Saberes y prácticas. Revista de Filosofía y Educación / ISSN 2525-2089
Vol. 9 N° 2 (2024)/ pp. 1-5 / Licencia Creative Commons
Sección Comentarios de Libros / Anticipo de Publicación
Centro de Investigaciones Interdisciplinarias de Filosofía en la Escuela (CIIFE),
Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Cuyo, Argentina.
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Tapa Tramas
                de la filosofía: ocho recursos en busca de profesores

El surgimiento de la escuela nueva en Mendoza Fundamentos de su propuesta educativa

Nora Alejandra Fernández

 EA ediciones, 2024. Archivo Digital. ISBN 978-631-00-5565-7


Identificador ORCID de la autora Adriana María Arpini

Consejo nacional de investigaciones Científicas y técnicas (CONICET);

Universidad Nacional de Cuyo, Argentina.

adriarpini52@gmail.com

Prólogo

Las prácticas de enseñanza y aprendizaje se encuentran mutuamente implicadas en la relación que supone el encuentro entre quien enseña y quien aprende. La cuestión de «las relaciones educativas» constituye el tema central de todas las disciplinas que se ocupan de la educación, desde la Filosofía hasta la Didáctica, desde la Pedagogía hasta la Historia de la educación y las Teorías de la comunicación. Según las concepciones más tradicionales, esa relación, aun cuando está mediada por el amor, es asimétrica y jerárquica, pues el/la educador/a es quien conduce, cría, alimenta al educando/a, y este/a recibe de manera más o menos pasiva el alimento. Es un modelo paternal –paternalista– en que la figura del «padre», o eventualmente la «madre», constituye el paradigma de lo que el/la niño/a o el/la joven llegará a ser. El hijo/a repite al padre/madre en una relación que aparece como disociada de las tensiones y contradicciones de la realidad histórica. Relación en que la preeminencia del padre/madre es ideológicamente justificada como ajustada a la reiteración de los ciclos de la naturaleza. Desconoce el valor de la novedad, la reprime y busca incorporar al otro en lo mismo.

Ahora bien, si se agudiza la mirada es posible reconocer que aquel modelo paternal está ya atravesado por la historicidad propia de las cosas humanas. Es posible advertir también que el/la niño/a no es repetición sino novedad. Como ha señalado Hannah Arendt, la natalidad no se refiere sólo al hecho biológico del nacimiento, sino al hecho específico, distintivo de los humanos, de introducir la novedad en el mundo. Es decir, al hecho de que, como seres libres, los humanos somos criaturas capaces de interrumpir el ciclo de la mera reproducción biológica, lo cual pertenece al orden de la historicidad. En efecto, el mismo modelo de la repetición es un hecho histórico. No se trata en este caso de desconocer la importancia del legado construido por generaciones y que debe ser transmitido a los nuevos. Se trata más bien del modo en que los nuevos reciben y recrean lo que les es legado, para hacer con ello algo diferente, nuevo.

Simplificando, podemos decir que las teorizaciones acerca de las “relaciones educativas” pueden configurarse conforme al patrón de la repetición de lo mismo, cuyo centro es el modelo a seguir, la figura del padre –fortuitamente de la madre– o su sustituto, el maestro/a; o bien se organizan en torno a la posibilidad de introducir la novedad en la historia, colocando en el centro de la escena educativa al/a niño/a o joven.

Una consideración de las «relaciones educativas» desde su historicidad permite reconocer que el/al educador/a no es necesariamente un modelo a repetir, ni el/la educando/a es un objeto que puede modelarse a imagen y semejanza del padre/madre. Al contrario, el/la educando/a es el verdadero sujeto de la educación y ha de colocarse en el centro de la relación. De modo que esta se multiplica, se vuelva dinámica e intercambiable, ya que los sujetos que intervienen en ella, con distintos equipajes, se encuentra unas veces en posición de educando y otras en posición de educador, se enriquecen y se forman mutuamente, haciendo de la relación educativa un espacio para el reconocimiento, el enriquecimiento y la creación.

Sobre este tipo de relaciones trata el libro que el lector tiene a la vista –y que merece una lectura atenta por parte de especialistas y legos. Nora Alejandra Fernández vuelca en él los resultados de su investigación acerca del surgimiento de la Escuela Nueva en nuestro país y especialmente en Mendoza, como un movimiento intelectual y pedagógico que desafió los paradigmas tradicionales de constitución de la relación educativa. 

Nora Alejandra Fernández (1964) es mendocina, estudió en la Escuela del Magisterio y en 1982 obtuvo el título de Bachiller Pedagógico. Recuerda sus años de secundaria como una etapa de contrastes entre el silencio represivo de la institución educadora –eran los años de la dictadura cívico-militar– y el diálogo franco con un padre comunista en un hogar que califica como “de izquierda”, justamente porque allí se podía dialogar de cualquier cosa: historia, política, religión y también de las inquietudes propias de una adolescente. Decide estudiar el profesorado de Historia con el afán de transformar el mundo con las herramientas de la educación. Sin embargo, su experiencia en la Universidad responde escasamente a sus expectativas. En esos años, entre 1983 y 1989, la relación pedagógica en la mayoría de las cátedras se establecía dentro de los cánones más tradicionales, con limitados espacios para dialogar y disentir. Desde 1990 comienza a ejercer la docencia en escuelas de la provincia que selecciona entre aquellas a las que asisten los “chicos desfavorecidos”. Sabe qué enseñar, pero se siente insegura respecto de cómo hacerlo. Su experiencia en la escuela 4-049 Alberto Rodríguez de Guaymallén le permite conocer y profundizar en el “Programa de enriquecimiento instrumental de aprendizaje mediado” ideado por Reuven Feuerstein, educador judeo-rumano que trabajó con los niños del Holocausto y desarrolló una Teoría de la Modificabilidad Estructural Cognitiva, según la cual todas las personas, incluso aquellas con necesidades específicas y dificultades de aprendizaje, pueden desarrollar su potencial. En esto el programa acuerda con Vygotsky en la afirmación de que la inteligencia no tiene coeficiente y el desarrollo se da de manera dialéctica y compleja a través de la transformación de las competencias por medio de la interrelación de factores internos y externos y de procesos de adaptación que trascienden las barreras que enfrentan los niños. Habiendo recibido entrenamiento en los dos primeros niveles del programa, Nora Alejandra Fernández es contratada como Formadora Independiente por la Universidad de San Juan para capacitar a docentes en el conocimiento y manejo del programa. Realizó el tercer y cuarto niveles de formación en el programa y la crisis del 2001 puso fin a esta experiencia. Es entonces que se decide a iniciar actividades de investigación en un ámbito que le permita conjugar su formación como historiadora y su vocación como decente, con la convicción de que un buen docente debe ser también un buen investigador.

Nora Alejandra Fernández conocía y admiraba la trayectoria de la docente mendocina Florencia Fossatti. En sus investigaciones descubrió que las inquietudes de aquella maestra que no eludía el compromiso social y político, eran sus propias inquietudes. Así comenzó su exploración acerca del movimiento de la Escuela Nueva en Mendoza, bajo la comprensiva y erudita orientación de Clara Alicia Jalif de Bertranou. Se inscribió en el Doctorado en Educación y aprobó los cursos obligatorios y otros optativos. Descubrió la importancia de tomar una opción epistemológica coherente con los interrogantes que se abrían en su investigación y con los objetivos de la misma. Se decidió por aquella que amplía el campo teórico a los procesos históricos y sociales, donde el sujeto que investiga no es un mero observador externo, sino parte constitutiva de una realidad compleja y en movimiento, en la que se juegan tanto la intrincada constitución histórica de la identidad como la necesidad de criticar lo instituido y poner en juego el ejercicio de las funciones utópicas, a través de las cuales se manifiesta la contingencia del presente y la posibilidad de proyectar alternativas. 

Nora Alejandra Fernández encuentra que esa tensión entre construcción identitaria y proyección transformadora de la realidad forma parte de las prácticas de quienes integraron el movimiento escolanovista. Así se pone de manifiesto a través de sus escritos y publicaciones en periódicos, revistas, folletos, folletines y ensayos. Los cuales, si bien caen fuera de la sistematicidad exigida por la academia, no carecen de rigor intelectual, aguda reflexión y fina argumentación. Le interesan en especial las revistas, porque, a diferencia de la prensa que busca informar, en las revistas se abre el espacio para el intercambio, la confrontación, el debate. Allí se expresa el campo de interés, los ideales e ilusiones de un grupo, de una generación. “Las revistas –dice la autora– pueden ser consideradas como texto y como historia. Registran rupturas y continuidades poco perceptibles para el cuerpo social en tanto caja de resonancia y también como tribuna legítima de los debates que acontecen en la época”.

 Una experiencia semejante lleva adelante junto a una colega psicopedagoga, con la creación de la Revista Así Educamos. La revista no dependía de ninguna institución, así que debieron crear una suerte de asociación para financiarla, se llamó Millcayac y tuvo como principal auspiciante al gobierno provincial con la mayor pauta publicitaria. Paralelamente organizaron un programa de radio semanal con el mismo nombre, de una hora de duración, pero sólo pudieron sostenerlo durante un mes, porque no consiguieron publicidad.

En su investigación, Nora se detiene especialmente en el análisis de dos revistas impulsadas por el movimiento escolanovista: Ensayos (1929) y Orientación (1932-1933). Ambas creadas y dirigidas por quienes fueron animadores/as principales del movimiento en Mendoza: Florencia Fossatti, Néstor Lemos, María Elena Champeau, Adolfo Atencio, Luis y Filomena Codorniú Almazán, Américo D’ Ángelo, Roberto Cherubini, entre otros. No son sólo educadores, sino intelectuales con sólida formación que intervienen con voz propia en los debates acerca de los fundamentos filosóficos, antropológicos, éticos y políticos de la educación. En su universo discursivo circulan las voces de filósofos, psicólogos y pedagogos destacados: J. J. Rousseau, Johann H. Pestalozzi, Ovide Decroly, John Dewey, Jean Piaget, María Montessori, Edouard Claparède, Pierre Bovet, Adolphe Ferrière, Celestine Freinet. Todas esas voces, que se plasman de manera directa o indirecta en las páginas de la revista, dan consistencia a la argamasa teórica que sustenta un conjunto variado de ideas y posicionamientos coincidentes acerca de la necesidad de renovación de las prácticas educativas. “Sus planteos básicos –remarca Nora Alejandra Fernández– concebían al alumno como centro del proceso educativo y propugnaban la democratización de la escuela, en especial de la relación maestro-alumno. La emergencia del alumno como sujeto pedagógico y su centralidad en la relación pedagógica fue parte del proceso generalizado de emergencia de nuevos sujetos sociales [en la provincia y en el país] y del reclamo de transformación e integración que hacían necesario. Una transformación acotada y con limitaciones, pero contundente, fecunda e irreversible, porque continuó hasta el presente, más allá de las oposiciones y resistencias iniciales”.

Se trata, como decíamos, de una investigación acerca de la «relación educativa» en un determinado momento de la historia nacional y regional. La indagación es encarada con las herramientas teórico-metodológicas de la Historia de las ideas y tiene como principal objeto de estudio las mencionadas revistas Ensayos y Orientación. A través de los textos publicados en ellas, Nora Alejandra Fernández recrea los saberes y las prácticas de quienes apostaban a una renovación y democratización de la educación en un contexto que no siempre fue favorable a los cambios. Al contrario, debieron enfrentar y resistir intereses y tensiones económicas, políticas y sociales. Dado que los posicionamientos teóricos no son ajenos a las incertidumbres de la realidad histórica, cabe destacar la habilidad de la autora para deslizarse entre unos y otras componiendo un relato del pasado que vive en el presente, como parte constitutiva de la propia identidad y como inquietud proyectada al futuro, que horada el horizonte de lo posible.

 

Enero de 2024, en Mendoza.

Bajo los efectos del cambio climático.