Saberes y prácticas. Revista de Filosofía y Educación / ISSN 2525-2089
Vol. 8 N° 2 (2023) / Sección Artículos / pp. 1-13 /
Centro de Investigaciones Interdisciplinarias de Filosofía en la Escuela (CIIFE),
Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Cuyo, Argentina.
revistasaberesypracticas@ffyl.uncu.edu.ar / saberesypracticas.uncu.edu.ar
Recibido: 27/05/2023 Aceptado: 11/09/2023
DOI: https://doi.org/10.48162/rev.36.111
Por una nueva
pedagogía ecosófico-estética.
Micropolítica,
educación y subjetividades sensibles en el CMI[1]
For a new ecosophical-aesthetic pedagogy. Micropolitics, education and sensitive subjectivities in the IWC[2]
Santiago Diaz
Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (CONICET);
Universidad
Nacional de Mar del Plata, Argentina.
ludosofias@gmail.com
Resumen. En el presente trabajo intentamos realizar un
ejercicio filosófico reflexivo de la noción de ecosofía de Félix
Guattari, desde un entrecruzamiento con la estética, las micropolíticas y la
educación. Expandiendo los resultados conceptuales de
un trabajo de investigación realizado sobre ecología y biopolítica en la
educación, nos interesa problematizar las tramas microfísicas con las que el
Capitalismo Mundial Integrado gestiona las afecciones y produce las
subjetividades sensibles que hoy habitan en las instituciones educativas. Con
ello, pretendemos pensar las posibles prácticas de libertad o revoluciones
moleculares, con las cuales habitar los espacios pedagógicos y vitales, en
medio de una avanzada intensificación temática de las emociones en las agendas
educativas. Finalmente, como
última instancia, deseamos pensar la educación desde la interacción de las tres
ecologías, mentales, sociales y cosmológicas, delineando un horizonte
posible para desplegar el imaginario de una práctica ecosófico-estética en los
haceres pedagógicos.
Palabras
clave. Guattari, Pedagogía,
Filosofía de la Educación, Ecología, Estética.
Abstract. In the present work we try to carry out a reflective philosophical
exercise of Félix Guattari's notion of ecosophy, from an intersection
with aesthetics, micropolitics and education. Expanding the conceptual results
of a research work carried out on ecology and biopolitics in education, we are
interested in problematizing the microphysical plots with which Integrated
World Capitalism manages the affections and produces the sensitive
subjectivities that today inhabit educational institutions. With this, we
intend to think about the possible practices of freedom or molecular
revolutions, with which to inhabit the pedagogical and vital spaces, in the
midst of an advanced thematic intensification of emotions in educational
agendas. Finally, as a last instance, we want to think about education from the
interaction of the three ecologies, mental, social and cosmological,
delineating a possible horizon to deploy the imaginary of an
ecosophical-aesthetic practice in pedagogical activities.
Keywords. Guattari, Pedagogy,
Philosophy of Education, Ecology, Aesthetic.
Desde hace varios años venimos trabajando el
pensamiento de Félix Guattari y las resonancias de su pensamiento en la
filosofía contemporánea, con especial énfasis en las prácticas educativas y
clínicas en nuestro desarrollo profesional como docentes de la formación
superior en la ciudad de Mar del Plata. Hemos podido advertir que en sus
últimos escritos, el esquizoanalista francés se ha visto sensiblemente afectado
por la problemática ecológica y las repercusiones del capitalismo contemporáneo
a la hora de producir las subjetividades desafectadas ante la voraz avanzada
que la propia forma de existencia mercantilizada exige. Con esta línea de
interés compartida, nos hemos tomado el tiempo para pensar y estudiar
filosóficamente el pensamiento de Guattari y las contribuciones que sus
reflexiones ecosóficas podrían aportarnos a la reflexión de nuestra
situación en las prácticas pedagógicas que desarrollamos en la Formación
Docente.
En efecto, el presente trabajo retoma
algunas líneas elaboradas de los resultados personales correspondientes a un
extenso trabajo colectivo de investigación, realizado en un grupo de
investigación de la Universidad del Salvador en el año 2015, bajo el proyecto:
“Ecología–biopolítica: indagando el rol de la educación” coordinado por Mg.
María Martha Fernández. Reformulado a la actualidad en varios sentidos, luego
de años difíciles y extraños bajo la condición de pandemia global, muchas de
las ideas que hemos podido componer en base a la investigación realizada en
aquellos años, toman una fuerza muy especial en estos tiempos post-pandémicos,
ante las evidentes inclemencias a las que nos hemos enfrentado por el
surgimiento de un virus que afectó globalmente la vida de millones de personas.
Ante este semejante evento, sumado a todas las aberrantes manipulaciones
corporativas y empresariales, en connivencia con los Estados Nacionales, que se
apropian e invaden violentamente de la naturaleza, nos vemos afectados por un
deseo urgente de pensar las instituciones educativas como un espacio colectivo
para desplegar prácticas de resistencias moleculares, con las cuales
gestar sensibilidades afines a los cuidados demandados por un tiempo de
ultrajantes crímenes con los ambientes y territorios habitados. En concreto, en
el presente artículo, ofrecemos una posible lectura de las reflexiones que
realiza Félix Guattari sobre la problemática relación entre el capitalismo
contemporáneo, la producción de subjetividades y la ecología, a la vez que
vinculamos estas relaciones con las prácticas educativas y la necesidad de una nueva
pedagogía ecosófica que genere subjetividades sensibles a los cuidados
necesarios que una época como la que transitamos demanda.
El capitalismo actual, en su última
expansión global, ha perforado toda posible barrera, todo límite y espacio de
resistencia, se ha infiltrado amigablemente en todos los refugios posibles del
ser humano ante su voraz codificación semiótica de sentidos. Con ello, la
subjetividad contemporánea está en permanente desterritorialización de sus regiones existenciales originarias,
tanto del cuerpo, como de todos aquellos espacios en los cuales encontraba una
consolidación confortable de su identidad (familia, culto, fábrica, etc.). Este
proceso turbulento de desestabilización y cambio permanente que se ofrece como
un nuevo modo de subjetivación en los órdenes económicos, sociales, culturales,
educativos, laborales, etc., banaliza y a la vez enaltece la diferencia y el
acontecimiento (Guattari, 2008, p. 216), la satura y expone como un doble
mecanismo de visibilidad estéril: o sea, sobrecodifica la potencia
revolucionaria de estos conceptos bajo una uniformización homogenésica que toma
efectiva realidad en el mensaje mass-mediático,
en la dinámica incansable de las modas, en las manipulaciones de la opinión por
parte de la publicidad, las estadísticas. Incluso, en lo político, desde la
reapropiación de la subjetivación militante de los movimientos de izquierda y
ultraizquierda que, finalmente, terminan colaborando con este esquema
nihilizante de producción subjetiva (Guattari, 1996, p. 20).
En este contexto, el capitalismo
contemporáneo, al menos desde hace unos 40 años, es definido como un
Capitalismo Mundial Integrado -o integrante- (CMI), en tanto que las
interacciones constantes que produce entre países que antes no tenían ingreso
en las más prestigiosas redes económicas, fluyen ahora enérgicamente bajo los
caudales virtuales y materiales del capital global; y, además, porque la
penetración infinitesimal de las prácticas capitalísticas[3] en la vida cotidiana se vuelven irresistibles a los sujetos
(Guattari, 2004, p. 57). Para Guattari, el CMI se despliega bajo cuatro
principales regímenes semióticos: económicos, jurídicos, técnico-científicos, y
semióticas de subjetivación (Guattari, 1996, pp. 42-43). Estas semióticas
penetran profundamente en la producción de la subjetividad, donde se permite
que sobreviva un modo de poder represivo que ya no es propiedad exclusiva de
las instituciones tradicionales, sino que ahora se camufla disimuladamente en
todas las relaciones humanas. Asimismo, emerge una nueva subjetividad
capitalística que responde al CMI como uno de sus productos más exitosos, ya
que se pliega la díada que anteriormente se encontraba separada: la propia
identidad es el producto más codiciado que el sujeto consume, se fagocita a sí
mismo en una rueda interminable de configuración de sí al mismo tiempo que se
consume en esa configuración. El “producto” protege su propia existencia contra
cualquiera que desee trastocar y perturbar esta producción: entre el cuidado y
(auto)producción, el “sujeto-producto” se consume a sí mismo, se autofagocita
para poder existir (Guattari, 1996, p. 46; Jappe, 2019). En efecto, Guattari
indica que las sociedades capitalísticas (se) fabrican en la actualidad al
menos tres tipos de subjetividades: “una subjetividad serial que corresponde a
las clases asalariadas, otra a la inmensa masa de los «no-asegurados» y, por
último, una subjetividad elitista que corresponde a las capas dirigentes” (Guattari,
1996, pp. 64-65). Entre las formas macropolíticas de la economía y las
intervenciones publicitarias, informáticas y semióticas que se deslizan de
manera invisible –o virtual en el
sentido guattariano- por una micropolítica reactiva de las prácticas cotidianas
de los sujetos, el CMI entreteje redes sensibles y prolifera entre las
relaciones humanas, no sólo interpersonales sino además intrapersonales, en la
relación misma de lo humano con la intimidad de su mundo circundante. En este
sentido es que los sistemas de valorización capitalísticos producen
una reducción del sentido afectivo de las relaciones interpersonales.
Concretamente, Guattari expresa que “el
capitalismo mundial integrado y su temible instrumento de producción de
subjetividad mass-mediática tiende a transformar a sus ciudadanos
productores-consumidores en zombis impersonales, desingularizados serializados”
(2015, p. 313). Este alarmante diagnóstico de nuestro tiempo es retomado por la
pensadora brasileña Suely Rolnik, quien, en un extenso artículo del año 2006 y
recientemente publicado como libro en Argentina por la editorial Hekht bajo el
título de Antropofagia Zombi, realiza una cartografía de las nuevas
subjetividades que el CMI demanda en estos tiempos. Efectivamente, en una
avanzada del capitalismo cognitivo-digital, la necesidad de creadorxs de la mundo-imagen,
donde figuran creativxs, creadorxs de “conceptos”, tecnicxs audiovisuales,
fotografxs, diseñadorxs, y quienes ofician de community manager. Por
otro lado, en una segunda figura, aparecen lxs consultorxs, como lxs
expertxs en marketing, en negocios, estrategias de inversión, gestorxs de
recursos humanos, cazatalentos, detectores de “tendencias”. A estas dos
subjetividades se le suma una de las más necesarias, la de lxs consumidorxs
de mundo-imagen, que se subjetivan como el soporte material en el que se
actualizan esas mundo-imágenes, se activan en la propia existencia como
constitutivas de la identidad. Esta subjetividad demanda una gran agilidad
cognitiva de “surfear” entre la pluralidad de mundos disponibles, una
“movilidad atlética del Yo para saltar de un mundo a otro” (Rolnik, 2022, p.
54). Finalmente, una cuarta forma de la subjetividad se presenta como una
amplia banda de profesionales proveedorxs de layout humano, quienes
tienen como tarea elevar la “autoestima” de las subjetividades agotadas en el
letargo anímico y afectivo que toda esta maquinaria fluctuante y acelerada
provoca en las vidas cotidianas. En estas prácticas profesionales encontramos a
lxs personal trainers, personal organizers, personal stylists, peluquerxs,
influencers, esteticistas, decoradorxs, curadorxs de arte, cirujanxs
plásticos, divulgadorxs de la felicidad y la autosuperación. Todas estas
figuras van conformando en un amplio sentido lo que Rolnik denomina como
“subjetividad flexible de tipo showroom” (Rolnik, 2022, p. 55).
Es una carrera permanente por la creación de nuevos mundos para incorporar y
consumir que gestiona la customización de seres-imagen introyectados en un reality
global. Se trata de codificar y relanzar permanentemente el
“turboalimentador de la tensión pulsional” (Rolnik, 2022, p. 65), que captura y
subjetiva las potencias deseantes, induce un ritmo desbordante non-stop de
mundos a medida que gesta la tan habitual ansiedad que caracteriza las
subjetividades actuales. En definitiva, la organización abierta de un “pueblo
de zombis hiperactivxs”, dice Suely (Rolnik, 2022, p. 67).
Es aquí donde toma importancia la propuesta
guattariana del Nuevo Paradigma Estético. Si existe una vía de posible
resingularización de las subjetividades, se trata de establecer una resistencia
a la era “massmediática-zombi”, desde la producción de nuevas modalidades de
subjetivación, donde la potencia estética –o mejor, protoestética- de sentir
despliegue una fuerza de creación singular sobre todas las relaciones que el
sujeto traza en su territorio existencial (Guattari, 2006, p. 125). Se trata de
producir una experiencia creadora de resingularización que tome al arte como su
más alta expresión vital y con ello diagramar un umbral constitutivo de procesos
creativos “para autoafirmarse como foco existencial, como máquina autopoiética”
(Guattari, 2006, p. 130). Es un
paradigma estético procesual que hace coexistir en una atmósfera caósmica las
fuerzas vivas de las mutaciones con los equipamientos sedentarios de la identidad,
pero a los efectos concretos de hacer vibrar todo ese aparato de codificación
sensible a tal intensidad que se desborden las formas habituales de percepción.
En ese sentido, el nuevo paradigma estético tiene un vínculo directo con la era
post-mediática (Guattari, 1996, p. 65), como praxis colectiva de
resingularización en la que la heterogénesis del ser procesual se expande en
una proliferación multiplicada de acciones comunitarias, de alianzas secretas y
micropolíticas mutantes. Vida doméstica, laboral, comercial, familiar, escolar,
social, natural: vidas plurales y cotidianas que se tejen en un entramado
estético-político de sensibilidad compartida. Por ello, el desafío se desata en
la necesidad de resingularizarse bajo un triple plano existencial: mental,
social y cósmico; es ahí donde la ecosofía como praxis ético-estética y
política se propone como una expresión más amplia y compleja que socava la
dirección unívoca del discurso cientificista de la ecología.
Todo debe ser tomando en esta perspectiva de
elaboración procesual. La resistencia, desde entonces, no es solamente una
resistencia de los grupos sociales, es una resistencia de las personas que
reconstruyen la sensibilidad, a través de la poesía, la música, de las personas
que reconstruyen el mundo a través de una relación amorosa, a través de otros
sistemas urbanos, de otros sistemas pedagógicos. Es la reasunción, la
reapropiación procesual de la producción del mundo, antes que partir de un
mundo de valores universales y de una biósfera que se supone estar ahí para
siempre. Hay hoy un problema de responsabilidad ética y pragmática radical.
(Guattari, 2015, pp. 76-77)
Ante los constantes movimientos semióticos
de codificación y proliferación con los que el CMI se apropia y produce las
subjetividades contemporáneas, las resistencias visibles de los movimientos
sociales se han puesto en circulación enfáticamente, pero su lógica mayoritaria
no es más que la expresión de un reverso inmediato de la macropolítica
partidaria. Es por eso que el discurso ecológico no queda fuera de este
dispositivo de concientización que libera las fuerzas comprimidas de la
libertad, pero cercadas en las acciones más ínfimas de la vida cotidiana. Así
tenemos permanentes campañas de reciclaje de residuos, de preservación de
bosques y selvas, de limpieza de playas y plazas, la constante visibilización
de la extinción de los animales, además de abundantes publicidades sobre el
cuidado del “medioambiente”, elaboración de huertas orgánicas, motivando la
producción sustentable, que se suman a la insistente plegaria higienista del
cuidado del propio cuerpo, la alimentación sana y la vida saludable: la vida fitness
de las subjetividades showroom. Parece que el mundo en todas sus
dimensiones se ha vuelto un gran comercio de la salud, el bienestar y la
ecología: un nuevo poder terapéutico-ecológico, una nueva industria ecológica
que surge a la par de las grandes potencias capitalísticas (Guattari, 2006, p.
150). Guattari denuncia este dispositivo hipervisibilizador y a la vez anestesiante
de la complejidad crítica que se está transitando y afirma que la crisis
ecológica “remite a una crisis más general de lo social, lo político y lo
existencial” (Guattari, 2006, p. 145). Una crisis de tales características sólo
puede afrontarse a escala planetaria, bajo una auténtica revolución política,
social, mental, cultural, económica, y fundamentalmente educativa, que
atraviese todas las prácticas individuales y colectivas, desde las fuerzas
visibles a escala mundial hasta los modos íntimos de sensibilización
cotidianos.
Pese a que ya ha comenzado una cierta
conciencia parcial de los peligros a los que se enfrenta el ecosistema,
Guattari reclama, con urgencia, la producción de una conciencia ecológica
ampliada que aborde todos los estratos que componen las relaciones humanas y no
humanas sobre sí mismas, y sobre la pluralidad de mundos que éstas elaboran. Para
ello, propone lo que él denomina la ecosofía,
es decir, la recomposición
de la praxis humana en la transversalidad de los dominios más variados, desde
una dimensión est/ético-política y con el objetivo de resingularizar las tramas
afectivas de lo individual-colectivo. Tramas que, por cierto, habitualmente,
son producidas y capturadas por los dispositivos capitalísticos de producción
de subjetividad (Guattari, 1996, p. 18). Es por ello que, para desprenderse o
desujetarse de esas capturas, la propuesta ecosófica invita a efectuar
una autopóiesis en las prácticas
constitutivas de las relaciones que van de lo mental y lo social hasta lo
medioambiental, y, en dicha transversalidad, afectar los modos perceptivos con
que se compone, a diario, la vida cotidiana, la democracia, el urbanismo, el
arte, los deportes, etc., en la era mass-mediática.
Llamo ecosofía
a tal enlace de la ecología ambiental, de la ecología científica, de la
ecología económica, de la ecología urbana y de las ecologías social y mental,
no para englobar todos esos abordajes ecológicos heterogéneos en una misma
ideología totalizante o totalitaria, sino para señalar por el contrario la
perspectiva de una elección ético-política de la diversidad, del disenso
creador, de la responsabilidad respecto de la diferencia y de la alteridad.
Cada segmento de vida, en tanto permanece inserto en filums transindividuales
que lo sobrepasan, es fundamentalmente aprehendido en su unicidad. (Guattari,
2015, p. 31)
Lo interesante de la propuesta guattariana
sobre las prácticas ecológicas que se sustentan en el cuidado del medioambiente
en su sentido global o “cosmológico”, es involucrar además tanto una dimensión
social como mental que atraviese las intervenciones de lo humano. En efecto, la
ecosofía social tiende a reinventar las formas vinculares en la pareja, en la
familia, en el contexto urbano, en el trabajo, y en todas aquellas relaciones
que se tracen en el orden de los vínculos socio-políticos. Esto da cuenta no
sólo de la relación en su forma macro-social sino también en los gestos
micro-sociales que se tienden más allá de las estructuras formales de los
regímenes de signos que gobiernan el protocolo vincular en la sociedad, es
decir, que se refiere a una praxis que promueve un “investissement
afectivo y pragmático sobre grupos humanos de dimensiones diversas” (Guattari,
1996, p. 62). La dimensión mental de la ecosofía dispone una reinvención de las
relaciones con el propio cuerpo, con su imaginario, con la finitud, los
“misterios” de la vida, y se propone una constante resistencia a la
normalización de los massmedia y el conformismo de las modas, las seducciones
de la publicidad, las manipulaciones de la información, etc. Evoca un “proceso
primario” como podría señalar Freud, que circula bajo una lógica pre-objetual y
pre-personal.
Lo que las tres ecologías comparten
es la dimensión ético-estética que interviene en la querella por la
configuración procesual de los territorios existenciales en los que nos
vemos implicados. Habitarlos requiere de una praxis particular que permita
hacerlos “habitables”, lo que esta apertura procesual siempre será constitutiva
de ese arte de lo “eco”, del orden del oikos,
una especie de familiarización sensible que vuelva accesible el territorio
existencial en disputa. Por ello, las praxis ecológicas intentan localizar los
“vectores potenciales de subjetivación y de singularización” (Guattari, 1996,
p. 37), que desplieguen las intensidades inherentes al fondo procesual de lo
viviente. La advertencia necesaria para esta praxis es el riesgo de ir
demasiado rápido en la configuración de estas subjetividades territorializadas,
y que, por tanto, se destruya el agenciamiento de subjetivación. Lo que es
importante sostener en esta producción es la chance de una
desterritorialización suave o relativa de los modos capitalísticos de
apropiación y producción subjetiva, para que el agenciamiento procesual de
singularización pueda tramar de manera abierta y sin saturación, las
intensidades que lo convocan (Guattari, 1996, p. 30).
Praxis ecológica tridimensional y
multiplicada en sus efectos singulares para desplegar no tanto una explicación
científica de las relaciones, sino poner a funcionar una especie de máquina
estético-existencial de autoproducción singularizante sobre todos los dominios
posibles donde el CMI se inmiscuye. Habitar es, en este sentido, una clínica
ampliada en lo cotidiano y dar el tiempo de indagar ¿qué se utiliza en cada
momento?, ¿qué escenas existenciales se ordenan en lo que acontece?, ¿qué
líneas afectivas están paralizadas?, ¿cuáles se pierden?, ¿qué afecciones
alegran?, ¿qué afecciones entristecen?, ¿cuáles se continúan?, ¿cuáles
arrastran a otras y hacia adónde? Se trata de una clínica que indaga la máquina
revolucionaria existencial de todo lo que nos compone y emerge en cada momento
de vida. Habitar el infatigable espacio autorreferencial donde se producen las
intensidades proto-subjetivas y no dejar nunca de cuestionarse qué estamos
“haciendo en nuestro jardín secreto, con nosotros mismos, con las personas que
queremos, en el trabajo, con los colegas, con las ideas, con el mundo” (Guattari,
1998, p. 20). Es una praxis vital que interviene en las mutaciones productivas,
en la intimidad de la producción subjetiva, para dar vida concreta a una revolución molecular, es decir, aquella
que es portadora de coeficiente de
libertad inasimilables e irrecuperables por el sistema dominante (Guattari,
2004, p. 69). No se trata entonces de presentar las libertades como posibilidad
electiva, como chance reglada y elección condicionada, se sabe que “La
libertad” es uno de los grandes “productos” del CMI: la libertad se vende, se
compra, se consume, se negocia, se intercambia, se niega, se arrebata, en todas
las esquinas del planeta. Romper con la ilusión de alcanzarla es un buen
comienzo. Tal vez, el “comercio” de la libertad pueda ser resistido en sus
fases dominantes no a partir de la lucha por La libertad en un sentido general,
sino en la construcción de dimensiones posibles de máquinas autopoiéticas de
liberación (Guattari, 2013, p. 95). Gradientes multiplicadores de acciones,
sensaciones e ideas. Una imagen así de las prácticas de libertad, es una
cuestión que nos lleva a una política de lo colectivo, es decir, a la apuesta
por una ética afectiva y una responsabilidad radical:
Nos corresponde a todos apreciar en qué
medida —por pequeña que sea— cada uno de nosotros puede trabajar para la puesta
al día de máquinas revolucionarias políticas, teóricas, libidinales y
estéticas que puedan acelerar la cristalización de un modo de organización
social menos absurdo que el que sufrimos hoy en día. (Guattari, 2004, p. 74)
Desde la perspectiva guattariana, las
escuelas intervienen en el desarrollo de la subjetividad infantil como un
aparato de captura de sus propias producciones de singularización, una
sistemática y efectiva máquina de valorización y modelización conductual que no
deja escapar ninguna de las producciones deseantes de lxs niñxs. El ingreso de
las niñeces a las escuelas coincide muy eficazmente con el período de latencia
que Freud muy bien ha indicado (Guattari y Rolnik, 2005, p. 141). En efecto, a
su ingreso, lx niñx despliega una creatividad regulada por las prácticas donde
ve disminuida su potencia de afección bajo los imperativos de ordenamiento de
las valorizaciones y el adoctrinamiento de su percepción, lo que se evidencia y
registra en las formas expresivas más diversas: desde los dibujos
estereotipados, las enunciaciones colectivas homogeneizadas, las vestimentas
identitarias, hasta la gestualidad codificada que refleja, reproduce y confirma
las actitudes dominantes del capitalismo mundial integrado. Lo novedoso del CMI
no es la necesidad de controlar las subjetividades para evitar una posible
rebeldía ante el sistema dominante, sino más concreta y eficazmente, se trata
de producir sensiblemente dichas subjetividades; no tanto como simples
sujetos seriales de una misma maquinaria despótica, más bien como una
producción diferencial de aceleradas superficialidades, que en su propia
diferencia no hacen más que echar a andar la máquina capitalística en su mayor
esplendor.
Hoy es necesario comprender que el motivo
fundamental del nuevo capitalismo mundial integrado no es el control externo de
las capacidades de las personas, como podría suponerse bajo un espectro
extendido de la biopolítica contemporánea -que se ha denominado “sociedad de
control”-, sino que su objetivo primordial es la producción deseante de
subjetividades (Guattari, 1998, p. 27). En este contexto, la propuesta
supuestamente innovadora de la incorporación de un dispositivo pedagógico-educativo
a las líneas de trabajo ecológicas, colabora perfectamente con la construcción
de una identidad ecológica, ajustada a los discursos proteccionistas de la
naturaleza en el orden una mentalidad profundamente elaborada y condicionada,
es decir “sujetada”, por la culpabilidad del descuido desmedido del
medioambiente y de la propia vida cotidiana (Guattari y Rolnik, 2005, p. 58).
La escuela proporciona un excelente
dispositivo para la producción de la subjetividad “ecológica” infantil, como
una más de las producciones capitalísticas
que provocan en un doble anclaje: una sujeción determinante sobre las
prácticas cotidianas con su indiferente impacto en las acciones colectivas del
medioambiente, y una discursividad ecológica proyectiva que se internaliza con
una impronta culposa sobre la responsabilidad conjunta de los descuidos humanos
en la relación con la naturaleza, pero sin mayor efecto que la determinación
vacía sobre la propia identidad. En efecto, en las escuelas esto funciona como
un micro-equipamiento de poder (Guattari,
2013, p. 113), que no cesa de
penetrar las subjetividades fluctuantes de lxs niñxs para equiparlos de una
especie de “superyó ecológico” que expresa una política molar aplicada a un
conjunto micro-social o infra-individual.
En suma, se trata de una producción sutil de
las tramas íntimas con la que se elabora un cercamiento en las prácticas de
configuración subjetiva, bajo el control internalizado de un dispositivo de
culpabilización y servidumbre voluntaria, que efectúa las formas oficiales del
discurso ecológico. Una resistencia molecular a esta producción molar de
discursos educativo-capitalistas de la ecología, implica la necesidad de
instaurar prácticas escolares que desplieguen una transversalidad estética y
ético-política donde se elabore un replanteamiento de todos los ámbitos
institucionales, fundamentalmente de la escuela. Una revolución molecular
educativa que se interrogue sobre sus propios encuentros y no deje de
cuestionarse cuánto de artístico atraviesa dicho encuentro, cuánta potencia de
afección interviene en la clase para producirla como una obra de arte, cuántas
relaciones de singularización se provocan en la clase como para realizar una
“conexión existencial” de los niños que la componen (Guattari, 2015, pp. 56-57;
2006, p. 161).
En La revolución molecular (Guattari,
2016), publicado inicialmente en 1977, se presenta una noción fundamental sobre
el Capitalismo Mundial Integrado que luego será insistentemente retomada por
Guattari en sus sucesivos escritos. Allí se explica que la maquinaria
capitalista está inoculada, germinando, proliferando en el funcionamiento
íntimo de las “conductas perceptivas, sensitivas, afectivas, cognitivas,
lingüísticas, etc., por lo que su faceta desterritorializada o «invisible» es,
sin duda, la más temible y la más eficaz” (2016, p. 104). Dicho de manera más
directa, el capitalismo captura a las personas desde dentro, se apodera de las
cargas deseantes, produce una “servidumbre maquínica” que no es una mera
subordinación social o dependencia ideológica, sino que se engendra por debajo
de lo personal y de lo social, desde una cierta “economía molecular del deseo”
(2016, p. 105). Lo impactante de este tipo de “servidumbre”, es que se da a la
par de las mutaciones de las instituciones, muchas de esas variaciones están
expresadas en los requerimientos de aceptación y reconocimiento que las
instituciones demandan para conformar las subjetividades deseadas. La escuela
ha ido mutando a la par de las demandas de las empresas que modelizan las
premisas dinámicas del neoliberalismo capitalista. El rechazo actual de la
disciplina y el control exhaustivo de la moral y los saberes jerarquizados, se
ve reemplazado por discursos de creación, participación, y coloridas emotividades.
Una pedagogía del emprendimiento, de los créditos, de las autoevaluaciones, de
la innovación, de la participación y trabajo en equipo, destinada a
internalizar las actitudes y aptitudes propias de las dinámicas empresariales.
Pero fundamentalmente, esta “innovadora” pedagogía se muestra aliada de las
prácticas ecológicas o ecofriendly, con las cuales se buscará producir
subjetividades “sensibles” al cuidado de los ambientes laborales, de estudio,
de convivencia, de las prácticas de reciclado y conciencia del desgaste del
“medio” ambiente. Extraña y paralelamente, mientras se enfatiza la sensibilidad
en estas problemáticas socioambientales y personales, las prácticas concretas
en el sistema educativo, cada vez más se ven dirigidas a provocar automatismos
terroríficos en los que las fuerzas anímicas de las y los estudiantes se ven
“hipersaturadas” (Berardi, 2017, p. 44), debido a que la infoesfera de flujos
semióticos es cada vez más invasiva y penetrante en la intimidad profunda de
las subjetividades. En las tareas escolares, producir -y trabajar- es estar
conectados a la metamáquina semiótica que vuelve toda realidad virtualizada
(Berardi, 2019, p. 119). Hay una aceleración “infonerviosa” (Berardi, 2022, p.
58) que desborda toda subjetividad, la agita y altera de tal modo, que el
pánico adviene como la sensación imposible de detener. La angustia, la
impotencia, el pánico, los consecuentes estados depresivos e inactividad, son
los efectos que abren la constante resolución medicalizante de las vidas escolares.
No podemos descartar que esta condición anímica generalizada se incrementó de
manera exponencial con la “tormenta viral” de la epidemia global reciente
causada por el desbordante COVID-19.
El ataque viral del capitalismo mundial
integrado que se ha dispersado y proliferado en la flotante invasión del virus
en sus distintas expresiones, penetra directamente en las venas profundas de
nuestras anímicas condiciones, las modeliza de tal manera que nos vemos en una
confusión perceptiva sin igual. Lo que se vive en las escuelas de Argentina, al
día de hoy, es una crisis profunda de la sensibilidad en su dimensión poiética.
Es por ello que nos gusta nombrar esta etapa de mutación biocapitalista
como biopolítica estética (Diaz, 2021, p. 48), enfatizando la definición
de estética que tanto Guattari (2015, p. 117) como Franco “bifo” Berardi (2013,
p. 49) proponen y desarrollan. La estética es pensada no tanto como una
dimensión disciplinar de la filosofía en la que se tematiza la belleza, el arte
y sus universos de valores, formas y armonías; sino que se percibe como una
“ciencia” de la sensibilidad en la que se producen ciertas coordenadas
subjetivas y modalidades de existencia. El CMI es una megamáquina bioestética
que modeliza las sensibilidades configurantes de las subjetividades a partir de
una sobreestimulación informacional que captura la atención y pone el deseo a
trabajar: acelera las interacciones que derraman neuroquímicos en nuestras
mentes hiperconectadas. A la vez, las instituciones educativas replican y
expanden estos aprendizajes al mismo tiempo que saturan la zona próxima de
atención y acción de las y los estudiantes, las demandas de activación se
incrementan, las dinámicas de talleres, de producción y elaboración, se
presentan como las más utilizadas. El hacer es una condición necesaria para
estas pedagogías neoliberales. Todo ello convive en un ambiente educativo que
no alcanza a tramitar estas variaciones demandadas por las innovadoras
didácticas, y el efecto inmediato es la contraexplosión que genera habitar
espacios donde la individualidad demanda atención inmediata y lo colectivo se
desborda por la simultaneidad de dichas demandas. La escuela está estallada, se
suele decir.
Todo esto es una realidad innegable en la
vida cotidiana de las instituciones educativas. La necesidad de componer
espacios de cuidados, de escucha, de atención y presencia viva, exige la
urgente práctica de “hacer sensibles” las fuerzas semióticas, afectivas,
conceptuales que “re-singularicen” (Guattari y Rolnik, 2005) las tramas
relacionales que se componen con aquellos que se convive en dichas
instituciones. Es una tarea ecosófica de pensamiento co-existencial y
relacional que se vea sensiblemente atento a las singularidades de cada
situación. En ese sentido, Guattari, recurre a las fuerzas de lo corporal como
matriz vibrante de lo viviente y al arte como práctica de resistencia
molecular, en tanto instancias con las que se pueda gestar la heterogénesis
necesaria para componer “máquinas estéticas” productoras de mutaciones perceptivas
y afectivas de la subjetividad (2015, p. 117). Se intenta provocar una mutación
que despabile el adormecimiento anestesiante con el que se vive a diario la
vorágine institucional. Es una activación molecular que transversaliza las
dimensiones ecosóficas de lo mental, lo social y lo cosmológico, en sus
universos de valor y territorios existenciales.
Podemos ir un poco más y arriesgar más allá
de Guattari, pensando en los vínculos que establece el realismo agencial
de Karen Barad, y decir que lo que se necesita es una diagramática de
“intraacciones” (Barad, 2007, p. 234) que activen la heterogénesis necesaria en
la cual se pueda aprender el saber sensible que permita componer simpoiéticamente
(Haraway, 2019, p. 193) colectivos relacionales cosmopoiéticos. Se trata de
gestar instancias conscientes y colectivas que hagan proliferar molecularmente
situaciones de compromiso con lo viviente en todas sus dimensiones, una
habilidad de responder a lo cercano, a lo que acontece en el momento preciso en
que nos vemos implicados con toda la existencia: esa es la brújula ética. Es
decir, como diría Guattari, se trata de entramar un tejido sensiblemente
“intradisciplinar” (1986, p. 155) que penetre en la intimidad de las múltiples
y simultáneas relacionalidades comunales y de los vínculos afectivos, con el
deseo de que reconfiguren las territorialidades vitales compartidas: sí, un
deseo de una nueva pedagogía ecosófico-estética en lo educativo.
Una intervención propiamente activa que dé
cuenta de una pedagogía ecosófico-estética en las escuelas que
siguen los lineamiento del CMI, lejos de direccionar y regular las
tradicionales prácticas ecológicas, las cuales se ven profundamente
determinadas por la línea científica que liga la subjetividad a una única
relación con el medioambiente, dispondría de una transversalidad concreta en
todos los niveles (mental, social y cósmico) de la subjetividad para evocar
conexiones de resingularización deseantes. En efecto, lxs niñxs no tienen tanto
necesidad de múltiples discursos especializados de los docentes que atraviesen
su formación, como de la apertura de espacios singulares de deseo en los que
prolifere un campo expresivo de autoregulación afectiva y, con esto, se
colabore a “conectar, construir, agenciar, experimentar, en tanto uno se vea
llamado a hacerlo” (Guattari, 2013, pp. 124-125).
Así, la ecosofía se posiciona
procesualmente como una praxis vital que evoca una constante lucha cotidiana
sobre las formas de apropiación de las relaciones humanas, sus prácticas
diarias y su cosmovisión (Guattari, 2013, p. 101), que tiene como efectuación
inmediata una revolución molecular, donde
se brinden las acciones necesarias para desmontar transversalmente los bloques
de sensación sofisticados que los equipamientos capitalistas infiltran en las
subjetividades contemporáneas. Se trata entonces de una revolución molecular,
fundamentalmente estética (Guattari,
2006, pp. 110-111), en tanto que las
luchas cotidianas se dirigen a transformar la semiótica sensible de la
modelización subjetivante con que se urde la percepción profunda de las
relaciones vitales. Esto conlleva un proceso de singularización que implica la
puesta en crisis de los modos de producción subjetiva del capitalismo y
promover “vectores de revoluciones moleculares” (Guattari y Rolnik, 2005, p.
77), es decir, subvertir la modelización de la subjetividad a partir de una
resistencia micropolítica en los propios territorios existenciales. En lo
propiamente pedagógico, se trata de desplegar ciertas “microprácticas
políticas, estéticas y sociales” (Guattari,
1998, p. 49) desde la automodelización de la propia sensibilidad, y que
involucre la creación de condiciones concretas de una vida colectiva y
compartida. De eso se trata la pedagogía ecosófíco-estética como desafío urgente en la posible creación de
la era educativa postmediática y
posthumana.
Sacar a la luz otros mundos que los de la
pura información abstracta, engendrar universos de referencia y Territorios
existenciales en los que la singularidad y la finitud sean tenidos en cuenta
por la lógica multivalente de las ecologías mentales y por el principio de Eros
de grupo de la ecología social y afrontar el cara a cara vertiginoso con el
Cosmos para someterlo a una vida posible, tales son las vías imbricadas de la
triple visión ecológica. (Guattari,
1996, p. 76)
Barad,
K. (2007). Meeting the universe halfway. Quatum physics and the entanglement of
matter and meaning. Duke University Press.
Berardi, F. (2013). Félix. Narración
del encuentro con el pensamiento de Guattari, cartografía visionaria del tiempo
que viene. Cactus.
Berardi, F. (2017). Fenomenología del
fin. Sensibilidad y mutación conectiva. Caja Negra.
Berardi, F. (2019). Futurabilidad. La
era de la impotencia y el horizonte de la posibilidad. Caja Negra.
Berardi, F. (2022). El tercer
inconsciente. La psicoesfera en la época viral. Caja Negra.
Diaz, S. (2021). “Lo corporante.
Biopolítica y teratopolítica de lxs cuerpxs”. Barda, Universidad Nacional del
Comahue, Año 7, N° 11, mayo 2021, 46-91.
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Micropolítica. Cartografías del deseo. Cactus.
Guattari, F. (1986). Les années
d’hiver 1980-1985. Barrault.
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Capitalismo, desmesura y autodestrucción. Pepitas de calabaza.
Rolnik, S. (2022). Antropofagia zombi.
Hekht libros.
[1] Capitalismo Mundial Integrado
[2] Integrated World Capitalism
[3] “Capitalístico” es un neologismo que acuña F. Guattari para
destacar una nueva forma de capitalismo que integra todas las dimensiones de la
vida, no sólo la económica. En este sentido, Suely Rolnik explica esta
innovación terminológica de la siguiente manera: “Guattari agrega el sufijo
«ístico» a «capitalista» porque le parece necesario crear un término que pueda
designar no sólo a las llamadas sociedades capitalistas, sino también a
sectores del llamado «Tercer Mundo» o del capitalismo «periférico», así como de
las llamadas economías socialistas de los países del Este, que viven en una
especie de dependencia y contradependencia del capitalismo. Dichas sociedades,
según Guattari, funcionaban con una misma política del deseo en el campo
social; en otras palabras, con un mismo modo de producción de la subjetividad y
de la relación con el otro.” (Guattari y Rolnik, 2005, p. 24)