Artículos
La trama epistolar de la América Poética
The Epistolary Weave of the América Poética
La trama epistolar de la América Poética
Cuadernos del CILHA, vol. 20, núm. 2, pp. 15-38, 2019
Universidad Nacional de Cuyo
Recepción: 16 Abril 2019
Aprobación: 25 Abril 2019
Resumen: Este artículo aborda las cartas recopiladas en el Archivo del Dr. Juan María Gutiérrez. Epistolario (Moglia y García, 1987) que se refieren a la antología América Poética (editada por Gutiérrez desde Valparaíso entre 1846 y 1847). Creemos que, aunque muy estudiada hasta la fecha (Auzá, Campra, Sarlo, Pas, entre otros), la América Poética aún no se ha pensado desde sus cartas, es decir, como uno de los objetos culturales surgidos de una red que ofició de contención social, “moral” y cultural para gran parte de los exiliados románticos perseguidos por Rosas. Las cartas fueron el instrumento fundamental, causa y efecto, para que esa red se gestara y se materializara en objetos de producción cultural (prensa, libros, antologías). Gutiérrez fue el nodo central y condición sine qua non a partir del cual pudieron articularse los elementos de la red: los contactos, los amigos vinculados pero dispersos geográficamente, los envíos bibliográficos, el entramado de un circuito intelectual que se inventó a sí mismo como el origen programático de una historiografía y de una nación. En este sentido, el presente artículo se nutre de la línea crítica propuesta por Claudio Maíz y Álvaro Fernández Bravo (2009), según la cual el “foco de lectura oscila entre la red como objeto (tráfico, circulación de textos e ideas, formación de una coalición) y las voces particulares de sus participantes (que son, naturalmente, nuestro objeto principal)” (12).
Palabras clave: América Poética, Juan María Gutiérrez, Epistolario, Red, Exilio.
Abstract: This paper analyzes the letters included in Archivo del Dr. Juan María Gutiérrez. Epistolario (Moglia y García, 1987) that refer to the anthology América Poética (edited by Gutiérrez from Valparaíso, Chile, between 1846 and 1847). Although already very studied (by Auzá, Campra, Pas, Croce, among others), the foundational América Poética has not yet been read from its letters. Taking into account Claudio Maíz and Alvaro Fernández Bravo previous researches, the main hypothesis of this article is that, as these letters express, América Poética has had an essential role among anti-rosistas exiles. It has not only allowed them to stay connected to one each other, but it also has been cause and effect for the consolidation of a tight net of reciprocate support during exile.
Keywords: América Poética, Juan María Gutiérrez, Epistolary, Net, Exile.
Introducción
Existe un género fundamental en ese momento queera la correspondencia. Generalmente suele serdeslumbrante. Frente a la censura victoriana,en la correspondencia se decían cosas queno aparecen en otro lado”. David Viñas.
En 1846, el poeta, redactor y publicista argentino Juan María Gutiérrez –proscripto del régimen rosista como la mayoría de los intelectuales de la Generación del ‘37 (Juan Bautista Alberdi, Esteban Echeverría, José Mármol, Luis Domínguez, entre otros)– lanza desde la editorial El Mercurio en Valparaíso la América Poética. Colección escogida de composiciones en verso escrita por americanos en el presente siglo con noticias biográficas y juicios críticos. Como explica Néstor Auzá, dicha antología sale a la venta a lo largo de un año y medio (desde febrero de 1846 hasta junio de 1847) en fascículos de 48 páginas, que son enviados a los suscriptores a medida que se van publicando. Los fascículos llevan paginación corrida y están ordenados alfabéticamente. El resultado final es un libro de más de 800 páginas, con 455 poesías escritas por 53 autores hispanoamericanos. En 1866 sale una segunda edición, con algunas correcciones y mejoras.
En los tomos I y II de los cinco que componen el Archivo del Dr. Juan María Gutiérrez. Epistolario, se registran más de 60 cartas en las que aparece, al menos mencionada, la América Poética. En algunas, la antología es el tema central (esto ocurre por lo general en las cartas escritas por “conocidos”) mientras que en otras (las que Gutiérrez intercambia con sus amigos, más extensas e íntimas), la América Poética es un tema entre otros. ¿Cómo es narrada la América Poética en estas cartas? ¿Qué muestran dichas cartas de la trastienda del proyecto: sus motivaciones, temores, esperanzas e intereses? ¿En qué contexto epistolar se inserta la “conversación” sobre la antología? Y, alejando un poco más la lente, ¿qué nos dicen estas cartas sobre este grupo de intelectuales latinoamericanos de mediados del siglo XIX?, ¿qué tipo de vínculos los conectaban y cómo los construían?, ¿qué función tenía la epistolaridad en dicha socialización? Este artículo avanza a partir de algunas preguntas que, creemos, no han sido del todo atendidas hasta hoy por las lecturas críticas en torno a esta antología.
La América Poética leída desde su trama epistolar resulta indisociable de algunas cuestiones cruciales en la vida de Gutiérrez (y de muchos de los poetas colaboradores de la antología). Entre ellas: la lucha contra el aislamiento social, el achatamiento cultural y la abulia consecuentes de su exilio; la necesidad de labrarse medios de manutención; el afán por integrarse a la cultura de recepción y ganar honorabilidad y prestigio intelectual, la avidez por recomponerse socialmente, por no perder –o perder menos– los afectos del lugar de origen. Creemos que la América Poética es la concreción en objeto de una red que ofició de contención social, “moral” y cultural para gran parte de los exiliados románticos perseguidos por Rosas. Las cartas fueron el instrumento fundamental, causa y efecto, para que esa red se gestara y se materializara en objetos de producción cultural (prensa, libros, antologías). Gutiérrez fue el nodo central y condición sine qua non a partir del cual pudieron articularse los elementos de la red: los contactos, los amigos vinculados pero dispersos geográficamente, los envíos bibliográficos, el entramado de un circuito intelectual que se inventó a sí mismo como el origen programático de una historiografía y de una nación. En este sentido, el presente artículo se nutre de la línea crítica que Claudio Maíz y Álvaro Fernández Bravo han propuesto en su libro Episodios en la formación de redes culturales en América Latina (2009). Tanto en los trabajos allí reunidos como aquí: “El foco de lectura oscila entre la red como objeto (tráfico, circulación de textos e ideas, formación de una coalición) y las voces particulares de sus participantes (que son, naturalmente, nuestro objeto principal)” (12).
Gracias a las cartas pudo surgir dentro de este sector de la élite letrada (en verdad, un grupo muy pequeño de emigrados altamente productivos) un sentido de comunidad (a pesar de las distancias) y un entorno de contención simbólica: una imaginada América. Estas cartas en torno a la América Poética arman un conjunto con zonas de intersección con otro gran corpus: las cartas del exilio. Para ambos conjuntos resulta válida la reflexión de Adriana Amante: “Todas las cartas enviadas por los desterrados arman una red de contactos afectuosos y políticos. Internacionales. Circulan entre Buenos Aires y Rio de Janeiro, para Montevideo desde La Paz o Sucre, desde Santiago de Chile hacia París. La correspondencia es el verdadero topos del encuentro” (509, 2003). La epistolaridad dio cauce a la avidez por comunicarse y conectarse, al deseo de ayudar a los amigos, a la convicción de tener una misión ante la patria, un deber y un derecho para con el resto del grupo. La grandilocuencia propiamente romántica de algunas ilusiones les permitió contrarrestar las circunstancias adversas: estar fundando un país y una historiografía, estar viviendo un momento inaugural. Se trató, para decirlo de un modo redundante, de un presente en donde el futuro estaba todo el tiempo presente[1]. Ahora bien, ¿cómo se significan estos procesos en el epistolario? Al rastreo y al entendimiento de la construcción de esos significados se dedican las páginas que siguen, pues creemos que existe en esta trama epistolar “una regularidad entre los tipos de enunciación, los conceptos, las elecciones temáticas”, es decir, una formación discursiva (62, Foucault).
La América Poética en tanto red
Los estudios sobre esta antología escritos hasta la fecha han hecho aportes muy valiosos y diversos. Se ha hablado de la coherencia entre proyecto literario y el proyecto político (Campra, 1987), de la representatividad de la América Poética (Auzá, 1992), del profundo americanismo de Gutiérrez (Amante, 2003), de las diferencias en sus roles de editor/ relator/ antologador (Pas, 2010).
Por su parte, Fernández Bravo piensa la América Poética como “un proyecto de emancipación americanista que apuesta por la ruptura con España, aunque no con el pasado colonial” (85). Señala que museos y antología tienen un dispositivo pedagógico pues ambos “reúnen y exhiben en torno a un eje común con conjunto heterogéneo al que dotan de unidad” (85). Asimismo, la América Poética funciona en un doble registro: “por un lado, seleccionan y exhiben ciertos autores haciendo pública su obra (…) a través de un principio organizativo. (…). Por otro lado, las antologías de poesía operaron como depósitos donde quedaba almacenado el patrimonio cultural” (86). Se trata –y aquí Fernández Bravo sigue la línea iniciada por Hugo Achugar en su artículo sobre “parnasos fundacionales”– de “pruebas de una fábula de identidad en construcción” (87). Exhibición y depósito son, entonces, las dos funciones principales de la antología: “producen tanto como registran el evento al que aluden” (87). Tanto en la antología de Gutiérrez como en otras de la época, la literatura se torna “herramienta de cohesión”: la “poesía es imaginada como arma para re-unir aquello que fue dividido, el cuerpo fragmentado por la Independencia que ahora necesita ser imaginado como una totalidad” (90). La antología, en tanto empresa coleccionista de poesías dispersas reunidas en un libro común, “entraña también una política de apropiación, re y descontextualización y una alianza entre aquello que se apropia y los referentes representados” (100).
Más allá de la antología, Eugenia Molina, al estudiar la red de emigrados argentinos a través de la prensa periódica y las “prácticas relacionales del romanticismo en la configuración de la nación argentina” (77), plantea que existió un “alto grado de cohesión de la red de emigrados: escribían en los mismos periódicos, misma experiencia de exilio, mismos ámbitos de sociabilidad” (87). En sintonía con estas ideas, Claudio Maíz propone que “los principales animadores del mundo intelectual hispanoamericano han sido fundadores, redactores y editores de periódicos y revistas literarias” (79, 2011). Dichos animadores lo fueron en tanto y en cuanto generaron redes de difusión (eventos o publicaciones), “un tipo de interconexión cuyo principal objetivo es la propagación de la producción intelectual de los miembros” (79, 2011). Así, por ejemplo, la América Poética puede pensarse como “eje de religación”, como red y como “registro de un momento de la cultura (…) del clima intelectual imperante”, no sólo por las ideas estéticas que sus poemas cultivan sino, más que nada, porque a través de ella puede rearmarse “la densidad del movimiento estético, la trama de relaciones, amistades, contactos y correspondencias” (76, 2011). Ahora bien, no todo grupo de intelectuales conforma una red: para que ello sea debe ser posible, debe darse la identificación de “un objetivo común, un lenguaje más o menos homogéneo y las políticas de amistad que anima las relaciones (...) la dinámica de sus vinculaciones” (76, 2011). Entonces, se pregunta Maíz: “¿cómo definir el alcance de la red y sus límites? (…) ¿Cuál sería el provecho de simplemente recrear los contextos de los sistemas de religación? ¿Cómo abordar un objeto contingente y atravesado por la diferencia?” (12, 2009):
La red tiene una naturaleza dinámica e inestable que conecta puntos distantes entre sí y articula un territorio cultural de fronteras menos estables y tangibles que la nación. Las redes son por naturaleza elásticas y porosas. Nos interesa como categoría por la dimensión transnacional y policéntrica, postsubjetiva y coral, y por lo tanto apropiada para dar cuenta de literaturas como las latinoamericanas, en formación y atravesadas por la errancia y el exilio (13, 2009).
Este trabajo se nutre de esta línea teórica y se propone echar luz sobre un fragmento acotado de una red en particular: aquella que se ha conformado gracias a Juan María Gutiérrez, a través de la epistolaridad, y a propósito de la América Poética, a sabiendas de que “formar o no parte de la red no es inocuo´” (81, 2011).
El corpus
Habría varios criterios posibles para organizar este corpus epistolar de más de sesenta cartas[2]. Si nos guiamos por sus fechas, podrían armarse dos grupos: las cartas previas al lanzamiento de los fascículos (entre julio de 1845, primera mención, y enero de 1846) y las cartas escritas durante su lanzamiento (desde febrero de 1846 hasta julio de 1847). Asimismo, se las podría agrupar a partir de su lugar de origen: cartas escritas por emigrados en Brasil[3], cartas emitidas desde Montevideo o desde Lima. Un tercer criterio posible podría ser subdividir el corpus a partir del grado de confianza entre sus actuantes: habría entonces cartas entre amigos (las que Gutiérrez intercambia con Vicente Fidel López, Félix Frías, Luis Domínguez, Sarmiento, Mármol y, sobre todo, con Esteban Echeverría) y las cartas de “conocidos” o “contactos” (aquellas que Gutiérrez recibe de los poetas colaboradores latinoamericanos). Las cartas de y para los amigos ofrecen material más personal, están escritas en un registro lingüístico familiar y abordan temas que dan cuenta de un grado alto de intimidad y confianza. En cambio, las cartas que Gutiérrez recibe de los poetas colaboradores suelen ser más cortas, de tono más formal, ceñidas a las pautas del género epistolar y centradas casi exclusivamente en la América Poética. Tomaré como criterio ordenador este último, el tipo de vínculo entre los actuantes, pues creo que es el más funcional para pensar la América Poética como la formación de una red de sociabilidad[4]. Independientemente de la relación entre narrador y narratario, hay cuatro temas –distinguibles uno de otro pero interdependientes– que aparecen en todas estas cartas: 1. la noción de grupo o comunidad que se genera a partir de la América Poética, 2. los padecimientos del exilio, 3. los lazos de amistad y expresiones de afecto y 4. los encargos bibliográficos.
Cartas de conocidos
Antes de adentrarnos en este fragmento del corpus (el más extenso en cuanto a número de cartas, más de 40) es necesaria una aclaración: mientras que el Epistolario reúne varias cartas escritas por Gutiérrez a sus amigos, casi no contiene, en cambio, aquellas que enviara a los colaboradores o conocidos. ¿A qué se debe esta disparidad? Una explicación plausible es que las cartas privadas (las importantes para el autor en general) eran escritas primero en borrador –y éstas son las versiones autógrafas conservadas en su archivo– y luego pasadas en limpio o copiadas (la versión “limpia” era la enviada al receptor). Lo mismo ocurría con los poemas y los ensayos. A diferencia, las cartas más breves y “burocráticas”, dirigidas a los conocidos, eran enviadas en su primera versión, sin que quedara un borrador o versión autógrafa en manos del emisor.
En las cartas de conocidos, los envíos bibliográficos suelen ser el motivo de la escritura: cada colaborador le envía a Gutiérrez poemas y datos biográficos (suyos y/o ajenos). En general, si aparecen otros temas, suelen ser tratados con poca profundidad y/o de manera retórica, como parte de las reglas de cortesía del género[5] (y, por supuesto, el interés de este material no se limita a las cuatro recurrencias aquí señaladas)[6]. Por ejemplo, respecto de la amistad, lo más frecuente en las cartas de conocidos es hallar un uso protocolar de la noción de amigo y sus derivados. Veamos algunos ejemplos (transcriptos siempre respetando la ortografía original): 1. De Juan Godoy, desde Santiago, carta del 23/9/45: “Concluyo ofreciendo a V. sin restricción alguna lo mui poco que valgo i rogándole me suscriba por un ejemplar de su publicación me repito de V. su afmo compatriota i amigo Q.B.S.M” (15). La referencia a la poca valía debe tomarse también retóricamente, como un rasgo de las reglas de cortesía de la época. 2. De Juan Ramón Muñoz, desde Cochabamba, carta del 25/10/45: “Con singular placer he recibido su carta del 20 de septiembre p. p. y un ejemplar del Prospecto de la América Poética, obra que va V. a publicar y cuyo solo anuncio asociado a su famoso nombre ha adquirido ya mucha popularidad en Bolivia. Ésta, querido amigo, es una nueva palma que va V. a ceñir para la dolorida y marchita sien de nuestra cara patria. (…) No terminaré esta carta sin asegurar a V. que he sido y soy su verdadero amigo / que para estrecharnos nos ligan vínculos de una simpatía la más fuerte” (24-25). 3. De Juan García del Río, desde El Callao, carta del 12/1/46: “Viva V. persuadido de que tan pronto como me sea dable remitiré cuanto pueda contribuir al logro de la empresa que se propone; i de que me será siempre mui grato corresponder a la amistad, con que ya quiere V. favorecer a su servidor y amigo” (43). 4. De Salvador Sanfuentes, desde Valdivia, carta del 12/3/46: “V. comprenderá fácilmente cuán grata debe haberme sido la promesa de su amistad espresada en un lenguaje tan franco como el que V. ha usado en la apreciable que contesto. No dudo que su América Poética comprenderá bajo todos respectos al esmero de V. i a las esperanzas que hace concebir su nombre puesto al frente de ella”. Tras varios párrafos en los que redacta, con tono muy retórico y engolado, un resumen de su vida (Gutiérrez le ha pedido, como a todos los colaboradores, que le envíe sus datos biográficos), Sanfuentes concluye: “Aprecio debidamente sus ofrecimientos i no los olvidaré en lo sucesivo. Entretanto, créame que bien me sea dado conocerle dentro de poco tiempo o bien la suerte nos tenga todavía distantes por algunos años, será para mí una fortuna el continuar cultivando siempre su amistad” (50). 5. De José Ignacio Piedrahita, desde Guayaquil, el 12/4/46: “Sensible yo sobremanera a la prueba de amistad que él me ha dado introduciéndome a la de V., no he podido menos que experimentar las más vivas emociones” (56)[7]. Esta última carta es interesante, también, porque se propone, ella misma, como un ejemplo de escritura poética. Piedrahita es un poeta amigo de Juan Antonio Gutiérrez, hermano menor de Juan María, y a quien el antologador no conoce en persona. Honrado por la invitación a formar parte de la América Poética, escribe una extensa carta que abunda en demostraciones de sus dotes poéticas. En un momento, consciente del acto performativo que esta inseguridad lo lleva a realizar, escribe: “debo confesarle que tengo una afición bien conocida por la espresión melodiosa; i que tal vez he llegado a concebir la temeraria pretensión de colocar algún dia en mi frente el laurel de Apolo. Dispénseme U. tamaño atrevimiento” (56)[8].
Un caso parecido al de Piedrahita (es decir, de una comunicación a propósito de la antología que deriva en amistad) puede verse en el intercambio de Andrés Bello con Gutiérrez. Tras enviarle sus datos biográficos para la América Poética, en carta del 9/1/46, Bello escribe:
Ahora voi a tomar con V una confianza a qe me alienta su bondad. Pienso en ir a Valparaíso con toda mi familia para residir ahí solamente 15 días. Buscar casa i moblarlapor tan poco tiempo sería sumamente embarazoso. Me a ocurrido la idea de ir a unafonda respetable y para decidirme qería formar alguna idea del costo. Necesitamos unapieza con dos camas, otra con tres, otras dos para niños chicos i criadas, supliendonosotros los colchones que falten, con la ropa necesaria de cama en estas dos piezas.Almuerzo, comida y té, todo en mesa separada. ¿Pudiera V informarse de lo quecargarían por esto? (...) ¿Me perdonará V la confianza? (41).
La cita es un ejemplo de cómo, a raíz de la correspondencia en torno de la antología, se suscita una amistad entre dos hombres hasta el momento desconectados[9].
Cartas de/para los amigos
Cartas de Gutiérrez en torno a la América Poética
Las cartas que mencionan la América Poética fueron escritas entre julio de 1845 y agosto de 1847. Dentro de ellas, como dijimos, sólo algunas pocas fueron escritas por Gutiérrez. Dentro de las de puño y letra del antologador, nos detendremos en aquellas cartas que consideramos relevantes para el surgimiento de la antología: las que escribió inmediatamente antes de proyectar la América Poética: 1. desde Pelotas, al llegar a Valparaíso y una a Miguel Piñero que reviste, veremos por qué, especial interés.
Tras huir de la Buenos Aires gobernada por Rosas, Gutiérrez vivió en Uruguay, Brasil y Chile. Las ciudades, el orden y la estancia en cada uno de estos países puede reconstruirse –aunque a veces las referencias son confusas– a partir de sus cartas. A saber: 1. en Montevideo estuvo desde marzo de 1841 (carta fechada el 21 de marzo de 1841, p. 216, T.I) hasta el 9 de febrero de 1844, (en que escribe desde Montevideo “Mañana salgo a destino a bordo del bergantín inglés Milton, Capitán Anderson”, p. 259, T.I); 2. en Rio Grande do Sul, (su primer destino brasilero), está desde el 9 de febrero de 1844 (p. 259, T.I) hasta abril de 1844. En Pelotas se halla con seguridad desde el 9 abril de 1844 (p.268, T.I) hasta por lo menos el 6 de diciembre del mismo año (fecha en que le escribe a Echeverría: “Dentro de pocos días estaré en marcha para Río de Janeiro”). En Rio Grande escribe el 18 de diciembre de 1844 (p. 289, T.I), en Rio de Janeiro, el 25 de febrero de 1845 (p. 293, T.I) y el 8 de mayo de 1845, en carta de Vicente Fidel López leemos: “Acabo de tener en la calle la noticia de su llegada a Valparaíso, y no puede usted concebir la alegría que se ha apoderado de mí con ella” (p. 294, T.I). De estos tres países, fue claramente Brasil el que Gutiérrez vivió como más inhóspito, el que más exacerbó su desidia y su melancolía. En una carta a Echeverría fechada el 7/8/44, expresa nuevamente sus “ansias de vivir con Juan Antonio” (282), su hermano, (“es lo único que me haría llevadera la ausencia del R de la Plata y también la única perspectiva de mejor fortuna”, 282) y deja ver su malestar en Brasil: “Por aquí no hay nada que hacer de provecho, pequeños quehaceres incómodos y poco productivos; ni los quiero ni me convienen. No venga V. nunca a Rio Grande si no lo trae a V una especulación determinada. En caso de dejar Montevideo, la proa a Chile” (282). Lejos de aminorarse, este malestar se acrecentará en Pelotas, “pueblo del interior que dista tres horas en buque de vapor” (262). Gutiérrez elige este destino porque “[a]llí está Eguía con mi hermana y pienso ver si puedo trabajar como agrimensor o en cualquier otra cosa en la espectativa de los sucesos del R. de la Plata” (262). Sin embargo, encara la nueva mudanza con gran desazón: “Me parece que me aguarda una vida vejetativa y de puro destierro. Esa ciudad no tiene nada de agradable, está atrasada, hai arena en las calles hasta el tobillo y el calor es insoportable” (262). Su breve estancia en Pelotas constituye, a juzgar por sus cartas, el período más oscuro de su exilio:
Aquí estoy mal, muy aburrido y pensando los medios de pasar a Chile. Cartas que tengo de allá me inducen a hacer el viaje lleno de esperanzas de trabajar con honra y provecho. Pero esto es lo último del mundo y teniendo fondos abundantes en Valparaíso, no los puedo hallar aquí. Mientras tanto el tiempo urje, la estación es una sola en el año para doblar el Cabo y esto me inquieta (287).
“Le creo ya en Pelotas pero no empelotado” (265, Tomo I), le escribe Echeverría en carta del 21/3/1844. Asimismo, dentro de Brasil, Pelotas fue su estancia más padecida. 1845 es un año bisagra para Juan María Gutiérrez: decide abandonar Brasil y probar suerte en Chile. También durante este año “conversa” por carta con amigos acerca de la posibilidad de armar un proyecto literario llamado Revista del Río de la Plata, que ha de ser una colección de poesías o de artículos. Pero un malestar generalizado lo invade en Pelotas:
He olvidado hasta el leer de corrido y las Musas me han huido como canes que se ahuyentan de casa del amo por falta de migas. Perdone V la comparación; estoy embrutecido. (...). Si puedo juntarme con Juan Antonio y este se halla, como presumo, en buen estado de medios, es probable que pase a donde pueda hacer la publicación que tanto deseo de poesías del R. de la Plata. Tengo a este fin muchos materiales y no me aparto de ellos (282- 283, T. I).
Este desánimo resulta el caldo de cultivo necesario para arrancar, apenas llega a Valparaíso, con la América Poética. Así, su arribo a Chile coincide con cierta urgencia por reactivarse intelectualmente. Además, desde su llegada a Brasil ha estado rondando la idea de publicar un volumen sobre poesías del Rio de la Plata. De esta semilla, pero ampliada y más ambiciosa, nacerá la iniciativa de la América Poética[10]: “Tengo deseos de hacer algo, de ver la sociedad, y dar las espaldas para siempre a estas selvas y montañas que tanto he recorrido y que me tienen cansado (...) quisiera veer [sic] su letra antes de darme un viaje tan largo y peligroso” (287, T.I).
Chile le ofrece a Gutiérrez una forma más piadosa de ser exiliado: se reencuentra con el idioma, con algunos amigos[11], consigue trabajo y se reactiva intelectualmente. A diferencia de otros emigrados (Varela, López, Luis Domínguez), no padece penurias económicas. A los cuatro meses de haber llegado, en carta del 25/9/45, le escribe a Echeverría: “Yo tengo mil y seiscientos pesos anuales como director en un establecimiento del Estado para la enseñanza de las matemáticas a jóvenes que han de darse a la Marina” (15). Dice estar muy a gusto socialmente: “Encontré aquí a Alberdi y al Dr. Piñero, sobrino de Don Dalmasio Vélez, con quien estoy en la mayor intimidad. (…). Alberdi está bien (…). Somos ahora como siempre mui amigos (…) paso mi buena vida, mi querido D. Estevan; las mujeres aquí son mansas como agua estancada; el país es rico y adelanta” (16)[12]. En esta misma carta en que anuncia su nueva vida en Valparaíso[13], realiza tres gestos importantes para la literatura de su generación: da a conocer el proyecto de la América Poética, le presenta a Echeverría el Facundo y comienza a trabajar en pos de la consagración del autor de La cautiva:
Me ocupo también de una compilación que empezará a publicarse mui pronto con el título de América Poética, cuyo prospecto hallará V. en casa de Hernández y quisiera que los reprodujeran los diarios. Si V. tiene algo que mandarme de nuevo lo incluiré entre las muchas poesías de V. que he adoptado. Su fama ha corrido por aquí también. En el Facundo, libro escrito por un sanjuanino, Sarmiento, y que le remito por este mismo conducto, verá V. sus versos citados, igual cosa ha sucedido en La Paz y entre las muestras de mi Prospecto hai un trocito de los Recuerdos como vera V. (16)[14].
Asimismo, piensa –como todos los intelectuales de su entorno– en el costado financiero de la antología: “Esta publicación ha de darme algunos reales que pienso destinar para mi viaje a Buenos Aires” (16)[15]. También, como en casi todas las cartas entre los miembros de esta generación, aparecen las referencias a otros amigos del grupo:
No sé del paradero ni de la suerte de Mármol. ¿Está ahí? En tal caso, dígale que me escriba. Debe estar resentido conmigo pero sin razón, porque él debía darme noticias de su paradero y sobre todo contestar mis cartas. Dele un abrazo y hábleme usted de él cuando me escriba (16).
Otro rasgo bastante frecuente de este epistolario aparece al final de esta primera carta escrita desde Valparaíso: el chisme: “Hasta aquí me han perseguido los cuentos de lo que decía contra mí nuestro Pacheco” (16). Y, finalmente, algo central para entender estas más de sesenta cartas (y que veremos especialmente en las epístolas escritas por amigos): el uso afectivo de la antología en tanto generadora de una red social: “Pienso vengarme de él dándole un lugar en la América Poética, entre Olmedo y Pardo. El 1° mui conocido, y el 2° amigo mío” (16).
Dentro de las pocas cartas de puño y letra del antologador, hay una dirigida a Miguel Piñero (joven al que hizo referencia en su carta de llegada a Valparaíso) y fechada el 3 de agosto de 1845 (es decir, escrita al poco tiempo de haber llegado a Chile). Resulta de especial interés porque se acompaña de un cuento de Gutiérrez (que ocupa diez páginas y que, hasta donde sabemos, nunca se ha publicado[16]). El texto de la carta en sí se inicia con la transcripción del párrafo del cuento adjunto. Luego, en un segundo párrafo, esta aclaración:
Quiero que estos versos autógrafos duerman el sueño del olvido entre cartas de sus amigos. Alguna vez los encontrará V como los encuentro yo ahora y recordará mi nombre y esta época que hemos pasado juntos en la intimidad que nace de igualdad de sentimientos y de comunidad de ideas y de patria (6).
Varios gestos convergen en estas dos oraciones. Por un lado, el acto de nombrar (y, así, consolidar) el vínculo y sus atributos: son amigos íntimos porque comparten cuestiones centrales e indisociables una de otra para los románticos: sentimientos, ideas, patria. A su vez, la ambivalencia de resignar (entregar) sus versos y de sellarlos como futuros recuerdos de una época: nuevamente, el convencimiento historicista de estar viviendo un presente que, en el futuro, será considerado un pasado fundante. El presente vale por lo que encierra de valor histórico para el porvenir. Asimismo, la idea un tanto melancólica de la fugacidad de los afectos: esta intimidad nuestra, parece decirle Gutiérrez a Piñero, no es perenne.
La carta avanza explicando por qué su renuncia al cuento que envía como regalo: “La poesía en verso se acabó para mí; pero no permita Dios que acabe del mismo modo la que siento en el alma de cuando en cuando y a cuyas harmonías doi el oído en mis momentos más dichosos” (6). Y, junto con la “poesía en verso” (que debe entenderse aquí como sinónimo de escritura creativa), se acabó otro elemento también asociado a la juventud: “La canción favorita de mi musa interior no es ya el himno de amor a la mujer con que desvelé tantas veces sino la oda grave que los corazones varoniles entonan a la amistad” (6). En una operación de condensación, el amor, la creación y la juventud quedan asociados:
La vida, como la nave trabajada, busca los abrigos y tiembla a la vista de los mares procelosos en que navegaba antes, cuando comienza a declinar. Amiga del reposo la vida, aleccionada por los años, se echa en los brazos firmes y constantes de la amistad, considerando mui frájiles o febriles los del amor. He roto, pues, la copa de tantos encantos prometidos sin fe y brindo con V. ‘a la pasion que sobrevive a la juventud’. (6-7)[17].
Con sólo 36 años pero ya dispuesto a entrar en una “etapa reposada”, Gutiérrez le entrega al amigo lo último de su escritura creativa. Los mares procelosos –una vida que asume riesgos y emociones intensas– son reemplazados por “la ermita”[18], como la llamará Sarmiento por esa época. “La oda grave de los corazones varoniles que entonan la amistad” puede así leerse como referencia a su labor de antologador: de aquí en más Gutiérrez “entrega” sus dotes de literato a la labor de difundir los trabajos poéticos de los amigos[19]. Creemos que esta carta puede leerse como línea divisoria entre la escritura ficcional/poética de Gutiérrez y su labor crítica: en este sentido, puede tomarse como un umbral de ingreso no sólo al corpus de cartas que aquí nos ocupa sino también a su labor de antólogo, a su nivel de “entrega”, pues la América Poética fue, entre otras cosas, un entregarse romántico de Juan María Gutiérrez a sus amigos y a sus ideales.
Como parte de esta nueva etapa “crítica”, Gutiérrez comienza a comunicarles a sus amigos el proyecto de una antología de poesías americanas. Recibe efusivas respuestas: “Tengo deseo muy sincero y posibilidad de serle útil” (296, T.I), le escribe Félix Frías desde Bolivia. Alberdi, el 21/6/45, escribe: “Exelente idea la de la publicación de que me habla. Voi a pensar en ella, voi a hablar con los demás. Dentro de dos días le enviare todo lo resuelto. Creo que nadie sufre que Tornero sea capaz de llevar a cabo una obra así” (299, T.I). “Me gusta mucho su empresa y la aplaudo de corazón” (34), le escribe Echeverría el 25 de noviembre de 1845. “La América Poética es una excelente idea que me parece que dará buenos resultados de todo jénero”, anticipa optimista Florencio Varela el 13 de noviembre de 1845; “cuente V. que haré cuanto dependa de mi por el éxito de su empresa literaria que merece, de cierto, tenerle completísimo” (54), ratifica en otra carta el 31 de marzo de 1846. “Desde luego debe Ud. contar con que me echare en cuerpo y alma en su empresa porque me gusta mucho, mucho, mucho” (3), le asegura Vicente López el 18 de julio de 1845. Pero, como se verá, no sólo de entusiasmo y compromiso hablan estas cartas.
Encerrado en su “ermita”, ya lejos de la aplastante Pelotas, con trabajo estable y gran nostalgia, Gutiérrez abandona sus poesías y se dedica a escribir cartas. La América Poética le permite pasar gran parte de su tiempo y de su escritura conectado, a pesar de la distancia, con sus amigos y colaboradores.
Cartas de amigos a Gutiérrez
Las cartas entre amigos incluyen –además del tema de la América Poética-- confesiones, pedidos y relatos privados. Su lectura deja ver recurrencias, obsesiones y tonos preponderantes en cada emisor. Así, por ejemplo, Luis Domínguez se caracteriza por sus loas al matrimonio y por sus lamentos ante los abortos involuntarios de su esposa Anita[20], Mármol suele incurrir en la auto-ironía y el humor, Sarmiento frecuenta las burlas, el sarcasmo despreciativo y cierto afectuoso autoritarismo, mientras que Vicente Fidel López es recurrente en sus pedidos de dinero y en sus lamentos, Florencio Varela[21] en sus encargos bibliográficos, en su tono paternal y en sus reflexiones estéticas. Por su parte, Echeverría –el interlocutor predilecto de Gutiérrez– se lee casi siempre melancólico, escéptico, padeciendo mucho el exilio, convencido –y convenciendo– de estar destinado a ser el apóstol de la poesía americana.
Como dijimos al comienzo, hay elementos que, más allá de las diferencias de estilo personal, siempre aparecen: 1. la noción de grupo de pertenencia o comunidad de la que forman parte narrador y narratario, 2. la mención de la amistad, 3. las quejas y padecimientos en torno al exilio, 4. las estrategias para facilitar la disponibilidad bibliográfica (en general, de poemas o datos biográficos para la antología).
Veamos la primera de estas recurrencias. Sea a través de una mención explícita a otros amigos, sea a partir de alusiones o sobreentendidos, nunca están solos en el espacio de la carta narrador y narratario[22]. Un sentido de comunidad, nombrado o como latencia, atraviesa esta escritura. El caso más evidente sea quizás la carta que Sarmiento dirige a un grupo de amigos (famosa porque en ella narra sus emociones eróticas hacia María Mendeville, pero relevante para nosotros por la multiplicidad de destinatarios)[23]. Pero abundan los ejemplos menos “taquilleros”: se diría que son escasas las cartas en donde quien escribe no pregunte por el resto de los amigos emigrados en el destino de su receptor y/o cuente novedades sobre los que están a su alrededor. Mármol, por ejemplo, en su carta del 13/9/45, aclara: “En la carta a Alberdi verá V lo que le digo de Indarte. El redactor del Ostentor le manda a preguntar a V hasta que n° tiene” (11). En otra, del 17/12/46, el autor de los Cantos del Peregrino escribe:
Hemos sabido que Alberdi está en Lima, ¿qué es lo que ha motivado ese viaje? ¿Cómo está Gómez? El y Alberdi son unos ingratos (y V.); les he escrito media docena de cartas y ni una letra de contestación. (…) Todos los amigos de por aquí, buenos, y a los de allá mil recuerdos, y para V. un fuerte abrazo de su mejor amigo” (79).
En carta del 22/9/45, Alberdi lo pone al tanto a Gutiérrez: “Ayer mismo vi a Barros y a Godoi. El 1º ha recibido su carta; espera, para contestarle, poderle hablar la idea de su publicación con estension. El otro, nada sabía de tal carta; fue al correo en el acto” (13). Las cartas de Florencio Varela (en parte debido a su extensa familia) también transmiten un sentido de comunidad: “Mariquita agradeció muchísimo las lindas chucherías que le ha mandado V (…). Justita, los muchachos y mis hermanos se acuerdan mucho de V y le envían mil recuerdos. Délos V a Gallardo, Lamarca y todos nuestros amigos de ahí” (carta del 31/3/46, 55). Sarmiento también escribe dando por sentado un grupo o red, pero en su caso (al menos en las cartas de nuestro corpus) lo utiliza siempre en beneficio personal, en este caso, para distribuir ejemplares del Facundo: “Van tres en pasta para Varela, Echevarría, Rivera Indarte” (8) le escribe a Gutiérrez en carta del 22/8/45. (Volveremos sobre esto más adelante).
Inseparable (y a veces, incluso, indistinguible) de la noción de grupo –y, sobre todo, del anuncio de la América Poética– surge, hemos visto, el tema de la amistad. Pero lejos de la formalidad de las cartas de conocidos –en las que declararse “amigo” es retórico y debe leerse como sinónimo de ponerse a disposición del otro–, aquí la amistad se lee como una expresión genuina. Juan Godoy sea quizás un buen ejemplo de interlocutor intermedio entre ser conocido y ser amigo: conoce a Gutiérrez personalmente (fueron compañeros en el Colegio de Ciencias Morales) pero no tiene la intimidad que tienen con él Echeverría o Florencio Varela o Mármol. El registro lingüístico que usa, como correlato textual de esta amistad no íntima, está a mitad de camino entre lo formal o lo íntimo/confesional. En su carta del 27/9/45 escribe seis veces los términos “amigo/amistad/afecto”:
Cuando no fuese tan interesante para mí el dulce título de amigo de V con qe tiene la bondad de brindarme, bastaría, mi estimado amigo, en aber nacido ambos en el suelo querido de la República Arjentina i encontrarnos fuera de él por igual causa, para que yo lo aceptase como un don del cielo. (…) Tiene pues V una parte mui esencial en este afecto. (...) Concluyo, mi apreciado amigo, agradeciéndole desde aora el ejemplar de su publicación que me ofrece como recuerdo de amistad; i espero que no economizará las ocasiones de acer útil la verdadera con qe tengo el gusto de suscribirme amigo de V.” (17-18).
Lejos de la genuflexión de Godoy, y hasta con cierto tinte despreciativo, Sarmiento escribe:
Dichoso V mi querido amigo qe puede escribir a los suyos largas i afectuosas cartas en qe su preciosa alma de derrama en afectos i recuerdos! ¡Dichoso! Yo tengo que hacer el triste papel de un oso, descortez con mis amigos, privado de ganarme no por sorpresa sino a fuerza de maña i tiempo el corazon de aqellos a qienes estimo. (carta del 8/8/45, 7).
En esta cita de Sarmiento se ve la fuerte conexión entre la América Poética, la “dicha” (la elección) de Gutiérrez de dedicarse a la escritura de cartas en pos de dar visibilidad a la poesía de amigos y conocidos. Luis Domínguez, por su parte, también relaciona la antología con la amistad. El 29/9/46 escribe: “He recibido las tres primeras entregas de la América Poética. Lo que V. ha dicho de mí son expresiones de la amistad, más bien que de la verdad. Se lo agradezco como amigo” (73)[24]. Alberdi también conecta la antología con la amistad. Al recibir la noticia de la América Poética, el 22/09/45, contesta: “Excelente idea la de reanimar por todo el orbe los lazos de amistad” (13). Entusiasmado, en su carta del 13/10/45, el tucumano vuelve sobre la antología, esta vez más consciente de sus múltiples funciones:
Es una bellísima idea y soberbia especulación. Aquí ha agradado a todos, y es mucho decir esto, pues desde luego se sufre que el autor era cuyano. Chacón recibió su carta; él y todos los demás están contentísimos; ya les parece que se ven en la América Poética. Si pondrán a este, si pondrán al otro, son las preguntas. Es preciso, pues, que usted cuide de no olvidar a nadie de entre los poetas chilenos, trabajo que para V. no será pequeño, pero a bien que hoi tiene V. un microscopio solar de que podrá valerse para descubrir ciertas musas. Bello está contento. El Prospecto ha estado muy astuto, muy diestro, muy hábilmente concevido. (19)
Como se ve aquí, el cultivo de lo afectivo, la cuestión del exilio (también presente en la cita de Godoy), la estrategia de inserción intelectual en el medio chileno son elementos inseparables en este proyecto literario (tal vez porque eran inseparables en las vidas mismas de estos intelectuales). En este sentido, la correspondencia no deja dudas sobre el valor reparador y paliativo de la América Poética. Leemos en la carta antes citada de Godoy: “Catorce años de destierro no an echo mas qe robustecer en mi alma el sentimiento de la patria i el cariño a todo lo qe es digno de ella” (17)[25].
Ingresamos así en la tercera recurrencia de este corpus: las quejas ante los padecimientos del exilio. El propio Gutiérrez se la pasa añorando y narrando esta nostalgia: “No vivo sino para desear que nos hallemos en algún lugar del mundo juntos, acompañados de aquellos amigos de nuestra predilección entre los cuales la vida es tan agradable”, le escribe a su admirado Echeverría (287, T.I). “Estoy harto de estas cosas, pero hambriento de patria (...) guárdese, mi amigo, y pidamos a Dios que permita vernos todavía en este mundo, ¡qué buen día será ese para mí!” (59), le escribe también a “Estevita” –como lo llama a veces Gutiérrez– en carta del 24/5/46. Por su parte, López vive con dramatismo aún mayor los sinsabores del exilio. En carta del 31/10/1845, leemos:
Si estuviera Ud. a mi lado me podría avenir mejor a la ausencia de Sarmiento. Pero se equivoca Ud. a creerme resignado a vivir como vivo; tengo largos y continuados días de un hastío mortal, mesclados con las terribles punzadas que ocasiona la carencia completa de medios de subsistencia; si no fuera por el estado moral que semejante situación engendra, crea Ud. que tendría el placer de sostener con la mayor viveza la correspondencia epistolar con Ud. que sabe hacerla tan amena y dulce. (26)
Echeverría, al igual que López, Varela y el propio Gutiérrez, también parece deprimido ante su expatriación. Escribe el 25/11/45: “Adiós, no se olvide de su amigo. Me parece que haré pronto un viaje largo, larguísimo. ¡Sabe Dios si nos volveremos a ver! No se olvide de su antiguo amigo. Adiós” (34). El antologador, nada ajeno a la angustia que dejan ver estas palabras, contesta: “Mi querido amigo: No tengo de V. ni una letra ni noticia, ¿qué se ha hecho V.? Yo le he escrito varias veces y ha habido momentos en que hubiera dado un ojo por tenerle aquí” (carta del 16/12/45, 35). Luego, unas líneas más abajo, lo insta a trabajar:
Sabrá V. que mi manía de compilar no me ha abandonado y que he acertado a preparar una publicación que tiene el ojo abierto a la parte inteligente de estos mundos. Con el título de la América Poética aparecerá en mui elegantes volúmenes lo más escojido que conozco de los poetas americanos reunidos hasta más de cuarenta. (…) El orden alfabético de los apellidos hará que el Sr. Echeverría aparezca en el primer volumen; debe persuadirse que le he tratado como amigo, que he escojido lo mejor de sus poesías, según mi gusto. Debe darse prisa a mandarme cualquier cosa que quiera agregar o advertencia que poner en mi conocimiento. Nunca los poetas americanos van a viajar más que esta vez y es preciso que salgan decentitos a la calle. Ayúdeme a la obra. Con consejos y materiales, y no piense que la distancia puede influir en la amistad que le conservo invariable y ardiente”. (Carta del 16/12/1845, 35).
En esta cita puede verse claramente cómo, a propósito de la antología, se imbrican epistolarmente la necesidad afectiva de mantenerse conectado con el amigo, el interés por su bienestar y el deseo de ayudarlo en la difusión de su poesía. El aislamiento del exilio se combate con la red de amigos; la amistad, a su vez, se alimenta con la correspondencia. Estas conexiones –sobre todo, el valor afectivo de las cartas y de la poesía para este grupo de exiliados– puede verse en una sentida carta del propio Gutiérrez a Echeverría:
Aquí estamos trabajando como unos changadores; nos sostiene la esperanza de volver a la patria; esta idea nos alijera el trabajo y nos da aliento para la tarea más penosa de la vida: esperar, esperemos pues. (...)
Dígame qué puedo hacer por V, por sus proyectos. (…) Su amigo que le ama” (carta del 7/1/46, 39-40).
Veamos la cuarta recurrencia en las cartas: los envíos bibliográficos. Esto no es privativo de nuestro corpus: de hecho, uno de los temas centrales de todo el Epistolarioes la planificación y gestión de bibliografía: permanentes pedidos de libros, artículos, reseñas[26]. Como explica Alejandro Parada, en el siglo XIX la condición misma de intelectual dependía de la disponibilidad bibliográfica[27]. En el caso de nuestro corpus, dichos encargos se circunscriben casi exclusivamente a poemas y datos biográficos de autores para la antología. A veces, Gutiérrez le encarga a su interlocutor no ya sus poemas sino que investigue y le envíe textos e información sobre los poetas más rescatables de su zona[28]. En este sentido, puede decirse sin exagerar que la América Poética fue un trabajo en equipo: no de otro modo se explica cómo logró su antologador –con todas las dificultades de transporte y comunicación de la época y en menos de dos años– reunir tantas poesías geográficamente tan alejadas, publicadas en múltiples periódicos de América o, incluso algunas, guardadas en cajones personales de sus autores.
Paradigmática en cuanto a la importancia de los envíos bibliográficos en estas cartas es la comunicación de Gutiérrez con Vicente Fidel López. Mientras que al antologador pareciera interesarle ante todo que López le envíe algunos poemas de su padre (autor de la letra de la Canción Patriótica, hoy conocida como el Himno Nacional), López le habla en las cuatro cartas de estos años (1845-1847) de sus necesidades personales. Son cuatro las cartas de López en torno a la antología (no contamos con las respuestas de Gutiérrez). En la primera, del 18/7/45, pone condiciones para su colaboración como poeta y deja ver sus rencillas con otros intelectuales:
Tejedor ha debido hablarle a V de algunas dificultades qe yo tuve al principio, cuando recién había comunicado V sus ideas a Félix Frías; éste me habló de unidad en la Redacción y de obligar a los RR que no escribieran sino cosas de un interés positivo; y le digo a V con franqueza que esto ya no me gustó. No por V con quien sé bien que convengo en todo lo que convendría, pero sí por él y por otro cualquiera (3).
Tras expresar su disgusto (nótese también en la cita la importancia de la “red” de conocidos), suaviza sus declaraciones apelando a la amistad: “Ud sabe que entre finísimos y sanos amigos se puede disentir mucho en materias sociales o literarias” (4). Unas líneas más abajo, avanza en sus consejos respecto de la futura publicación:
Me permitiré hacerle una indicación. Me parece que sería una gran ventaja que pudiéramos llevar a la Redacción a jóvenes del país. Esto nos dejaría libres para ocuparnos de lo que bien se nos antojase, (…) sin incurrir en culpa de estrangeros (…) y además nos daría crecida munición en Santiago y en las provincias, acompañada de algunas útiles simpatías y apoyos (4)[29].
La especulación política en torno al proyecto no parece complacer a Gutiérrez: en la segunda carta de López, fechada el 23/7/45, leemos: “He recibido su cartita del lunes y he sentido su laconismo forzado” (5). Empieza entonces una tensión que deviene central en estas cuatro cartas de López: el contrapunto entre la promesa (y postergación) en el envío de los poemas del padre y la narración de sus propias necesidades. “Con respecto a los encargos debo decir que haré con todo el empeño que puedo tomar por un amigo a quien quiero y estimo tanto, todo lo que pueda para satisfacerlos bien” (5) escribe en julio del ‘45. Tres meses más tarde, el envío sigue pendiente (y la promesa, en pie): “Me comprometo a mandarle (si la encuentro en los periódicos del tiempo) en pocos días la Oda ‘Aquella ingrata noche, etc.’” (26). E inmediatamente, se lamenta de su situación:
Me pesa el cuerpo, en Santiago mi cuarto me place más que otra cosa cualquiera, y en mi cuarto nada me alhaga tanto como la cama; y la inercia me ahoga, amigo, en medio de esta paralización de la atmósfera moral en que tengo que vivir condenado por una inexplicable y pésima ineptitud de poner el pie en terrenos de positivismo. (26)
Este lamento cobra más sentido leído a la luz de la cuarta y última carta escrita por López durante el periodo de la América Poética, fechada en noviembre del ‘45. “Mi querido amigo: Esta vez le escribo esperando un gran servicio de su amistad”, advierte en la primera línea, y explica: “mi situación real ha llegado a ser tan triste y desamparada que no tengo como subsistir aquí ni otro recurso de escapar a la privación que sufro que de acercarme a mi familia y de tratar de trabajar en otra parte y con otras miras. Me voi, pues, pero no tengo un medio con que moverme” (29). Le pide entonces a Gutiérrez dos favores: que le preste dinero y que comparta esa carta con Piñero (para que éste también le preste): “creo que Ud. y Piñero puedan sacarme de este atolladero real en que me encuentro. Uno y otro de Uds. saben que en Buenos Ayres tengo como responder por $350 que es todo lo que necesito para salir de Chile y llegar a Montevideo” (29)[30]. De los poemas del padre, ni mención.
Sarmiento también le pide favores a Gutiérrez, pero de otro tipo. Como se sabe, su “Odisea”[31] fue publicada por primera vez durante los meses en que Gutiérrez se instala en Valparaíso. Pero esta simultaneidad no alcanza para justificar las incansables exigencias en torno al Facundo que se leen en las cartas escritas por el sanjuanino durante el período en cuestión. Con cierta tendencia al sarcasmo y un tono cada vez más perentorio, Sarmiento le exige a Gutiérrez que distribuya el Facundo, que lo difunda en la prensa, que lo elogie, lo reseñe y comente. En la carta del 24/7/45, escribe: “Remito a V. el primer ejemplar del Facundo que ve la luz pública. A salido como una cosa infamemente tratada. ¿Qiere V. encargarse de analizarlo por el Mercurio, i decir qe es un librote estupendo, magnífico, celebérrimo?” (5). Más adelante, en la misma carta, escribe: “esté a la mira de la salida del buqe para Europa para qe endilguemos el Facundo por allá, i para Montevideo también” (6). En carta del 22/8/45, le habla de la que considera “su misión´” (¡la de Gutiérrez!): “derramar la Odisea por toda la redondez del orbe”. Y entonces tiene la osadía de reclamar:
¿A qé no a mandado un ejemplar al Times? ¿A q no a escrito una palabra a sus amigos de Francia al National, la Democracia Pacífica, Revista de París y de Dos Mundos, etc., etc.? Vamos, ágalo (...) para acerme saltar de contento, para acer aspirar a un pobre amigo un poco de la fragancia de las lisonjas qe mecen el amor propio. (...) Lo ago a V responsable con su vida i empleo del exacto desempeño de esta comisión, prometiéndole ascenderlo al más complaciente y oficioso amigo de lo qe le doi desde aora el grado”. (8-9)
Junto con estas exigencias de difundir el Facundo, aparece otro reclamo: “¿Por qe se ace la niña bonita y no me escribe?” (5); “Es V. un taimadísimo amigo a quien es preciso importunar sin descanso para arrancar una palabra” (7). Podemos inferir que la escasez de respuestas por parte de Gutiérrez marca cierta resistencia a (la) “su-misión” que le exige Sarmiento. En cuanto le responde, aparecen los nuevos reclamos sarmientinos, siempre imbricados con el discurso del afecto: “Vamos, déjese querer”, dice Sarmiento, cariñoso, y agrega: “Le remito un cajón qe le entregará a Peña, el cual contiene 170 ejemplares de mi Odisea. (...) Estos 170 los remitirá a Montevideo a alguno de sus amigos para qe, asignándoles un precio vendible los aga circular donde convenga” (7). Está claro que lo que más le interesa a Sarmiento en estas cartas es que Gutiérrez se cargue al hombro la difusión del Facundo. Cuando no solicita estas diligencias, se dedica a comentar, con un humor no exento de desprecio, la situación del amigo. Así, por ejemplo, respecto de su trabajo de profesor en una escuela de la Marina, escribe: “¡Vaya qe es curioso ver a un pobre gaucho de la Pampa, tant soit (–peu–) poeta ensañado a marinar por estas Méricas! (sic). Me lo imagino a V. con su couvée, como la gallina qe cría patitos y los ve con orror i asombro lanzarse a la agua. ‘No, ijitos, os vais a aogar!’” (carta del 22/8/45, 8-9).
Más allá de su ironía y de su pretensión de hacer difundir su obra, Sarmiento comparte con Gutiérrez –y con el grupo de pertenencia estético-afectiva– la convicción del valor de la poesía como capital simbólico de identidad y de lucha:
¡Leyónos Mármol un canto de su Peregrino! ¡Qé hermosa cosa! ¿Creerá V qe me a dejado aturdido ese torrente de poesía inagotable, perenne como una cascada? Vi el prólogo ermoso qe lo encabeza. Estamos mui ricos en estas cosas. Su América Poética (porqe nos pertenece); la colección de poesías del Plata; las antiguas i modernas de Echeverría; el Peregrino; las de Varela...formarán unos siete u ocho volúmenes. (Carta del 1/3/1846, 48).
Quien también escribe con humor en estas cartas es Mármol. Respondiendo –él sí– a los pedidos de Gutiérrez, le envía sus datos para la América Poética en clave picaresca. La cita es extensa pero vale la pena porque muestra una prosa jocosa en quien sería el autor de la novela romántica (y dramática) por excelencia de la literatura argentina del S. XIX, Amalia:
Yo nací, amigo mío, el 4 de diciembre de 1818 en esa tierra que, por ironía de lo que había de ser más tarde, se llamó Buenos Ayres. Ese año debió ser de seca y ese día de vigilia, pues nací enfermizo y con una propensión a comer bien que no se me ha quitado todavía, y debió ser año de quiebras, pues he vivido siempre en una completa bancarrota. (…) siempre tuve una aversión irresistible a los maestros de escuela, y una vocación ardiente a jugar con las olas del mar, indicación misteriosa de mi destino futuro. Como no sabía ni leer a los diez años se me tomaron maestros en mi casa, pero a uno lo echó mi padre a pescozones porque se puso a enamorar a mi hermana mayor; y a otro lo emborrachaba yo todos los días con vino de Mendoza que robaba de la despensa de mi casa. (…) cuando estaba más adelantado y querido de mi maestro, cuadró un día la maldita casualidad de que éste me encontrara sentado en las faldas de su muger, lo que me obligó por prudencia, a saltar por una ventana, romperme el brazo izquierdo y no volver a la academia ni ver a mi primera maestra, de ojos negros y 22años. (Carta del 26/3/46, 52-53).
Tras este juego cómplice con el amigo, concluye: “Ya está V complacido. Ahora haga V lo que le dé la gana, menos ponerme la edad que tengo, sino unos 5 o 6 años menos” (53). Sosteniendo el tono jocoso, en carta del 27/8/46, escribe: “Pero lo que no sabe y lo que yo desearía que pusiera en letras góticas es que soy el mayor animal de los que habitan la tierra” (68). Más adelante, en referencia a los poemas que irán para la América Poética, aclara: “a ecepcion de los tres instantes, de los versos que le adjunto y de los que V tiene del Peregrino, por Dios, Gutierres, no me publique nada de esos mamarrachos que hice antes” (68-69).
Otros muchos ejemplos de encargos bibliográficos atraviesan estas cartas. Mencionaremos los que dejan ver, además, otro tema nada despreciable en esta correspondencia: la preocupación por las ganancias pecuniarias de la antología. Luis Domínguez, el 18/12/46, escribe. “Admírese V! El Gobierno ha tomado diez ejemplares de su América poética y los ha pagado. La compilación va muy bien, aquí hacemos lo posible por darle salida, pero poco adelanta. Varela, por su parte, escribe el 19/12/46: “La cuentita adjunta le mostrará lo que se ha vendido de la América Poética, no sé si V. aprobará el que se hayan vendido algunas entregas sueltas, aunque han sido muy pocas (…) Más adelante le enviaré la cuenta definitiva de esa facturita” (82). Ya finalizadas las entregas, Félix Frías concluye, el 17/7/47: “Lo felicito por su feliz conclusión de la América Poética, y deseo que algún resultado prosaico le haya dado, después de lo ganado por la honra (99)”.
Conclusiones
¿Qué insiste en estas cartas? El deseo de Gutiérrez de conectarse y de conectar, de acercarse a los amigos, de crear nuevos lazos, de prodigarse. También, abandonada la propia poesía, el deseo de labrarse un prestigio a partir de ser el que elige a quiénes y cómo incluir en el compendio que reúne (y en el mismo gesto define, crea) la poesía de América. En menor medida pero aun así presente, el deseo de hacer dinero. En este sentido, la de Gutiérrez es una labor performativa por excelencia: hace cosas con palabras. Proponemos que esta suerte de novela epistolar conformada por las cartas en torno de la América Poética da cuenta de la convergencia de categorías indisociables en todos los proyectos literarios de la época: lo social, afectivo, intelectual, político, económico e historicista forman una trama cuyos hilos sólo existen trenzados y dentro de ese tejido. Este artículo ha buscado echar luz sobre la fuerte interdependencia de todas estas categorías en la trama epistolar de la América Poética.En este sentido, la antología puede ser pensada en tanto nodo de una red, en donde red es a su vez definida como “una categoría teórica (caja de herramientas) que ‘hace ver’ un tipo de articulación de otro modo invisible” (14, Maíz-Fernández Bravo).
En su libro La dorada garra de la lectura, Susana Zanetti propone un pacto lúdico con el lector: un texto en donde recrea ficcionalmente --pero siempre a partir de múltiples fragmentos de cartas del Epistolario— una escena de escritura de Juan María Gutiérrez. De este texto hibrido entre la crítica y la ficción se desprende la misma idea que deja la lectura del corpus en torno a la América Poética: escribir cartas fue, para los románticos de la Generación del ‘37, una actividad fundamental en sus vidas y a la que seguramente dedicaban varias horas del día. Un modo de estar menos exiliado. El proyecto de la América Poética puede pensarse como causa y efecto de un gran caudal epistolar que les permitió a sus actores, ante todo, sostenerse en la adversidad del exilio. Afianzar los viejos vínculos y generar otros nuevos, gestar una red. A Juan María Gutiérrez en particular le permitió aislarse en su “ermita”, conectarse a través de la escritura con un afuera más lejano y, en simultáneo, mantenerse al margen de su entorno inmediato. Como proscripto, vivenció que, como diría Adorno más de un siglo más tarde, “en el exilio el único hogar es la escritura”. Pero, en su caso, no se trató de cualquier escritura sino de una especialmente gregaria, socializadora, posibilitadora de las voces de los otros: la escritura epistolar. La América Poética fue posible solo en virtud de esta entrega. Como le declaró a su amigo Estevita en la carta del 7/1/46, “aunque pobre, tengo un corazón rico en afectos para mis amigos y este caudal suele producir frutos que no son de desechar” (40, T.II).
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Notas
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