Saberes y prácticas. Revista de Filosofía y Educación / ISSN 2525-2089
Vol. 8 N° 1 (2023) / Sección Dossier / pp. 1-12 /
Centro de Investigaciones Interdisciplinarias de Filosofía en la Escuela (CIIFE),
Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Cuyo, Argentina.
revistasaberesypracticas@ffyl.uncu.edu.ar / saberesypracticas.uncu.edu.ar
Recibido: 27/02/2023 Aceptado: 13/06/2023
DOI: https://doi.org/10.48162/rev.36.094
Fashions on a collective scale: Walter Benjamin
and the figures of women in the modern city
Nathalie
Goldwaser Yankelevich
Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET);
Universidad
Nacional de Avellaneda (UNDAV), Argentina
nathalie.goldwaser@gmail.com
Resumen. Este artículo abreva
fundamentalmente en el Konvolut B [Moda] perteneciente al Libro de
los Pasajes (Das Passagen-Werk) escrito entre 1927 y 1940 y
publicado póstumamente. Allí se revela uno de los fenómenos de la cadena
infernal de la modernidad y del capitalismo: la moda.
Lejos de ser una noción vinculada a
la indumentaria, al ornamento o al adorno, a la mujer o las mujeres, Benjamin
logró que la moda sea desmitificada revelando sus características internas: la
de estar vinculada con el pasado, con la tradición para introducir una
innovación que al cabo caducará con el fin de que renazca, como el continuum
de la historia, en una nueva moda.
Si la moda se introduce a través de
la ciudad, ¿qué papel jugó esta y qué vinculaciones se dan en torno a las
figuras de la mujer en este Konvolut? Nos proponemos desentrañar esa
articulación que haría del escrito del filósofo alemán una revelación por demás
sugestiva: la de encontrar en la moda una barrera que levantan las clases altas
para distinguirse de las bajas tal como Hausmann lo hizo en la ciudad de París
para limitar el accionar de las barricadas.
Palabras clave. fenómeno de la moda, encadenamiento infernal, ciudad,
figura de la mujer, capitalismo.
Abstract.
This article mainly draws on the Konvolut B [Fashion] from the Book
of Passages (Das Passagen-Werk) written between 1927 and 1940 and
published posthumously. It reveals one of the phenomena of the infernal chain
of modernity and capitalism: fashion.
Far
from being a notion linked to clothing, ornament, or adornment, to woman or
women, Benjamin succeeded in demystifying fashion by revealing its internal
characteristics: that of being linked to the past, to tradition in order to
introduce an innovation that will eventually expire in order to be reborn, like
the continuum of history, in a new fashion.
If
fashion is introduced through the city, what role did the city play and what
links are there around the figures of women in this Konvolut? We propose
to unravel this articulation that would make the German philosopher's writing a
highly suggestive revelation: that of finding in fashion a barrier erected by
the upper classes to distinguish themselves from the lower classes, just as
Hausmann did in the city of Paris to limit the action of the barricades.
Keywords.
fashion phenomenon, infernal interlinking, urban, figure of the woman,
capitalism
En este
artículo se pretende dar preeminencia a un Konvolut del Libro de los
pasajes (Das Passagen-Werk) analizado escasamente. Nos referimos al
que ocupa el segundo lugar, «B [Moda]», de la mencionada obra. Tenemos
la presunción de que ello se debe a una interpretación falaz del fenómeno de
la moda[1] en tanto que una gran mayoría lo vincula netamente a la
indumentaria, al ornamento o al vestir y al bello sexo qua sujeto
y no como figura de la mujer.
Sin
embargo, es el propio Benjamin -sin recalar en ninguna otra referencia o
aforismo por fuera de su propia reflexión- quien asevera que «Las modas son un medicamento, tomado a escala colectiva,
dirigido a compensar los efectos nocivos del olvido. Cuanto más breve es una
época, tanto más se encuentra remitida a la moda» (2016, p. 107 [B 9 a, 1]).
Pensar
el fenómeno de la moda implica analizarlo desde su estructura temporal como «la
moda actual» (op. cit., p. 102 [B 6 a, B 6 a 1]), es decir, la que
siempre se encuentra en un tempo presente,
aunque el individuo no la observa a través de sus motivaciones ya que se
presenta como una imposición traslúcida y, aparentemente, no violenta.
Asumimos,
en primer lugar, que se halla en la moda una barrera, la frontera que levanta
las clases altas para distinguirse. Por tanto, nos proponemos pensar una
analogía entre el umbral de la moda y el diseño estratégico de la ciudad
moderna, aquella de los escaparates, de los pasajes y de las galerías para que
la encarnizada persecución de la vanidad de clase se materialice, aunque sea en
una minúscula distancia -agrega Benjamin (2016, p. 102 [B 6; B 6 a 1)-
adoptando la nueva moda.
En
nuestra segunda presunción, la ciudad que se perfila ‘moderna’ (y que veremos
con la mención a la haussmannización), tiene como condición imprescindible la
introducción infernal de la continua novedad que hace del pasado inmediato algo
que se debe borrar de un plumazo, esta es la clave de lectura que ofrece el
autor del Libro de los Pasajes. La figura de la mujer no se puede
disociar en el «Konvolut B [Moda]» del contexto de la emergencia de las
grandes urbes. En ese sentido, nos preguntamos pues ¿qué rol cumple dicha
figura a la que alude Walter Benjamin?
En Calle de mano única, el filósofo alemán afirmó
que con la ciudad ocurre lo mismo que con todas las cosas sometidas a un
proceso irresistible de mezcla y contaminación:
donde lo ambiguo se
pone en el lugar de lo genuino, y lo mismo ocurre con la ciudad. Las grandes
ciudades, cuyo poder inconmensurablemente tranquilizador y confirmatorio
encierra al creador en una tregua y, que con el panorama del horizonte consigue
asimismo sustraerlo de la consciencia de las fuerzas elementales siempre
alertas, se muestran atravesadas en todas partes por la intrusión del campo (…)
pone al ciudadano en la situación turbia y sumamente aterradora en que debe
absorber en su persona, bajo las inclemencias de la solitaria llanura, los
engendros de la arquitectura citadina. (Benjamin, 2014, pp. 62-63).
La hipótesis de la presente investigación sostiene
que es a partir de la introducción de la noción figura de la mujer -cuando
Benjamin se refiere a lo femenino/a la mujer o a las mujeres-, que puede
notarse una homologación con la «eterna figura de la moda» (Benjamin, op.
cit., [B 1 a, 2]) y esto sólo es posible en la ciudad burguesa donde, la
mujer cual excusas o pretexto, es convertida en la combinatoria entre lo orgánico,
por su movimiento, y lo inorgánico simultáneamente, impelida por estas
novedades efímeras o falsas novedades. Si esto es así, hay en Benjamin una
crítica al tipo de urbanismo que se concentra alrededor
de lo que se entiende por la expresión estar de moda, esto es, la
materialización encarnada en el consumo mercantil en esos pasajes que hacen de
la tradición y de las costumbres un efímero elemento de lo colectivo, colectivo
que por cierto es en primera instancia referenciado con lo femenino (Benjamin,
2016, p. 93 [B 1 a, 1]), pero
que en realidad abarca a toda la masa que se encuentra «bajo las inclemencias
de la solitaria llanura, los engendros de la arquitectura citadina» (Benjamin,
2014, p. 63).
En el «Konvolut
K [Ciudad onírica, ensoñaciones utópicas, nihilismo antropológico]» retoma
esta afirmación para agregar que toda corriente de moda o cosmovisión adquiere
su impulso a partir de lo olvidado. Es en el orden de lo colectivo -y no a
nivel individual-, que se entrega completa y normalmente a la moda.
Aquí se
propone entonces entender al fenómeno en cuestión principalmente desde su forma
temporal, más allá de los contenidos en los que se la piensa empíricamente,
como la vestimenta, la indumentaria, el ornamento, los adornos. Siguiendo el
análisis de las citas (a Leopardi, a Baudelaire, a Simmel, entre otrxs)
referenciadas por Benjamin, la moda queda presentada como una productora de
efectos dinámicos sobre las nuevas y novedosas condiciones materiales. Lo que
se revela es la estructura ambigua y dialéctica de la moda. El análisis de su
lógica de funcionamiento es una manera de criticar su temporalidad intrínseca,
la de hacer morir o fenecer lo que trae para que, precisamente, algo semejante
pueda sucederla siempre en un presente cronológicamente imposible de reconocer.
Nos permite, a su vez, comprender su alcance para el significado y la vida
misma de la sociedad moderna, bajo un capitalismo en fuga y aceleración
constante. (Goldwaser Yankelevich, 2022).
En
Benjamin, la moda es un signo y una categoría, una figura de la reversión en la
que se explicita el tempo capitalista
en su singular forma de entrelazamiento entre el pasado, el presente y el
porvenir, característica de la época mercantil moderna. El fenómeno revolucionariamente
efímero de la moda[2], en diálogo con la modernidad, se inserta a través de tres tempos sucesivos que podrían resumirse
en la resurrección corrosiva de un aspecto del pasado, convertida en una buena
novedad aparente, para ser consumida, mercantilizada. La imagen de ese pasado
es una apariencia representacional que la moda adopta como verdadera.
(Goldwaser Yankelevich, op. cit.).
Aquel
simulacro tiene intrínsecamente la emergencia de una caducidad pero bajo un
movimiento que aparenta ser natural. La moda produce un caprichoso
cambio transformador provocando la nostalgia de un mito antimítico (Goldwaser
Yankelevich & Naishtat, 2022, p. 141) con el objetivo de reversionarlo para
que se cumpla el proceso infernal de un renacer soportado por la ciudad
moderna.
En Calle
de mano única, Benjamin (2014) propuso ver en las cosas significados que no
eran evidentes en la superficie, como si realizase con su mirada un corte
diagonal en la veta de un ágata, para que se revelen otras estructuras
inusitadas y figuras ocultas. Una especie de desenmascarar el montaje de lo
real. Esta es la perspectiva benjaminiana que se adopta aquí para desentrañar
el fenómeno de la moda, tan escurridizo como portador de fantasmagorías.
El
fenómeno de la moda, entendido como una innovación, se introduce en una ciudad
bajo la modalidad de una primera visión (un shock) que irrumpe el paisaje
habitual, generando una tensión entre la imagen familiar de ese espacio y su
extrañamiento, y esto sucede porque aún el fenómeno no se ha convertido en
costumbre. (Cfr. Benjamin, 2014, p. 87). El umbral de la moda se asemeja a la
desaparición de golpe de ese paisaje como cuando se cruza la fachada de una
casa para entrar en ella. Lo que se convierte en costumbre es la exploración
constante. Esa novedad que da una nueva y veloz orientación hace de la primera
experiencia una recuperación imposible, un nunca más.
Al decir
de Hobsbawm, la costumbre en las sociedades tradicionales tiene la doble
función de motor y engranaje (2002, p. 10). Ella no descarta la innovación y el
cambio en un momento determinado. Lo que la costumbre aporta es proporcionar a
cualquier cambio deseado (o resistencia a la innovación) la sanción de lo
precedente, de la continuidad social y la ley natural tal y como se expresan en
la historia. Mientras que la tradición es lo invariante, posee un
significado ritual y una función simbólica.
Pero en
Benjamin, la costumbre tradicional, relacionada con el efecto moda,
tiene la particularidad que esta última «no se para ante ella» (Benjamin, 2016,
p. 93 [B 1 a, 1]). Sus imposiciones no nos dejan mucho margen de elección.
Aceptamos la moda, lo vetusto renacido en pura innovación.
Cuando
ante lo tradicional, la persona es hostil, «mayor será el rigor con que
someterá su vida privada a las normas que quiera erigir en legisladora de una
sociedad futura» (Benjamin, 2014, p. 54). Y esas normas, que como la moda no se
han materializado todavía, imponen la obligación de prefigurarlas, al menos
dentro de su propio ámbito cotidiano.
En el Exposé
«París, capital del siglo XIX» -y gracias a lo que captó Benjamin en
Baudelaire, la encarnación de un alegorista- la ciudad es para el flâneur
todavía un resplandor de reconciliación de la futura y desconsolada forma de
vida del hombre de la gran ciudad (Benjamin, 2016, pp. 44-45). Aquel está aún
en el umbral, tanto de aquella como de la clase burguesa. Ninguna de las dos ha
podido con él todavía porque aún hay una resistencia a la moda de turno. La
ciudad habitual, cual velo, hace un guiño al flâneur, como si se tratase
de una fantasmagoría. Es en la multitud donde la ciudad es paisaje como
habitación.
Este es
el ritmo frenético de la moda que está siempre velando, no por suspender el
tiempo, sino por ornamentar la aceleración gracias al circuito de la mercancía,
sus flujos y reflujos de fantasmagorías que la modernidad acompaña.
Por un
lado, entonces, el flâneur. Pero acontece otro personaje que se podría
interpretar como la contracara, aquel que ejerce actos a la moda, es la
figura de Haussmann y su ideal urbanístico de perspectivas abiertas a través de
largas calles rectas. Innova a través de la tendencia de ennoblecer las
necesidades técnicas, parafraseando a Benjamin (op. cit., p. 47),
mediante una planificación artística. Así como el fenómeno de la moda demuele
el pasado, la tradicional costumbre; Haussmann se jactó de ser el odiador
serial de la población desarraigada de la gran ciudad: «se dio a sí mismo el
nombre de ‘artista demoledor’» (op. cit.). Aquel, confrontando
las barricadas de la revolución proletaria, las evitó de dos maneras: con la
anchura de las calles, y con la construcción de otras nuevas para conectar del
modo más expedito los cuarteles con los barrios de los trabajadores. En este
caso, y retomando la cita de Calle de mano única, este personaje
encarnaría la figura de aquel «que se sabe en consonancia con las tradiciones
más antiguas de su clase o de su pueblo (…) en secreto, valora su conducta, sin
el más leve remordimiento de consciencia.» (Benjamin, 2014, p. 54).
En el «Konvolut
E [Haussmannización, lucha de barricadas]», el filósofo alemán extrae una cita
por demás elocuente:
En París... huyen,
como si olieran a cerrado, de los pasajes que durante tanto tiempo estuvieron
de moda. Los pasajes mueren. (…) El pasaje que fue para el parisino una especie
de salón-paseo donde se fumaba, donde se charlaba, ya no es más que una especie
de asilo del que uno se acuerda de repente cuando llueve. Algunos pasajes
conservan cierta atracción a causa de tales o cuales almacenes célebres que
todavía se encuentran en ellos. Pero es la fama del inquilino la que prolonga
la moda o más bien la agonía del lugar. Los pasajes tienen un gran defecto para
los parisinos modernos (…) les falta aire. Jules Claretie, La vie à Paris 1895 [La vida de Paris, 1895], París, 1896, pp.
47 s. (Benjamin, 2016, p. 148 [E 1, 5]).
Advierte
el filósofo que había que darse prisa para ver el viejo París, el fenómeno de
la moda hizo estragos y estos no son más que pugnas de clase. La mayoría de los
pasajes de esa ciudad fueron construidos «en los quince años posteriores a
1822» (Benjamin, 2016, p. 51). En el «Resumen. París, Capital del siglo XIX»
observó que la primera condición para su desarrollo había sido el apogeo del
comercio textil. «Hacen su aparición los almacenes de novedades, los primeros
establecimientos que tienen constantemente en depósito una gran cantidad de
mercancías» (op. cit.).
Así, en
la ciudad, el fenómeno de la moda se da en los grandes almacenes que comercian mercancías
de lujo. Una ciudad a la belle époque en el que el embellecimiento ha
sido su estrategia introduciendo aquellos elementos de moda y a la moda. El
arte entra al servicio del comerciante. Y la ciudad se introduce en otro tipo
de materialidad innovadora: la construcción metálica que es la contribución a
la renovación de la arquitectura.
De igual forma que Napoleón no comprendió la
naturaleza funcional del Estado como instrumentos de poder para la burguesía,
así tampoco los arquitectos de su época comprendieron la naturaleza funcional
del hierro, con el que el principio constructivo adquiere preponderancia en la
arquitectura. Estos arquitectos construyen pilares a imitación de las columnas
pompeyanas, fábricas a imitación de los bloques de viviendas, del mismo modo
que más adelante las primeras estaciones ferroviarias adoptarán el aspecto de
chalets. La construcción desempeña el papel del subconsciente. (Benjamin, 2016,
pp. 51-52).
La
imitación es aquí otro elemento del fenómeno de la moda. En la figura del
arquitecto de la ciudad (el urbanista), su acción implica copiar tradiciones
constructivas de antaño, o imitar estructuras que se adoptaron para ciertas
funcionalidades (como el chalet) e imponerlas, cual injerto, en las estaciones
ferroviarias. Así, se entendería por qué en la Tesis XIV Sobre el concepto
de historia asevera que se copia a la antigua Roma, cuya acción es similar
a lo que hace el fenómeno de la moda:
La historia es objeto de una construcción
cuyo lugar no está constituido por el tiempo homogéneo y vacío, sino aquel
pletórico de tiempo-ahora. Así, para Robespierre la antigua Roma era un pasado
cargado de tiempo-ahora, que él hacía saltar del continuum de la
historia. La Revolución francesa se comprendía a sí misma como una Roma
rediviva. Citaba a la antigua Roma tal como la moda cita a un viejo atuendo. La
moda tiene el barrunto de lo actual, donde quiera que éste se mueva en la
espesura de lo antaño. Ella es el salto de tigre hacia lo pretérito. Sólo que
tiene lugar en una arena en la cual manda la clase dominante. El mismo salto
bajo el libre cielo de la historia es el [salto] dialéctico, como el cual
concibió Marx la revolución. (Benjamin, 2002, p. 61).
Imitar o
copiar cosas muertas es un modo de reconstruir una segunda naturaleza.
Una imitación que en apariencias no se impone de forma violenta, hasta se diría
que la moda en tanto fenómeno que se pone en acción sobre la ciudad lo hace
desde un acto de admiración del pasado.
Quizás
por ello, el capitalismo no deja lugar a un salto libre de la historia (el
dialéctico) porque precisamente se articula de forma infernal con la moda. Una
repetición que es un no uso de la razón de manera libre, porque se
copian antiguas costumbres en un estar en el presente siempre en estado de
novedad o innovación, incluso en aquellas personas que reversionan o
reactualizan ese pasado.
En «¿Qué
es una sociedad?», el filósofo francés, Gabriel Tarde, asevera que «la sociedad
es la imitación, y la imitación es una especie de sonambulismo» (Tarde, 2011,
p. 65). Escribió también que la moda (en el sentido vasto en que entiende la
palabra) ha sustituido gradualmente la costumbre para disolver una antigua
forma social y preparar una nueva: la magnetización social naturalmente se
vuelve cambiante, como la voluntad de los magnetizadores, que son seres vivos.
Cuando la magnetización-moda sustituye a la magnetización-costumbre, síntoma
normal de una revolución social que comienza, se produce un fenómeno análogo,
sólo que a mayor escala (op. cit., p. 60). Es un fenómeno sugestivo
sobre el sujeto de la experiencia lo que explicaría aquel estado de
sonambulismo naturalmente inducido aunque con efectos artificiosos (Goldwaser
Yankelevich, 2022, pp. 63-64).
El epígrafe
de Leopardi «Moda: ¡Doña Muerte!» perteneciente al Diálogo entre la moda y
la muerte es mencionado al menos en dos oportunidades en el Libro de los
Pasajes (2016, p. 55 y p. 91). En el primer caso se da en el «Resumen.
París, capital del siglo XIX», apartado II, en el que Benjamin admite que la
moda acopla el cuerpo vivo al mundo inorgánico. «Frente al viviente, defiende
los derechos del cadáver» (op. cit., p. 55). La segunda vez se menciona
en el inicio del «Konvolut B [Moda]». Dicha cita está acompañada con una
de Balzac, el autor del Tratado de la vida elegante, «Nada muere, todo
se transforma» (Benjamin, op. cit., p. 91). Páginas posteriores escribió
Benjamin que «El lema de Balzac es sumamente apropiado para explicar la época
del infierno. (…) esta época no quiere saber nada de la muerte, que la moda
también se burla de ella» (op. cit., p. 95 [B 2, 4]). La Moda como Doña
Muerte son dos figuras de mujer que cumplen una función medular. En la ciudad
se dan los pasajes con las galerías cubiertas, es ahí donde la mujer, alude
Benjamin (2016, p. 92 [B 1, 8]), adoptó su figura más tentadora: la de la
ciclista, pero para luego convertirse en la exposición de un mero cartel para
los transeúntes. La figura de la mujer puede leerse aquí como una excusa[3] para referirse a los cambios en la
producción de las mercancías, el fetichismo permanente que se aloja en esos
espacios de ocio y paseo. La indumentaria deportiva es para Benjamin la
prefiguración onírica de la fábrica o del automóvil. La moda se conecta, con
estas mercancías, a partir de estos tres tempos (presente, tradición y
devenir):
del mismo modo que los
primeros edificios fabriles se aferran a la forma tradicional del
bloque de viviendas, y las primeras carrocerías de automóviles imitan carrozas,
en la vestimenta de las ciclistas la expresión deportiva lucha aún con el ideal
tradicional de elegancia, y el resultado de esta lucha es ese cariz
obstinado y sádico que la hace incomparablemente provocativa para el
mundo masculino de aquellos años. (Benjamin, 2016, p. 91 [B 1, 2]; cursivas
nuestras).
La figura de la mujer como excusa porque prosigue
admitiendo que aquí la moda ha inaugurado el lugar de intercambio dialéctico
entre la mujer y la mercancía (excusa para apelar al placer y al cadáver) y por
ende «la muerte, toma las medidas del siglo (…) y dirige personalmente la
liquidación, llamada en francés “revolución”. Pues nunca fue la moda
sino la parodia del cadáver multiforme, provocación de la muerte mediante la
mujer» (Benjamin, op. cit., p. 92 [B 1, 4]).
Eso es la moda, el pellizco a la muerte pero con
la destreza -cual deportista- de ser otra cuando la muerte intenta golpearla.
Es, aquella figura, el pretexto para
referirse al atractivo de la moda, aunque es dificultoso sacarle partido porque
hay que saber leer los efectos del fenómeno. Especialmente, en el contexto de
la ciudad, donde se dan los vertiginosos cambios que obnubilan la posibilidad
de extraer de la moda «sus extraordinarias anticipaciones (…) la moda está en
un contacto más constante y preciso con las cosas venideras merced a la
intuición incomparable que posee el colectivo femenino para aquello que
el futuro ha preparado» (Benjamin, op. cit., p. 93 [B 1 a, 1]; cursivas
nuestras).
Cada una de las temporadas, cuando existían,
traían en sus más novedosas creaciones ciertas señales secretas de las cosas
venideras. Por eso la moda es una revolución efímera: parafraseando a Benjamin,
anticipa las nuevas corrientes artísticas, los nuevos códigos legales, las
nuevas guerras y revoluciones (op. cit.). Pero cuando esa anticipación
sucede, ya la moda logró hundirse en la caducidad, acoplarse con Doña Muerte.
Es en la ciudad -por ejemplo en París- donde la
moda encuentra un espacio que siempre estará muerto en vida (lo que luego Tarde
llamara “sonambulismo”) y que en Benjamin puede ser el sitio de lo no-humano:
ya que proporciona a la masa la tónica general que impone la moda, ser «lo
novísimo, pero sólo cuando surge en medio de lo más antiguo, pasado y
acostumbrado» (op. cit.). Ese es el espectáculo propiamente dialéctico
de la moda: «la última novedad se forma en medio de lo pasado [es] el
impenetrable y silencioso reino nebuloso de la moda, a donde el entendimiento
no podía seguirla» (Benjamin, op. cit., [B 1 a, 2]). Y es precisamente
en aquel párrafo donde la moda es denominada como una «eterna figura» (op.
cit.).
Benjamin nos advierte de algo que en la ciudad
sucede descomunalmente: las generaciones presentes deben afrontar las pasadas,
porque allí la moda es a la vez conservada y superada.
La moda ocupa «el tiempo del infierno» (tal como
observó Buck-Morss, 2001, p. 116), ella se burla de la muerte, «que la
aceleración del tráfico, el ritmo de transmisión de noticias -en las que se
suceden las ediciones de los periódicos-, acaban por eliminar toda
interrupción, todo final brusco, y que la muerte como corte está unida a la
linealidad del curso divino del tiempo» (Benjamin, 2016, p. 95 [B 2, 4]).
La ciudad es entonces el escenario de nuevas
velocidades. Entre los objetos que menciona se encuentra la montaña rusa, una
de las referencias al vértigo de lo infernal (op. cit., p. 94 [B 2, 1]).
Desde que la
humanidad dejó la desnudez por el vestido, la moda, “contraria al sentido”, ha
retomado el papel de la sabia naturaleza…El cambio continuo de la moda… que
decreta una revisión constante de todas las partes de la figura… obliga a la
mujer a preocuparse permanentemente de la belleza. Helen Grund, Sobre la
esencia de la moda (Múnich, 1935), pp. 7-8 (Benjamin, 2016, p. 101 [B 5,
3]).
Si la eterna figura de la moda se pone en
diálogo con la figura de la mujer es porque, para Benjamin, ambas se
esfuerzan en introducir la satisfactoria sensación de ser contemporáneas de
todo el mundo: «esa es la satisfacción más intensa y secreta que la moda
proporciona a la mujer» (Benjamin, 2016, p. 95 [B 2, 5]). ¿Se refiere a un tipo
singular de mujer? La contraposición a lo amorfo de la masa y de la
«moda masculina» podría ser un indicio de lo que luego asevera[4]: la moda va tras de todo y su sello
distintivo es insinuar un cuerpo que jamás conocerá la desnudez total. ¿Será el
trayecto que el colectivo -ya caracterizado anteriormente y, por ende,
no singular- está a punto de sufrir?, ¿aquel en el que se eternizará lo efímero
de manera perturbadora a través de aquellas formas que da la moda?: «Quien
alguna vez los haya visto [se refiere a los museos de cera], se enamorará
perdidamente, como André Breton, de la figura femenina del Museo Grévin
que desde el rincón de un palco se ajusta la liga» (Benjamin, op. cit.,
p. 97 [B 3, 4]; cursivas mías).
La mujer ataviada se encuentra «desnuda en
vestidos» (op. cit., p. 98 [B 3 a, 5]). El indumento, por lo tanto, está
lejos de ser algo historizable porque para Benjamin son escasas las variaciones
que hay en él. Y lo que pareciera una revolución de la moda[5], en verdad, es sólo, parafraseándolo, el
eterno retorno de lo mismo: «La moda femenina se distingue así (…) de la moda
masculina, mucho más variada y decidida» (op. cit., p. 99 [B 4, 1]).
La confrontación figura-femenina con la figura-masculina
emerge aquí en tanto diferencia de los sexos. Es en los pasajes donde se
avizoran anticipaciones de la arquitectura moderna y es al hombre, no a la
mujer, que le causa, a pesar de su actualidad, la sensación de ser algo pasado
de moda como la relación que se tiene entre un padre y un hijo, siendo aquel el
anticuado (op. cit., p. 97 [B 3, 6]) .
Seguidamente, nuestro autor admite que en el
fetichismo, el sexo abate las barreras entre el mundo orgánico e inorgánico (op.
cit., p. 97 [B 3, 8]), aquello que llamamos, para el caso de la ciudad, lo
no-humano, un sonambulismo, la muerte en vida. Y esto sólo es posible porque el
vestido y el adorno son sus aliados.
El fenómeno de la moda, en esos cuerpos ahora
inanimados, es igualmente accesible a la vista, son paisajes de cuerpos
atravesando la ciudad y atravesados por caminos que acompañan al sexo por el
mundo de lo inorgánico. ¿Y qué hace la moda? Ser un medio (un vehículo) por el
cual los atrae aún más profundamente al mundo de la materia (op. cit.¸
p. 98 [B 3, 8]). Y lo hace en los extremos, porque la moda va prescindiendo de
determinadas formas pasadas y para ello debe entregarse a las contrarias. Un
juego pendular cuyos extremos más radicales son la frivolidad y la muerte,
donde puede notarse la diferencia de los sexos masculino – femenino.
Citando a Helen Grund en Sobre la esencia de la
moda (1935), Benjamin remarca que la mujer no quiere verse privada del
efecto sorpresa al aparecer en sociedad con esas nuevas prendas (Benjamin, op.
cit., p. 101 [B 5, 1]). Aquí otra de las acciones que efectúa el fenómeno
en cuestión: dar el golpe, el shock, la sorpresa.
Notamos aquí una clara diferenciación entre
vestido y moda: lo imperecedero de los indumentos frente a «lo más perecedero
que hay, lo perecedero por esencia: la sensación de lo nuevo [neuf]» y
continúa con un «NO SOY NADA NUEVO». (Benjamin, op. cit., [B 5 a, 2];
mayúsculas en el original).
Es el triunfo de la burguesía en la ciudad la que
modifica la figura del traje femenino: el cuerpo de aquella se ve trastocado
porque sus hombros que se alargan con la inorgánica «manga de jamón (…)
Ridículamente así vestidas, las mujeres parecían destinadas a la vida
sedentaria, a la vida de familia, porque su manera de vestir no tenía nada que
diese la idea del movimiento o que pareciese favorecerlo» (op. cit., p.
102 [B 5 a, 3]).
No es posible allí captar la esencia de la moda
actual porque no se puede recurrir a motivaciones individuales. Un extenso
párrafo merece ser reproducido:
Pero la
moda, en el sentido que tiene hoy para nosotros, no posee una motivación
individual, sino social, y de comprenderlo como es debido depende entender toda
su esencia. Es el intento de las clases altas por separarse de las bajas, o más
bien de las medias (…); es la encarnizada persecución de la vanidad de clase,
en la que se repite sin cesar el mismo fenómeno: el afán de unos por ganar
aunque sea una minúscula distancia que les separe de sus perseguidores, y el de
otros por anularla, adoptando rápidamente la nueva moda. Esto explica los
rasgos que caracterizan la moda de hoy. En primer lugar, su origen en los
círculos sociales elevados, y su imitación por parte de las clases medias. La
moda va de arriba abajo, y no de abajo arriba… Un intento de las clases medias
por crear una nueva moda… jamás tendría éxito, las clases altas nada podrían
desear más que el que las medias tuvieran su propia moda (…)
En segundo
lugar, el cambio continuo de la moda. Una vez adoptada la nueva moda por las
clases medias… pierde su valor para las altas…Por eso la novedad es la
condición imprescindible de la moda (…) el tercer rasgo característico de la
moda actual: su…tiranía. (Benjamin, op. cit., p. 102 [B 6, B 6 a, 1])
Emerge aquí el motivo por el cual interpretar en
Benjamin la noción «mujer» como «excusa»[6]: esa tiranía que vimos desplegarse sobre el
cuerpo femenino no es más que el mensaje implícito de que la moda es el
criterio extremo para admitir, sin consentimiento, que la masa de la ciudad
burguesa forma parte [indefectiblemente] de ella, incluso aunque se la rechace
a través de algunas de sus innovaciones.
Era de esperar que Simmel, con su filosofía de la
moda de principios del siglo XX, fuera incluido en este «Konvolut B
[Moda]» y, en cierto sentido, ubicado en un espacio de visibilización objetiva
del fenómeno de la moda en donde la mujer se revela como pretexto para afirmar
que ella está sumamente pendiente de la moda: «A causa de la débil posición
social» a la que fue condenada durante la mayor parte de la historia, «se
concluye su estrecha relación con todo lo que sean ‘buenas maneras’. Georg
Simmel, Cultura filosófica, Leipzig, 1911, p. 47 («La moda»)».
(Benjamin, 2016, p. 104 [B 7, 8]).
Simmel (2015) no niega la existencia de modas de
clase y que dentro de ellas, las de las clases inferiores se diferencian con
las de las superiores porque éstas las abandonan en el momento en que aquellas
comienzan a apropiárselas. Aquí el problema de la imitación que es una
imposición implícita y no violenta que hace que unos se sometan a los otros,
teniendo el poder de creación por parte de las clases superiores que abandonan
las modas que introducen.
Pero lo que se introduce no es más que cosas
propias de la actividad económica objetiva creando un círculo vicioso -diríamos
infernal- ya que cuanto más rápido cambia la moda, tanto más baratas
tienen que ser las cosas; y al ser baratas incitan a los y las consumidores/as
a un cambio rápido de la moda. Es una cadena de forzamientos que van desde los
introductores de la novedad, pasando por los fabricantes de esas cosas.
A partir de aquí toma relevancia la moda como
consecuencia de la forma de producción capitalista privada: ella es la que
provoca que las cifras vayan aumentando a medida que ingresan innovaciones y
caducan los productos recientemente lanzados. Y esto sucede porque hay una
causa imperceptible a simple vista pero que implica a la diversidad de sexos:
los fines de estimulación erótica que persigue la moda y que se materializan
«cuando el atractivo erótico del portador o de la portadora se realzan continuamente
de distintas maneras» (Benjamin, op. cit, p. 105 [B 7 a, 4]; cursivas
nuestras).
En todo
caso, se pretende entender la actualidad como el reverso de lo eterno en la
historia y tomar las huellas de esa cara oculta, en este caso, de la moda.
Esas
cosas se despliegan en la espesura del fenómeno de la moda: ¿Hay algo más
que vincularlo a los objetos de la vestimenta y el ornamento? Las
cosas no son más que un detalle momentáneo, y lo propio del momento
consiste precisamente en generar la sucesión de objetos contenidos dentro de la
lógica infernal de este fenómeno. Incesantemente compramos algo, aunque aquello
sea minúsculo o intangible. Esas compras sucesivas, a veces compulsivas,
pierden su fecha, que es la historia de esa mercancía (Cfr. Goldwaser
Yankelevich, 2022). Eso nuevo que ingresa en nuestras vidas tiene el
atributo de ser antihistóricamente radical ya que se mueve y fluctúa entre los
tres tempos históricos (el presente siempre igual a sí mismo; el devenir
que caduca con la novedad; el pasado y sus tradiciones).
Solo quien supiera
observar su propio pasado como un engendro de la obligación y la necesidad
estaría capacitado para hacerlo valer al máximo en cada presente. Pues lo que
uno ha vivido es comparable en el mejor de los casos a la bella estatua a la
que le quebraron todos los miembros en los transportes y que ahora no ofrece
más que el valioso bloque a partir del cual se ha de esculpir la imagen de su
futuro. (Benjamin, 2014, p. 85).
Un
fenómeno anfibio ya que se adapta sin complicaciones al medio que lo
circunda. Pero si esa moda pasada cae en el olvido, y la memoria la ha borrado
del todo, puede ser habilitada una y otra vez, sobre el continuum de la
historia.
La moda ha triunfado porque representa y es
representada por los intereses del capital. Sin embargo, hemos pretendido
desentrañar la distorsión intrínseca del fenómeno para que los efectos
despóticos que suscita sean advertidos. Efectos que se dictan en tanto decretos
imperfectos, perecederos, temporales y nunca acabados que se incorporen, se
conviertan en costumbres y hábitos, puedan fenecer y volver a dictarse nuevos
decretos de la moda que deben practicarse, principalmente, en la ciudad y
por ambos sexos.
Una obsolescencia programada, donde la
velocidad del desecho de lo material es representativa de los cambios a los que
la humanidad se ve sometida.
Los efectos de la moda pueden homologarse al
despotismo encubierto de las leyes citadinas. Pero la diferencia está en que
mientras en el segundo caso las sanciones que se reciben por violar la ley son
manifiestas, la tiranía de la moda, -la de las clases superiores- tiene
consecuencias por evadirla tanto en la esfera sociocultural como psicológicos
comunitarios y que dieron en llamar el in-out de la moda.
La moda, pareja en
esto al derecho, actúa sólo sobre las exterioridades, sobre las facetas de la
vida orientadas hacia la sociedad. Esto hace de ella una forma social de una
admirable utilidad. Ofrece al hombre un esquema en que puede inequívocamente
demostrar su sumisión al común, su docilidad a las normas que su época, su
clase, su círculo próximo le imponen. (Simmel, 2015, p. 67).
Es esta abigarrada complejidad entre novedad
y caducidad, entre resistencias y reproducción social, la que hace de la
moda un fenómeno único, ubicándose en tanto elemento fundamental de la
modernidad y el capitalismo. Aunque pareciera no tener que ver con las
imposiciones sociales, se produce un antagonismo entre la unificación
igualitaria y el afán de destacarse.
Así, el fenómeno de la moda se convierte en un
eslabón más de la cadena social que termina por sujetar al individuo sin
permitirle cuotas de algún tipo de libertad porque aquel entreteje una
edificación tridimensional entre lo nuevo, lo pasado o lo antiguo y el futuro.
Todo en cuanto la moda es, deja de serlo por la capacidad de generar caducidad
a todo lo que ya se repite incesantemente, interfiere en la tradición, la
transfigura y la traduce en algo actual, como reformulando lo de antaño.
Desmitificar su relación o asociación con el
indumento, con la vestimenta femenina es un paso más hacia la salvación
dialéctica de la mercancía. Siguiendo las advertencias metodológicas, «la moda
y la arquitectura (del siglo XIX) pertenecen a la conciencia onírica del
colectivo» (Benjamin, 2016, p. 852 [O°, 11]). Pero la moda es el elemento que
permitiría visibilizar las transformaciones de la vida desde lo más superficial
(y a través de observar las grandes urbes o ciudades donde lo sociopolítico e
histórico emergen en el espacio público) a sus efectos interiores que impactan
en el individuo que la sigue o la desprecia (efectos del orden psicológico
individual). Así se observó la transfiguración del fenómeno en una categoría
política de envergadura, ya no histórica, aunque Walter Benjamin anotó que
hasta ahora sólo se ha atrevido a aplicar en la praxis. En cambio, lo
que se pretendió es el intento de detonar el material explosivo que hay en la
moda que siempre recurre a lo pasado situándose en la oscuridad del momento colectivo
vivido.
Benjamin, W. (2016). Libro de los pasajes. Akal.
Benjamin, W. (2014). Calle de mano única. El Cuenco de Plata.
Benjamin, W. (2002). Sobre el concepto de
historia. En: La dialéctica en suspenso.
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Buck-Morss, S. (2001). Dialéctica de la mirada. Walter Benjamin y el proyecto de los Pasajes.
La balsa de la Medusa.
Buck-Morss, S. (2006). Walter Benjamin, escritor revolucionario. Interzona editora.
Goldwaser Yankelevich, N. (2022). La moda, revolución efímera. Las
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Goldwaser Yankelevich, N. (2020). Escribir mujer, fundar nación. Literatura y
política en el Río de la Plata y Nueva Granada (1835 – 1853). Milena
Caserola.
Goldwaser Yankelevich, N. y F. Naishtat (2022).
La moda, Jano en movimiento: novedad y muerte en la aceleración del tiempo
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Hobsbawm, E. (2002). Introducción: La invención
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Lipovetsky, G. (2019). El imperio de lo efímero. La moda y su destino en las sociedades
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Simmel, G. (2015). Filosofía de la moda. Casimiro.
Steel, V. (2017). Fashion Theory. Hacia una teoría cultural de la moda. Ampersand.
Tarde, G. (2011). ¿Qué es una sociedad? En: Creencias, deseos, Sociedades. Cactus.
[1] Si bien Buck-Morss (2001, p. 114) asevera que en la moda, la
fantasmagoría de las mercancías se adhiere a la piel; luego vincula al fenómeno
de la moda con el vestido que «es casi literalmente la frontera entre sujeto y
objeto, el individuo y el cosmos». En otro texto de la misma autora, refiriéndose
al «cuerpo natural de la prostituta» aduce que «se asemeja al maniquí sin vida
utilizado para exhibir las últimas modas: mientras más caro era su atuendo,
mayor era su atractivo.». (Buck-Morss, 2006, p. 144; cursivas nuestras).
Asimismo, Lipovetsky
(2019, pp. 11-12) intenta una comprensión histórica del fenómeno de la moda «en
un amplio plazo de tiempo». Su objeto de estudio, la moda, «cubre más de seis
siglos de historia» y lo realiza a través del atuendo. A contrapié del imperialismo de los esquemas de la lucha
simbólica de clases, el autor ha querido mostrar una «historia de la moda» como
eufemismo de la vestimenta.
Otra referencia que
llama la atención sobre esta vinculación (a nuestro entender errada), se
encuentra en un reciente libro de Steele, cuyo índice ─repleto de personalidades ligadas a la
indumentaria o el diseño textil, en un intento de historizar la moda─ contiene un último capítulo titulado «Moda,
muerte, tiempo», en el que le dedica una carilla y media a esa articulación,
refiriendo a Giacomo Leopardi y Walter Benjamin de una forma escandalosamente
superflua y sin dar cuenta de las complejidades que ambos autores intentaron
exponer. Y luego continúa con el atuendo de tipo gótico o victoriano. (Steele,
2017, pp. 293 – 294).
[2] «No hay eternización más perturbadora que la de lo efímero y la de
las formas de la moda» (Benjamin, 2016, p. 97 [B 3, 4]).
[3] Referimos a la figura de la mujer en tanto pretexto (o
excusa), herramienta (arma) discursiva para poder apelar a cuestiones de
otro tenor. Muchas veces, la mujer como pretexto es también una potencia,
dentro del discurso, para propugnar o impulsar la observación de cambios en lo
tocante no solo a la cultura, sino también a la política. (Cfr. Goldwaser Yankelevich, 2020, p. 58).
[4] Es Walter Benjamin citando a F. Th. Vischer en Pensamientos racionales
sobre la moda de hoy.
[5] «Uno de los textos más importantes para iluminar las posibilidades
excéntricas, revolucionaria y surrealistas de la moda (…) es el capítulo sobre
la moda en poète assassiné [El poeta asesinado] de Apollinaire,
París, 1927, pp. 74 ss.» (Benjamin, 2016, p. 96 [B2 a, 9]; cursivas en el
original).
[6] «El prototipo de la moda es la gran dama que juega a ser cocotte»
(citando a Egon Friedell, en Benjamin, 2016, p. 103, [B 6 a, 2]).