A vertical flash. Contribution to the phenomenological elucidation of the
meaningful strata in the notion of moment
Ángel GARRIDO MATURANO
Instituto de Investigaciones Geohistóricas
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Argentina)
hieloypuna@hotmail.com
Palabras clave: instante, tiempo, espacio, sentido.
Abstract: The article analyzes the notion of moment
from a systematic, phenomenological, and existential point of view. Its
starting point is taken from the esthetic paradigm of H. Rombach and the
ethical-religious paradigm of S. Kierkegaard. It goes on to explain the
meaningful strata that constitute the essence of the phenomenon in its
different figures. This is accomplished by means of an analysis of the specific
mode in which discontinuity and continuity, time and space,
subject and object, and meaning and world are correlated in the moment. The
article is guided by the hypothesis that the moment takes place as the
concentration and fusion of both terms of each correlation in an Absolute that
can be experienced but remains unknowable.
Keywords: moment,
time, space, meaning.
Las consideraciones
siguientes ofrecerán un análisis sistemático,
fenomenológico y existencial de
la noción de instante como consumación de la temporalidad
humana. Para evitar
malentendidos conviene comenzar determinando a qué me refiero
con estas tres
polifacéticas palabras: “sistemático”,
“fenomenológico” y “existencial”, puesto
que dicha determinación aclarará la perspectiva
metodológica desde la cual
abordaremos la noción de instante. Sistemático se
contrapone a histórico. Por
histórico entiendo el estudio de un tema en la obra de uno o
más autores. La
perspectiva de un estudio histórico puede ser filológica,
cuando está destinada
a una exposición fiel, minuciosa e integral de la
concepción del autor acerca
de la cuestión tratada; o filosófica, cuando las ideas
principales que el autor
del caso tiene sobre el tema de interés son utilizados como
punto de partida
para la profundización o desarrollo, más allá
incluso de las posiciones del
propio autor, de la comprensión de la noción a tratar.
Por el contrario, la
perspectiva sistemática aborda el fenómeno –en este
caso el instante– no en un
cierto o ciertos autores, sino transversalmente, es decir, intenta
traer a la
luz los estratos significativos esenciales de toda comprensión
del fenómeno y
poner de manifiesto las interrelaciones entre dichos estratos. La
perspectiva
sistemática, en el caso de este artículo, no será,
sin embargo, prescindente de
la histórico-filosófica, en cuanto ella toma como punto
de partida dos ejemplos
históricos concretos de comprensión del instante, uno
ético-religioso, el de S.
Kierkegaard, y otro estético, el de H. Rombach, pero lo hace tan
sólo para
ilustrar y analizar a partir de ellos las dimensiones significativas
esenciales
de los distintos modos de comprensión del instante. Por ello
mismo, por ser tan
sólo ejemplos presentados de manera introductoria, y por
hallarse al servicio
de un análisis sistemático, resultan insuficientes para
ser considerados una
exposición histórica completa del tema en los autores
elegidos.[1] Un estudio sistemático de
esta naturaleza es, además, fenomenológico. Por fenomenología, tal cual nos lo
recuerda García Baró, debemos entender no otra cosa que “el esfuerzo por
describir la esencia de cierto aspecto de la vida tal y como se presenta en
medio de ésta.”[2] En este caso de lo que se
trata es de la descripción de los estratos significativos que vienen a la luz
en la experiencia vivida del instante y que, en tanto esenciales, son aquellos
que posibilitan que
el fenómeno, en sus diferentes modalidades de darse, se manifieste como tal.
También en un segundo es el
método fenomenológico, a saber, porque la fenomenología describe la esencia de
las vivencias a partir de una correlación entre el modo en que me sale al
encuentro lo que se da y el modo en que voy hacia ello y lo asumo. En cuanto
este trabajo intenta asir la esencia del instante en el marco de una
correlación entre una cierta intencionalidad y un modo determinado de acaecimiento
del espacio-tiempo, él permanece fiel a este principio fenomenológico
correlacional. Finalmente, en la medida en que el fenómeno mienta un acontecimiento que puede ser
experimentado por cualquier hombre, pero que sólo lo es por individuos
específicos que se dejan afectar por aquello que adviene hacia ellos como
instante, nuestra perspectiva de análisis puede ser calificada como una
fenomenología del universal singular.
Esta fenomenología es, además, hermenéutica, en tanto en cuanto el propio
fenómeno requiere, en sus múltiples modos fácticos de darse, que se lo
explicite en función de la estructura hermenéutica de “algo como algo”, para
que se ponga a la luz la plenitud de su significación esencial. Por ello la
fenomenología del instante se conjuga, desde el punto de vista metódico, con
una “hermenéutica de la facticidad”. Por último, la perspectiva de análisis es
existencial. El análisis existencial del instante
como consumación presente de las dimensiones extáticas de la temporalidad vivida se contrapone al
análisis físico-cosmológico del momento como
límite atemporal o principio configurador del decurso del tiempo cósmico. No nos interesa, pues, analizar el momento o ahora
como unidad mínima constitutiva del decurso del tiempo cósmico o del movimiento
de los entes que en él existen. Por el contrario, de lo que se trata es de
explicitar la esencia del instante como aquel presente consumado que contiene
dentro de sí las distintas dimensiones temporales de un existente concreto. Por
ello este trabajo, abordará el instante no como momento del decurso del ser,
sino como aevum del alma.[3]
Determinado
el método y perspectiva de análisis, precisaremos brevemente sus objetivos. Son
dos. En primer lugar, mostrar que el instante existencial, ya sea que advenga a
nosotros de modo estético, ético o religioso guarda una esencia común, esto es,
una serie de estratos significativos que son constitutivos de toda experiencia
del instante como tal. En segundo,
analizar estos estratos. Ellos están constituidos fundamentalmente por cuatro
correlaciones que acontecen de un modo distintivo en el instante: la
correlación entre discontinuidad y continuidad, “sujeto” y “objeto”, tiempo y
espacio y sentido y mundo. En lo que a ellas atañe la presente indagación parte
de la hipótesis de que en el instante se concentran y fusionan ambos términos
de cada una de las correlaciones en un absoluto susceptible de ser intuido,
pero no conocido. Desde esta perspectiva, el instante es en esencia un fenómeno
de concentración y, simultáneamente, fusión que traspasa verticalmente la
espacio-temporalidad del existente y lo remite a una excedencia de sentido
respecto de todo significado determinable. Elucidar la peculiar concentración y
fusión de cada uno de los términos de las distintas correlaciones en el
absoluto referido constituye, pues, el núcleo de las presentes indagaciones.
Por cierto
que hablar de un objeto sin hablar del cómo de su darse resulta una
abstracción. Todo instante se da en un determinado “cómo”. Acaece y adviene a
nosotros de múltiples modos. Permítaseme tomar como punto de partida de la
elucidación de los estratos significativos esenciales del instante dos
paradigmas fundamentales de comprensión del fenómeno: el estético y el ético
religioso. No creo falaz afirmar que H. Rombach y S. Kierkegaard expusieron con
notable profundidad la índole de tales paradigmas.
2. Figuras del
instante
2.1. El paradigma estético: Rombach
El
fenomenólogo Heinrich Rombach ha considerado el instante a partir de su noción
de “idemidad”. En la medida en que ella caracteriza por antonomasia el modo en
que se relaciona un artista (o un espectador cautivado) con la obra de arte, su
concepción del instante puede ser tomada como paradigma de la comprensión
estética. Por cierto, la idea del instante como fenómeno de idemidad no se
limita al orden del arte. Rombach habla también de la “visión mística”. Sin
embargo –cabría preguntarse– hasta qué punto cualquier situación idémica no
significa del mismo modo que una obra artística. Revisemos brevemente, pues, la
comprensión del instante rombachiana
Para el fenomenólogo
el hombre no existe en sí mismo ni por sí mismo, como una substancia, sino que
ya siempre se encuentra en una situación.
Una situación resulta conformada por el conjunto del existente y de aquello que
lo rodea y concierne. Lo decisivo de la situación radica en que tanto el
primero como lo segundo van configurando su propio ser a partir de las
interrelaciones estructurales que se autogeneran entre los miembros del plexo
situacional. Así concebida, la situación es el ámbito de concernencia originaria. Ahora bien, cuando la totalidad de los
modos de ser de un existente constituyen una respuesta tal al conjunto de
posibilidades abiertas por la situación en la que es, que, en virtud de esa
respuesta, no sólo él sino también la situación alcanzan el mayor grado posible
de desarrollo y estructuración, el existente y la situación son “idémicos”. El
existente desarrolla las posibilidades que lo definen por ser en la situación
en que es; y la situación se articula y despliega las posibilidades que de ella
emergen porque el existente existe en ella tal cual existe. Se genera, por sí
misma, una identidad total o fusión “concreativa” entre la situación y el
existente que Rombach llama “idemidad”. Veamos un ejemplo. Un hombre que decide
voluntariamente colocarse al servicio de una ideología se identifica con ella.
En cambio, un artista, poseído por la obra que late en su interior, no tiene
otra opción que entregarse a ella por completo. La obra no puede ser sin esa entrega,
ni él sin entregarse. Cuando ello ocurre, el artista y su situación,
concentrada en la obra a realizar, son idémicos. Por ello aquel que se idemiza
con las posibilidades vitales que se gestan en su situación no tiene una cierta situación, sino que es esa situación. A la inversa: esa
situación es y se estructura como tal porque él es como es. Cuando el hombre y
la situación a través de la cual el mundo se le abre son idémicos, entonces
ambos se co-crean y desarrollan uno a
otro hasta constituir una sola totalidad estructural consumada, esto es, dotada
del mayor grado de determinación y plenitud posible. Pero ninguna consumación
es definitiva, sino que está siempre en camino a dar origen a nuevas formas de
plenitud. Por ello mismo, la temporalidad de la plenitud que tiene lugar en la
idemidad no puede ser la duración indefinida (la sempiternidad). Tampoco la de
una duración procesual y finita (la sucesividad), pues, aunque no definitiva,
no se trata de una totalidad en formación, sino del acontecimiento culminante
por el cual un todo resulta plenamente estructurado, finalizado. Su
temporalidad es, por antonomasia, el instante.
En efecto, en cualquier lugar en el que se vivencie la génesis de una
estructura altamente lograda se suprime toda alienación respecto del resto del
mundo. ¿Por qué? Porque dicha estructura, por ejemplo la obra de arte, “logra”
que todo nos concierna y que en esa concernencia se transluzca el sentido que
fluye entre y vincula al existente con todas las cosas. Lo característico de ésta,
la forma más alta de idemidad, es que nada nos es extraño, que ella no se ve interrumpida por ninguna instancia de alienación o
insignificatividad. Por ello en esta vivencia no se reconoce la sucesividad.
Sin embargo, una plenitud tal sólo puede ser pasajera. Se trata de la visión
repentina del estar acaeciendo una plenitud de sentido que interrelaciona
estructuralmente el conjunto de todo aquello que se me da. El hombre no puede
mantenerse en tal estado de clarividencia, ni el mundo puede siempre estructurarse
de un modo plenamente logrado. Por tanto, la constitución temporal de esa
verdadera idemidad es el instante.
Escribe Rombach; “Este estado de plenitud, aun cuando fuere solamente pasajero,
se realiza, empero, en la constitución del instante, en la forma temporal de la
idemidad.”[4] Así concebido, el instante
por antonomasia, el instante estético, es un acontecimiento ontológico, a saber, el de la idemización, que
ocurre desde y por sí misma, del mundo del existente con el todo del mundo a
través de la obra. Este acontecimiento no tiene duración. No puede ser medido
usando como parámetro el tiempo que transcurre como devenir de los procesos. Y
ello porque en él no se da proceso alguno,
sino que la totalidad de lo que es se hace presente
como una unidad estructural, como una totalidad integral de relaciones que dota
de un sentido pleno a cada aspecto de la realidad. El instante es, a la vez, presente y
presencia. “Es la presencia del sentido.”[5]
Y esta presencia es puro presente. Ella no dura ni evoluciona, sino que
es vivenciada sólo de golpe, como un presente integral que “abarca en el
presente futuro y pasado”[6]. Todos los momentos previos
resultan subsumidos en ese presente como condiciones de su emergencia. Y todos
los futuros están ya contenidos en él, en cuanto representa el fin de un
proceso de estructuración. En el instante se vive en un presente consumado y no
durativo –en un “átomo de eternidad”– el conjunto del tiempo.
Si queremos
comprender propiamente la naturaleza del instante, debemos tener en cuenta que
él no sólo es un modo de temporalización, sino que es, en realidad, un modo de
espacio-temporalización. En efecto, como “átomo de eternidad” el instante es
una forma de temporalización. Aquella en la que algo supra-temporal se infiltra
en el decurso del tiempo procesual e instaura un presente consumado, que
contiene el conjunto del pasado y que ya no ad-viene ni pro-tiende hacia nada.
Como temporalización de tal “átomo”, el instante representa la concentración del tiempo en el presente.
Pero él no es formal ni vacío, sino un acaecimiento concreto: es la máxima
concreción del tiempo. Ella tiene lugar gracias a aquello que en el instante
acontece, gracias a lo que está en el in-stante. Y lo que está en
el instante es la articulación e integración estructural plena del conjunto de
situaciones que rodean al existente que lo experimenta y que es abierta por la
obra (o la visión mística o el encuentro interpersonal, etc.) que provoca el
instante. En tanto tal, lo que acontece concentrado no es meramente el tiempo,
sino el conjunto del espacio situacional del
existente. Por tanto, el in-stante es un fenómeno espacio-temporal. Ciertamente que no se identifica con el espacio
físico geométrico, sino que aquí nos referimos a un espacio espaciado por la concernencia.
Sin embargo, dicho espacio-espaciado presupone el propio espacio físico, en
cuanto él es lo espaciado en la concernencia que articula las diferentes
situaciones estructuradas en un mundo ahíto de sentido. Si, como fenómeno de
temporalización, en el instante se reconocía una vivencia concentrada del tiempo, como fenómeno de espaciación le es propia
una vivencia distendida del espacio,
porque en él experimentamos la amplitud de nuestra existencia, que se distiende
a través del conjunto de situaciones entre las que fluye el sentido de lo que
es. Por ello –según mi interpretación- el instante como fenómeno
espacio-temporal resulta, a la vez, un fenómeno
de concentración y de distensión: de concentración de todo el tiempo en el
presente y de distensión de ese presente por todo el espacio que él abarca.
Esta conjunción concomitante de concentración temporal y distensión espacial es
lo que, a mi modo de ver, le otorga al fenómeno su peculiar intensidad.
Cuanto más se concentra en un instante una mayor distensión
situacional, tanto más intenso es él y tanto más amplio el presente del alma
que lo experimenta. El instante, por antonomasia, sería, entonces, aquel que
contiene en un presente único y no duradero la experiencia del sentido de la
totalidad del cosmos. Se podría concluir, pues, a partir de las reflexiones de
Rombach, que en el instante, no se pondría en evidencia una supuesta prioridad
del tiempo sobre el espacio; tampoco se com-pondrían ambos en él cual dos
fenómenos asibles por separado, sino que tendría lugar, con la mayor intensidad
posible, la vivencia de la unidad originaria del espacio-tiempo.
2.2. El paradigma ético-religioso: Kierkegaard
Kierkegaard piensa
el instante a partir de la decisión por la cual el existente se elige absolutamente a sí mismo y elige, en
consecuencia, el modo en que se relacionará con los otros y con la cuestión de
su salvación eterna. Por ello mismo su paradigma es ético-religioso. En El concepto de la angustia afirma el autor pseudónimo Vigilius
Haufniensis: “Tan pronto como es puesto el espíritu, existe el instante.”[7] Y, con él,
el presente, la temporalidad y la historia. En efecto, el instante es aquel
presente en que la subjetividad como espíritu, esto es, como la facultad de
relacionarse a sí misma en la relación con lo otro, deja de ser pura
posibilidad, se asume o elige decisivamente a sí y comienza a ser efectivamente
el sí mismo que ella ha elegido ser. Ese comienzo del sujeto consigo mismo introduce en el curso indiferenciado y
homogéneo del tiempo un ahora presente, cualitativamente distinto de los otros
momentos de la sucesión natural ¿En qué radica esa diferencia? En que los demás
momentos sólo pasan, sin que pueda reconocerse en ellos pasado, presente ni
futuro alguno. Por el contrario, el instante en el que el sujeto decide su ser
es aquel en el que él se vuelve enteramente presente ante sí mismo y, en esa
misma medida, constituye un punto de referencia que se eleva por sobre la
sucesión y divide el indiferenciado paso del tiempo, haciendo surgir las dimensiones
de pasado y futuro, que lo son por referencia a ese instante presente. Desde
entonces queda instaurado el concepto de la temporalidad,
esto es, del paso del tiempo en tanto experimentado
como tal por el hombre y dimensionado extáticamente en pasado, presente y
futuro a partir del ahora en que el sujeto se determina y está presente a sí
mismo. Junto con la temporalidad surge también la historia, porque gracias a la
decisión, en virtud de la cual él determina quién ha de ser, su vida ya no es
una dispersión de momentos inconexos, sino una historia continua de relaciones,
tejida por la referencia a sí mismo de todas ellas. Así concebido, el instante
no es una determinación del tiempo, cuya única determinación es pasar, y que,
por tanto, no reconoce presente ninguno. Tampoco de la eternidad, pues lo
eterno es puro presente en el que “no cabe encontrar la distinción de lo pasado
y lo futuro”,[8] posibilitada por el
instante. Él no es ni tiempo ni eternidad, sino la determinación por excelencia
del encuentro entre ambos. Por ello en un pasaje célebre escribe Kierkegaard:
“El instante es aquello ambiguo en que entran en contacto el tiempo y la
eternidad, contacto con el cual queda puesto el concepto de la temporalidad, en
la que el tiempo desgarra continuamente la eternidad y la eternidad traspasa
continuamente el tiempo.”[9] En el instante se tocan,
pues, algo eterno (el espíritu como libertad)[10]
y algo temporal (el devenir del mundo). El contacto implica, por un lado, que
lo temporal sea atravesado por lo
eterno, en cuanto la libertad pone en la temporalidad algo nuevo, a saber,
aquel eterno poder de la subjetividad para autodeterminarse a sí misma más allá
del devenir causal del mundo. Pero el contacto implica, por otro lado, que lo
eterno sea constantemente desgarrado
por el tiempo, porque aquel modo de existencia en el que se concreta la
posición del yo o sí mismo, como toda facticidad, es finito, perecedero y
sometido al continuo devenir de lo que es reglado por las leyes naturales. Por
eso el instante no es definitivo, sino que debe repetirse una y otra vez.
Para Kierkegaard,
entonces, desde que está puesto el instante el sujeto puede en el presente advenir libremente hacia sí mismo. En
tanto impulso que me mueve a advenir hacia mi propio ser, lo eterno es en el
presente del instante lo futuro. Este futuro, además, “retorna como lo pasado”,[11] puesto que aquello hacia lo
que advengo recupera y proyecta históricamente lo que ya soy. Comprendido como
decisión de sí y, consecuentemente, como aquel presente que contiene la
anticipación del futuro y la recuperación desde el advenir del pasado sido, el
instante representa la plenitud actual de los tiempos. Sin embargo, esta
determinación de Haufniensis es todavía abstracta o formal. Ello por dos
razones. En primer lugar, porque pareciera tratarse de una decisión cualquiera,
en la medida en que no se determina cuál es el contenido concreto de esa
estructura formal de plenitud ni cuál es la decisión de la libertad a ella
conducente. En segundo, porque pareciera tratarse de una decisión unilateral
que el sujeto pudiese tomar cuando le plazca.
En lo que al primer
punto respecta cabe decir que, para que acaezca el instante en sentido
estricto, es decir, para que lo eterno se haga presente en la decisión, ella
debe referir al sujeto individual a una instancia eterna y absoluta.
Ciertamente todo sujeto debe elegirse a sí en el instante, pero, si el instante
ha de ser tal, el sujeto debe elegir lo eterno o absoluto en su elección de sí.
Como señala M. Theunissen “este instante de la decisión –por la eternidad en el
tiempo- que retorna una y otra vez en la vida de cada existente singular es lo que caracteriza el volverse cristiano.”[12] De allí que el instante,
además de su dimensión antropológica (la de ser posibilitado por la constitución
del existente como espíritu) y de su dimensión ético-existencial (la de ser una
elección de la propia existencia) tenga una dimensión religiosa (la de ser una
elección de lo absoluto) que se especifica en el caso de Kierkegaard como
cristológica. En consecuencia, la elección que origina el instante, a saber:
aquella por la cual me elijo absolutamente, es decir, elijo lo absoluto y
eterno como eje en torno del cual despliego mi entera temporalidad, no es
equiparable al libre arbitrio que elige entre papas y cebollas, sino que se
trata –nos dice ahora el propio Kierkegaard y ya no Haufniensis- de “una
elección entre Dios y el mundo.”[13] (Kierkegaard 2007, p. 72).
Ahora bien, ¿qué es lo que el hombre tiene que elegir para elegir a Dios y no
al mundo? Responde Kierkegaard: “Tiene que elegir el reino de Dios y su
justicia.” Pero: ¿qué es lo que habrá de entenderse por reino de Dios?
Kierkegaard nos da una indicación
decisiva: con la última palabra, justicia, se describe la primera, reino, “pues
el reino de Dios es justicia.”[14] Ahora podemos determinar
concretamente en qué consiste la elección que hace surgir el instante: radica
en elegir el reino de Dios y su justicia; y esta justicia, que no es una
propiedad del reino sino el reino mismo, es ser de un modo tal en el mundo que
llegue a ocupar el sitio correcto para mí en él. “Tú permaneces en el sitio, en
el sitio donde estás y que te ha sido destinado, cualquier búsqueda lejos de
este sitio es ya una injusticia.”[15] Que ocupo el sitio que me
ha sido destinado y que hacerlo implique “justicia, paz y gozo en el Espíritu
Santo”[16] no puede significar, para
una perspectiva filosófica, otra cosa que una correlación. Tal correlación se
juega entre dos polos: el del hombre y el del mundo. Vista desde el polo del
hombre la correlación podría describirse diciendo que la justicia radica en ser
de un modo tal que, por elegirme de ese modo, no sólo yo realizo mis
posibilidades, sino que el conjunto de lo que es y se articula en torno mío –mi
situación, diría Rombach– puede acceder a su propia plenitud y a la mayor
armonía posible. Pero para comprender en su integridad el instante es menester
que la correlación sea considerada concomitantemente desde su otro polo: el del
mundo.
Es allí donde entra en juego el segundo punto
a considerar para acceder a una comprensión concreta del instante. En efecto,
el instante no es un producto voluntario del sujeto, sino “un regalo del
cielo”;[17] y ello porque, vista desde
el polo del mundo, la correlación radica
en que el conjunto de lo que es y se articula en torno mío –mi sitio o
situación– acontezca concentrado en un acontecimiento, de un modo tal que, por
obra de ese acontecimiento, no sólo pueda advertir la armonía latente y posible para esa situación,
sino que me vea movido a alcanzar mi propia plenitud llevando a su plenitud a
la situación misma. Cuando ocurre esta correlación entre la
realidad efectiva y el existente individual, entonces parece detenerse el
tiempo y acontecer concretamente el instante, pues, por un instante, fulgura un
reflejo de eternidad y de absoluto –el reino de Dios y su justicia– en el
tiempo. Lo absoluto sólo puede dejarse vislumbrar
en el lapso, más o menos breve, de un acontecimiento
que se in-stancia en la realidad, de
un modo tal que su acontecer mismo me señala
lo absoluto y compromete con
ello. Justamente por ello el instante,
aunque implica una decisión, es más que una decisión. Él debe llegar a mí. Es
la decisión en la que me comprometo en un todo con ese sentido absoluto y
eterno que yo no determino a placer, sino que asumo como mío, y que me sale al encuentro a través de un cierto
acontecimiento que me lo señala.
Las analogías entre
estos dos modos de comprensión, en un caso estético y en el otro,
ético-religioso, del fenómeno no resultan difíciles de ver. Es cuestión de
desarrollarlas para acceder a una comprensión más profunda de los estratos
significativos implícitos en el instante.
3.1. Continuidad y discontinuidad
En las
diversas formas del instante, como los paradigmas anteriores dejan entrever, se
da una peculiar correlación entre discontinuidad y continuidad. Ambas confluyen
y se concentran en él ¿En qué medida? Comencemos por la discontinuidad.
El instante funge como un factor de
discontinuidad porque él introduce lo nuevo en el ser: en él se consuma la
nueva obra que me transforma y enriquece ontológicamente el orbe de lo que es o
acontece aquella decisión que cambia mi entera existencia y mi relación con el
mundo, de modo tal que empiezo de nuevo conmigo
mismo. El instante constituye siempre aquel punto de quiebre en el que, en
virtud del encuentro entre un modo de darse de lo que es y un modo del
existente de relacionarse con ello, libremente emerge o acontece un sentido o modo de ser integral nuevo,
interrumpiéndose, así, la mera prolongación previsible del devenir de lo ya
existente. Él introduce, entonces, un nuevo devenir. Por eso el instante es
esencialmente diferente del ahora puntual aristotélico que garantiza la
continuidad de un mismo proceso temporal. “El ahora es el
«no-sólo-sino-también», el instante el «ni-ni.»”[18]
Está más cerca de lo repentino platónico que quiebra la continuidad temporal
del antes y el después de lo mismo.
Como advierte G. Bachelard: “Lo nuevo en un tiempo uniforme no es el ser, sino
el instante que, renovándose, transporta el ser a la libertad o a la suerte
inicial del devenir.”[19] Él
constituye, por tanto, siempre un principio, cuya novedad sería inexplicable
por la mera duración extática de lo ya dado. Sin el fenómeno del instante no
habría creación ni el hombre podría comenzar consigo mismo otra vez. Él goza
“del favor de marcar con una señal decisiva una hora fecunda, que, para durar,
a pesar de todo debe empezar.”[20] Sin duda,
una vez puesto el instante, el acontecimiento que le da inicio se regirá por
las leyes naturales que ordenan el decurso de los sucesos, pero, así y todo,
antes tuvo que darse el acontecimiento de aquello nuevo que no resulta
explicable como un mero efecto o continuidad de lo dado. La obra no existía
antes de ser creada y consumada. La decisión no existía antes de ser tomada. La
visión mística no se hubiera producido sin el encuentro contingente que le dio
origen entre el religioso y una figura del mundo. Se necesita algo nuevo para
que el ser se desarrolle y la vida progrese, para que nazcan plexos de sentido
y la realidad se renueve. Algo debe venir al mundo para que la existencia no
sea una agonía infinita del pasado. Y esa novedad discontinua acontece, por
antonomasia, en el instante. Si nada nuevo ocurriese, la duración misma no
tendría sentido, como no lo tiene hablar de una eternidad anterior a la
creación. “El tiempo no es nada si en él no ocurre nada.”[21]
Debemos considerar el tiempo como duraciones renovadas a partir de los
instantes discontinuos en que emerge lo nuevo; en lugar de considerar los
instantes como momentos abstractos de una duración vacía en la que nada ocurre.
Esta
discontinuidad se da, además, concentrada.
El instante no representa la emergencia de una novedad cualquiera de
carácter incidental, pasajero o efímero, sino que es una novedad decisiva,
determinante, que, en verdad, da inicio a un nuevo devenir e introduce una
transformación substancial en aquel que lo experimenta: su vida, su relación
con y el modo en que se le aparece el mundo no son los mismos luego de aquella
decisión o de aquella obra que concentran el nuevo sentido que acaba de nacer.
Lo que califica a un instante como tal es precisamente el hecho de que en él se
concentra una novedad que resulta esencial para el existir del existente que la
experimenta y del mundo en el que él es.
Sin
embargo, el instante no representa un puro punto discontinuo, sino que en él
continuidad y discontinuidad se aúnan o fusionan, en tanto en cuanto el
instante, como advertía Kierkegaard, pone
la temporalidad; y la
temporalidad constituye la forma más concreta de continuidad del tiempo: la
interpenetración extática de las dimensiones temporales de pasado, presente y
futuro. En efecto, el instante, en sus diversas figuras, establece aquel
presente desde el cual se recupera el conjunto del pasado sido como la
condición necesaria (pero no suficiente) para el surgimiento de lo nuevo
presente in-staurado por él. Del mismo modo, el futuro se despliega desde el
presente nuevo en el que el instante se infiltra, ya que él se inicia un nuevo
advenir del sujeto y del conjunto de su ser sido hacia sí mismo, esto es, hacia
un nuevo sentido integral de su existencia y de su relación con el mundo. Es
por ello que el instante de ruptura, en el que se introduce lo nuevo y discontinuo
en el ser, es concomitantemente el de sutura, en que se re-anuda, renovada, la
continuidad del tiempo, comprendida como interrelación de dimensiones
temporales. El presente en el
que el fenómeno del instante acontece no es, entonces, un punto vacío,
seccionado de un continuo lineal, aislado de todos los demás, y que, como tal,
no tendría duración ni realidad ninguna. Por el contrario, es un presente
re-pleto e in-intenso que me determina absolutamente. Por ello mismo concentra
en sí, superándolo, el conjunto de lo sido; y, a la par, abre un nuevo advenir.
En el presente en el que el instante acontece ni experimentamos un intervalo
más de la mera continuidad de los momentos iguales, medidos por las manecillas
del reloj, ni tampoco una partícula errante de tiempo. Experimentamos el puro
ahora. ¿Y cómo lo experimentamos? Como el arribo de aquello que me abre a mi
propio futuro. Pero lo que arriba sólo puede llegar y concernirme en el
presente por ser yo quien ya soy,
porque todo lo que he sido me ha hecho
susceptible de com-pro-meter-me
decisivamente con lo que ahora arriba, trayendo consigo el futuro. El instante
concentra, pues, en el ahora del arribo el conjunto del tiempo. A partir de
este ahora nuevo que él establece, el existente despliega extáticamente el
conjunto de sus dimensiones temporales, de modo tal que reanuda y le da
continuidad a su existencia, que bien puede ser vista como el renovado intento
de elucidar el absoluto de sentido entrevisto en el fulgor del ahora. Por ello
la concentración, que acaece en el instante discontinuo, es también una fusión
de continuidad y discontinuidad.
Ahora bien, si esa
nueva continuidad, renovada en el
instante, no es incidental, sino que puede concentrar mi entero futuro y
pasado, ello se debe a que el sentido entrevisto en el presente de su eclosión,
ya sea en su forma estética o ético-religiosa, me refiere a un sentido absoluto que puedo intuir, pero que no puedo conocer
por completo ni con el que me puedo dejar de relacionar, hasta el punto en
que mi entero advenir es una búsqueda, necesariamente interminable, de
comprender y responder a la interpelación experimentada en ese instante. Afirmo
que la búsqueda no puede terminar porque la significatividad del instante no
cesa ni se agota. El absoluto en él entrevisto escapa a todo intento de ser
fijado en un conocimiento proposicional, en un dicho o interpretación. He aquí
la razón por la cual el sentido que intuyo en aquel instante en el que me
encuentro y me compenetro enteramente con una obra de arte consumada me remite
a una interpretación infinita; a una que nunca puede decir toda la conmoción
que la obra me provocó ni el exceso de sentido intuido en el instante en que me
encontré con ella. He aquí también la razón por la cual el absoluto o Dios, con
quien el religioso se encuentra en el instante y por el cual se decide,
determine el curso de su existencia entera y ésta devenga el intento imposible
y nunca acabado tanto de expresar lo que experimentó en aquel instante, cuanto
de responder a la interpelación en él sufrida. Como afirma Susana Trejos: “El
instante es la semi-gnosis de un chispazo pasajero. Es la expresión intemporal
de un semi-conocimiento, que es positivo en cuanto nos revela la existencia de
ese algo, de ese no sé qué, pero es negativo en cuanto no nos da a conocer ni
su estructura morfológica ni su continuidad o continuación cronológica.”[22] En efecto, ni es lo
absoluto discontinuo, vislumbrado en el instante, cognoscible, ni tampoco se
continúa de manera cronológica. La continuidad que el instante discontinuo
inicia no es la de lo absoluto, que fulgura en el tiempo y desaparece. Es la de
una nueva temporalización de la existencia. Ella es susceptible de ser
explicada, a partir del ahora que el instante instaura, como un intento siempre
renovado de comprender todas sus implicancias o de responder a aquello absoluto
que desde él me interpeló. Un intento que con necesidad se continúa de modo
interminable y en el que bien puede consumirse la vida entera, porque lo
absoluto entrevisto nunca puede ser agotado. Y es que el instante concentra
aquella significación inextinguible que funge como el eje vertical a partir del
cual recupero mi pasado y extiendo mi vida entera. Como aquello discontinuo que
se infiltra en el tiempo y que le da a mi vida, como bien lo vio Kierkegaard,
seriedad, dándole una nueva temporalidad y una historia.
3.2. Espacio y tiempo
Jankélévitch
sentenció que “el instante es el punto vertiginoso donde el tiempo y el espacio
coinciden.”[23] Estimo que puede
suscribirse en un todo esta afirmación porque el instante, al menos en el
sentido existencial, no es un punto temporal vacío, sino un acontecimiento. Como acontecimiento es
un evento temporal: es el surgimiento
o, mejor aún, el salto de un ahora nuevo como resultado imprevisible (en tanto no determinable por el devenir de
las condiciones anteriores) de un encuentro entre el existente y un modo de
arribarle a él la realidad efectiva. Por ello mismo el instante se infiltra en
el curso del tiempo como presente.
Pero como acontecimiento el instante es, concomitantemente, espacial, pues implica un emplazamiento en la que el existente se
encuentra con un modo de hacérsele presente, es decir, de espaciarse esa
realidad efectiva. El instante es, entonces, también presencia. Es aquel punto espacio-temporal denso en que la plenitud
del presente se corresponde con una plenitud de la presencia. En efecto, la
concentración temporal de mis dimensiones extáticas en el presente del instante se corresponde y fusiona con una
concentración espacial del modo en que me concierne el mundo entero en la
presencia de aquel emplazamiento a través del cual el fenómeno acontece. En
consecuencia, el instante no es sólo
un ahora presente del tiempo, sino también lo que está en el instante, la presencia emplazada de lo presente. En el
instante ser y estar se fusionan, por
tanto, concentrados. Y ello –reitero– no sólo porque el presente
del instante congrega las demás dimensiones temporales extáticas de mi
existencia, sino, a una con ello, porque
lo que está, “lo estante” o, dicho de otro modo, la presencia de lo que se
emplaza y se hace presente en el instante, concentra el horizonte del mundo entero, en cuanto me señala un sentido inasible y absoluto que fluye entre todas las
cosas y que me vincula de un cierto modo con el todo del mundo.
El instante no es,
por tanto, un punto del tiempo, sino un punto denso del espacio-tiempo en que
se concentran en una unidad indisociable espacio y tiempo. El instante, como la
propia etimología de la palabra latina lo señala,[24]
es un fenómeno espacio-temporal; más concretamente aún: es una síntesis de
espacio y tiempo. Él es u ocurre y, a la
vez, está o se emplaza en el punto acontecimental en el que concurren el
presente y la presencia. Los adverbios aquí y ahora se fusionan, concediéndole
al instante su peculiar intensidad. Tal intensidad no mienta otra cosa que la
densidad que adquiere en el fenómeno el verbo ser. Si dicha fusión o síntesis
no ocurriese, “el instante se dilataría en el eje de las duraciones o en el eje
del espacio”[25] y el carácter decisivo de
lo que en él es se relativizaría a lo largo de su extensión espacial y de su
duración temporal. “Pero en cuanto se acepta soldar y fundir los dos adverbios,
he aquí que el verbo ser recibe al fin su poder de absoluto.”[26] Se trata de un absoluto que
se expresa en el acontecimiento que da origen al instante, a través del cual se
me da concentrado en el presente (en la instancia) de lo que se hace presente
(en la estancia) simultáneamente todo
mi horizonte existencial espacio-temporal.
Günther Wohlfart
afirma que en el instante estético nosotros no sólo “dirigimos la vista de otro
modo hacia el espacio, sino que, más bien, nosotros dirigimos la vista (...)
hacia otro espacio.”[27] No sólo vemos los fenómenos de otro modo en
el espacio, sino que los vemos en ese otro espacio. Concomitantemente podríamos decir que en el
fenómeno del instante no sólo miramos de otro modo el tiempo ni los fenómenos
de otro modo en el tiempo, sino que, antes bien, intuimos otro tiempo y los
fenómenos en otro tiempo. Este otro tiempo y aquel otro espacio, que acontecen
fusionados, pueden caracterizarse, tal cual lo hace magníficamente el propio
Wohlfart, como “espacio libre de espacio” y “tiempo libre de tiempo”[28]. Si pueden caracterizarse
de tal modo, ello se debe a que no son un punto fijo en el espacio que se
prolonga en el siguiente ni un ahora igualmente fijo en el tiempo que se
continúa en el sucesivo. No se trata, en la ocurrencia del instante de un aquí
que es en el espacio y un ahora que es en el tiempo, sino que, antes bien, el espacio y el tiempo son en ese aquí y
ahora. Por eso mismo se trata de un aquí y de un ahora plenos (o
concentrados) que, como tales, se dan libres de la sucesión temporal y de la
contigüidad espacial. Sin embargo,
esa libertad no significa que el tiempo y el espacio, fusionados en el
instante, se deformen en una suerte de caos sin orden alguno. Por el contrario,
en cuanto en el instante se intuye el fluir de un sentido absoluto, aunque
imposible de fijar conceptualmente, que
traspasa y vincula, cual eje vertical, todas las dimensiones de mi temporalidad
y mi entero horizonte situacional, en el instante también se da un espacio-tiempo “cuyo orden aún está
abierto.”[29] Y lo está precisamente
porque aquel sentido absoluto, aquella plenitud ilimitada, que ordena todas las cosas y cuyo chispazo
vislumbramos sin asir, no puede plasmarse en un cierto intervalo ni realizarse
sucesivamente en un lugar específico, sino que, a lo sumo, una vez pasado su
fulgor, puede marcarme y fungir como indicio o señal en relación con la cual articular libremente
el conjunto de mi existencia. Ahora bien, si esto último es posible, ello se
debe a que el entero horizonte espacio-temporal existencial que se despliega,
renovado, desde el instante puede leerse como la dación de un espacio-tiempo de juego a través del cual puedo
intentar corresponder libremente a las señales del Absoluto en él vislumbradas.
Puede decirse,
entonces, con Wohlfart, que en el
instante –y no sólo en su forma estética – “resulta superado el tiempo como
orden del uno después del otro y el espacio como orden del uno al lado del
otro.”[30] Pero debe al
mismo tiempo afirmarse que esta
superación conlleva, a su vez, una dación de un nuevo espacio-tiempo,
dimensional y horizontal, en el que se juega de modo libre mi existencia más
auténtica como respuesta a y correlación con ese absoluto que me marca de modo decisivo en el instante.
3.3. Sujeto y objeto
Rombach, tal cual
vimos, entendía el instante como aquel fenómeno de “idemidad” en la que el
existente y su situación se volvían una sola y la misma estructura en la que,
precisamente por un instante, todo alcanzaba el mayor grado de determinación y
plenitud. En ese sentido decíamos que en ese fenómeno, para Rombach, el hombre
no tiene, sino que es su situación.
Análogamente, para el Kierkegaard de Los
lirios del campo y las aves del cielo, el hombre del instante es el que
elige la justicia; y la justicia es elegida cuando el sujeto es de tal modo en
el sitio que le toca ser que tanto en él como en su sitio imperan “la paz y el
gozo en el Espíritu Santo.” Ejemplo de esta existencia, a primera vista casi
sobrehumana, lo ofrece, nos dice Kierkegaard,[31]
un sabio maestro: el pájaro. Cuando
llega el instante de emigrar y el pájaro levanta vuelo hasta perderse en el
horizonte, hasta confundirse con la luz del cielo, entonces, por un instante,
todo es como debería ser: el cielo es plenamente cielo, surcado por el pájaro;
y el pájaro es plenamente pájaro, atravesando el cielo. Los dos se vuelven uno.
Esa peculiar unidad, que Rombach y Kierkegaard refieren de modos diferentes a
través de las nociones de idemidad y justicia, mientan una significación
esencial de las distintas formas del instante, a saber, la fusión o confluencia
en él de sujeto y objeto, hasta el punto de conformar una unidad dentro de la
cual ambos resultan indistinguibles. Ahora bien, el instante no es la unidad
constituida, en la cual ya pueden diferenciarse y separarse términos, sino que
mienta el momento espacio-temporal preciso del constituirse de esa unidad. El instante acontece. Es el acontecer
mismo y no el acontecimiento ya acontecido. Es verbo y no sustantivo. Por ello
el instante no es ni una vivencia subjetiva ni un algo disponible y objetivo.
La experiencia del instante no es la vivencia de un objeto o estado de cosas
que aparece dado espacio-temporalmente a la intuición empírica, sino la
ocurrencia o salirme al encuentro del
estarse constituyendo un sentido en que se fusionan o idemizan el “sujeto”
que tiene la experiencia con la realidad “objetiva” espacio-temporal que le
sale al encuentro. Refiriéndose al instante de la intuición estética, señala G.
Wohlfart una característica esencial de toda experiencia del fenómeno, a saber:
“La intuición estética es la intuición de un objeto en el instante es o bien la
de su surgir o bien la de su disiparse
como objeto, más precisamente la intuición del surgir en el disiparse.”[32] En efecto, la ocurrencia
del instante es la del surgir o, mejor aún, estar constituyéndose, en un punto
denso espacio-temporal, de un sentido absoluto en la fusión o idemización (ya
sea ética, estética, religiosa, erótica, etc.) del existente con la realidad
efectiva que le sale al encuentro. Por eso mismo el instante es un vislumbre,
un fulgor, una chispa: porque no es la intuición de la unidad constituida, sino de su constituirse; porque, dicho
de otra manera, el absoluto experimentado en esa suerte de “semignosis” de la
que hablábamos antes fulgura en el formarse de la unidad y no puede sostenerse
en una unidad ya formada y, por tanto, fija en los límites de su objetividad.
Como con tino observa Wohlfart, este surgir es un “surgir en el desvanecerse”
tanto de la objetividad de la realidad objetiva intuida cuanto de la
subjetividad de aquel que la intuye y al que le ocurre el instante. El sujeto se desvanece en la realidad
objetiva y ella se desvanece en el sujeto, en la medida en que ambos se
desvanecen en la correlación en la que se está
constituyendo un sentido o significación absoluta que los contiene a ambos,
pero que no puede quedar constituida como unidad objetiva y, por ende, ser
determinable o predicable sin desmentirse como absoluta. Por eso el instante
dura tan sólo un instante. Por eso
también “sólo adivinamos el instante en el instante.”[33]
Cuando vuelve a surgir la escisión entre sujeto y objeto predicable, el
instante ya se ha escabullido, pues “tal escisión sólo puede hacerse en un
cierto lapso, es decir, en la duración.”[34]
Así concebida, la
significación absoluta del instante está libre de objeto alguno al cual
referirla. Pero el instante tampoco es un fenómeno subjetivo, pues el mienta el
desvanecerse, perderse o volverse lo mismo del sujeto con aquella realidad
efectiva con la que se “idemiza”, hasta el punto en que él no puede sentirse
otro ni separarse de modo alguno de aquello que le está ocurriendo. El instante
en el que se encuentra o vislumbra el constituirse de un sentido absoluto, que
me marca enteramente, es, a su vez, el instante en que el sujeto se pierde o
diluye en ese sentido vislumbrado. “El volver-se-sí-mismo-igual”[35] del sujeto con su realidad
efectiva, con su sitio o situación, es un encontrarse en el perderse. En la
medida en que yo me fusiono enteramente con lo que me toca vivir en el
instante, en esa misma medida experimento, de modo fugaz y concentrado, el
entero sentido de mi existencia en el mundo. De allí que bien pueda decirse que
en el instante perderse por entero significa encontrarse por completo. Por ello
mismo también el instante de la epifanía de lo absoluto, así como está libre de
objeto al cual referirlo, está también libre de sujeto o de sí mismo. En la
densidad del punto-instante soy para mí mismo lo más lejano. Sin embargo, el
instante del estar por completo fuera de mí es a la vez el instante en que
aquello foráneo que me acontece se vuelve de repente mi más íntima
interioridad.
En consecuencia, en el instante se
concentran o condensan fusionados en un punto denso espacio-temporal una cierta
realidad efectiva, que transluce un sentido absoluto de la totalidad del ser,
no asible de modo objetivo, y un existente cuya existencia se resume en ese
sentido vislumbrado. Objeto y sujeto se identifican o, mejor aún, se “idemizan”
absolutamente en el instante.
3.4. Sentido y mundo
Finalmente, la
identificación integral de sujeto y objeto en el fenómeno del instante lleva
implícita una última fusión de dos correlatos: la convergencia de sentido y
mundo. Habitualmente la fenomenología comprende una totalidad o mundo como el
correlato noemático resultante de la articulación significativa de un todo de
entes a partir de una donación noética de sentido proyectada sobre ellos por la
conciencia. Es verdad que la donación no puede ser arbitraria, sino que tiene
que corresponderse con el modo en que ese conjunto de entes viene al aparecer,
pero siempre es posible distinguir entre el sentido donado y un cierto mundo articulado de acuerdo
con ese sentido. De allí que un mismo todo de entes (un “en que” óntico del
existente concreto) pueda articularse en mundos, esto es, en plexos significativos
diferentes. Un ejemplo de ello se advierte en el sentido diverso que puede
tener un mismo ente de acuerdo con el mundo en el que un existente lo articule.
Así, para el mundo del arquitecto, una iglesia tiene un sentido otro respecto
del que recibe en el mundo del religioso. En el fenómeno del instante ocurren
dos transformaciones respecto de este concepto óntico de mundo.
En primer lugar,
como ya habíamos anticipado cuando tratamos el fenómeno en el pensamiento de
Rombach, en el instante se constituye una suerte de transparencia o translucidez, por la cual aquello que acontece en
él alumbra o señala no un cierto mundo o plexo de entes, sino la totalidad del mundo, esto es, la totalidad de los horizontes
espacio-temporales en relación con los cuales he sido, soy y puedo ser. Por
ello bien puede decirse que el fenómeno del instante alcanza su mayor
intensidad con la presencia en el presente no de un mundo, sino del mundo
por entero concentrado en un acontecimiento. ¿Y cómo viene el mundo todo a la
presencia en el presente del instante? Esta pregunta nos remite a la segunda
transformación respecto al concepto óntico de mundo arriba delimitado. El mundo
no se hace presente ni como un cierto y determinado plexo de entes articulado
significativamente por una donación de sentido, ni como una suerte de materia
susceptible de ser dotada de forma y significado. Se hace presente como eclosión de sentido de todo lo que es:
no un sentido que el existente proyecta sobre un cierto plexo de cosas, sino un
sentido que él encuentra en todo y a través del cual se encuentra también a sí
mismo. Se trata de un hallazgo de sentido que hace aparecer todo como mundo. No
se trata de un sentido del mundo, sino del
mundo mismo como sentido. En la plenitud del instante todo aparece o, mejor
aún, fulgura, iluminado de sentido. Por un momento el emerger del mundo es
indistinguible del emerger del sentido de todo lo que es. En él no acaece
propiamente el sentido del mundo (ni genitivo objetivo ni subjetivo), sino que el mundo mismo es sentido o acaece como
un sentido absoluto que me vincula con todas las cosas y a todos los seres
entre sí. En el instante el mundo brota, pues, cual corriente de sentido que
arrastra mi existencia entera. Un
sentido absoluto que nos envuelve y en el que se disuelve el propio sentido de
mi existir y el de las cosas todas. Un sentido que escapa a cualquier intento
de apresarlo en una significación definida. Un sentido excesivo que yo no doy,
sino que encuentro y en el que me encuentro. Pero también un exceso que, tan
pronto se encuentra, se pierde. Único modo de que lo absoluto que allí anida
permanezca siendo tal. El instante se manifiesta, así, cual un torrente que tan
de súbito como emerge, inundándolo todo, se sumerge en profundidades ignotas.
Es un “casi nada” que misteriosamente relumbra como todo. Un rayo vertical que
ilumina los más vastos horizontes.
Bibliografía
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Karlfried Gründer, Band 1A-C 649-650. Basel/Stuttgart: Schwabe& Co Verlag,
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Costa Rica 94 (enero-junio 2000):
89-95.
Wohlfart,
Günther. Der Punkt. Ästhetische
Meditationen. Freiburg/München: Alber, 1986.
El autor es Profesor, Licenciado y Doctor en
Filosofía por la Universidad de Buenos Aires. Es Miembro del Comité de
Doctorado de la Universidad Nacional del Nordeste e Investigador Principal del
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Su campo de
investigación es la fenomenología, la filosofía de la existencia, en especial
el pensamiento de S. Kierkegaard, y la filosofía de la religión. Posee 145
publicaciones entre libros y revistas académicas de 16 países.
Recibido: 21 de mayo de 2020.
[1]) Un estudio integral de la cuestión del instante en el
pensamiento de Kierkegaard puede encontrarse en nuestro idioma en el estudio de
Rafael García Pavón, “El instante y la temporalidad como síntesis de eternidad
y tiempo en el devenir del individuo en singular en Migajas filosóficas y El
concepto de la angustia, en Søren
Kierkegaard. Una reflexión sobre la existencia humana, ed. Luis Guerrero
Martínez (México: Universidad Iberoamericana, 2009), 265-291. Rombach aborda la cuestión de
modo disperso en diversos libros, pero particularmente importantes resultan
Heinrich Rombach, Welt und Gegenwelt Umdenken über die
Wirklichkeit: die
philosophische Hermetik (Basel: Herder, 1983), 129-133; y, sobre todo,
Heinrich Rombach, Strukturanthropologie.
Der menschliche Mensch
(Freiburg/München: Alber, 1987), 154-166 y 263-281.
[2]) Miguel García Baró, De
estética y mística (Salamanca: Sígueme, 2007), 253.
[3]) Martin Jansen recupera la distinción de Tomás de Aquino en De instantibus entre instante como instans del ser y como aevum del alma y observa que el aevum “no se refiere tanto a su
indestructibilidad, sino antes bien a que el alma no se halla envuelta en el
proceso del mundo” Martin Jansen, Vom
Augenblick. Geistgeschichtliche Untersuchungen unter besonderer
Berücksichtigung des opusculum De Instantibus (Würzburg: Könighausen &
Neumann, 2008), 245. Ciertamente es imposible identificar un momento formal del
decurso del mundo con el acontecer de un sentido absoluto que congrega en un
lapso de mayor o menor duración cronológica el despliegue de las dimensiones
temporales: es imposible identificar momento cósmico con instante existencial.
[4]) Rombach, Strukturanthropologie,
123.
[5]) Ibid, 230
[6]) Rombach, Welt und
Gegenwelt, 132.
[7]) Søren Kierkegaard, Der Begriff Angst (Frankfurt a. M,
Europäische Verlagsanstalt, 1994), 94.
[8]) Ibid, 80.
[9]) Ibid, 82.
[10]) La
libertad es “lo eterno”, no porque cada acto libre sea eterno, pues patentemente
todo acto es pasajero, sino que es eterna en
tanto libertad, es decir, como poder
dado al hombre que no resulta de la
sucesión causal que rige en el
mundo, pero que renace una y otra vez en él como la misma facultad de
determinarse a sí mismo.
[11]) Ibid, 83.
[12]) Michael Theunissen, “Augenblick”, en Historisches
Wörterbuch der Philosophie Bd. 1 A-C (Basel/Stuttgart: Schwabe& Co
Verlag, 1971), 649-650, 650.
[13]) Søren Kierkegaard, Los lirios
del campo y las aves del cielo (Madrid: Trotta, 2007), 72.
[14]) Ibid, 76.
[15]) Ibid, 77.
[16]) Ibid, 76.
[17]) Søren Kierkegaard, El
instante (Madrid, Trotta, 2006), 187.
[18]) Manfred Sommer, Eine Phänomenologie der reinen Empfindung
(Frankfurt a. M.: Suhrkamp, 1987), 207.
[19]) Gaston Bachelard, La
intuición del instante (México, Fondo de Cultura Económica, 2002), 25.
[20]) Ibid, 16.
[21]) Ibid, 36.
[22]) Susana Trejos, “El instante y la intuición en la filosofía de
Vladimir Jankélévitch”, Revista de
Filosofía de la Universidad de Costa Rica, Vol. XXXVIII, No. 94
(enero-junio 2000), 89-95, 91.
[23]) Vladimir Jankélévitch, Philosophie Première. Introduction a une Philosophie
du <presque> (París: PUF, 1954) 209.
[24]) La espacio-temporalidad del
instante se trasunta implícita en la propia etimología del término latino. En efecto, la voz “instante” proviene del latín instans-antis,
participio presente del verbo latino insto. Insto, a su vez, se
compone del verbo sto, que significa literalmente “estar de pie” (como
el verbo alemán stehen, que tiene la misma raíz indogermánica *st[h]ā) y
de la preposición in que, como preposición de ablativo, significa el
lugar “en” el que se está, situación en sentido propio. La significación del
término “instante” sería, entonces, originariamente espacial: “lo que está en”.
En tanto en cuanto in tiene también sentido temporal y mienta un lapso
de tiempo efectivamente aconteciente, “instante”, como participio presente,
significa literalmente “lo que ahora está aconteciendo en”.
[25]) Bachelard, La intuición
del instante, 28.
[26]) Ibid.
[27]) Günther Wohlfart, Der
Punkt. Ästhetische Meditationen (Freiburg/München: Alber, 1986), 52.
[28]) Ibid, 53.
[29]) Ibid, 52.
[30]) Ibid, 54.
[31]) Cf. Kierkegaard, Los
lirios del campo y las aves del cielo, 182.
[32]) Wohlfart, Der Punkt,
56.
[33]) Trejos, “El instante y la intuición en la filosofía de Vladimir
Jankélévitch”, 92.
[34]) Ibid, 91.
[35]) Wohlfart, Der Punkt,
59.