Saberes y prácticas. Revista de Filosofía y Educación / ISSN 2525-2089
Vol. 9 N° 2 (2024) / Sección Doossier / pp. 1-11 /
Centro de Investigaciones Interdisciplinarias de Filosofía en la Escuela (CIIFE),
Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Cuyo, Argentina.
revistasaberesypracticas@ffyl.uncu.edu.ar / saberesypracticas.uncu.edu.ar
Recibido: 25/10/2024 Aceptado: 31/12/2024
DOI: https://doi.org/10.48162/rev.36.130
Derecho
a la filosofía y educación ciudadana: cruces en privilegio o del derecho a la
filosofía
Right
to Philosophy and Civic Education: Intersections in Privilege or the Right to
Philosophy
Universidad Austral de Chile,
Valdivia,
Chile
dpgutierre@gmail.com
Resumen. A
partir de la reflexión sobre la multiplicidad de significados que se pueden
extraer desde el enunciado “derecho a la filosofía”, Derrida discute quiénes
tienen derecho a esta, quiénes la legitiman, cómo se institucionaliza y cuáles
son sus límites. Para Derrida la filosofía se encuentra mediada por
instituciones, individuos y lenguajes habilitados para ejercerla, no obstante,
ha quedado fuera la reflexión de que esta misma habilitación constituye en sí
un poder. Quiero establecer una relación entre el derecho a la filosofía y su
enseñanza y la asignatura Educación Ciudadana en Chile, la tesis de este ensayo
es que la discusión sobre la Educación Ciudadana se aleja de la reflexión sobre
sus propios límites, ya que no problematiza a las instituciones que la
legitiman. A partir de esto surgen como preguntas de reflexión ¿cómo se espera
educar a la ciudadanía si se relega para los últimos años, si solo algunos
están habilitados para practicar su ejercicio? ¿Se puede enseñar ciudadanía sin
discutir sus límites? ¿Es posible concebir una ciudadanía fuera de la
filosofía? ¿Se puede realizar el ejercicio filosófico institucionalizado sin
que atente contra las mismas instituciones que lo legitiman? La obra de Derrida
resulta propicia para pensar estas cuestiones.
Palabras clave. Ciudadanía, filosofía, educación, derecho a la filosofía.
Abstract. Based on the reflection on the multiplicity of meanings that can be
extracted from the statement "right to philosophy", Derrida discusses
who has the right to it, who legitimizes it, how it is institutionalized and
what its limits are. For Derrida, philosophy is mediated by institutions,
individuals, and languages authorized to practice it. However, the reflection
that this very authorization constitutes a power in itself has been left out. I
want to establish a relationship between the right to philosophy and its
teaching and the subject of Civic Education in Chile. The thesis of this essay
is that the discussion on Civic Education distances itself from reflecting on
its own limits, as it does not problematize the institutions that legitimize
it. From this arise questions for reflection: How is it expected to educate
citizens if it is relegated to the final years, if only some are authorized to
practice its exercise? Can citizenship be taught without discussing its limits?
Is it possible to conceive of citizenship outside of philosophy? Can
institutionalized philosophical exercise be carried out without undermining the
very institutions that legitimize it? Derrida's work is suitable for thinking
about these issues.
Kewords. Citizenship, philosophy, education, right to philosophy.
¿Cómo se llega a la filosofía? ¿es posible un camino
directo? ¿cuáles son los obstáculos que aparecen frente a su acceso cada vez
que intentamos acercarnos? La obra de Jacques Derrida Privilegio o del
Derecho a la filosofía (2023) traducida por Carolina Ávalos posibilita la
emergencia de estas y otras preguntas sobre el derecho a la filosofía y su
vínculo con la enseñanza. El autor discute si es o no posible ir directo a la
filosofía, frente a esta idea, se reserva el derecho de rodearla, acercarse
mediante preámbulos para, desde allí, pensar sus bordes y límites. En este
rodeo aparecen también otros significados posibles para el sintagma, reclamar
un derecho a la filosofía implica direccionalidad, ir directo a ella, no obstante,
también contiene el significado de quienes resguardan su acceso, quiénes pueden
hablar de ella y quiénes reproducen los privilegios de su enseñanza (Derrida, 2023,
p. 69 – 73). Se está así frente a una obra que invita a pensar el privilegio en
distintas dimensiones, incluso, del filósofo como quien tiene autoridad para
hablar de filosofía. La descomposición del enunciado le permite al autor, además,
reflexionar sobre los límites y privilegios de la enseñanza filosófica, esta
idea en específico, la considero importante para pensar el problema de la
educación y de manera más puntual, de la Educación Ciudadana[1]. Es
entre esta última y el derecho a la filosofía que espero dibujar cruces en este
escrito, ya que el texto de Derrida posibilita una perspectiva interesante para
abordar esta problemática.
En la introducción a la obra de Derrida, Ávalos
explica que “La traducción de este texto nace del proceso de defensa de la
filosofía que se dio en Chile entre los años 2014 y 2018” (p.11) al poco
avanzar en la lectura se puede observar que este suceso no es nuevo en Chile,
Patrice Vermeren recuerda, en el prefacio al mismo texto que, durante la
dictadura chilena, la filosofía tuvo que luchar por su acceso y su enseñanza. La
discusión recursiva sobre si se debe o no enseñar filosofía en la escuela
permite comprender una contradicción expuesta por Derrida entre la defensa por
un derecho a la filosofía y la presunción de esta como una actividad natural
del ser humano. Para el autor, si se puede ser “filósofo allí donde esté, usted
mismo, esté en silencio, o hablando con aquellos que pueden entenderlo, que
usted pueda entender”, sin “necesidad de contrato social para eso” y quizás
incluso sin la necesidad de otro (80), si “desde que se tiene el deseo o la
voluntad, se tiene el derecho” a la filosofía y se asume que este estaría
“inscrito en la filosofía misma” (p. 76), entonces no se justificaría la
defensa de un derecho a la filosofía: reclamar este acceso sería una actividad innecesaria,
ya que se puede filosofar sin lugar, sin necesidad de ese acceso, y más aún,
sin la necesidad de defenderlo. Derrida reconoce aquí una idea que ha sido
reproducida a lo largo de la historia de la filosofía: la noción de un derecho
natural a filosofar se mezcla con el derecho institucional de su enseñanza.
La contradicción expuesta demuestra de qué
manera se tejen la cultura y lo natural en la defensa de la filosofía. Si se
produce esta contradicción, entre la exigencia de un derecho a la filosofía y
el entendimiento de esta misma como una actividad que no necesita habilitación
es porque se han desdibujado los lazos que la relacionan con la cultura,
haciendo parecer como innato un conocimiento (una actividad, ejercicio,
disciplina) que, al igual que otros, se aprende desde las instituciones y a
través de una lengua. Así, podemos observar que esta pretensión se fundamenta
en la concepción de que existe algo antes del lenguaje, puesto que se origina
en la idea de que se puede acceder a la filosofía sin estar ya mediado por una
lengua, un idioma, en fin, una filosofía en particular. En palabras de Derrida:
Todo ser
hablante, ante toda institución, puede acceder a la filosofía se dirá entonces.
Que ella esté originariamente ligada por privilegio a tal o cual lengua
(griego, alemán) puede tener múltiples consecuencias: tales idiomas
privilegiados son ellos mismos extranjeros a la instrumentalización, a la
traducción convencional y a la institución; ellos son casi naturales,
<<naturalizados>>, aun cuando su originariedad sea la de un
acontecimiento inaugural o de una institución fundadora. (2023, p. 81)
De esta manera, siguiendo al autor, “creemos
que podemos separar en la lengua lo originario de lo técnico” (2023, p. 81)
pretendiendo así la existencia de un pensamiento más cercano al logos
originario y otro que deriva del primero y es variable a las circunstancias
sociohistóricas. Sin embargo, esta pretensión es paradójica puesto que asume
que hay un antes del lenguaje, que se puede filosofar sin lengua y omite que:
“Aunque pudiésemos prescindir de toda institución, de todo aparato escolar, de
toda escuela (en el sentido griego o moderno de la palabra), de toda disciplina
(…), el recurso al lenguaje es indispensable para el ejercicio mínimo de la
filosofía” (2023, p. 83), por lo que no habría una filosofía que anteceda al
acto lingüístico.
Lo anterior es problemático porque invisibiliza
que el pensar en una lengua en particular implica también pensar en una huella
de tradición filosófica o disciplinar, omite que el conocimiento siempre se
encuentra intercedido por quienes guardan, permiten o prohíben su acceso y su
derecho. Si la filosofía misma, que se piensa como una actividad inherente al
ser humano se encuentra intermediada por lo institucional, lo humano, el
lenguaje y la cultura, su actividad se erige –siguiendo al autor– desde un
privilegio. Está siempre atravesada por distintos actores e instituciones que
posibilitan tanto su conocimiento como su enseñanza y, por consiguiente, el
aprendizaje de una lengua que permita su comprensión. Esa lengua, que podría pensarse
como una lengua filosófica, debería entonces siempre estar atenta a su propio
privilegio, reflexionar sobre sus límites y sus pliegues en todos los espacios
donde se ejerza, incluido el de la enseñanza.
La reflexión de Derrida invita a pensar cómo se
expresa este privilegio en otros espacios de enseñanza. A raíz de esta idea me
gustaría traer brevemente la discusión en Chile sobre la Educación Ciudadana.
El 2019 se crean programas de nuevas asignaturas para la enseñanza media, esta
reforma viene a cerrar un ciclo de reajuste curricular que se había iniciado el
2009 (Ruz-Fuenzalida, 2020, p. 30-31) y que buscaba responder a las
movilizaciones estudiantiles que venían exigiendo reformas al sistema educativo
chileno desde el 2006. Entre las asignaturas propuestas aparece Educación
Ciudadana como curso destinado a los dos últimos años escolares. La decisión de
incorporar asignaturas electivas para que los y las estudiantes pudiesen optar
por clases que se acerquen más a sus propios talentos, implicó una discusión
sobre qué asignaturas saldrían del plan curricular y cuáles se constituirían como
asignaturas obligatorias –poca novedad hubo en que una de las signaturas en
discusión haya sido Filosofía–. La antesala de esta resolución incluyó un
movimiento de defensa por la Filosofía luego de que se conociera que la reforma
traía consigo la posible salida de las asignaturas Historia, Filosofía y
Educación Física del plan común. De estas tres solo Filosofía se mantuvo en la
formación general de tercero y cuarto medio, esto calma en parte el reclamo por
el derecho de su enseñanza, pero deja al descubierto la necesidad de las humanidades
por disputarse un lugar, ya que se elimina Historia y se incluye en reemplazo Educación
Ciudadana.
El debate sobre qué asignaturas merecían ser
parte del currículum escolar generó bastante controversia entre quienes
trabajan en áreas relacionadas a la educación. La defensa de la Filosofía
permitió que esta se constituya como una asignatura con un lugar (y hacemos
aquí un guiño a Derrida para quien “las cuestiones de título y de derecho
tienen siempre una dimensión topológica. Ninguna institución prescinde de un
lugar simbólico de legitimación” (2023, p.55)), no obstante, este espacio fue
restado a otras asignaturas, lo que visibiliza el poder institucional sobre la
posibilidad o prohibición frente al acceso a ciertas disciplinas. Si se sigue
hasta aquí la lectura de Derrida, es este el privilegio que se puede y debe
discutir, la aceptación de políticas educativas y públicas que habilitan y
permiten acceso al conocimiento y también la estipulación de contenidos y
habilidades que se basan en directrices valóricas, pero se establecen como
naturales. Frente a esta idea, vale la pena pensar las propuestas para la Educación
Ciudadana, vale la pena preguntarse ¿qué ciudadanía estamos educando? o ¿qué
rasgos tiene esta?
Creo que la ciudadanía construida en los
documentos curriculares tiene dos fundamentos importantes que intentan
responder a la crisis política chilena. Por un lado, se evidencia en la
planificación de esta asignatura la necesidad por restaurar la confianza en las
autoridades políticas y, por otro, el intento por encauzar el discurso
estudiantil. Con respecto a la primera hay que tener en consideración que la
creación de esta asignatura es fruto de una ley chilena de Formación Ciudadana
publicada el año 2015 que exige a los establecimientos educativos elaborar un
plan que:
(…) integre y
complemente las definiciones curriculares nacionales en esta materia, que
brinde a los estudiantes la preparación necesaria para asumir una vida
responsable en una sociedad libre y de orientación hacia el mejoramiento
integral de la persona humana, como fundamento del sistema democrático, la
justicia social y el progreso. Asimismo, deberá propender a la formación de
ciudadanos, con valores y conocimientos para fomentar el desarrollo del país,
con una visión del mundo centrada en el ser humano, como parte de un entorno
natural y social. (Biblioteca del Congreso Nacional, 2016, p. 1)
La ley exige la creación e implementación de un
plan de Formación Ciudadana para todos los ciclos de enseñanza media como
respuesta frente a los casos de corrupción política de la nación. Según Álvaro
Sepúlveda “la motivación que tuvo el Ejecutivo para presentar este proyecto de
ley fue la implementación de las recomendaciones del Consejo Asesor
Presidencial Contra los Conflictos de Interés, el Tráfico de Influencias y la
Corrupción (Comisión Engel) (Sepúlveda, 2021, p. 31)” convocada por la
presidenta Michelle Bachelet en marzo del 2015 semanas después que saliera a la
luz el Caso Caval[2]. En este
informe se plantea la importancia de “la formación cívica, para fomentar la
integridad, la ética y los derechos ciudadanos” (Sepúlveda, 2021, p. 31) y se
afirma que la Educación Ciudadana se orientará a fortalecer la democracia y la
ética a nivel de país. Como se expresa en el informe final, la comunidad
nacional debe trabajar por una formación que construya un trato más honesto,
respetuoso y solidario que consolide hábitos de responsabilidad y
transparencia, esta formación:
(…) debe
estar en el alma de nuestro sistema educacional, una que busque formar personas
con conductas éticas y democráticas, para que sea una institución clave en la
prevención de la corrupción, los conflictos de interés y el tráfico de
influencias. (Consejo Asesor Presidencial Contra los Conflictos de Interés, el
Tráfico de Influencias y la Corrupción, 2015, p. 90)
Si la normativa de un Plan de Formación
Ciudadana emerge como respuesta a los casos de corrupción se puede observar un
intento por restituir la confianza en la democracia representativa, la
respuesta institucional es educar a la población en ciudadanía, estableciéndose
una responsabilidad compartida para restituir la confianza en las autoridades
políticas.
Con respecto al encauce del discurso
estudiantil es importante comprender el rol que han tenido los y las
estudiantes secundarios en la crítica al sistema educativo chileno. Frente a
esta situación, se puede observar en el programa curricular de Educación
Ciudadana un intento por encauzar las formas de manifestación estudiantil, puesto
que el discurso de estos pareciera exceder lo que el Estado espera de sus
futuros ciudadanos. Pienso el contexto de la reforma educativa en vínculo con
la revuelta del 2019 (pese a que los programas se organizan de manera previa a
esta) y la fotografía de los y las estudiantes secundarios saltando el
torniquete al reclamar por el aumento del pasaje escolar y veo la creación de
la asignatura como un evento que no es azaroso, por el contrario, se expresa
como una respuesta política que busca reforzar los canales institucionales a
través de los cuales sí se pueden ejercer demandas. Distintos autores han estudiado
cómo frente a las crisis políticas se busca la implementación de este tipo de
asignaturas (autores como orellana (2009), Lozic y Manzano (2021), Mardones
(2018), entre otros), la asignatura se planifica como una respuesta a las
demandas frente a la crisis, la lectura de Derrida invita a pensar la
institucionalidad en los rasgos de la ciudadanía a educar, a observar el
lenguaje que los articula para así analizar quiénes resguardan su acceso y
planifican su enseñanza. Esto se observa en distintos objetivos y actividades
en los documentos curriculares, por ejemplo, la propuesta para elaborar un
coloquio donde se dialogue “sobre el tema propuesto para finalmente valorar al
Estado como comunidad política (2021, p.42) en el programa para tercero medio o
la plasmación de “la democracia como ideal de vida en sociedad” (2021, p. 47)
estableciendo a las elecciones como medio para alcanzarla, reforzando así los
canales a través de los que sí se puede ejercer voz política. Comprender los
privilegios que subyacen a la elección de estos valores ya dados posibilita
observar y dialogar sobre la democracia y la política de manera filosófica. La
asignatura discute conceptos como igualdad, diferencia, democracia,
responsabilidad y justicia, pero los plantea como ideas con horizontes
definidos y los limita a una asignatura. Pienso en la necesidad de abordar la Educación
Ciudadana desde la reflexión de Derrida sobre la filosofía, a través del
ejercicio crítico sobre sí misma, mediante el regreso sobre su título. Este
repliegue posibilita reconocer los privilegios que median su acceso,
reflexionar sobre ella de manera crítica y discutir también la naturalización
de su actividad. Si se reclama un derecho a la filosofía y a su enseñanza se
debe cuestionar quienes guardan y prohíben ese derecho, puesto que su ejercicio
se encuentra siempre mediado por la institucionalidad y la lengua, como expresa
Derrida: “no se dirá tampoco de ninguna comunidad que es filosófica, si no es
capaz de volver en todos los modos posibles sobre su vínculo fundamental”
(2023, p. 65), quizás todos los espacios de enseñanza tendrían que ser
convocados a lo mismo.
La lectura de Derrida abre, a partir del
reclamo sobre el derecho a la filosofía, perspectivas para pensar la educación
de manera crítica. La reforma curricular chilena otorga un lugar a la filosofía
(aunque, podríamos decir, pequeño), pero la presenta como una disciplina dentro
de un área limitada, con horizontes definibles, su carácter de apertura ha
posibilitado que en distintas ocasiones no se piense como una asignatura, sino
que se incluya desde su transversalidad, darle un lugar en un curso es
reconocer su carácter disciplinar, no obstante, no se puede dejar de lado la
tensión que esto ejerce, no se puede no considerar que “la filosofía no tiene
horizonte, si el horizonte es, como su nombre lo indica, un límite, si
<<horizonte>> significa una línea que encierra o delimita una
perspectiva” (2023, p. 65). Esta tensión intenta resolverse a través de la
propuesta de vínculos interdisciplinarios, no obstante, estos se encuentran
determinados por ejes evaluativos, se espera que dialogue la Filosofía y la Educación
Ciudadana desde la evaluación. Lo problemático aquí, el guiño al privilegio
enunciado por Derrida es que se hacen pasar por naturales las formas de
pensamiento detrás de la elaboración de cada documento. La enseñanza de la Filosofía
y de la Educación Ciudadana se constituyen desde una carencia, se cree a priori
que la nación carece de pensamiento crítico y de conocimientos sobre
ciudadanía, por lo que no se contempla lo que esta piensa.
Como se puede observar, el texto de Derrida, a
partir de la deconstrucción del sintagma “derecho a la filosofía”, nos
convoca a pensar de manera crítica las formas de conocimiento
institucionalizado que se presentan en la actualidad. Reflexionar desde esta
perspectiva sobre temas como: la problemática de la enseñanza de la Filosofía y
de la Educación Ciudadana, las políticas educativas que se han elaborado en
Chile durante los últimos años o la crisis educativa que se extiende no solo en
nuestro país, posibilita comprender sus limitaciones. La Educación Ciudadana establece
vínculos con la enseñanza de la filosofía, porque se relaciona de forma
constante con la igualdad, su discurso se fundamenta en el conocimiento de los
derechos humanos, que esperan igualar a una ciudadanía diversa y adherirse
política y éticamente a los tratados y acuerdos internacionales[3]. No
obstante, y siguiendo la lectura derridiana, la declaración de estos derechos
también se constituye desde una filosofía, se desarrolla a partir de la
creación de máximas que deben ser alcanzadas:
Habría que
decidir enseñarlas en las escuelas si queremos formar hombres libres, hombres
que sean lo que son y que sepan, no, que saben lo que son. Los hombres son
<<libres>> naturalmente, <<capaces de resistir al
despotismo>>, pero no lo son todavía (…) El tiempo de la enseñanza como
tiempo de la formación se aloja en el pliegue entre ese ya y ese no todavía,
ese indicativo y ese futuro o ese subjuntivo. (92)
Para Derrida aquí se expresa una contradicción,
puesto que se enseñan derechos humanos como la libertad al momento que se
declara a los individuos como naturalmente libres, esta enseñanza entonces
tendría que ser puramente filosófica o mayéutica, buscaría guiar al individuo
para que se dé cuenta de lo que es, sin embargo, incluso esta develación ya se
encontraría atravesada por una filosofía, así, el tiempo de enseñanza se
constituye como un tiempo de habilitación.
Podemos observar en esta última idea un vínculo
entre lo expuesto por Derrida y las ideas desarrolladas por Rancière en su obra
El maestro ignorante, la revelación del profesor Jacotot permite
entender que la enseñanza se fundamenta en la necesidad de traducir
conocimiento a quienes no lo entienden, por lo que se acerca más a lo que el
autor llama principio del embrutecimiento y no a lo que se podría entender como
principio de la emancipación (Rancière, 2014). Tanto para Derrida
como para Rancière la enseñanza se encuentra atravesada por el poder; para el
primero, el privilegio radica en la filosofía que se naturaliza en el
aprendizaje; para el segundo es la forma de embrutecer en búsqueda de la
opresión. Sería necesario entonces develar los lenguajes que se encuentran
detrás de esta filosofía, reconocer, por ejemplo, que la enseñanza de los
derechos humanos se constituye a partir de la elaboración de máximas de
cooperación y libertad, omitiendo la filosofía que se encuentra detrás de
ellas. Si los derechos humanos vienen a
regular las pautas de convivencia, adoptarlos sin una mirada crítica podría
significar la naturalización de estos.
Para comprender esta idea sirve la exposición
de la autora Vera Waksman (1998) quien plantea la relevancia de observar este
tipo de pautas éticas desde el cuestionamiento, no para criticarlos como forma
de lucha política, sino que para cuestionar –en el sentido de interpelar y
preguntar–, el discurso que está instalado en estos, que lo constituye como la
representación del consenso universal acerca de lo bueno y lo malo (1998, p. 45
– 46). Si se mantiene una actitud cuestionadora y problematizadora se puede
vislumbrar la idea de naturalidad que se encuentra en ellos, esa alusión a un
“supuesto orden previo”, puesto que naturalizarlos es “eliminar la libertad: si
fueran naturales, no habría más remedio que seguirlos, dejarían de ser una
creación, un proyecto humano” (p. 47). Para la autora la naturalización
conlleva un riesgo:
no sólo los
derechos humanos parecen naturales, sino también el sistema económico-político
que nos rige: la democracia liberal, el capitalismo, el realismo de mercado
parecen ser las formas que encajan de la mejor manera con lo que el hombre es (1998,
p. 47).
Por lo que la educación crítica no puede
basarse únicamente en la enseñanza de derechos, debe ser crítica en sí misma,
cuestionadora sobre sus propios límites y, volviendo a Derrida, sobre sus
propios privilegios.
Si se leen críticamente los documentos
curriculares, si se perfila una enseñanza de la Educación Ciudadana desde la
crítica se puede pensar en formas de educar a la ciudadanía fuera del dogma,
fuera de la pretensión de valores ya entregados, incluso se podría pensar, en
la decisión colectiva de pautas para participar desde la ciudadanía. Los
documentos curriculares se escriben desde una perspectiva asimétrica, se cree a
priori la necesidad de enseñar en derechos a quienes ya los poseen, pero los
desconocen, se piensa en la Educación Ciudadana como habilitación para la
ciudadanía, desde un horizonte etario y desde una visión adultocéntrica[4]. Faltaría
quizás la noción de los y las estudiantes, de los y las actores de la comunidad
escolar de lo que significa la ciudadanía, la elaboración de documentos educativos expone
el horizonte o el límite de su propia instrucción, se piensa la enseñanza
ciudadana desde la pretensión de la carencia, los y las estudiantes no saben
qué es ser ciudadanos o ciudadanas, por lo que se espera traducir, a partir del
embrutecimiento planteado por Rancière, este lenguaje, sin embargo, siguiendo a
Derrida:
Hay siempre
que –este es el comienzo de un enunciado prescriptivo—intentar evaluar cuando
hablamos filosofía, por ejemplo, el número y el lugar de todos aquellos que no
comprenderían nada o no demasiado. (…) estas diferencias son irreductibles,
ellas definen el campo mismo de luchas políticas para el progreso de los
derechos humanos y de la democracia; y tienen una relación esencial con la
experiencia de la lengua, con la escuela y la enseñanza de la filosofía. (2023,
p. 90)
Una visión crítica nos permite observar cómo se
omite que estos valores se fundan en ideas filosóficas, puesto que se declaran
para el individuo derechos como la igualdad, la libertad y la comunicación
elaborando enunciados prescriptivos sobre constataciones cuando lo que se está
realizando son enunciados performativos y declarativos, omitiendo o
invisibilizando cuestiones como que: “La declaración de los derechos humanos
implica una filosofía (…) pero también una filosofía de la filosofía, un
concepto de la verdad y de sus relaciones con la lengua” (90). De esta manera,
el acceso a la educación, a la ciudadanía, a la instrucción, al derecho y a la
filosofía se basa en una filosofía determinada y en una lengua específica, se
encuentra intermediado, obstaculizado y habilitado por distintos organismos e
instituciones que delimitan, legitiman y reproducen su acceso. Derrida no
critica la habilitación desde el lenguaje, pero sí la omisión de que existen
estos actores, esto es, la creencia de que podemos pensar sin abordar ese
privilegio, de que se puede enseñar, educar, formar, declarar o liberar sin
observar ni reconocer aquello que lo posibilita.
El análisis expuesto debe también contemplarse
para la Educación Ciudadana, puesto que su fundamentación pareciera omitir este
repliegue, el ejercicio deconstructivo nos permite observar las ideas veladas
en la construcción de la asignatura y abordar la enseñanza de estos valores a
través de una mirada crítica, como expone María Luisa Rubinelli (2008) sobre el
caso argentino:
La Formación
Ética y Ciudadana exige del docente una autoconciencia clara de los supuestos
axiológicos e ideológicos de su discurso y de sus prácticas. De lo contrario,
la enseñanza de lo ético se confunde con inculcación de un conjunto de normas o
valores y se deja de lado la reflexión sobre los mismos y su tratamiento
crítico. (p. 139)
Si se entiende la Educación Ciudadana como una
enseñanza que otorga los valores que se deben enseñar para abordar la
convivencia en un espacio colectivo, público y político, es necesario que la
docencia se mantenga en un ejercicio permanente de reflexión sobre los
contenidos y habilidades revisados. Rubinelli expone que las propuestas
curriculares en Argentina son eclécticas, puesto que “no definen cuál es la
concepción de ser humano que se quiere formar” (p.139) ni señalan los enfoques
teóricos, por lo que este apartado queda en el currículum oculto de la práctica
educativa.
Por otro lado, Brandi (2008) explica al
respecto que el problema radica en que la escuela se sitúa en la órbita del
Estado, pero debe “preparar para la inserción en la jerarquía de la producción
capitalista”, así mismo, ofrece igualdad formal, “pero estratifica y jerarquiza
la fuerza del trabajo”, “se expresa en un discurso de acuerdo con unos
principios liberales, pero se organiza en forma idéntica a las instituciones
sociales dominantes” (230), incluso la misma democracia se desarrolla bajo una
lógica de lo que la autora llama el “aprendizaje del desdoblamiento” puesto que
esta se puede practicar en algunos contextos, pero en otros no (230). Así, lo
que se imparte sobre ciudadanía en la escuela pareciera erigirse desde valores
como “el individualismo, la competitividad, y la insolidaridad, la igualdad
formal de oportunidades y la desigualdad natural de resultados en función de
capacidades y esfuerzos individuales” (229), problemas que nacen desde el
asumir la escuela como un espacio que es igual para todos y todas, cuando la
realidad dista de esta hipótesis.
La lectura de los múltiples significados que
observa Derrida con respecto al derecho a la filosofía y al privilegio que esta
tiene tanto en su acceso como en su realización institucional, permite
encontrar otros espacios, también educativos, donde se expresa este mismo
privilegio. Estos espacios en los que se puede entrever la disonancia son los
que deben revisarse de forma constante, la observación de la enseñanza de la
filosofía y la ciudadanía posibilitaría una comprensión crítica de conceptos
filosóficos, una deconstrucción de las ideas y temas que se abordan en dichas
disciplinas. Sin embargo, este acercamiento no es directo, no es derecho a la
filosofía, para Derrida, la forma en que accedemos es o debe ser de manera
indirecta, desde el rodeo, mediante repliegues, reconociendo sus horizontes y
habitando constantemente sus límites, porque:
A través de
la filosofía y de la ciencia (…), a través del Estado. No hay instancia pura.
El pensamiento, palabra que titula solamente la posibilidad de ese
<<no>>, debe inclusive, en nombre de una democracia siempre por
venir como posibilidad de este <<pensamiento>>, interrogar sin
descanso la democracia de hecho, criticar sus determinaciones actuales,
analizar su genealogía física, en fin, deconstruirla: en nombre de la
democracia cuyo estar por venir no es simplemente el mañana o el futuro, más
bien es una promesa de acontecimiento y el acontecimiento de una promesa. (2023,
p. 100)
Naturalizar el ejercicio filosófico es
complejo, porque omite los actores que posibilitan y habilitan su acceso, pero
también porque desdibuja un límite que pareciera llenarse de privilegio en sí y
estar atravesado constantemente por intereses diversos todos realizados,
sostenidos y mantenidos a través del lenguaje, ¿qué sucede entonces con el
ciudadano o ciudadana analfabeto? ¿qué pasa con el sector de la población para
quien la lengua en la que se presentan sus propios derechos es, por
desigualdad, inaccesible? ¿cómo se espera enseñar programas curriculares si se
le exige al estudiantado ya estar habilitado para comprender los contenidos y
habilidades que ahí se expresan? ¿cómo se espera enseñar a ser ciudadanos y
ciudadanas, a ser libres suponiendo que existe igualdad en el acceso a estas
ideas fundamentales? La naturalización de estos conocimientos dificulta y
limita la enseñanza de una perspectiva crítica, habilidad que se espera
desarrollar en los años escolares, ya que define lo que se entiende por esta a
partir de la elaboración de conceptos y actitudes, pero no contempla el
análisis y la lectura de la filosofía que se encuentra tras estos conceptos.
Si se quiere realmente impulsar el pensamiento
crítico en la escuela es urgente ahondar en los derechos y privilegios que
atraviesan los conocimientos que allí se enseñan. Ideas como la transversalidad
de las “habilidades para el siglo XXI”, invisibilizan que los conocimientos y
habilidades propuestos en los documentos curriculares se encuentran mediados
por un lenguaje, han sido pensadas y elaboradas por quienes creen que ciertas
habilidades son necesarias. Así mismo, el que ya no se enseña en Chile en tercero
y cuarto medio la asignatura de “Historia”, y que esta sea reemplazada por Educación
Ciudadana a individuos que aún no se constituyen, por definición, en ciudadanos
y ciudadanas, devela las decisiones que se juegan detrás de la planificación
curricular. La reflexión de Derrida nos permite entender las ideas que se
encuentran al seleccionar los conocimientos enseñables. Así, la indagación del
lenguaje que fundamenta las políticas educativas, que se encuentra detrás de
las filosofías enseñadas, detrás de los conocimientos y habilidades propuestos
exige una lectura crítica y filosófica de sí mismo, se llena de urgencia. Es
nuestro trabajo, en el ejercicio deconstructivo, develar quiénes, en esa
declaración de derechos humanos, en esa definición de ciudadanía, en esa
elaboración de documentos curriculares son efectivamente iguales, y no iguales
en un sentido pasivo, sino que, como expresa Rancière, debe ser “una igualdad
en acto, comprobada a cada paso por estos caminantes que, en su atención
constante a ellos mismos y en su revolución sin fin en torno a la verdad,
encuentran las frases apropiadas para hacerse comprender por los otros” (2003,
p.42).
Arellano,
A. (2015). El historial financiero de CAVAL: el meteórico ascenso de la empresa
de Compagnon y Dávalos. Ciper Chile. https://www.ciperchile.cl/2015/02/26/el-historial-financiero-de-caval-el-meteorico-ascenso-de-la-empresa-de-compagnon-y-davalos/
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[1] La cursiva se utilizará cuando se haga referencia a Educación
Ciudadana, Filosofía o Historia como asignaturas.
[2] El caso Caval investiga presuntos delitos de corrupción que giran
en torno a la empresa Exportadora y de Gestión Caval Limitada. Generó revuelo
porque se acusaba al hijo de la presidenta Michelle Bachelet, Sebastián
Dávalos, de haber ayudado en la obtención de un crédito a la empresa Caval,
cuya dueña es su esposa. Dávalos fue sobreseído por falta de pruebas (Arellano,
2015).
[3] La UNESCO ha sido una de las instituciones que ha trabajado para
impulsar la Educación Ciudadana. El 2015 se elabora una Guía para la Ciudadanía
Mundial que espera impulsar una noción de ciudadanía que no se establezca en
las fronteras nacionales, sino que enseñe “un sentido de pertenencia a una
comunidad más amplia y a una humanidad en común” (UNESCO, 2015, p. 14).
[4] Si bien el término “adultocentrismo” ha
sido abordado por distintos autores, lo entenderemos en este ensayo a partir de
las ideas de Duarte (2012) quien lo define como un sistema de dominación que
delimita accesos y clausuras a ciertos bienes a partir categorías etarias y la
relación entre estas y sus posiciones en la estructura social. Para Duarte es
un sistema de dominación, ya que asienta las capacidades de decisión y control
social, económico y político para quienes tienen roles definidos como inherentes
a la adultez y para quienes desempeñan roles definidos como subordinados:
niños, niñas, jóvenes, ancianos y ancianas. Así, la infancia se observa como
una transición hacia la adultez, una etapa carente de ciertos rasgos que deben
ser obtenidos desde la educación.