Saberes y prácticas. Revista de Filosofía y Educación / ISSN 2525-2089
Vol. 8 N° 2 (2023) / Sección Artículos / pp. 1-26 /
Centro de Investigaciones Interdisciplinarias de Filosofía en la Escuela (CIIFE),
Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Cuyo, Argentina.
revistasaberesypracticas@ffyl.uncu.edu.ar / saberesypracticas.uncu.edu.ar
Recibido: 01/02/2023 Aceptado: 02/08/2023
DOI: https://doi.org/10.48162/rev.36.107
Teachers and schools in the
modernizing whirlwind. Mendoza
1916-1926
Universidad Nacional de Cuyo, Facultad de
Ciencias Políticas y Sociales, Argentina.
calibanesco@gmail.com
Resumen. El siguiente artículo
muestra algunas particularidades del trabajo femenino en el colectivo laboral
docente a principios del siglo XX en Mendoza. Contrastamos investigaciones
teóricas y empíricas dedicadas a esta temática en diferentes regiones de la
Argentina con las fuentes históricas locales disponibles –informes oficiales,
diarios, revistas gremiales y fotografías-. Analizamos las tensiones y
conflictos que caracterizaron a la cuestión de la feminización del magisterio
desde la historia social con perspectiva de género. Hacemos hincapié en las
expectativas sociales que modelaron la tarea docente, sin desatender las
contradicciones con sus condiciones de vida y de trabajo. Por caso analizamos
la labor docente en zonas rurales de la provincia, marcado por una ausencia de
regulaciones legales.
Se articulan tres cuestiones en torno a las educacionistas. La tensión
entre la función maternal docente y la función modernizadora de ciudadanizar a
la población, sin abandonar la sospecha -de la burocracia gubernamental- sobre
la incapacidad femenina de formar ciudadanos signados por la virilidad. En
segundo lugar la “misión” social/vocacional del magisterio que al trascender
lo profesional deslegitimaba las demandas laborales concretas. Y finalmente,
la homologación de la maestra con la escuela, las recargó de
responsabilidades, al tiempo que se desconocía la multiplicidad de factores y
dimensiones que incidían en el funcionamiento de la escuela y el sistema
educativo. Este contexto determinado por la estrechez presupuestaria
caracterizó a la política educativa de ese tiempo y afectó no sólo a la
infraestructura sino a los salarios docentes y, por ende, a la reproducción de
sus vidas.
Palabras clave. magisterio, trabajo
docente, historia social, género, burocracia escolar.
Abstract. The following article shows some
particularities of female work in the teaching workforce at the beginning of
the 20th century in Mendoza. We contrast theoretical and empirical research dedicated
to this issue in different regions of Argentina with the available local
historical sources –official reports, newspapers, union magazines and
photographs-. We analyze the tensions and conflicts that characterized the
issue of the feminization of the teaching profession from social history with
a gender perspective. We emphasize the social expectations that shaped the
teaching task, without neglecting the contradictions with their living and
working conditions. By case we analyze the teaching work in rural areas of the
province, marked by an absence of legal regulations.
Three
issues are articulated around the educators. The tension between the maternal
teaching function and the modernizing function of citizenizing the population,
without abandoning the suspicion -of the government bureaucracy- about the
feminine inability to form citizens marked by virility. Secondly, the
social/vocational “mission” of the teaching profession, which, by transcending
the professional, delegitimized specific labor demands. And finally, the
approval of the teacher with the school, overloaded them with
responsibilities, while the multiplicity of factors and dimensions that
affected the functioning of the school and the educational system was unknown.
This context determined by the tight budget characterized the educational
policy of that time and affected not only the infrastructure but also teacher
salaries and, therefore, the reproduction of their lives.
Keywords. teaching, teaching work, social history,
gender, school bureaucracy.
En el siguiente trabajo mostraremos algunas
de las particularidades del trabajo femenino a través del colectivo laboral
docente a principios del siglo XX en Mendoza. Para su abordaje partimos de una
de las pocas experiencias registradas por una maestra pronto a jubilarse en
1919. Este relato, estructura y conduce en gran medida este escrito. Cabe
destacar la dificultad que existe en nuestra provincia para reconstruir las
trayectorias laborales docentes a inicios del siglo XX, ya que hay pocas o
nulas memorias, testimonios e, inclusive, son pocas las fuentes periodísticas
abocadas a esta temática. Razón por la cual recurrimos a investigaciones
teóricas y empíricas dedicadas a estos temas en diferentes regiones de la
Argentina para ser cruzadas y contrastadas con las fuentes históricas –diarios,
revistas y fotografías- disponibles en la provincia de Mendoza. Recuperamos
algunos de los discursos, incluidos en las revistas educativas y gremiales: Sarmiento (1917), Idea (1919-1920) y Palanca
(1921) con la intención de nutrir una problemática que ha sido muy poco
trabajada en nuestra provincia (Dussel, 2014; Dussel y Latorre, 2019). También
recurrimos a investigaciones que se han especializado tanto en historia de
Mendoza como así también de la educación, para realizar un abordaje analítico
desde una historia social con perspectiva de género.
Antes de continuar, debemos aclarar, la
importancia que reviste para este trabajo la incorporación de una fuente
documental que, sin lugar a duda, complejizó y enriqueció las pretensiones
iniciales del mismo. Nos referimos al informe elaborado durante 1926 por el
funcionario y técnico radical Leopoldo Suárez[2], editado en formato libro al año siguiente con el título “El problema escolar en la provincia de
Mendoza”. Se trata de un estudio integral sobre el estado de la
educación provincial y el más completo con el que contamos a la fecha. Para
establecer un diagnóstico del área, abordó las problemáticas recurrentes
acaecidas desde el año 1916. Por lo que este documento se constituye en una
fuente invaluable de indagación. Leopoldo Suárez, en ese informe plasmó su
visión como funcionario público, ya que fue nombrado Interventor de la
Dirección General de Escuelas. Al contrastar este documento con las revistas
gremiales elaboradas por los y las propias docentes pretendemos identificar las
coincidencias, antagonismos, conflictos y tensiones entre las voces que emanan
del corpus documental utilizado. El recorte histórico seleccionado se ajusta a
esos documentos hallados y en estudio, pero también, es necesario resaltar que
se ubica en términos políticos entre el último año de los gobiernos
conservadores de la provincia y los inicios de la tercera gestión radical
(Gobierno del lencinista Orfila).[3]
Mediante el análisis cualitativo de las fuentes
antes mencionadas y la consulta de investigaciones realizadas en otras regiones
del país dedicadas a esta temática, nos proponemos esbozar y trazar el
siguiente derrotero. Resaltaremos las tensiones relacionadas con la
feminización de la docencia primaria provincial. Confrontaremos los aspectos
centrales del trabajo realizado por las maestras del nivel primario y los
sentidos que le dieron a su tarea con los diseños educativos y la política
implementada por el Estado provincial. Nos detendremos en los procesos de
aceptación y/o tensión y/o rechazo que implicó para las autoridades escolares
el hecho de que las maestras se consolidaran como las principales protagonistas
de la educación de las infancias en las instituciones escolares, es decir, en
una institución pública y tempranamente feminizada.
Nos preguntaremos por “La Escuela”, como
institución pública y, también, como lugar de trabajo y aprendizaje.
Recalaremos en el trabajo educativo en ámbitos socioespaciales bien
diferenciados, a saber el rural y el urbano, nos detendremos fundamentalmente
en el primero por ser el lugar en el que se ubicaba la mayor cantidad de
escuelas y por constituirse en el primer empleo de los y las educacionistas.
Asimismo, indagaremos sobre la recepción social de la escuela en ese ámbito,
por el tipo de tareas asignadas y realizadas por las maestras y por la
posibilidad o imposibilidad de llevar a cabo la pretendida tarea modernizadora
y nacionalizadora asignada a la educación en esas comunidades trabajadoras.
Ni la sociedad, ni las masas populares conocen la situación y la
lucha penosa en que el maestro se debate por conservar su medianía sin
comprometer su honorabilidad ni la dignidad de su cargo. (Margarita Ulloa,
“Vida de maestro”, Idea,
13-06-1919)
“Vida de maestro” es una de las visiones que
nos transmite Margarita Ulloa, una maestra pronta a jubilarse en 1919,[4] que nos permitirá desentrañar a través de su relato testimonial, el
amplio panorama por las vicisitudes que maestros y maestras pertenecientes a la
educación primaria provincial, debieron afrontar a lo largo de su recorrido
laboral.
Para Margarita, la vida magisterial implicó
desde sus años como estudiante, “zozobras”, “trabajo”, “sacrificios” y
“esfuerzos supremos”. Ella junto a sus compañeras, dedicaron “los mejores años
de su vida concretándose al estudio [,] restándole minutos al descanso y
negándole tiempo a las distracciones”. Advertía que una vez que lograban el
diploma, su “sagrada aspiración” como educacionistas se veía “frustrada”. En
primer lugar, remarcaba la inequidad con la que el gobierno escolar incurría en
los nombramientos para ocupar los “mejores” y más requeridos cargos escolares.
Unas y otros, “los menos”, lograban buenas ubicaciones geográficas en el centro
capitalino o las villas departamentales cercanas a su familia y “cobijados bajo
[una] buena dirección” escolar. Las mayorías, que no se encontraban al amparo
de las designaciones realizadas por las direcciones burocráticas debieron
cumplir sus funciones en lugares “inimaginados”, lejos de su familia, de la
comunidad donde nacieron y pasaron “los días siempre felices de la niñez y la
juventud”. Y continuaba, “[una vez allí] su alma desarraigada, trasplantada,
pronto no será más que una caverna donde andarán sin parar tiernos recuerdos
amargada por una situación no anhelada”.
Como puede inferirse, el cuadro de situación
planteado por Margarita dista de algunas de las aspiraciones más comunes con
las que las y los docentes pretendieron orientar sus horizontes individuales y
sociales. La mayoría de los y las jóvenes maestras recién recibidas, eran
designadas a los espacios rurales, lo que implicaba habitar lugares poco
afables, lejos de la “seguridad familiar” y de lo que por esos años se deseaba
como un salto ascendente en la escala social, sobre todo para quienes provenían
de la clase trabajadora (Queirolo, 2020). Una vez arribado al destino asignado,
en poblados alejados y desconocidos, debían asumir la difícil tarea de buscar
un lugar dónde vivir. Las piezas de habitación a las que podían acceder eran
insuficientes, “inseguras, antihigiénicas y carentes de confort” – agregaba
Margarita-, a las que debían acceder pagando un alquiler con sus propios
sueldos. Una vez afincada, en la escuela “debe permanecer años y años [,] donde
esperimenta (sic) al traves (sic) del tiempo y la distancia muchas causas
juntas[:] enfermedades, mal tiempo, ocupaciones domésticas, que por carencia de
personal tendrán que desempeñar, indiferencia de los padres, difícil acceso a
las Escuelas, falta de vestuario indispensable”. En su enunciación advertía el
riesgo de quedar profundamente aislada para convertirse en “un solitario
malquisto, privado de estímulos intelectuales y de sanos placeres propias de
una sociedad culta”. Y completaba su reflexión del siguiente modo,
en
aquella situación sin los elementos necesarios, con los sueldos retrasados,
pasará repitiendo la automatizadora labor de cada día llenándose de canas y sin
estímulo alguno de sus superiores, recibiendo [sobras] y dolores de todos lados,
enfriándose, sintiéndose arrastrado por un lento e irresistible movimiento de
regresión al decaimiento y concluirá si se descuida por convertirse en humano
fósil cuando su misión es fluir corrientes de luz y de vida siempre nueva en
gradaciones ascendentes.[5]
La extrema carestía que pesaba sobre la vida
de los y las educacionistas que iniciaban la tarea docente, la automatización
de las tareas, el trabajo escolar y extraescolar pagados irregularmente, fueron
algunas de las particularidades señaladas por Margarita y que, a su entender,
terminaban por convertir a aquellas empleadas estatales más dinámicas y
vivaces, encargadas de llevar los preceptos modernizantes a los lugares más
recónditos de la provincia, en “humano fósil”, elemento regresivo, sin luz y sin
vida.
El abandono del sistema educativo es
palpable en su escrito. La falta de reconocimiento simbólico y material por
parte de la plana burocrática escolar se encontraba entre otro de los problemas
que más afectaban la cotidianeidad de las y los maestros, sobre todo de
aquellas que trabajaban alejadas de los centros urbanos.
[S]e limitan a cuando más a señalar rumbos
sin prestarle ni siquiera tibia atención; le dejan abandonado a su propia
suerte en lugar de salvarle de los peligros a que su acción está expuesta; en
lugar de mejorar su situación material, profesional y social; en lugar de darle
brio (sic), valor y deseo[s] de vivir para enseñar [a] esas generaciones que
sin cesar llegan y pasan y que serán más tarde las glorias de la patria.[6]
Su argumento establecía una clara conexión
entre las condiciones laborales, el condicionamiento de vida al que eran
sometidas y cómo esta situación precarizada afectaba de manera directa sobre
las y los pequeños estudiantes, proto-garantes de la patria.
El último párrafo seleccionado, refiere al
momento en el que su pasaje a la jubilación es inminente, última “fase” de la
tarea escolar, en el que deja traslucir su más honda preocupación.
El maestro ha concluido su tarea y ha llegado
a la meta convertido en el anormal del sistema nervioso y así mismo no ha
concluido su calvario […]. El jubilado de ayer después de un trabajo sostenido
de 25 o 30 años percibía una migaja que apenas si le alcanzaba para
proporcionarse la medicina que debía curar sus achaques y esos eran los más
favorecidos, muchos ejemplos ha visto Mendoza de pobres maestros que
disfrutaron […] de su pensión los 3 o 6 meses que precedieron a su
fallecimiento y no faltaron, parece una exageración, ejemplares a los que se
les otorgó el retiro en su lecho de muerte.[7]
La escena cuasi dantesca que esta maestra
mendocina nos transmite sobre la tarea docente, nos ha llamado a la reflexión e
inspira en gran medida este trabajo. La “perseverancia, abnegación y
sacrificio” subyacen como los fundamentos con los que debían contar el o la
educadora para sobrellevar y “conservar su medianía sin comprometer su
honorabilidad ni la dignidad”, aún hasta el final de su carrera. Elementos
fundamentales con los que debían contar para no caer en la locura o el
desquicio luego de haber transitado por el aislamiento geográfico y cultural,
el abandono del sistema educativo -simbólico y material- y con salarios
insuficientes o ni tan siquiera erogados en tiempo y forma. En esas condiciones
intelectuales, morales y físicas debieron asumir y representar una misión
política-estatal para que la escuela pública pudiera llevar adelante la
formación de “los” ciudadanos de la república. El siguiente apartado hace foco
en algunos de esos aspectos, con la intención de mostrar las tensiones más
evidentes por las que atravesó ese proyecto modernizador y nacionalizador
estatal y las condiciones de vida y de trabajo en la que maestras y maestros
debieron llevar a cabo esta tarea durante las primeras décadas del siglo XX en
la provincia de Mendoza.
En un nivel general, el desarrollo histórico
del capitalismo entrañó cambios fundamentales para hombres y mujeres; entre los
principales se impuso una diferenciación de dos esferas de acción también separadas
en el espacio físico: la reproducción en el hogar y la producción en el lugar
de trabajo, una separación que resultaba muy funcional al modelo patriarcal. En
ese contexto, “las mujeres quedaron recluidas y excluidas: fueron objeto de
reclusión en el hogar y de exclusión de la libertad de trabajo, aunque no del
trabajo en sí mismo” (Ansaldi y Giordano, 2012, pp. 477-478). Aunque las
mujeres continuaron ejerciendo diversos trabajos, “la única actividad que
permaneció inalterable fue la de encargarse de la reproducción de la fuerza de
trabajo (cuidar del esposo y de los hijos): las mujeres continuaron realizando
el trabajo no remunerado del hogar,
al que buscaban resguardar del torbellino de la modernización” (Lobato, 2000, p. 471).
Así, mientras los varones ocuparon
visiblemente el “torbellino” modernizador ubicado en el espacio público y el
trabajo asalariado, las mujeres tendieron a ser confinadas al espacio privado y
la participación laboral ejercida por ellas fuera del hogar fue progresivamente
invisibilizada.[8]
De este modo muy pocas mujeres gozaron de
una valoración laboral e intelectual legítima y prestigiosa ejercidas en el
ámbito público. Dentro de ese pequeño grupo, se perfilaron las maestras a las
que el Estado encomendó la función de formar al ciudadano –varón- destinado a
engrandecer a la patria, un aspecto por demás contradictorio, puesto que ellas
eran privadas del derecho a una ciudadanía plena (Valobra, 2018; Fiorucci,
2016; Morgade, 1997). Asimismo se les demandaba que reprodujeran las modernas
desigualdades genéricas pergeñadas por el sistema capitalista y la división
sexual del trabajo. Un educacionista así lo afirmaba al promediar el año 1919:
El maestro o maestra de escuela primaria, […]
no sólo se le encomienda la dirección de los alumnos en el arte de enseñar,
sino que se les entrega una niña o un niño para que modele una matrona o
ciudadano […]. Ellos, substituyen a los padres, porque enseñan, educan e
instruyen, dando progreso y civilización. (La
Montaña, 05-07-1919)
Varios son los motivos por los cuales el
magisterio fue considerado una ocupación laboral femenina socialmente válida.
Desde los inicios de la organización educativa, los discursos oficiales,
enunciados mayoritariamente por autoridades varoniles, convocaron preferentemente
a las mujeres para la labor docente. Mientras que el trabajo industrial –entre
otros- fue considerado nocivo para su cuerpo e inapropiado porque las alejaba
de las tareas domésticas y de crianza (Nari, 2004; Lobato, 2007; Queirolo,
2020; entre otras). Sin embargo, la educación primaria se consolidó como un
espacio habilitado y legitimado por y para las mujeres. Una de las razones
comunes por las que se las consideró más aptas para estas labores se basaba en
que eran portadoras de cualidades intrínsecas y naturales a su sexo (Lionetti,
2007; Billorou, 2016), que las hacían más deseables para las tareas educativas
por su cercanía con los niños y las niñas (Morgade, 1997; Barrancos, 2007), por
lo tanto el trabajo educativo fue considerado una prolongación de las tareas
maternales. En el ideario de la época se consideraba que las mujeres tenían un
instinto maternal, lo que sumado a otras cualidades tales como la abnegación,
el sacrificio, la tolerancia, entre otras, serían capaces de dulcificar la
tarea docente, a la manera de una “gran madre” (Morgade, 1997) o como
comúnmente se connota a estas trabajadoras, como “segunda mamá” (Lionetti,
2007). Estas características que ligaban de modo directo al magisterio con una
tarea maternal, hicieron de la labor docente una ocupación noble, honorable y
decente (Fiorucci, 2016).
Los datos cuantitativos relevados entre
1916-1926 en la provincia de Mendoza apoyan la tendencia creciente a la
feminización docente en las escuelas fiscales del nivel primario. Durante esos
años existió un aumento del peso relativo del sexo femenino en el trabajo
educativo realizado en las escuelas primarias provinciales, que osciló entre el
84 y el 88% sobre el total de educadores.[9] Mediante la combinación de elementos cualitativos -el significado y
el valor social asignado- y cuantitativos, podemos arribar a una primera
afirmación: en la provincia de Mendoza la tarea docente primaria se encontraba
altamente feminizada.
La formación de los y las maestras estuvo a
cargo del Estado a través de las Escuelas Normales. Sin embargo, en sus inicios
debido a la falta de personal diplomado, la Dirección General de Escuelas (DGE)
habilitaba a personas sin titulación para ejercer la docencia. Hacia la década
de 1920 esta situación había logrado ser revertida tanto a nivel nacional como
provincial ya que la porción de maestras que ejercían la profesión sin diploma
se redujo drásticamente.[10] La certificación de los estudios, además de tornarse requisito
indispensable para poder ejercer la docencia dotaba al cuerpo docente de un
creciente reconocimiento e idoneidad por parte de las autoridades escolares,[11] en relación con los títulos expedidos por las Escuelas Normales
nacionales que funcionaban en la provincia desde el año 1878.[12]
A falta de datos sobre la cantidad de
egresadas en la escuela Normal de Mendoza, recurrimos a la fotografía como
documento nodal de información. La revista La
Semana, dedicada a diversas temáticas sobre la sociedad mendocina,
publicaba entre sus páginas una fotografía sobre las maestras normalistas y con
gran satisfacción incluía sus nombres (Véase figura 1). A partir de ella
podemos inferir el alto grado de consideración, prestigio y legitimidad social
que estas mujeres representaban para la época. También podemos observar en ella
que a pesar de generalizarse el término “maestro”, la inmensa mayoría de
personas que estudiaban y se diplomaban para ejercer la educación primaria eran
jóvenes mujeres.
Figura
1: Egresadas de la Escuela Normal de Mendoza 1918
Fuente: La
Semana, 02-01-1918. Cabe resaltar que desde 1914 la Escuela Normal de la
ciudad de Mendoza permitía el ingreso de varones para su formación. Tal como
puede apreciarse en la fotografía los únicos maestros egresados son los que se
ubican parados a los dos extremos de la imagen. Los otros dos, vicedirector y
director, son los que aparecen sentados y ubicados al centro.
Ascolani (1999) reparó con claridad en la
forma en que las normalistas adquirían reconocimiento social y respetabilidad
entre el vasto conjunto de mujeres trabajadoras asalariadas. Y afirmó que la docilidad, paciencia y disciplina se conjugaron
con una concepción mesiánica que tendió a identificar a la docencia como una
suerte de “sacerdocio laico”. Al respecto traemos a colación la visión que
tenía Leopoldo Suárez sobre la tarea docente: “la obra silenciosa y heroica del
maestro con alma de apóstol y humildad cristiana, [hacen posible] […] que la
escuela [sea] un puente entre el hogar y la Sociedad, con un imperativo
inmediato: convertir al niño en ciudadano” (1927, p. 15).
La estrecha relación que vinculaba las
cualidades “naturales” al sexo de las mujeres atado a un “instinto maternal”
omnipresente, se amalgamó a los fundamentos misionales provenientes del
cristianismo. Las maestras, cual monjas laicas, debieron ser las encargadas de
unir los espacios estructuralmente separados por el sistema, el privado con el
público, el hogar con la sociedad, lo sagrado con lo mundano, mediante una
institución específica que debía funcionar como nexo entre ambas esferas. La
escuela o “templo del saber”, se encargaría a través de sus empleadas estatales
–las maestras- de realizar la conversión del “niño” en “ciudadano” y de la
“niña” en “matrona”. La feminización temprana y progresiva del magisterio y la
educación entendida como una misión, hicieron
posible que las labores educativas difícilmente fueran consideradas como
trabajo, tanto por las autoridades educativas, como así también, por muchas de
sus maestras.
Así y todo, aquellas mujeres convocadas por
el Estado para instruirlas en el arte de educar al ciudadano, fueron también
cuestionadas en tanto tales por las autoridades estatales encargadas de dirigir
la educación provincial. Para 1926, el Director General de Escuelas Leopoldo
Suárez miró con alarma los guarismos estadísticos de los últimos 25 años de la
provincia que marcaban la participación insignificante de maestros varones en
el sistema educativo y dejó plasmado en su informe la siguiente afirmación:
la mujer en el trabajo de la escuela, no
ofrece ventajas y sí inconvenientes graves […]. A pesar de las óptimas
condiciones de educadoras que poseen estas últimas, por su bondad, su
paciencia, su tolerancia, su feminidad, su virtud latente de madres, es lo
cierto que nunca podrían sustituir al hombre en cuanto a gestar en el niño el
carácter, la energía la fuerza dinámica, la pasión exaltada por la lucha ruda y
sin tregua, en los azares constructivos de la época moderna (Suárez, 1927, p.
34)
Reparemos por un momento en cómo los
términos carácter, fuerza, rudeza y lucha sin tregua se contraponen a bondad,
paciencia y tolerancia. Mientras que los primeros términos refieren a los
mandatos de masculinidad imperantes en la época abordada, los segundos se
constituyen como los términos esencializados sobre los que se asentaban los
mandatos femeninos. Justamente, el temor expresado por el entonces director
general de escuelas refería a la amenazante feminización de los infantes
varones en contacto cotidiano con sus maestras. Es por eso que expresaba
taxativamente que “la generación de varones que va creciendo, sólo por varones
puede ser educada, para que surjan de la escuela, hombres de carácter firme y
buenos ciudadanos” (Suárez, 1927, p. 35). De tal manera que para evitar la
debilidad y/o inversión sexual del ciudadano y del proletariado planteaba que
el Estado debía intervenir para equilibrar la participación de los “sexos” en
el sistema educativo provincial, ya que estas medidas tenderían a “salvar los
principios pedagógicos y también de higiene social” (Suárez, 1927, p. 35).[13]
Ésta preocupación patriarcal enunciada por
Suárez, que podría ser considerada apriorísticamente como un capricho aislado o
una voz errática emanada de una autoridad escolar del interior del país, se
encontraba también presente en destacados intelectuales y dirigentes
nacionales. La historiadora Flavia Fiorucci (2016) ha estudiado a tres de
ellos, Leopoldo Lugones, Manuel Gálvez y Víctor Mercante, quienes desde
diversas trayectorias intelectuales y políticas, se levantaron contra la
tendencia irreversible de la feminización de la tarea educativa en el nivel
primario producida en los tempranos años del siglo XX. Uno de ellos, Lugones,
llegó a pronosticar que de continuar por ese camino educativo devendría la
“formación de un país afeminado” conformado por un “proletariado femenino”
(Lugones, 1909, citado en Fiorucci, 2016, p. 127).
Se requerían más maestros que maestras, para
virilizar el sistema escolar, masculinizar las relaciones sociales imperantes y
consolidar el sistema patriarcal. Más varones implicaría más presupuesto
financiero ya que la valoración laboral e intelectual legítima y prestigiosa
que tenía para la mujer maestra no era del todo equivalente para el maestro
varón, y fundamentalmente por lo poco seductor que resultaba para éstos los
salarios educativos (Yannoulas, 1996; Morgade, 1997; Barrancos, 2007; Lobato,
2007; Garguin, 2014). Punto de gran tensión entre la forma concreta que asumía
el feminizado mercado laboral escolar consolidado a bajo costo financiero y el
plan de reformas pretendidas a mediados de la década del 20. Cuestión sobre la
que volveremos más adelante.
Como observamos en el apartado anterior, la
diferenciación sexo-genérica se encontraba presente entre las principales
tensiones del sistema educativo provincial. Varias investigadoras especialistas
en historia de la educación con perspectiva de género han analizado cómo
durante las primeras décadas del siglo XX varias voces de la burocracia
educativa del ámbito nacional advertían como una necesidad imperante que en la
campaña el maestro fuera un varón (Yannoulas, 1996; Morgade, 1997; Fiorucci,
2018). No obstante, para mediados de 1926, en los departamentos por fuera del
Gran Mendoza, que se caracterizaban por tener poblaciones que basaban sus economías
en actividades vinculadas a la agro-ganadería pastoril y la agro-industria
vitivinícola, encontramos que la tendencia hacia la feminización de la docencia
también se mostraba irreversible. Aunque la participación femenina en esos
departamentos disminuía estimativamente al 77% en relación al 95% de la Capital
provincial, la participación masculina en la docencia rural se encontraba lejos
de las pretensiones discursivas de las burocracias escolares tanto nacionales
como provinciales.[14]
Esa es otra de las razones por la que el
relato proporcionado por Margarita Ulloa reviste singular importancia. Ella en
tanto protagonista de ese recorrido histórico como maestra -¿tras unos 25 o 30
años de trabajo?-, nos lleva a pensar que la “vida de maestro” que ella
describe, podría referir más bien al tránsito vital de muchas de esas maestras
durante esa época. A falta de mayores recursos documentales, seguiremos el hilo
de esa sospecha, ya que era muy común que las maestras, aun siendo mujeres, se
enunciaran como parte del colectivo masculino, maestro. En función de los datos
cuantitativos y cualitativos examinados anteriormente y en el cruce con el
relato de Margarita es que, a partir de aquí, utilizaremos el sustantivo
femenino para referirnos a este conjunto mayoritario de trabajadoras que
desempeñaban sus tareas en la repartición escolar provincial. En este apartado
realizaremos una aproximación al recorrido inicial del trabajo docente,
encarado por éstas jóvenes recién egresadas de la Escuela Normal, teniendo en
cuenta la difícil situación en la que se insertaban en el sistema educativo.
La principal institución formadora se
encontraba ubicada en la capital provincial y debían instruirse durante al
menos 4 años para conseguir el diploma habilitante. Una vez recibidas, según
nos informa Margarita, la mayoría no tenía opciones para elegir el lugar ni la
escuela en la que ejercerían su trabajo y, por lo tanto, eran asignadas a
lugares “inimaginables”. Esos lugares referían a los espacios rurales o de la
campaña que se caracterizaban por una diversa geografía en un clima
semidesértico, que contrastaba con los tres oasis principales y sus respectivas
ciudades cabeceras existentes en la provincia. Asimismo, estos espacios
marcarían palpablemente la lejanía tanto espacial, como cultural con el lugar
de origen de las maestras normales formadas en el ámbito urbano, durante una
buena parte de su vida. Debemos suponer que la experiencia iniciática comenzaba
con el traslado hasta lugares poco conocidos, signado por los altos costos del
transporte y el insumo de una buena cantidad de tiempo debido a las extensas
distancias a recorrer, ya fuere en tren o automóvil, caballo, mula, carreta y/o
sulky en tránsito por caminos inhóspitos. Una vez arribadas a la escuela, el
aislamiento, en tanto lugar distante al punto de partida y el desconocimiento
cultural, comunal, vecinal, implicaba para sus protagonistas un cambio rotundo
en sus vidas. Fiorucci (2018), ha señalado que la juventud, la soledad, la
falta de preparación para asumir la tarea docente en lugares rurales, la poca
experiencia y la lejanía familiar provocarían en estas personas un profundo
desasosiego. Tópicos reconocibles en las palabras vertidas por Margarita.
En esos contextos socio-espaciales por demás
complejos, fueron compelidas a educar esas jóvenes maestras con el objetivo de
alfabetizar, nacionalizar y modernizar a esas poblaciones.
[La] población infantil analfabeta, que a
todas luces adquiere proporciones abrumadoras, se haya representada por un 30 o
40% del alumnado de la campaña, concurrente a las clases en forma deficiente y
transitoria, para el cual la enseñanza pública no aporta beneficio. (Suárez,
1927, p. 14)
Como señalaba Margarita Ulloa, es evidente
que para la mayoría de las jóvenes maestras, la escuela de campaña se
constituyera como el primer empleo y que, dada la fuerte centralidad
burocrática escolar, tuviesen muy pocas o nulas posibilidades de negarse a esos
destinos. Mientras que las escuelas urbanas quedaban reservadas para educacionistas
con mayores puntajes o antigüedad o simplemente por estrechas vinculaciones con
las autoridades políticas (Fiorucci, 2018). En diarios comerciales y revistas
educativas de la época se denunciaba recurrentemente las designaciones
arbitrarias de docentes con poca preparación o, inclusive, con nula formación
educativa.
Que no se haga política con los puestos
escolares […], que se eviten las vergonzosas colocaciones por recomendación;
ellas son en gran parte las culpables del mal nombre que se da a todos; pues
ocurre muchas veces que un buen elemento en política, recomienda a un malísimo
ídem en cuestión educacional y aunque este sea un analfabeto tiene asegurado el
puesto, allí donde no debe suponerse nunca una “agencia de colocaciones” o
“asilo de necesidades”. (Sarmiento,
23-6-1917. Entrecomillado en el original)
Aún bajo la extendida práctica clientelar
ejercida por las autoridades públicas y denunciada como injusta por sus
trabajadores, debían afrontar la difícil tarea de insertarse en comunidades
ajenas a sus espacios de socialización y, en muchos casos, desconocidas por
ellas si es que pretendían hacer carrera en el sistema.
Reparemos en algunas de las vicisitudes por
las que debieron pasar esas educacionistas. La falta de cooperación de los
vecindarios, apatía de padres, tutores o encargados de las y los niños fue una
de las preocupaciones recurrentes de Leopoldo Suárez –también mencionadas por
Margarita Ulloa. Sobre todo en la campaña donde se priorizaba el trabajo (en
chacras, granjas, faenas agrícolas o la industria) desconociendo las
“obligaciones y responsabilidades en edad escolar” (1927, p. 41). El
funcionario despotricaba contra la ineficiencia de la policía para hacer
cumplir la obligatoriedad escolar a la que acusaba y responsabilizaba de encubrir
a las familias infractoras.[15] También lo hacía contra “la ignorancia de los padres y sus
familias” que no le asignaban a la escuela la importancia que se merece. En el
centro de las preocupaciones de las autoridades se ubicaría la reproducción de
prácticas sociales barbáricas extendidas por estas comunidades. Entre ellas, el
trabajo infantil fue considerado como uno de los principales obstáculos para
lograr la alfabetización de la “arcaica” población rural.
En esta obsecación (sic) por alcanzar el mayor
provecho del esfuerzo muscular de la prole, que reviste en ocasiones aspectos
lamentables de avaricia y falta de escrúpulos, se esconde […] el peor enemigo a
los fines de combatir con éxito el analfabetismo […]. En el caso especialísimo
nuestro, concurren a perjudicar la inscripción y la asistencia escolar, las
apremiantes exigencias de nuestra principal y casi única industria, la
vitivinicultura, encontrándose con frecuencia, durante varias épocas del año,
en pugna los intereses materiales de esta con los intereses morales de la
escuela primaria. En los meses de Marzo y Abril por ejemplo, se realizan los
trabajos de la vendimia o sea la recolección de la uva, tarea en la que se
ocupan de preferencia las mujeres y los niños; viene luego en Julio y Agosto, la
junta o recolección del sarmiento y en Octubre el desbrote de los viñedos
(Suárez, 1927, p. 20)
Por lo tanto, la relativa espontaneidad con
la que las y los niños eran enviados a la escuela en los centros urbanos no
sucedía de ese modo en la campaña. La inscripción, el ingreso, permanencia y
egreso del estudiantado dependerían en gran medida del tipo de tarea escolar y
extraescolar llevada a cabo por la docente. Con indignación, Suárez (1927)
informaba que mientras hay escuelas que tienen la inscripción cubierta, en
otras “se ve al personal en eternas peregrinaciones al domicilio de los niños,
ofreciéndoles premios y en muchos casos prometiéndoles colocarlos en grados
superiores a los que les corresponden” (p.
22) para tentarles a asistir al recinto escolar.[16] Las estrategias poco ortodoxas utilizadas por las maestras para
mantener la escuela en funcionamiento y, por ende, el trabajo mediante el que
ganaban su sustento, con seguridad no le causaron ninguna simpatía al
funcionario.
Por otra parte, Suárez agregaba que no toda
la responsabilidad de la educación rural se encontraba a cargo de maestras
jóvenes:
la dirección de nuestras escuelas de campaña
[…] está a cargo de antiguos y meritorios maestros provinciales, sin los
conocimientos modernos suficientes para bien encauzar la enseñanza […]. Son,
por lo general, señoras que deben compartir las tareas docentes y directivas
con las muy respetables del hogar, dualidad muy difícil de armonizar. (1927, p.
27)
El fragmento anterior resalta la
incompatibilidad entre las tareas del hogar, con las tareas escolares. Las
“señoras” debían ser reemplazadas por “señoritas”, en tanto que las maestras
jóvenes, además de estar mejor preparadas –modernizadas- y tituladas por el
Estado, tendrían mayor flexibilidad para ser trasladadas a los más recónditos
lugares de la provincia, sin ataduras matrimoniales que tendieran a ubicarlas a
la base de un sistema laboral en el que la maestra debía convertirse en una
“trabajadora a tiempo completo”. Trabajo doméstico y trabajo escolar debían
desdibujar sus contornos. En la campaña la maestra es la escuela (Fiorucci,
2018).
¿Qué labores tendría por delante la maestra?
Es de suponer que la preparación del lugar, la limpieza, la calefacción y
ventilación de espacios poco o nada adecuados, tareas vinculadas al cuidado y
diagnóstico de posibles enfermedades. También debían establecer un parámetro
común de enseñanza por fuera de los programas homogeneizadores y enciclopédicos
y adecuar el cursado según los requerimientos laborales de las familias en
determinadas estaciones para que no perdieran el año escolar. Además, la tarea
de educar, seguro demandaría el concurso familiar de la propia educadora, si es
que poseía, y contar con la necesaria participación comunitaria para el sostén
material y simbólico de la escuela. Si pensamos, por ejemplo, en que debían
procurar algún tipo de alimentación al estudiantado durante las horas de
cursado, es evidente que esas actividades serían imposibles de sostener sin un
circuito comunitario que colaborara y participara con materias primas y trabajo
para poder realizarlas. Hay que tener en cuenta que las maestras provinciales
prácticamente no podían contar con sus ingresos debido al atraso crónico en el
pago de sus haberes -cuestión que abordaremos más adelante-. Por lo tanto, ante
las aseveraciones realizadas por Suárez en la que hace recaer el fracaso
escolar en contextos rurales debido a la pobreza material, la ignorancia, la
falta de predisposición de las familias, e inclusive la falta de preparación de
las maestras, esconde, invisibiliza o simplemente soslaya la tarea conjunta
emprendida entre las maestras confinadas –sin capacidad de elegir su lugar de
trabajo- y las comunidades que las recibían. ¿De qué vivía una maestra que no
contaba con su salario? ¿Quiénes participaban en la creación y el sostenimiento
de las escuelas? Apenas contamos con algunos indicios al respecto. Adrián
Ascolani (2012), nos informa que para lograr la creación de las escuelas
rurales en la región pampeana, era fundamental la colaboración material del
vecindario. Agricultores propietarios realizaron donaciones de terrenos para
edificar establecimientos escolares, mientras que los lugareños habitualmente
formaban comisiones y dedicaban parte de su tiempo para recaudar fondos y
propiciar la construcción de los edificios educativos. En la región que nos
ocupa, más precisamente en la localidad de Potrerillos –paraje montañoso a unos
60km de la Ciudad de Mendoza- los vecinos solicitaron la creación de un
establecimiento de enseñanza ante la desidia de las autoridades escolares tanto
nacionales como provinciales. La solicitud se anclaba en una experiencia previa
realizada por “un hombre bueno” quien reunió durante dos años a niños y niñas
para su instrucción, alcanzando para 1921 una cifra de 57 estudiantes. La buena
voluntad y generosa iniciativa chocó con una realidad objetiva de extrema
precariedad -“la carencia absoluta de útiles y elementos de enseñanza”- que
imposibilitaba la continuidad de la tarea emprendida. La vecindad inició peticiones
a las autoridades educativas nacionales para la construcción de una escuela con
maestras bien remuneradas. El requerimiento se basaba en esa experiencia
colectiva previa en pos de obtener un “beneficio tan necesario y hondamente
deseado por los pobladores, muchos analfabetos a quienes no place ver repetirse
en los hijos la desventaja que para ellos significa la carencia de los
conocimientos instrumentales más imprescindibles”.[17] Si bien las fuentes encontradas son escasas, nos permiten suponer
que las escuelas rurales existentes en la época fueron sostenidas, creadas y
hasta construidas por las propias vecindades o comunidades, aun con las
tensiones y contradicciones antes enunciadas.
En términos generales el período de
transición del siglo XIX al XX en nuestro país se caracterizó por la
consagración de la escuela como el espacio educativo hegemónico por excelencia
en el que debía impartirse la instrucción pública. La sanción de la ley 1420
garantizaba la educación primaria obligatoria para los niños y las niñas del
país –además de la gratuidad, laicidad y gradualidad-. Dicha obligatoriedad se
relacionaba con la clara intención de atar el trayecto educativo al ideal del
progreso moderno y capitalista. Asimismo, buscaba como prioridad la
construcción de un tipo de ciudadano concebido desde la vertiente liberal
clásica. Combatir masivamente el analfabetismo de las y los proletarios y sus
familias, para quienes la obligatoriedad debía ser más efectiva en función de
un mayor grado de control social. La educación quedó atada a la palabra escuela
tendiendo a naturalizarse a ambas como condiciones necesarias para el progreso.
La escuela al tiempo que se volvió sinónimo de educación fue subordinando y
desplazando al resto de las experiencias educativas que convivían junto a ella
(Pineau, 2001).
Estas instituciones educativas fueron
concebidas como un espacio separado del espacio mundano, paradójicamente
constituyéndose en parte fundamental del espacio público, a semejanza del monasterio
o el convento pero también compartiendo varias de las características con las
que se fue conformando el hogar moderno. Adentro de la escuela se reproducía lo
deseable y positivo, mientras que afuera se ubicaba la amenaza, lo negativo o
potencialmente destructivo.
¿Dónde ubicar la escuela? Lejos de los
embates del vendaval moderno, lejos de los lugares de reunión de los adultos
(prostíbulos, cantinas, etc.), similares procesos con los que se concibió el
hogar moderno (Liernur, 1997). Allí las mujeres serían relegadas a un espacio
público al que se lo concebía, en parte como extensión del doméstico. Un lugar
que tendió a connotarse como el “segundo hogar”.
Justamente es en relación a esa consagración
del recinto escolar, que nos interesa indagar por las características concretas
en las que se enseñaba y aprendía en los contextos rurales de la provincia
¿Cómo eran esas escuelas? ¿Hasta qué punto podía ser considerado el “segundo
hogar” para las y los niños o “templo del saber” para las docentes?
Según la información recabada hasta el
momento, los edificios eran escasos, estaban mal distribuidos y se encontraban
en condiciones poco apropiadas, tanto para el desarrollo del trabajo docente
como para garantizar un adecuado proceso educativo al estudiantado. Para el año
1926 la DGE contaba apenas con 28 edificios escolares propios, por lo que el
resto de los inmuebles debían ser alquilados por el Estado (Véase figura 2).
Para ese año las casas particulares alquiladas en la Capital llegaban a 24 y en
la campaña llegaban a 121 (Suárez, 1927).
Figura 2. Escuelas ubicadas en el espacio
urbano
Fuente: Los
Andes, Edición especial. Vistazo retrospectivo a la región de Cuyo al
cerrar el año 1920, enero de 1921, s/p.
Va de suyo que el mayor déficit de
instituciones para impartir la enseñanza primaria se encontraba en los espacios
rurales. Las escuelas de la campaña carecían de las condiciones materiales que
tenían algunas de las modernas escuelas ubicadas en la capital, ya que se
trataba de casas o caserones que eran adaptados y que resultaban impropios para
la enseñanza pública.[18] La insalubridad de los locales escolares aparecía como otro de los
tópicos recurrentes, así lo expresaba el interventor:
No es posible pensar que las escuelas de la
Provincia puedan continuar funcionando en los locales que actualmente ocupan
[…]. [S]us aspectos ruinosos e inhospitalarios, […] y lo que significa […] para
los niños que al concurrir a esos locales exponen su frágil organismo a la
insalubridad de los viejos caserones (Suárez, 1927, p. 62-63)
Al estado ruinoso de los edificios
escolares, las condiciones poco higiénicas e insalubres a las que eran
convocados las y los alumnos se sumaba un panorama desolador que las propias
educadoras advertían sobre las consecuencias nocivas de impartir clases en esas
condiciones
Educar generaciones de seres humanos en
ranchos desvencijados y peligrosos a la salud y a la vida, es formar almas
desvencijadas, amargas, sin aptitud para el bien, la belleza y la justicia (Sarmiento, 7-7-1917)
La peligrosidad y la amenaza de derrumbe no
se fundamentaban en denuncias vacías, menos aún en un territorio cruzado por
recurrentes movimientos sísmicos e inclemencias climáticas capaces de tirar
abajo los precarios establecimientos realizados, en la mayoría de los casos,
con barro y paja.[19] En el libro de actas de 1906 perteneciente a la Escuela Vicente
López y Planes de Tunuyán, quedaba plasmado por escrito la situación ruinosa en
la que había quedado el establecimiento luego de que fuertes ráfagas de viento
zonda azotara sus techos y paredes en diversas oportunidades.
[C]on motivo de un fuerte viento ha sido
caída o destruida por completo la muralla del costado sur […], quedando dicha
escuela por dos lados a la intemperie. […] [La] dirección tiene ya conocimiento
que desde el año anterior, está caída la muralla del lado este por la misma
causa antes expresada (Libro de Actas, Escuela Vicente López y Planes. Junio de
1906. Tunuyán, Mendoza. p. 23; citado en Dussel, 2014, p. 54)
Tres años después del siniestro, la escuela
continuaba funcionando a la “intemperie” según figura en el mismo libro de
actas en el que se reiteraba el pedido de asistencia estatal, ya que
continuaban sin realizarse las obras requeridas por el personal docente.
La frecuencia con la que encontramos en
diferentes momentos históricos el pedido a los poderes públicos para que
intervinieran en el mejoramiento, ampliación y/o construcción de locales
acordes a los requerimientos pedagógicos, sanitarios y estructurales necesarios
para impartir la educación nos da la pauta del grave estado estructural por el
que atravesaban las escuelas provinciales.[20] Una de esas denuncias, incluida en la revista Sarmiento, interpelaba al gobierno escolar para
[q]ue se [le] preste un poquito siquiera de
atención a los edificios escolares, muchos de ellos verdaderas pocilgas, donde
los maestros deben realizar el milagro de la educación con centenares de niños
bajo su sola dirección. (Sarmiento,
23-6-1917)
El fragmento citado, al tiempo que daba
cuenta del estado de abandono en la que se encontraba la escuela provincial
sólo sostenida mediante la tarea “milagrosa” de los y las maestras, nos ubica
en otro de los problemas cotidianos que afectaban de manera directa a la
educación primaria provincial. Exceptuando a algunas renombradas escuelas de la
Capital, las de menor relevancia y casi la totalidad de las escuelas de la
campaña carecían al “extremo de material escolar”.[21] Era de esperar que esas casas, “ranchos” y hasta “pocilgas”
edilicias utilizadas como recintos escolares se caracterizaran por “la extrema
pobreza en el mobiliario y elementos de trabajo”. Para 1926 la falencia de
bancos para niños y niñas escolarizadas oscilaba entre 5000 y 6000 en toda la
provincia, según los cálculos oficiales aportados por Leopoldo Suárez (1927, p.
50). Asimismo, en las escuelas de la campaña no disponían de cuadernos como así
tampoco de libros de lectura (1927, p. 50). Resulta elocuente que veinte años
antes del estudio realizado por el interventor, una maestra de la escuela
anteriormente mencionada del departamento de Tunuyán, requería la intervención
estatal para el mejoramiento educativo
pongo en conocimiento del señor director y lo
creo muy necesario se trabaje ó se aumente otra pieza para clases, por no ser
suficiente el local para contener el número de alumnos que á ella asisten, ni
se podrá aumentar más, estando los que actualmente vienen a la escuela, en una
verdadera incomodidad, de a cuatro ó cinco en un banco de dos asientos por no haber
extensión (Libro de Actas, Escuela Vicente López y Planes. Junio de 1906.
Tunuyán, Mendoza. p. 23; citado en Dussel, 2014, 54-55)
La construcción de edificios
sismorresistentes y acordes a los valores pedagógicos e higiénicos modernos,
existían en ínfima cantidad en la Capital y en las principales cabeceras
departamentales. En el resto de la provincia era prácticamente inexistente este
tipo de edificación según nos informan las fuentes consultadas (véase figura
3).
Figura 3. Única fotografía de escuela rural
encontrada (borde inferior izquierdo) y tipo de mobiliar
Fuente: Los
Andes, Edición especial. Vistazo retrospectivo a la región de Cuyo al
cerrar el año 1920, enero de 1921, s/p. Podemos observar a partir de las figuras
2 y 3 la disparidad abrumadora entre los establecimientos construidos con
materiales sismo-resistentes ubicados en la ciudad de Mendoza, en contraste con
la escuela rural incluida en la fotografía. Parece indudable que los preceptos
modernos con los que fue pensada la escuela durante las primeras décadas del
siglo XX en la provincia distaban por mucho del imaginario propuesto por las
autoridades educativas.
Esta grave situación se presentaba con
recurrencia y la podemos observar tanto en los documentos oficiales como en las
prensas elaboradas por educacionistas. Procurar lugares higiénicos, bien
ventilados, luminosos, espacios en sintonía para cada estudiante, entre otras,
se colocaron a la base de los reclamos para impartir una buena educación. Ya
que el local escolar, además de convocar a los y las niñas en edad escolar, se
concebía como centro de socialización de las prácticas modernizantes en
detrimento de las consideradas rudimentarias, arcaicas o sencillamente
definidas como “primitivas”.
Se desprende de lo analizado hasta acá, que
los establecimientos escolares compartían varias de estas condiciones
“inhospitalarias” señaladas por Suárez. Lo que el funcionario no vio, o
pretendió invisibilizar, era el hacinamiento escolar con el que debió lidiar
una maestra en esas condiciones de extrema precariedad y pobreza. Según los
cálculos realizados por las historiadoras Barrio y Rodríguez Vázquez (2016)
para el año 1926 la cantidad de niños y niñas en situación escolar en relación
al promedio por maestro o maestra oscilaban entre los 28 y 32 estudiantes por
docente. Además, debe tenerse en cuenta que en las escuelas rurales se impartía
en el mismo espacio y en simultáneo la educación a niños y niñas que se
encontraban en diversos grados educativos (de primero a cuarto). Toda esa endeble
base material sobre la que los y las maestras debían encarar su tarea debió
constituirse en una razón más para que las infancias y sus familias no tuvieran
los incentivos suficientes para agenciar a esos espacios como propios. Aun así
cabría preguntarse ¿cómo fue posible llevar adelante el triunfo de la escuela
en esos contextos tan adversos?
Tal como vimos con anterioridad, la temprana
feminización del magisterio vinculada a la valoración positiva de la mujer para
ocupar cargos docentes -entendida como prolongación de sus actividades
maternales- se conjugaron con una racionalidad económica de un Estado liberal,
que en tanto concebía a la educación como un puntal fundamental para la construcción
de los ciudadanos, se propuso sostenerla con el menor costo posible. La mujer,
debido a las prescripciones que pesaban sobre ella, se presentaba como la mejor
de las alternativas para ocupar ese lugar como “trabajadora barata” (Lionetti, 2007). En tanto que la tarea
realizada por las maestras gozaba de una fuerte legitimidad social, no ocurría
lo mismo en cuanto a la retribución salarial por su labor. Así, su trabajo no
fue considerado como tal.
En Mendoza, las remuneraciones de las y los maestros primarios
pertenecientes al ámbito educativo provincial se encontraban sometidas a los
vaivenes de la economía provincial, con sueldos bajos e impagos. Año tras año, tuvieron que soportar el atraso crónico en el pago de
sus magros salarios. Para mediados de 1916, el diario Los Andes informaba que la deuda salarial para con las maestras y
maestros alcanzaba los ocho meses y agregaba, lo siguiente: “son muchos los
hogares que a estas horas [están] frente a la dolorosa perspectiva de la falta
de alimentos” (Los Andes,
16-7-1916).
Además, se veían obligados a caer en las redes de la usura y
"vender sus sueldos atrasados con un descuento del treinta por
ciento".[22]
Inclusive, maestras jubiladas en 1901 se definían como
"esencialmente pobres” y agregaban, “hemos envejecido mártires del deber
[...] y sufrimos las consecuencias de la miseria después de 19 meses que
estamos impagos”.[23]
Inclusive, ante la grave crisis económica
que afectó a la provincia durante 1917, el Estado dispuso la disminución de los
haberes docentes. Los descuentos fueron muy significativos, especialmente para
la franja mayoritaria de las maestras de grado, que llegó a superar el 33% (Sarmiento, 19-5-1917). Para ese mismo
año, se fundó la revista dedicada a temas educativos, Sarmiento. En su primer número, la nota de tapa refirió a “Los
sueldos del magisterio”. La disminución de los haberes y el atraso en el pago
de los mismos llevaba al magisterio a una situación insostenible que hacía que
perdieran la “paciencia digna de su misión” –según sus palabras-. Y continuaba,
“el monto de los mismos es exiguo y en muchas partes hasta irrisorio”; el
crédito les estaba restringido y llamaba a pensar en las “exigencias inherentes
a la función social del maestro” en un momento en el que el mundo se encontraba
en guerra y generaba una espiral inflacionaria que se reflejaba en la “suba
exorbitante de todos los artículos, tanto alimenticios como de cualquier otro orden” (Sarmiento,
3/5/1917). Para mediados de mayo de 1917, desde la revista se denunciaba que la
deuda salarial con el magisterio provincial se encontraba entre los 7 y 8
meses. Y hacían hincapié, en que la crisis repercutía más entre las maestras
rurales ya que ganaban menos y se “sacrifican” más que el resto de sus colegas,
“lo menos que pueden pretender es cobrar al mismo tiempo que éstos sus escasos
emolumentos” (Sarmiento, 19-5-1917). La situación era tan precaria que ante la
hipotética posibilidad de cobrar una parte de sus sueldos adeudados, las
docentes rurales que residían a “decenas de leguas” de la Capital debían
“realizar largos y costosos viajes” para poder cobrar, dejar de lado las tareas
educativas y “gastar lo que no tienen en realizar el viaje” (Sarmiento, 2-6-1917).
Verdad es que los poderes públicos miran con
displicencia la situación precaria de hoy y de siempre del magisterio. […] Es
por esto que con toda exactitud se ha dicho que el maestro es el último mono
del presupuesto en este país fabulosamente rico. (Sarmiento, 9-6-1917)
A la inseguridad económica se sumaba la
inestabilidad laboral. Las atribuciones omnímodas que las jerarquías
institucionales tenían sobre sus trabajadores también eran denunciadas ya que
“pesa sobre su cabeza la formidable espada del traslado o la cesantía […]
atribución discrecional que hoy tienen las autoridades escolares de Mendoza,
[realizada mediante] simple decreto inapelable” (Sarmiento, 2-6-1917).
A modo de ejemplo, describían la designación
de un maestro en un puesto escolar de la campaña:
el interesado va y toma posesión de la
escuela o del cargo; lleva a su familia, se instala […], hace gastos y
sacrificios de todas las clases para […] hacer medianamente pasable su
existencia y la de los suyos. Como maestro inicia su labor; realiza tareas para
mejorar la escuela, para vincularse con padres y vecindario y llevar a cabo
iniciativas benéficas o de progreso; pero el día menos pensado… ¡zás!... un
decreto de traslado que lo arruina y lo lleva al otro extremo de la provincia,
cuando no es una cesantía fulminante que lo pone con su familia en medio de la
calle. […] [L]a vida del maestro […] está al albur de un simple capricho de las
autoridades, de una venganza, y hasta de un chisme.[24]
En el último número disponible de Sarmiento aparecido en el mes de octubre
de 1917, a poco de finalizar el ciclo lectivo, la deuda salarial se había
incrementado. Para ese entonces las maestras llevaban entre 8 y 9 meses sin
percibir sus salarios. El mismo escenario se presentaba a inicios del ciclo
lectivo de 1919. Para el mes de marzo se les adeudaba alrededor de 8 meses de
sueldo.
En la revista Palanca, publicada durante 1921, volvemos a encontrar denuncias
reiteradas sobre los atrasos en el pago de los salarios del magisterio. A la
fecha pautada para el inicio de clases, mes de marzo, se adeudaban entre 4 y 5
meses a docentes de la Capital y ascendía hasta 15 a los de la campaña.[25] Recalcaban el agotamiento del plantel docente debido a esta
situación,
la mayoría de los cuales no ha disfrutado de
las vacaciones, en la forma en que sus energías gastadas lo reclamaba, por
carecer de medios y porque muchos desfilaron días tras días por las oficinas de
la Dirección General o por las casa de los usureros en procura de algunos
centavos para cubrir las necesidades más apremiantes. Tiempo es que los
maestros se convenzan de que su trabajo debe ser remunerado puntualmente y que
conseguir que tal cosa suceda, es obra del mismo maestro (Palanca, 5-3-1921)
Ese mismo año hubo un total de 134 días de
clases, la fecha fijada para culminar el ciclo anual fue el 20 de noviembre.
Para ese entonces la misma revista realizaba un balance negativo del año
afirmando que a la indigencia en la que se encontraban las instituciones
escolares, debía sumarse la obligatoria asistencia de los y las maestras a
pesar de la “miseria extrema y efectos depresivos, por el atraso de siete meses
en la percepción de los sueldos” (Palanca, 12-11-1921).
Esta situación vuelve a reiterarse en el año
1926, lo cual nos permite afirmar que la deuda salarial para con las maestras
continúa siendo durante todo el periodo, estructural, sin importar el signo
político –conservador, radical yrigoyenista o lencinista- que ocupase
eventualmente el lugar en el Estado. Fue a mediados de 1926, cuando se les
adeudaba a los y las maestras hasta un año de sus haberes, que Suárez fue
nombrado Interventor de la Dirección General de Escuelas. Su designación
buscaba procurar una salida a la crisis financiera y política que afectaba
seriamente el funcionamiento del sistema educativo provincial. El balance de su
intervención quedó plasmado en el informe que hemos utilizado para la
realización de este trabajo.
Como parte de su programa de gestión, si
bien logró ordenar la crítica situación financiera y pagar gran cantidad de los
sueldos adeudados al magisterio, llevó a cabo un ajuste presupuestario que
implicó suspensiones al personal administrativo y obligó a los maestros que
trabajaban al mismo tiempo en escuelas nacionales y provinciales a optar por
uno de los dos sistemas (Barrio y Rodríguez Vázquez, 2016). Consideró, según
sus cálculos, que la educación en la provincia de Mendoza era de las más caras
del país y de las menos efectivas. En sus palabras, “la escuela realiza
deficitariamente su función” y “el Estado gasta mucho dinero en formación de
maestras y maestros, creación de escuelas, materiales escolares para tan magros
resultados” (Suárez, 1927, p. 41). Y si bien reconoció la situación de
“hambruna” por la que atravesaban los y las docentes provinciales, afirmó que
entre los principales motivos del despilfarro financiero, existía una excesiva
cantidad de educacionistas, por lo que decidió recortar 400 puestos de trabajo,
equivalente a poco más del 27% del total de educacionistas provinciales.[26] En el informe puede observarse que la reforma integral que propuso
para el sistema educativo incluía el cierre de escuelas y la reorganización del
personal docente.
La conformación de un mercado laboral
educativo legítimamente habilitado y propiciado por el Estado para las mujeres
estuvo atravesado por un sinnúmero de tensiones. La educación primaria diseñada
como un área laboral feminizada, propició el ingreso de las mujeres a ese
mercado laboral. Aunque las maestras, una vez que lograban el título
habilitante proporcionado por la escuela Normal, eran investidas de idoneidad
institucional y de una considerable respetabilidad social, tenían muy poco
margen para elegir dónde y de qué modo ejercer sus tareas. La dirección escolar
destinaba a las jóvenes maestras a lugares cuyos habitantes debían ser
alfabetizados, modernizados y ciudadanizados con mayor urgencia. Los poblados
ubicados en la campaña, considerados atrasados, regresivos y primitivos fueron
los destinos más factibles para las maestras provenientes de la clase
trabajadora y sin vinculaciones estrechas con los agentes del poder público.
Una vez que tomaban el cargo de maestra o la dirección del establecimiento
debían entablar diversas estrategias a fin romper con las resistencias comunales
que su presencia generaba. La efectividad con la que lograban insertarse
depararía la permanencia en el empleo y la posibilidad de hacer carrera en el
sistema educativo. La juventud, la falta de experiencia y la angustia de
sentirse ajenas a ese mundo harían de esa estancia un padecimiento para sus
protagonistas. En consonancia con otras investigaciones vinculadas a otras
regiones del país, hemos considerado como posibilidad palpable el hecho de que
el trabajo escolar rural implicara un trabajo a tiempo completo ya que la
escuela se convertía en sinónimo de la maestra (Fiorucci, 2018; Ascolani,
2012). Así y todo, a pesar de las múltiples tareas asumidas, no obtenían una
retribución acorde a la reproducción básica de la vida. Los salarios, además de
resultar insuficientes, no fueron erogados en tiempo y forma. Los mayores
retrasos salariales se producían, en particular, en este sector laboral,
quiénes además, denunciaban el abandono absoluto de las autoridades escolares.
Al aislamiento físico y emocional y la extrema precarización se añadía la
inseguridad laboral, a falta de un estatuto que les garantizara la estabilidad
en el empleo. La educación, si bien se configuraba para el Estado como una
política de primer orden que debía expandirse a los rincones más recónditos de
la provincia no fue acompañada de la inversión presupuestaria acorde a la
declamada prioridad. De hecho, en función de lo analizado, sostenemos que uno
de los motivos de la feminización de la docencia fue el concebir esa tarea como
“natural”, como una extensión de sus tareas domésticas de cuidado y crianza, y
en este sentido implicó no reconocerla como trabajo. De allí la posibilidad de bajos
sueldos e incluso el atraso sistemático con la que fueron pagados los mismos.
A partir del análisis de las prensas
gremiales y educativas de la época, pudimos rescatar discursos en el que se
denunciaron los bajos salarios, insuficientes para afrontar la carestía ante el
aumento progresivo del precio de los alimentos y alquileres, los atrasos crónicos
de la erogación de sus salarios, las menesterosas condiciones laborales, la
falta de estabilidad en sus empleos e, inclusive, la pauperización por la que
pasaban sus años como jubiladas. Mediante este tipo de publicaciones buscaron
visibilizar y concientizar al propio gremio y a la sociedad sobre las
vicisitudes de vivir y trabajar como maestra.
A pesar de haberse identificado algunas
coincidencias entre los reclamos docentes y el diagnóstico sobre los problemas
educativos registrados en el informe de Leopoldo Suárez, las reformas
propuestas por el director general de escuelas no ampliaba el presupuesto
educativo, no suponía un aumento salarial, no regulaba los escalafones docentes
como así tampoco estatuía y reglamentaba el trabajo de las maestras. Respecto
de las tareas escolares y extraescolares; como así también el trabajo de
reproducción social que el sistema les exigía, Suárez concluía que “en manera
alguna es excesivo el trabajo que se exige al maestro en la Provincia de
Mendoza y […] estamos muy lejos de correr el riesgo de agotarlos
prematuramente” (Suárez, 1927, p. 38). Las posiciones
antagónicas incluidas en este trabajo y expresadas por sus propias
protagonistas no precisan mayores comentarios. Promediando la década de 1920,
las posiciones reformistas menos intransigentes insistían en implementar
medidas racionales que proponían sostener la educación destinando el menor
porcentaje del presupuesto provincial posible. Este propósito motivó un doble
juego, o una tensión entre el reconocimiento estatal de las maestras como
“heroínas”, cuya misión era lograr el milagro educativo, y la naturalización de
sus tareas, en las que la suma de dificultades laborales y las faenas
cotidianas no fueron consideradas en modo alguno como excesivas. Ambas perspectivas
lograban escamotear el foco de una demanda por el reconocimiento de las
maestras como trabajadoras con la consecuente reivindicación salarial y presupuestaria
que dicha labor exigía.
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Palanca, Mendoza (1921)
Diario Los Andes, Mendoza.
Diario La Montaña, Mendoza.
Revista La Semana, Mendoza.
[1] Agradezco los aportes de Patricia Dussel y las evaluaciones
anónimas de la revista.
[2] Leopoldo Suárez fue un enólogo e ingeniero agrónomo perteneciente a
la Unión Cívica Radical lencinista. Fue elegido senador provincial en 1916
puesto al que renunció al asumir la gobernación J.N. Lencinas en marzo de 1918,
para hacerse cargo de una de las agencias estatales más importantes de la
provincia: la Superintendencia General de Irrigación. Puesto que ocupó entre
1918 y 1919. A mediados de 1919 fue nombrado Ministro de Industrias y Obras
Públicas hasta enero de 1920, fecha en que falleció el gobernador. Su Segunda
etapa como Ministro de Industrias y Obras Públicas (1922-1924), acaeció durante
el gobierno de C. W. Lencinas. Para la tercera gestión lencinista, liderada por
Alejandro Orfila (1926-1928), Suárez fue elegido senador. Al poco tiempo fue nombrado
Interventor en la Dirección General de Escuelas con el fin de ordenar la crisis
en las finanzas del sistema educativo provincial que, entre otros problemas,
adeudaba una cuantiosa cantidad de meses de salario a los docentes. Desde el
ejecutivo se le solicitó la realización de un informe con el fin de implementar
un plan integral de reformas en el sistema. Para mayor desarrollo, véase
Barrios y Rodríguez Vázquez, 2016.
[3] Entre marzo de 1914 y marzo de 1918, ocupó la gobernación el
conservador Francisco Álvarez. El primer gobierno de J.N. Lencinas comenzó el 6
de marzo de 1918 y finalizó el 17 de febrero de 1919, siendo interrumpido por
dos intervenciones federales (Tomás de Veyga -17 febrero 1919/12 abril 1919;
Perfecto Araya -12 abril 1919/25 julio 1919). Posteriormente, J.N.Lencinas
volvió a gobernar desde el 25 de julio de 1919 hasta su fallecimiento (20 de
enero de 1920), donde fue sucedido por Ricardo Baez, quien gobernó entre el 20
de enero y el 3 de septiembre de 1920. A este gobierno le siguió la
intervención federal de Eudoro Vargas Gómez (3 de septiembre de 1920/4 de
febrero de 1922). Finalmente, Carlos Washington Lencinas (Hijo de J. N.
Lencinas) fue gobernador desde el 4 de febrero de 1922 hasta el 9 de octubre de
1924, hasta ser nuevamente intervenido federalmente (Enrique Mosca, 9-10-1924
al 6 de febrero de 1926). Finalmente Alejandro Orfila (UCR Lencinista), fue
elegido para ocupar el ejecutivo provincial ente febrero de 1926 y diciembre de
1928.
[4] Hasta el momento nos ha sido imposible reconstruir su trayectoria
personal, sin embargo, sabemos por otra nota publicada en la misma revista
titulada “Bosquejando” que se encontraba pronto a jubilarse en 1919. Ella
perteneció a la agrupación Idea y fue parte del comité editorial de la revista.
Es factible que la agrupación nucleara a una heterogénea composición etaria
entre sus miembros lo que les permitió entablar un diálogo entre aquellas que
recién iniciaban la tarea docente, las que la transitaban hacía un tiempo y
quienes estaban jubiladas o en situación de jubilarse. Es importante resaltar
que esta nota –vida de maestro- se enmarca en la lucha que venían desarrollando
por la aplicación efectiva de la Ley de Jubilaciones, una de las legislaciones
sociales aprobadas en 1918 durante el gobierno radical de José Néstor Lencinas
(Véase Luis, 2017).
[5] Ulloa, M., “Vida de maestro”, Idea, 13-06-1919.
[6] Ulloa, M., “Vida de maestro”, Idea, 13-06-1919.
[7] Ulloa, M., “Vida de maestro”, Idea, 13-06-1919.
[8] Sobre la invisibilización laboral de las mujeres en el espacio
público analizado a partir de los primeros Censos Nacionales se recomienda la
obra de Lobato (2007); D’Antonio y Acha (2000); Queirolo (2019) y para el caso
de Mendoza, Cerdá (2014).
[9] Porcentajes estimados en base a los datos aportados en Suárez,
1927, p. 23
[10] Los y las maestras diplomadas que ejercían en las escuelas fiscales
de la provincia alcanzaba al 72% en 1917; el 86% en 1919; el 83% en 1921 y el
90% para 1926. Elaboración propia en base a los datos aportados en Suárez,
1927, p. 23.
[11] La idoneidad de las tareas docentes en relación al título
conseguido en instituciones normales nacionales fue una de las marcas
recurrentes de los funcionarios estatales vinculados a la educación. Al
respecto véase Suárez, 1927, p.p. 26-28.
[12] La Escuela Normal de Maestras Nicolás Avellaneda fue la primera
escuela para la formación sólo de maestras y fue creada en el año 1878. Al año
siguiente se creó la Escuela Normal de Maestros Domingo Faustino Sarmiento
(1879) y se dedicó sólo a la formación de varones. El cierre de ésta última
institución se produjo en el año 1900 por orden del Consejo Nacional de
Educación. A partir del año 1914, la escuela Normal de Maestras se transformó
en mixta y funcionó hasta la década de 1970 (Satlari, 2007).
[13] Sobre el higienismo social en relación a la inversión sexual,
seguimos fundamentalmente el estudio realizado por Pablo Ben (2000), que en su
planteo advierte que la expresión “inversión sexual” empleada en esa época
tenía un significado más amplio que la expresión “homosexualidad”. Implicaba
más bien una “reversión completa de la función sexual del sujeto” y, de forma
aún más decisiva, “a las aberraciones respecto de la función social definida
por el sexo del sujeto”. Por lo tanto, también es posible pensar que aquello
que se definía como “la desviación o lo inmoral, era la independencia respecto
de los hombres ganada por mujeres que trabajaban por una remuneración, la
ausencia circunstancial de un varón, o el rechazo voluntario y consciente del
matrimonio tradicional que establecía la división internacional del trabajo así
como los roles y jerarquías de las mujeres femeninas y los varones masculinos”
(p. 67; en nota al pie).
[14] Para arribar a estas estimaciones recurrimos a los datos
proporcionados por Suárez. Los departamentos seleccionados fueron los
siguientes: Tunuyán, Tupungato, La Paz, Lavalle, General Alvear, San Rafael y
Rivadavia. Cabe aclarar que no hemos encontrado datos desagregados que
contengan las cifras de maestras y maestros sólo en contexto rural. Por lo tanto
nos pareció pertinente seleccionar estos departamentos que hasta la actualidad
se caracterizan por tener un alto índice poblacional volcado a la producción
agro-industrial. El porcentaje estimado para la Capital fue realizado a partir
de los siguientes datos: mientras que sólo 20 maestros (4,84%) prestaban
servicio en las escuelas fiscales y nacionales, 394 maestras (95,16%) lo hacían
en las mismas reparticiones (Suárez, 1927:25).
[15] Sobre el rol de la policía y el disciplinamiento de las infancias
estudiantiles urbanas en Buenos Aires, sobre todo en relación a la figura del
“rabonero”, recomendamos los trabajos de Freidenraij, 2016 y 2020.
[16] Casos similares son analizados por Ascolani (2012) en la región
pampeana.
[17] La nota, agregaba un dato por demás interesante. La comunidad de
esa localidad realizaba la petición a las autoridades nacionales y no a las
provinciales, porque “no quieren ver a maestros en la miseria” (“La escuela de
potrerillos”, Palanca, 19-3-1921). El fundamento respondía a que los docentes
pertenecientes al ámbito nacional cobraban un mayor salario y eran percibidos
con mayor regularidad que los y las trabajadoras pertenecientes a la
repartición provincial (Latorre, 2019).
[18] Suárez resaltaba lo siguiente: “los locales que ocupan las escuelas
salvo contadas excepciones, no reúnen las más indispensables condiciones de
higiene y seguridad” (1927, p. 58).
[19] Nos referimos a las construcciones realizadas en adobe. Para un
estudio histórico pormenorizado sobre “cultura del adobe” en la provincia de
Mendoza recomendamos ver Cerdá, 2011.
[20] “Sin temor de pecar de exagerados, podríamos afirmar que no existe
una sola escuela que posea la dotación de útiles y elementos que permita
realizar en ella, una limpieza diaria, más o menos completa. Falta lo esencial,
haciendo sobre el consumo de ciertos artículos, ridículas economías, con grave
perjuicio para la salud de los niños. El barrido se hace con escobas (que con
frecuencia faltan o son insuficientes) siendo la provisión de aserrín
indispensable para este objeto, en extremo escasa, cuando no falta del todo;
nada diremos de los cepillos, jabones, desinfectantes, etc., considerados
artículos de lujo estando por consiguiente, proscriptos de nuestros
establecimientos culturales”. La nota continuaba denunciando la falta de
personal designado para el mantenimiento y la limpieza de las escuelas. “La
sanidad en las escuelas”, Palanca, 3-9-1921.
[21] Desde el periódico gremial Palanca en una de sus notas le hacían
notar a la DGE lo siguiente: “la escuela de Las Malvinas –San Rafael- tiene 7
bancos para 180 niños; la de Monte Comán, no tienen un vidrio en las puertas de
su único salón; la de San Carlos, <<9 de julio>>, carece de w. c.
[baño]!! no habiendo sido blanqueada desde hace 5 años y unos galpones que posee,
están en ruinas; la escuela José Federico Moreno de ciudad, tiene un foco de
infección en sus w. c. [,] careciendo en los grados hasta de tiza; todas las
escuelas de la provincia carecen de ilustraciones, de tinta, de útiles y
algunas como la [escuela] Pueyrredón [de Ciudad], amenazan caerse, con piezas
obscuras y sin ventilación”. Continuaban afirmando que podían engrosar aún más
la lista de establecimientos en condiciones similares. “La laicidad de la
enseñanza y la Dirección escolar”, Palanca, 5-4-1921.
[22] Los Andes, 16-7-1916. “A los educadores se les pagaba con letras de
tesorería –emisiones clandestinas desprestigiadas que sustituían la moneda y
eran cotizadas muy por debajo de la misma- […]. La desvalorización de la letra
de tesorería alcanzó al cuarenta y cinco porciento […]. Otras veces los sueldos
se pagaban con vales o autorizaciones para cobrar, lo cual siempre terminaba en
descuentos ante usureros conocidos. Los diarios publicaban avisos destacados
anunciando que se compraban sueldos de la DGE y ofreciendo a los maestros de
campaña encargarse de visar las autorizaciones y girarles los depósitos.
Grandes fortunas se construyeron sobe la base de los sueldos de los maestros”,
De la Vega, 1997, p. 30.
[23] AGHM. Carpeta de Instrucción Pública. 98/Doc.76. 2 de febrero de
1901. Maestros jubilados reclaman el pago de la pensión.
[24] La nota gravita insistentemente sobre el autoritarismo que sufren
las y los maestros, ante la falta de una reglamentación que regule las
condiciones de estabilidad en el cargo. También sobre la injusticia con la que
proceden las autoridades, pues las trabajadoras carecen de un “tribunal de
apelación” que les permita su defensa. También se pide un reglamento que
permita dar cuenta de un procedimiento justo ante la acusación de incompetencia
e inmoralidad. “En acusaciones de inmoralidad grave […], para una exoneración,
[…] basta que una persona eche sombras sobre la conducta de un maestro, para
que peligre su estabilidad y reputación” (“Estabilidad del maestro”, Sarmiento,
2-6-1917).
[25] “Hay numerosos maestros en San Rafael a quién se debe siete, nueve
y <<quince meses de sueldo>> porque el señor inspector no mandó las
planillas a su debido tiempo y no pudo liquidárseles por consiguiente sus
haberes en el mes en que se abonaban. […] Esta irregularidad cuyas
consecuencias terribles para tantas familias, es hasta delictuosa. “Ante la
situación”, Palanca 12-2-1921.
[26] Porcentaje estimado a partir los datos proporcionados por Suárez,
1927, p. 23. El total de docentes provinciales para 1926 fue, según sus
cálculos, de 1467.