Saberes y prácticas. Revista de Filosofía y Educación / ISSN 2525-2089
Vol. 8 N° 1 (2023) / Sección Dossier / pp. 1-14 /
Centro de Investigaciones Interdisciplinarias de Filosofía en la Escuela (CIIFE),
Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Cuyo, Argentina.
revistasaberesypracticas@ffyl.uncu.edu.ar / saberesypracticas.uncu.edu.ar
Recibido: 29/04/2023 Aceptado: 10/07/2023
DOI: https://doi.org/10.48162/rev.36.099
Marcuse,
Benjamin and Heidegger: three reflections on the phenomenon of modern technique
and its social implications
Universidad
Nacional de Cuyo, Argentina.
betinavazquez6@gmail.com
Resumen. La cuestión de la técnica y los
posibles efectos e implicancias de la misma en las sociedades contemporáneas es
una temática recurrente en pensadores del siglo XX. Se trata de un fenómeno que
de una u otra manera fue abordado por quienes intentaron comprender el ritmo de
las sociedades de la época. Nos interesa particularmente pensar los desarrollos
de tres autores que, según nuestro criterio, han reflexionado sobre la cuestión
de la técnica moderna junto a otros aspectos sociales y culturales claves para
comprenderla en profundidad. Por un lado, Herbert Marcuse se refiere a los
avances tecnológicos en el marco de un diagnóstico crítico de las sociedades
del capitalismo avanzado con el interés de pensar la posibilidad de
transformarlas. Walter Benjamin, por otro, reflexiona sobre el progreso técnico
en relación con las posibilidades del mismo en el ámbito estético: la
reproductibilidad técnica de la obra de arte y, específicamente, el sentido
político de este fenómeno junto a su carácter sintomático del proceso social en
general. Por último, Martin Heidegger también aborda la cuestión de la técnica
moderna y algunas de sus implicancias, pero desde otro lugar: en el marco de
una reflexión acerca de la historia de la interpretación del ser o, mejor, de
la metafísica. Nos interesa ensayar un acercamiento al planteo de estos
pensadores, y, quizás, encontrar y articular algunos puntos de encuentro o,
también, de desencuentro.
Palabras clave. Marcuse, Benjamin, Heidegger,
técnica, implicancias sociales.
Abstract. The question of technique and its possible effects
and implications in contemporary societies is a recurring theme explored by 20th-century
philosophers. This phenomenon was addressed in different ways by those who
tried to understand the rhythm of the societies in that period. We are
particularly interested in discussing the analysis of three authors who, in our
opinion, have reflected on the question of modern technique along with other
key social and cultural aspects for a deeper understanding on the matter. On
one hand, Herbert Marcuse refers to technological advances within the framework
of a critical diagnosis of advanced capitalist societies with an interest in
the possibility of transforming them. Walter Benjamin, on the other hand,
reflects on technical progress in relation to its possibilities in the
aesthetic field: the technical reproducibility of works of art and,
specifically, the political meaning of this phenomenon along with its
symptomatic nature of the social process in general. Finally, Martin Heidegger
also approaches the question of modern technique and some of its implications,
but from another point of view: within the framework of a reflection on the
history of the interpretation of being or, better, of metaphysics. We are
interested in trying to find a connection among the analysis of these thinkers,
and, perhaps, finding and articulating some points of agreement or, also,
disagreement.
Keywords. Marcuse, Benjamin, Heidegger, technique, social
implications.
El
presente escrito tiene como principal intención ofrecer algunas reflexiones en
torno a la cuestión de la técnica en el marco de la producción de tres
pensadores contemporáneos: Herbert Marcuse, Walter Benjamin y Martin Heidegger.
Nos interesa acercarnos a la cuestión desde estas tres perspectivas en
particular en la medida en que consideramos que se trata de pensadores que
aportaron importantes herramientas para pensar su propio tiempo e incluso
también el nuestro. Desde distintas posiciones y a partir de marcos teóricos diversos,
estos autores realizaron un abordaje del fenómeno tecnológico que permitió, en
los tres casos, arribar a una reflexión acerca de las implicancias sociales del
mismo. De esta manera, encontraríamos en ellos, y en el marco de un rastreo del
tratamiento que cada uno hace sobre la cuestión de la técnica, algo así como un
diagnóstico de las sociedades contemporáneas del siglo XX y posibles
proyecciones para la misma.
El
vínculo entre Marcuse, Benjamin y Heidegger es una cuestión controversial. En
general, el vínculo entre algunos frankfurtianos en particular y Heidegger es
discutido por quienes se dedican a estudiar tanto a los primeros como al
segundo. El caso de Marcuse es especial, ya que este se desempeñó como
asistente de Heidegger en Friburgo entre los años de 1928 y 1932, donde escribió
una serie de artículos que manifiestan un profundo interés por la fenomenología
heideggeriana y una original apropiación de los temas principales trabajados en
una de las obras más significativas de la época: Ser y Tiempo (1927).
Sin embargo, en los años inmediatamente posteriores Marcuse se muestra
particularmente crítico con quien durante aquellos años fue su maestro. El
contexto político marcado por el ascenso de Hitler al poder y la adhesión de
Heidegger al nacionalsocialismo, hizo que el joven Marcuse se alejara
definitivamente de su maestro.
En este
sentido y teniendo en cuenta estos primeros acercamientos, algunos por ejemplo
han leído e interpretado en los textos tanto de Marcuse como incluso también de
algunos otros pensadores de la Escuela de Frankfurt como Benjamin,
coincidencias con algunas ideas desarrolladas por Heidegger en torno a
cuestiones como la técnica moderna. Incluso podrían pensarse estos encuentros o
coincidencias en términos de una influencia de uno sobre otro, particularmente
de Heidegger sobre Marcuse o Benjamin. Nos gustaría aclarar de antemano que
nuestro trabajo no va en esa dirección. En su lugar, nos parece mejor pensar
estos acercamientos y distancias entre estos pensadores con la intención de
abrir nuevamente la discusión precisamente acerca de estos puntos. Si bien el
análisis traerá inevitablemente una consideración de puntos que acercan a estos
autores entre sí o, en otros casos, los distancian, nos parece importante
aclarar que el objetivo último no tiene que ver con la determinación de
vínculos en términos de influencia. Creemos que la interpretación que cada uno de ellos realiza acerca
de la técnica y sus implicancias, y la coincidencia o disidencia entre ellos
respecto a este punto, no se debe, en definitiva, a la influencia posible de un
pensador sobre otro. Todos ellos están atravesados por una época particular y
por eso mismo se encuentran interpelados a pensar la técnica como así otros
aspectos del momento histórico en el que se encuentran inmersos. Nuestro
trabajo se dirige a repensar sus propuestas en este sentido: abrimos la
posibilidad de encontrar puntos de encuentro o de desencuentro en la medida en
que se trata de autores que, interpelados por sucesos similares, producen una
batería de herramientas teóricas para interpretarlos.
Además,
nos parece importante anticipar que, por el carácter de este escrito, no hemos
realizado una exposición detallada del tratamiento que cada uno de estos tres
pensadores realiza sobre la cuestión de la técnica. Más bien hemos hecho un
recorte de algunas cuestiones que nos interesó traer a colación para abordar
nuestra hipótesis y encontrar posibles vías interpretativas para pensar la
cuestión de la técnica como punto de encuentro o (des)encuentro entre estos
pensadores.
Nuestro
punto de partida que, además, servirá de hipótesis general y articulará el
recorrido por los tres autores tiene que ver con la siguiente idea: la cuestión
de la técnica es caracterizada en el marco de estas tres perspectivas,
explícita o implícitamente, como una cuestión compleja y ambigua, ambivalente,
como si se tratara de un fenómeno de dos caras. Tanto Marcuse como Benjamin y
Heidegger se corren de lugares comunes a la hora de interpretar el fenómeno.
Ninguno de ellos rechaza el progreso tecnocientífico de manera absoluta, ni se
refieren a él como a la fatalidad de nuestra actualidad. Tampoco encontramos en
ellos afirmaciones exclusivamente alentadoras. Podríamos decir esto mismo al sostener
que los tres pensadores se distancian de interpretaciones “tecnófobas” o
“tecnófilas” de igual manera[1]. Este es el punto que inmediatamente podríamos reconocer como
“común”. Al igual que muchos otros filósofos contemporáneos, se muestran
críticos con respecto a los avances tecnológicos, pero reconocen en ellos
posibilidades importantes para la realización del ser humano en general.
Sin
embargo, esto que podríamos identificar como una visión ambivalente de la
técnica se da en el marco de aparatos teóricos e incluso metodológicos muy
diferentes. Especialmente, la distancia entre estos aparatos es más marcada
entre los frankfurtianos por un lado, y Heidegger por el otro. Por su parte,
Marcuse (2008; 2010; 1969; 2001) alude al potencial de la técnica para la
liberación de la necesidad y la superación de la escasez, a la vez que critica
su uso irracional al servicio de la dominación. El aparato técnico productivo
actual, en la medida en que se oriente a tal fin, posibilitaría la satisfacción
integral de las necesidades de la población mundial. Para Marcuse, en pocas
palabras, el desarrollo tecnocientífico puede orientarse a la liberación
de los seres humanos, a pesar de que está siendo utilizado para fines
contrarios: la dominación. Benjamin (2003; 1987), por otro lado,
encuentra en los avances tecnológicos la posibilidad, entre todas, de
democratizar el acceso masivo tanto a la producción como a la recepción de
objetos estéticos. Específicamente el cine, como una de las formas más acabadas
de la producción artística en la época de su reproductibilidad técnica, puede
tener una función social particular y ser utilizada con fines revolucionarios.
Sin embargo, en condiciones capitalistas tales como las predominantes, esta
potencia revolucionaria se encontraría opacada por la tendencia contraria y
conservadora: la de anestesiar y enajenar a los receptores. El uso
revolucionario de los medios de producción artística es para Benjamin
paradigmático, y debe ser preparativo de un sujeto capaz de un uso del aparto
técnico fundamentalmente diferente del actual. Por último y dicho a grandes
rasgos, Heidegger (1960; 1994; 2002) afirma que la esencia de la técnica posee
un carácter ambivalente, pero en relación con otra cuestión que, según él, es
clave para comprender su esencia: la de la verdad o, lo mismo en otras
palabras, el des-ocultamiento. La técnica es pensada en el marco de la historia
de la interpretación del ser, en la medida en que ella es el fin, en el sentido
de culminación, de tal historia. De esta manera, la técnica es para Heidegger
una cuestión metafísica, y en tal sentido constituye un peligro extremo
pues es capaz de obstruir toda relación con la esencia de la verdad. Sin
embargo, Heidegger reconoce al mismo tiempo otro aspecto respecto de la técnica
moderna: ella posibilita el surgimiento de lo salvador, pues pone de
alguna manera al ser humano nuevamente en el lugar de la custodia de la esencia
de la verdad.
El hecho
de que la técnica implique, según los términos de cada autor, opresión,
enajenación y peligro supremo, como así también liberación, revolución o
salvación en cada caso, es lo que habilita a pensar una ambigüedad o
ambivalencia en el fenómeno de la técnica según el tratamiento de estos
autores. Si bien esto es cierto, afirmamos que el contexto teórico en el que
cada uno sostiene esta ambigüedad es radicalmente diferente. Veamos con un poco
más de detalle, aunque brevemente, desde dónde afirma cada autor su posición
respecto a la cuestión de la técnica.
Por su
parte, la consideración marcuseana del fenómeno tecnológico se da en el marco
de un diagnóstico crítico de las sociedades capitalistas contemporáneas que se
caracterizan, precisamente, por ser sociedades altamente tecnologizadas y, al
mismo tiempo, super-represivas. A lo largo de toda su producción intelectual,
Marcuse pretende mostrar la dinámica interna de las sociedades capitalistas
actuales, pero no con el mero objetivo teórico de interpretarlas, sino, en
última instancia, para aportar a su transformación y emancipación. Una de las
principales preocupaciones del autor, manifiesta en obras de madurez como Eros
y Civilización (1955) y también en El hombre unidimensional (1964),
tiene que ver con pensar la posibilidad de lo que Marcuse llama una
civilización no-represiva o libre, y es en virtud de ese objetivo que analiza
las posibilidades históricas reales para tal programa.
Marcuse
constata que los desarrollos de esta misma sociedad podrían ser el prerrequisito
para la liberación de las relaciones de dominación propias de las sociedades
capitalistas de su tiempo. Ella posee las condiciones materiales e
intelectuales que, direccionadas a otros fines diferentes de los actuales,
provocarían la liberación de los seres humanos. El aparato tecnológico
productivo, en la medida en que sea direccionado a la satisfacción de las
necesidades vitales del hombre y a la pacificación de la lucha por la
existencia, es precisamente la clave que habilita pensar la posibilidad de una
civilización no-represiva o libre.
Marcuse
sostiene esta posibilidad a partir de la observación de que las sociedades del
capitalismo avanzado han llegado a una plenitud de recursos que permitiría
erradicar el trabajo explotador y alienante que históricamente fue justificado
por la hostilidad de la naturaleza y la necesidad del trabajo con esfuerzo. En
términos del filósofo, la perpetuación de una cultura represiva, propia de las
sociedades actuales, solo puede ser artificiosa e injustificada, conservadora
de un status quo anterior. Para Marcuse, es falaz justificar y racionalizar la represión
ejercida sobre los individuos a partir del supuesto hecho de la escasez de
recursos para la vida humana, pues, y aquí está la clave, los avances técnicos
actuales son capaces de erradicar esta escasez y satisfacer las necesidades de la
población en su conjunto, sin necesidad de largas jornadas de trabajo o
explotar a los individuos en tareas que no aportan para el desarrollo de sus
capacidades.
La
cuestión de la técnica en Marcuse es un elemento sustancial de su teoría, a
pesar de que aparentemente ninguno de sus textos esté dedicado exclusivamente a
ella. El aparato técnico productivo concreto de las sociedades tecnológicas
avanzadas es precisamente la base material que permite pensar la posibilidad de
la liberación histórica. En la Introducción a Un ensayo sobre la liberación (1969),
Marcuse se refiere explícitamente a este hecho e incluso dice que la dinámica
propia de estas sociedades llega a despojar la “utopía” de su contenido irreal
(como algo que no tiene lugar o no puede tener lugar en la realidad histórica).
De hecho, lo que actualmente se denuncia como utópico es para Marcuse aquello
cuya aparición se encuentra bloqueada por el poder de las sociedades
establecidas.
Las posibilidades utópicas se hallan
implícitas en las fuerzas técnicas y tecnológicas del capitalismo y el
socialismo avanzados: la utilización racional de estas fuerzas en una escala
global acabaría con la pobreza y la escasez en un futuro muy previsible.
(Marcuse, 1969, p. 11)
Sin
embargo, la realidad parece demostrar lo contrario: las desigualdades parecen
pronunciarse, la escasez y el trabajo con esfuerzo se mantienen, a pesar de que los avances técnicos lograrían producir lo necesario
para satisfacer las necesidades de todos los seres humanos. Esto sucede, según
Marcuse, porque los intereses presentes en las sociedades establecidas que
orientan el aparato técnico-productivo no son los de la liberación, sino que
tienen que ver con la dominación y la represión de los individuos.
Según
Marcuse, una reorientación del aparato productivo acorde a otros intereses
diversos a los de la dominación, haría posible una sociedad libre de represión
que sería esencialmente diferente a la sociedad actual establecida: las
necesidades de los individuos ya no serían establecidas e impuestas desde
afuera (necesidades de consumir lo que el aparato produce), el tiempo libre
sería común entre los seres humanos como así también el trabajo alienado sería
erradicado, mientras que la psiquis del individuo se transformaría[2].
En este
sentido, efectivamente podríamos decir que Marcuse concibe a la técnica como un
fenómeno ambiguo, o, quizás mejor en este contexto, dialéctico. Esto último en
la medida en que se trata de un fenómeno que implica una ambivalencia de
opuestos: de acuerdo con los intereses sociales que estén detrás del aparato
productivo, la técnica puede resultar liberadora u opresora. Este doble aspecto
que Marcuse describe en la técnica, podría indicar, según nuestra lectura, una
dimensión dialéctica en la misma. En un artículo que Marcuse publica en 1941
titulado Algunas implicaciones sociales de la tecnología moderna, es
explicitada esta ambigüedad al decir que
La técnica por sí misma puede propiciar el
autoritarismo así como la libertad, la escasez así como la abundancia, la extensión
al igual que la abolición del trabajo arduo. El nacionalsocialismo es un
ejemplo sorprendente de los modos como una economía altamente racionalizada y
mecanizada, con la mayor eficiencia productiva, puede también funcionar en pro
de los intereses de la opresión totalitaria y la escasez permanente. (Marcuse,
2001, p. 54)
La
tecnología, sin embargo, no es algo exterior a los seres humanos que pueda ser
utilizado de una u otra manera al modo de un instrumento neutral. Pues la
tecnología (más allá de los meros elementos técnicos que se utilizan en la
producción de los bienes materiales) es para Marcuse un proceso social en
el que también los mismos individuos están implicados. “No preguntamos por la
influencia y el efecto de la tecnología sobre los individuos humanos, pues
éstos son de por sí arte y parte de la tecnología” (Marcuse, 2001, p. 53). Su
uso determina, precisamente, el modo de ser de los individuos. En el marco de
intereses represivos, de control y dominación, se establecen ciertos cánones de
individualidad: el comportamiento de los seres humanos como así también las
relaciones sociales son organizados y administrados por el aparato establecido.
Es en
este contexto que Marcuse alude a la ambigüedad de la técnica en el marco de
una crítica de lo establecido: apunta a las posibilidades que ella misma
contiene para orientar las sociedades contemporáneas hacia formas más libres. A
partir de lo dicho, podríamos afirmar que Marcuse considera a la tecnología,
más que como un fenómeno ambiguo, un proceso social dialéctico.
Con un
enfoque igualmente crítico y orientado también a un análisis de las sociedades
contemporáneas, Walter Benjamin se ocupa de la cuestión de la técnica y sus
progresos. En su texto La obra de arte en la época de su reproductibilidad
técnica (1935), Benjamin reflexiona acerca de la técnica, pero en relación
con los modos de producción del arte contemporáneo. En este sentido, su
análisis del fenómeno en este texto está vinculado al ámbito estético.
Específicamente, se dedica a analizar la fotografía y el cine en tanto los
reconoce como modos predominantes de hacer arte en la época contemporánea.
Benjamin
observa que los avances en materia tecno-científica produjeron transformaciones
fundamentales en el ámbito artístico. Sin embargo, estas transformaciones no se
reducen exclusivamente a este ámbito, sino que son sintomáticas: expresan un
proceso social que va más allá de la dimensión puramente estética y tiñe la
vida moderna en su totalidad. Lo que sucede con la obra de arte en la época de
su reproductibilidad técnica es síntoma o expresión de una situación epocal. Y,
según Benjamin, lo que se marchita en la obra de arte en la época de su
reproductibilidad técnica es su aura. Esta idea de alguna manera sintetiza las
transformaciones que sufre la obra de arte en el marco de una época en la que
esta se vuelve susceptible de reproducirse masivamente.
Lo que
ocurre en el arte como resultado de las conquistas de la técnica moderna tiene
que ver con aspectos esenciales del mismo, no se trata de meros cambios
externos vinculados al modo en que se producen las obras de arte. Cuando
Benjamin se refiere a la pérdida del aura en las obras de arte, está hablando
de que las mismas pierden su carácter de aparición única, su carácter de aparición
en un aquí y ahora irrepetible, precisamente a causa de que se vuelven
susceptibles de ser reproducidas y exhibidas masivamente. La autenticidad asociada
a una obra de arte de alguna manera “original” que luego se reproduce,
progresivamente se desvanece. “Mientras lo auténtico mantiene su plena
autoridad frente a la reproducción manual, a la que por lo regular se califica
de falsificación, no puede en cambio hacerlo frente a la reproducción técnica”
(Benjamin, 2003, p. 43). En este contexto el valor asociado a las obras de arte
en otras épocas se transforma, ellas ya no están atadas a espacios rituales y
privados, sino que son exhibidas de forma masiva sin ningún tipo de limitación
espacio-temporal. Benjamin se refiere a este proceso como el paso del valor de
culto, vinculado a la aparición única e irrepetible de la obra de arte, al
valor de exhibición.
El
acceso a las obras de arte es de alguna manera democratizado. Con la fotografía
y el cine, la escala de reproducción de una obra se vuelve inmensa y el público
de este tipo de productos artísticos se amplía. De esta manera, el ideal de
arte burgués exclusivo de un grupo culto reducido va desapareciendo, al mismo
tiempo que las masas acceden de forma generalizada tanto al consumo como a la
producción de piezas artísticas. Todos pueden asistir al cine, como así también
todo aquel que aprenda el funcionamiento técnico de una cámara puede producir
imágenes estéticas.
En este
contexto de acceso y producción masiva de imágenes, Benjamin reconoce
particularmente en el cine potencialidades importantes. Nuestro autor está
pensando principalmente en el cine documental, con una función social
particular, a partir del cual el receptor logre reconocerse a sí mismo como un
sujeto histórico situado en una época dominada por la técnica. El cine
ofrecería a sus espectadores una especie de lente para observar y conocer el
mundo, tal y como es en su forma tecnificada y fragmentada, como así también a
sí mismos en tanto sujetos históricos particulares pertenecientes a estratos
socio-históricos también particulares. Benjamin reconoce la posibilidad de un
uso revolucionario del cine precisamente en este sentido: en tanto capaz de una
función social específica.
Sin
embargo, en el marco de las formas modernas de vida, dominadas por las leyes
del capital, la mayor parte de la producción cinematográfica no está orientada
a esta función social revolucionaria. De hecho, gran parte del capital del cine
está en manos privadas y los medios de producción de imágenes estéticas
pertenecen a grupos de la industria cultural, que convierte a estas últimas en
mercancías u objetos de consumo. El cine es predominantemente cine de
entretenimiento, en el que las masas, en lugar de explorar el mundo a través de
imágenes, se enajenan y adormecen en salas destinadas a ese fin. Estaríamos
ante un uso del cine que podríamos catalogar de represivo y, específicamente,
contra-revolucionario, en la medida en que los espectadores experimentan a
través de la ficción una especie de catarsis represiva y una reducción de su
inconformidad en relación con situaciones reales que suceden efectivamente a
nivel social e individual. Benjamin (2003) se refiere a este fenómeno con el
nombre de “voladura terapéutica del inconsciente”, al mencionar los grotescos
sucesos que se consumen en películas típicas de la industria cultural (p.88).
Podríamos
animarnos a decir que en Benjamin, el progreso de los medios técnicos y sus
efectos en el ámbito estético pueden tener dos orientaciones: una revolucionaria,
tal y como hemos visto en el caso del cine documental; como así una
contra-revolucionaria o conservadora, en el caso del arte-mercancía que termina
por adormecer o anestesiar a los sujetos en lugar de empoderarlos y permitir el
desarrollo del verdadero potencial tecnológico.
De esta
manera, podría afirmarse que los intereses detrás del control del aparto
técnico, no sólo en el caso de la producción artística, determinan el curso
revolucionario o contra-revolucionario del mismo. Daniel Mourenza (2013) en su artículo “Dreams
of a Better Nature: Walter Benjamin on the Creation of a Collective
Techno-Body”, dice:
For Benjamin, the
interest of the masses in film lay in the possibilities of understanding
themselves as a class. Fascism, however, corrupted and diluted the class
consciousness of the proletariat into a compact mass shaped with the aid of the
camera. To sum up, film capital and fascism exploited the medium for the
interest of a property-owning minority[3]. (p. 704)
Es en
este sentido que la toma de control de los medios de producción
cinematográfica, y más tarde el aparato productivo en general, por parte de las
masas proletarias es para Benjamin un asunto de suma urgencia. Su uso
revolucionario, destinado al análisis de la complejidad de la realidad social y
natural, debe venir a ocupar el lugar del uso meramente adormecedor y de
entretenimiento de las masas que insiste, aunque no lo parezca, en formas
auráticas que responden a los intereses de una minoría.
El uso
democrático de los medios de producción artística de alguna manera ejercita y
prepara a los individuos para el advenimiento de otra forma técnica que dé
lugar a una renovada relación entre el ser humano y la naturaleza. La base
técnica gestada en el desarrollo moderno capitalista establece un vínculo
apropiativo y predominantemente agresivo frente a la naturaleza que traiciona
las potencialidades de la misma: su pretensión última es dominar el mundo
natural incluso si eso termina por destruirlo. En el último capítulo de Calle
de dirección única (1928), “Hacia el planetario”, Benjamin trae a colación
esta cuestión al referirse al despliegue técnico grandioso pero mortífero de la
guerra:
Este gran galanteo con el cosmos se realizó
por primera vez a escala planetaria, es decir, en el espíritu de la técnica.
Pero como el afán de lucro de la clase dominante pensaba satisfacer su deseo en
ella, la técnica traicionó a la humanidad y convirtió el lecho nupcial en un
mar de sangre. Dominar la naturaleza, enseñan los imperialistas, es el sentido
de toda técnica. (p. 97)
Aquí se
hace explícito el modo como el ser humano utiliza la técnica para dominar la
naturaleza y someterla y, de esta manera, según Benjamin, traiciona las
verdaderas potencialidades del desarrollo tecno-científico de la humanidad.
Convierte el lecho nupcial, en un mar de sangre.
Por otro
lado, con un enfoque fundamentalmente diferente, Heidegger piensa la cuestión
de la técnica moderna en el marco de una comprensión de la historia de la
interpretación del ser (o, específicamente, la historia del olvido del ser) y
es en este sentido que ella es, en última instancia, metafísica. Pero la
técnica moderna, como la expresión más acabada de la esencia de la época
moderna, no es simplemente un momento más de la historia del olvido del ser.
Ella constituye el fin de esa historia: el fin de la metafísica. Fin no solo en
el sentido de cesación de la historia de la metafísica, sino más bien su
plenificación, la efectivización de su forma más acabada o, lo mismo en otras
palabras, su culminación. La técnica moderna expresa en un sentido extremo lo
que para Heidegger ha caracterizado la historia de la metafísica occidental: el
olvido del ser.
La
consideración heideggeriana de la técnica no se identifica con la concepción
habitual que la comprende como un instrumento que puede ser utilizado de
diversas maneras, o como una actividad desarrollada por el ser humano.
Heidegger reconoce que esa concepción tiene un cierto grado de verdad, es
correcta, pero que en última instancia no aporta demasiado para reconocer lo
sustancial o esencial de la técnica. En la conferencia titulada La pregunta
por la técnica
(1953), Heidegger se pregunta precisamente por la esencia de
la técnica. Allí, la cuestión se remonta a sus
orígenes en el mundo griego: la
ποίησις,
en tanto producción, es un modo de traer a la presencia, un
pasar de lo oculto
a lo des-oculto, y es desde aquí que Heidegger enlaza la
cuestión de la técnica
con la de la verdad. La técnica, en cuanto modo del producir, es
un modo del
desocultar, de traer a la presencia: “La técnica es un
modo del desocultar. La
técnica despliega-su-esencia (West) en el ámbito donde acontece el
desocultar y el estado-de-no-oculto, donde acontece la αλήθεια, la verdad”
(Heidegger, 1994, p. 13).
La
técnica moderna, precisamente en tanto que es técnica, si bien presenta
importantes diferencias con el producir de los griegos, comparte con él su
rasgo esencial: ella también es un modo del desocultar. Sin embargo, se trata
de un modo particular e histórico del desencubrir. “Esta es la pista esencial:
en cuanto modo peculiar del desencubrir, la técnica es metafísica, pues ésta es
siempre un mostrar el ente como ente de esta o aquella manera” (Rodríguez,
2006, p. 162). Pero, ¿cuál es ese modo peculiar del descubrir que caracteriza a
la técnica moderna? ¿cómo interpreta y muestra al ente? Estas preguntas son las
que habilitan una explicitación de la esencia de la técnica moderna.
Rápidamente y sin entrar en detalles, diremos que el desocultar que caracteriza
a la técnica moderna es un provocar que exige a la naturaleza proveer o
suministrar energía que pueda ser almacenada y luego consumida o utilizada. El
ser humano desoculta la naturaleza al modo de una provocación, que la pone como
un objeto de encargo dispuesto para su uso. Las cosas son presentadas como existencias
(Bestand) disponibles y dispuestas para el ser humano, al modo de un
stock o fondo.
Pero,
además, el ser humano que provoca la naturaleza y que se pone a sí mismo como
sujeto de la técnica moderna (como quien ejerce su poder sobre la naturaleza y
dispone de ella) es, en verdad, provocado a provocar. Él mismo es requerido,
exigido, llamado, provocado, por la esencia de la técnica. A la interpelación
provocante que requiere al hombre a desocultar la naturaleza como existencias,
Heidegger la llama imposición (Ge-stell). Esta no es sino la
esencia de la técnica, y es ella la que convoca al hombre al modo particular de
desocultar que caracteriza a la técnica moderna: a comprender al ente del modo
particular en que lo hace el hombre moderno.
Dado que
la técnica moderna entendida como modo particular de mostrar al ente, es
enmarcada en una historia del desocultamiento, podemos afirmar con cierta
legitimidad que ella es, en el marco de la interpretación heideggeriana, una
cuestión metafísica. La técnica moderna, al ser parte de la historia del ser,
puede ser interpretada como un destino (Geschick) del ser (Rodríguez, 2006,
p. 164).
Al enviar que pone en primer lugar al hombre
en un camino del desocultamiento, lo llama Heidegger destino. La imposición (Ge-stell)
es un envío del destino, al igual que todo desocultar. […] Queda señalado que
la esencia de la técnica pertenece al destino del desocultamiento. (Fischetti,
2016, p. 65)
Sin
embargo, la esencia de la técnica moderna, a pesar de ser parte
(específicamente plenificación y cumplimiento) de un destino, o, en otras
palabras, de la historia de la metafísica, constituye, según Heidegger, el
peligro supremo. Esto último en la medida en que lo presente, lo real, le concierne
al hombre solo como stock, como fondo del cual puede disponer, al mismo tiempo
de que todo lo que es tiene la apariencia de ser un producto de y para el ser
humano. El olvido del ser llega así a su máxima expresión histórica: el hombre
está solo consigo mismo, representándose como el señor de todo lo que es
(incluso cuando el hombre mismo es puesto bajo la figura de un objeto a
disposición).
A pesar
de lo dicho, según Heidegger, en la esencia de la técnica, en la im-posición,
yace también lo salvador. Ella es un fenómeno ambiguo, ambivalente, en la
medida en que constituye el peligro supremo, obstruye como nunca antes la
relación con la verdad del ser y la esencia misma de la verdad, a la vez que
deja acaecer lo “otorgante”: abre la posibilidad de que el hombre responda a la
llamada liberadora del destino, y siga siendo quien es mantenido (Gebrauchte)
para la custodia de la esencia de la verdad. Heidegger considera que el ser
humano es capaz de sobreponerse al peligro que supone la tecnificación del mundo,
la homogeneización (incluso ontológica) que ella implica, a través de la
meditación y de tener siempre a la vista el peligro. El ser humano, en tanto es
siempre enviado por el destino de alguna u otra manera a desocultar, debe
ejercer, precisamente, la custodia de la verdad, del desocultar mismo. “…precisamente
en este extremo peligro se manifiesta la vinculación más íntima e
indestructible del hombre con lo otorgante…” (Heidegger, 1994, p. 26).
Llegados
a este punto, podemos afirmar que los tres pensadores reflexionan acerca del
fenómeno desde lugares diferentes, a partir de contextos teóricos y aparatos
metodológicos diversos, por lo que, si bien pueden articularse algunos puntos,
hay otros tantos factores que distancian la tesis heideggeriana de la
marcuseana y la benjaminiana. Partimos de la idea de que la distancia entre
Heidegger por un lado y Marcuse y Benjamin por el otro es más determinante que
la que podríamos encontrar entre los frankfurtianos entre sí. Estos últimos
comparten una visión critica particular y un principio hermenéutico de análisis
que los aleja de algunos puntos sustanciales de la tesis heideggeriana.
En
primer lugar, la consideración general de la técnica en Heidegger se da en
relación con otra cuestión: la de la verdad del ser. El fenómeno es enmarcado
en la historia de la interpretación del ser, y, por lo tanto, en la historia de
la metafísica. Como se dijo más arriba, la técnica moderna es metafísica
(e incluso la forma más plena de lo que Heidegger llama metafísica), en la
medida en que es la expresión más acabada del olvido del ser. En cambio, tanto
Marcuse como Benjamin trabajan la cuestión de la técnica moderna dentro de
parámetros estrictamente ónticos. Marcuse y Benjamin la definen como un modo
de producción de las sociedades contemporáneas actuales, vinculado a un proceso
social concreto. Estos últimos tienen en cuenta factores socio-políticos
tales como los intereses particulares que determinan la dirección del aparato
productivo (propios de una consideración estrictamente concreta y óntica), que
en Heidegger no aparecen explicitados.
Por otro
lado, y en relación con lo anterior, la técnica moderna es para Heidegger parte
de un destino, pues pertenece a la historia del ser y de su desocultamiento,
a tal punto que los individuos son también “llamados” por él a ocupar un lugar
particular en ese destino (son provocados a provocar). Sin embargo, es
necesario aclarar que esto no tiene el sentido de una fatalidad inevitable a la
que los sujetos no puedan escapar, sino que se trata de un destino a partir del
cual los seres humanos también pueden meditar y reflexionar: no son
absolutamente determinados por él. Así, Heidegger afirma en Serenidad (1955),
El hombre de la era atómica quedaría
entregado, inerme y sin amparo, a la irresistible preponderancia de la técnica.
Así ocurriría si el hombre actual renunciase a poner en juego, en la partida
decisiva, el pensamiento reflexivo frente al pensamiento meramente calculador.
(Heidegger, 2002, p. 26)
Y más
adelante, aclara qué es lo que efectivamente podemos hacer los seres humanos
frente al progreso de la técnica moderna:
Pero si de este modo decimos simultáneamente sí
y no a los objetos de la técnica, ¿nuestra relación con el mundo
técnico no quedará entonces escindida e insegura? Todo lo contrario. De una
extraña manera nuestra relación con el mundo técnico se hace sencilla y
tranquila. Permitimos que los objetos técnicos penetren en nuestro mundo
cotidiano, y al mismo tiempo los dejamos fuera, o sea los hacemos consistir en
cosas que no son nada absoluto, sino que se hallan dependientes de algo
superior. Quiero nombrar esta actitud del simultáneo sí y no al mundo técnico
con unas viejas palabras: la serenidad ante las cosas. (Heidegger,
2002, p. 27)
Sin
embargo, esto no quiere decir que la dirección del destino pueda ser modificada
por un acto de voluntad de los sujetos. El hombre tiene como esencia el
desocultar y es enviado de alguna u otra manera a ello.
Por el
contrario, como hemos visto, tanto en Marcuse como en Benjamin la técnica
moderna es un modo de producción que abre posibilidades: orientada a
ciertos fines, la tecnología sería capaz de liberar a los seres humanos. En el
caso de Marcuse se trata de la liberación de la escasez y las necesidades
materiales, brindando así las condiciones básicas para una sociedad no-
represiva o libre. En el caso de Benjamin, se trata de empoderar a las masas
con los medios de producción estéticos en principio, y en general más tarde, a
través de un uso revolucionario de estos medios y las imágenes producidas. Es
claro que en estos casos la técnica nada tiene que ver con un destino del ser o
de su desocultamiento. Lo que está en juego aquí, son los intereses de los
individuos que determinan la orientación del aparato técnico (es decir, los
fines a los que se dirige: dominación y represión o liberación, conservación
del statu quo o revolución, etc.).
Ahora
bien, nos animamos a decir que hay un aspecto en el que los tres filósofos
contemporáneos podrían coincidir, siempre que se tengan presentes los aspectos
hasta aquí indicados: tanto uno como los otros encuentran en la técnica y la
vida moderna en general una tendencia homogeneizadora que se manifiesta en
varios planos de lo real. En Heidegger la técnica ejerce una especie de
nivelación ontológica en la que todo ente es al modo de un stock disponible; en
Marcuse, los individuos que integran las sociedades contemporáneas son
definidos como sujetos unidimensionales, en la medida en que reflejan y se
identifican con los poderes establecidos de su sociedad; y en Benjamin, la
función que hemos dado en llamar represiva y adormecedora que el cine en
condiciones capitalistas puede ejercer sobre las masas podría colaborar a la
producción de una sociedad automatizada y uniformada.
Respecto
a este tema destacamos particularmente a Marcuse. En sus textos la
unidimensionalidad de la existencia es explícitamente abordada a lo largo de su
producción intelectual, y específicamente trabajada en El hombre
unidimensional. Si bien el título de esta obra hace referencia a la
unidimensionalidad en el plano individual, es decir, lo unidimensional es el
hombre, este adjetivo varía a lo largo de todo el texto y describe no sólo la
situación del ámbito privado de los individuos que integran la sociedad, sino
también la del ámbito social en su conjunto y, además, del ámbito intelectual,
filosófico y del saber. En el plano individual, Marcuse describe la forma en
que el sistema implanta necesidades en los hombres, necesidades que perpetúan
formas anticuadas de la lucha por la existencia. El espacio interior y privado
de cada individuo es invadido[4], y, de
esta manera, las diferencias entre los seres humanos son suprimidas. En tanto
los individuos reproducen y se identifican inmediatamente con un mismo sistema
que invade a todos por igual y les implanta las mismas necesidades, aquellas
que el sistema valora como útiles para su propia preservación, todos los
individuos desean y necesitan lo mismo: aquello que el mismo sistema puede
ofrecer. De esta manera, la sociedad también es unidimensional. A esta sociedad
subyace un modelo de pensamiento y conducta unidimensional en el que ideas que
trascienden por su contenido el universo establecido del discurso y la acción
son rechazados o reducidos a los términos del universo establecido. De esta
manera, se impone un único modo de pensar, y todo aquel pensamiento que se le
oponga o lo trascienda es descartado (por ejemplo, empirismo en la filosofía).
En Algunas
implicaciones sociales de la tecnología moderna, Marcuse alude a la
uniformización de la existencia como una implicancia social del progreso
tecnológico en el marco de las sociedades capitalistas. Allí critica
precisamente la imposibilidad de un escape personal a la homogeneización
impuesta por la racionalidad tecnológica imperante en tales sociedades. Todos
los hombres actúan de acuerdo con los cánones que garantizan el funcionamiento
del aparato y, además, el mantenimiento de su propia vida. De hecho:
Toda protesta es absurda, y el individuo que
insistiera en su libertad de acción se convertiría en un excéntrico. No hay
escape personal del aparato que ha mecanizado y homogeneizado el mundo.” […]
“No hay campo para la autonomía. La racionalidad individualista se ha
convertido en una sumisión eficiente al continuo de medios y fines dado con
anterioridad. Esto absorbe los esfuerzos liberadores del pensamiento, y las
diversas funciones de la razón convergen en el mantenimiento incondicional del
aparato. (Marcuse, 2001, pp. 60-61)
Benjamin
no aborda específicamente esta cuestión, al menos en los textos citados en este
escrito. Si bien reconoce el hecho de que la vida moderna de los seres humanos
parece tender a un estado de alienación que conduce finalmente a los individuos
al adormecimiento, se muestra optimista con respecto a la posibilidad de
revertir estos efectos y tomar el control del cuerpo técnico social. No dedica
estudios detallados a la forma de la subjetividad individual alienada o, como
llamaría Marcuse, unidimensional; pero sí anticipa el peligro de masas
uniformadas dominadas por poderes totalitarios.
Por otro
lado, Heidegger sí alude a una uniformización u homogeneización de la existencia.
Tal y como expusimos más arriba, en La pregunta por la técnica Heidegger
alude a la nivelación ontológica producto de que todo lo que es sea considerado
como “existencias” (Bestand), como un stock o fondo del cual el ser
humano dispone.
La omnipotencia del pensamiento técnico
tiende a expulsar del ámbito de lo posible toda otra forma de pensar, todo otro
modo de revelarse las cosas que no sea el de su figura técnica. Se hace
ilusoria toda relación con la realidad que no sea su aseguramiento y control.
No hay más que una forma de manifestarse las cosas. O lo que es lo mismo, no
hay más que ´existencias´. La diferencia ontológica queda, como tal, cegada:
solo hay entes, en la forma de puros objetos requeribles por la técnica, y el
ser, si es que algún sentido tiene esta palabra, no es otra cosa que la forma como
aparecen los entes, es decir, su pura disponibilidad, su puro estar prestos
para el uso. (Rodríguez, 2006, p. 165)
Pero,
además, la uniformización de la existencia en Heidegger no está limitada solo a
esta nivelación ontológica de los entes que están ahí, sino que también es
referida al ámbito exclusivo del Dasein. En el apéndice noveno que
Heidegger añade a la conferencia La época de la imagen del mundo (1938),
es manifestada su preocupación por el hecho de que la existencia de los seres
humanos está siendo homogeneizada de acuerdo a mecanismos de control y el
establecimiento de formas de vida que el aparto requiere de los individuos.
Parece mostrarse aquí una importante tendencia crítica que se realiza en
términos de la vida actual en ese entonces, donde ya se alude al pensar
meditativo como una de las mejores alternativas para el ser humano ante
semejante escenario:
En el imperialismo planetario del hombre
técnicamente organizado, el subjetivismo del hombre alcanza su cima más alta,
desde la que descenderá a instalarse en el llano de la uniformidad organizada.
Esta uniformidad pasa a ser el instrumento más seguro para el total
dominio técnico de la tierra. La libertad moderna de la subjetividad se sume
por completo en la objetividad adecuada a ella. El hombre no puede abandonar
por sus propias fuerzas ese destino de su esencia moderna ni tampoco puede
quebrarlo por medio de un acto de autoridad. Pero el hombre puede meditar
previamente y concluir que el ser sujeto de la humanidad nunca ha sido ni será
jamás la única posibilidad que se le abre a la esencia recién iniciada del
hombre histórico. (Heidegger, 1960, p. 89)
A partir
de las ideas expuestas podríamos afirmar que efectivamente existen algunos
puntos de encuentro entre el pensamiento marcuseano, benjaminiano y
heideggeriano, al menos en lo referido al tratamiento que cada uno realiza de
la cuestión de la técnica moderna. Sin embargo, hemos insistido en la idea de
que el marco teórico y metodológico a partir del cual cada uno de ellos piensa
el fenómeno es esencialmente diferente. Esto último parece distanciar, en lugar
de acercar, las propuestas de estos filósofos.
La
similitud que sale a la vista más inmediatamente tiene que ver con el hecho de
que tanto uno como los otros reconocen en la técnica algo así como una
ambigüedad o ambivalencia. No obstante, hemos visto que en cada caso el sentido
de esta ambigüedad es diferente. Recapitulemos, al modo de una enumeración, los
aspectos que nos permiten hacer esa diferencia.
En primer
lugar, Heidegger comprende el fenómeno de la técnica como un momento de la
historia de la metafísica occidental, de máxima expresión de la misma. En este
sentido, el tratamiento heideggeriano de la técnica es realizado a partir de un
principio hermenéutico particular: aquel que enmarca la cuestión en una
historia del ser y de su desocultamiento. Por el contrario, en el caso de
Marcuse y Benjamin el abordaje de la técnica es realizado en términos
estrictamente ónticos y concretos, a tal punto que se ponen en juego aspectos
políticos y sociales que no estarían presentes, al menos a primera vista, en
Heidegger.
En
segundo lugar, y derivado de lo anterior, la técnica moderna es concebida por
Heidegger como un destino, pues no son los seres humanos los que, de
alguna manera, al provocar la naturaleza de la manera particular en que lo
hacen en la época moderna, “causan” la tecnificación del mundo por un acto de
voluntad y autoridad, sino que ellos mismos son también provocados a provocar.
La esencia de la técnica, la imposición, reúne a los hombres y a las cosas de
igual manera. Mientras que en los desarrollos de Marcuse y Benjamin, como hemos
visto, la técnica nada tiene que ver con un destino del ser o su
desocultamiento, sino que es orientada de acuerdo con los intereses de los
seres humanos que están “a cargo” del aparato productivo. En este sentido, ella
es pura posibilidad: tanto de liberación como de dominación.
Esto nos
lleva a un tercer aspecto que tiene que ver con la pregunta concreta de qué
pueden hacer al respecto los individuos que habitan la era atómica o la también
llamada edad de la máquina. Heidegger considera que el hecho de que la técnica
moderna sea un momento que forma parte del destino de la historia de la
metafísica, eso no quiere decir que lo que sucede tenga el carácter de lo
inevitable. De hecho, a través de la meditación es posible adoptar una postura
que podríamos calificar de equilibrada y que consiste, según se expone en Serenidad,
en decir sí y no simultáneamente a los objetos técnicos: serenidad ante las
cosas. En cambio, Marcuse y Benjamin sostienen que la técnica es un proceso
social dirigido según los intereses de grupos sociales particulares, que
constituyen en cada caso la clase dominante que controla el aparato productivo
y que por eso termina por determinar la vida de la totalidad de los individuos
que conforman la sociedad. En ese sentido, este aparato es susceptible de ser
reorientado de acuerdo a otros fines e intereses que no sean los de la
dominación y la represión de los seres humanos, posibilitando así una sociedad
libre.
A pesar
de estos aspectos que definen y, sobre todo, distinguen la tesis de cada autor,
todos ellos parecen coincidir en algo: la técnica moderna tiene un efecto
homogeneizador de la existencia. Los tres filósofos se animan a diagnosticar y
además criticar el hecho de que la técnica está uniformizando modos de vida,
formas de pensamiento, e incluso modos de ser (diferencia ontológica), en el
marco de los efectos sociales de los avances técnico-científicos de la época.
Aunque
esta tendencia crítica no se encuentra explicitada en los textos de Heidegger
en el mismo grado que en los de los frankfurtianos, nos parece de todas maneras
un punto común interesante para seguir investigando.
Benjamin,
W. (1987). Calle de dirección única. Ediciones
Alfaguara.
Benjamin,
W. (2003). La obra de arte en la época de
su reproductibilidad técnica. Editorial Ítaca.
Fischetti, N.
(2016). Filosofía de la técnica, humanismo y política. Heidegger y Marcuse,
entre el destino y la posibilidad. Mutatis Mutandis. Revista
Internacional de Filosofía, Santiago de Chile; Año: 2016 p. 59-75.
Heidegger,
M. (1960). La época de la imagen del mundo. En Sendas Perdidas. Lozada.
Heidegger,
M. (1994). La pregunta por la técnica. En Conferencias y artículos. Ediciones
del serbal.
Heidegger,
M. (2007). ¿Qué es Metafísica? En Hitos. Alianza.
Heidegger,
M. (2002). Serenidad. Editorial del Serbal.
Maliandi,
R. (2014). Ética y efectos políticos-sociales de la tecnología. Páginas
De Filosofía, 2(2), pág. 5–11. https://revele.uncoma.edu.ar/index.php/filosofia/article/view/563
Marcuse, H.
(2008). Eros y Civilización. Ariel.
Marcuse, H.
(2010). El hombre unidimensional. Ensayo
sobre la ideología en la sociedad industrial avanzada. Ariel.
Marcuse, H.
(1969). Un ensayo sobre la liberación. Joaquín Mortiz.
Marcuse, H.
(2001). Algunas implicaciones sociales de la técnica moderna. En Guerra, tecnología
y fascismo. Textos inéditos. Universidad de Antioquía.
Mourenza, D. (2013). Dreams of a Better Nature: Walter Benjamin on the
Creation of a Collective Techno-Body. Revista
Teknokultura, Vol. 10, Núm. 3: 693-718.
Rodríguez,
R. (2006). Heidegger y la crisis de la
época moderna. Síntesis.
[1] Para aclarar la diferencia entre las distintas posturas frente a la
técnica: tecnofilia, tecnofobia, entre otras, sugerimos revisar los trabajos de
Ricardo Maliandi. Especialmente el artículo titulado “Ética y efectos
políticos-sociales de la tecnología” y adecuadamente citado en la bibliografía
de este trabajo, en el que se agrega la noción de ambigüedad de la técnica como
un posible camino interpretativo para la misma además de la tecnofilia y la
tecnofobia.
[2] Cfr. Marcuse, 2008.
[3] “Para Benjamin,
el interés de las masas por el cine residía en las posibilidades de
comprenderse a sí mismos como clase. El fascismo, sin embargo, corrompió y diluyó
la conciencia de clase del proletariado en una masa compacta formada con la
ayuda de la cámara. En resumen, el capital cinematográfico y el fascismo
explotaron el medio en interés de una minoría propietaria”.
[4] Cfr. Marcuse, 2010, p. 40.