Saberes y prácticas. Revista de Filosofía y Educación / ISSN 2525-2089
Vol. 9 N° 2 (2024) / Sección Artículos / pp. 1-18 /
Centro de Investigaciones Interdisciplinarias de Filosofía en la Escuela (CIIFE),
Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Cuyo, Argentina.
revistasaberesypracticas@ffyl.uncu.edu.ar / saberesypracticas.uncu.edu.ar
Recibido: 12/09/2023 Aceptado: 17/06/2024
DOI: https://doi.org/10.48162/rev.36.125
Anclajes epistemológicos para
construir (nuevos) sentidos en la pedagogía y la didáctica
Epistemological anchors
to build (new) meanings in pedagogy and didactics
Âncoras
epistemológicas para construir (novos) sentidos na pedagogia e na didática
Universidad
Nacional de La Plata
Argentina
Instituto
Superior de Formación Docente Nº 129
Junín,
Provincia de Buenos Aires. Argentina
Resumen. En este artículo se realiza una
reflexión epistemológica en la pedagogía y la didáctica con la intención de
revisar críticamente su constitución disciplinar que incluye los componentes
explicativo, normativo y utópico. Se inicia el trabajo retomando la conformación
disciplinar de estos campos en el marco del proyecto moderno, destacando la
articulación entre explicación, norma y utopía y su posterior fragmentación a
partir de la hegemonía instaurada con el programa positivista. Luego, se
apuesta a una nueva articulación de estos componentes constitutivos de los
campos desde la teoría social crítica y se avanza hacia su resignificación
desde el contexto social, cultural y político actual. Por último, como
corolario, se fundamenta la necesidad de un programa de trabajo compartido
entre la pedagogía y la didáctica, y se formulan algunas líneas
crítico-propositivas que invitan a pensar y a construir colectivamente un
horizonte utópico.
Palabras clave. pedagogía, didáctica, epistemología, praxis, utopía.
Abstract. This article presents an
epistemological reflection on pedagogy and didactics with the intention of
critically review its disciplinary constitution, which includes explanatory,
normative and utopian components. The work begins by revisiting the disciplinary
conformation of these fields within the framework of the modern project,
highlighting the articulation between explanation, norm and utopia and its
subsequent fragmentation based on the hegemony established with the positivist
program. Then, a new articulation of these constituent components of the fields
is proposed from the critical social theory and progress is made towards their
redefinition from the current social, cultural and political context. Finally,
as a corollary, the need for a shared work program between pedagogy and
didactics is substantiated, and some critical-propositional lines are
formulated that invite us to think and collectively build a utopian horizon.
Keywords. pedagogy, didactics,
epistemology, praxis, utopia.
En este
artículo presentamos algunas reflexiones epistemológicas compartidas en la
pedagogía y la didáctica que reciben afluencia de procesos de indagación
previos iniciados hace unos años (Olmedo, 2003; Picco, 2014). Nuestro interés
se ha centrado en las discusiones que se abrían a partir de la pregunta por el
carácter científico de estas disciplinas[1]
y las diversas respuestas provenientes de distintas corrientes epistemológicas.
Esas pesquisas iniciales se han enriquecido con otros aportes de
investigaciones que contribuyeron a ampliar y redireccionar los intereses que
movilizaron inicialmente aquellos recorridos (Camilloni, 1996, 2007, 2023;
Cometta, 2001; Davini, 2008; Gimeno Sacristán, 1978; Silber, 1998, 2000, 2007).
Entonces,
nos proponemos retomar las preguntas epistemológicas por considerar que son
necesarias y actuales. En primer lugar, las discusiones por el estatus
epistémico asumen compromisos cognitivos, éticos y políticos, en la medida en
que toda concepción relativa al conocimiento supone sentidos más profundos
acerca de la realidad social, las posibilidades de conocerla, de transformarla,
así como de nuestro lugar como sujetos en ella.
En
segundo término, la reflexión epistemológica permite construir marcos para
conversar con saberes plurales que provienen de otros ámbitos académicos,
educativos, políticos, sociales y culturales. Estas cuestiones son
fundamentales específicamente para la pedagogía y la didáctica que están
atravesadas, por un lado, por el diálogo entre saberes diversos que se producen
en la praxis educativa y, por el otro, por el compromiso que encarnan con la
transformación de las injustas y excluyentes condiciones que todavía marcan a
nuestra educación en América Latina y en Argentina en particular.
En
tercer lugar, estas indagaciones epistemológicas son fundamentales en tiempos
en los que las ciencias están siendo fuertemente cuestionadas por haber
entronizado sentidos legitimados de conocimiento, verdad, objetividad,
rigurosidad con el desplazamiento e invisibilización simultáneo de otras formas
de conocer, comprender y explicar las relaciones sociales. Son interpeladas por
haber impactado, desde su racionalidad generalizadora y generalizante, los
modos de mirar lo propio, lo particular de contextos, historias y sujetos
habilitando como universales perspectivas provinciales (Grosfoguel,
2022). Además, las ciencias, la investigación y la producción de
conocimiento científico atraviesan momentos complejos de desvalorización,
desprestigio y desfinanciamiento en el actual gobierno en la Argentina[2].
Por
último, retornamos al problema epistemológico por considerar que resulta un
marco a partir del cual avanzar y complejizar aquellos análisis en cada
disciplina, y especialmente, como punto de partida para construir un programa
de trabajo compartido. Sin dejar de reconocerlas con recorridos históricos
propios, objetos a problematizar y espacios de trabajo y producción académica
relativamente independientes, este programa apuesta a la construcción de “lo
común como singular-plural”, entendiendo que las singularidades y las
diferencias de la pedagogía y la didáctica se ponen al servicio del desafío de
crear “lo común” (resignificando los aportes de Nicastro y Greco, 2009).
Una de
las razones de este programa conjunto es, en principio y trataremos de
fundamentarlo en el siguiente desarrollo, reconocer que, la pedagogía y la
didáctica por separado, corren algunos riesgos de “caer” en disociaciones entre
el hacer y el pensar, entre lo que es y lo que debería ser. Estas dicotomías han
marcado parte importante de la racionalidad moderna y requieren revisarse en
pos de comprensiones más complejas de los problemas sociales, especialmente
educativos, frente a los que nos encontramos.
No se
trata de iniciar una reflexión epistemológica sobre la pedagogía y la
didáctica, entronizando una mirada hegemónica y normativizante de una sobre la
otra. Por el contrario, proponemos una reflexión que ancle en y parta desde la
pedagogía y la didáctica -campos en los que nos seguimos formando-, recupere
categorías epistemológicas, se cargue de un sentido reflexivo crítico, y vuelva
a mirar los objetos de estudio, los límites porosos, los vínculos entre ambas
disciplinas, los modos de producción de conocimiento y las formas de impactar y
transformar las prácticas educativas a las que se deben. Desde nuestra
perspectiva, la reflexión epistemológica se constituye en una necesidad
histórica, disciplinar y lógica (Garrido Pimenta, 2013; Zemelman en Rivas Díaz,
2005), en tanto estos campos se hacen cargo de prácticas de formación de
sujetos sociales e históricos, insertos en su tiempo y espacio, urgidos por
construir proyectos democráticos inéditos, viables y emancipadores.
Apostamos
a la configuración de un espacio común de diálogo horizontal, genuino y
respetuoso entre la pedagogía y la didáctica y entre nosotras, como
colegas-autoras de este trabajo. Aspiramos a que este ejercicio analítico y
crítico funde las bases para próximos programas de trabajo compartidos tan
necesarios para la transformación de la educación con una perspectiva crítica y
de justicia social.
En este
proceso de estudio, arribamos a algunos acuerdos que dan fundamento a la
estructura de este artículo. El primero de ellos refiere a la adopción de un
marco común de análisis a partir de los aportes de la teoría social crítica
(Carr y Kemmis, 1988) desde el cual la pedagogía y la didáctica se constituyen
en ciencias sociales críticas de la educación y de la enseñanza
respectivamente. Este posicionamiento supone reconocerlas como construcciones
históricas y, en ese sentido, proponemos un abordaje histórico-crítico de
nuestras disciplinas que se consolidan en el marco de los procesos y
concepciones del proyecto moderno.
El
segundo acuerdo remite a reconocer como dimensión común de análisis entre ambas
disciplinas la presencia de componentes explicativo, normativo y utópico en su
conformación. En base a los trabajos de Gimeno Sacristán (1978), Davini (1996)
y Picco (2014), estamos en condiciones de afirmar que las articulaciones y
desarticulaciones entre la explicación, la norma y la utopía, tanto en la
pedagogía como en la didáctica, pueden convertirse en un mirador epistemológico
e histórico válido para reflexionar sobre la constitución de estos
campos.
Para
alcanzar estas finalidades, hemos estructurado el artículo en torno a la
problematización de las relaciones entre los componentes explicativo, normativo
y utópico que caracterizan a la pedagogía y a la didáctica en su constitución
disciplinar. De esta manera, en primer lugar, repasamos un período moderno en
la conformación de las disciplinas comenzando por la articulación entre estos
tres componentes hasta su desarticulación como resultado de la hegemonía del
programa positivista. En segundo lugar, bregamos por la rearticulación de la
explicación, la norma y la utopía desde un posicionamiento crítico y retomando
los legados de Julia Silber en la pedagogía y de Alicia Camilloni para la
didáctica. En tercer lugar, avanzamos en la identificación de concepciones a
partir de las cuales se podrían resignificar esos componentes clásicos
dotándolos de sentidos actuales y necesarios para la transformación de las
prácticas educativas. Por último, y como corolario del marco conceptual e
histórico precedente, nos arriesgamos a formular algunas líneas
crítico-propositivas que invitan a otros a sumarse a la construcción colectiva
de una praxis emancipadora.
La
pedagogía y la didáctica surgieron entramadas al proyecto moderno que reunía
concepciones y procesos desarrollados entre los siglos XVII y XIX en el marco
de las disputas entre la ilustración y el romanticismo. En este contexto, si
bien convivieron lógicas diferentes[3], hasta
mediados del siglo XX, nos interesa resaltar la perspectiva epistemológica no
empírica de la ciencia, que aceptaba una articulación entre conocimiento y
valores, y entre ciencia y filosofía. Este posicionamiento asumía una dimensión
valorativa del conocimiento científico definida en tanto ideales, fines y
transformaciones que remitía a un elemento utópico más que descriptivo de la
realidad y que, por tanto, fundamentaba la articulación entre la explicación,
la norma y la utopía.
Esta
articulación entre ciencia y filosofía se presentaba en autores del campo de la
pedagogía que, si bien discutieron su estatus epistémico (como arte o como
ciencia, con contenidos propios o articulando contenidos de otras ciencias),
coincidieron en reconocer la necesidad de la reflexión filosófica como crítica
de la experiencia en un tiempo dado, postura representada por Dewey, o la
importancia de la filosofía para determinar los fines fundamentales del hombre,
como fue el planteo de Herbart, por ejemplo. En la misma línea, del campo de la
didáctica, podría incorporarse a Comenio en tanto su concepción religiosa del
mundo condicionaba el establecimiento de los fines para la formación de un
sujeto integral y las consecuentes características que debían adoptar las
metodologías de enseñanza.
La
utopía moderna, en sus dimensiones socio-política y metodológica, tenía la
fuerza totalizante y totalizadora que articulaba y daba coherencia al
pensamiento y a la práctica pedagógica y didáctica en los inicios de sus
desarrollos (Narodowski, 1999). Se presentaba como la crítica del estado de
cosas y las posibilidades de proyectar valores que incentivaran a los sujetos a
actuar para transformarlo, enlazando la práctica, la ciencia y la filosofía en
ambas disciplinas como dimensiones necesarias para abordar los problemas
educativos.
A su
vez, desde nuestras preocupaciones actuales, es válido preguntarse si estas
articulaciones permiten explicar las dificultades que se presentan para
establecer límites contundentes entre la didáctica y la pedagogía en el
pensamiento moderno. Esto se vería reflejado en la recuperación de diferentes
autores para entender las raíces del pensamiento pedagógico y didáctico y que
son, al mismo tiempo, referentes de uno y de otro campo, como, por ejemplo,
Herbart o Comenio.
Sin
embargo, la articulación entre los componentes explicativo, normativo y utópico
en la pedagogía y la didáctica, que se mantuvo hasta mediados del siglo XX, fue
erosionada por la conquista de la hegemonía que llevó a cabo el programa
positivista en el conjunto de las ciencias sociales y cuyas “cicatrices” están
aún a la vista. Entendemos que su reparación y resignificación deben estar
entre las prioridades de un programa de trabajo compartido, enmarcado en las
ciencias sociales críticas, como el que proponemos aquí.
Conforme
a lo planteado en la introducción, la reflexión epistemológica debe ser
situada, articulando dimensiones éticas, cognitivas, políticas e históricas. En
este sentido, aunque sea de manera breve, es imprescindible contextualizar en
la Argentina en las décadas del ‘60 y ‘80, los procesos de escisión de los
componentes explicativo, normativo y utópico que conceptualizamos en la
pedagogía y en la didáctica, ya que arrojaron marcas singulares para cada
disciplina.
Así, la
corriente de corte tecnicista que desvinculaba a la ciencia de la filosofía, a
los conocimientos de los valores, se vio reforzada por la influencia de los
desarrollos que se produjeron en Estados Unidos como consonancia de la
industrialización que tuvo lugar a principios del siglo XX. En nuestro país, se
retomó esta discusión en el marco de posicionamientos críticos en torno a la
interpretación de la desigualdad, los conflictos sociales y el progreso en
América Latina, condiciones que tuvieron incidencia en la conformación de las
teorías y las prácticas educativas (Perilli, Garatte y Todone, 2020).
La
teoría curricular, la tecnología educativa y la evaluación, prioritariamente de
origen norteamericano y fomentadas por los organismos internacionales,
intervinieron en el campo educativo, así como en otras esferas de la sociedad,
para concretar aquellas reformas que pretendían incorporar a los países de la
región en las vías del desarrollo. “Una nueva didáctica” (Díaz Barriga, 1994)
con características propias en cuanto a la exacerbación de su pretensión
eficientista y de su carácter prescriptivo pretendía superar el agotamiento de
los modelos didácticos tradicionales (Díaz Barriga, 1991); mientras que Barco
(1975) sostenía que si por didáctica se entendía la vertiente tecnicista, había
que hablar de una “anti-didáctica” que pudiera realizar una revisión crítica,
social y política de los contenidos, los métodos y las finalidades de la
educación[4]. Del mismo
modo, algunos pedagogos nacionales proponían revisar críticamente los sentidos
del progreso y del desarrollo que posicionaban a los países del “tercer mundo”
en el lugar del subdesarrollo producto de la carencia e incapacidad de estos
países para desarrollarse (Puiggrós, 2015).
No
obstante, estos posicionamientos enraizados en las corrientes críticas, fueron
silenciados por la dictadura cívico-militar entre 1976 y 1983, que causó daños
profundos, muchos irreparables, en distintas esferas de la vida social. Los
campos académico y científico, y en particular la pedagogía y la didáctica,
vieron exacerbados estos rasgos técnicos[5]
y exiliados muchos de sus representantes críticos. De esta manera, se debió
esperar al retorno de la democracia para que esas primeras críticas emergentes
se convirtieran en puntos nodales y necesarios para la renovación de la
explicación, la norma y la utopía en una nueva configuración política,
filosófica, pedagógica y didáctica crítica.
Aun así,
una serie de continuidades son reconocidas entre las pedagogías tecnicistas y
las propuestas de corte neoliberal de la década del ’90 (Silber, 2008).
Comparten lógicas centralmente economicistas de la educación, asociadas a la
formación de capital humano para el mundo del trabajo, en el marco de la
influencia de los organismos internacionales de crédito, así como de políticas
de evaluación de calidad a través de instrumentos estandarizados de medición de
resultados de aprendizaje de estudiantes y de docentes.
En
términos epistemológicos más estrictos, con el programa positivista de la
ciencia en los estudios sobre educación, quedaron escindidas las tres esferas
que se articulaban en el proyecto moderno: se produjo la desvinculación de todo
contenido utópico de la ciencia[6], la
separación de hechos y valores (Carr, 1996), y tanto la pedagogía como la didáctica
perdieron legitimidad y fueron reducidas al carácter de teorías prácticas no
científicas. Este rasgo se sustentaba en el modelo estándar de las ciencias
empírico-analíticas que perseguía un interés técnico. El contenido filosófico,
por ende, metafísico, que portaban nuestras disciplinas le imposibilitaba a
estos campos el alcance del estatus científico, ya que, desde la perspectiva
positivista, las ciencias para ser tales debían producir un saber teórico,
objetivo y neutral (Moore, 1983).
Específicamente
en lo que respecta a la pedagogía, fue reemplazada por una “teoría de la
educación” de carácter práctico, no científico. Uno de los principales
problemas derivados de este desplazamiento fue el carácter técnico de las
recomendaciones que desarrollaba la teoría, en un doble sentido: por un lado,
separando la teoría (propia de los especialistas, lo que le da un carácter
académico a las producciones) de las prácticas (propia de los educadores) y,
por otro, deslindando la pregunta por los fines/valores y utopías (dimensión
ético-política-filosófica) de la pregunta por los medios más eficaces.
Otra de
las derivaciones fue que las ciencias de la educación se conformaron como campo
heterogéneo a su interior en el que se desdibujaba el aporte específicamente
pedagógico en los estudios sobre educación. Asimismo, se consolidaron
vertientes claramente identificadas con áreas de conocimientos fundadas con un
interés diferente del educativo. Desde esta perspectiva, la pedagogía se
desdibujó como disciplina científica y su objeto fue retomado por distintas
ciencias de la educación, especialmente, psicología y sociología (Olmedo, 2003),
que tenían un carácter centralmente explicativo, desde un modelo
nomológico-deductivo, desvinculada de las preguntas éticas y axiológicas por su
contenido metafísico no verificable. Así, a la filosofía se le asignaban
funciones de control epistemológico sobre las teorías científicas (psicología y
sociología) y de clarificación conceptual (filosofía analítica).
Por su
parte, en este período se desarrolla una didáctica que ha sido caracterizada
como prescriptiva (Barco, 1989; Camilloni 1997, citado en Cols, 2003; Davini,
1996; Picco, 2014) o preceptiva (Camilloni, 2007). De manera similar a la
pedagogía, la didáctica también fue adquiriendo características que la
asociaron a una teoría-práctica abocada al alcance eficiente de los fines que
proponía la política educativa. Para ella, la enseñanza parecía entenderse como
un problema técnico que se resolvería de una manera objetiva y neutral,
pudiendo predecir los acontecimientos a partir del conocimiento de las leyes
que regían su funcionamiento. Las categorías teóricas (explicativas) de la
disciplina provenían de las ciencias de la educación y, en una versión más reducida
de sí misma, de la psicología, en muchos casos de base conductista, teniendo en
cuenta una concepción acotada de enseñanza que quedaba reducida a una
derivación de los problemas de aprendizaje. El componente normativo pasó a ser
prescriptivo, concentrándose en el alcance eficiente de los resultados, sin
vinculación explícita con el proyecto político-pedagógico que ayudaba a
concretar. Estas prescripciones didácticas en forma de paquetes instruccionales
y curriculares (Angulo Rasco, 1994; Contreras Domingo, 1990; Elliot, 1995;
Kemmis, 1993) que buscaban regular las prácticas de enseñanza necesitaban de
docentes idóneos capaces de implementarlos conforme a las decisiones tomadas
por fuera del espacio del aula.
En síntesis, es posible reconocer
el impacto del positivismo en aspectos compartidos por la pedagogía y la
didáctica, especialmente, en lo relativo a la desvinculación entre ciencia y
filosofía. En lo que respecta a la explicación, la
norma y la utopía, identificamos tres movimientos en los que el positivismo ha
dejado sus marcas en ambas disciplinas: 1) la desarticulación de estos componentes;
2) su cambio de sentido expresado en la pérdida del discurso utópico en los
abordajes científicos, la predominancia de modelos de explicación
nomológico-deductivos de la ciencia empírico-analíticas y el reemplazo del
problema normativo por prescripciones en tanto pautas para la acción; y 3) su
asignación a distintos campos para que los atendieran de manera prioritaria, a
saber: mientras las ciencias de la educación se ocuparían de la explicación, la
didáctica de la prescripción y la filosofía, de las finalidades.
Frente a
este escenario pospositivista de desarticulación y repartición de la
explicación, la norma y la utopía, hemos podido identificar en el trabajo de
Gimeno Sacristán (1978) un intento de rearticulación de estas dimensiones como
partes constitutivas de las ciencias de la educación. En una crítica
epistemológica de estas ciencias, el autor afirma que, si bien las teorías de
la educación han crecido al amparo de otras ciencias auxiliares, ha faltado un
trabajo epistemológico tendiente a la integración interdisciplinar en un
esquema teórico propio. En su escrito, teorías educativas, ciencia pedagógica y
ciencias de la educación son modos indistintos de nombrar estos campos
diferenciados que existen de hecho y de derecho (Olmedo, 2003), pero que han
surgido desde programas distintos de investigación. Nuestra hipótesis es que
Gimeno Sacristán (1978) no se detiene en estas distinciones y propone reconocer
en las ciencias de la educación, de extracción positivista, una articulación
entre los tres componentes en el marco de una dispersión que no muestra signos
de integración y coherencia en los análisis.
No
obstante, en este artículo consideramos que las dimensiones explicación, norma
y utopía, se requieren para abordar los problemas de la educación por parte de
la pedagogía y de la didáctica, aunque desde un enfoque diferente al que
propone el autor. En este sentido, es posible identificar que las voces que
retoman los discursos pedagógicos y didácticos, en respuesta al impacto sufrido
por la tradición empírico-analítica, lo hacen desde perspectivas críticas que
recuperan los vínculos ciencia y filosofía para las ciencias sociales desde un
sentido de la relación teoría-práctica como praxis (Carr y Kemmis, 1988).
Desde
esta perspectiva, recuperamos los aportes de Silber (1998) cuando afirma que se
desarrolla una nueva pedagogía en clara oposición a quienes defendían una
sustitución del término como consecuencia de la abolición del campo pedagógico.
La autora promueve un análisis histórico-crítico de la propia pedagogía en el
marco de una visión totalizadora que contemple no sólo las teorías críticas,
sino también las no críticas, como construcciones sociohistóricas contenidas en
las actuales teorías y prácticas educativas.
Desde
una concepción alternativa a la tradicional de ciencia empírica positivista, es
posible repensar la pedagogía desde la pedagogía, y la didáctica desde la
didáctica. Existe un replanteo de sus problemáticas, una superación de la
homogeneidad de la educación, una reivindicación de sus aportes, además de
recuperar sus objetos de estudio y apostar a sus vínculos con la filosofía. Esto
último no resulta un obstáculo para considerarlas como ciencias, porque están
posicionadas desde una concepción diferente de la ciencia positiva que reconoce
la presencia de valores en los estudios sociales y, en particular, los
referidos a la educación, que defiende su compromiso con la intervención y con
la transformación de las prácticas desde un posicionamiento ético y político. Los
conocimientos que brindan las tradicionales ciencias de la educación no sólo no
se desconocen, sino que se recuperan desde la lógica de una pedagogía y una
didáctica como ciencias sociales críticas.
La falta
de unidad y de articulación entre los aportes de distintas ciencias de la
educación, la ausencia de coherencia y de un esquema teórico propio al que
refería Gimeno Sacristán (1978), son consecuencia, siguiendo los análisis de
Silber (1998, 2007), del modo en que se posicionan frente al objeto “educación”,
en comparación con la pedagogía. Mientras las distintas ciencias de la
educación (ciencias sociales referidas a educación) se constituyen en parte de
un campo más amplio y heterogéneo de intereses propios de cada una de ellas sin
encontrar instancias de articulación, para la pedagogía, la educación
constituye la centralidad de sus preocupaciones y su función radica en
sintetizar esos aportes desde una perspectiva pedagógica, sin reducirse a ser
solamente un ensamblaje disperso y desarticulado. Para Silber, es desde la
óptica pedagógica que deben rearticularse, en una relación de síntesis, las
dimensiones explicativa, normativa y utópica.
Este
posicionamiento es compartido por referentes de la didáctica. Contra la
pretensión positivista, los fines deben discutirse en las prácticas de
enseñanza, por la responsabilidad pedagógica y política que esta empresa
representa, y por la posibilidad de habilitar el intercambio de distintos
saberes, perspectivas y modos de conocer (Camilloni, 2023). Cada acto de
enseñanza se inserta en un proyecto ético-político en tanto se persigue la
formación de determinados sujetos y la generación de ciertos vínculos entre
éstos y el conocimiento.
En
nuestro país, los trabajos de Camilloni (1996, 2007) y Davini (1996, 2008) han
permitido redefinir la didáctica como una disciplina de base normativa. Para
ambas, este posicionamiento implica reconocer el legado histórico que tiene la
didáctica respecto de la elaboración de normas para las prácticas de enseñanza
fundamentadas en el conocimiento disponible en el campo disciplinar, en las
ciencias de la educación y en los saberes acumulados en la experiencia, así
como articuladas con la formación de sujetos críticos y con la construcción
explícita de una sociedad más justa, democrática y pluralista.
Es en
este sentido, y en el marco de las intenciones de este apartado del artículo,
que retomamos los programas que nos legan Silber y Camilloni, para la pedagogía
y la didáctica respectivamente. Esta decisión se halla justificada en que
compartimos con las autoras una perspectiva crítica que puede ser retomada y
enriquecida. Acordamos también con su interés epistemológico por nuestras
disciplinas que deja preguntas que requieren volver a pensarse en los actuales
contextos. Por último, encontramos en sus análisis una serie de propuestas que
hoy, algunos años después, siguen en estado programático y con un potencial
para orientar líneas de trabajo.
Responsabilizarnos
por este legado implica, en principio, asumir a la pedagogía y la didáctica
como ciencias críticas de la educación y de la enseñanza, y recuperar la
dimensión ético-política inherente a toda producción humana, por ende, la
producción de conocimiento científico. Un sentido de las ciencias que no se
detiene en su carácter descriptivo, explicativo y comprensivo, sino que aloja
un elemento transformador. Las ciencias sociales no sólo darían cuenta de cómo
las cosas son, o cómo son interpretadas, sino que incorporan la dimensión de
cómo podrían ser de otro modo. En este marco, la pedagogía y la didáctica
críticas nos permiten situarnos en un punto abonado, entre otros aspectos, por
la superación de la dicotomía teoría-práctica en torno a la noción de praxis,
la incompletud del objeto educación y enseñanza, y la propuesta de construir un
horizonte utópico en nuestras sociedades latinoamericanas y en la Argentina en
particular en esta tercera década del siglo XXI.
Retomaremos
estos aspectos en el próximo apartado en tanto entendemos que la reflexión
sobre ellos nos brinda la posibilidad de encontrar anclajes para resignificar
los componentes explicativo, normativo y utópico en la pedagogía y la
didáctica.
En el
marco del enfoque crítico y de las actuales condiciones políticas, sociales,
económicas y educativas en nuestro país, la rearticulación de los componentes
explicativo, normativo y utópico requiere de un trabajo de resignificación de
cada uno de ellos.
Tomando
los aportes de Carr y Kemmis (1988), entendemos que la ciencia crítica de la
educación supone una epistemología constructivista que sostiene que el
conocimiento se produce de manera activa y participativa, en la reflexión y en
la acción, de todos los sujetos involucrados en las prácticas; un proceso de
comunicación simétrico que trata de superar la coerción y el autoengaño; y una
teoría democrática de la acción política que supone el compromiso de los
sujetos con lo que debe ser y con lo que debe hacerse.
El
sentido de praxis es consustancial a la forma de concebir tanto el conocimiento
como la producción del mismo. Coincidimos con Hillert (2007) en que la praxis
educativa es:
la actividad deliberativa, argumentativa, o
interacción subjetiva: a- imbuida o informada éticamente; b- que requiere de
variados “saber hacer” (savoir faire); c- que en el sentido aristotélico es a
la vez práctica (relación entre sujetos) y tekné (relación de los sujetos con
objetos); d- de la que participan diversas formas de conocimiento (sabiduría
popular, saberes artesanales, técnicos, artísticos, científicos y teóricos) o
distintos grados de conocimiento, si miramos a todos los conocimientos desde un
parámetro, como puede ser el conocimiento teórico (pp. 46-47)
La
praxis habilita la articulación de aquello que ha sido desarticulado, esto es,
las dimensiones de una teoría que tiene elementos explicativo y normativo que
derivan en acciones que asumen unas determinadas direccionalidades
ético-políticas. Es en este marco, en el que proponemos un programa de trabajo
compartido entre la pedagogía y la didáctica en el que podamos poner a
consideración los fines a los que disponemos la producción de conocimiento
científico de nuestros campos, así como discutir no sólo los sentidos de la
igualdad y de la justicia, sino cómo organizarnos para que la tarea, siempre
colectiva, devenga efectiva praxis. Este posicionamiento es epistemológico por
las posibilidades de conocer las prácticas educativas desde otros supuestos, y
es también político porque empodera a los sujetos para comprender sus
realidades, transformarlas y generar teoría legítima a partir de ellas.
Este
marco teórico, histórico y epistemológico se complementa con una concepción
acorde de los sujetos como protagonistas activos de los procesos sociales y
políticos de los que forman parte y a los que se comprometen a transformar.
Debemos “colocar al sujeto en el centro del debate: de ahí la importancia de
hablar de una epistemología del presente potencial, en la que el futuro está en
el presente” (Zemelman en Rivas Díaz, 2005, p.122). Esta perspectiva
epistemológica habilita la esperanza y la capacidad de pensar un futuro posible
desde las acciones constructivas cotidianas porque los sujetos son “creadores
de alternativas inéditas viables para cambiar lo que creemos que deberíamos
cambiar” (Quintar en Salcedo, 2009, p.130). “El interés por formar sujetos con
capacidad de análisis y voluntad de transformación frente a las injusticias
sociales ha sido y sigue siendo clave para las pedagogías críticas” (Molina
Galarza, 2023, p. 14).
A esta
concepción de sujetos conscientes de su inacabamiento y sabiéndose
condicionados históricamente, pero no determinados, que operan en la
transformación del presente (Freire, 2008), se le adiciona la inconclusión
propia de la educación como objeto de estudio de la pedagogía y de la enseñanza
como objeto de estudio de la didáctica. Se trata de objetos por definición
inconclusos en tanto se van evidenciando sus cualidades en el mismo desarrollo
de la praxis. Pretender conocer estos objetos es un proceso dinámico y
constante ya que los mismos esfuerzos puestos en juego para comprenderlos y
transformarlos despliegan y condensan nuevos sentidos en la experiencia de
investigadores, educadores y educandos (Garrido Pimenta, 2013; Gimeno
Sacristán, 1978). A la inconclusión de los objetos de estudio, se suma la
provisoriedad inherente a todo conocimiento científico y la imposibilidad de
anticipar las derivaciones que tendrá para los sujetos su participación en una
experiencia formativa.
Entendemos
que con base en estos supuestos podemos resignificar los componentes
explicativo, normativo y utópico inherentes a la pedagogía y a la didáctica,
tratando de atender a las problemáticas que atravesamos en la actualidad.
Como
dijimos en el apartado anterior, retomamos los legados de Silber y de
Camilloni, en tiempos donde las utopías están devaluadas y los discursos
fatalistas reaparecen ganando terreno. A partir de Ayuste González y Trilla
Bernet (2020) y Quintar (en Salcedo, 2009), se podría resignificar la idea de
“utopía” presente en Davini (1996), Gimeno Sacristán (1978) y Silber (1997). No
se trataría de una utopía configurada a
priori, impuesta de manera externa a una realidad educativa, sino que sería
más bien una utopía situada en las condiciones del presente que atraviesa los
componentes explicativo y normativo llevándolos más allá de la reproducción del
statu quo. Desde este posicionamiento
es posible construir un programa de trabajo compartido entre la pedagogía y la
didáctica, que tenga como punto de partida la discusión política colectiva
acerca de aquello necesario de ser conservado y/o transformado, dimensiones
directamente ligadas a sentidos de la educación y que orienten la producción de
conocimiento en nuestros campos.
Follari
(2019) y Narodowski (1999) reservan el sentido aglutinante de la utopía para
las concepciones modernas que aún siguen alimentando nuestras formas de pensar,
entender y construir teoría sobre nuestras realidades[7].
No obstante esta clasificación de la que no renegamos por ahora, afirmamos que
la educación y la enseñanza son utópicas o no son. El componente utópico de los
campos pedagógico y didáctico permite trabajar críticamente sobre una situación
presente que nos incomoda, que nos desagrada, que nos causa dolor en cualquiera
de las dimensiones de la vida humana y, en consecuencia, propone pensar un
programa de superación de esa realidad, construir horizontes hacia los que
caminar con paso firme para cambiar el rumbo de la historia (Ayuste González y
Trilla Bernet, 2020; Colussi y Serra, 2017; Kepowicz Malinowska, 2002; Murúa,
2023).
Este
artículo pretende fundamentar la invitación a pensar colectivamente que es
posible una sociedad más justa, pluralista y democrática y a trabajar en su
construcción a través de la educación. El desafío así se constituye en torno a
la construcción de utopías no-totalizadoras, no-homogeneizantes (Narodowski,
1999), pero sí aglutinantes de las diferencias, las diversidades y que nos
permitan construir nuevas categorías, sentidos críticos y modos de hacer en la
praxis educativa cotidiana conscientes del pasado, del presente y del futuro.
Nos
reconocemos parte de una racionalidad moderna que ha asumido que es necesario
pensar el sentido, el para qué, antes de definir el qué y el cómo, y que ha
entendido la educación como una práctica social que garantiza el tránsito desde
la carencia hacia la completud. Una reconstrucción de la utopía requiere
revisar cuánto de esa lógica pervive hoy en las relaciones pedagógicas bajo
otros nombres que legitiman la mirada de un otro carente[8].
Recuperar la dimensión utópica de la educación demanda un análisis crítico de
estas lógicas clasificatorias y jerarquizantes para disponerse a elegir nuevos
horizontes que potencien el encuentro donde lo diverso y singular pueda ser
pensado en el marco de totalidades no uniformadas. ¿Qué sería el diálogo al que
invita Freire sino un diálogo entre diferentes? ¿Qué lugar ha hecho la escuela
para escuchar las diferencias? ¿Qué entendemos que habría que hacer con
nuestros diferentes modos de pensar y hacer? Y si no todos queremos lo mismo, y
esto es una obviedad, ¿cuáles son los límites de las diferencias?
Frente a
la desigualdad y la opresión, la direccionalidad de la utopía es hacia la
justicia social y la igualdad, conscientes de que en tanto tales son ideales.
Su función es constituirse en anhelo: capacidad eminentemente humana que nos
ubica en una dimensión histórica y colectiva que proyecta. La utopía es un
terreno en disputa: moviliza desde el sueño y la esperanza, pero se presenta
como amenazante del statu quo. Por
ello pretende ser sepultada, se la acusa de inmovilizar o de frustrarnos por su
imposibilidad. La utopía supone problematizar y des-naturalizar la realidad,
dos procesos que encontrarían en la educación y, específicamente, en la
relación pedagógico-didáctica, una posibilidad de materialización.
Los
conceptos de emancipación y liberación han dotado de significado a la utopía de
la pedagogía y la didáctica críticas construidos sobre la base del
reconocimiento de las relaciones de poder, opresión y dominación propias del
modo capitalista de producción. Aquellos sentidos utópicos más asociados a las
desigualdades en el plano económico, hoy se resignifican a partir de incorporar
las disputas en el ámbito cultural desde una perspectiva de interseccionalidad
atenta al entramado de opresiones entre etnia, clase, género, sexualidad.
Problematizar
el presente ha sido parte de la herencia que constituye el pensamiento utópico,
no es posible pensar lo que requiere ser transformado sin comprender lo que
requiere ser problematizado. La pregunta es por la posibilidad material y
simbólica de generar condiciones que permitan en nuestras sociedades e
instituciones problematizar colectivamente. La rapidez y la problematización no
parecen ir de la mano, lo urgente no deja tiempo para pensar. No parece haber
otro camino posible para la emancipación que decidir respecto del uso del
tiempo, ponerlo a nuestra disposición, detenerse en aquello que requiere ser
pensado, desnaturalizar la urgencia en tanto forma de relaciones serviles
frente al tiempo, evitar seguir diciendo lo que habría que pensar para cuando
tengamos el tiempo y seguir ofreciendo cambios que en el fondo no modifican
nada relevante.
Reconstruir
la utopía requiere volver sobre ciertas afirmaciones e interrogarlas. Nos han
convencido que lo posible es solo lo presente y lo presente está sostenido en
la desigualdad y el desacuerdo. La educación puede preparar las condiciones que
el diálogo y la comprensión necesitan para una construcción colectiva que
permita no sólo una lectura histórica y crítica del pasado para analizar en qué
medida aquello que ha sido hecho ha efectivamente garantizado “mejores
sociedades”, sino que cuestione una mirada fatalista e inapelable de la
realidad.
Requiere
problematizar el lugar de la educación, y en particular el de la escuela, para
generar escenarios donde la disposición a imaginar otros futuros posibles forme
parte de la tarea: debatir los significados que para nuestros jóvenes asumen
hoy consignas como dignidad, igualdad, libertad, justicia, en articulación con
las consignas de las que son portadoras las nuevas generaciones.
Los
sentidos de praxis en el marco de la teoría social crítica y las reflexiones
epistemológicas en la pedagogía y la didáctica antes expresadas, direccionan en
este apartado la construcción de algunas líneas crítico-propositivas en el
marco de un programa de trabajo compartido.
Las
mismas tienen un carácter abierto, por lo que demandan ser interpeladas para
construir colectivamente problemas y soluciones en perspectiva utópica. En
otros términos, para hallar concreción en las prácticas requieren ser
resignificadas en cada contexto por parte de los sujetos participantes. Además,
estas líneas evidencian un sentido programático, es decir, de invitación a
seguir desarrollándose, tanto en el sentido previamente expuesto, como en lo
que refiere a su ampliación y revisión a partir de la incorporación de otros
enfoques que permitan reconocer las posibilidades y límites de las propias
teorías críticas.
Retomando
los legados de Silber y Camilloni y en coherencia con el análisis de los
procesos precedentes relativos a las articulaciones, desarticulaciones y
resignificaciones de los componentes explicativo, normativo y utópico en la
pedagogía y la didáctica, esbozamos a continuación esas líneas
crítico-propositivas iniciales a partir de la formulación de una serie de
interrogantes que las orientan.
El
primero de ellos podría formularse de la siguiente manera: ¿por qué y para qué
una pedagogía y una didáctica crítica hoy? En la medida en que la pedagogía y
la didáctica conforman ciencias sociales críticas ponen en tensión el statu quo al desnaturalizar y
problematizar la realidad educativa y, por ende, social que habilita la disputa
de sentidos y la posible construcción de escenarios alternativos viables. De
allí que se vuelve necesario reforzar y problematizar el lugar de las ciencias
sociales en la actualidad como parte de un programa epistemológico.
Estas
tareas demandan miradas no fragmentarias que discutan las desarticulaciones
disciplinares que ha dejado el programa positivista, re-uniendo de esta manera
a las disciplinas que se ocuparon individualmente del desarrollo desgajado de
cada uno de los componentes explicativo, normativo y utópico. Para ello, esta
propuesta de un programa ampliado entre la pedagogía y la didáctica se
constituye en parte de un proceso que requiere la posibilidad de incorporar a
la filosofía y progresivamente a otras ciencias sociales.
Consideramos
que avanzar en esta línea supone un proceso que no puede darse sin contemplar
las actuales condiciones del trabajo académico, institucional y curricular. Un
camino posible, a nuestro entender, sería habilitar espacios en la formación y
en la investigación en los que se encuentren convocadas una pluralidad de
disciplinas que puedan construir programas ampliados (o como decidan llamarse
producto de los acuerdos) a partir de interpelar el lugar de las ciencias
sociales en la actualidad. La convivencia de espacios institucionales
disciplinares y pluridisciplinares podría ser un primer paso en tanto se
sostendrían, al mismo tiempo, las actuales lógicas profesionales y laborales
sin detrimento de avanzar en programas que produjesen otras miradas y otros
saberes, resultados de un trabajo conjunto. En ese sentido, sería posible la
profundización analítica al interior de las comunidades por disciplinas y las
consecuentes síntesis y articulaciones en espacios colectivos y compartidos en
una dinámica de reciprocidad donde los aportes de unas instancias nutran a los
de las otras.
En
segundo lugar, es imperiosa una problematización en torno a ¿quiénes producen
conocimientos pedagógicos y didácticos? Desde la teoría crítica, se reformula
la separación entre la teoría y la práctica a partir de la noción de praxis en
tanto reflexión política y éticamente informada, permitiendo revisar las
lógicas de producción de conocimiento académico que lo habían distanciado de
las lógicas de uso (Cometta, 2001; Diker, 2007). No obstante, un programa que
busca resolver las desarticulaciones tiene que poder desnaturalizar la
persistencia de esta fractura, así como las tensiones, conflictos y relaciones
de poder relativas a la producción, circulación, utilización y legitimación de
conocimientos en el campo educativo al interior del sistema de educación
superior (Ricci, 2023)[9].
Para
finalizar, esbozamos una línea propositiva en la que asuma centralidad una
pregunta reflexiva respecto de nuestro lugar como docentes y nuestras prácticas
como espacios privilegiados de discusión colectiva con potencialidad para la
construcción de la utopía. Apostamos a la generación de condiciones pedagógicas
y didácticas para dialogar con y desde la diferencia, sin romantizar la tarea,
aunque la diferencia se vuelve, en ocasiones, “inescuchable”. Pero no
escucharla no la vuelve inexistente. Las prácticas educativas tienen la
posibilidad de ser un espacio donde sea posible hablar y escuchar para volver a
pensar sin pretensiones de verdad. No significa asumir posturas de “todo vale”;
significa asumirnos parte de una sociedad plural que nos requiere a los que
somos y estamos, y eso es asumiendo la diferencia como punto de partida para la
construcción de lo “común”, como posible y necesaria.
En este
artículo nos propusimos realizar un ejercicio de reflexión epistemológica en la
pedagogía y la didáctica, con el convencimiento de que el mismo es necesario
desde una perspectiva histórica, disciplinar y lógica. Estos campos
disciplinares se hacen cargo de prácticas de formación de sujetos sociales e
históricos, insertos en su tiempo y espacio, con potencialidad para construir
proyectos democráticos inéditos, viables y emancipadores. Consideramos
necesario atender a los problemas acuciantes que tiene nuestro país y toda
América Latina, desde un posicionamiento teórico-epistemológico crítico
respecto de la educación, sus necesidades, sus potencialidades y sus
condiciones para la construcción colectiva de soluciones.
En este
sentido, nos interesó mostrar, en primer lugar, las articulaciones entre los
componentes explicativo, normativo y utópico que acompañaron a la pedagogía y a
la didáctica en su surgimiento en el marco del proyecto moderno. No obstante,
estas marcas originales se vieron mutiladas con el programa positivista que
ocasionó una desarticulación de esos componentes y una consiguiente
reformulación de las disciplinas.
En un
segundo apartado del artículo, desde la teoría social crítica avanzamos hacia
una necesidad de rearticulación de esos componentes constitutivos en tanto dan
cuenta del sentido epistemológico de la pedagogía y de la didáctica, así como
de la educación y de la enseñanza en tanto sus objetos de estudio.
En
tercer lugar, revisamos críticamente los aportes de la propia teoría social
crítica, tratando de resignificar los componentes explicativo, normativo y
utópico desde concepciones respetuosas de los sujetos, sus condiciones de
existencia, su inacabamiento y su inherente capacidad de soñar con un futuro
mejor.
Para
cerrar el trabajo, el recorrido precedente por las articulaciones,
desarticulaciones, rearticulaciones y resignificaciones entre la explicación,
la norma y la utopía, nos dio fundamentos para esbozar algunas líneas
crítico-propositivas que, si bien requieren seguir siendo pensadas y adecuadas,
nos permiten visualizar condiciones pedagógicas y didácticas, coherentes con el
posicionamiento teórico-epistemológico previo, para seguir andando
esperanzados.
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[1]Notas
Reconocemos el sustrato moderno y la raigambre
específicamente positivista que conlleva la utilización del término
“disciplina”. Parecería subyacer una pretensión de fragmentación de la realidad
y de los conocimientos producidos sobre ella que, en parte, pervive al hablar
de la pedagogía y la didáctica como disciplinas. Éstas esgrimen ciertos
criterios de demarcación (límites teóricos y epistemológicos en lo que respecta
a la problematización y a la producción de conocimiento sobre determinados
asuntos de la realidad) y otros de validación (los conocimientos que van a ser
considerados válidos y legítimos a partir del respeto de normas utilizadas en
su elaboración).
No obstante, sostenemos la expresión
“disciplina”, junto con la de “campos disciplinares”, con la intención de
incorporar las posibilidades y los interrogantes que cada una puede aportar
desde su especificidad (Silber, 2007) y las relaciones políticas y sociales que
tejen las comunidades científicas y académicas (Barbosa Moreira, 1999;
Camilloni, 1993, 1996; Castro-Gómez, 2007; Diker, 2007). Además, reconocemos
que las tradiciones disciplinares tienen vigencia en el currículum, en las
instituciones, en las luchas por subsidios y recursos para sostener las
investigaciones. Pero estos planteos no deberían obturar la capacidad de las
disciplinas del campo de la educación de producir conocimientos necesarios, que
aumenten la comprensión de la realidad, la solución de los problemas educativos
y la profundización de la reflexión crítica de los sujetos involucrados que
demanda un diálogo y una apertura que excede los seudo-encasillamientos.
[2] El 10 de diciembre de 2023, Javier Milei asumió la presidencia de
Argentina. Una de las primeras medidas del gobierno de “La Libertad Avanza” se
concentró en la reorganización de los ministerios que venían funcionando.
Específicamente, a los fines de lo que se quiere destacar aquí, se puede
mencionar que se eliminó el Ministerio de Educación cuyas funciones se
integraron en el nuevo Ministerio de Capital Humano que, a su vez, aglutina los
ex-Ministerios de Cultura, de Trabajo, Empleo y Seguridad Social, de Desarrollo
Social y de Mujeres, Géneros y Diversidad. Asimismo, se eliminó el Ministerio
de Ciencia, Tecnología e Innovación que pasó a depender de la Jefatura de
Gabinete.
Asimismo, la educación y el sistema
científico-tecnológico se están viendo fuertemente perjudicado por el
congelamiento del presupuesto en el marco de un conjunto de políticas que
pretenden reducir los gastos y la presencia del Estado en la vida de los argentinos.
En una conferencia brindada por cadena nacional del lunes 22 de abril de 2024,
el presidente expresó: “la era del Estado presente se ha terminado”.
[3] Reconocemos la coexistencia de posiciones en disputa en torno a lo
social y a las posibilidades de su conocimiento. En este sentido, conviven en
el proyecto moderno concepciones no empíricas de la ciencia que la articulan
con la filosofía, junto con miradas naturalistas de explicación de la realidad
que son la antesala del positivismo. En referencia al campo educativo, entre
fines del siglo XlX y mediados del siglo XX, algunos movimientos pedagógicos y
didácticos, como el normalismo o el escolanovismo, resultan contemporáneos al
positivismo, aunque difieren en sus fundamentos. Mientras uno se sostiene en
lógicas biologicistas e higienistas para pensar el lugar de la escuela y de la
tarea docente, así como en lógicas clasificatorias entre normalidad y anormalidad
en conjunción con los aportes de la psicología, propias del positivismo
(Dussel, 2004; Puiggrós, 1990), el otro resulta de una crítica a las
concepciones tradicionales de la autoridad docente y de las miradas
adultocéntricas sobre los niños que marcan los desarrollos iniciales del
sistema educativo en la Argentina. Este último movimiento representa, de
acuerdo al análisis de Davini (1996), una continuidad con la línea de
pensamiento moderno que articulaba las dimensiones explicativa, normativa y utópica
que la tradición positivista, según nuestra hipótesis, desarticula.
Puede considerarse que el estudio de
Feldman (2010) respecto de la pedagogía intuitiva y su articulación con la
pedagogía oficial y la formación docente refuerza el análisis precedente.
[4] En la misma línea, Edelstein y Rodríguez Ousset (1974) realizaron
un análisis profundo del método didáctico, cuestionando sus aspectos más
instrumentales, universalistas y técnicos que separaban el método (el cómo) del
contenido (del qué), y desde la teoría crítica proponían el método dialéctico
para la enseñanza y las bases de una de las categorías más fructíferas que
tiene la didáctica en nuestros días, a saber, la de construcción metodológica
(Edelstein, 1996, 2011).
[5] “En Latinoamérica el proceso tecnicista se acentuó y profundizó -en
su faz operacional, sistemática y conservadora y en todos los componentes de la
situación educativa- en el transcurso de las dictaduras cívico militares que se
desarrollaron en este período (Garatte y Garcia Clúa, 2014; Silber, 2011), que
fueron las estrategias más duras que gestionó el Imperio para consolidar su
proyecto de “desarrollo” y dominación de nuestra región” (Perilli, Garatte y
Todone, 2020, p. 10).
[6] El componente utópico se reserva para la política educativa, aunque
también aparecería un horizonte distópico intentando marcar el rumbo en la
última dictadura cívico-militar.
[7] Villa (2023) culmina un trabajo reciente diciendo: “Mientras
sigamos pensando qué sueños soñar, la utopía de Paulo Freire nos seguirá
acompañando” (p. 231). La autora otorga un lugar destacado a este pedagogo como
el último intelectual de la educación que ha logrado construir un programa
completo cuya utopía educativa se construye en torno a la liberación de los
pueblos de la opresión. Asimismo, en consonancia con lo recuperado de Follari y
Narodowski, Villa expresa que el campo educativo, después de Freire, parecería
haber virado hacia investigaciones particulares y sectoriales.
[8] Estas afirmaciones podrían reforzarse a partir de considerar que el
programa crítico se había propuesto develar aquello que a simple vista no
vemos, no obstante, de acuerdo al análisis poscrítico, ha sido utilizado para
construir relaciones jerárquicas que reproducen, más bien que modifican,
relaciones de opresión allí donde los “iluminados” hacen su tarea (Hodgson et
al., 2020).
[9] Cabe explicitar que este artículo se exhibe
como muestra de que un programa de trabajo compartido de estas características
ha sido posible por fuera de las estructuras y condicionantes institucionales,
ya que sus autoras integran el sistema educativo superior universitario y no
universitario.