RECUPERAR EL HUMANISMO COMO SOLUCIÓN A LA INTEGRACIÓN DE LA DIVERSIDAD EN EUROPA*
Recovering humanism as a
solution to the integration of diversity in Europe
Paz
MOLERO HERNÁNDEZ
Universidad Villanueva
(España)
pmolero@villanueva.edu
Palabras
clave: Humanismo, integración, Manent, Maritain, secularismo, sociedad civil.
Abstract: This article proposes to recover humanism,
which is at the roots of Europe, as part of the solution to integrate the
different cultures that are coming to our continent, as a result of
immigration. After briefly analyzing the role of religion and secularism, as one
of the basic characteristics of the modern West, we analyzed both the position
that Maritain had at the time, and the current position of Pierre Manent, since both, with their differences, postulate a return to
Christian humanism as a solution. Finally, the need for civil society to
discover, based on that humanism, a new culture of social relations that is
capable of seeing and managing diversity, is concluded.
Keywords: Humanism, integration, Manent, Maritain, secularism, civil society.
1. Introducción
En la sociedad
multicultural que vivimos en Occidente, surgen preguntas sobre cuál es el modo
ideal de integrar y qué tipo de inclusión, en la era de la globalización, es
posible. Este es uno de los desafíos que tiene el ciudadano moderno en la
actualidad.[1] El mundo multicultural que
está emergiendo es reflejo de que nuestra sociedad ha cambiado. La cuestión es
qué puede hacerse en una sociedad así para configurar las reglas de la
convivencia democrática.
Fruto también de los
movimientos que se están originando, hay un debate en la opinión pública sobre
el modo de integración de los inmigrantes en los países europeos. Los políticos
ingleses, alemanes y franceses llevan un tiempo declarando la muerte del
multiculturalismo como posible modelo social líder para la integración.[2] Hasta cierto punto, estas
declaraciones están motivadas por el deseo de capitalizar la frustración de los
votantes. Para este propósito, las minorías culturales, como la musulmana, se
convierten en chivos expiatorios convenientes para toda clase de problemas
sociales y malestar cultural. Al mismo tiempo, la insatisfacción general de
varios países europeos con respecto a su situación cultural actual apunta a una
profunda inseguridad sobre los propios fundamentos de sus sociedades modernas y
pluralistas.
Examinar y sostener
la cultura de un pueblo implica inevitablemente consideraciones metafísicas y,
en última instancia, religiosas. En el caso de las sociedades occidentales y
europeas, nuestra visión de la humanidad, con sus valores de libertad, igualdad
y solidaridad, surge principalmente de las raíces judeocristianas y de una
concreta visión del hombre. “No podemos entender quiénes somos y para qué
vivimos sin entender estas raíces religiosas”.[3]
Sin negar la
influencia islámica en la formación de la cultura occidental, hay que entender
que la identidad de la cultura europea requiere un sólido conocimiento de sus
raíces religiosas y estas raíces son, fundamentalmente, las que se suelen
describir como "humanismo judeocristiano".[4]
A veces, las raíces se vuelven difíciles para la conciencia europea, al menos
tal como la presentan muchos intelectuales y políticos, ya que para muchos el
término religión es profundamente ambivalente, incluso incómodo. El sociólogo
José Casanova[5] habla acertadamente en este
contexto del "miedo a la religión" en Europa.
La crisis de
identidad de la cultura occidental se deriva, al menos en parte, de este miedo
a la religión y a que este temor sea causado por una ideología, a saber, la
ideología del secularismo. A su vez, el núcleo de este secularismo consiste en
la separación de la razón y la trascendencia. La Modernidad ilustrada no tenía
por qué haber sido incompatible con la religión, fue la propia Ilustración la
que históricamente se identificó con el escepticismo, agnosticismo y
materialismo.[6]
De hecho, la crisis
de identidad de Europa y de su ideal humanista se origina con esta negación
moderna del vínculo entre la conciencia y la trascendencia, es decir, con la
separación entre razón y la fe. Con la Ilustración, los hombres “alcanzaban por
fin la mayoría de edad, se soltaban de la mano de la autoridad, arrumbaban el
taca-taca de la tradición, empezaban a servirse de la propia razón”.[7] Mientras definamos la razón
como esencialmente independiente de la fe, una de las características del
actual secularismo excluyente, no podremos entender nuestras propias raíces
cristianas ni hablar cabalmente sobre las convicciones religiosas de otras
culturas con las que interactuamos económica y políticamente.
Este artículo se divide
en tres partes. La primera, donde se analiza la discusión sobre el papel de la
religión en la democracia occidental -y el efecto de la separación entre razón
y fe como una de las características básicas del Occidente moderno- y también
el secularismo que subyace a esta separación. La segunda, donde se argumenta y
se propone que la integración de distintas culturas en Europa solo se ve
posible si esta mantiene sus raíces cristianas y, en definitiva, si recupera el
humanismo con el que nació. Analizo para ello la postura que sostuvo Maritain
en su momento y la que sostiene actualmente Pierre Manent. Con sus diferencias,
ambos autores defienden la secularidad, pero sin caer en la distorsión del
secularismo[8] y ambos también animan a
Europa y, en general, al mundo occidental a volver a sus raíces para poder,
desde ahí, vivir un humanismo inclusivo y no excluyente. Maritain[9] reivindicó una nueva cultura
inspirada en valores cristianos que fortaleciera la fe secular en "puntos
prácticos de convergencia" como los derechos humanos, la libertad, la
igual dignidad, la democracia, etc. Manent[10]
postula que la Europa globalizada que estamos viviendo estará unida si no
pierde su relación con el cristianismo.
Este trabajo
termina, como conclusión, viendo la necesidad de que sea la sociedad civil la
que descubra, a partir de ese humanismo, una nueva cultura de relaciones
sociales que sea capaz de ver y manejar la diversidad cultural que se da
actualmente en el mundo occidental.
2. Religión y secularismo en la sociedad actual
La Paz de Westfalia
en 1648 otorgó un ámbito de acción no solo al estudio de las relaciones entre
la soberanía de las naciones, sino también a considerar la presunción de que se
tenía el verdadero entendimiento de qué era lo secular. Puede ser que sea esta
la raíz de la creencia de que la separación entre religión y Estado y entre
religión y sociedad, a partir de ese momento, se había entendido claramente.
Pero la historia nos ha hecho ver que no es así: el ataque del 11 de septiembre
de 2001 reveló que las principales teorías sobre la secularización del mundo
habían ignorado el impacto al que puede llegar el fervor religioso.
No se puede evadir
la cuestión de los orígenes a la hora de hablar de la religión. En todas las
religiones del mundo arraigan los valores universales en la realidad
trascendente, pero para arraigar esos valores, en ellas han tenido influencia
las convicciones de sus mayores, las tradiciones. Nos podemos preguntar dónde
se originan los valores para el europeo moderno y secular. "Después de que
la fundamentación religiosa [de los valores] haya perdido validez, el contenido
cognitivo del juego del lenguaje moral solo puede reconstruirse con referencia
a la voluntad y la razón de sus participantes".[11]
En otras palabras, si queremos ser modernos, progresistas, liberales y capaces
de funcionar en un Estado democrático, parece que nuestra razón ya no debería
apelar a ningún fundamento religioso, trascendente o "teológico" para
los valores que nos guían.
La idea de la
dignidad de la persona, unida a su libertad, es una importante aportación
cristiana, si bien es cierto que la Modernidad las impulsó especialmente,
puesto que en la práctica favoreció los derechos humanos. En la cultura
occidental, religión, cultura y política han estado entrelazadas y, sin
confundirlas, han formado parte de la marcha histórica hacia la Modernidad.
Como recuerda Victoria Camps,[12] valores democráticos como
la libertad, la igualdad y la fraternidad no son productos sin más de la
autonomía ilustrada, precedieron a la Modernidad porque procedían del ámbito
religioso.
Hay que destacar que
la fe secular en el progreso, tan característica de la Modernidad y del Estado
democrático, ha acabado en una autoemancipación alejada de la fe cristiana. La
secularización ha significado, entre otras cosas, la creación de la política
como nuevo espacio autónomo, un nuevo espacio que abre márgenes a la libertad y
a la tolerancia. La trascendencia del discurso religioso pasa así a ser
sustituida por la inmanencia del discurso político. Política y religión
aparecen como dos formas diferentes de comunicación con sus respectivos campos
de acción. “En el nuevo discurso político se incorporan ideas o lenguajes que
ya estaban previamente en el discurso pre-moderno religioso, como la igualdad, la
dignidad, etc. Este intento de separación de su tradición es el que vive
actualmente el humanismo secular”.[13]
No se puede ignorar
que la secularidad moderna no partió desde cero. Si en un momento histórico
dado quiso establecer separación entre los distintos poderes del momento, no
por ello dejaba de tener una tradición histórica concreta y una comprensión,
también histórica concreta, de la matriz religiosa que le dio a luz. “Esto
puede gustar o no, pero no entenderíamos nuestro mundo si no lo tuviéramos en
cuenta”.[14]
Este intento
ilustrado de separación de la razón y la fe ha llevado a que, para los europeos
cultos de hoy en día, la religión se presente ante ellos, por definición, como
el enemigo de la libertad, la tolerancia, la razón y la humanidad. El demócrata
asume que el Estado, de valor neutral, es incompatible con los valores
religiosos. Además, la presunta oposición entre el humanismo secular y una
visión cristiana de nuestra humanidad nos muestra cómo la separación instintiva
de la razón y la fe distorsiona la historia cultural. El humanismo secular, con
su alta confianza en las habilidades humanas para el progreso moral, se deriva,
como ya se ha comentado, de un humanismo cristiano anterior. A la vez, a la
modernidad le podría ser útil acudir a ciertas orientaciones religiosas que son
fuentes culturales y motivacionales de la solidaridad y de la conciencia moral.
En todos los casos el secularismo se define junto a la religión.
El problema tiene
todavía más hondura porque se hace difícil encajar la realidad de la
Modernidad, que tiene tres elementos fundamentales: familia, sociedad civil y
estado. Es la división liberal clásica de privado-público que, en gran medida,
se deriva de la distinción clásica griega entre oikos y polis,
entre la casa y el Estado. Lo que faltaba en la Antigüedad y en la Edad Media
era la "sociedad civil" o "lo social", que se encuentra
entre la familia y el Estado, entre lo privado y lo público. La concepción
liberal de la sociedad tiende a limitar el sector público al sector público
gubernamental. Todo el resto es arrojado al sector "privado".[15] Esto, lógicamente, tiene
sus consecuencias.
Los liberales temen
el peligro que para la conciencia individual pueda traer una religión, por así
llamarla, pública: “[Una] religión ética des-privatizada (...) podría traer
conceptos extraños de justicia, de interés público, de bien común y de
solidaridad a las deliberaciones "neutrales" de la esfera pública
liberal”.[16]
Hoy,
afortunadamente, personas religiosas de todas las confesiones han empezado a
reconocer sus intereses comunes. Si van a poder llegar a tiempo para prevenir
el secularismo que se está convirtiendo en la religión del Estado en las
democracias liberales, está todavía por ver.[17]
Analizar el
secularismo nos puede dar pautas para un mayor entendimiento del estado de la
cuestión, ya que la ideología del secularismo se encuentra en el corazón de
esta separación o distinción de esferas entre lo público y lo privado.
Aunque el
secularismo es definido habitualmente como algo negativo -es lo que ha llevado
a diluirse a la religión- en realidad no es en sí mismo neutral (...) Debería
ser visto como una presencia, es “algo” y, por tanto, en necesidad de
elaboración y de entendimiento. Si es visto como una ideología, como una
postura frente a la religión, el secularismo más que ausencia de la religión se
convierte en algo en lo que tenemos que pensar detenidamente.[18]
Con frecuencia se
piensa que el secularismo va de la mano del progreso moderno, donde la religión
ha dado paso a la racionalidad. En la sociedad del nuevo milenio, el aumento de
nuevas formas de religiosidad ha preocupado a aquellos que estiman la igualdad
y la libertad de la sociedad secular y de sus instituciones políticas como algo
fundamental e ineludible.
El secularismo hoy
en día es reclamado como derecho. Francia, por ejemplo, lo reconoce como un
elemento constitutivo de su identidad nacional, en parte como respuesta a la
inmigración musulmana, pero también ha informado su historia de
anticlericalismo durante la revolución francesa. Esta misma idea de secularismo
está en la Turquía de Ataturk.[19]
Tener, una idea de
“lo secular” simplemente, no presume una postura secularista concreta hacia la
vida pública o la política. La idea de secularismo, sin embargo, sugiere una
tendencia hacia un mundo donde la religión ocupa menos espacio y donde varias
formas de instituciones seculares van ocupando más.
El secularismo
que hoy querría discutir es una forma de secularismo disfrazado bajo la forma
de libertad religiosa: un secularismo que invita seductoramente a hombres y
mujeres de todas las convicciones religiosas a cambiar sus particularidades en
nombre de la ilustración y del progreso, un secularismo que es tolerante con la
libertad religiosa individual pero hostil con las organizaciones e
instituciones que asisten a gente religiosa en la crianza de sus creencias y en
la transmisión de estas para las siguientes generaciones, es un secularismo que
más bien pone muy bajo en su jerarquía el derecho a la libertad religiosa.[20]
El secularismo no es
simplemente un proyecto de algunos que reflejan en él sus problemas con la
religión, es un fenómeno que requiere reflexión y crítica. No se basa en hechos
científicos, ni de sentido común, sino que constituye una cosmovisión. Las
formaciones sociales dependen de muchos elementos históricos contingentes,
lógicamente, pero convertir cualquier política existente en un ideal desde el
cual dibujar normas tiende a convertirse en ideología.[21]
De hecho, el secularismo es una ideología cuya definición de razón universal
excluye las verdades religiosas del discurso público, legal y político.
Esta ideología es
específicamente occidental, desde sus raíces humanistas cristianas hasta el
deísmo y la Revolución francesa. Aunque al principio solo significaba la vida
ordinaria en contraposición de la vida espiritual, el modo de entenderlo,
moderno y contemporáneo, ha levantado muros de separación entre lo inmanente y
lo trascendente, ya que afirma que el nivel más bajo, el secular o inmanente,
es lo único que hay y que lo espiritual o trascendente es una invención. “El
secularismo está fundado en las ideas de autosuficiencia de lo secular y la
exclusión de la religión”.[22] En marcado contraste con
una racionalidad supuestamente desinteresada, el secularismo descansa en la
creencia de que el progreso humano requiere la desaparición de la religión.
El carácter
ideológico del secularismo no es otra cosa que la ilusión de que sea
simplemente una manera neutral de valorar la realidad. El credo secularista
requiere la separación de la razón y la fe, un dualismo que Taylor, junto con
otros filósofos posmodernos, ha demostrado ser insostenible.
Pero mi interés
aquí es subrayar otra faceta de nuestra era: creer en Dios, o en la
trascendencia en cualquier forma, está disputado. Es una opción entre otras,
frágil, para mucha gente del milenio difícil, incluso “raro”. Pero hace 500
años no era así. La incredulidad estaba fuera del mapa y esta descripción
también se aplica a la historia de la humanidad fuera de Occidente.[23]
Muchas categorías del
secularismo se tornan profundamente problemáticas si se concibe el modo europeo
como si fuera un proceso universal necesario para el progreso humano, desde la
creencia a la incredulidad o desde la religión tradicional al moderno
secularismo, en el momento en el que se transfieren a otros mundos religiosos o
a otras culturas. “Además, de la misma manera que el secularismo occidental
moderno es inevitablemente post-cristiano, están emergiendo otros modernismos
en otras culturas o religiones, post-hindú, post musulmán, y tienen también sus
particulares transformaciones”.[24] Por ejemplo, para un
régimen secularista auténtico sería necesario tener estas tres etapas:
distinción entre Iglesia y Estado, separación entre Iglesia y Estado y
finalmente marginar la religión del Estado y de la vida pública, “esta
distinción no se puede pedir a la sociedad islámica porque por convicción no
podrá hacerlo”.[25]
A pesar de sus
muchas variaciones, el patrón del secularismo europeo se caracteriza por
entender la separación que define a lo secular como un rechazo a la religión y,
por tanto, rechazo también de la Iglesia y pérdida del poder eclesiástico y de
la autoridad. Y, sin embargo, existen democracias en Europa no tan seculares
como implicaría el secularismo que defienden. El Estado no siempre es tan
secular o neutral como se dice. Varias de las religiones cristianas en Europa,
por ejemplo, tienen privilegios estatales, no meramente simbólicos: la Iglesia
anglicana en Inglaterra, la presbiteriana en Escocia, incluso la laicista Francia
dedica parte de su presupuesto estatal a cubrir parte de la educación de
escuelas católicas. Uno tendría que poner menos el foco en el secularismo y más
en las normas democráticas.
El arte de
gobernar, en cualquier forma de secularismo, entraña dos principios básicos que
están recogidos en la Constitución de los Estados Unidos: el principio de
separación, y el principio de regulación estatal entre religión y sociedad, es
decir, libertad de elección. Por eso en Estados Unidos, el secularismo se combina
con el crecimiento religioso o con el resurgimiento de movimientos religiosos.
En definitiva, hay que ser especialmente cauteloso para elevar un proceso
particular a modelo de la historia en general.[26]
Para ser justos, sin
embargo, debemos reconocer que el secularismo en sí mismo ha sufrido una
importante autocrítica en las últimas décadas. Esta autocorrección se debe en
parte a la confrontación directa con culturas profundamente religiosas, como el
Islam, y también a la expansión visible del cristianismo en Asia y África.[27] Pero, lo que es más
importante, la crítica filosófica desde dentro ha expuesto al secularismo como
una base inadecuada para las sociedades democráticas modernas. El mismo
concepto de persona asumido por el secularismo, con una dignidad humana
esencial, y el reconocimiento del otro como compañero de diálogo igualitario
son nociones pre-políticas, fundadas en la religión, que no se derivan de la
ética del discurso, sino que la preceden.[28]
3. Recuperar el humanismo como vía de solución en una
sociedad plural. Las propuestas de Maritain y Manent
El
humanismo que estos dos autores defienden es un humanismo cristiano o, lo que
es lo mismo para ambos, inclusivo, que no desecha ninguna de las esferas o
ámbitos propiamente humanos, en contraste con el humanismo secular y con el
secularismo que son excluyentes porque dejan ámbitos fuera. Cada uno con sus
características concretas y con una sociedad distinta a la que enfrentarse,
pero ambos casos defienden un humanismo que es capaz de integrar en él elementos
que parecen divergentes o en desacuerdo en una sociedad cada vez más plural.
3. a) Jacques
Maritain, el humanismo integrador
Jacques
Maritain filósofo francés de reconocido prestigio, en su libro Humanismo
integral quiso construir un nuevo proyecto de acción política y social para
el siglo XX que rompiera con el paradigma de la Cristiandad medieval como
modelo, donde había existido una unión entre Iglesia y Estado. Maritain
consideraba que sería perjudicial ese modelo para la inculturación del cristianismo
en la sociedad de su época y que fomentaría el distanciamiento paulatino de los
intelectuales y políticos cristianos del mundo en el que vivía. Lo que había
que hacer, según él, era analizar los elementos positivos que había desde la
Reforma para integrarlos en un nuevo proyecto futuro.
Los
resultados de este análisis en Maritain manifestaron que en ocasiones lo
sagrado había fagocitado lo humano y que, por reacción, se había impuesto una
nueva forma de valores, tales como la lícita petición de autonomía, la
emergencia de pluralidad, la toma de conciencia por parte de los cristianos de
que el nivel de cristiandad no se debe a lo institucional sino a la calidad
personal de estos, y un largo etcétera.
La
propuesta de Maritain fue la de un humanismo integral, “un humanismo completo,
que no se olvide de que el hombre se realiza plenamente en Dios”.[29]
Consciente de que no se trataba de ideas sino de comportamientos -importancia
radical en este sentido tenía para él la actividad de los laicos en la transformación
de la sociedad, entendiéndola como la aportación cristiana en la felicidad
terrena, porque se dio cuenta de que el papel público que debía tener la fe en
una sociedad secular diferenciada era y es a través de la sociedad civil- se
atrevió a decir que esa renovación requería una nueva revitalización del
cristianismo que llevaría a hacer “nuevos santos” a sacar lo mejor de cada uno,
y en ese sentido le dio también el calificativo de “heroico”.[30]
En
realidad, los períodos "humanistas" vividos desde la Ilustración,
según Maritain, parecen haberse opuesto a los tiempos heroicos. Niegan los
ideales sobrehumanos y en su lugar eligen el promedio humano: lo que los
humanos suelen hacer, llenos de benevolencia y humanidad. El ideal cristiano,
en contraste, según Maritain, consiste en heroísmo o santidad. Es decir, señala
la trascendencia propia del ser humano como la solución: “No somos
completamente humanos si no nos superamos con la aspiración al heroísmo”.[31] El nuevo
humanismo cristiano, según Maritain, será una nueva forma de santidad secular
en el mundo.[32]
Por ese
motivo, pidió una nueva cultura inspirada en valores cristianos que
fortalecieran la fe secular en "puntos prácticos de convergencia",
como los derechos humanos, la libertad, la igual dignidad, la democracia, etc.
De este modo, se comprendía la lógica de la democracia al mismo tiempo que se
mantenía el núcleo esencial del humanismo cristiano y de la secularidad. Aunque
se esté en desacuerdo se pueden formular principios de acción comunes, porque
se está de acuerdo en convicciones prácticas, aunque cada uno tenga su propia
manera de justificarlo.
Nos encontramos
en presencia de la siguiente paradoja: las justificaciones racionales son
indispensables, y al mismo tiempo son incapaces de crear un acuerdo entre los
hombres (…) Durante una de las reuniones de la Comisión Nacional Francesa de la
UNESCO en que se discutía sobre los derechos del hombre, alguien manifestó su
extrañeza al ver que defensores de ideologías supuestamente opuestas se habían
puesto de acuerdo para redactar una lista de derechos. “Claro -replicaron
ellos-, estamos de acuerdo en esos derechos a condición de que no se nos
pregunte por qué. Es con el porqué con lo que la discusión comienza.”[33]
Para
construir una sociedad justa, la sociedad debe basarse en los grandes
principios de la ley natural,[34] como el
respeto a la dignidad humana, la subsidiariedad y la solidaridad. Por
claramente distintos que puedan ser los ámbitos de lo que comprende la religión
y lo que comprende la política, no pueden vivir ni desarrollarse en un puro
aislamiento e ignorancia recíprocas; “de hecho es la misma persona la que
pertenece a la sociedad que es la Iglesia y a la sociedad que es el cuerpo
político, una división absoluta significaría romper a la persona. Por lo tanto,
tiene que haber entre ellas un principio de cooperación”.[35]
Por supuesto, afirma que todos estos principios son racionales en esencia, no
específicamente cristianos.
Todos
los hombres, con independencia de su religión, pueden trabajar por el mismo
bien común político y temporal, el hombre moderno es un ciudadano que goza en
plenitud de sus derechos cívicos. Esto tiene sus consecuencias: “el poder
político no es el brazo secular del espiritual, sino que es autónomo e
independiente, en segundo lugar, la igualdad de todos los miembros, como
ciudadanos que son, en tercer lugar, la importancia de las fuerzas internas en
la persona por encima de las presiones externas, es decir, la libertad de
conciencia. Y la cuarta y última, tal vez adquirida por la experiencia, que
nada pone más en peligro el bien común que el debilitamiento de los resortes
interiores de la conciencia”.[36]
La unidad a la que él se refiere que puede existir
en una sociedad pluralista, es una unidad como él llama de mínimos, esa unidad
temporal o cultural no exige unidad de fe ni de religión, es decir, puede
existir una sociedad cristiana acogiendo en su seno a los no cristianos -en esto coincide, como veremos
con Manent. “Aun suponiendo que en algún momento cese la división religiosa, la
diferenciación conseguida permanecerá como un beneficio y quedará inscrita en
la estructura de la sociedad la distinción entre tolerancia dogmática, que
tiene por un bien en sí la libertad ante el error, y la tolerancia civil que
impone al Estado el respeto a las conciencias”.[37]
A pesar
de las sombras que se encuentran en nuestra cultura, podemos amarla porque es
básicamente buena. A lo largo de los siglos, muchos valores cristianos han
formado nuestra civilización a través de un proceso de transformación cultural.
Es un proceso continuo que nunca se completa. Nos enfrentamos ahora al desafío
de una crisis en la cultura occidental. Aunque no es su propuesta el pretender
volver al pasado, se dio cuenta de que la cristiandad política, al modo
medieval, estaba muerta. En su lugar, propuso una versión “personalista,
pluralista y peregrina” de la filosofía política cristiana. Maritain intentó
construir esta nueva cristiandad como una convergencia de conclusiones
prácticas que interpreten las políticas democráticas y liberales.
3. b) Pierre Manent o la recuperación del humanismo como
respuesta a los radicalismos
Pues bien,
analicemos ahora la propuesta del francés Pierre Manent. Conviene tener en
cuenta que su modo de proceder, más que encajarlo dentro de una disciplina
concreta, la filosofía o la sociología, es de “humanista que indaga y examina
los problemas de la existencia humana en toda su complejidad”[38] hasta el extremo que valora
y examina también la reacción de los gobiernos frente a situaciones concretas,
por ejemplo, frente a la crisis mundial ante la pandemia del Covid-19.[39]
Vemos en él a un hombre preocupado por lo que
está ocurriendo en la sociedad que le rodea. Acontecimientos como el atentado
al semanario Charlie Ebdo le han afectado al punto de escribir su ensayo Beyond
radical secularism. Es consciente del efecto que ha tenido la inmigración
en Europa y en concreto en su país y las tensiones que se pueden generar.
Cuando la migración se hace más visible y masiva, comenta el filósofo, ocurren
más tensiones, sobre todo en los sectores más vulnerables y es natural que así
sea porque la migración produce un sentimiento de competencia por los empleos,
salarios, servicios básicos y viviendas. Ahí el migrante puede ser visto, si no
tratamos bien el tema, como alguien que está compitiendo por nuestro lugar.
Ahora bien, las tensiones pueden ser bien o mal manejadas: ese es el desafío.
Para intentar manejarlo, Manent recurre a dos ideas que para él son clave: la
organización de separaciones que se da en el mundo moderno (entre Iglesia y
Estado, entre hechos y valores, de poderes, entre Estado y sociedad, entre
otras) y el concepto de nación.[40] Junto a estas dos ideas
propone volver a los valores marcadamente cristianos que dieron origen a
nuestra sociedad con su fundamento en la dignidad del hombre como algo
incuestionable.
Respecto a la
organización de separaciones -que acontecen en el mundo actual-, explica que
estas no son simples condiciones de hecho, sino realidades que posibilitan el
ejercicio de la libertad tal como la entiende el hombre moderno. Para Manent,
están asociadas al concepto de autoridad. Mientras que, en el mundo antiguo, la
vida política se podía resumir en obedecer a la autoridad -la autoridad
procedía de Dios, de las tradiciones-, los hombres modernos quisieran
sencillamente no obedecer. Sin embargo, este deseo moderno “de preservar la
libertad por encima de todo no basta como elemento unificador ya que la
proliferación de libertades acaba teniendo un efecto disruptivo… El verdadero
soberano es la propia democracia, el sentimiento de semejanza entre los
ciudadanos y más allá́ entre los hombres”.[41]
Se trata de un proceso que ha llevado consigo no pocos beneficios, pero que
también presenta ambigüedades.
Sugiere, para evitar
las ambigüedades que se han generado, unos principios de reestructuración en la
organización colectiva que impliquen todos los aspectos de la vida humana.
Fundamentalmente se refiere a cómo conllevar políticamente el problema que se
engendra con la doble jurisdicción de los ciudadanos creyentes al tener que
obedecer a la religión y al Estado.[42]
“Una última indicación antes de que sigamos adelante, la religión o las
religiones, ocupan espacio en estas páginas, el lector se puede sorprender.
Pero si bien la separación entre Iglesia y Estado es considerada una regla
valiosa como norma de nuestras acciones, se convertiría en algo ruinoso si
llegara a ser norma de nuestro pensamiento. Política y religión no son
perfectamente separables, porque no se puede entender una sin la otra”.[43]
Nuestro autor piensa
que la debilidad interna de la revolución liberal reside, a fin de cuentas, no
tanto en el modo de organización de la vida social, sino que más bien se trata
de una debilidad en el orden espiritual. Y el mundo globalizado, cualesquiera
sean sus bondades, no ha ofrecido respuestas satisfactorias ante esa realidad.
Porque, según Manent, la fuente de la fuerza occidental se ha convertido hoy en
su máxima debilidad: Occidente se está disolviendo al amparo de la libertad y
de los derechos, los mismos principios con que antes —y bajo otras coordenadas—
se impusieron al mundo. “Dicho de otra manera, a ratos pareciera que el mundo
occidental vive preso bajo la ilusión de la competencia perfecta y la expansión
del mercado, como si este fuera capaz de sustituir las articulaciones
políticas.”[44]
Como ya se ha dicho,
una de las características principales del secularismo es la separación entre
la religión y el Estado o, si lo preferimos, la neutralidad del Estado frente a
la religión como fundamento de otra de las características principales de la
secularidad, la libertad religiosa. Pero a esta distinción, a juicio de Manent,
le falta hablar de otro gran componente como es la sociedad, y la sociedad no
puede ser neutral, ya que tiene una serie de marcas o señales religiosas en la
misma raíz de su formación. La separación nunca es principio de vida, la unidad
sí lo es o, más bien, la búsqueda de esa unidad. Es decir, la articulación o
configuración de separaciones entre ámbitos no puede ser tan rotunda que no
haya nada que los una.
La separación
no es un principio político que sea suficiente por sí mismo. Si el orden
político o religioso pueden ser más o menos distintos, el punto de que estén
efectivamente separados, en su personal, en sus funciones y en su jurisdicción,
es que deben estar unidos de algún modo si los creyentes son ciudadanos y los
ciudadanos son creyentes, dentro del mismo cuerpo político.[45]
Añade además que, si
se entroniza la democracia, pero no hay cuerpo político o nación, que es lo que
a su juicio está ocurriendo en Europa hoy en día, donde los sujetos son
ciudadanos de ninguna parte, “terminaremos en una confusa idea de humanidad
donde se niega toda diferencia o particularidad en aras a la igualdad y a los
derechos”.[46]
Y es ahí, entre la
configuración y articulación de separación de poderes y en el concepto de
nación, donde se enmarca el actual problema de la migración en Europa para
Manent. Ante la pregunta de qué pueden hacer los países occidentales cuando se
instala en ellos una población que no comparte sus costumbres ni parece
dispuesta a integrarse, plantea que la solución no radica en una cuestión de
derechos individuales. El camino estaría en reconocer el carácter colectivo de
los musulmanes y, en oposición a una Unión Europea carente de cualquier identidad,
recuperar la vieja idea de nación ya que “no hay acogida desde el vacío, sino
mera superposición”.[47]
¿Hay
transformaciones implícitas en nuestra aceptación de la forma de vida de los
musulmanes en nuestro país, compatibles con mantener nuestro régimen político y
nuestra forma social en sus características principales? Es aquí donde me
enfrento a la mayor objeción, y que debo considerar cuidadosamente. Desde mi
punto de vista, es el obstáculo principal intelectual y social para poder
juzgar la situación y que se puede resumir en una palabra: secularismo.[48]
La primacía otorgada
a los derechos individuales es una de las características del secularismo, pero
en este caso nos impide ver el conjunto. Desde el prisma de los derechos
individuales, dice Manent, solo vemos a sujetos titulares de derechos, pero no
comunidades.[49] En Occidente, estamos
convencidos de que la extensión ilimitada de derechos es la respuesta adecuada
a todos los problemas y creemos que solo falta que el mundo musulmán, o
cualquiera que no comparta esta visión, se integre a ese proceso.
No hay otra solución
posible para Manent. Mientras no se reconozca la insuficiencia de las
categorías individualistas no estaremos en vías de diálogo y de integración. El
proyecto europeo ha acentuado esta separación entre Europa y el resto de
culturas porque, según él, la propia Europa solo ha querido ser forma sin
contenido, una estructura jurídica y económica sin pueblo ni identidad. Está
abierta a una alteridad que no comprende. Los europeos quieren acogerlo todo,
pero la acogida solo cobra sentido cuando se posee una identidad definida. No
hay acogida desde la nada, todos partidos de una herencia concreta.
El reto propuesto
por Manent es grande, anima a los europeos a reconstruir el concepto de nación
como último recurso disponible para detener la creciente expansión de las
costumbres musulmanas en el espacio europeo. En el fondo, a Manent le parece
que hay algo latente que nos cuesta afrontar cuando queremos recuperar el
concepto de nación: nuestra herencia cristiana. Además, si nadie hace nada,
Europa sufrirá -a su juicio ya lo está sufriendo- una islamización por defecto
y su reto consiste precisamente en que gracias a esa herencia consigamos por un
lado establecer nuestra identidad como nación y por otro ser realmente
inclusivos.
La posición de
Manent es considerar como improbable que el secularismo sea la vía de solución
a los problemas de integración con los musulmanes o con cualquier cultura
distinta a la nuestras. Pensar que son los musulmanes quienes se van a adaptar
a nuestro propio modo de hacer y que podrían cambiarlo porque no tendrían
impedimento para ejercer su religión como un derecho individual secular
europeo, en lugar de obedecer a la sharia, -la ley moral de todo
musulmán-, es no haberlos entendido de fondo. Lo considera tan imposible que lo
califica de una especie de
“transustanciación”, no tanto porque no estén abiertos a la reforma -él no
tiene conocimiento del Islam suficiente como para saberlo- sino porque los
medios que ofrece el secularismo están mal adaptados para este fin.
Para él
estamos en una guerra defensiva contra la agresión islámica. No está hablando
en sentido bélico real sino figurado. La manera que propone Manent de defender
nuestra propia herencia es sugerir que los musulmanes hagan una elección, en
este caso, por Francia, que es el país del autor y el que tiene lógicamente
presente. Los musulmanes deben elegir sinceramente a Francia, la que es hoy en
día, con su tradición y herencia cristiana
Esta
elección “solo puede ser sincera si, entregándose a Francia, los musulmanes
reciben de ella a cambio su religión. En este intercambio, que no cambia nada y
cambia todo, el grupo religioso experimenta una reducción y una expansión, o,
en términos cristianos, una humillación y una elevación. Encogimiento o
humillación, porque uno debe aceptar ser parte de un todo; expansión o
elevación porque, a través de la participación en este todo, el grupo accede a
algo más grande que él mismo. Esta operación es a la vez política y religiosa.
En ella, lo político y lo religioso se articulan sin separarse. El arreglo
político y espiritual que estoy tratando de definir no es en modo alguno
contrario, a la 'separación' liberal o secular, es el significado original y
preciso del término 'laico' ['laique'].[50]
Sin
embargo, este es solo un lado de la tarea, el otro lado es dibujar los
contornos de una nueva amistad para la cual no se dispone de medios políticos,
y que durante un período indeterminado se basará más en la acción y en las
palabras que en las instituciones. Por eso, en modo alguno está queriendo
significar una cruzada, sino que los musulmanes deben elegir la nación en la
que se quieren asentar tal como es, con sus marcas, con sus señas de identidad.
Tienen todo su derecho a buscar una vida mejor, pero eso no supone, por sí
mismo, un lugar en el cuerpo político de la nación de acogida y, por otro lado
a
cambio, el Islam debe cortar todos los lazos con las naciones musulmanas
extranjeras y aceptar plenamente a la nación francesa como propia, para cuyo
bien común trabajan. El bien común es un producto de la comunidad de
ciudadanos. Este corte con potencias extranjeras debe ser comandado por las
autoridades políticas francesas.[51]
Europa está
paralizada frente a un fenómeno que no sabe cómo comprender ni cómo tratar. La
pregunta sobre lo que puedan hacer los países occidentales y democráticos,
cuando se instala en ellos una población que no comparte sus costumbres ni
parece dispuesta a integrarse, es crucial. Aquí Europa se juega nada menos que su
futuro. Frente a la
incapacidad moderna para mandar y para poner orden, los creyentes, o al menos
los que viven en la tradición clásica o humanista, pueden todavía ofrecer una
visión del orden político compatible con la libertad.[52]
Piensa que todo esto pasa por revitalizar primero su nación, más que por los
grandes proyectos cosmopolitas. Declarar o incluso garantizar los derechos de
los seres humanos no es suficiente para mantenerlos juntos, unidos. Se necesita
una vida en común. El futuro de Europa y de las naciones de raíces cristianas
tiene que ser la causa que los mantenga unidos, ese principio de unidad o de
asociación de los hombres europeos a lo largo de los siglos.
4. Reflexión final, a modo de conclusión
En muchos países,
debido a los crecientes procesos migratorios, el ensamblaje entre los distintos
agentes define zonas de reclamaciones sociales y de reivindicaciones de
derechos políticos. El espacio donde estos agentes interactúan se convierte en
sitio de movilizaciones sociales y políticas de diversos grupos en movimiento.
En Europa, sobre todo, los mercados globales y los flujos migratorios están
desafiando la ciudadanía estatal tradicional. Pues bien, esta es la sociedad en
la que se está dando la mezcla de culturas fruto de la migración y en la que
resulta difícil, a veces, la integración de elementos por proceder de raíces
culturales distintas.
En resumen, en
lugar de que todos los ciudadanos disfruten de un conjunto unificado de
derechos de ciudadanía, tenemos un panorama político cambiante en el que
poblaciones heterogéneas reclaman diversos derechos y beneficios asociados con
la ciudadanía, así como criterios de universalización de las normas
neoliberales o los derechos humanos.[53]
Nuestra reflexión
final, al hilo de las propuestas de Maritain y de Manent, - y más en concreto
la de buscar un lugar de ensamblaje para los valores cristianos según el
primero, o el buscar contornos de nueva amistad, que no sean en el marco
político, según el segundo- es que hay un elemento que no entraba en su origen
en la fórmula tan propia de la era
moderna, de separación entre Iglesia Estado o religión y Estado y que, sin
embargo, puede ser parte de la solución, ese elemento es la sociedad. El Estado
puede y debe ser neutral respecto de la religión, es una de las características
del Estado Moderno, pero la sociedad no puede negar sus orígenes ni tiene
obligación per se de ser neutral. Ya se ha comentado cómo Maritain y
Manent apuestan por no renunciar a los valores que han impregnado nuestra
sociedad. Esta está compuesta por ciudadanos que tienen su conciencia y su modo
de vivir de acuerdo con ella y puede hacer -fruto de las relaciones humanas que
se dan en ella- de componente integrador y generar, desde ahí, la integración
de la diversidad social que se está dando sobre todo en Occidente. Más aún, que
la religión sea vivida, no simplemente que la sociedad declare fundarse sobre
ciertos valores, es decir, lo decisivo es que el humanismo cristiano impregne
las mismas instituciones a las que dio vida. De lo contrario, se mantendría el
presupuesto ilustrado de que la religión, específicamente el cristianismo, han
sido útiles para la conservación y el desarrollo de la sociedad y solo en esa
medida se los valora positivamente, como si hubiera una subordinación de lo religioso
a lo político y una transformación de la religión en un valor meramente
cultural, social o político.
Por otra parte, el
dividir la vida de los ciudadanos en público o privado ha sido esencial para la
sociedad moderna, a fin de poder otorgar a las personas un espacio de libertad
privada en el que el gobierno no pudiera invadir. La religión está
intrínsecamente conectada a esta distinción, porque la idea de que "la
religión es un asunto privado" es constitutiva de la Modernidad
occidental, con su derecho a la libertad de religión, lo que significa que el
gobierno no debe interferir con las creencias religiosas. Esta distinción
también ha caracterizado la secularidad, porque significaba la independencia de
los asuntos terrenales de la autoridad eclesiástica.
Pero, como ya hemos
visto al principio de este trabajo, es difícil encajar nuestra realidad, que es
tripartita -familia, sociedad civil y estado-, en la división liberal clásica
de privado-público. La concepción liberal de la sociedad tiende a limitar el
sector público al sector público gubernamental, todo lo demás es
"privado". Esta concepción prohíbe a los ciudadanos y políticos basar
sus decisiones políticas en sus convicciones religiosas, ya que se consideran
peligrosas.
Si elegimos, al hilo
de las propuestas de Maritain y de Manent, la sociedad civil como el campo en
el cual se puede poner en práctica el desarrollo de los valores que han formado
nuestra cultura, estamos dando un lugar a dicha sociedad para su contribución
como elemento integrador. Esta sociedad no puede ni debe ser neutral, porque no
puede renunciar a sus propias raíces y, a su vez, no hay necesidad de
prescindir de sus valores ni de sus convicciones, porque en ellos está la
semilla del poder ser integrador e inclusivo, ya que su fundamento es la propia
dignidad del ser humano y de los derechos inalienables que se deducen de esta
dignidad.
Esta elección
significa haber aceptado las "reglas del juego" de la democracia
liberal, pero con una condición: no haber aceptado la idea de la privatización
de la fe. Como ya hemos visto al comentar a Manent, esta defensa pública de los
valores cristianos se vuelve cada vez más urgente debido a la crisis cultural
en la que se ha movido el mundo occidental. No se está proponiendo un estado
confesional moderno, nada más alejado a mi entender de las posturas de ambos
autores, no tiene que ser el Estado el brazo secular de la religión. Si se
entiende como se propone aquí el Estado secular, la religión aparece en la vida
pública en calidad de ser la religión del ciudadano creyente y es a través de
la sociedad civil -compuesta por esos ciudadanos- el modo en que se podrá
llevar a cabo la integración de las distintas culturas. Evidentemente todo ello
supone una visión del hombre, un humanismo.
En términos prácticos,
los cristianos deben aceptar la libertad religiosa para todos, así como la
laicidad y la emancipación de los campos de acción terrenales, pero también
deben hablar para defender los valores cristianos a través de un discurso
abierto, público y racional. En la esfera pública de la sociedad civil.[54]
Para ello, más que
institucionalizar vías generales, hay que conectarse personalmente con los
miembros de las sociedades distintas a la nuestra que están intentando
integrarse en ella. Necesitamos una nueva visión de la existencia humana, de
ahí la necesidad de recuperar el humanismo, que nos ayude a gestionar las
fronteras culturales de tal manera que se preserven las diferencias mientras se
cuida lo que las vincula y lo que se puede compartir. Esto equivale a descubrir
una nueva "cultura relacional", es decir, una cultura de relaciones
sociales que puedan ser capaces de ver y lidiar con el "enigma" de
las fronteras,[55] que consiste en tener que
conectarse. Diferentes personas, diferentes estilos de vida, diferentes
miembros, diferentes ciudadanías, sin que ninguno de ellos reproduzca la
separación que en su día tuvo lugar, ni haga que se enfrenten de nuevo entre
sí.
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La autora es
Licenciada en Filosofía y Teología por la Universidad de Navarra. Doctora en
Teología con la tesis “El concepto de justicia social en F.A. Hayek”. Premio
extraordinario. Es Profesora Contratada Doctora por la ANECA (Agencia Estatal
de Evaluación y Acreditación del profesor universitario en España). Profesora
de la Universidad Villanueva de Madrid, España. Su campo de investigación es la
Filosofía Moral y Política. Posee múltiples publicaciones en revistas
científicas de impacto internacional.
Recibido: 1 de
junio de 2020.
*
Agradezco sinceramente el apoyo y la colaboración del Prof. Dr. Martin Schlag,
Director del Instituto de Investigación Market, Culture and Ethics, de
la Pontifica Universidad de la Santa Cruz (Roma, Italia), sin el que no hubiera
sido posible escribir este artículo.
[1]) Cfr. Pierpaolo Donati, “The
cultural borders of citizanship in a multicultural society”, Journal of
Mediterranean Knowledge 1(1) (2016), 25.
[2])
Cfr. Francisco Javier Calero, “Marsella de símbolo a
polvorín de
la multiculturalidad francesa”, 19 de junio de 1917. Recuperado
de
https://www.abc.es/internacional/abci-marsella-simbolo-polvorin-multiculturalidad-francesa-201602080347_noticia.html;
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[3]) Charles Taylor, “The polysemy of
the secular”, Social Research 76(4) (2009), 1151.
[4]) Cfr. Jens Zimmermann, Humanism
and Religion: A call for the renewal of western culture (New York: Oxford
University Press USA, 2012), 27.
[5]) José Casanova, “The secular,
secularizations, secularisms”, en Rethinking secularism, ed. Craig Calhoun, Mark Juergensmeyer y Jonathan VanAntwerpen (New
York: Oxford University Press USA, 2011), 55.
[6]) Cfr. Manuel Fernández del Riesgo, ¿Secularismo o secularidad? El conflicto entre el poder político y el
poder religioso (Madrid: PPC, 2010), 99.
[7]) Adela Cortina, La ética de la sociedad civil (Madrid:
Anaya, 1994), 4.
[8]) Cfr. Craig Calhoun, Mark
Juergensmeyer & Jonathan VanAntwerpen, Rethinking secularism (New
York: Oxford University Press, 2011), 12.
[9]) Cfr. Jacques Maritain, Humanismo integral (Madrid:
Palabra, [1936] 1999), 101.
[10]) Cfr. Pierre Manent, Beyond Radical Secularism: How France and
the Christian West Should Respond to the Islamic Challenge (Indiana: St.
Augustine’s Press, 2016), 77.
[11]) Jürgen Habermas, Between
naturalism and religion: Philosophical essays (Cambridge: Polity Press,
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[12]) Cfr. Victoria Camps, “Teoría y práctica de la ética en el siglo
XXI (Undécimas Conferencias Aranguren)”, Isegoría, n.o 28
(2003), 117-119.
[13]) Manuel Fernández del Riesgo, ¿Secularismo
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[14]) Reyes Mate, Europa y el cristianismo (Barcelona:
Antrophos, 2009), 27.
[15]) Andrés Ollero, Laicidad y laicismo (México: Universidad
Nacional Autónoma de México, 2010), 135.
[16]) José Casanova, “The secular…”, 55.
[17]) A. Glendon, “Secularism, Religious
Liberty and the Migrant of Ideas” en Religious Liberty and Secularism
(Città del Vaticano: Editrice Vaticana, 1998),147.
[18]) Calhoun, Juergensmeyer &
VanAntwerpen, Rethinking secularism, 5.
[19]) Cfr. Ollero, Laicidad y laicism, 140.
[20]) Cfr. A. Glendon, “Secularism,
Religious Liberty and the Migrant of Ideas” en Religious Liberty and
Secularism (Città del Vaticano: Editrice Vaticana, 1998), 142-43.
[21]) Cfr. Martin Schlag, “The
Historical Development of Christian-Catholic Humanism” en Humanism in
Economics and Business (New York: Springer, 2015), 17.
[22]) Charles Taylor, “Western
secularity”, en Rethinking secularism (New York: Oxford University Press
USA, 2011), 49-50.
[23]) Taylor, “Western secularity”,
49-50.
[24]) Casanova, “The secular…”, 64.
[25]) Taylor, “Western secularity”, 34.
[26]) Casanova, “The secular…”, 63.
[27]) Cfr. Phillip Jenkins, The next
Christendom: The coming of global Christianity (New York: Oxford University
Press USA, 2011), 47.
[28]) Cfr. Jürgen Habermas
& Joseph Ratzinger, Dialéctica de la secularización (Madrid:
Encuentro, 2005), 20.
[29]) Jacques Maritain, Humanismo integral (Madrid: Palabra, [1936 ]1999), 104.
[30]) Ibíd., 150.
[31]) Ibíd., 153.
[32]) De Lubac, que en un principio no estuvo dispuesto a añadir el
calificativo de cristiano al humanismo, afirmará en esta misma línea que el
humanismo exclusivo es un humanismo inhumano (De Lubac, [1944] 2001).
[33]) Jacques Maritain, El hombre y el Estado (Madrid:
Encuentro, [1949]1993), 94.
[34]) Lo que se expresa
en el concepto de "ley natural" es que es la razón humana, no la fe
religiosa, la fuente de la ley natural, es decir, no es una ley
"religiosa". Más bien, se entiende como una formulación de un código
universalmente válido de normas éticas en el nivel más alto de principios,
basado en la naturaleza humana (Schlag, “The Historical Development of
Christian-Catholic Humanism” 22).
[35]) Maritain, El hombre y el Estado,
173.
[36]) Ibíd., 181.
[37]) Maritain, Humanismo integral, 215.
[38]) Pierre Manent, Curso de filosofía política. (Buenos
Aires: Fondo de Cultura Económica de Argentina, 2003), 9.
[39]) Cfr. Eugénie Bastié, “Pierre Manent: Il y a longtemps que nous
sommes sortis à bas bruit du régime démocratique et libéral”, 23 de abril de
2020. Recuperado de https://www.lefigaro.fr/vox/societe/pierre-manent-il-y-a-longtemps-que-nous-sommes-sortis-a-bas-bruit-du-regime-democratique-et-liberal-20200423C Crisis que, aunque aparentemente se aleja del propósito de estas
líneas, tiene en la propuesta de Manent, que en este trabajo se comenta, parte
de la solución para poder hacerle frente.
[40]) Cfr. Manent, Curso de
filosofía política, 35.
[41]) Ibíd., 74.
[42]) Cfr. Pierre Manent, “Grandeza y miseria del liberalismo”, Cuadernos
de pensamiento político. FAES (2011), 50.
[43]) Pierre Manent, La razón de
las naciones. Reflexiones sobre la democracia en Europa (Madrid: Escolar y Mayo, 2009), 4.
[44]) Pierre Manent, “The Crisis of
Liberalism”, Journal of Democracy (Washington DC: The Johns Hopkins
University Press, 2014), 135.
[45]) Manent, Beyond Radical
Secularism, 62.
[46]) Manent, Curso de filosofía
política, 18.
[47]) Manent, Beyond Radical Secularism, 50.
[48]) Ibíd., 18.
[49]) Cfr. Daniel Mansuy, “Una defensa del concepto de nación”, 29 de
marzo de 2017. Recuperado de: http://revistasantiago.cl/pensamiento/una-defensa-del-concepto-de-nacion/
[50]) Manent, Beyond Radical Secularism, 98 y 99.
[51]) Ibíd., 88.
[52]) Cfr. Pierre Manent, Natural Law and Human Rights: Toward a Recovery of Practical Reason (Indiana: University of Notre Dame Press, 2020), 15.
[53]) Donati, “The cultural borders of
citizenship in a multicultural society”, 12.
[54]) Schlag, “The Historical
Development of Christian-Catholic Humanism”, 24.
[55]) Cfr. Donati, “The cultural borders
of citizenship in a multicultural society”, 24-26.