Saberes y prácticas. Revista de Filosofía y Educación / ISSN 2525-2089
Vol. 8 N° 1 (2023) / Sección Dossier / pp. 1-11 /
Centro de Investigaciones Interdisciplinarias de Filosofía en la Escuela (CIIFE),
Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Cuyo, Argentina.
revistasaberesypracticas@ffyl.uncu.edu.ar / saberesypracticas.uncu.edu.ar
Recibido: 01/05/2023 Aceptado: 13/06/2023
DOI: https://doi.org/10.48162/rev.36.101
The taste for dirt [“Der goût de la saleté”]
Childhood, ecology and liberation from work
from a comment by Benjamin to a Brecht poem with Fourier motifs
Universidad
Nacional de Mar del Plata, Argentina.
ernestoromannavone@gmail.com
Resumen. En
el presente artículo intentaré desarrollar algunas glosas marginales a un
comentario de Walter Benjamin sobre el poema de Bertold Brecht “Del niño que no
quería bañarse”. El comentario de Benjamin parte del gusto por la mugre para
recuperar el pensamiento de Charles Fourier y su perspectiva de un trabajo
lúdico. Intentaré mostrar cómo, a partir de la recepción del pensamiento de
Fourier, el comentario de Benjamin sobre el poema de Brecht establece profundos
vínculos entre la liberación del trabajo y la transformación radical del
vínculo de los seres humanos con los no humanos. Este vínculo permitirá
proponer interesantes diálogos entre el pensamiento benjaminiano, la tradición
utópica socialista, los nuevos materialismos y el pensamiento ecológico.
Palabras clave. Walter Benjamin, Charles Fourier, Infancia, Trabajo, Humanos/No humanos.
Abstract. In this article I will try to
develop some marginal glosses on a comment by Walter Benjamin on Bertold
Brecht's poem “Of the child who didn't want to wash”. Benjamin's comment starts
from the taste for dirt to recover the thought of Charles Fourier and his
perspective of playful work. I will try to show how, based on the reception of
Fourier's thought, Benjamin's commentary on Brecht's poem establishes deep
links between the liberation of work and the radical transformation of the bond
between human beings and non-humans. This link will make it possible to propose
interesting dialogues between Benjamin's thought, the socialist utopian
tradition, new materialisms and ecological thought.
Keywords. Walter Benjamin, Charles
Fourier, Childhood, Work, Humans/Non-humans.
A menos
de un año y medio de su fallecimiento, Walter Benjamin publica en el diario Scweizer Zeitung am Sonntag un
comentario sobre el poema “Leyenda de la creación del libro Tao-Te-King en el
camino de Lao Tse a la emigración [Legende von der Entstehung des Buches
Taoteking auf dem Weg des Laotse in die Emigration]” de su amigo Bertold
Brecht. En el proyecto original, sin embargo, este texto era solo el cierre de
un ciclo de comentarios dedicados a la obra poética de Brecht, que iba a ser
publicado en la revista Das Wort. En
él se comentaban obras de los poemarios de Brecht como Devocionario doméstico [Hauspostille],
el Libro de lectura para habitantes de
ciudades [Lesebuch für Städtebewohner]
y los Poemas de Svendborg [Svendborger Gedichte]. Pero casi al
mismo tiempo que Benjamin enviaba los originales para publicar, la revista
dejaba de publicarse (Wizisla, 2007, p. 207). Pese a que concibió al comentario
como una estrategia de defensa ante la proximidad de una destrucción que
pudiera producir el mismo efecto de lejanía que el paso de los siglos, solo uno
de sus comentarios pudo sobrevivir en el entorno en extinción —conforme
avanzaba la censura— de las editoriales progresistas de Europa.
Adoptar la forma del
comentario parece ser una especie de reflejo atávico que inesperadamente
reaparece en un momento de peligro. En la misma línea que “Experiencia y
pobreza”, la colección de comentarios previene a la humanidad para que se
prepare a sobrevivir a la cultura (o a la civilización, según el ensayo sobre
Karl Kraus). Estas canciones y poemas de Brecht, correctamente envueltas y
empaquetadas en su aparato crítico, serían —según Benjamin— parte de las
escazas provisiones que debería llevar consigo la humanidad en su paso por la
tierra de nadie de una nueva guerra, cuyos tambores volvían a resonar por
Europa. Resulta llamativo entonces que la colección de
comentarios contenga una
canción infantil llamada “Del niño que no quería bañarse [Vom
Kind, das sich nicht waschen wollte]”, pues ante una tarea tan seria es
notable que se elija algo tan deliberadamente menor y marginal como lo es el
gesto de une niñe que no se quiere bañar. Pero la visión del comentarista
encuentra en este simple gesto la clave para desplegar toda una tradición de
pensamiento. Según Benjamin, Brecht es uno de los “partidarios o defensores del
niño mugriento [Parteigänger oder Verteidiger des Schmutzkinds]” (GS II,
p. 565; O II/2, p. 174)[1] entre cuyas filas incluye también a Charles Fourier, el famoso
pensador utópico francés. En el caso de Fourier, este tomar parte por le niñe
mugriente se enhebra con la figura utópica del phalanstère, el cual “además de ser una utopía socialista era
también una utopía pedagógica” (GS II, p. 565; O II/2, p. 174).
En este
artículo, intentaré indagar en el comentario sobre el poema de le niñe que no
quería bañarse para abordar dos elementos decisivos del proyecto político del
Benjamin maduro, que se perciben claramente en sus textos sobre Fourier. Por
una parte, la apuesta por la transformación radical de la relación entre
humanos y no humanos (una propuesta que hoy llamaríamos ecológica) y, por la
otra, la crítica al trabajo (humano) desde la perspectiva del juego. Quisiera
sostener que ambos son aspectos inseparables de una ecología política que,
partiendo de la constelación que Benjamin traza a partir de Fourier, nos puede
servir para explorar las solidaridades entre la liberación del trabajo humano y
la liberación no humana del sometimiento antropocéntrico. Para desarrollar esta
idea, exploraré primero la posibilidad de construir otros vínculos ecológicos a
partir del modo de relacionarse de les niñes con los animales y con la mugre.
Intentaré entonces pensar a la mugre como el lugar donde son posibles
interacciones que no suponen identidades sustanciales, sino que se multiplican
en identificaciones parciales, cuya presencia es discontinua y sus límites,
borrosos y permeables. Desde esta perspectiva, quisiera pensar ciertas ideas de
Benjamin sobre el falansterio a partir del concepto de máquina deseante de
Gilles Deleuze y Felix Guattari, para luego recuperar algunas afinidades
interesantes entre las lecturas de Benjamin y de Marcuse sobre la obra de
Fourier. Finalmente, partiendo de una relectura entre el problema del trabajo y
su vínculo con los no humanos a partir de lo que Benjamin distingue como
utopías de la primera y la segunda naturaleza, podremos pensar la inesperada
aparición de un personaje recurrente de Benjamin dentro del comentario al poema
sobre le niñe que no se quería bañar: el enanito jorobado.
En todo
este recorrido intentaré mostrar por qué el gusto por la mugre, que conecta al
poema de Brecht con la utopía fourierista, puede ser una figura altamente
interesante para pensar nuevas formas de habitar en un planeta en ruinas.
Porque tanto la época en la que Benjamin escribió sus comentarios como la
nuestra son, al decir de Isabelle Stengers (2017), “tiempos de catástrofes”,
quizás podamos recuperar de sus textos algunas provisiones indispensables para
reconstruir mundos habitables. Por esto se trata de pensar con y más allá de
Benjamin en un momento de peligro, uno que quizás no sea tanto el de un nuevo
cataclismo sino, como nos recuerda él mismo, tan solo la perpetuación de las
cosas tal como son (LP, p. 476; GS V, p. 592).
La breve
canción en tres estrofas de Brecht dice lo siguiente:
Había una vez un niño,
que lavar no se quería;
por eso cuando lo lavan
se embarduna con ceniza.
Vino el rey a visitarlo
y subió siete escaleras.
Para limpiar a su hijo,
mamá buscó una bayeta.
Como no logró encontrarla
se tuvo el rey que marchar
antes que el niño lo viera,
quien no pudo protestar (GS II, p.
564; O II/2, p. 173).[2]
Benjamin
comienza destacando la “dicción quebrada” y la conjunción de extrañas situaciones
que deben darse: “El emperador no sube los siete escalones cada día, y además
tendría que elegir como escenario para su visita una casa en la cual ni
siquiera hubiera un trapo” (GS II, p. 564-565; O II/2, p. 173). Esto podría
incluso significar que todo el relato es en realidad un sueño. Pero, lo que
para Benjamin aparece del todo claro es que difícilmente le niñe podría
perjudicarse de estar sucie. Por el contrario, la mugre parece una verdadera
pasión para le niñe, algo por lo que toma partido. ¿Cuál es, entonces, esta causa
de la suciedad, por la que toma partido? Para iluminar este aspecto del poema
de Brecht, Benjamin acude al pensamiento de Fourier sobre la formación de
grupos infantiles en los cuales les niñes socializan y contribuyen a las
labores del falansterio:
Fourier divide a los niños de su falansterio
en dos grandes grupos: las petites bandes
y las petites hordes. Las primeras se
dedican a la jardinería y otros asuntos también agradables, las segundas se encargan
de las tareas más sucias. Cada niño decide libremente de que grupo quiere
formar parte. Los que se deciden por las petites
hordes reciben más honores. Así, todo trabajo que se lleva a cabo en el
falansterio; el maltrato a los animales lo juzgan ellos; disponían de ponis con
los que recorrer el falansterio al galope; y, cuando se reúnen a trabajar, la
señal de inicio la daba un estruendo de trompetas, de silbatos, campas y
tambores. Pero Fourier veía cuatro grandes pasiones entre los miembros de las petites hordes: el orgullo, la
desvergüenza, la insubordinación y el goût
de la saleté, el gusto por la suciedad, que era la más importante de las
cuatro (GS II, p. 565; O II/2, p. 174).
En este
párrafo Benjamin, como hábil comentarista, recuerda un pasaje de Fourier para
usarlo como una llave que abre la puerta a toda una nueva e inesperada estancia
del poema. Me gustaría comenzar a glosar este fragmento destacando lo que bien
puede ser considerado un detalle insignificante: les niñes del falansterio,
tanto les de las petit bandes como les de las petit hordes, se
ocupan de los no humanos, del cuidado de las plantas y de evitar y castigar el
maltrato a los animales. Que el maltrato animal sea castigado por les niñes
muestra que Fourier es altamente
sensible a un hecho que ya era destacado por Freud: “El niño no siente
diferencia alguna entre su propio ser y el del animal; no le asombra que los
animales piensen y hablen en los cuentos…” (Freud, 1992, p. 125). Es por la
naturalidad con la que les niñes ven en las otras formas de vida a sus
semejantes por lo que están excepcionalmente capacitades para legislar sobre
los vínculos ecológicos con otras especies. Porque a elles no les resulta
sorprendente que los animales puedan hablar en los cuentos de hadas, más bien
les parece raro que les adultes ya no puedan hacerlo.
En Infancia en Berlín hacia el mil novecientos
podemos apreciar que Benjamin ya ponía en juego esta concepción de la fluidez
identitaria entre animales y humanos en la infancia. Como primer ejemplo tenemos
el relato “Caza de mariposas” [Schmetterlingsjagd]
donde el acto mismo de cazar, en clara alusión a las formas no occidentales de
practicar el arte cinegético, es resignificado desde la necesidad de un
verdadero devenir-mariposa por parte del niño para poder atrapar a estos
pequeños animales, al mismo tiempo que, en el decurso de la cacería, las
mariposas parecen devenir poseedoras de una voluntad humana. La mirada del
pequeño Benjamin en este caso posee sugerentes similitudes con las ontologías multinaturales
que, según Viveiros de Castro (2010), se practican en los mundos amazónicos. En
ellos, lo humano, lejos de caracterizar a un ser en particular, es una
propiedad común de todos los seres vivos en tanto tienen una interioridad, cada
ser se considera a sí mismo humano y ve a los otros como no humanos según las
relaciones que establecen. De forma semejante, las mariposas pueden ver al niño
Benjamin como una especie de espíritu cazador ante el que reaccionarían como
humanas, mientras al niño se le juega su misma humanidad en poder afirmarse
como cazador frente a sus presas voladoras. Pero en Infancia en Berlín, no solo se nos presenta la cacería, sino
también profundas alianzas entre humanos y no humanos. En la narración “La
nutria” [Der Fischotter], este
pequeño animal, que habitaba en un rincón periférico del zoológico, le ayuda al
niño Benjamin a descubrir las propiedades proféticas del agua de las
alcantarillas y de la lluvia. En el momento clave del relato, Benjamin se da
cuenta de que él, en los días de lluvia, y la nutria en su estanque, coincidía
en una misma visión del futuro a partir de las aguas pluviales.
Estos
devenires animales de la infancia nos muestran que les niñes son capaces de
articular otros vínculos ecológicos (incluso en la caza) con los no humanos. En
la infancia, esa posición precaria donde ni la humanidad ni el lenguaje están
garantizados, puede buscarse el paradigma de una relación entre humanos y no
humanos que ya no esté basada en jerarquías antropocéntricas. Y por esto no es
casual tampoco la afinidad entre la infancia y la mugre. En esta línea podemos
releer a Fourier para recuperar formas no destructivas de convivencia entre
humanos y no humanos que parten del gusto por la suciedad, por lo impuro y por
la mixtura. Dando cobijo a las monstruosidades que se producen en los vínculos
ecológicos entre grandes cantidades de formas de vida, la suciedad existe como
un resto o una impureza que, por usar los términos de Bruno Latour (2007),
impide que los seres híbridos puedan ser del todo sometidos a las dicotomías
purificadoras de la modernidad. La suciedad y la basura, dirá Timothy Morton
(2021), son un tema fundamental del pensamiento ecológico, pues nos confrontan
con la falta de contornos y de la intermitencia que caracteriza a todos los
seres. Y en sintonía con el pensamiento compostista de Donna Haraway (2021),
podemos afirmar que en el gusto por la mugre, en el contacto con la tierra y
con todo tipo de bichos y seres sin nombre, está la posibilidad de construir
nuevas alianzas y simbiosis incluso en las actuales condiciones de devastación
ecológica. Ni puramente feral ni plenamente integrado a las normas sociales, le
niñe sucie habita la dimensión naturocultural de los híbridos y los seres no
purificados donde son posibles otros encuentros ecológicos.
Carlo
Salzani (2019) ha mostrado como Benjamin elabora una fuerte crítica al
antropocentrismo a partir de su lectura de Kafka. Particularmente la figura de
Bucéfalo (el caballo de Alejandro Magno que, en el relato de Kafka “El nuevo
Abogado” ha sobrevivido a su jinete y se dedica al estudio de los viejos
libros), aparece como un desafío a la dominación antropocéntrica. Porque el
peso del jinete en sus innumerables campañas hace penosa y desdichada la vida
de su corcel, por lo que este encontrará alivio solo cuando pueda sacarse el
peso de la espalda y dedicarse a la lectura. Por el contrario, les niñes de las
petites hordes que recorren el
falansterio a lomos de ponis sean, seguramente,
ligeros a su montura. Como el buey que lleva al viejo maestro del poema sobre Dao De Jing que mencionamos en la
introducción, los ponis no sienten a los niños como una pesada carga, más bien
parece que nada les impide “disfrutar de la hierba fresca” (GS II, p. 571; O
II/2, p. 181). El buey y los ponis parecen ser una contra figura de la
dominación antropocéntrica, una forma en la que la amabilidad que irradia del
carácter alegre de un viejo maestro o de les niñes alcanza también a las
personas no humanas.
El
falansterio mentado por Fourier es una suerte de “maquinaria humana” [Menschenmaschinerie],
una máquina de humanos [Maschine aus Menschen] según nos sugiere una
curiosa nota del convoluto W del Libro de
los pasajes (LP, p. 639; GS V, p. 772). Ante la incomodidad que esto puede
generar, Benjamin aclara que esta afirmación no implica un reproche de
mecanicismo hacia Fourier. Más bien, con esta imagen de la máquina humana,
Benjamin pone en escena que el funcionamiento del falansterio no tiene nada que
envidiarle —en la complejidad de su funcionamiento, en la diversidad de sus
elementos o en la armonía de las interacciones entre las mil piezas que la
componen— a una locomotora o a un telar de Jaquard. Cuando, por ejemplo,
compara la organización social con las interacciones entre los cuerpos
celestes, Fourier presenta una forma de pensar que nos recuerda a la ontología
plana que reivindican Levi Bryant (2011) y algunes filosofes de los llamados
nuevos materialismos. Para Fourier, así como ningún sistema astrofísico podía
formarse a partir de asteroides y cometas aislados, la falta de colaboración
que implica la competencia mercantil impide que la sociedad pueda realizar sus
capacidades productivas. Porque, a la hora de pensar los principios generales
de la organización y la producción, la diferencia entre naturaleza y cultura
resulta superflua. Gilles Deleuze y Feliz Guattari (2007) llamaron la atención
sobre la inutilidad de estas categorías dualistas al comienzo del Anti Edipo, cuando delinean el perfil
conceptual de las máquinas deseantes. Los autores notaron que a partir de la
categoría de producción, las distinciones entre industria y naturaleza no
tenían sentido, lo cual también implicaba que la producción abarca a la
circulación y al consumo. El concepto de máquina deseante permite pensar ese
lugar transversal de la producción. Pensar a los colectivos humanos como máquinas
es pensarlos según su capacidad de producir, pero también de producir un código
que regule esa misma producción, y de producir un consumo que disfrutan o
padecen (Deleuze y Guattari, 2007, p. 14). Pues estos son máquinas deseantes, que
pueden ser calibradas, afinadas y puestas a punto. Este paradigma maquínico del
deseo puede permitirnos comprender mejor la idea de que las pasiones e
inclinaciones de les niñes, incluso las más recalcitrantemente asociales,
pueden ser aprovechadas, de la misma manera que un material explosivo puede
tener múltiples usos pacíficos.
Un
importante aspecto de la dinámica mediante la cual el falansterio es capaz de
aprovechar el gusto por la mugre consiste en el hecho de que le confiere una
gran visibilidad pública y un alto grado de prestigio a las labores de
limpieza. En contraposición al modelo patriarcal y capitalista que recluye el
trabajo de limpieza en el ámbito doméstico como servicio que las mujeres deben
proveer gratuitamente por su condición natural, en el falansterio las tareas de
limpieza comienzan con fanfarrias de trompetas y redobles de tambores, y solo
las llevan a cabo quienes tienen la inclinación o el deseo de hacerlas.
Curiosamente, ese deseo no apunta al objetivo final del trabajo, los espacios
limpios, sino a la mugrienta situación real de su medio, es gusto por la mugre
más que por la limpieza, disfrute del proceso más que del resultado. Si la
sociedad burguesa impone a les niñes una higiene que elles detestan, el
falansterio es capaz de hacer que el gusto por la mugre, la impudicia
desvergonzada y el temperamento rebelde, sea aprovechable y benéfico para
humanos y no humanos. Sin embargo, no impone recetas genéricas: también da
lugar a otres niñes a les que muchas cosas les dan asco o son vergonzoses: para
elles el falansterio también tiene lugar en los jardines. Se trata de calibrar
las pasiones, de saber cómo conectar y dónde cortar, se trata de saber cómo
incluso las pasiones que aparentan ser destructivas (el orgullo, la
insubordinación, etc.) pueden ser aprovechadas por el colectivo. Esto crea una
compleja maquinaria humana que ya no moldea cuerpos productivos mediante la
disciplina, la vigilancia o el castigo, sino que crea verdaderos bucles de
retroalimentación entre las pasiones singulares y la producción social, de tal
manera que el trabajo mismo sea una praxis placentera y lúdica, una forma de
producir que es al mismo tiempo una forma de disfrutar.
En Eros y civilización Marcuse ya
recuperaba el pensamiento de Fourier a partir del problema de la sublimación no
represiva y no deslibidinizante. Marcuse coincide con Fourier en que el gran
problema de la cultura burguesa es el hecho de que, en vez de sacar provecho de
las pasiones humanas dentro del proceso productivo, las reprime; por lo cual
solo puede aprovechar el trabajo represivo. Por el contrario, en la utopía de
Fourier la organización racional del trabajo aprovecha las pasiones humanas
como su fuente de energía renovable, poniendo en juego complejas orquestaciones
de la diversidad de deseos, gustos o inclinaciones que diferencian a los
humanos. Dice Marcuse: “la transformación del trabajo en placer es la idea
central de la gigantesca utopía de Fourier” (Marcuse, 2002, p. 190). Y luego
agrega:
Fourier insiste en que esta transformación
requiere un cambio completo en las instituciones sociales: distribución del
producto social de acuerdo con las necesidades, asignación de funciones de
acuerdo con las facultades e inclinaciones individuales, constante mutación en
las funciones, cortos periodos de trabajo, etc. Pero la posibilidad del
‘trabajo atractivo’ (travail attrayant)
se deriva sobre todo de la liberación de fuerzas libidinales. Fourier asume la
existencia de una attraction industrielle
que hace la cooperación placentera. Esta está basada en la attraction passionée, en la naturaleza del hombre, que persiste a
pesar de la oposición de la razón, del deber, del prejuicio, la attraction passionée tiende hacia tres
objetivos principales: la creación del ‘lujo, o placer de los cinco sentidos’;
la formación de grupos libidinales (de amistad y amor); y el establecimiento de
un orden armónico (Marcuse, 2002, p. 190).
Si
pensamos la relación entre lo lúdico y el trabajo en las distintas tradiciones
utópicas del siglo diecinueve podemos encontrar ya una división entre utopías
que proponen liberarse del trabajo, pues lo consideran inherentemente penoso,
de otras que más bien parecen querer liberar al trabajo de las condiciones
capitalistas de producción. Para Marx el trabajo socialmente útil, que hace
posible la continuidad de la vida, es siempre un trabajo ingrato y, en
condiciones modernas de producción, alienante. Pese a la perspectiva no utópica
y negativa con la que Marx suele hablar de la sociedad sin clases, esta idea
deja sentir el influjo en el pensamiento marxiano de Eugenie Cabet quien en su
libro Viaje a Icaria desplegó una de
las utopías más influyentes del siglo diecinueve (Benanav, 2021, pp. 170-172).
Esta visión utópica de racionalización igualitaria del trabajo estuvo más o
menos vinculada al deseo modernista de automatizar la producción y liberar a la
praxis humana de las cadenas del trabajo. Por el contrario, William Morris
(2011) afirma que el comunismo es posible con medios técnicos pre modernos,
siendo la industria misma quien degrada el trabajo y lo aleja del vínculo
intrínseco que posee con la producción artística en el trabajo artesanal. Entre
el modernismo prometeico y el romanticismo antimodernista la apuesta de Fourier
enlaza aspectos de ambos proyectos. Retoma del romanticismo la prerrogativa de
superar la contradicción entre trabajo y placer y restituir un vínculo no
destructivo con la naturaleza, pero no desde una crítica a la producción
industrial en general, sino a su versión capitalista. La sociedad industrial
realmente existente implica una degradación real de la vida de los proletarios.
Según Fourier, los “civilizados” viven bajo una organización social falsa e
incoherente, semejante a un rejunte de cometas y asteroides que persiguen sus
propias trayectorias. En tales condiciones la producción industrial no puede
ser sino un “mundo del revés”[3] (Fourier, 2008, p. 43) productor de miseria y escasez. “El progreso
de la industria y de las ideas” (Fourier, 2008, p. 43) dice Fourier:
sirve sólo para acrecentar la falsedad
general de las relaciones y la pobreza de las clases que llevan el peso de la
industria: nuestros plebeyos, nuestros obreros, son mucho más desdichados que
el salvaje que vive en la despreocupación, la libertad y, a veces, en la
abundancia, cuando la caza o la pesca han sido exitosas (Fourier, 2008, p. 43).
Pero en
un “mundo en el sentido recto”[4] (Fourier, 2008, p. 43), aquel que el autor nos propone que es capaz
de producir con las falanges industriales, la producción tendría grandes
beneficios para la vida humana y para el planeta. Un ejemplo sumamente
interesante es el de la “cocina societaria”. Las cocinas de las falanges (que
no son familiares sino comunitarias, capaces de alimentar a ochocientas
personas) ahorrarán “en comparación con lo que emplean las cocinas de los
hogares, nueve décimos en combustible y diecinueve vigésimos en obreros”
(Fourier, 2008, p. 46). De esta manera se lograría un doble beneficio pues “al
ahorro prodigioso de combustible se sumaría la ventaja de la restauración de
los bosques, manantiales y climas” (Fourier, 2008, p. 46). Al mismo tiempo que
lo transforma todo, el mundo societario no necesita hacer “algo más”, crear
nuevas fuerzas productivas, descubrir nuevos recursos ni explotar más el
trabajo. Enderezando los vínculos humanos invertidos por la meteórica civilización
logra, como el maestro taoísta, mejorarlo todo “sin hacer nada” (Fourier, 2008, p. 45) o, según la fórmula de Lao
Tsé, no hacer nada y que nada quede sin hacerse (Jullien, 1999).
Vemos
ahora más claramente que el trabajo lúdico y el vínculo ecológico con los no
humanos son dos aspectos de un mismo proyecto político que, lejos de fundarse
en la renuncia a las fantasías y los sueños utópicos de la infancia, los retoma
para desarrollarlos y racionalizarlos, buscando el cumplimiento de la felicidad
humana de forma inmediata. En una interesante nota del convoluto J del Libro de los pasajes, Benjamin afirma:
“No siempre se ha visto la explotación de la naturaleza como el fundamento del
trabajo humano” (LP p. 375; GS V, p. 467). Y en el mismo convoluto encontramos
una de los testimonios más claros de lo que Benjamin pensaba sobre Fourier.
Permítaseme citarlo in extenso:
La caracterización del proceso de trabajo
según su relación con la naturaleza está marcada por su constitución social. Pues
si no se explotara propiamente al
hombre, podríamos ahorrarnos el discurso impropio
sobre la explotación de la naturaleza. Este discurso consolida la apariencia
del ‘valor’, que las materias primas reciben únicamente por un orden productivo
basado en la explotación del trabajo humano. Si cesa esta última, el trabajo se
desprenderá por su parte del carácter de explotación de la naturaleza mediante
el hombre. Se realizará entonces según el modelo del juego infantil, que en
Fourier está a la base del trabajo apasionado de los harmonianos. Uno de os
mayores méritos de Fourier es haber establecido el juego como canon del trabajo
que ya no es explotado. Un trabajo así, animado por el juego, no está dirigido
a producir valores, sino a una naturaleza mejorada (LP p. 367; GS V, p. 455-456).
La
dominación de la naturaleza no fue el objetivo del trabajo antes de que el modo
de producción capitalista pusiera a la explotación del trabajo humano como
fundamento de la economía y a la producción de valores de cambio como su
objetivo. Curiosamente Benjamin llama a un mejoramiento de la naturaleza, y
cuando lo especifica, lo entiende como la transformación del planeta en un
jardín donde se pueda producir, vivir y descansar. Esta concepción hoy podría
resignificarse como el arte de vivir en un planeta dañado, construir mundos
vivibles, abiertos a todos, donde cuidar a las plantas o a los animales sea
parte de la construcción de un habitar compartido.
El
pensamiento utópico de Fourier, según Irving Wohlfarth (2016), es el de un
espacio de juego geo-bio-eco-político. Se sitúa entre la aparición de una
dimensión planetaria de la vida humana y una redefinición del vínculo de los
humanos entre sí mismos y con el resto de los seres. Como explica una nota
suplementaria de la segunda redacción del ensayo sobre la obra de arte, en la
tensión entre una utopía de la primera naturaleza humana (su mortalidad y su
capacidad de amar) y una utopía de la segunda naturaleza humana (las formas
políticas y económicas de una sociedad junto con sus medios técnicos) se
encuentra la clave de las discrepancias entre proyectos de ampliación y
superación de la revolución francesa tan diversos como son la obra del Marques
de Sade, la utopía de los falansterios y la realidad histórica de la unión
soviética:
Además, en las revoluciones se abre paso otra
voluntad utópica. Porque junto a la utopía de la segunda naturaleza hay una utopía
de la primera naturaleza. La primera está más cerca de la realización que la
segunda. Cuanto más se extiende el desarrollo de la humanidad, más
evidentemente retrocederán las utopías relativas a la primera naturaleza (y
especialmente al cuerpo humano) en favor de las relativas a la sociedad y la
tecnología. Ni que decir tiene que esta renuncia es provisional. Los problemas
de la segunda naturaleza, los sociales y los técnicos, deben estar muy cerca de
resolverse antes de que los de la primera -el amor y la muerte- vislumbren sus
contornos. Por supuesto, algunas de las mentes previsoras de la revolución
burguesa no querían admitir eso. Sade y Fourier proyectan la realización
inmediata de una vida humana dedicada al placer. En contraste, en Rusia se ve
que este lado de la utopía retrocede. En cambio, la planificación de la
existencia colectiva se combina con la planificación técnica a escala
planetaria integral (no es casualidad que las incursiones en el Ártico y en la
estratósfera se encuentren entre las primeras grandes hazañas de la Unión
Soviética pacificada) (GS VII, pp. 665-666).
Como
muestra María Belforte (2016), Benjamin recupera en este fragmento la
distinción lukácsiana entre primera y segunda naturaleza, pero resignificándola
en clave utópica para diferenciar las utopías que apuntan directamente al
cuerpo humano de aquellas que apuntan a transformaciones socio-técnicas. Se
diferencia entonces un plano específico de las condiciones materiales de vida
en su carácter transitorio pero también en su sexualidad, en su capacidad de
desear y reproducirse. El desarrollo de ambas utopías está profundamente
enlazado: solo cuando la segunda se encuentra suficientemente cumplida, cuando
las formas sociales y técnicas han alcanzado la emancipación, pueden entonces
aparecer con claridad los contornos de las utopías del uso del cuerpo, de los
placeres y la caducidad de la vida, pero al mismo tiempo estas fantasías
tienden a abandonarse y dejarse de lado conforme se desarrollan las utopías de
la segunda naturaleza. Sade y Fourier, pese a su distancia, coincidirían en no
resignarse a aceptar las limitaciones técnicas que la materia impone a un
proyecto de realización inmediata del placer o la alegría dentro de las
sociedades humanas. Pero el olvido por parte de la unión soviética de esta
dimensión, que crece en la misma medida que sus fuerzas productivas y sus
logros técnicos, resulta preocupante a los ojos de Benjamin.
Si ahora
volvemos al niño sucio de Brecht del que partimos, podemos quizás entender
mejor por qué Benjamin introduce a un personaje conceptual altamente
significativo de su repertorio: el enanito jorobado. ¿No encarna precisamente
la figura de una desfiguración del cuerpo, una forma originaria del sufrimiento
que solo el Mesías en su problemático estatuto puede reparar? Fourier,
anticipándose a las capacidades de las sociedades y sus técnicas, derrama su
utopía hacia lo teológico y la figura de le niñe, que se cubre de ceniza, habla
de otro trato posible con las pasiones y los placeres, que pone en escena una
reelaboración utópica de la vida afectiva y erótica. Benjamin se pregunta sobre
le niñe “¿se embadurnará con ceniza solo porque la sociedad no sabe sacar
partido a su pasión por la suciedad? ¿Sólo por impugnar su orden como piedra de
escándalo, como un aviso oscuro?” (GS II p. 565; O II/2, p. 174). Embadurnarse
con ceniza no solo es la pasión de le niñe sino todo un acto de protesta, un
gesto de rebeldía ante el orden burgués, ante las autoridades que, desde el
padre al emperador, organizan un auténtico mundo del revés, en el cual en vez
de jugar se domina. Y el emperador de este reino del revés no puede ser un
personaje notable o digno de ver, más bien, en tanto su supuesto orden es uno
verdaderamente desfigurado, le niñe rechaza su presencia y se llena de cenizas.
Porque, dice Benjamin, “si Fourier tiene razón, el niño no habría perdido mucho
al no haber visto al rey. Pues uno que tan solo quiere ver niños aseados no es
mucho mejor que los limitados súbditos que visita” (GS II p. 565; O II/2, p.
174). Así, este niñe anarquista encuentra un extraño cómplice en su rebeldía,
al “jorobado hombrecillo que en la vieja canción saca de quicio a una casa que está
bien ordenada” (GS II p. 565; O II/2, p. 174). La conjura de le niñe sucie y el
jorobadito se alza frente al orden desfigurado, ese que el Mesías (otro gran
enemigo de los emperadores) vendrá a suprimir. En el comentario, el enanito
jorobado aparece como un aliado del infante que se rebela, ensuciando y
desacomodando un orden que se encuentra él mismo distorsionado. La teología
misma, que es famosamente representada como fea y deforme, recupera en este
punto su carácter subversivo, pues ahora el jorobadito y le niñe atentan contra
el falso orden de la casa.
Hemos
visto como el comentario de Benjamin sobre la canción infantil de Brecht
permite enlazar la lectura del primero sobre la utopía de Fourier con numerosas
perspectivas contemporáneas a partir de la idea del gusto por la mugre. Pero la
peculiar mezcla de Fourier y Marx que realiza Benjamin le permite desarrollar
ideas materialistas y no antropocéntricas, recordando siempre que no habrá
liberación de la humanidad sin que esta cese a su vez de someter a los no
humanos. De forma similar hoy podemos pensar que la catástrofe ecológica es
insuperable si no se abandona la explotación del trabajo humano. Este espacio
de pensamiento, que se ha desarrollado en buena medida como eco-socialismo,
pone ya desde Michael Löwy (2011) a Benjamin como uno de sus precursores. Pero
a diferencia de otras vertientes del eco-socialismo, cierta sensibilidad
proveniente quizás del arte de la crítica literaria, le permite poner en
cuestión la imagen burguesa y moderna de lo que es la humanidad para avanzar
hacia un materialismo antropológico pero no antropocéntrico, que Anabella Di
Pego (2022) ha mostrado que se vincula estrechamente con una política de lo no
humano. Si lo político puede reconfigurarse en un espacio de juego más que
humano, tal vez solo la infancia nos pueda revelar las claves para sobrevivir
en un mundo que se hunde. Se trata de intentar encontrarse, a través de la
lejanía del tiempo, a ese Benjamin que, durante el otoño de 1938, difundió el
poema de Brecht sobre el Tao (y presumiblemente también su propio comentario)
en el campo de concentración de Nevers, defendiendo de forma militante, incluso
allí, “la enseñanza de la victoria del agua sobre la piedra” (Wizisla 2007:
218).
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[1] Siguiendo una convención ampliamente extendida en los estudios
benjaminianos (cuyo fin en este caso consiste en facilitar la búsqueda de las
citas bibliográficas tanto en la edición alemana de referencia como en sus
traducciones al castellano) usaré la sigla GS para referirme a Gesammelte Schriften editada por
Suhrkamp seguida del número de tomo indicado en numeración romana. Asimismo,
para referirme a las traducciones en castellano utilizaré la abreviatura O para
indicar la edición de las Obras de la
editorial Abada, también seguida de números romanos para indicar el tomo.
Finalmente, en el caso de la traducción castellana de Das Passagen-Werk usaré la sigla LP para referirme al Libro de los pasajes editado por Akal.
[2] Es war einmal ein Kind / Das wollte sich nicht waschen / Und wenn
es gewaschen wurde, geschwind / Beschmierte es sich mit Aschen. / Der Kaiser
kam zu Besuch / Hinauf die sieben Stiegen / Die Mutter suchte nach einem Tuch /
Das Schmutzkind sauber zu kriegen. / Ein Tuch war grad nicht da. / Der Kaiser
ist gegangen / Bevor das Kind ihn sah: / Das Kind konnts nicht verlangen.
[3] Subrayado en el original.
[4] Subrayado en el original.