Philosophia 81/1 I 2021 I pp. 69 a 94                                                                                                                                                                                               CC BY-NC-SA 3.0 I ISSN 0328-9672 (impresa) I ISSN 2313-9528 (en línea)


La ignorancia de sí como enfermedad del alma y la palabra especular del gnóstico como terapia en Evagrio Póntico

Ignorance of self as a soul’s disease and the gnostic’s specular word as therapy in Evagrius Ponticus

 

 

Santiago Hernán VÁZQUEZ

Universidad Nacional de Cuyo

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Argentina)

santiagohernanvazquez@gmail.com

 

 Resumen: Evagrio Póntico, a la zaga de una tradición de pensamiento antigua y tardoantigua bien identificable, confiere a la palabra un singular poder terapéutico que se enraíza en una profunda concepción de enfermedad del alma. El presente trabajo demuestra que en el conjunto de la obra del Póntico hay un reconocimiento de la virtud curativa de la palabra y una consecuente propuesta de ejercicio terapéutico de la misma, que emergen de una concepción acerca de la ignorancia de sí como la enfermedad del alma. Aquel ejercicio terapéutico se encarna y se concreta en la figura, típicamente evagriana, del gnóstico quien, en virtud de su itinerario espiritual y del conocimiento que ha obtenido al cabo del mismo, posee la ciencia necesaria para llevar adelante (a imitación del médico divino) un auténtico ministerio medicinal para con las almas enfermas y aquejadas diversamente por las pasiones.

Palabras clave: Evagrio Póntico, ignorancia, palabra, gnóstico.

Abstract: Evagrius Ponticus, following an ancient and late-ancient tradition of thought, confers on the word a therapeutic power rooted in a profound conception of the disease of the soul. The present work shows that in the Ponticus' work there is a recognition of the healing virtue of the word and a consequent proposal for the therapeutic exercise of that word. This proposal stems from a conception about self-ignorance as the disease of the soul. That therapeutic exercise is embodied and specified in the figure of the Gnostic. The Gnostic has traveled a spiritual itinerary at the end of which he has obtained science. By virtue of this he can carry out (in imitation of the divine physician) a medicinal ministry to sick souls and variously afflicted by passions.

Keywords: Evagrius Ponticus, ignorance, word, gnostic.

 

1. Introducción

“El alma no reconoce su propia naturaleza. El alma reconoce la naturaleza de su cuerpo, pero no reconoce su propia naturaleza. Si, no obstante, conociera su propia naturaleza, entonces ya no sería alma sino nous. Con todo, el nous no deviene conciente de su propia naturaleza sino mediante el Lógos”.[1]

Este fragmento de una de las cartas de Evagrio Póntico (que resume certeramente buena parte de la concepción antropológica evagriana) nos permite una inicial evocación del drama que, según Evagrio, padece el alma humana y su posible remedio. En efecto, en su estado actual el alma se desconoce y es ésta su principal herida. Una herida que solo el Lógos puede remediar.

Hecho este pequeño preludio, vayamos al punto inaugural de la presente exposición en el que procuraremos describir el problema investigado y consignar las razones sobre las que se sostiene su elección, su importancia y su relevancia científica.

En aquella inicial evocación está condensado el recorrido casi completo de nuestro trabajo. En él hemos intentado adentrarnos en la obra de Evagrio Póntico, filósofo y monje cristiano del siglo IV. Nacido en el año 345, durante toda su juventud y aún durante los años previos al ingreso a la vida monástica recibe una amplia formación filosófica y teológica, principalmente de manos de los Padres Capadocios de quienes se hace fiel discípulo e incluso compañero en el combate doctrinal frente al arrianismo. A instancias de Melania la anciana y después de una serie de peripecias se retira al desierto a los 38 años. Allí vivirá como monje eremita, desarrollando el grueso de su obra, durante 15 años hasta su muerte, acontecida en el año 399.

La atención que ha recibido su obra por parte de la comunidad científica internacional desde la segunda mitad del siglo XX hasta la actualidad, ha sido creciente.[2] Prueba de ello son las abundantes traducciones de sus obras que se vienen realizando en las últimas décadas (las últimas datan del 2019) y los no menos cuantiosos estudios acerca de su pensamiento que han constituido un insumo fundamental para nuestro trabajo. Dichos estudios junto a una de las tantas sugerencias que dejó en nosotros la lectura de una obra, ya clásica, del médico español Laín Entralgo, enmarcan inicialmente la relevancia del tópico escogido para nuestro estudio. Nos referimos al libro “La curación por la palabra en la Antigüedad Clásica”.[3] En efecto, cuando Laín Entralgo cierra esta valiosa obra, señala breve pero significativamente que, después de Aristóteles, el tema de la palabra y su virtud terapéutica, encuentra recién con el cristianismo una nueva posibilidad de ser abordado y profundizado. Y menciona, en este sentido, a Gregorio de Nisa, Basilio de Capadocia y Clemente de Alejandría. Los dos primeros, hermanos entre sí, fueron maestros de Evagrio Póntico. El tercero, uno de sus principales referentes doctrinales. El médico español señala que esta nueva posibilidad que se abre con el cristianismo, es solo incipiente en aquellos tres autores, y que tardará siglos en fructificar. La obra del español, habiendo agotado su objeto propio de investigación, no se explaya mucho más en esta dirección. Pero, como toda gran obra, deja abierto así un enorme horizonte de indagación.

En este horizonte puede ser inscripto el abordaje de la enfermedad y la terapéutica del alma que realizará, en el siglo IV, el monje y filósofo Evagrio Póntico. Creemos –y es lo que intentamos demostrar– que el juicio de Laín Entralgo respecto de la condición incipiente que en aquellos primeros siglos cristianos habría tenido el estudio del tópico, pierde validez al conocer la obra evagriana. De acuerdo con nuestra hipótesis de trabajo, en efecto, el Póntico confiere a la palabra un singular poder terapéutico que se enraíza en una profunda concepción de enfermedad del alma. Intentamos demostrar a lo largo de nuestro trabajo que hay en Evagrio un reconocimiento de la virtud curativa de la palabra y una consecuente propuesta de ejercicio terapéutico de la misma, que emergen de una concepción acerca de la ignorancia de sí como la enfermedad del alma.

El tópico escogido para nuestro estudio se enmarca, y cobra aquí relevancia científica, en el concierto de los estudios actuales acerca de nuestro autor. En efecto, las investigaciones acerca de los aspectos más antropológicos –y, por así decir, psicoespirituales del pensamiento de nuestro autor– se han ocupado ampliamente de analizar la comprensión evagriana de los dinamismos pasionales y cognitivos propios del alma enferma (expuestos con detalle y sutileza por el Póntico), pero no se han ocupado todavía de dilucidar y profundizar la naturaleza más honda de dicha enfermedad y de comprender, a la luz de ésta, su terapéutica. Por cierto, autores como Julia Konstantinovsky o Luke Dysinger entre otros, de la Universidades de Oxford y Loyola Marymount respectivamente, nos sugieren direcciones de estudio en este sentido cuando señalan, por ejemplo, que la teoría evagriana de la virtud y de la contemplación constituyen la base de una terapia (en la que el gnóstico puede jugar un papel protagónico) para la curación de la entera persona (espíritu, alma y cuerpo), pero primariamente del nous que es el verdadero yo. Podemos encontrar en estos estudios, en consecuencia, antecedentes de relevancia para nuestro trabajo.

El hombre, en el pensamiento de Evagrio Póntico, es un nous encarnado y caído de la unidad con Dios. Dicha caída ha instaurado en el alma (que es precisamente el nous encarnado) un estado de enfermedad que se manifiesta multiformemente y que debe ser revertido. En qué consiste ese estado de enfermedad, cuál es su origen, cómo se desarrolla y manifiesta, de qué manera puede ser revertido y mediante qué recursos, son, como se ve, temas fundamentales cuyo estudio puede significar una contribución importante a la investigación en torno a este pensador tardoantiguo.

De este modo nuestro recorrido aquí lo que intentará es demostrar que en Evagrio hay un reconocimiento de la virtud curativa de la palabra y una consecuente propuesta de ejercicio terapéutico de la misma, que emergen de una profunda concepción acerca de la enfermedad del alma. Ello lo haremos en dos grandes momentos que estarán precedidos por algunas puntualizaciones metodológicas acerca de nuestro trabajo. En el primero de estos momentos abordaremos el tópico de la enfermedad del alma exponiendo parte del itinerario que hemos seguido para desentrañar este complejo asunto, de acuerdo con nuestra interpretación del pensamiento evagriano. En el segundo, abordaremos el asunto de la terapéutica por la palabra demostrando de qué modo éste está presente en la obra evagriana y porqué se trata de una propuesta que se enraíza en aquella concepción de enfermedad. Los fundamentos teológicos, metafísicos, cosmológicos y antropológicos, no podrán ser expuestos aquí en su totalidad. Nos limitaremos en cambio a su explicitación cuando el desarrollo argumentativo lo requiera.

2. Metodología y límites del trabajo

Nuestro trabajo se encuadra en el ámbito de la historia de la filosofía tardoantigua. Hemos procurado, en línea con los intereses investigativos de la comunidad científica que estudia esta época del pensamiento en general y la obra evagriana en particular, profundizar desde un punto de vista filosófico, en las ideas directrices de este autor de importancia para la historia del pensamiento, a fin de aportar nuevos datos que puedan significar un aporte relevante y un punto de partida para estudios posteriores. Nos hemos fundado, por cierto, en el enfoque histórico-filosófico de los estudios clásicos y contemporáneos acerca de Evagrio Póntico. Se inscriben aquí las contribuciones del decano de los estudios evagrianos, Antoine Guillaumont, y las de su principal discípulo, Paul Géhin. También debemos inscribir aquí a Gabriel Bunge, Augustine Casiday, Robin Darling Young y otros.

De este modo la metodología de nuestra investigación ha sido esencialmente hermenéutica ya que hemos procurado entender a Evagrio desde Evagrio mismo. No obstante, no sólo hemos realizado una lectura comprehensiva de sus obras, sino que también hemos tenido en cuenta a los autores de los que se nutre y a los autores con quienes dialoga.

3. La enfermedad del alma

 Comencemos, ahora sí, a recorrer nuestro itinerario comprensivo que comenzará por el tópico de la enfermedad del alma. De acuerdo con la reconstrucción conceptual que aquí hemos intentado, el desarrollo del tópico contemplará cuatro puntos. El primero, referente a lo que podríamos llamar Antropología médica evagriana. El segundo, partiendo de la posibilidad abierta por dicha antropología de aplicar a la ignorancia el término enfermedad, intentará indagar acerca del objeto de esa ignorancia. El tercero, se detendrá en la filautía en cuanto configuración pasional resultante de esa ignorancia y factor causal de los logismoi. El cuarto, atenderá a la realidad que designa el término logismoi.[4]

Nuestro autor nunca realiza una definición técnica del término enfermedad (no/soj y a)sqe/neia son los términos griegos que usa Evagrio para designar dicho estado). Lo que se halla en su obra es una idea en acción acerca del mismo y una convicción de que dicho término y la significación primaria que en su pensamiento tiene –estado parà phýsin– se aplican al alma en cuanto nous caído. En dicha idea parecen converger diversas influencias (que van desde Platón hasta el pensamiento cristiano alejandrino pasando por la medicina hipocrático-galénica y el estoicismo) que se sintetizan en una original visión cristiana del tema.

El estado o condición parà phýsin del nous, del centro de la persona, es la ignorancia. Ésta es para Evagrio la consecuencia inmediata de la caída original del estado de unidad con Dios. Debemos recordar aquí que Dios, que en la cristiana concepción de Evagrio es Uno y Trino, y es Uno y Único (monás kaí henás), crea, fuera del tiempo y con la ciencia que tenía de ellos, intelectos puros o logikoi, cuyo único fin es conocerlo y mediante ese conocimiento participar de su ser, existiendo en un estado de perfecta unidad con Él y entre ellos (la monás). Esta unidad –estado protológico y escatológico de los seres racionales– es rota por lo que Evagrio llama el “movimiento de la libertad”. Esta ruptura engendra de modo inmediato una ignorancia que será inherente a la condición humana y que Evagrio no duda en llamar enfermedad en un sentido que excede lo puramente metafórico.[5]

Estamos, en todo caso, frente a lo que Héctor Padrón ha dado en llamar “Antropología Médica Patrística”, es decir, frente a una concepción profundamente espiritual (sustentada en una antropología y en una cosmología de raigambre origenista) que, no obstante, no ignora ni desprecia el saber natural de la medicina respecto de la salud y de la enfermedad sino que lo incorpora en una idea presente en la atmósfera filosófica patrística. Esta idea –que en el pensamiento evagriano recibe un singular y original tratamiento– es precisamente la que encuentra en la ignorancia posterior a la caída la consecuencia “patológica” inmediata de ésta, y el origen del desorden pasional e incluso humoral en que se expresa el estado de enfermedad. No podemos extendernos aquí, por ejemplo, en el uso evagriano, tributario de la medicina hipocrático-galénica, de los términos krásis y akrasía. Baste indicar que nuestro autor incorpora toda la implicancia médica de estos conceptos a su antropología y a su cosmología, llegando a afirmar, verbigracia, que los demonios y las pasiones enfermas pueden producir una akrasía en el cuerpo.[6]

La ignorancia constituye, entonces, el estado parà phýsin fundamental y causativo en cuanto “afección” del centro de la persona, en el que se enraízan el resto de los desórdenes ampliamente tematizados por el Póntico. Para demostrar esta condición causativa de la ignorancia, nos parece necesario atender al concepto de filautía. Vemos que éste, en efecto, era presentado en la obra evagriana como jugando un rol fundamental en la génesis de toda la actividad cognitiva y pasional parà phýsin. De este modo resulta necesario demostrar el nexo entre aquel estado fundante de enfermedad del nous (la ignorancia) y esta condición (filautía) que, en breves pero significativas sentencias, es planteado por Evagrio como la madre, el origen, la fuente de las pasiones contranatura y de los logismoi.

Pero antes de establecer dicho nexo resulta menester demostrar cuál es el objeto de esta ignorancia. Las sugerencias y las pistas que nos ofrece en este sentido la obra evagriana son diversas, pero de compleja sistematización. En otros lugares ya citados nos hemos ocupado de analizar diversos textos del Póntico referentes a la caída, a las consecuencias inmediatas de ésta, a la enfermedad y al funcionamiento anormal del alma, e intentamos encontrar coherencia entre todas las ideas que aquí se expresaban.

De acuerdo con nuestra interpretación del pensamiento evagriano, el nous al caer de aquella unidad, lo que perdió fue la sabiduría con la que Dios lo creó a él mismo. En aquel fundamental kephálaion en el que Evagrio nos habla de la caída y de la ignorancia como consecuencia inmediata, se nos indicaba que el nous desvía su rostro de la unidad y, por el hecho de estar privado de esta unidad, se engendra la ignorancia. Esta unidad es en Evagrio el objeto de un conocimiento que el nous parece haber perdido con su caída: se trata, en efecto, de la sabiduría con que Dios lo ha creado y por la cual ha proyectado sobre él y sobre todas las creaturas racionales un plan de unidad indivisa perpetua. Aquella sabiduría que el nous ignora al caer es la de la unidad. “Conocimiento de la unidad”, en efecto, hace referencia al conocimiento del fundamento del ser del nous, pues esa unidad en cuanto estado protológico y escatológico de unión con Dios y los demás seres se funda en la sabiduría creativa, en el plan original con que Dios hizo al nous. El conocimiento de la unidad es el conocimiento del designio creador sobre los seres racionales, es el conocimiento del nous sobre sí mismo y el designio divino sobre él de vivir unido a Dios saciado de la propia insaciabilidad. Es ver en la mente el “lugar de Dios”, la propia luz participada, dirá Evagrio en otro lugar.[7]

Por eso recuperar el conocimiento de sí, que el nous se conozca a sí mismo alcanzando la contemplación natural primera, es recuperar la “salud de la unidad”, dirá en otro lugar nuestro autor. O, como señala lacónicamente en otro lugar, “Cuando la naturaleza racional reciba la contemplación de ella misma, entonces también la potencia del nous será plenamente perfecta”, sana indica la otra versión siríaca.

Indica nuestro autor que conocer los lógoi de las creaturas racionales (tal la consumación plena de la contemplación natural) es ver la unidad. En efecto, es contemplar la comunidad de naturalezas, de vocación, y ver que esas naturalezas están hechas para estar unidas al Creador en un estado de unidad indivisa. Es ver la unidad porque implica contemplar el fundamento, el principio que preside sus existencias, Por eso caer de la unidad es caer en la ignorancia del propio ser, que está hecho para esa unidad y cuyo ser está fundado en esa unidad. De este modo se entiende que en su estado actual el nous no encuentre, como escribe Evagrio, una respuesta clara a la pregunta acerca de su naturaleza.

Cuando cae, el nous comienza a ignorar, no lo que ya naturalmente ignoraba –la infinita esencia de Dios respecto de la cual tuvo y tendrá siempre una ignorancia infinita–, sino aquello de lo cual tenía conocimiento y que lo situaba o lo introducía espontáneamente en ese estado místico de ignorancia infinita. En aquella unidad, de la que él desvía el rostro, era donde él podía reconocerse. Así, desviado de ella, se pierde a sí mismo, pierde su rostro, decíamos,[8] invocando el significativo uso que hace nuestro autor del término rostro en cuanto “lógos del alma”. No es extraño que hacia el final de nuestro trabajo reaparezca esta imagen del rostro como aquello que la palabra del gnóstico, vicaria de la del Cristo médico y espejo limpio que brota del intelecto puro, restaura en el alma.

Descubriendo esta condición originaria del nous caído, nos situamos frente a la condición de posibilidad de todas las perturbaciones que puede sufrir el alma. El desafío siguiente es intentar establecer los nexos causales pertinentes entre aquella ignorancia de sí y la multiforme manifestación de la enfermedad que Evagrio abordará, con distintas modulaciones, a lo largo de toda su obra. Las pasiones contranatura y los logismoi que juntos constituyen, genéricamente, la actividad psíquica propia del alma enferma, encuentran en la ignorancia de sí su causa primera. Para poder establecer aquellos nexos y comprender en profundidad toda esta actividad psíquica, nuestra propuesta es detener la mirada en el concepto de filautía. Evagrio y sus discípulos han insistido que en este amor desordenado de sí se encuentra el origen de toda actividad pasional y cognitiva parà phýsin. La tarea es demostrar, entonces, cómo la ignorancia de sí genera filautía y cómo la filautía da lugar a toda aquella actividad. Estableciendo estos nexos podemos afrontar el estudio de los logismoi en cuanto pieza clave de la “psicología” evagriana.

El análisis de los textos evagrianos nos revela a la filautía como un amor de sí parà phýsin en la medida en que es amor a un sí mismo identificado erróneamente con el cuerpo. La ignorancia de sí aparece de este modo como la condición de posibilidad. La filautía, en efecto, se revela como un amor que nace de una concepción limitada de sí, concepción que es una especie de herida que arrastra el nous encarnado. Esta concepción es la que no reconoce la dimensión espiritual del propio ser, reduciéndolo a la dimensión meramente material, corpórea.

La consideración puramente material y carnal del propio ser nos aparece como el resultado de la ignorancia de las realidades espirituales que la caída origina: apertura de los ojos de la carne y clausura de los ojos del espíritu, decimos parafraseando una idea de Orígenes claramente presente en Evagrio. Vemos que, en virtud de ello, se empobrece la percepción de sí, la cual comienza a tener en el cuerpo su objeto principal. Se produce así un exceso (pleonasmo/j) en la consideración, en la atención y en el consecuente apego al cuerpo, que conduce a una hipertrofia de la actividad pasional y una búsqueda parà phýsin de su satisfacción. Detrás de las pasiones vienen los logismoi que buscan, mediante artilugios diversos, garantizar la satisfacción de esas pasiones.

Un significativo texto de “Escolios al Eclesiastés”, nos prueba toda esta trama causal que nuestro análisis teje, comenzando por la ignorancia y culminando en los logismoi. En dicho texto Evagrio nos señala que el hombre no ha percibido, no ha observado, no ha sido conciente, no ha escuchado, no ha comprendido (suni/hmi es el verbo usado por nuestro autor que admite todas estas traducciones), que él ha sido tenido, ha nacido (geno/menon, del verbo gi/gnomai), en honor, en dignidad (tim$=). Por esto, por la ignorancia de su origen, se ha asemejado a las bestias y se ha hundido, cada vez más, en la enfermedad pues, entregándose a los placeres, se ha ido privando cada vez más de su facultad propia, la inteligencia. Pero se ha entregado a los placeres porque, desconociéndose y mal conociéndose, se ha amado (filautía) de modo erróneo.

Recogiendo lo dicho por Bernard Forthomme, vemos que los logismoi resultan en este esquema “parte de la estructura del psiquismo en la medida en que éste es afectado por el alejamiento ontológico de la unidad”.[9] El alma, en efecto, ha caído de la unidad. Como consecuencia de ello ha perdido la noción de sí. Consecuentemente ha asumido una noción errónea que reduce su ser al cuerpo y así ha amado un sí mismo que no es tal, buscando una satisfacción y felicidad que, por tanto, no es la acorde a su naturaleza. Se trata de la satisfacción que demanda el cuerpo y que configura una actividad pasional parà phýsin que resulta, a su vez, la fuente de una serie de pensamientos que buscan garantizar esa satisfacción y que Evagrio llama logismoi. De modo que estos logismoi son, efectivamente, “parte de la estructura del psiquismo” en cuanto este psiquismo es el nous que se ha separado o alejado de la unidad.

Con el análisis de los logismoi asistimos acaso a la parte más psicológica de la obra evagriana pues nuestro autor despliega, a la hora de tratar el tópico, todo el conocimiento que –por su experiencia de monje y guía espiritual– tiene de los artilugios, engaños e ilusiones que pueden proponer, puertas adentro del alma, estos pensamientos malvados, y que toman la forma de razonamientos falaces, imágenes sugerentes, sugestiones verbales, recuerdos perturbadores. Que aquí nos encontremos con desarrollos de interés psicológico, no implica que en esta concepción de los logismoi no esté presente, complementando y completándola, la idea cristiana de los demonios y la influencia que pueden tener sobre los hombres. Evagrio piensa, en efecto, que los demonios pueden, mediante palabras, reforzar la lógica de un pensamiento malvado o engendrar directamente uno, valiéndose de la disposición pasional del alma.

En todos los casos los logismoi buscan profundizar la enfermedad del alma, garantizando una satisfacción pasional que desorbite aún más los movimientos parà phýsin del alma, e intentando que ésta se identifique cada vez más con una imagen errónea de sí. Vemos de este modo que los logismoi buscan llegar al extremo de considerar al propio ser como absolutamente independiente de Dios y, consecuentemente, como Dios mismo. Es decir, buscan últimamente que el alma llegue a concebir una noción de sí específicamente opuesta a aquella que el nous poseía en el estado de unidad, consumando así una ignorancia suprema.

4. Terapéutica: la palabra del gnóstico y su virtud curativa

 Así concebido el cuadro completo de la enfermedad del alma, la palabra va apareciendo como un recurso terapéutico en cuanto ella es capaz de restituir al yo su verdadero ser, cultivando de este modo un amor de sí acorde a la naturaleza. Al iniciar nuestro estudio indicábamos, a modo de hipótesis, que Evagrio confiere a la palabra un singular poder terapéutico que se enraíza en una profunda concepción de enfermedad del alma. Habiendo despejado la naturaleza y la multiforme manifestación y nexos causales de la enfermedad del alma, podemos empezar a verificar que Evagrio propone la palabra como recurso terapéutico en la medida que le reconoce a ésta una virtualidad especular cuya actualización resulta el phármakon propio de la enfermedad del alma. En efecto, si ésta es ignorancia de sí, la palabra resulta un medio apropiado para superarla en la medida que ella es capaz de devolver al alma una imagen de sí reconstruida y plena.

Tres puntos consideraremos aquí a fin de presentar del modo más completo posible nuestro derrotero argumentativo. En primer término, el contexto histórico-conceptual en el que consideramos que debe entenderse la concepción evagriana de la palabra.[10] En segundo lugar, la ubicación de la acción curativa de la palabra en el marco del itinerario con que Evagrio comprende el camino cristiano.[11] Y, por el último, nos detendremos en la figura del gnóstico como aquel que puede ejercer el ministerio curativo de la palabra mediante la actualización de las potencias confutativa y especular de la misma.[12]

Abordar el tema de la palabra como recurso curativo significa, en primer término, establecer el contexto histórico-conceptual en el que debe entenderse el reconocimiento evagriano de la capacidad curativa de la palabra. Es necesario esbozar aquí los antecedentes históricos que, acerca del tópico de la palabra curativa, pueden espigarse en la tradición clásica y cristiana de la que Evagrio es receptor (deben tenerse en cuenta aquí a: Platón, Aristóteles, Plutarco, Clemente, Orígenes, Atanasio, Basilio de Cesarea); y, además, ver cómo Evagrio, a la zaga de aquella tradición pero incorporando elementos de su propia cosecha, inserta la propuesta de la palabra dentro de su concepción del designio que, frente a la enfermedad del alma, tiene la Providencia Divina. Enfatizamos aquí que, de acuerdo con nuestra interpretación, el reconocimiento de la virtualidad curativa de la palabra y la consiguiente asignación de un rol en el camino de curación, se inscribe en el designio salvador de la Providencia que, por un lado, ha dado el mundo material –y la palabra como síntesis de él– para que los seres racionales, accediendo a la ciencia que está dentro de él, recuperen el conocimiento cuya carencia los tiene enfermos, y, por otro, ha trazado con el cristianismo un itinerario de retorno en el que la palabra despliega un rol fundamental. Para Evagrio el cuerpo mismo es dado para recibir la palabra sanante.

En efecto, los lógoi de las cosas son los phármaka que el Cristo, creador y médico, ofrece a las almas ignorantes. Esos lógoi para ser, efectivamente, phármaka, deben encarnarse en palabras bellas que solo el gnóstico, en virtud de su progreso espiritual y de la ciencia que le ha sido dada, puede proferir. Él, por el conocimiento que ha sido digno de recibir, por las virtudes que ha alcanzado y por toda la experiencia que ha capitalizado, puede devolver al alma su verdadero ser mediante esas palabras bellas que expresan el designio divino sobre todas las cosas y el modo en que éste se refiere a él.

Esta palabra que sostiene el proceso de curación del alma estará operando durante todo el itinerario hacia la salud, pero su acción fundamental se ejercerá en el marco de la primera de aquellas tres etapas que conforman para Evagrio el camino cristiano. Nos referimos a la practiké.

El perfeccionamiento moral es un paso necesario en el camino evagriano, es la labor propia de la practiké, cumpliendo la cual se puede acceder a la physiké. Pero dicho perfeccionamiento va curando de la enfermedad, la ignorancia, en tanto se funda en y apunta al conocimiento. Por ello nuestro autor indica la necesidad de entregarse a la práctica con ciencia, pues de otra manera no es posible la cura. El conocimiento no es posterior a la práctica sino que está como desposado con ella en un círculo virtuoso perdurable.

La palabra es como el punto de sutura. Ella a la vez que transmite un lógos, permite, por su virtualidad especular, la mezcla del alma con las virtudes. Con lo cual ella puede liberar de la ignorancia, pues transmite un lógos y, mediante éste, comunica una virtud que hace posible, a su vez, la recepción de dicho lógos.

La palabra viene a ser así, en el marco de la primera etapa, el punto de unión entre la contemplación y el ejercicio ético y el combate psicoespiritual más propios de la practiké. Ella hace posible dicho ejercicio mediante una contemplación inicial que empuja a transitar el camino hacia la salud y mezcla incipientemente el alma con la virtud. Usando la alegoría, tan cara a Evagrio, de la liberación del pueblo israelita, podemos decir que para que el pueblo de Israel pudiera contemplar la posibilidad de la liberación del yugo de Egipto (la liberación de las pasiones), fue necesaria la palabra de Moisés, que sucede y replica la Palabra de la zarza. Ella habla de la tierra prometida, de las delicias de la ciencia, recuerda la condición de exilio y alienta a liberarse de la esclavitud para peregrinar hacia aquella tierra “que mana leche y miel”, hacia la patria de la contemplación.

A su vez, el ejercicio ético va permitiendo paulatinamente una recepción más plena de la palabra. Se va estableciendo así un círculo virtuoso de causación recíproca entre la práctica de la virtud y la contemplación que vehicula la palabra.

De este modo vemos que la acción terapéutica de la palabra se ejerce a lo largo de todo el camino espiritual, pero tiene su punto de partida y su acción más gravitante y relevante en la primera etapa del itinerario evagriano. Y aquí se conjuga con las prácticas ascéticas y con el cumplimiento de los mandamientos. Aquella complementariedad perpetua entre praxis y teoría es el criterio que asumimos para interpretar el rol terapéutico que tiene la palabra, por un lado, y el cumplimiento de los mandamientos y prácticas ascéticas, por otro.

Ya establecido entonces el contexto histórico-conceptual en el que consideramos que debe entenderse el reconocimiento evagriano de la capacidad curativa de la palabra, como así también el sentido fundamental que en el marco de dicho contexto tiene la asignación de una función terapéutica a la palabra y cómo ésta se inscribe en el itinerario de curación con el que Evagrio comprende la vida cristiana, descendemos, finalmente, al plano más concreto de la actualización de la potencialidad terapéutica de la palabra.

En efecto, la palabra a la que Evagrio confiere –frente a la enfermedad propia del alma– un particular poder terapéutico es, concretamente, la palabra del gnóstico. La concepción evagriana del itinerario cristiano como profundización progresiva y cada vez más plena del conocimiento, y en particular del conocimiento de sí, se hace presente aquí y con ella podemos comprender el rol medicinal otorgado al gnóstico. Éste es quien ha alcanzado un estado de virtud, un saber experiencial y un autoconocimiento que lo ha hecho digno de recibir una ciencia que posee una proyección terapéutica en cuanto contiene los lógoi de las creaturas racionales.

Estos elementos que solo enunciamos aquí (las virtudes, el saber experiencial, el autoconocimiento) conforman una especie de auténtico arsenal terapéutico con que cuenta el gnóstico. Pero estos elementos (y muchos más detallados en el conjunto de la obra evagriana) no son más que partes de un todo que es mucho más que la suma de ellos pues se trata de un don. El don de la ciencia natural que le ha sido dada y por la cual es capaz de contemplar los lógoi de las cosas.

Esta ciencia, dirá Evagrio, se halla en Cristo quien, por lo mismo, recibe la denominación de médico. Llegar a, o habitar en, el “Reino de Cristo”, como puede ser llamada la contemplación natural, implica ser parte de las posesiones de ese Reino. Aquí se hallan los lógoi que curan. Éstos son esos phármaka y esas palabras bellas (lógoi kaloí) cuyo dulzor “cura encantando”[13], en significativa expresión evagriana. Y el gnóstico es quien es capaz de descubrir esos phármaka y comunicarlos a los demás.

Vemos así que la palabra del gnóstico resulta un puente entre el alma enferma de ignorancia y la palabra sanadora del médico divino acerca de sí misma y de las cosas. El gnóstico es quien es capaz de descubrir y proferir la palabra divina que nombra al alma y en la cual ésta debe reconocerse para alcanzar la salud. Y este es el sentido primario en que la función medicinal que el gnóstico puede ejercer con su palabra se fundamenta en el ministerio médico que Cristo ejerce al crear las cosas. Cristo crea para curar al alma, para que el alma descubra en las cosas el amor de Dios por ella que resulta el fundamento de su propio ser. El gnóstico que se ha hecho digno de descubrir esa belleza escondida de todas las cosas y el modo en que ellas se refieren al alma, puede en virtud de ello secundar la acción medicinal de Cristo llevando a las almas enfermas “de la ignorancia a la ciencia”, como dice nuestro autor en “Kephalaia Gnostica”.

Con su palabra, con sus intervenciones verbales, con sus sugerencias, con sus correcciones, con sus recomendaciones, con sus conferencias, el ministerio terapéutico del gnóstico no persigue sino la superación de aquella ignorancia que constituye la enfermedad propia del alma.

Es en este marco general que situamos las dos potencialidades terapéuticas concretas de la palabra que Evagrio cree que el gnóstico puede actualizar y en las que nos detuvimos hacia el final: la confutadora y la propiamente especular. Se trata de dos caminos que puede tomar la palabra en la búsqueda de su finalidad curativa, pero de dos caminos que en la práctica se cruzan entre sí.

El gnóstico, como hemos visto, es capaz de actualizar estas virtudes porque conoce las almas, conoce los secretos del combate espiritual, los engaños de los pensamientos, las resistencias de la falsa concepción de sí que el alma ignorante se ha forjado. De este modo descubre los razonamientos falsos y sofísticos con que las pasiones se blindan y con que ese falso yo se defiende, y es capaz de oponerles una palabra que los desarticule, los desenmascare, los refute.

Pero en el reconocimiento de la virtud especular y en su actualización por parte del gnóstico se ve finalmente, la coherencia y la trabazón conclusiva de la propuesta evagriana y la demostración más cabal de nuestra hipótesis inicial. En efecto, el lógos que profiere el gnóstico es kalós en la medida en que es ésoptron: la palabra bella que él ofrece a las almas enfermas y por la cual les brinda un auxilio terapéutico, es aquella que es capaz de reflejar la imagen de Dios que está presente en ellas.

5. Consideraciones finales

 En la palabra que el gnóstico ofrece al alma enferma, ésta se ve a sí misma, pero se ve bajo la óptica de la virtud posible: vislumbra su verdadero perfil en el espejo limpio de la palabra del gnóstico. Esa palabra le devuelve una imagen reconstruida de sí que el alma enferma reconoce como propia y, a la vez, como posible. Aquella nueva kra=sij que procura la intervención del gnóstico y en la que Evagrio visualiza la a)pa/qeia (la krásis del alma con la virtud ) es posible –de modo incipiente y como puntapié para alcanzar la salud– al alma enferma, porque la palabra del gnóstico otorga representaciones de un yo transformado pero reconocible como propio. Decíamos entonces que la palabra del gnóstico es espejo, más que de la virtud, del alma en estado de virtud, es decir, del alma con el rostro restaurado.

La llamativa figura del icono sin rostro que aparece en el capítulo 25 del tratado evagriano “Sobre los pensamientos”, resulta una imagen elocuente de la ignorancia acerca de sí que el nous caído padece. Examinando el uso evagriano de la metáfora del espejo y analizando en qué sentido Evagrio piensa la acción del gnóstico en relación con la de los ángeles,[14] vemos que la palabra del gnóstico restaura el rostro de Cristo en las almas enfermas completando aquel icono incompleto, y lo hace en la medida en que resulta un espejo limpio en el que se refleja el lógos del alma enferma. Cristo es, en efecto, el modelo (prwto/tupoj) según el cual todo hombre ha sido creado: descubriéndolo el alma se descubre a sí misma según el designio divino original sobre ella. La palabra del gnóstico es así “espada [que] separa al alma del vicio y al nous de la ignorancia, del así llamado ‘hombre viejo corruptible’ (2Cor. 4, 16; Ef. 4,22); y engendra a Cristo en el nuevo hombre, de acuerdo con la imagen del Creador”.[15] Por ello la obra evagriana dedicada al gnóstico se cierra con una prescripción clara: tener la mirada fija en Cristo y grabar y escribir su imagen en las almas enfermas.

Vemos entonces que Evagrio Póntico reconoce en la palabra –particularmente en la palabra del gnóstico– una capacidad terapéutica que debe actualizarse frente a la enfermedad que el nous arrastra una vez caído de la unidad. Si dicha caída instaura en el nous una oscuridad que le impide reconocerse a sí mismo, la palabra del gnóstico, en cuanto partícipe del lógos que se encuentra en Cristo, ofrece un espejo por el cual puede curarse al reconocer en él, finalmente, la figura del mismo Cristo, el prwto/tupoj según el cual todo hombre ha sido creado.

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El autor es Licenciado y Profesor en Psicología por la Universidad Nacional de San Luis, y Doctor en Filosofía por la Universidad Nacional de Cuyo. Es profesor en la Universidad de Mendoza, investigador de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo y becario posdoctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Su campo de investigación es la Filosofía Tardoantigua y Medieval. Posee múltiples publicaciones en el país y en el extranjero.

 

 

Recibido: 30 de julio de 2020.

Aprobado para su publicación: 23 de agosto de 2020.


[1]) Evagrio Póntico, “The great letter”, en Evagrius Ponticus, ed. A. Casiday (London and New York: Routledge, 2006), 68.

[2]) Antoine Guillaumont, Un philosophe au désert. Évagre le Pontique(Paris: Vrin,2009); Paul Géhin, “L’Ecclésiaste à l’épreuve de l’allégorie dans les scholies d’Évagre le Pontique”, En La réception du livre de Qohélet (ier-xiiie s.), ed.Laurence Mellerin, (Paris: Editions du Cerf, 2016), 133–148; Augustine Casiday, Reconstructing the theology of Evagrius Ponticus: Beyond heresy (Cambridge University Press, Cambridge 2013); Julia Konstantinovsky, Evagrius Ponticus. The Making of a Gnostic (Farnham: Ashgate, 2009); “Evagrius Ponticus and Maximus the Confessor The building of the Self in Praxis and Contemplation”, en Evagrius and His Legacy, eds. J. Kalvesmaki y R. D. Young (South Bend: University of Notre Dame Press, 2016), 128-153; Luke Dysinger, “Exegesis and Spiritual Guidance in Evagrius Ponticus”, Studia Patristica 47 (2010): 209–222; “Evagrius Ponticus, Exegete of the Soul”, en Evagrius and His Legacy, Eds. Joel Kalvesmaki and Robin Darling Young (South Bend: University of Notre Dame Press, 2016), 73–95; Rubén Peretó Rivas, “Evagrius Ponticus' Kephalaia gnostica two versions. New discussion on their authenticity”, Adamantius 24 (2019), 485-492; Christoph Joest, “Die arithmetische Feinstruktur im Traktat De oratione des Evagrios Pontikos”, Vigiliae Christianae 72 (2018): 21–40; Monica Tobon, Apatheia and Anthropology in Evagrius of Pontus: Restoring the Image of God (London: Routledge, 2020); Inbar Graiver, “Possible Selves in Late Antiquity: Ideal Selfhood and Embodied Selves in Evagrian Anthropology”, The Journal of Religion 98/1 (2018), 59-89.

[3]) Pedro Lain Entralgo, La curación por la palabra en la Antigüedad Clásica (Barcelona: Anthropos, 2005).

[4]) Para un tratamiento detallado de estos temas remitimos a nuestros artículos: “La enfermedad del alma en el filósofo tardoantiguo Evagrio Póntico: entre ignorancia y  filautía”, Anales del seminario de historia de la filosofía, 35/2 (2018), 323-343; “La palabra y su dimensión terapéutica frente a la enfermedad del alma en Evagrio Póntico”, Rivista di storia e letteratura religiosa LIII/1 (2017), 3-31; “El Abba como Gnóstico en Evagrio Póntico: El rol pedagógico-medicinal de su palabra y sus fuentes”, Studia Monastica, 59/2 (2017), 251-268; “La noción de logismoí en Evagrio Póntico: el correlato cognitivo de las pasiones enfermas”, ÉNDOXA: Series Filosóficas, 43 (2019), 67-90.

[5]) A propósito, puede consultarse nuestro trabajo: “Algunas precisiones sobre el concepto de monás en Evagrio Póntico y su importancia en la comprensión de la enfermedad del alma”, Estudios Filosóficos 68/198 (2019), 343-361.

[6]) Sobre las fuentes médicas de la obra evagriana pueden verse nuestros artículos: “La relación járis/phýsis en Evagrio Póntico a la luz de la tradición clásica: un camino epistemológicamente válido para dilucidar las proyecciones psicoterapéuticas de su obra”, Theologica Xaveriana (En prensa); “The conception of soul disease in Evagrius Ponticus. A new synthesis and extension of the teleological model of explanation of Hippocratic-Galenic medicine”, Vox Patrum 77 (2021), 247-278.

[7]) Evagrio Póntico, Skemmata, en William Harmless y Raymond R. Fitzgerald, “The sapphire light of the mind: the Skemmata of Evagrius Ponticus”, Theological Studies 62 (2001), 526.

[8]) Cfr. Vazquez, “La enfermedad del alma en el filósofo tardoantiguo”, 334.

[9]) Bernard Forthomme, De l’acédie monastique à l’anxio-depression. Histoire philosophique de la transformation d’un vice en pathologie (París: Synthélabo 2000), 500.

[10]) Ver Vazquez, “La palabra y su dimensión terapéutica”.

[11]) Ibid.

[12]) Cfr. Santiago Vazquez, “El gnóstico y la capacidad confutatoria de la palabra como recurso de la labor medicinal en Evagrio Póntico”, Agora. Papeles de Filosofía 39/2 (2020), 59-78; “La palabra como medio por el cual el gnóstico ejerce una acción medicinal en Evagrio Póntico”, Ideas y Valores (En prensa).

[13]) Evagrio Póntico, Carta 57, en Gabriel Bunge, Evagrios Pontikos. Briefe aus der wüste (Beuron: Beuroner Kunstverlag, 2013), 258

[14]) Ver: Santiago Vazquez, “Terapéutica del alma en Evagrio Póntico: la acción curativa del gnóstico a la luz de la intervención angélica”, Carthaginensia 35/68 (2019), 511-535.

[15]) Evagrio Póntico, Escolios a los Salmos 44, 4, en Luke Dysinger, “St. Evagrius Ponticus (345–399). The genre of sentences”, Monastic Spirituality Self-Study (Website), 1990: http://www.ldysinger.com/Evagrius/08_Psalms/00a_start.htm (visitado el 21 de mayo de 2021).