Philosophia 80/1 I 2020 I pp. 87
a 105 CC BY-NC-SA 3.0 I ISSN
0328-9672 (impresa) I ISSN 2313-9528 (en línea)
CONFIANZA Y TEMOR EN ARISTÓTELES
Trust and Fear in Aristotle
Andrés
COVARRUBIAS CORREA
Pontificia Universidad Católica de Chile
(Chile)
acovarrc@uc.cl
Resumen: En este artículo me propongo abordar el temor y la confianza como
pasiones contrarias, sobre todo a partir de Ética
a Nicómaco, III, 6-9 y, por otra parte, como contrarias y complementarias
orientadas a los objetivos de la persuasión en el libro II de la Retórica, especialmente su capítulo 5.
En relación con el análisis de este segundo aspecto, también considero ciertos
pasajes fundamentales de la Poética
que pueden iluminar la reflexión en torno a las pasiones aludidas.
Palabras clave: Aristóteles, confianza,
temor, valentía.
Abstract: In
this article I propose to approach fear and trust as both opposite passions,
especially from Nichomachean Ethics, III, 6-9, and opposite and
complementary to the effect of persuading in Rhetoric, II, 5. In relation
to the analysis of this second aspect, certain fundamental passages of the Poetics
are also considered to illuminate the reflection around the aforementioned
passions.
Keywords: Aristotle, trust, fear, courage.
1. Dimensión ético-política de la confianza y el
temor
Es
fundamental, en primer lugar, situar la confianza (thárros) en el contexto de las virtudes y pasiones.[1] En efecto,
para el Estagirita la confianza es una pasión, lo que significa que no es buena
ni mala en sí misma sino que dependerá su cualificación del modo en que nos
refiramos a ella desde la virtud que le corresponde, a saber: el valor o
valentía (andreía). En este sentido,
y respecto a la educación que se ha de recibir, es el hombre bueno quien está
en disposición de afrontar un riesgo hermoso (cfr. Política, 1338b30-32). Así, pues, el valor constituye la virtud, el
justo medio, respecto a las cosas que suscitan confianza o temor (phóbos)[2], donde los extremos
viciosos, es decir la disposición de aquello que “no es debido”, estarán dados
por la temeridad (thrasýtes), como
una excesiva confianza y desprecio del temor razonable, y la cobardía (deilía) como exceso de miedo, es decir,
sentirlo donde, con que o quien, o cuando no corresponde. La ausencia absoluta
de temor, según Aristóteles, carece de nombre porque no es esperable
encontrarla en algún ser humano.
Es digno
de ser destacado que la andreía se
refiere a aquella virtud que se expresa, sobre todo, desde la perspectiva
ética, en el contexto del aplomo que se ha de mostrar en la batalla, como
asimismo las pasiones de temor y confianza son asumidas principalmente en este
mismo ámbito. En efecto, Aristóteles describe cinco tipos de pasiones
semejantes a la valentía pero que no lo son propiamente en Ética a Nicómaco, 1116a15ss., por ser instancias donde no se trata
de la demostración del valor en la batalla o, en ciertos casos, por no
constituir en sentido estricto un acto de valor, a saber: a) el valor
político-ciudadano, motivado por posibles reproches que sean acompañados por un
sentimiento de vergüenza cuando se trata de defender la pólis y también, a veces, por penas legales, y es el más semejante
a la auténtica andreía (cfr. EN, 1116a15-35); b) el que es producto
de la experiencia de los soldados profesionales, los cuales, a pesar de su
preparación, temen más a la muerte que al deshonor; c) el que es producido por
una pasión, que se manifiesta como el más natural y puede desarrollarse de
manera muy semejante al verdadero valor si se agrega la elección y un motivo
recto, sin aún haber propiamente una motivación noble; d) el de quien piensa
que no está en un gran peligro, como suele ocurrir con los temperamentos
sanguíneos acompañados de una buena esperanza (elpís), pero cuando lo percibe próximo, huye; e) el valor por mera
ignorancia, que es semejante al de los temperamentos sanguíneos pero con una
menor autosuficiencia. Todos estos casos pueden ciertamente ocurrir la mayoría
de las veces pero no son andreía en
sentido propio, por no tratarse en definitiva de una motivación noble o por no
tener un adecuado sentimiento de temor o confianza al enfrentarse a la
situación de riesgo.[3]
El valor
se refiere a la confianza y al temor, pero no a ambos de la misma manera, sino
más bien a las cosas que inspiran esta última pasión. Es valiente el que ante
estos acontecimientos se muestra imperturbable y se comporta como es debido,
más bien que el que obra así frente a circunstancias que inspiran confianza. Se
llama valerosos o valientes, pues, a quienes soportan las cosas penosas que
comportan un inminente peligro (cfr. EN
III, 9, 1117a29-33). En efecto, el valor se muestra sobre todo frente a las
cosas que, en definitiva, presagian muy próximamente una situación dolorosa y
que, por lo mismo, provocan temor.[4]
2. Éthos trágico y páthos
retórico: confluencia en el temor y la compasión
Desde la
perspectiva de la Poética el páthos constituye una parte del mýthos y así se integra en la tragedia
junto a peripecias y reconocimientos. El páthos
es una acción (práxis) destructora o
dolorosa, por ejemplo, las muertes en escena, los tormentos, las heridas y
demás cosas semejantes (cfr. Poética,
1452b10-13). Conviene tal vez recordar aquí que tales acontecimientos, en las
buenas tragedias, ocurren entre parientes y personas amigas, ya que así logran
su más pleno efecto.
Podemos
hacer notar que el páthos es
concebido en la tragedia como una acción que se desenvuelve en la trama y, en
el caso de ser representada o leída, de cara al espectador o al lector. Ahora
bien, desde la perspectiva del actor se trata de una simulación. ¿Qué técnicas
intervienen para que tales sucesos puedan influir en las emociones del
espectador o del lector, aunque éste se sabe, a fin de cuentas, sentado en el
teatro o leyendo una tragedia? Por otra parte nos podemos preguntar; ¿Hay
alguna relación, en este sentido, entre el actor y el orador?
Debido a
que tales interrogantes nos obligan a introducirnos en la teoría de las
emociones propuesta por Aristóteles, quisiéramos delimitar esto tomando en
cuenta un aspecto esencial de la definición de la tragedia, y que, por lo
demás, es analizado con mayor detalle en la Retórica:
nos referimos a la compasión y el temor. Consideraremos estas emociones, sobre
todo, para mostrar que ellas reciben un tratamiento privilegiado y
complementario en el contexto de la Poética
y la Retórica de Aristóteles sin
paralelo en sus estudios sobre ética o política.[5]
En el caso
de la tragedia, la imitación no solo tiene por objeto una acción completa sino
también situaciones que inspiren temor y compasión. Éstas son más intensas
cuando se presentan contra lo esperado, pero con una relación de causalidad
(cfr. Poética, 1452a1-4). Si antes
Aristóteles ha escrito que la magnitud de la tragedia exige un adecuado
desarrollo de los acontecimientos en sucesión verosímil o necesaria, que
permita la transición de la dicha al infortunio o viceversa (cfr. Poética, 1451a11-15), ahora se integran
las peripecias y reconocimientos que son los que suscitan compasión y temor y,
a fin de cuentas, la dicha o el infortunio dependen de tales acciones.
Ahora
bien, cuando Aristóteles analiza los acontecimientos trágicos y caracteriza a
los protagonistas deja fuera a los virtuosos, también a los malvados, ya que su
paso al infortunio o a la dicha no produce compasión ni temor.[6]
Llegado a este punto, el Estagirita aporta una clave que estimamos valiosa en
lo que respecta a la relación entre poética y retórica: “(...) ya que aquélla
(i.e. la compasión) se refiere al que no merece su desdicha, y éste (i.e. el
temor), al que nos es semejante (hómoion)...”
(Poética, 1453a2-7). De modo que el mejor
personaje es el intermedio puesto que no sobresale por su virtud o justicia,
ni cae en la desdicha por su bajeza o maldad, sino por algún error (hamartían tiná) (cfr. Poética, 1453a10). Y un poco más
adelante insiste en que este paso de la dicha a la desdicha no es por maldad
sino por un gran error (cfr. Poética,
1453a16). Todo esto bajo la indicación de que el poeta ha de proporcionar, por
la imitación, el placer que nace de la compasión y el temor (cfr. Poética, 1453b11 ss.), y que no ha de
hacerse simplemente coincidir la creación de la tragedia con los deseos de los
espectadores. En cuanto a las situaciones que ha de desplegar la trama trágica,
la peor es la de estar a punto de ejecutar una acción conscientemente y no
realizarla, ya que siendo repulsiva no es trágica puesto que carece de páthos (cfr. Poética, 1453b39).
Enfrentados
a esta situación, sin embargo, nos percatamos de la poca ayuda que nos brinda
la Poética —incluso su capítulo 14—
para comprender el papel que juegan el temor y la compasión, dejando además en
suspenso el sentido que debemos dar a la hamartía;
¿es un error moral, culpa, negligencia, azar? Creemos importante, en vistas a
una explicación satisfactoria, remitirnos a la Retórica —en especial al libro II— donde Aristóteles trata con
mayor detalle el problema de las pasiones,[7] que constituyen una de las
pruebas por persuasión, junto al entimema y el ejemplo,[8] en cuanto que pueden ser
tanto suscitadas como mitigadas en la audiencia por parte del orador que aplica
el arte con ingenio y capacidad.
Cuando nos
enfrentamos a la definición de tragedia que ofrece la Poética, constatamos que no es tarea fácil responder por qué
Aristóteles elige, entre las pasiones posibles, dar primacía al temor y la
compasión y, más aún, poder explicar en qué consiste el hecho de que su kátharsis permita cumplir con el fin de
la tragedia. ¿Cómo se vinculan temor y compasión? Si bien es cierto que la Poética no da una respuesta, sin embargo
la Retórica nos aporta claves
sugerentes de interpretación. En esta última obra el Estagirita afirma que el
temor es un cierto pesar o turbación nacidos de la imagen de que es inminente
un mal destructivo o penoso (cfr. Retórica,
1382a21-22). Este carácter de inminencia distingue esta definición de la
expresada en Ética a Eudemo, 1229a33,
y tal proximidad de un posible acontecimiento temible y doloroso es un elemento
determinante si consideramos el asunto desde la perspectiva de la convicción
del espectador o la credibilidad por parte del auditorio.
Tal
aspecto de inmediatez está presente cuando Aristóteles revela el vínculo entre
compasión y temor: “Por decirlo simplemente son, pues, temibles todas las cosas
que cuando les suceden o están a punto de sucederles a otros inspiran
compasión” (Retórica, 1382b24-26).
Aquí estamos en presencia de una situación de simetría,[9] que permite un cierto grado
de identificación en el que la mirada sobre nosotros mismos revierte en la
apreciación del otro y, a la inversa, la mirada sobre el otro influye
decisivamente en lo que sentimos en nosotros mismos. Creemos que esta relación
de identificación aproxima poesía y retórica en la expresión de un sentimiento
que posibilita tanto la purificación o clarificación de los sentimientos como
la persuasión que toma como punto de partida el páthos de los que han de formar un juicio (héneka kríseos), objetivo central de la retórica (cfr. Retórica, 1377b20-21).
Ahora
bien, mientras que en el placer propio de la kátharsis trágica no se busca el recurso a las pasiones de
compasión y temor para persuadir, sino para realizar el cometido de la tragedia
(cuyo referente es una mímesis práxeos),
la retórica, por el contrario, puede orientar hacia la producción imaginativa
de los sentimientos —ira, calma,[10]
amor, odio, temor, confianza, vergüenza,[11] desvergüenza, favor,
compasión, indignación, envidia, emulación— y es así como conviene poner a los
oyentes, cuando sea lo mejor que ellos, por ejemplo, sientan temor, en la
disposición de que puede sobrevenirles un mal inminente, ya que también lo han
sufrido otros superiores a ellos o gente semejante, “y, además, de parte de
personas de las que no cabría pensarlo y por cosas y en momentos que no se
podrían esperar” (Retórica,
1383a8-12). Nótese, en este sentido, la amplitud de tratamiento del temor por
parte de Aristóteles respecto a su constricción al ámbito de la guerra desde
una perspectiva ética. Es claro que la función del orador se despliega en
múltiples ocasiones en contextos que no se vinculan directamente con los
sentimientos apropiados que se han de tener en el campo de batalla.
No podemos
dejar pasar aquí la relación que guarda esto con lo sorpresivo en el ámbito de
la tragedia, pues, pese a la presencia de lo inesperado, hay una vinculación de
causalidad. Tanto en el ámbito de la poíesis
trágica como en el de la creación propia del retórico (en tanto que producción
de un juicio en el auditor, puesto que la obra no permanece en el agente), lo
sorpresivo queda supeditado a la trama de lo racional, aunque pueda intervenir
también lo maravilloso. En el caso que nos ocupa, el temor hace que
deliberemos, ya que temer implica también una esperanza de salvación, pues el
desesperado ni delibera ni teme.
Nuestro
punto de vista nos conduce, pues, a asumir los contrarios propuestos en la Retórica, aspecto al que los comentaristas
han prestado, a nuestro parecer, poca atención. Hemos decidido, asimismo, poner
como centro del análisis las complejas interrelaciones entre las pasiones de
temor y compasión, puesto que iluminan de mejor modo la vinculación entre
tragedia y retórica.
El
horizonte de salvación, entonces, viene dado por la confianza (thársos) —pasión contraria al temor—, ya
que es una esperanza acompañada de fantasía (phantasía) sobre que las cosas que pueden salvarnos están próximas,
mientras que las que nos provocan temor, lejanas (cfr. Retórica, 1383a16 ss.). La pareja peligro-salvación queda en cierto
sentido circunscrita a los criterios de cercanía y lejanía, cuyo punto de
focalización parece ser lo inminente. Pues bien, cuando nos distanciamos del temor
es posible suscitar en nosotros un sentimiento de confianza. Pero no solo esto,
sino que también —alejado el temor— irrumpe la posibilidad del amor, ya que
nadie ama a quien teme (cfr. Retórica,
1381b33), y amamos, por el contrario, a quienes nos inspiran confianza.
Por otra
parte, a la ira, que es un sentimiento asociado a la andreía, se opone la calma (praótes),
y el orador puede aplacar la ira precisamente apelando al temor, ya que se
permanece calmado ante quienes se tiene miedo o vergüenza (cfr. Retórica, 1380a31 ss.) y, en definitiva,
es imposible al mismo tiempo experimentar temor e ira. Vemos, pues, que el
temor es una pasión que nos afecta al imaginar la inminencia de un mal
destructivo o penoso, pero tal inmediatez queda circunscrita a la proximidad,
elemento que puede ser trabajado tanto retóricamente (buscando los medios de
persuasión y de hacer el juicio favorable y, en este sentido, podríamos acercar
esta proximidad a la amplificación retórica) como poéticamente, donde se puede
suscitar la kátharsis de las
emociones de compasión y temor. Creemos que en este último caso, la mirada que
volcamos sobre nosotros mismos se matiza precisamente por la estrecha
vinculación que Aristóteles plantea entre compasión y temor, donde se produce
un equilibrio entre ver al otro como sí mismo y el sí mismo como otro,[12] lo
que implica aspectos tanto intelectivos como emotivos.[13]
El temor
extremo o terror es aquello que, a nuestro juicio, podría desbaratar este
proceso, y por tanto la tragedia no ha de provocarlo dado que se trata de un
sentimiento frente a lo que no nos da elección posible y, en este sentido, el
valor deliberante del héroe trágico cumple el papel de elemento catalizador
frente a la posibilidad de sentir dicha pasión.
Por otra
parte, la compasión (éleos) puede
definirse como “un cierto pesar por la aparición de un mal destructivo y penoso
en quien no lo merece, que también cabría esperar que lo padeciera uno mismo o
alguno de nuestros cercanos, y esto, además, cuando se muestra próximo (...)” (Retórica, 1385b13-16). Tenemos aquí,
una vez más, el criterio de la proximidad, pero desde la perspectiva de lo que
le puede ocurrir a otro, poniéndonos en su situación. Lo contrario de la
compasión es la indignación (némesis).
Desde la perspectiva del orador, se puede aplacar la compasión aumentando la
indignación y viceversa, sobre todo teniendo en cuenta la mutua relación del sí
mismo como otro y del otro como sí mismo, que se puede lograr en el contexto de
las pasiones de temor y compasión debido a su relación simétrica.
Considerando
estos elementos de análisis ocupémonos nuevamente de la tragedia. Para esto,
expondremos en primer lugar nuestro punto de vista frente a lo afirmado por
Quintín Racionero en su traducción de la Retórica.[14] Con
razón, a nuestro juicio, este autor indica que la caracterización que hace
Aristóteles de la compasión —donde es presentada como un páthos común al temor— no tiene paralelismos específicos en sus
obras éticas. Pero sí queremos discutir la siguiente parte de su nota, aunque conscientes
de que Racionero indica que solo es una vía de solución:
Sin embargo, Aristóteles no se limita a establecer esta comunidad de páthos entre la “compasión” y el
“temor”, sino que explícitamente hace derivar a la primera del segundo: es, en
efecto, la conciencia de que también podría sucederle a uno mismo los males que
acontecen a otro, lo que engendra y excita la piedad (hic y 85a28). Esta comunidad pasional, basada en el carácter
originario del miedo, sirve de base a la descripción aristotélica de la
tragedia y ofrece una vía de solución al debatido problema de la kátharsis (Poét. 6, 1149b): si es “moviendo a compasión y temor” como la
tragedia “obra en los espectadores la purificación propia de estas pasiones”,
una explicación de este hecho puede muy bien residir en que el espectador, percibiendo su propio miedo en la compasión
que siente por el personaje trágico, es movido a apartarse de la conducta
extraviada en la que el héroe labra su infortunio.
En primer
lugar, no creemos que sea tan claro plantear que Aristóteles hace derivar la
compasión del temor, sino que es posible entender que se trata de una situación
simétrica, y que, bajo esta perspectiva, la definición podría ser invertida.
Nos parece que entendiendo la relación de esta manera, la tensión entre
compasión y temor ha de ser concebida como un cierto equilibrio del sí mismo
como otro y del otro como sí mismo, que es la razón que hace que Aristóteles
conciba estas dos pasiones como las primordiales en relación con el objetivo
propio de la tragedia.
En segundo
lugar, pensamos que es necesaria una mayor precisión para explicar el problema
de la kátharsis, lo que involucra
fundamentalmente tomar posición frente al posible significado de la hamartía. Decir “conducta extraviada” es
una de las lecturas plausibles del problema, y este asunto es ampliamente
debatido por los especialistas. De hecho, por ejemplo, si se trata de una
conducta extraviada de la que podemos apartarnos; ¿por qué el sentimiento
involucrado es la compasión, que se refiere al que no merece su desdicha (cfr. Poética, 1453a2-7) y no la indignación?
En tercer
lugar, al hablar de “purificación” para entender la kátharsis, también se está tomando una opción. Esto, junto con el
problema de la hamartía, constituye el
trasfondo de un asunto oscuro y difícil de encarar, y donde los comentaristas
asumen, en general, una vía de interpretación cognitivista, emocional o física.
Es
importante para encarar estos arduos asuntos aportar otro elemento de juicio en
lo que respecta a la relación entre poesía y retórica desde el punto de vista
del páthos.[15] Aristóteles, al analizar la
compasión, asume una perspectiva que nos lleva a pensar en el teatro y la
relación que se puede establecer entre el orador y el actor. Hemos visto que
los acontecimientos que se muestran inminentes son los que producen compasión,
mientras que no nos acordamos de aquellos que ocurrieron hace muchísimo tiempo
o no esperamos con gran emoción los que sucederán en un futuro lejano; estos
últimos, dice Aristóteles, no nos conmueven, o al menos no de la misma manera,
y continúa: “(...) resulta así necesario que aquellos que complementan su pesar
con gestos, voces, vestidos y, en general, con actitudes teatrales (hypokrísei) excitan más la compasión,
puesto que consiguen que el mal aparezca más cercano, poniéndolo ante los ojos,
sea como inminente, sea como ya sucedido” (Retórica,
1386a29-35). Es así como el orador, para poder a veces llevar al auditorio
hacia un juicio favorable, se puede presentar como un actor en un contexto
real, atendiendo a los recursos que la tragedia y la comedia han ensayado con
éxito y, en este sentido, constatamos que las circunstancias del discurso
retórico pueden acercarse, en vistas de su efectividad, a las del ámbito
teatral.[16]
3. Temor y confianza desde las téchnai retórica y poética
El
temor, escribe Aristóteles, como hemos indicado y para retomar el argumento, es
“un cierto pesar o turbación nacidos de la imagen de que es inminente un mal
destructivo o penoso” (Retórica II, 5,
1, 1382a20). Su contrario es la confianza, definida como “una esperanza
acompañada de fantasía sobre que las cosas que pueden salvarnos están próximas
y, en cambio, no existen o están lejanas las que nos provocan temor” (Retórica II, 5, 4, 1383a15).
En
este sentido, son temibles “todas las cosas que, cuando les suceden o están a
punto de sucederles a otros, inspiran compasión” (Retórica II, 5, 1382b25). Lo que importa es que son temibles,
realmente, las cosas que manifiestan el poder de producir un gran daño, de
destruir y, desde esta perspectiva, también son dignos de temer los signos de
tales cosas puesto que manifiestan que lo temible está próximo. Y así se define
el peligro: la proximidad de lo temible, sobre todo cuando se percibe cerca la
muerte (cfr. Ética a Eudemo III, 1,
1129b9-11).
En
esta condición no están las torpezas ni los contratiempos baladíes, sino cosas
como la enemistad y la ira de quienes pueden hacer daño; la injusticia cuando
se puede hacer ese gran perjuicio; la virtud ultrajada; el miedo hacia quienes
son capaces de dañar; los cómplices de una mala acción ya que temen delatarse
entre sí; los que atacan a los más débiles. Y, en fin, todas las cosas que son
temibles lo son aún más cuando no cabe reparar la falta cometida, porque es imposible
o ya no depende de nosotros hacerlo. Todo esto, en efecto, inspira compasión,
la que, junto al temor, constituyen las pasiones a las que se refiere la kátharsis cuando consideramos la
purificación de las emociones en la tragedia.
Vistas,
pues, las cosas temibles, cabe preguntarse: ¿en qué estado se encuentra quien
teme? Si el temor se produce acompañado de un cierto pensamiento de que se va a
sufrir una afección destructiva, quienes piensan que no puede ocurrirles ningún
mal no sienten miedo, y tampoco por las cosas que no pueden provocar un
verdadero daño. Asimismo, no experimentan temor quienes piensan que están en
una situación de gran fortuna (aspecto también relacionado al héroe trágico y
su caída); también quienes piensan que han sufrido muchísimas desgracias y ya
permanecen impasibles ante el futuro. Para tener miedo es necesaria una
esperanza de salvación. Esto es claro porque nadie delibera sobre cosas
desesperadas.
¿Cuál
es, entonces, el papel de la retórica? Poner a los oyentes en la disposición de
que puede sobrevenirles algún mal de parte de quienes no cabría esperarlo y por
cosas y momentos también inesperados.
En
relación con la confianza es sugerente el hecho de que Aristóteles entiende que
de la deducción sobre qué cosas son temibles y en qué disposición se siente
temor, de ahí pueden extraerse todas las condiciones para reflexionar sobre
dicha pasión. Lo claro es que la confianza, como hemos visto, es lo contrario
al temor, y lo que causa confianza de lo que causa temor, y en este sentido es
una esperanza de que permanecen lejos de nosotros las cosas temibles. Así, por
ejemplo, da confianza el que las desgracias estén distantes y los medios de
salvación cerca o el no haber sido víctima de injusticia ni haberla cometido.
De lo anterior se puede deducir el estado de ánimo propicio para la confianza:
los que han salido airosos muchas veces sin sufrir un mal; los que muchas veces
han estado a punto de sufrir una desgracia y han escapado; los que no han
cometido injusticia contra nadie, etc.
Lo
sugerente de estos análisis de Aristóteles en la Retórica es que pensando en instancias persuasivas deja de lado la
valentía para concentrarse en el temor y la compasión como elementos polares
tendientes a la persuasión. Esto, de cara a las mayorías que hay que persuadir,
las que no es esperable considerar necesariamente en un estado de guerra, sino
en condiciones, a veces complejas, de la vida política (género retórico
deliberativo), jurídica (género judicial) o de elogio y censura (género
epidíctico o demostrativo), donde el objetivo es utilizar el temor y la
confianza con fines netamente persuasivos. De aquí que, tanto respecto a la
confianza como al temor, el Estagirita decida asumir el valor más bien como
telón de fondo, y para esto es necesario considerarlo no en su sentido
estricto, es decir la andreía del
virtuoso de cara a la batalla por un bien mayor, más bello y elegible por sí
mismo, tal como es descrito en la Ética a
Nicómaco, sino más bien considerarlo de un modo general, a saber: el valor intuido
más lejanamente por quienes han de ser persuadidos, en el caso de la retórica,
o de las emociones que han de ser purificadas en los espectadores de la
tragedia. Evidentemente de cara a las mayorías, entre las que no es esperable
un alto número de héroes que actúen solo por alcanzar el bien y la belleza, y a
las que sin embargo hay que conducir políticamente, este tratamiento de las
emociones de compasión y temor, vinculadas a su vez a la calma, el amor y el
odio o lo indignante, cobra una vital importancia para la cohesión,
supervivencia y, en lo posible, esperanza de florecimiento de la pólis.
Para
lograr lo anterior se pone énfasis en la vía de continuidad que se da entre las
pasiones contrarias y así conducirlas artísticamente hacia lo que se desea
lograr, sea un juicio del auditor o una kátharsis
del espectador, dejando en segundo plano la tensión irreductible que se da
entre temor y confianza, también por extensión entre temor y compasión (pues el
que está inmerso en la inminencia de un gran daño propio le es difícil ocuparse
en compadecer el ajeno), tomando sobre todo en cuenta, por ejemplo, que la
labor del buen orador no es hacer confiar al que ya está confiado, sino llevar
ese estado de confianza hacia el temor, y también, por supuesto, poder realizar
el camino en sentido contrario, del temor a la confianza, cuando los objetivos
de la persuasión así lo recomienden.
4. Conclusión
Nuestro
análisis se ha centrado en establecer los alcances de las pasiones de temor y
confianza en Aristóteles, intentando ampliar el horizonte de su consideración
ética hacia el ámbito poético y retórico, con el fin de mostrar que mientras en
el discurso ético, hablando de manera estricta, tales pasiones se relacionan
con el ámbito de la guerra, en situación de contrariedad, en el contexto de las
téchnai poética y retórica se
presentan como contrarias pero también complementarias, con el fin de lograr la
kátharsis en el plano de la tragedia
y una adecuada persuasión en el campo de la téchne
rhetoriké, pudiendo así articularlas artísticamente para que se cumplan los
objetivos del poeta o el orador respectivamente.
En efecto,
mientras en el caso de una batalla la inminencia del peligro y del daño es
real, y no hay mediación entre confianza y temor, en el caso de la
representación trágica está mediada por la fantasía de un riesgo, la que es
necesario generar en el espectador, y por tanto se busca recrear situaciones de
temor y compasión para purificar tales pasiones. Asimismo, en el caso de la
retórica, se saca provecho de la solución de continuidad que se da entre las
pasiones contrarias, y así conducir al oyente a que establezca un juicio acorde
con lo que el orador quiere generar como un cierto estado de convicción y
posterior juicio por parte del auditorio.
En este
sentido, es posible afirmar que las pasiones, técnicamente consideradas, son
trabajadas en el intersticio del más y el menos, llevando casi
imperceptiblemente de una emoción hacia su contrario de manera de generar un
cambio en el destinatario de la obra o del discurso. Así, pues, mientras en la
elaboración artística, sea una tragedia o un discurso, la belleza se expresa en
la tensión y resolución de los contrarios, en este caso pasiones contrarias, en
el ámbito de la ética, y de la guerra en particular, lo que hay es confianza o
temor, sin intermediarios, debido a la inminencia de una situación de daño o,
por el contrario, de esperanza de salvación. Así, el espacio de ficción que
promueven tanto la tragedia como la actividad retórica trasladan la
confrontación de emociones hacia el espectador o el auditor, los que deben
buscar una vía de resolución de un cierto conflicto que se despliega en el
horizonte de sus propias pasiones y creencias.
Podemos
afirmar, entonces, que mientras las pasiones aludidas se trabajan
artísticamente en la tensión y complementación entre ellas, en el caso de la
ética lo que prima es la diferenciación radical entre las pasiones contrarias.
En el caso de las pasiones vinculadas a la valentía (andreía), como la ira o la confianza, en cuyos cálculos no entra el
futuro (cfr. Retórica, 1385b29-30),
dicho a propósito de la compasión, no hay nada que persuadir o purificar, pues
se está en el fragor de la batalla, y tampoco se está en la ocasión inmediata
de compadecer, pero sí se pueden tratar estas emociones artísticamente y en una
dimensión muy diferente cuando esto es considerado en el contexto de la
representación teatral (tragedia), el foro político (retórica deliberativa), la
plaza (retórica epidíctica) o en los tribunales (retórica judicial), puesto que
las pasiones aquí están mediadas poéticamente en un espacio de proximidad
predominantemente ficcional.
Bibliografía
Aristóteles. Aristotelis Ars Rhetorica. Edición crítica por William D.
Ross (Great Britain: Oxford University Press, 1986).
Aristóteles.
Ética a Nicómaco. Edición bilingüe y
traducción por María Araujo y Julián Marías (Madrid: Centro de Estudios
Constitucionales, 1994).
Aristóteles.
Poética de Aristóteles. Edición
bilingüe y traducción por Valentín García Yebra (Madrid: Gredos, 1974).
Aristóteles.
Política. Edición bilingüe y
traducción por Julián Marías y María Araujo (Madrid: Centro de Estudios
Constitucionales, 1989).
Aristóteles.
Retórica. Traducción por Quintín
Racionero (Madrid: Gredos, 1990).
Boeri,
Marcelo, “Pasiones aristotélicas, mente y acción”, en De acciones, deseos y razón práctica, Teresa Santiago y Carmen
Trueba (coords.) (México: Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa/Juan Pablos,
2006).
Cairns, Douglas. “Horror, pity, and
the visual in ancient Greek aesthetics”, en Emotions
in the Classical World: Methods, Approaches and Directions, ed. Douglas
Cairns and Daniel Nelis (Stuttgart: Franz Steiner Verlag, 2017).
Domínguez, Vicente. “El miedo
en Aristóteles”, Psicothema 15 (4)
(2003): 662-666.
Fortenbaugh, William W. Aristotle on Emotion (London: Duckworth,
1975).
Ladikos, Anastasios. “Revisiting
the Virtue of Courage in Aristotle”, Phronimon
5 (2) (2004): 77-92.
Nehamas, Alexander. “Pity and Fear
in the Rhetoric and the Poetics”, en Essays on Aristotle's Poetics, ed. Amélie Oksenberg Rorty
(Princeton: Princeton University Press, 1992).
Rorty, Amélie Oksenberg.
“Structuring Rhetoric”, en Essays on
Aristotle's Rhetoric, ed. Amélie Oksenberg Rorty (Berkeley, Los Angeles, London:
University of California Press, 1996).
Rosen, Ralph M. e Ineke Sluiter
(eds). Andreia: Studies in manliness and
courage in Classical Antiquity (Leiden, Boston: Brill, 2003).
Taylor,
Christopher C. “Wisdom and Courage in the Protagoras
and the Nichomachean Ethics”, en Plaeasure, Mind and Soul: Selected Papers in
Ancient Philosophy (Oxford: Clarendon Press, 2008).
El autor es
Doctor en Filosofía por la Universidad de Granada y profesor en la Facultad de Filosofía
de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Sus áreas de interés son
Filosofía Antigua y Medieval, Ética y Retórica. Sus últimas publicaciones
versan sobre Aristóteles, Cicerón, Quintiliano, San Agustín, Leibniz, Gadamer y
Ricoeur.
Recibido: 28 de noviembre de 2019.
Aprobado para su publicación: 29 de
diciembre de 2019.
[1]) Para una
profundización en la relación entre pasiones y virtudes, y la importancia de la
consideración del placer y el dolor en tal vínculo, cfr. Marcelo Boeri,
“Pasiones aristotélicas, mente y acción”, en De acciones, deseos y razón práctica, Teresa Santiago y Carmen
Trueba (coords.) (México: Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa/Juan
Pablos, 2006), 23-54.
[2]) Christopher C.
Taylor, en “Wisdom and Courage in the Protagoras
and the Nichomachean Ethics”, en Plaeasure, Mind and Soul: Selected Papers in
Ancient Philosophy (Oxford: Clarendon Press, 2008), 281-294, plantea que la
respuesta adecuada del valeroso frente a los sentimientos de temor y confianza
es que aunque teme perder bienes excelsos si muere, sin embargo prima en él la
grandeza de su acto de valor y, por tanto, predomina en la realización de su
acción la confianza de lograr algo bello a futuro (290).
[3]) Anastasios Ladikos,
en “Revisiting the Virtue of Courage in Aristotle”, Phronimon 5 (2) (2004): 77-92, afirma que en todas estas categorías
mencionadas el agente no es realmente valeroso porque su acto no está inspirado
por un motivo noble o no tiene un adecuado sentimiento de temor o confianza
(82). A partir de la Ética a Eudemo
el autor plantea que temor y confianza están en apariencia (apparently) inversamente
correlacionados, según el más y el menos, entre dos vicios: la cobardía y la
temeridad. Y agrega:
“This may suggest that fear and confidence are not distinct emotions, but
opposed poles of the same emotional range” (83). Según
nuestra perspectiva, ambas pasiones son contrarias, lo que ocurre es que en
ciertas ocasiones, incluyendo contextos persuasivos, pueden ser conducidas
desde un extremo al otro y, en este sentido, ser consideradas como
complementarias.
[4]) Para un análisis
más detallado de la dimensión psicológica del temor, cfr. Vicente Domínguez,
“El miedo en Aristóteles”, Psicothema
15 (4) (2003): 662-666.
[5]) Esto no significa que tales desarrollos no tengan una influencia
en el estudio de la ética o la política, sino que es, a nuestro juicio, en la
poética y la retórica donde alcanzan su grado más alto de comprensión y
análisis. William W. Fortenbaugh en Aristotle
on Emotion (London: Duckworth, 1975), 9, afirma que el recurso a la emoción
adquiere una nueva dignidad en la teoría retórica de Aristóteles pues la poesía
dramática se libera de los cargos platónicos de una razón corrupta. En
definitiva, una nueva psicología moral se desarrolla en una variedad de
problemas que dentro de la esfera de la política y la ética reciben una nueva
interpretación.
[6]) Es decir, se aparta de una interpretación teorética que tenga
por fundamento un análisis de la virtud y de los actos virtuosos para
introducirse en una esfera de la vida donde percibimos una ambigüedad
fundamental. Es sugerente lo afirmado por Amélie Oksenberg Rorty, “Structuring
Rhetoric” en Essays on Aristotle's
Rhetoric, ed. Amélie Oksenberg Rorty (Berkeley, Los Angeles, London: University
of California Press, 1996), 1-33, en el sentido de que una de las razones por
las que Aristóteles incluye una detallada discusión sobre éthe y páthe entre los tópoi retóricos es porque una psicología
pre-teorética suministra información útil para la deliberación práctica (10).
[7]) Quintín Racionero (trad.), Retórica (Madrid: Gredos, 1990), 310, n. 9, escribe: “De todas
formas, el modo como los siguientes capítulos (2-11) tratan de las pasiones,
ofrece un conjunto de rasgos característicos, que confieren a esta parte de la Retórica una notable especificidad
dentro de la obra aristotélica. Las pasiones son aquí presentadas, en efecto,
como un fenómeno físico-psicológico, siempre acompañado de pesar o placer, que
responde a una disposición natural permanente o pasajera (dynamis, pôs échon) sin valor moral alguno (...)”. Aristóteles se
refiere, precisamente, a la ira, compasión, temor y sus contrarios en estos
textos de Retórica II.
[8]) Desde la perspectiva de Aristóteles, las penas y placeres son
signos de la voluntad (cfr. Retórica,
1381a7) y, en este sentido, pueden ser integrados a la argumentación por la vía
de los entimemas, ya que éstos se dicen de probabilidades y signos (1357a32).
[9]) Alexander Nehamas, “Pity and Fear
in the Rhetoric and the Poetics” en Essays on Aristotle's Poetics, ed. Amélie Oksenberg Rorty
(Princeton: Princeton University Press, 1992), 291-314, advierte tal simetría:
“The relation is symmetrical: We fear for ourselves what we tend to pity others
for, and we pity others for what we would fear for ourselves” (301).
[10]) Quintín Racionero en Retórica,
321, n. 38, razona la diferencia de tratamiento de la calma en la Retórica y en la Ética a Nicómaco, IV, 5; mientras la primera obra la presenta como
una pasión opuesta a la ira, la segunda la tiene como un término medio respecto
a la ira, que constituye una héxis.
Algo semejante ocurre con el amor y el odio en lo que respecta a la amistad
como virtud, a diferencia de su consideración como pasión (327, n. 54).
[11]) En relación con la vergüenza como pasión, Aristóteles tiene en
mente la comedia: también se siente vergüenza “ante los que practican la
diatriba con las faltas (hamartíais)
de los que tienen cerca, como hacen, por ejemplo, los burlones o los
comediógrafos, porque, a su manera, éstos son maldicientes y pregoneros” (Retórica, 1384b8-12). En relación con
este último aspecto, es sugerente la importancia que la andreía tiene también en la comedia, pues el valor, y las emociones
vinculadas con él, son rescatadas desde su lado opuesto y risible, cfr. Andreia: Studies in manliness and courage in
Classical Antiquity, eds. Raplh M. Rosen e Ineke Sluiter (Leiden, Boston:
Brill, 2003), 13-20.
[12]) Esta última expresión la tomo del título del libro de Paul
Ricoeur Soi-même comme un autre.
[13]) Sobre la
importancia de asumir una vulnerabilidad compartida o común en la base de las
emociones de compasión y temor, cfr. Douglas Cairns, “Horror, pity, and the
visual in ancient Greek aesthetics”, en Emotions
in the Classical World: Methods, Approaches and Directions, eds. Douglas
Cairns and Damien Nelis (Stuttgart: Franz Steiner Verlag, 2017), 53-77,
especialmente 67-68.
[14]) Cfr. Quintín Racionero, Retórica,
353-354, n. 118.
[15]) Al considerar el asunto desde esta perspectiva nos aproximamos a
la interpretación de Quintiliano (Institutio
oratoria, VI, 2, 20) cuando sostiene que el páthos retórico está cercano al trágico (tragoediae magis simile).
[16]) Esto no solo ocurre en el caso de la puesta en escena que, según
el Estagirita, en cuanto espectáculo, es menos artística (cfr. Poética, 1453b1ss.), sino también al
momento de buscar una fuente autorizada de opinión. Por ejemplo, cuando
Aristóteles reflexiona sobre la emulación (zelos)
afirma que son también objeto de ésta “aquéllos de quienes se dicen elogios y
encomios, sea por los poetas o los prosistas” (Retórica, 1388b21-22).