El problema de la racionalidad y el debate
entre internismo y externismo epistemológicos. Una intervención a propósito del debate entre
Williams y Goldman
The problem of rationality and the debate
between epistemological internalism and externalism. An intervention in
relation to the debate between Williams and Goldman
Claudio CORMICK
Universidad CAECE – CONICET (Argentina)
claudiocormick@conicet.gov.ar
Palabras
clave: Goldman, Williams, internismo, externismo,
racionalidad.
Abstract: In this work, we will focus on the debate between epistemological
internalism and externalism, starting from the debate between Michael Williams
and Alvin Goldman, as it appears in their exchange of texts in the 2016 volume Goldman and his critics. We will provide
a context for this discussion by means of pointing out that, whereas a series
of authors (in particular, Laurence BonJour and, after his tracks, Jennifer
Lackey and Fernando Broncano) extract from the internalism/externalism debate
the “dualistic” consequence according to which knowledge cannot be analysed
from only one perspective, but there exist at least two—that of subjective
rationality and that of conduciveness to truth—, Goldman appears on the
contrary as a “hard line” externalist for whom internalism is simply untenable
and thus epistemic justification is to be understood exclusively in reliabilist terms. Against this background, we will
analyse Williams’ proposal. On the one hand, this author attempts to prove that
Goldman’s criticisms of internalism are limited to only a “mentalistic” or
“subjectivistic” version of it. On the other hand, he seeks to vindicate a
moderate internalist epistemology by relying on the tenet that human knowledge
is indissociably linked to considerations of accountability. We will try to
show that Goldman’s reply, which is focused on denouncing an alleged confusion
by Williams between the problem of “justifiedness” and the problem of
“justification”, does not do justice to the real scope of the question of
epistemic justification, once this question is analysed, not on the basis of
alleged “intuitions” about the meaning of “knowledge” in ordinary language, but
on the basis of practices in which such notions can operate.
Keywords: Goldman, Williams, internalism, externalism,
rationality.
1. Presentación
En el volumen del año 2016 Goldman and his critics, Michael Williams presenta -apoyándose en
parte en sus propias elaboraciones acerca de la discusión con el escepticismo a
partir del llamado “trilema de Agripa”- una réplica al externismo confiabilista
de Alvin Goldman. El texto de Williams, por
un lado, le hace a Goldman una serie de concesiones importantes; esto es,
reconoce que ciertas versiones particularmente fuertes del internismo, como las
criticadas por Goldmann en su influyente trabajo de 1999 “Internalism exposed”,
son en efecto insostenibles. Pero, por
otro lado, insiste en que todo análisis del conocimiento humano tendrá que hacer lugar a
consideraciones como las que distinguen el internismo del externismo; esto es,
consideraciones “deontológicas” acerca de la clase de posiciones epistémicas
que un sujeto razonable debería o no adoptar, a la luz de la evidencia de la
que el propio sujeto dispone. Cuando utilizamos el concepto de conocimiento
para describir la situación de otro sujeto con respecto a cierta proposición,
subraya Williams, no estamos simplemente refiriéndonos a la confiabilidad que
este sujeto tiene con respecto a la proposición en cuestión, sino que también
le estamos atribuyendo una cierta “administración epistémicamente responsable
de creencias”. Poseer esta capacidad requiere precisamente ser capaz de dar cuenta de las propias creencias; la
existencia de factores justificatorios de tipo externista -esto es, factores
que hacen probable que las creencias de un sujeto sean verdaderas, los cuales
no necesitan sin embargo ser conocidos por el sujeto mismo al que se le
atribuye conocimiento- no puede ser suficiente para satisfacer esta exigencia
“deontológica”. En contra de estas observaciones, la respuesta de Goldman en el
mismo volumen consiste en reprocharle a Williams un cambio de tema: el autor de
Unnatural doubts estaría
reconduciendo la discusión desde el problema del “estar justificado” (justifiedness) al del “justificarse” (justification, entendida como un tipo de
acción); este desplazamiento, agrega Goldman, puede entenderse como un caso del
tipo de “confusión de nivel” -entre el estatuto epistémico de una actitud
referida a una proposición p y el estatuto de una actitud referida a la creencia de que p- que había sido ya
detectada por William Alston en 1980. En el presente trabajo, argumentaremos
que el análisis de la justifiedness
en términos de justification no
necesita ser percibido como una mera confusión; por el contrario, incluso si la
referencia a la segunda noción no está explícita en el uso de la primera, es
sin embargo la conexión con la segunda la que le da sentido a ciertos usos de
la primera. Si Goldman lleva hasta el final su propuesta -de una encomiable
honestidad intelectual- de analizar el internismo tomando como punto de partida
no una presunta “intuición” sobre los usos del término “conocimiento”, sino las
preocupaciones “deontológicas” que presuntamente serían las que conducen a
postular el internismo, entonces cabrá exigirle al autor que su acercamiento al
problema de la justificación continúe guiado por lo que se desprende de estas
preocupaciones. Pero, según argumentaremos, si efectivamente procedemos de esta
manera, fracasará el intento de romper los vínculos entre el “estar
justificado” y el “justificarse”.
2. El debate internismo/externismo y la
solución de compromiso: sobre la presunta irreductibilidad de dos tipos de
objetivos epistémicos (BonJour, Lackey, Broncano)
Como es sabido, tras una tradición de más de dos
mil años en la que el análisis del conocimiento se guió, con ligeras
variaciones, por la caracterización del conocimiento como creencia verdadera
justificada -definición a grandes rasgos “platónica”, a la luz del Menón-, la aparición en 1963 del
artículo de Edmund Gettier “¿Es la creencia justificada conocimiento?” condujo
a estos análisis en la dirección de renovados problemas. Resumiendo, podemos
decir que el texto de Gettier probó que la posesión, por parte del sujeto de la
creencia, de una justificación -en el sentido tradicional de razones
conscientes- para apoyar sus creencias verdaderas no es suficiente para
suprimir el carácter accidental de la
verdad de estas últimas, carácter este que en principio querríamos excluir de
lo que consideramos conocimiento.[1] En la estela dejada por
Gettier, surgieron propuestas que buscaron excluir el factor de suerte
epistémica, no ya añadiendo a la creencia verdadera la posesión de razones
justificatorias, sino incluyendo más bien condiciones que de conjunto han sido
clasificadas como “externistas”, en tanto su satisfacción no necesitaría ser
constatada por el propio sujeto de la creencia para que efectivamente se clasifiquen
los casos en cuestión como de conocimiento.[2]
En otras palabras: luego de aceptar, con Gettier, que la consideración de
razones justificatorias por parte del sujeto cognoscente no puede ser vista
como suficiente para excluir la
suerte epistémica y producir un estado de conocimiento, estos análisis,
dirigidos a establecer condiciones alternativas, buscan probar que tales
razones conscientes no son siquiera necesarias
para el conocimiento y que el alcance de este concepto se extiende entonces a
casos que la concepción tradicional no habría incluido, como agudamente señaló
Goldman desde la primera de sus contribuciones al debate.
A favor de enfoques como estas tres propuestas no
solamente se ha aducido la presunción de que ellos reconstruyen adecuadamente
nuestras presuntas “intuiciones” preteóricas de lo que es conocer -esto es, la
presunción de que la intensión
enunciada por estas propuestas para el término “conocimiento” permitirá obtener
como extensión del término
precisamente los casos que preteóricamente clasificaríamos como de
conocimiento-.[3] También se ha argumentado
-en la propuesta de Edward Craig- a partir de la circunstancia de que, si
reconstruimos las implicaciones que tendría un concepto de “informante fiable”
-uno que sería de esperar que surgiera
si no lo tuviéramos, y que es a grandes rasgos el que está en juego cuando atribuimos conocimiento a otro sujeto-,
ellas serían de tipo externista. En efecto, si aceptamos que el rol práctico de
un concepto de conocimiento es el de indicarnos de qué sujetos podemos aprender -cuando nosotros mismos no lo
sabemos- si es o no el caso que p,
entonces lo que nos interesará de un informante fiable, el sujeto S, es que S
sea reconocible por nosotros como un
informante tal; que él mismo pueda
identificarse como tal es, para un gran número de casos, irrelevante.[4]
Predeciblemente, la oscilación del péndulo
epistemológico desde el internismo tradicional hacia el externismo de autores
como Goldman, Nozick o Armstrong generó como reacción el señalamiento de que
esta nueva visión del conocimiento acarreaba tantas pérdidas como ganancias: en
la medida en que “S está justificado en creer que p” se convertía en una
propiedad dependiente de la realidad objetiva y no de los elementos de juicio
que estuvieran al alcance de S, la epistemología externista parecía ensalzar
con el título de “conocimiento” todo tipo de actitudes epistémicamente irresponsables de parte del sujeto de la
creencia.[5] Si S cree que p porque leyó
que p en una fuente histórica que es de
hecho fiable, y p resulta ser verdadera, diremos que S sabe que p incluso
si S no tiene absolutamente ningún elemento de juicio para saber que la fuente es verdadera; alcanza con que ella lo sea, lo
sepa S o no. Y si queremos excluir posibilidades como esta, si queremos
subrayar que de algún modo el propio sujeto de la creencia tiene que estar al
tanto de la fiabilidad de sus fuentes, puesto que de otro modo su actitud sería
epistémicamente irresponsable, entonces ya no estaremos frente a una concepción
puramente externista.
En virtud de consideraciones como estas, los
debates sobre el conocimiento en la tradición anglosajona han desembocado, en
diversos autores, en la cuestión de la relación entre dos virtudes que
resultan, ambas, deseables para los
rendimientos epistémicos de un sujeto: por un lado, que ellos sean
suficientemente tendientes a la verdad, dimensión en la que se enfocan las
epistemologías de cuño externista; por otro lado, que ellos se caractericen por
la razonabilidad, por una actitud epistémicamente responsable, aspecto en que
se enfocan las epistemologías internistas. Dada la dificultad de proponer un
enfoque que de algún modo reduzca una de estas preocupaciones a la otra,
ciertos autores se han inclinado por una solución salomónica que, reconociendo
a cada parte sus respectivos méritos, renuncia a la posibilidad de alcanzar una
noción única de “conocimiento”. Así por caso, de acuerdo a BonJour, debemos
dejar de pensar que “conocimiento” es un término unívoco; tendremos que pensar
que internismo y externismo llaman así la atención sobre fenómenos diferentes,
los cuales podrán resultar más o menos relevantes de acuerdo a consideraciones
contextuales, sin que uno ni otro puedan percibirse como mejores en términos
absolutos.[6] Para Jennifer Lackey, por su
parte, la noción de “justificación” puede empujarnos por igual en las dos
direcciones en las que se ha desarrollado el debate, puesto que ella “tiene dos
componentes generales. En primer lugar, tiene un componente de confiabilidad, u objetivo y, en segundo
lugar, tiene un componente de racionalidad,
o subjetivo”.[7] Así, pues, lejos de que una
sola de las perspectivas, internista o externista, sea suficiente para capturar
todo el contenido que tiene -o que necesitamos que tenga- la noción de
justificación, debemos aceptar que esta puede ser iluminada por ambos enfoques.
Esta conclusión es, por citar un tercer y último autor, la misma a la que
arriba Fernando Broncano a partir de su análisis de los “casos Gettier” y sus
consecuencias.[8]
3. Retorno al monismo: la “línea dura” de
Goldman
Si consideramos como trasfondo las concesiones
“dualistas” que está dispuesto a hacer incluso un crítico del externismo como
lo es BonJour, es interesante notar que en fecha tan cercana como 2016 Goldman
continúe defendiendo un externismo de “línea dura”, para el cual no sería
necesario considerar que la cuestión de la justificación epistémica e ipso facto la del conocimiento requiere
un abordaje dual; habiendo criticado al internismo de conjunto en su influyente
trabajo “Internalism Exposed”, de 1999, Goldman no está dispuesto a echarse
atrás.[9]
Ahora bien, antes de detenernos a considerar este
ataque y su ratificación más de quince años después, debemos señalar una
particularidad metodológica de su acercamiento: la crítica de Goldman no
necesita apoyarse en un recurso a “intuiciones” como el que fuera objetado por
Craig. Muy por el contrario, Goldman plantea como punto de partida del debate
la pregunta por, justamente, los propósitos
que perseguiría una visión internista del conocimiento. Y, lo que es
interesante, considera -apoyándose sobre todo en Chisholm- que esta concepción
está motivada ante todo por una visión “deontológica” de la epistemología; esto
es, por una visión de la epistemología como disciplina conducente a decirnos qué
es lo que deberíamos creer (o al
menos qué es lo que tenemos permitido creer).[10]
Pese a que esta formulación puede ser acusada de escasa caridad precisamente
porque sugiere una asociación entre esta visión “deontológica” de la
epistemología y un implausible voluntarismo doxástico -sugerencia que Goldman
se ocupa de hacer explícita-, el autor propone simplemente ignorar las
dificultades que traería aparejadas este voluntarismo, y explorar si, y cómo,
la visión “deontológico-orientadora” de la epistemología requiere el compromiso
con un internismo.[11]
El segundo paso de su artículo consistirá pues en
mostrar que precisamente la clase de preocupación sobre “qué creer” que en
principio debería llevarnos al internismo es la que en rigor este no puede
satisfacer: por ejemplo, en la medida en que el internismo solo acepta que un
sujeto S esté justificado en la medida en que tiene un acceso efectivo a ciertas propiedades que lo justifican (no solo su
sistema de creencias es, por caso, coherente, sino que S sabe que es coherente) se le puede estar reclamando que sea capaz
de llevar adelante operaciones cognitivas que exceden con mucho las capacidades
de un sujeto epistémico ordinario, o incluso de un epistemólogo. Así las cosas,
pues, el internismo no lograría satisfacer los objetivos mismos que llevan a
postularlo.
Más concretamente, este paso de la crítica
requiere argumentar que el internismo resulta insatisfactorio tanto en una
versión fuerte como en una débil. En el caso del internismo “fuerte”, este
declararía que solo podemos estar justificados a partir de aquello que
conocemos de manera “directa” -básicamente, fenómenos tales como estados
mentales, pero no datos “externos”, extra-mentales-.[12]
En este caso, arguye Goldman, se abren las puertas al escepticismo en la medida
en que una importante proporción de nuestras creencias que prima facie están justificadas no son susceptibles de ser
fundamentadas por medio de la identificación directa, introspectiva, de
factores que las sustenten: un ejemplo claro sería la justificación de la
creencia de que p en el momento t a
partir de creencias “archivadas”, pero no necesariamente objeto de rememoración
en t; en la medida en que ellas no
son objeto de introspección, el internista “fuerte” se vería obligado a
declarar que no cumplen su rol justificatorio, de lo cual resultan
consecuencias escépticas.[13] En el caso del internismo
“débil”, se acepta que una creencia bien puede estar justificada a partir de
factores cuya cognoscibilidad no es “directa” -por ejemplo, evidencia que está
“archivada” pero que podemos recuperar-.[14]
Pero con este giro, según Goldman, se pueden resolver algunas de las
insuficiencias del internismo fuerte pero no todas. En particular, Goldman
destaca el caso de la evidencia que ha sido directamente olvidada: si el sujeto S adquirió la creencia en que p a partir de
una fuente fiable, pero olvidó su recurso a este proceso, el externista puede
seguir considerando no obstante que S está
justificado al creer que p, una conclusión al que el internista, incluso en
esta versión más laxa, no podría arribar. Goldman sustenta esta crítica en el
“argumento del brócoli”, un ejemplo que presenta tanto en su artículo inicial
de 1999 como en su respuesta a Williams quince años más tarde:
Muchas
creencias justificadas son tales que un agente alguna vez tuvo evidencia
adecuada que posteriormente olvidó. […] El año pasado, Sally leyó un texto sobre los beneficios del brócoli para
la salud en la sección “Ciencia” del New
York Times. Ella luego, justificadamente, formó una creencia en los efectos
benéficos del brócoli. Ella conserva esta creencia, pero ya no recuerda su
fuente original de evidencia (y no ha encontrado nunca fuentes que la
corroboraran o la socavaran). Sin embargo, su creencia sobre el brócoli está
todavía justificada y, si es verdadera, puede ser caracterizada como un caso de
conocimiento. Presumiblemente, esto es porque su adquisición de la creencia en
el pasado fue epistémicamente apropiada. Pero la adquisición pasada es
irrelevante a la luz del internismo (incluso el internismo débil), porque solo
sus estados mentales actuales son justificadores relevantes para su creencia
actual. Todos los eventos pasados son “externos” y por lo tanto irrelevantes de
acuerdo al internismo.[15]
Por otro lado, esta versión débil del internismo
seguiría de acuerdo con Goldman afectada por el problema de la recuperación simultánea de las creencias que forman parte del
corpus doxástico de un sujeto: si,
por ejemplo, estas deben ser evaluadas en su coherencia mutua, pero hacerlo
requeriría volver a todas simultáneamente conscientes, estaremos claramente en
presencia de un requisito imposible de satisfacer.[16]
Mientras, nuevamente, el externista puede contentarse con que las creencias de
un sujeto sean coherentes, aunque
este no sea capaz de constatar que lo
son, el internista exige más que esto, y por lo tanto, una vez más, los
requisitos excesivamente fuertes que nos plantea conducen hacia consecuencias
escépticas.
4. La alternativa de Williams
Frente al abanico de críticas presentadas por
Goldman, y aunque este declara que su ataque se refiere a una versión fuerte
del internismo tanto como a una débil, la respuesta de Williams consiste en
trazar una línea divisoria entre el internismo “subjetivista”, comprometido con
la tesis de que la justificación epistémica solo puede apoyarse en factores
intramentales, y un internismo en sentido más amplio, entendido como “una
epistemología no-subjetivista que considera que la orientación por razones
juega un rol esencial en la justificación epistémica” y que -continúa- “será
internista […], pero no vulnerable a [las] críticas [de Goldman]”.[17] La presentación de esta
propuesta puede organizarse en dos partes: primero,
los motivos -opcionales, según Williams- que habrían llevado a algunos autores
a comprometerse con un internismo “subjetivista”; segundo, las razones en virtud de las cuales, una vez que nos hemos
librado de tales motivos que nos empujarían a una versión extrema del
internismo, debemos todavía comprometernos con una propuesta internista, aunque
se trate de una más moderada.
El primero de estos pasos apela a explicitar las motivaciones
históricas que condujeron a los teóricos internistas del conocimiento a
comprometerse con la incómoda postulación de factores cognoscibles de modo
“directo” o no mediado, esto es, factores intramentales. De acuerdo con
Williams, tales motivaciones -que nos indican el paso en que debemos saber
apartarnos de la tradición- estribaron en el intento de ofrecer una respuesta
al escepticismo, el cual cobraba la forma del trilema de Agripa.[18] Enfrentado a la pregunta de
cómo es posible justificar una creencia cualquiera, al epistemólogo se le
planteaba la triple alternativa, ninguno de cuyos términos es en principio
aceptable, entre (a) una regresión al
infinito, (b) una justificación
circular, en lugar de “lineal” y (c)
una detención del proceso de justificación. Ante este escenario, reconstruye
Williams, podemos rápidamente descartar la primera opción.[19]
Dado que, por otra parte, la segunda alternativa se apoyaría en el intento de
determinar la coherencia de conjunto de nuestras creencias, lo cual es una
tarea difícil si no imposible, esto lleva a Williams a concentrarse en el
fundacionismo, esto es, la propuesta epistemológica según la cual nuestro
conocimiento reposa sobre creencias que no están justificadas inferencialmente,
esto es, a partir de otras creencias.[20]
Tomar en consideración este trasfondo de disputa
con el escéptico nos acerca parcialmente
a entender por qué la epistemología, preocupada como está por demostrar que el
conocimiento es posible, se ha movido en la dirección de un internismo específicamente
mentalista, pero no nos brinda todavía una respuesta completa: si solo se
tratase de identificar para el conocimiento humano puntos de partida no
inferencialmente justificados, es claro que también la percepción sensible,
“exterior”, podría proporcionárnoslo. De modo que tiene que haber algo más en
juego para descartar esta alternativa, y Williams lo identifica en la
exigencia, “evidencialista”, de que la aceptación de proposiciones por un
sujeto esté siempre “guiada […] por la evidencia”.[21]
Por otra parte, añade Williams, los epistemólogos preocupados por reivindicar
la posibilidad del conocimiento frente a la alternativa escéptica consideran
que una solución meramente externista, para la cual las creencias no
inferencialmente justificadas obtienen su valor epistémico a partir del hecho
de estar causadas por los mecanismos correctos, generalmente conducentes a la
verdad, es insuficiente dado que se sitúa en el nivel incorrecto de
generalidad: en la medida en que ella se sitúa dentro de la misma imagen del
mundo que se trataría, en rigor, de defender, ella solo puede funcionar sobre
la base de cierta circularidad epistémica.[22]
Pasando en limpio esta observación, Williams declara que el camino hacia el
internismo subjetivista resulta de apoyarse -junto con la exigencia
evidencialista- en una versión fuerte del “principio del criterio”, según la
cual todo conocimiento “requiere una confianza justificada en la
confiabilidad de sus fuentes”.[23]
Con esto tenemos finalmente todas las piezas de
la reconstrucción de Williams: en el contexto del escepticismo metodológico, al
que se agregan las exigencias planteadas por el evidencialismo y por la versión
fuerte del Principio del Criterio,
la
exigencia de interruptores de la regresión [en la justificación] se convierte
en la exigencia de conocimiento que sea absolutamente no-inferencial. Un
conocimiento tal debe estar encapsulado: los estados de conciencia que dan
lugar a él no pueden deber su condición epistémica a presuposición alguna que
se refiera a hechos externos a los estados de conciencia mismos. En otras
palabras, las creencias básicas deben ser intrínsecamente creíbles.[24]
Más concretamente, se tratará de identificar,
continúa el autor, ciertos estados tales que
constituyan
fuentes de conocimiento que se ratifiquen a sí mismas [self-vindicating]. El subjetivismo se sigue […] porque las
creencias que conciernen a los propios estados internos son los únicos
candidatos remotamente plausibles para este tipo de privilegio epistémico (al
menos para el conocimiento empírico). Solo con respecto a los estados internos,
psicológicos, existe siquiera alguna remota plausibilidad para la afirmación de
que estar en tal estado es suficiente
para saber que uno lo está.[25]
En este punto, sin embargo, Williams se detiene
-en continuidad con trabajos anteriores- a mostrar por qué el recorrido que
conduce a esta búsqueda de creencias básicas es, en rigor, optativo.[26] De acuerdo con este autor, la teoría del conocimiento se ve obligada a
llegar a esta posición como intento de respuesta al trilema de Agripa solo en
la medida en que se haya evaluado como aceptable lo que Williams denomina
“estructura de fundamentación previa”, de acuerdo con la cual, “[e]n todos los
contextos epistémicos, el derecho epistémico a la afirmación deriva siempre […]
de algo positivo que el declarante ha hecho
para ganar tal derecho”. Y, a su vez, este requisito de “fundamentación
previa” implica una “asimetría entre el declarante y el objetor”, en virtud de la cual, cuando “me represento como
sabiendo […] que p, no existe nada que un objetor tenga que hacer, ninguna
posición especial en la que el objetor tenga que estar […], para que alguien
tenga el derecho de […] preguntarme cómo es que sé (o por qué es que creo) que
p”.[27] Solo bajo este supuesto, que
indica que el objetor no necesita hacer nada
para justificar su insistencia en pedir razones, existiría -señala Williams- el
riesgo de una regresión al infinito. Pero el supuesto en cuestión, objeta el
filósofo inglés, “es una seria distorsión de nuestras prácticas ordinarias de
proclamar y atribuir conocimiento”.[28] En consecuencia, concluye, la tesis “de que simplemente al
representarme a mí mismo como dotado de conocimiento estoy al borde de una
regresión potencialmente infinita de justificaciones es un mito”.[29]
Ahora bien, en la medida en que queda rechazada
la necesidad de una respuesta al escéptico como el marco en que tiene que
situarse toda investigación epistemológica, queda libre el terreno, considera
Williams, para defender una versión, no comprometida con la restricción de los
factores justificatorios a estados mentales, de la epistemología internista.
Esta preservación de un internismo mínimo se debe según el filósofo inglés a la
conexión existente entre la condición de ser un sujeto epistémico y la propiedad
de la responsabilidad (accountability):
Amén de lo que
piensen los confiabilistas, ningún análisis adecuado del conocimiento humano puede liberarse de
consideraciones deontológicas. La razón es que el estatuto de sujeto epistémico
está esencialmente conectado con la responsabilidad.
Ser un sujeto epistémico simplemente es
ser responsable por lo que uno cree, en el sentido de que ser un agente
simplemente es ser responsable por lo
que uno hace. A pesar de las afinidades y las continuidades, el conocimiento
humano difiere de la cognición animal en el sentido en que la acción (action) humana difiere de la conducta (behavior) animal. Estar justificado […]
en las propias creencias es estar epistémicamente
autorizado (entitled) a
sostenerlas, y por tanto habilitado a usarlas en el razonamiento, a pasarlas a
otros, etcétera. Conocer es estar del lado correcto [onside] en el juego de la afirmación.[30]
Aunque esta declaración de principios es
sumamente sucinta y no se detiene, por ejemplo, en la conexión que puede
existir entre la responsabilidad epistémica y la coordinación de la acción con
otros agentes (en una perspectiva como la de Jürgen Habermas) o entre algún
tipo de responsabilidad asercional y la posibilidad misma de ser clasificado
como hablante competente de un lenguaje (en una línea como la de Robert
Brandom), ella llama la atención en cualquier caso sobre un fenómeno al que un
abordaje exclusivamente externista, al menos prima facie, no parecería prestarle la debida atención. Sin negar
la existencia de formas de “cognición”, como la de los animales, que podemos
atribuir sin considerar que existe en esos casos responsabilidad epistémica,
Williams subraya sin embargo que ellos no pueden proporcionarnos un modelo
único para comprender el fenómeno del conocimiento; en este sentido acotado, pues, puede decirse que Williams se acerca a
visiones “dualistas” sobre el conocimiento como la que encontramos en BonJour.
Debe quedar claro, en cualquier caso, que este sentido acotado de “dualismo”, y
que diferencia únicamente entre un fenómeno humano y uno animal, no significa
que Williams distinga, en el interior
del conocimiento humano, entre los
diferentes tipos de relaciones intersubjetivas que pueden darse en la práctica
humana y que subyacen a la circunstancia de que tanto el objetivo de la razonabilidad como el de la fiabilidad puedan ser vistos como
constitutivos de otros tantos conceptos, útiles en sus respectivos contextos,
de “justificación”. Puede pensarse, en efecto, que la desafortunada
unilateralidad con la que Williams describe la responsabilidad como
característica del “conocimiento humano”,
a secas, da pie a la particularmente poco caritativa réplica de Goldman, que
veremos más adelante.
5. Completando la respuesta de Williams
En cualquier caso, es difícil suponer que la
respuesta de Williams a Goldman pueda consistir solamente en las dos partes que
hemos visto; esto es, en señalar primero que el internismo no necesita
comprometerse con su versión fuerte, “mentalista” o “subjetivista”, y agregar
luego los motivos -centrados en la irreductibilidad del conocimiento humano a
la cognición animal- por los que una noción internista de justificación
continúa siendo insoslayable. En rigor, Goldman presentaba, como hemos visto,
argumentos tanto contra una versión
fuerte del internismo como contra una
versión débil, de manera que la respuesta explícita de Williams no puede
aparecer más que como incompleta. ¿Qué responder, entonces, al problema de que
-según busca mostrar Goldman con ejemplos como el del brócoli- incluso un
internismo debilitado tropezaría con el escollo de la evidencia olvidada o de
la imposibilidad de recuperación simultánea de una serie de justificadores?
¿Cómo evitar -en otras palabras- que obstáculos como aquellos conduzcan
efectivamente, como cuestiona Goldman, a clasificar como instancias de no conocimiento algunos casos en que
intuitivamente parecería que este sí se da? Tendremos que ver si, a partir de
los elementos a los que sabemos que Williams suscribe, es posible elaborar una
réplica a Goldman en este punto.
En efecto, si la preocupación de Goldman es que
el internismo le niega el título de conocimiento a una serie de casos en que
este parecería darse, y en consecuencia presenta amenazas escépticas, debemos
hacer intervenir aquí, a propósito de la discusión sobre el internismo débil, las mismas consideraciones que
presentaba Williams, en el contexto de la discusión de un internismo fuerte, contra el “requisito de la
fundamentación previa”. En otras palabras, mientras el escéptico considera que
el proponente de una afirmación no tiene justificación para ella a menos que de
algún modo haya previamente “ganado” tal justificación, Williams sostiene que
-al contrario- podemos poseer una justificación “por defecto” para algunas de
nuestras afirmaciones[31]. De esta manera, nada en el modelo defendido por Williams permite
atribuirle la posición de que Sally carezca
de justificación hasta que demuestre lo contrario; a la inversa, bien puede
decir que las creencias de aquella sobre el brócoli gozan de una justificación
“por defecto”, hasta que ellas sean razonablemente desafiadas.
El punto es todavía más claro cuando se trata, no
de la cuestión de la evidencia olvidada, sino del problema de la incapacidad de
reactivar simultáneamente un conjunto de creencias. Si este problema es
presentado por Goldman como un argumento contra el internismo en vistas de que
las creencias de un sujeto S de las que se trata de probar, por ejemplo, la
coherencia pueden simplemente ser demasiadas
para que tal evaluación sea factible, una réplica en términos de justificación
“por defecto” podrá aducir que, si un conjunto de creencias es demasiado grande
para que el sujeto que las sostiene pruebe que son coherentes entre sí, esto
simplemente no es relevante en la medida en que tal coherencia no haya sido
desafiada por un objetor. Y si, en efecto, un objetor ha hecho una objeción
tal, ella tendrá que referirse en
concreto a la inconsistencia existente entre dos o más creencias específicas de S, y la
evaluación de esta presunta inconsistencia no requerirá en absoluto reactivar
simultáneamente todo el corpus de lo
que S cree. El problema de la imposibilidad de la reactivación simultánea de
las creencias constituiría una objeción si estuviéramos manejándonos bajo el
supuesto de que aquellas son inconsistentes
hasta que se demuestre lo contrario, pero la propuesta de Williams apunta
precisamente en la dirección inversa: es el objetor, aquel que considera que
podemos ser acusados de inconsistencia, quien tiene la carga de la prueba.
La inversión del requisito de la fundamentación
previa arroja, por tanto, una primera línea de respuestas desde Williams a los
casos que, según Goldman, ponían en aprietos al internismo débil: en efecto,
Williams podría decir que también su propia propuesta es capaz de explicar en
qué sentido nuestras creencias están justificadas aunque hayamos olvidado la
evidencia, o aunque esta no pueda ser toda reactivada de forma simultánea. Sin
embargo, podemos ir todavía más lejos, y cuestionar que en efecto los casos que
de acuerdo con Goldman constituirían contraejemplos adversos al internismo,
puesto que deberían ser vistos como ejemplos de conocimiento mientras que el
internismo los descalifica para este rol, sean en efecto casos a los que les
convenga este título. Recordemos el contexto de “Internalism Exposed”: allí,
Goldman presentaba su crítica al internismo como una crítica inmanente,
interna, al fundamento que postula para aquel; esto es, a la concepción
“deontológico-orientadora” de la epistemología, concepción por cierto que
Williams defiende. Que las críticas de Goldman sean sólidas deberá depender,
entonces, no de la adopción de un punto de partida opuesto al del internismo,
sino -de allí el atractivo de aquellas- de que incluso partiendo de la concepción “D-O” de la epistemología, que
presuntamente es el único fundamento posible para el internismo, no
desemboquemos realmente en una epistemología internista, habida cuenta de los
obstáculos que esta presenta. Ahora bien, no es en absoluto claro que en el
momento de presentar el “argumento del brócoli” Goldman se atenga a esta
propuesta inicial.
En efecto, ¿puede el autor afirmar que, cuando
presenta ejemplos como este, todavía
está ofreciendo una crítica “inmanente”; esto es, que, incluso desde la concepción D-O de la epistemología,
deberíamos considerar que Sally sabe
que el brócoli es beneficioso para la salud, incluso si no recuerda la
evidencia en la que se apoyó para formar esta creencia? ¿Por qué se supone que
el resultado al que debería llegar el análisis epistemológico es que Sally
conoce, y no, a la inversa, que habiendo olvidado sus fuentes de evidencia
Sally es epistémicamente irresponsable
-esto es, que no cumple con las exigencias de una deontología de la creencia-
al continuar comprometida con la afirmación “El brócoli es bueno para la
salud”? Goldman da por sentado que la respuesta correcta para este caso es que
Sally conoce, y no se detiene a
mostrar por qué esa debería ser la posición de, justamente, una epistemología
D-O.
Pero el punto que Goldman trata como obvio dista
de serlo. Si bien, como señalamos en un primer momento, Williams puede apelar
aquí a la tesis de que existen creencias cuya justificación tenemos “por
defecto”, hasta que sean desafiadas, esta última cláusula no carece,
naturalmente, de condiciones. Por una
parte, en efecto, el autor puede disipar la apariencia de que el internismo
comprometería con consecuencias escépticas, puesto que, en circunstancias
ordinarias, es perfectamente concebible que Sally continúe haciendo uso de sus
creencias sobre el brócoli sin que estas sean desafiadas. Pero, por otra parte, el hecho de que
dispongamos de tal justificación “por defecto” no quiere decir que tal
justificación no pueda perderse en los casos en que la creencia efectivamente es desafiada, y su sostenedor no puede
responder a ella satisfactoriamente. En este punto, es difícil ver por qué el
“argumento del brócoli” seguiría arrojando el resultado que Goldman espera.
¿Por qué, exactamente, debemos suponer que Sally continuaría estando
justificada, en el sentido de
“justificada” requerido por la concepción D-O de la epistemología, una vez
que encuentra que no ha podido responder al desafío razonable de un sujeto que
duda de los efectos salutíferos del brócoli? No se ve de qué manera, sin
cometer una petición de principio, Goldman podría insistir en que incluso en un
escenario así la justificación de Sally permanece. Ahora bien, dado que
efectivamente Goldman dice algo que
puede entrar en juego aquí -a saber, que la propiedad de estar justificado no puede depender de la actividad de justificarse- es momento de pasar a
estas consideraciones.
6. “Justification” y “justifiedness”: la
réplica de Goldman a Williams
Frente a la propuesta por Williams de un
internismo no “mentalista”, que ratifica la exigencia según la cual lo que
conocemos como conocimiento humano
debe estar asociado a la cognoscibilidad de los factores justificatorios, pero
que suprime -a través del cuestionamiento de la centralidad de la respuesta al
escepticismo- la restricción de acuerdo con la cual estos solo podrían
consistir en hechos mentales, únicos capaces de proporcionarle fundamentos
“absolutamente no-inferenciales” a nuestro conocimiento, Goldman acusará a su
interlocutor de estar cambiando de tema. Esta crítica es desplegada al comienzo
y al final de la breve respuesta de Goldman: “Estamos hablando”, dice, “sobre
la justificación, o la condición de justificado [justifiedness]”. Aquella es “una propiedad o estado instanciado por una creencia o por un sujeto de
creencia en un determinado momento”, instanciación que no
equivale a “realizar ninguna acción, involucrarse en una actividad, de justificar [justifying]”.[32] Según Goldman, esta
distinción habría sido inicialmente propuesta por William Alston, y los
“epistemólogos contemporáneos” estarían de acuerdo con él en que la teoría de
la justificación epistémica se preocupa por el primer fenómeno, no por el
segundo.[33] En cambio, continúa
Goldman, un aspecto “intrínseco al
abordaje de Williams” radicaría precisamente en no preservar la independencia
de los dos fenómenos; en establecer “que estar justificado involucra la
capacidad de explicar por qué uno cree lo que cree, y poder reivindicar una
pretensión de conocimiento”. Pero, insiste, esta es “precisamente la clase de
actividad separada o ‘extra’ que […] que es actualmente reconocida como
distinta del estado […] de estar justificado, y adicional con respecto a él”.[34] Exigir tal actividad como requisito de la
justificación, finaliza Goldman, podría
clasificarse como lo
que Alston (1980) llamó una “confusión de niveles”. Involucra tanto exigencias
de “meta-conocimiento” sobre el propio estado con respecto a la justificación
como una habilidad comunicativa con respecto a otros que no es inherente al
estado de justificado [justifiedness]
per se. (Incluso […] agentes dialécticamente inhábiles pueden tener creencias
bien justificadas; por ejemplo, creencias perceptivas).[35]
Ahora bien, si esta respuesta puede reconstruirse
como un argumento que señala que (1) la condición
de la justificación epistémica está efectivamente instanciada en casos -como
las creencias perceptivas de sujetos dialécticamente poco hábiles- en los que
no viene acompañada de la capacidad de realizar una acción de justificación, y que sobre esta premisa concluye que (2)
el análisis de Williams -que no consideraría tales casos como de justificación-
tiene que estar equivocado, es difícil no pensar, en consecuencia, que Goldman
está lisa y llanamente pasando por alto el problema específico sobre el que
Williams llama la atención; a saber, la cuestión de las responsabilidades
epistémicas que se asocian, en la comunicación ordinaria, a la enunciación de
una pretensión de conocimiento. Como hemos ya señalado, la unilateralidad que
parece estar cometiendo Goldman es simétrica a aquella con la que se
comprometería Williams al describir la totalidad del “conocimiento humano” como requerida de la postulación
de responsabilidades epistémicas. Sin embargo, debemos intentar ver si la
remisión por Goldman al texto de Alston nos pone en contacto con algún
argumento nuevo.
Alston toma como uno de los blancos de sus
críticas a Chisholm. De acuerdo con Alston, aquel tendería a asimilar las
condiciones que justifican a un sujeto a creer que p con las condiciones que lo
justifican a creer que sabe que p, o
que es evidente para él que p; las
condiciones de justificación de la creencia de primer orden y las de la
creencia de orden superior serían presentadas como las mismas.[36] Sin embargo, objeta Alston,
esto lleva a que muchos epistemólogos limiten sus análisis a un tipo muy
restringido de factores que proveen justificación inmediata a una creencia; en
particular, señala, sería de lamentar el “olvido de la posibilidad de que una
creencia pueda estar inmediatamente justificada por haber estado originada de
cierta manera; por ejemplo, justificada por haber sido producida por un
mecanismo confiable de producción de creencias”.[37]
Es “bastante plausible”, continúa
Alston, que
la confusión de
niveles […] sea responsable de la extendida omisión de la justificación
inmediata por el origen. Puesto que, si uno considera que S esta inmediatamente
justificado en creer que p solamente si S está inmediatamente justificado en
creer que S está justificado en creer que
p, entonces uno restringirá el rango de justificadores inmediatos a
aquellos que uno supone que son capaces de justificar la proposición de orden
superior, al igual que la de orden inferior.[38]
En otras
palabras, es bastante claro que “el hecho de que una
creencia haya sido producida por un mecanismo psicológico confiable no es suficiente para para justificar
una creencia sobre el estatuto
epistémico de esa creencia, puesto que estamos a menudo a oscuras en lo que
hace a la confiabilidad, u otras características, de lo que produce nuestras
creencias”;[39] la confiabilidad de una creencia puede darse de hecho aunque no sepamos que se da. Y como consecuencia
de esto, la justificación de la proposición de orden superior que versa acerca
de nuestro estado de justificados puede tener condiciones mucho más
restrictivas que la justificación de la proposición de orden uno. “Por tanto”,
finaliza Alston, “al no distinguir la justificación en los
dos niveles, uno terminará ignorando la posible relevancia epistémica del modo
efectivo de producción de las creencias”.[40]
El propósito del autor es entonces claro: desea
mostrar que la exigencia de que un sujeto esté justificado en su creencia (de
orden dos) de que está justificado en
creer que p es una exigencia demasiado fuerte a la hora de atribuir
creencia justificada en que p, puesto que -se supone- sabemos que el sujeto S
que cree que p en virtud de un mecanismo fiable está justificado; si la teoría de Chisholm no arroja este
resultado, tiene que ser ella la que esté en un error. Algo similar sucede
cuando Alston evalúa un pasaje de Keith Lehrer, en el que este afirma que un
sujeto solamente puede creer justificadamente que ve algo, en oposición a creer que lo alucina, en la medida en que “tenga información que le permita
distinguir la alucinación con respecto a la cosa real”. Sin embargo, para
Alston esto es, nuevamente, demasiado:
Acordemos en que una
persona a la que x le parece rojo no puede estar justificada en una creencia
perceptiva de que x es rojo a menos que “las condiciones que lo rodean” y “el
estado en el que se encuentra son tales que cuando algo parece rojo en
condiciones de este tipo a una persona en su estado, entonces es rojo”. Pero
¿por qué deberíamos exigir que la persona tenga
esa información, sepa (crea justificadamente) que esto es así? ¿Por qué no
es suficiente que esto sea así?[41]
Pues bien, una respuesta tal vez no disponible
para el propio Alston, pero que sí lo estaba para Goldman, habida cuenta del
desarrollo de los debates sobre internismo y externismo, es que hay argumentos, y no solo una simple
confusión de niveles, que pueden subyacer a la reticencia a atribuirle
justificación epistémica a un sujeto cuyos mecanismos de producción de
creencias son confiables pero no lo sabe.
Esta respuesta podría tener dos partes, la primera referida justamente al tipo
de creencias perceptivas sobre el que insiste Goldman, y la segunda
cuestionando la representatividad de tales ejemplos.
La respuesta del internista, o del “dualista”,
tendría que estar en este punto, una vez más, en la línea de lo que ya
encontrábamos en The Structure of Empirical
Knowledge de BonJour; a saber, que si
nuestro hipotético sujeto S dotado de creencias perceptivas no supiera
realmente nada acerca de la fiabilidad de estas -conocimiento que puede haber
adquirido mediante vías tan sencillas como el recuerdo del abrumador número de
veces en que las creencias perceptivas se confirmaron unas a otras, y de lo
inusuales que son las alucinaciones o los sueños vívidos- entonces
efectivamente su adopción de creencias por vía perceptiva sería, efectivamente,
tan irracional, tan injustificada desde el punto de vista de su propia
racionalidad epistémica, como los sujetos de los contraejemplos de BonJour
acerca de poderes adivinatorios misteriosos.[42]
Para que los casos de la percepción constituyan realmente contraejemplos
interesantes a favor del externista, debe asumirse no solamente que los sujetos
de las creencias perceptivas no han hecho
ningún trabajo justificatorio, sino también -lo cual es mucho más fuerte- que
no serían capaces, en caso de ser
desafiados, de reivindicar sus propias creencias perceptivas apoyándose en
datos relativamente elementales acerca de su propio historial de aciertos y
errores, y que pese a todo esto efectivamente están justificados en creer lo
que creen.
Pero, en segundo término, el adversario de un monismo
externista podría cuestionar también la pertinencia de los ejemplos sobre los
que machaca Goldman. En este punto, está autorizado a preguntarse a qué se debe
la presunta centralidad que deberíamos reconocerle a la práctica de declarar
justificadas las creencias perceptivas de otros sujetos. Contra este cuidadoso
recorte de los ejemplos, el adversario del monismo externista puede señalar
que, como mínimo, el externista debería reconocer
la existencia de una práctica comunicativa de desafiar creencias ajenas y
pedir justificaciones, las cuales en consecuencia necesitarán hacerse
conscientes; práctica que, por lo demás, se asocia mucho menos a reportes de
observación como “eso es rojo” que a creencias más interesantes pero no por eso
inusuales, como las que se expresan en proposiciones del tipo “El calentamiento
global está causado por el ser humano” o “La inversión estatal en educación es
redituable”, creencias sobre las cuales cabe polemizar, discrepar con las
evidencias provistas por el interlocutor y exigir razones. Si volvemos al que
presuntamente era el marco general del abordaje de Goldman -no el recurso a
intuiciones sobre lo que significaría “conocer”, sino el rol de un concepto en
unas prácticas- puede encontrarse un rol mucho más claro para la noción de
justificación epistémica asociada a la responsabilidad -es decir, aquello sobre
lo que llama la atención Williams- que para las atribuciones de justificación a
sujetos perceptivos que ven superficies coloreadas.
Por lo demás, resta señalar un punto adicional
que avala la plausibilidad de una propuesta cuanto mínimo dualista, en
oposición al monismo externista, y se asocia al problema de la comunicación;
esto es, a la consideración no solo de las perspectivas de primera y tercera
persona sino también de la relación con una segunda.[43] Parte del atractivo de la
epistemología externista, como teoría sobre los límites que tiene un sujeto
para acceder por vía introspectiva a los factores que de hecho justificarían a
muchas de sus creencias -sobre los límites, dicho brevemente, de la
introspección- radica en la promesa de alejarse del legado cartesiano: así por
ejemplo, Goldman escribe sobre el “internismo tradicional, el tipo inspirado
por Descartes”, que “aspira a mostrar cómo las creencias ordinarias pueden ser
justificadas desde el punto de partida de los propios estados mentales
actuales”.[44] Ahora bien, si en un aspecto el externismo puede
efectivamente ser visto como una superación satisfactoria de la herencia
cartesiana; a saber, en lo que concierne a la superación del “solipsismo del
momento”, por otra parte, en cambio -un aspecto mucho más cercano al
“solipsismo” en un sentido más literal-, es el externista quien permanece del
lado de una epistemología en la que la justificación es un asunto de un sujeto
aislado. Críticos en la línea de Williams bien podrían señalar que el presunto
conocimiento al que aspira Descartes no puede proclamarse tal sin antes pasar
por la criba de satisfacer las responsabilidades epistémicas que implica frente
a las posibles objeciones de terceros; son autores como Goldman, por el
contrario, quienes dispensarían a la empresa cartesiana de tales
responsabilidades.
7. Recapitulación de resultados
Resumamos aquí los dos resultados alcanzados.
1. Si bien la respuesta de Michael Williams a los
argumentos de “Internalism Exposed” no incluye una réplica a los ataques de
Goldman contra la versión débil del
internismo, es posible mostrar que, a partir de la sustitución por Williams del
“requisito de la justificación previa” por el modelo de la justificación “por
defecto”, cabe delinear respuestas que muestren por qué las presuntas
consecuencias escépticas del internismo no son tales.
2. Por otra parte, no parece
razonable que Goldman achaque a una mera confusión la clase de vinculación entre
estar justificado y poder justificarse que se desprende del
análisis de Williams. Por el contrario, esta vinculación se desprende de la
existencia de una práctica humana de discrepar con interlocutores y pedirles
razones para sus creencias.
El autor es licenciado en filosofía por la Universidad de Buenos Aires
y doctor en filosofía por la Universidad de Buenos Aires en cotutela con la
Université Paris 8 (Francia). Dicta las materias Epistemología, Filosofía y
Filosofía Contemporánea en la Universidad CAECE. Es becario posdoctoral del
CONICET. Su campo de investigación incluye la fenomenología y la teoría
analítica del conocimiento. Ha publicado más de veinte artículos en revistas
especializadas del país y del exterior. Su primer libro, Opacidad y relativismo, ha sido publicado este año por la editorial
Prometeo.
Recibido: 15 de
octubre de 2018.
[1]) Cf. Edmund Gettier, “Is Justified
True Belief Knowledge?”, Analysis 23 (1963): 121-123.
[2]) En una de estas propuestas, particularmente
temprana, se exige que la creencia verdadera haya
surgido de las cadenas causales correctas, de modo que la creencia del sujeto
cognoscente en que p pueda rastrearse
al hecho mismo de que p
(cf. Alvin Goldman, “A Causal Theory of Knowing”, The
Journal of Philosophy 64 (1967): 357-372). En otra propuesta, se postula
como “tercera condición” -junto con la creencia y la verdad- que se verifiquen
condicionales contrafácticos que liguen la creencia en que p a la verdad de p
(cf. Robert Nozick, Philosophical
Explanations (Cambridge, Massachussetts: Cambridge University Press, 1981):
172-178). En tercer lugar, se ha optado por señalar que las creencias que
constituyen efectivamente conocimiento resultan de mecanismos confiables (David
Armstrong, Belief, Truth and Knowledge (Cambridge, Massachussets: Cambridge University Press, 1973),
capítulo 12. Si bien la introducción de esta última
línea de análisis, “confiabilista” en oposición al meramente “causal”, se
asocia al nombre de Armstrong más que al de Goldman, este último desarrolló
explícitamente el confiabilismo en trabajos ulteriores y su posición es
descrita en consecuencia en estos términos; en particular, ya en su artículo de
1979 “What is justified belief?”, Goldman señaló que la característica que
tienen en común procesos que subyacen a creencias que tendemos a considerar
injustificadas -tales como el pensamiento desiderativo o el apoyo en
corazonadas- es que ellos no son
confiables, mientras que, por el contrario, los procesos que intuitivamente
describiríamos como fuente de justificación -tales como la percepción, la
memoria o la introspección- son confiables
(cf. Alvin Goldman, “What is justified belief?”, en Justification and Knowledge. New Studies in
Epistemology, ed.
George Pappas (Dordrecht/Boston/Londres: D. Reidel Publishing Company, 1979),
9-10).
[3]) Cf. Edward Craig, Knowledge and the state of nature. An essay in conceptual
synthesis (Oxford: Oxford University Press,
1990), 1, para la presentación de esta metodología habitual, y 6, para una
crítica al presupuesto de que las
“intuiciones” sobre el concepto de conocimiento arrojarán efectivamente el
mismo resultado tratándose de diferentes hablantes, o de un mismo hablante en
diferentes momentos.
[4]) Claro está
-continúa Craig- que es posible que en algunos casos sea relevante atribuirse a sí mismo conocimiento, puesto que la
pregunta “¿Quién sabe si p?” puede caber responder “Yo lo sé”, y en estos casos será necesario que el informante fiable
pueda él mismo saber que lo es. Sin embargo, esto solo indica que algunos casos de la práctica general de
identificar informantes fiables (a saber, casos de autoidentificación) requerirán que los factores que justifican la
creencia, que indican que ella probablemente es verdadera, sean reconocibles
por el propio sujeto de la creencia; no se desprende, en absoluto, que como
regla general la atribución de conocimiento a otros sujetos requiera que los
propios sujetos a los cuales tal conocimiento es atribuido puedan ellos mismos
acceder a los motivos que fundamentan tal atribución. Cf., para todo esto, Craig, Knowledge and the state of nature, 68:
“[H]abrá a menudo motivos […] para aplicarse el concepto del informante a uno
mismo. Esto no significa que haya algo fundamentalmente de primera persona o
fundamentalmente de tercera persona en el concepto de conocimiento. El
informante cuyas credenciales están bajo escrutinio puede ser tanto uno mismo
como otro. Pero esta imparcialidad misma entre las perspectivas de primera y
tercera personas, creo, sí habla a favor de aquellos que ofrecen análisis
externistas del conocimiento. La visión de tercera persona favorece al
externismo, mientras que la pizca de internismo que se experimenta en el caso
de la primera persona no nos brinda ninguna razón suficiente para romper la
simetría semántica y postular un concepto diferente, en tanto que internista, que
uno aplique a sí mismo. Puesto que la pizca de internismo puede ser explicada
sin suponer que uno está entonces formulando, sobre sí mismo, una pregunta con
un contenido internista. La simplicidad y la elegancia favorecen el leer la
pregunta -‘¿soy un buen informante con respecto a p?’- en términos externistas,
y ver el aura internista como una consecuencia no sorprendente del hecho de que
la pregunta está aquí siendo formulada internamente, es decir, sobre uno mismo”.
[5]) Cf., en este sentido, Laurence BonJour,
The Structure of Empirical Knowledge
(Cambridge, Massachusetts/Londres: Harvard
University Press, 1985), 34-57.
[6]) Cf. Laurence BonJour y Ernest Sosa, Epistemic Justification: Internalism vs. Externalism, Foundations vs. Virtues (Malden/MA: Blackwell, 2003).
[7]) Cf. Jennifer Lackey, Learning from Words. Testimony as a Source of
Knowledge (Oxford: Oxford University Press, 2008),
10.
[8]) Cf. Fernando Broncano, Saber
en condiciones. Epistemología para escépticos y materialistas (Madrid:
Ediciones Mínimo Tránsito, 2003).
[9]) Cf. Alvin Goldman, “Internalism
Exposed”, The Journal of Philosophy, 96 (1999), 271-293.
[10]) Cf. ibid., 272-274.
[11]) Cf. ibid., 275.
[12]) Cf. ibid., 276-278.
[13]) Cf. ibid., 278-279.
[14]) Cf. ibid., 279-280.
[15]) Ibíd., p. 280. El mismo argumento es reivindicado por Goldman en
“Reply to Williams”, en Goldman and his
critics, ed. Brian McLaughlin y Hilary Kornblith (Hoboken: Wiley, 2016), 20.
[16]) Cf. ibid., 281-282.
[17]) Michael Williams, “Internalism,
Reliabilism, and Deontology”, en Goldman
and his critics, 8.
[18]) Cf. ibíd., 9.
[19]) Es sabido, sin embargo, que la opción infinitista ha sido
aceptada por una minoría de autores. Cf.
por ejemplo la presentación del problema de la regresión, seguida de una
defensa de la posición infinitista y una respuesta a algunas de las objeciones
contra ella, en Scott Aikin, Infinitism
and the regress problem (New York: Routledge, 2011), especialmente
capítulos 1 y 2.
[20]) Williams, “Internalism,
Reliabilism…”, 9.
[21]) Williams, “Internalism,
Reliabilism…”, 10.
[22]) Cf. ibíd., 11.
[23]) Ibíd., 12. Subrayado
en el original.
[24]) Ibíd.
[25]) Ibíd.
[26]) Cf. la respuesta de Williams al infinitismo de Klein en Michael
Williams, “Avoiding the regress”, Ad
Infinitum: New Essays in Epistemological Infinitism, ed. John Turri y Peter Klein (Oxford: Oxford University Press, 2014),
especialmente 231-232.
[27]) Williams, “Internalism,
Reliabilism, and Deontology”, 15.
[28]) Ibíd., 15.
[29]) Ibíd., 15.
[30]) Ibíd., 13. Subrayado
en el original.
[31]) Ibíd.,
13. Subrayado en el original.
[32]) Alvin Goldman, “Reply to
Williams”, 19.
[33]) Cf. ibid.
[34]) Ibíd., p. 21.
[35]) Ibíd.
[36]) Cf. William Alston, , “Level‐confusions in epistemology”, en Midwest Studies in Philosophy,
vol. 5, ed. P. French, T. Uehling y H. Wettstein, (Minneapolis:
University of Minnesota Press (1980), 135–50.
[37]) Ibíd., 140.
[38]) Ibíd. Subrayado en el
original.
[39]) Ibíd. Subrayado en el
original.
[40]) Ibíd.
[41]) Ibíd., 141. Subrayado
en el original.
[42]) Cf., nuevamente, BonJour, The Structure, 34-57.
[43]) Debo esta observación a un intercambio con Anahí Grenikoff.
Agradezco también a Santiago Armando, Pedro Martínez Romagosa y Federico
Penelas por otras observaciones a una previa versión de este trabajo, así como
a Bruno Muntaabski, Daniel Pared, Moira Pérez, Blas Radi y Mauro Santelli por
otros intercambios en el marco del seminario de epistemología de la Sociedad
Argentina de Análisis Filosófico (SADAF).
[44]) Alvin Goldman, “Internalism,
Externalism, and the Architecture of Justification”, The Journal of Philosophy, 106 (2009): 309-338.