. B. (2008). Testo Yonqui. Espasa.
Ramallo, F. (2021). Una pedagogía de
la instalación. Revista de Educación de la Facultad de Humanidades, Año XII,
No. 24.1, pp.41-58.
Rolnik, S. (2019). Esferas de la insurrección: Apuntes para
descolonizar el inconsciente. Tinta Limón.
Ronai, C. (1995).
Multiple reflections of child sex abuse: An argument for a layered account. Journal of Contemporary Ethnography 23:
395-426.
Smith, L. T.
(1999). Decolonizing Metholodogies. Research and the Indigenous People. Zed
Books Ltd.
Smith, L. T.
(2005). On tricky ground: Researching the native in an age of uncertainty. In
N.K. Denzin & Y. S. Lincoln (Eds.) The SAGE handbook of qualitative
research. 3rd Ed. Pp.
87-107. Thousand Sage.
Souto, M. (2014). El enfoque clínico y
su peculiar planteo de la relación sujeto objeto en la investigación en
ciencias de la educación. Educación,
Lenguaje y Sociedad Vol. XI Nº 11 , pp. 19-36.
Walsh, C. (2011). The politics of naming. Cultural Studies, 2011.
Routledge. 1-18.
Yedaide, M. (2021). Pedagogía
y Universidad: relatos (im) posibles. Inédito
Yedaide, M. &
Porta, L. (2020). Defusing Master Narratives: Decolonial, Insurgent, Gentle
Moves in a Con-Text of Teacher Education and Educational Research. Language,
Discourse & Society, vol. 8, no. 1(15), 44-55
Yedaide, M. M.;
Porta, L. & Ramallo, F. (2021). Alter(n)ando las condiciones de autoridad de la investigación narrativa
contemporánea: amares, enredos y desgarros. Espacios en Blanco. Revista de
Educación, N°31, vol. 2, jul./dic. 2021, pp. 381-396.
[1] Es muy difícil para mí escribir en estos tiempos, con la
importancia que adscribo al lenguaje inclusivo para la interrupción de lo
aprendido. Decido dejarme llevar por la alternancia, mezclando casi
arbitrariamente distintos registros. Creo que es la mejor forma de honrar mis
herencias y enactuar la fluidez e inconsistencia que me resulta posible hoy y
que deseo propiciar-me.