Philosophia 81/2 I 2021 I pp. 135 a 155
CC BY-NC-SA 3.0 I ISSN
0328-9672 (impresa) I ISSN 2313-9528 (en línea) |
EL
TEMA DE DIOS Y LA CIENCIA ACTUAL
God and Current Science
Juan Manuel TORRES
Universidad Nacional de Cuyo (Argentina)
Palabras
clave: teísmo clásico, teísmo contemporáneo, argumento
cosmológico, teoría del diseño inteligente, pseudociencia.
Abstract: Today at least three arguments are being
discussed that, based on the results of scientific research, try to prove the
existence either of a cause of the physical universe, one of them, or of an
intelligence transcendent to it, the other two. These arguments are: the
cosmological argument, the theory of intelligent design and the anthropic principle.
Here we present a synthesis of the first two and make an evaluation of their
worth from the philosophy of science. Unlike classic theistic demonstrations,
also based on science, such as Thomas Aquinas’1st and 5th
ways, developed in his Summa Theologica
or that of Newton in his Principia,
none of the current arguments cited conclude that God exists, if we understand
by "God" an omnipotent, omniscient and benevolent being, in other
words, the Biblical God. They stop on step before, entrusting to Philosophy the
task of continuing and demonstrating that this first cause or that transcendent
intelligence is God. In addition to giving our judgment on the probative value
of the cosmological argument and of the intelligent design theory, we
demonstrate, based on the usual notions of science and pseudoscience, that the
latter is a genuine scientific hypothesis. In this way, we refute the spreading
and false affirmation that this theory is a case of pseudoscience.
Keywords: classical
theism, contemporary theism, cosmological argument, intelligent design theory,
pseudoscience.
1. Introducción
Hoy se discuten al menos tres argumentos basados en resultados
de la investigación científica que intentan probar la existencia, ya de una causa del universo físico, uno de ellos,
ya de una de inteligencia trascendente
a él, los otros dos. Estos argumentos son: el Cosmológico, la Teoría del
Diseño Inteligente y el Principio
Antrópico. Notemos que ninguno de ellos concluye que Dios existe,
entendiendo por Dios un ser omnipotente, omnisciente y bondadoso. Se colocan un
paso antes, dejando a los filósofos la tarea de demostrar que esa causa o esa
inteligencia es Dios. De modo diferente a los argumentos actuales, los que
expone Tomás de Aquino en su Suma
Teológica, concluyen directa y abruptamente la existencia de Dios o en sus
palabras: "quam omnes Deum nominant".
Advirtamos al lector ajeno a la historia de la filosofía que
los argumentos propuestos en las vías
no fueron creados por Tomás de Aquino sino compendiados por él. El primero es
de Aristóteles, el segundo también, aunque parcialmente, el tercero es de
Avicena y los restantes provienen de la tradición estoica y neoplatónica.[1] De estos cinco argumentos o vías dos se relacionan directamente con la ciencia. El primero o vía del
motor inmóvil está construido sobre
la base de: (i) una cosmología según la cual la tierra está rodeada por esferas
que se mueven de este a oeste y en las que se encuentran fijados los cuerpos
celestes y (ii) un axioma que enuncia que, salvo los movimientos determinados
por los lugares naturales, todo lo que se mueve es movido por algo distinto de
él. Éste fue un principio caro a muchos escolásticos y rezaba quod movetur ab alio movetur. Como los
aristotélicos rechazaban que pudiera existir una cadena infinita y simultánea
de motores moviéndose unos a otros, postularon la existencia de un primer motor inmóvil de los cielos al
que Tomás de Aquino y otros identificaron con Dios. Esta prueba cayó en el
olvido de científicos y filósofos cuando se advirtió, entre otras cosas, que no
existían tales esferas y que el axioma era físicamente incorrecto.[2]
La otra prueba que guardaba relación directa con la ciencia era
la 5ta. vía que expone Tomás de
Aquino, y que hoy es conocida como argumento
cosmológico o Kalam. Ésta
expresaba básicamente y dejando de lado diferencias de escuela que: (i) es
evidente en el mundo físico la existencia de un orden por el cual en la
naturaleza las cosas suceden necesaria o
regularmente; (ii) todo orden supone
un ordenador y (iii) ese ordenador es Dios. Mientras que los escolásticos, como
Tomás de Aquino, consideraron el orden natural desde una perspectiva finalista,
los modernos, como Newton, lo hicieron en términos de causas eficientes y
leyes. Estas últimas, a su vez, y según Newton, implicaban la existencia de un
legislador supremo o hacedor de ellas.[3]
Pero este argumento del orden recibió un golpe cuasi mortal en 1755 por parte
de Kant. La claridad de sus palabras nos ahorra explicaciones:
Si la estructura del universo con todo su
orden y belleza no es más que un efecto de la materia abandonado a sus leyes
generales del movimiento, y si la ciega mecánica de las fuerzas naturales sabe
desarrollarse tan magníficamente desde el caos y llega a tal perfección por su
propia fuerza, entonces la demostración de la existencia del Autor Divino
derivada del hermoso espectáculo del universo, pierde toda su fuerza, la
naturaleza se vuelve autónoma, el gobierno divino es innecesario.[4]
En otras palabras, lo que nos dice Kant es que quizás las leyes
de la naturaleza no son otra cosa que las determinaciones connaturales a la
materia misma y, por tanto, buscar un hacedor de tales leyes sería innecesario.
¿Pero por qué un golpe cuasi mortal y
no simplemente mortal para el argumento del orden? Había algo más para Newton y
sus colegas de la Royal Society.
Según ellos no sólo las leyes de la mecánica revelaban la existencia de un
legislador supremo. También había evidencia de acciones directas de Él que no
eran atribuibles a sus leyes ¿Cuáles eran éstas? Según la versión inicial de la
mecánica, los planetas perdían velocidad en su giro alrededor del sol, y por
ello ya deberían haber colapsado con él, cosa que no había sucedido. Esto,
pensaban ellos, evidenciaba que ocasionalmente Dios imprimía fuerza a los
planetas para evitar tal colapso. Pero Pierre-Simon Laplace demostró que el
sistema era estable y no necesitaba de tales intervenciones extraordinarias,[5] lo que explica aquello que,
según relatos, le respondió a Napoleón cuando éste le preguntó por qué no
mencionaba a Dios en su Traité de Mécanique Céleste: "Sire, Je n’ai eu pas
besoin de cette hypothèse".
El gran historiador Edwin Burtt resume bien este proceso que
acabó con el teísmo fundado en la física clásica y condujo a los científicos
del siglo XIX a la adopción de una ideología aún vigente entre ellos: el
naturalismo metodológico. Según éste, todas las entidades y procesos del mundo
natural recibirán a la corta o a la larga una explicación en términos de causas
materiales.
Newton´s
successors accounted one by one for the irregularities that to his mind had
appeared essential and increasing if the machine [the solar system] were left
to itself. This process of eliminating the providential elements in the
world-order reached its climax in the work of the great Laplace, who believed
himself to have demonstrated the inherent stability of the universe by showing
that all its irregularities are periodical.[6]
La mecánica cuántica y la teoría general de la relatividad
surgidas a principios del siglo XX representaron un cambio fundamental en la
historia de la ciencia natural. Quedaba atrás la modernidad representada por la
mecánica newtoniana y se iniciaba una era nueva y revolucionaria. Junto
con ésta renació el teísmo, pues, una
de las nuevas teorías, la de la relatividad general, y logros experimentales en
biología y cosmología fueron puntos de apoyo para renovados argumentos en favor
de la existencia de una causa del universo físico y de un ordenador inteligente
que hizo posible la vida y los vivientes en él.
2. El argumento
cosmológico
Este argumento, también conocido como Kalam, posee al menos dos versiones.[7]
Expondremos la que se relaciona con la teoría de la relatividad que le sirve de
punto de apoyo. En 1915 Einstein formuló su teoría general de la relatividad
que implica, entre otras cosas, que el universo físico no es estático sino que
se encuentra en expansión y, por tanto, que habría tenido un comienzo: "at
some time in the past (between ten and twenty thousand million years ago) the
distance between neighboring galaxies must have been zero".[8]
Einstein rehusó aceptar esta consecuencia porque el hecho de
que el universo hubiera tenido un comienzo contradecía su ideología, la cual podría caracterizarse como panteísta. Por tanto,
intentó bloquear este resultado. Para eso postuló
la existencia de un fuerza repulsiva que contrarrestara tal expansión, aunque
luego reconocería que con ello había cometido un error.[9]
Para su pesar, George Lemaître demostró que, supuesta la teoría general de la
relatividad, tal consecuencia era inevitable y que necesariamente debería haber
habido un comienzo del universo, un átomo
primitivo a partir del cual todo se originó.[10]
Coincidiendo con la tesis de la expansión, el astrónomo Edwin Hubble observó
por entonces que, efectivamente, las galaxias que se encuentran más allá de la
nuestra se alejaban y que la razón de este alejamiento estaba directamente
relacionada con la distancia que mantenían con nosotros. En síntesis, que había
una expansión del universo en todas las direcciones a partir de un comienzo.
Este supuesto comienzo fue ironizado por Bernard Hoyle, quien lo rechazó,
llamándolo "Big-Bang", i.
e., la gran explosión. A favor de los
resultados obtenidos por Lemaître y Hubble se sumaron tiempo después los de los
investigadores de los Bell Labs, Arno
Penzías y Robert Wilson, que identificaron en 1965 una radiación cósmica de
fondo —predicha por Georg Gamow en 1946— y que sería un efecto físico de
aquella explosión inicial. Años después Stephen Hawking y otros expresaron que
el universo físico provino de la nada, pues, como según la teoría de la
relatividad el espacio y el tiempo están inextricablemente unidos, la ausencia
del espacio implicaba la del tiempo. En síntesis, hubo un comienzo antes del
cual ni el espacio, ni el tiempo, ni la materia existieron.[11]
Aquí termina la ciencia y comienza la filosofía.
Si asumimos el principio ontológico que establece que todo lo
que comienza a ser tiene causa, y si el universo comenzó a existir a partir de
una explosión inicial, entonces existe una
causa de tal explosión. Ésta y su efecto, el universo físico,
representarían para el teísmo el relato bíblico de la creación ex nihilo. Sin duda, si esto es así, se
impone la tarea filosófica de clarificar la naturaleza de esa causa primera y,
para el teísmo, de demostrar que es Dios, en el sentido descripto en la
Introducción, a saber, un ser omnipotente, omnisciente y bondadoso. Ahora se
comprenderá por qué dijimos que estos argumentos basados en la ciencia natural
de hoy no demuestran que Dios existe, sino que están un paso antes, y que este
argumento sólo arriba a la existencia de una causa primera. El paso siguiente
hacia Dios debe intentarlo la Filosofía.[12]
¿Qué podemos decir desde la filosofía de la ciencia de este
argumento que apunta en la dirección del teísmo? La respuesta no es difícil de
imaginar. Si tenemos en cuenta un axioma de la filosofía de la ciencia
contemporánea que dice que las teorías científicas son conjeturales, entonces
debemos concluir que este argumento cosmológico de una causa primera del mundo
físico descansa sobre una conjetura que, en este caso, es la teoría general de
la relatividad. Pero se debe considerar que tal base no es meramente
conjetural, pues la teoría general de la relatividad posee confirmación, como se
desprende de los aportes teóricos de Lemaître y las observaciones ya citadas de
Hubble, Penzías, Wilson y Gamow. Pero también es importante tener en cuenta que
una teoría científica confirmada no es equivalente a una teoría científica verdadera, siendo esta
última expresión un oxímoron, si asumimos el axioma enunciado por Karl Popper y
otros. Este axioma, en realidad un metaaxioma, está fundado sobre impecables
razones lógicas e históricas y afirma que las teorías de la ciencia natural son
conjeturales. La historia real de la ciencia avala este metaaxioma popperiano
porque en ella presenciamos cómo teorías tenidas alguna vez por verdaderas más allá de toda duda
perdieron luego ese status. El caso de la mecánica clásica respecto de la
cuántica es un claro ejemplo de este tipo de situaciones
3. La teoría
del diseño inteligente (TDI)
La TDI nació a fines del siglo pasado y encuentra sus bases
fundacionales en las contribuciones de Michel Behe, William Dembski, Stephen
Meyer y Douglas Axe, entre los más importantes.[13]
Es necesario precisar muy bien qué afirma la TDI, pues sus opositores a menudo
la han deformado, al menos parcialmente, ya por ignorancia, ya para intentar
refutarla fácilmente. La TDI afirma que: (i) la inteligencia es una potencia
que a veces deja huellas en sus obras y (ii) que los seres vivos exhiben en su
anatomía y fisiología tales huellas.
Lo primero que debe saberse es que ninguno de los fundadores de
la TDI afirma que esa inteligencia es Dios. Las respectivas palabras de M. Behe
y D. Axe son suficientes para corroborar la anterior afirmación:
I strongly emphasize that it [IDT] is not an
argument for the existence of a benevolent God... Thus, while I argue for
design, the question of the identity of the designer is left open";
"ID authors settle for this vague description [of the designer] not
because they want to smuggle God into science but because the jump from
'intelligent designer' to "God" requires something beyond the
essential principle of science.[14]
Es claro entonces que los hacedores de la TDI han tenido en
mente una distinción metodológica básica: una cosa son las teorías científicas,
como la propia TDI, y otra sus implicaciones ontológicas.[15]
Se trata de una distinción que a menudo está ausente en muchos científicos que
gustan filosofar.[16] Es común escuchar de sus
opositores que la TDI nace de la falta de una explicación sobre cómo la
naturaleza habría producido la vida y sus formas. Sus detractores
dicen que se basa en el dios de los
agujeros. Esto significa para ellos que, como hasta ahora no se ha hallado
una explicación satisfactoria sobre cómo habría sido la evolución, entonces se
invoca una divinidad o un ser sui generis
para llenar tal laguna, como hacían los primitivos que explicaban el rayo o
el trueno atribuyéndoles un origen divino pues ignoraban sus verdaderas causas.[17] Como veremos, no es así
porque la TDI presenta al menos tres argumentos positivos para demostrar la
existencia de una huella inteligente en los vivientes. Estos tres argumentos
descansan sobre (i) la naturaleza y complejidad de la información genética,
(ii) el código genético y (iii) la existencia de entidades y procesos de
complejidad irreductible en los vivientes. Esto último se refiere a la
existencia de órganos y procesos que sólo se explican si todas sus partes
fueron ensambladas simultáneamente y no construidas paso a paso, como cree el
evolucionismo. Así, p. e., el ojo o el proceso de coagulación de la sangre.[18]
Hablaremos sólo de la información genética, cuyo desarrollo en
la fundamentación de la TDI se debe a Williams Dembski.[19]
En 1968 ocurrió un hallazgo experimental
de profundas consecuencias, aunque ya había sido barruntado por Francis Crick:
las cuatro bases del ADN son independientes unas de otras y su alineación
ordenada, formando los genes codificantes de las proteínas, es contingente, i.
e., tal alineación es así, pero podría haber sido de otra manera.[20] Para ser más claros, la
alineación ordenada de miles de bases del ADN formando genes no es debida a
afinidades químicas o físicas entre ellas, del mismo modo que sucede con las
letras de un texto, las cuales son absolutamente independientes unas de otras.
Este hecho, indiscutido por su origen experimental, permite afirmar que el ADN
porta un lenguaje digital y en el sentido estricto de la palabra "lenguaje",
pues posee su correspondiente sintaxis, semántica y pragmática.[21] Por ser un lenguaje se
puede aplicar a él la teoría de la información, lo que a su vez permite
determinar matemáticamente la complejidad de los mensajes genéticos y así poder
estimar la probabilidad de que sean productos del azar, pues sabemos por los ya
citados e indiscutidos hallazgos de Polanyi[22]
que las disposiciones de las bases nitrogenadas y los aminoácidos no se
organizan en función de afinidades químicas, es decir, no provienen de la
necesidad reinante en la naturaleza.
Para tener una idea de la complejidad de los genes debe
considerarse que la probabilidad de que una pequeña proteína se forme por puro
azar es de 1 en 1065 en el espacio de secuencias posibles. Esto no
es razonablemente alcanzable. Por si esto fuera poco, hay que tener en cuenta
que las formas de vida más sencillas poseen cientos de genes. En vista de estos
datos —que recién pudieron ser confirmados fehacientemente en el último cuarto
del siglo pasado—, los evolucionistas afirman que no se trata de que la
información genética se forme abruptamente y en toda su complejidad por medio
del puro azar. Según ellos, se trata de una formación gradual a partir de una
secuencia inicial muy simple. Piensan que esta secuencia primitiva se habría
ido complejizando poco a poco por azar e indirectamente fijando sus cambios por
la selección natural cuando los efectos positivos de tales cambios sobre los
organismos los ayudan en su struggle for
life, por usar la famosa expresión de Darwin. Así lo afirmaba el axioma
fundamental del evolucionismo del siglo XX acuñado por Françoise Jacob:
... una vez que la vida hubo comenzado en la forma de algún
primitivo organismo auto replicante, la evolución posterior tuvo que continuar
a través de alteraciones de los compuestos existentes. Nuevas funciones se
desarrollaron cuando aparecieron nuevas proteínas. Pero éstas sólo fueron
variaciones de temas previos. Una secuencia de miles de nucleótidos codifica
para una proteína de tamaño mediano. La probabilidad de que una proteína
funcional hubiera aparecido de novo [abruptamente]
por la asociación azarosa de aminoácidos es prácticamente cero. En los
organismos tan complejos e integrados, como aquéllos que existieron hace ya un
largo tiempo, la creación de secuencias de nucleótidos completamente nuevas no
pudo ser de ninguna importancia en la producción de nueva información.[23]
Se trata, según el evolucionismo, de un juego de ensayo y error
que ya había visualizado Darwin, en su conocida fórmula de azar + selección natural → adaptación y evolución. Analíticamente expresado, afirma que (i) la ocurrencia
de mutaciones aleatorias en el material de la herencia, (ii) con leves efectos
sobre los organismos, (iii) en un contexto poblacional y (iv) la posterior
acción de la selección natural sobre los vivientes constituyen el proceso de
formación de las especies. La selección natural, por hablar así, premia a los
vivientes cuyas características surgidas por mutaciones azarosas y heredables
los hacen capaces de lidiar más exitosamente que otros con el medio y, así,
dejar más descendencia, la que estará dotada con aquellas características que
los hacen exitosos. Con el tiempo, piensan los evolucionistas, surgirán
mediante este proceso nuevas formas de vida. Pero tal proceso no es posible por
varias razones. Citamos dos poderosas.
(i) Porque hoy sabemos que las mutaciones del material de la
herencia son invariablemente dañinas o inocuas. Esta afirmación descansa sobre
la base de la asunción de que las regularidades naturales que hoy presenciamos
también han existido en el pasado. ¿De qué otro modo podría la historia natural
hablar del pasado si así no fuera? En tal sentido, es aleccionador el título de la obra de Charles Lyell Principles of
Geology; being an attempt to explain the former changes on the earth, by
references to causes now in operation.[24] En otras
palabras, debemos asumir que los cambios azarosos de ayer en el material de la
herencia, al igual que vemos hoy, nunca podrían haber sido beneficiosos.
(ii) Por el teorema de Wolper&Macready, conocido como no free lunch.[25]
Éste establece que los algoritmos evolutivos no funcionan mejor que una
búsqueda a ciegas en un inmenso espacio de posibilidades, a menos que se los
instruya sobre lo que deben buscar. El punto es fundamental pues la evolución,
tal como es representada por la fórmula azar
+ selección natural → evolución, es asimilable a un algoritmo evolutivo.
Pero la naturaleza es ciega y no puede ser instruida sobre lo que debe buscar.
Azarosamente, a veces dará pasos correctos, en el sentido de lo que es
biológicamente viable, pero invariablemente dará pasos incorrectos. De esta
manera el teorema derrota la tesis del supuesto proceso azar + necesidad. Una buena imagen de este problema de búsqueda
para el evolucionismo sería un ciego intentando armar el cubo de Rubik.[26]
Las cosas que suceden pueden deberse a la necesidad que reina
en la naturaleza o también al azar. El hervor del agua a 100° sucede por
necesidad. Pero la mítica manzana que cayó sobre Newton se debió al azar, a que
justamente en ese momento y lugar estuviera él. Pero hay una tercera fuente de
realidades: la inteligencia. La catedral de Notre
Dame no es hija ni de la necesidad ni del azar sino de la inteligencia.
Como sabemos, sólo la inteligencia es capaz de crear una complejidad
informacional del tamaño que posee la información genética, como apreciamos en
cualquier texto del lenguaje natural. Ergo,
la información que portan los vivientes sólo puede provenir de una
inteligencia. Se trata de un silogismo disyuntivo: si sólo existen la
necesidad, el azar y la inteligencia como fuentes causales y debemos desechar
las dos primeras, entonces se impone aceptar la inteligencia. Sin duda que no se
tratará de una inteligencia humana sino de una que debe ser analizada a partir
de sus huellas, siendo esto una tarea peculiar de la filosofía. La filosofía no
está atada a los compromisos característicos del naturalismo o a ideologías,
sean éstas espiritualistas o materialistas. Debe ir a donde las razones objetivas,
la lógica y su reflexión sobre la ciencia la conduzcan. Así nos alecciona, por
ejemplo, la filosofía de Leibniz. Éste, para explicar la naturaleza del origen
de la fuerza, postuló la existencia de entidades metafísicas invisibles e
indivisibles a las cuales llamó “mónadas”.
Juzgado desde la perspectiva de la filosofía de la ciencia, el
valor probatorio de la TDI con relación al origen de la complejidad de la
información genética, principal responsable de la anatomía y fisiología de los
vivientes, es muy fuerte porque descansa sobre bases experimentales, por un
lado, y sobre un teorema, por el otro. Pero la TDI, al igual que el argumento
cosmológico, no llega a demostrar que Dios existe, en este caso, que esa
inteligencia es una persona, pues es una tarea que no le corresponde por ser
una teoría científica. El autor cree haber logrado tal demostración filosófica,
al menos en principio, en un artículo recientemente publicado. Razones de
espacio nos impiden exponerlo aquí.[27]
4. ¿Es la teoría del diseño inteligente pseudocientífica?
Es bien sabido entre los filósofos que aún no se ha logrado una
definición satisfactoria de pseudociencia, especialmente luego de la aparición
de las filosofías de la ciencia de cuño historicista, como las de Thomas Kuhn e
Imre Lakatos. Éstas mostraron que algunas teorías consideradas acientíficas por
la modernidad habían tenido una razón objetiva de ser en su contexto histórico.
También mostraron que otras consideradas anticientíficas por contradecir
evidencias, como es el caso de la teoría copernicana, recibieron luego el
status de grandes logros científicos.
A la vista de estas y otras razones, Larry Laudan expresó en un famoso artículo
que el intento por definir la pseudociencia debía ser abandonado por
intratable.[28] En realidad, se debe
principalmente a la falta de una definición de ciencia lo que en gran medida
impide dar la correspondiente de pseudociencia; una definición tal que sirva
para detectar todas las posibles maneras de consumar esta clase de engaños. En
otras palabras, si no podemos definir la ciencia, tampoco podremos definir la
pseudociencia. Alguna vez se pensó que el criterio de falsabilidad de un
enunciado —establecido por Popper para distinguir la ciencia de la no ciencia—
serviría también para definir la pseudociencia.[29]
Pero luego se observó que este criterio asumía implícitamente la racionalidad
instantánea, es decir, que la calificación de “pseudocientífica” de una
hipótesis ya nunca cambiaría. Pero esto es inaceptable. Por ejemplo, si en la
época en que se afirmaba que el átomo era la última entidad física, alguien
hubiera sostenido lo contrario, su tesis habría sido consideraba
pseudocientífica porque no podía falsarse, ya que no existían tecnologías como
las que luego mostraron la existencia de las partículas subatómicas. En otras
palabras, este tradicional criterio de falsabilidad desestima que lo que hoy es
infalsable podría serlo en el futuro. En este ejemplo vemos cómo la
falsabilidad depende, entre otras cosas, del avance tecnológico, el cual es,
para colmo, impredecible. Más recientemente, algunos han querido dar una
definición de la pseudociencia en términos de un conjunto de características
suficientes cada una, aunque no necesarias. Desafortunadamente, tal propuesta a
menudo acude a la idea de ciencia que, como dijimos, no posee una definición
compartida por los filósofos de la ciencia.[30]
Sin explayarnos sobre la controversia de las definiciones de
ciencia y pseudociencia, es necesario advertir que la pseudociencia no es
equivalente a la no ciencia —por ejemplo, la religión no es ciencia, pero no
pretende pasar por tal— sino a lo que no es ciencia aunque trata de pasar por
ella. Se trata de impostura o engaño. A pesar de las dificultades de no contar
con una definición de pseudociencia, consideramos que hay dos reconocidas
características de las afirmaciones pseudocientíficas. La primera, un legado de
Popper, consiste en considerar que nunca podrían ser falsadas por la
experiencia. La segunda, quizás menos analizada, es que las afirmaciones
pseudocientíficas suelen citar teorías e hipótesis que gozan de un gran
reconocimiento. Pero, a pesar de citarlas, hacen un uso ambiguo o falaz de
ellas. Ejemplo de una afirmación pseudocientífica sería el siguiente:
"Como dice la teoría cuántica, no es posible predecir acontecimientos en
la naturaleza". En efecto, la teoría cuántica afirma que en el mundo de
los fenómenos que ocurren en el átomo, puertas para dentro, por hablar así, no
son posibles ciertas predicciones. Pero no afirma que esto es transferible sin
más al mundo macroscópico, haciendo imposible, por ejemplo, la predicción
precisa de un eclipse de sol.
¿Hace afirmaciones falsables la TDI? Sí, y varias. Si bien,
como ya se dijo, la propuesta popperiana no es aceptable porque requiere de una
racionalidad instantánea, esto no es un problema para la TDI. La TDI no recurre
a la existencia de futuras o probables tecnologías para confirmar sus tesis
sino a unas universalmente aceptadas y en uso. Concretamente, si los citados
hallazgos experimentales de Polanyi —la independencia de las bases
nitrogenadas— fueran incorrectos, esto es, si tales bases se unieran en razón
de afinidades químicas o físicas, caería la tesis de la TDI que sostiene que el
ADN transporta un lenguaje digital. Por tal motivo, también caería su tesis de
la naturaleza contingente de los mensajes genéticos y de su absoluta
improbabilidad en un universo de secuencias posibles. ¿Usa la TDI teorías o
hipótesis que cita recurrentemente? Efectivamente, lo hace. Veamos sólo dos de
ellas sobre las que se apoya y que están aceptadas y acreditadas: (i) la teoría
de la información y la matemática combinatoria, que se aplica hoy a los
lenguajes genéticos y permite calcular su complejidad; (ii) lo que revelan los
análisis que se hacen con la ayuda de la cristalografía y que muestran, por
ejemplo, que para obtener una enzima a partir de otra muy semejante se necesita
de un tiempo de 1027 años.[31]
Con relación a esto último, es obvio que sin la producción de nuevas enzimas
por la supuesta evolución, no habría sido posible la aparición de las diversas
formas de vida. Así, por ejemplo, la enzima lisil-oxidasa
que hace posible la formación del colágeno.
5. Conclusión
Puntualizamos las conclusiones obtenidas en este trabajo: (i)
La ciencia actual ha dado lugar a tres nuevos argumentos en la dirección del
teísmo: el principio antrópico, el argumento Kalam y la teoría del diseño inteligente. (ii) Ninguno de ellos,
sin embargo, arriba a la conclusión de la existencia de Dios, entendiendo por
tal el ser bondadoso, omnipotente y omnisciente del que nos habla la Biblia.
(III) Este sería un paso propio de la filosofía, algo que es coincidente con la
tradición filosófica, especialmente con la aristotélica. (iv) El argumento Kalam descansa parcialmente sobre la
hipótesis del Big-Bang, que es una
consecuencia de la teoría de la relatividad. (v) En la medida en que la teoría
de la relatividad es conjetural, aunque posee confirmación, el argumento Kalam también es conjetural, pues
depende de ella, además de un principio ontológico que nos parece indiscutible.
(vi) De modo diferente, la teoría del diseño inteligente descansa sobre bases
experimentales y, en este sentido, presenta una gran fortaleza, mayor que la
del argumento Kalam, al menos en
nuestra opinión. Tales bases experimentales nos permiten hoy medir la
complejidad de la información genética, relativizarla a los recursos
probabilísticos disponibles en el universo y mostrar que sólo pudo provenir de
una fuente inteligente. A diferencia de otros argumentos que apuntan en la
dirección del teísmo, la teoría del diseño inteligente se distingue de ellos,
tanto por su objeto material: los seres vivos, como por su objeto formal: la
perspectiva de la cuantificación de la complejidad. Finalmente, nuestro trabajo
ha sostenido el carácter científico de la teoría del diseño inteligente al
mostrar el uso real que hace de los nuevos descubrimientos en el campo de la
biología molecular y el uso de la matemática combinatoria que permite medir la
complejidad de la información.[32]
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El autor
es licenciado en filosofía por la Universidad del Salvador y doctor en
filosofía por la Universidad Nacional del Sur. Sus principales contribuciones
pertenecen al ámbito de la filosofía de la ciencia, con especial referencia a
la filosofía de la biología y de la medicina. Posee numerosos artículos en revistas
internacionales de filosofía y de ciencia, entre ellas, el Journal of
Philosophy and Medicine, Medicine Health Care and Philosophy, The Journal of
the History and Philosophy of Science, Biology Forum, Human Gene Therapy y
Philosophia Naturalis. Actualmente,
retirado como profesor de la Universidad Nacional de Cuyo, dicta en ella y
otras instituciones cursos latinoamericanos para graduados e investigadores de
filosofía y ciencia.
Recibido:
28 de mayo de 2021.
[1])
Hay discusiones respecto de la existencia de una cierta impronta de Tomás de
Aquino en cada una de las vías, especialmente con relación al contexto donde se sitúan dentro de
su obra. Pero estas discusiones pertenecen a los historiadores de la filosofía.
[2])
Ya Suárez expresaba en sus célebres
Disputaciones
Metafìsicas: "Todo lo que se mueve es movido
por otro, no ha sido suficientemente demostrado...[...]...hay muchas cosas que
parecen moverse a sí mismas." XXIX, S.1. 7.
3) Tomás de Aquino no menciona ningún fenómeno al exponer en su Suma Teológica la 5ta. vía de la
existencia de Dios (1, q. 1, a. 3). Sí lo hace en la Suma Contra Gentiles al citar el De Fidei de Damasceno y el L. II de la Física de Aristóteles, quienes dan ejemplos que muestran a qué tipo
de regularidades se refiere la 5ta. vía (L. I, cap. 13). El siguiente texto de Newton expresa
su argumento de la existencia del supremo legislador y también la de sus
acciones contingentes en el universo físico: “Though these bodies may, indeed,
persevere in their orbits by the mere laws of gravity, yet they could by no
means have at first derived the regular position of the orbits themselves from
those laws…[Thus] this most beautiful system of the sun, planets, and comets,
could only proceed from the counsel and dominion of an intelligent and powerful
being.” Isaac Newton, Mathematical
Principles of Natural Philosophy (USA: California U. P., 1978), 543-544.
[4])
Enmanuel Kant, Historia General de la
Naturaleza y Teoría del Cielo (Buenos Aires: Juárez Editor, 1960), 10.
Newton, al concebir el tiempo y el espacio como infinitos, abrió la puerta para
afirmar que el universo físico era eterno. En tal sentido, cfr. Roberto Torretti, Manuel Kant. Estudios
sobre los Fundamentos de la Filosofía Crítica (Buenos Aires:
Editorial Charcas, 1967), 143.
[5])
Pierre-Simon Laplace, Exposition du
Systême du Monde (Paris: De la imprimerie du Cercle Social, L'an IV de la
République Française), Tome
premier, 175-179. Aquí Laplace demuestra que el movimiento de los planetas
alrededor del sol es uniforme.
[6]) Edwin Burtt, The Metaphysical Foundations of Modern Science (London: Paul Kegan,
1954), 298.
[7])
En la otra versión del argumento cosmológico, fundado en la 2da. vía de Tomás de Aquino,
se intenta demostrar que no es posible la existencia de un conjunto infinito de
causas subordinadas y que hay una primera
causa. El argumento se relaciona con la cuestión matemática y metafísica
sobre si un infinito puede recorrerse.
[8]) Stephen Hawking, A Brief History of Time (New York: Bantam Books, 1988), 46.
[9])
El intento de Einstein para bloquear la implicación de su teoría de un comienzo
del universo fue la introducción de la constante cosmológica —the fudge factor—.
[10])
George Lemaître, "Un univers homogène de masse constante et de rayon
croissent, rendant compte de la vitesse radial des nébuleuses
extragalactiques", Annales de la
Société Scientifique de Bruxelles A-47 (1927): 49-59.
[11]) Stephen Hawking & Roger Penrose,
"The singularities of the gravitational collapse and cosmology", Proceedings of the Royal Society of London
A-314 (1970): 529-548.
[12])
Se impone citar el excelente trabajo de William Craig. En éste, analiza los
varios intentos para evitar la consecuencia de un comienzo del universo basada
en la teoría general de la relatividad. William Craig Lane, "Naturalism and the origin
of the universe", en The Nature of
Nature, B. Gordon y W.
Dembski (eds.) (Wilmington: Intercollegiate Studies Institute, 2011), 506-534.
[13]) Michel Behe, Darwin’s Black Box: The
Biochemical Challenge to Evolution (New York: Free Press, 1996); William
Dembski, The Design Inference: Eliminating Chance through Small Probabilities
(Cambridge Massachusetts: Cambridge U. Press, 1998); Stephen Meyer, Signature
in the Cell (New York: Harper One, 2009); Douglas Axe, Undeniable (New York:
Harper One, 2016).
[14]) Michel Behe, "The modern intelligent
design hypothesis", en God and
Design: The Teleological Argument and
Modern Science, N. Manson (ed.) (London & N. York: Routledge, 2003),
277. Douglas Axe, Undeniable, (New
York: Harper One, 2016), 48.
[15])
Sobre el carácter científico de la TDI, cfr. la sección IV de este artículo.
[16])
Tomás de Aquino termina abruptamente sus pruebas con la frase "quam omnes Deum nominant."
[17])
La falta de una explicación satisfactoria sobre cómo habría procedido la
evolución, esto es, su mecanismo, queda ya en evidencia por la existencia de
numerosas escuelas que dicen cosas parcial o totalmente distintas respecto de
tal mecanismo. Entre estas escuelas se destacan el neodarwinismo, el
neutralismo, la simbiogénesis, el estructuralismo, la autoorganización, la evo-devo y la tercera vía.
[18])
En su libro The Edge of Evolution
(New York: Free Press, 2007),
Michel Behe contesta satisfactoriamente las críticas
que recibió a los argumentos que
presentó en su primera, celebrada y
ya citada obra Darwin's
Black Box.
[19]) William Dembski, Intelligent Design (USA: IVP Academic, 1999).
[20]) Michael Polanyi, "Life's Irreducible
Structure", Science 160, Issue
3834 (1968): 1308-1312; “Life transcending Physics and Chemistry”, Chemical and Engineering News 45 (1965):
54-66.
[21]) Bernd Olaf Kûppers, Information and the Origin of Life (Cambridge, Massachusetts:
The MIT Press, 1990), 31-56.
[22]) Cfr. nota 19.
[23]) Françoise Jacob, "Evolution and
tinkering", Science 196 (1977):
1164. [Itálicas y traducción nuestra].
[24]) Charles Lyell, Principles of Geology; being
an attempt to explain the former changes on the earth, by references to causes
now in operation (London: John Murray, 1830).
[25]) David Wolpert & William Macready, “NFL
theorems for optimization”, Transactions of Evolutionary Computation 1, 1 (1997): 67-82.
[26])
Los evolucionistas dicen que, a diferencia de los algoritmos evolutivos,
"la evolución no busca nada". Según ellos, el hombre, por ejemplo,
podría no haber existido. Pero olvidan que hay algo que la supuesta evolución
sí debió busca: enzimas. Sin estos motores la vida no es posible. Pero una
enzima para ser químicamente estable tiene una probabilidad de formarse de 1 en
1077 en el espacio de secuencias posibles. Douglas Axe, "Estimating the prevalence of
protein sequences adopting functional enzyme folds", Journal of Molecular Biology vol. 341 (2004): 1295-1315.
[27])
Juan Manuel Torres, "El ateísmo, sus dificultades y el renacimiento del
teísmo", Aporía 20 (2020): 29-47.
[28]) Larry Laudan, "The demise of the demarcation
problem", en Larry Laudan & Robert Cohen (eds.), Physics, Philosophy and Psychoanalysis (Dordrecht - Boston –
London: Reidel Publishing and Co., 1983), 111-127.
[29]) Karl Popper, Unended Quest. An Intellectual Autobiography (La Salle-Illinois:
Open Court, 1985), 44.
[30])
Así, Massimo Pagliucci en su artículo "The demarcation problem. A response to Laudan", en Maximo Pigliucci & Maarten Boudry (eds.), Philosophy of Pseudoscience. Reconsidering the Demarcation
Problem (USA: Chicago U. Press. 2013). Se ha querido definir la pseudociencia en términos de aquello que no se adecua a los valores
epistémicos compartidos por los miembros de la comunidad científica. Pero no
existen tales valores compartidos,
como paradigmáticamente muestra el caso de status de la teoría psicoanalítica
de Freud. Para algunos es un inmenso paso de la ciencia y para otros una pseudoteoría porque
incluye una pseudoentidad llamada "inconsciente".
[31])
Este resultado, demoledor para el evolucionismo porque se trata de tiempos que
van más allá de la edad del universo, fue obtenido con las más actuales
técnicas cristalográficas. Cfr. Ann Gauger & Douglas Axe, ʺThe evolutionary accessibility of
new enzyme functions: A case of study from the biotin pathwayʺ, Bio-Complexity, Vol. 2, n° 1 (2011):
1-17. Una descripción didáctica del procedimiento de medición en Douglas Axe, Undeniable (New York: Harper
One, 2016), 81-86.
[32])
El autor queda agradecido a los anónimos réferis de Philosophia por sus correcciones y sugerencias. Ambas cosas
ayudaron enormemente al mejoramiento de la versión inicial de este artículo.