2019, Segundo Semestre, vol. 54, n° 2, ISSNe 2314-1549 / ISSN 0556-5960
Instituto de Historia Americana y Argentina. Facultad de Filosofía y Letras Universidad Nacional de Cuyo.

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RESEÑAS

 

Diaz Araujo, Enrique: Año del cuarenta: La Argentina en la hora Norteamérica (El sino de Chaputepec). 2 tomos. Buenos Aires: Katejon. 2018. 784 páginas. ISBN978-987-29422-5-0

 

Omar Alonso Camacho

Instituto de Historia Americana y Argentina. Facultad de Filosofía y Letras-Universidad Nacional de Cuyo. Mendoza, Argentina. omarc2002ar@yahoo.com.ar


 

Según los politólogos norteamericanos David Singer y Melvin Small, la  Argentina era hacia 1940 el séptimo país más importante del mundo. Constituía una nación muy rica: concentraba un tercio de todo el comercio exterior sudamericano, tenía un producto bruto un 25% mayor que Brasil y poseía el 80% de las reservas en divisas y oro de América del Sur. Y si a ello se sumaba el lujo de contar con un porcentaje de alfabetismo superior a muchos países europeos y latinoamericanos, una población con un alto nivel cultural e idiomático, era lógico que varios ensayistas llegaron a afirmar que, de haber seguido así, la Argentina, hacia 1960, hubiera ocupado el cuarto lugar en el ranking  del ingreso per cápita del mundo.

¿Por qué Argentina se derrumbó y retrocedió abruptamente en el escalafón internacional?; ¿por qué no se cumplieron las expectativas de los economistas y comenzó la ruina nacional?; ¿qué pasó? Estas son las preguntas que se han hecho numerosos investigadores de diversas vertientes historiográficas. El historiador mendocino Enrique Díaz Araujo, no conforme totalmente con las respuestas dadas, se anima a revisar el tema desde la perspectiva de la Escuela Nacional de la Historia, fundada por Julio Irazusta.

El análisis lo hace entorno a la Presidencia de Ramón Castillo, una figura condenada al ostracismo historiográfico pues la mayoría de los autores se ha limitado a estudiar su política interna (fraude electoral, apoyo a la candidatura de Robustiano Patrón Costa) dejando de lado su política internacional. Un tema clave, sin embargo, porque Castillo resistió estoicamente la presión norteamericana para que la Argentina rompiera la neutralidad. Y lo hizo con tanta dignidad y rectitud que el autor concluye que su proceder, en coincidencia con el el sentir de la mayoría del pueblo argentino, antinazi y neutralista, fue similar (o superior) a la de Hipólito Yrigoyen. (T.II, 149, 174).

Después de repasar los aportes y falencias, en una especie de estado de cuestión del tema, de los ensayistas e historiadores que han trabajado esta etapa (entre otros, Uki Goñi, Carlos Escudé, Ronald C. Newton, Enrique Peltzer, Beatriz Figallo, Leandro Morgenfeld, Juan Pablo Zabala,Alberto Conil Paz y Gustavo Ferrari, Norma Lancioti y Andrea Llach, Llach y Gerchunoff, Mario Rapoport), el autor concluye que la mayoría de los ensayistas plantean un análisis referido a la época de 1930-1945, sin llegar a explicar el problema de la decadencia en forma integral. Se quedan en que esa decadencia fue por factores económicos como el abandonado el modelo agro-exportador, el no saber comprender que el poder mundial había pasado de Londres a Nueva York (como sí lo vio Brasil), o por la presión de los productores agrarios norteamericanos que se oponían a la competencia argentina, etc., y dejan de lado otros puntos que son centrales para comprender la crisis.  A su entender, estos fueron el apego a la Inglaterra de la decadencia y el ataque económico y político norteamericano que venía de muy lejos. Esta combinación fue letal para nuestro país, sobre todo por la inquina norteamericana (T.II, 159-160).

El autor dedica varios capítulos (del 2 al 9) para explicar por qué la inquina norteamericana provocó la ruina de la Argentina, que reside, a su entender, en la misión regeneracionista que se atribuían los norteamericanos a sí mismos, emanada de la expresión calvinista puritana american puritan of way life, que buscan imponer al resto de los países. Este punto, no tratado por los autores citados, es la razón por la que Díaz Araujo estima suficiente para presentar (un libro), con su propia identidad (T. I, 406). Eso lo lleva a estudiar el origen, la evolución y la repercusión en el mundo y en la Argentina del estilo de vida norteamericano democrático-calvinista. Como ellos creen que son la mano de Dios, que tienen la misión de liberar a la humanidad de la tiranía y castigar a aquellos que no los respetan, aplicaron ese mandato contra las naciones rebeldes, como la Argentina, que no acató la posición panamericana de los EEUU frente a la segunda guerra mundial. Ella pasó a ser un enemigo letal porque temían que su neutralidad podía ser imitada por otras naciones del continente y porque ponía en crisis la concepción de seguridad hemisférica bajo el paragua norteamericano.

Al mantener el Presidente Castillo una neutralidad sin claudicaciones, los EEUU no anduvieron con vueltas e iniciaron, a partir de 1942, una guerra no declarada en el campo diplomático, político, ideológico, económico y militar. El ataque abarcó desde acusaciones falsas (nunca demostradas, como lo han comprobado posteriormente numerosos historiadores) sobre la vinculación secreta que tenía nuestro gobierno con el Eje (incluso se señaló la posible creación de un cuarto Reich en América), hasta ataques económicos -tema bien desarrollado por Carlos Escudé- como el prohibir que la Argentina importara bienes esenciales para su economía (acero, petróleo, cubiertas, autos, locomotoras) y materiales para fabricar armas, y que sacara sus depósitos en oro depositados en los bancos norteamericanos. Posteriormente, la Argentina fue excluida del Plan Marshall, y Estados Unidos también presionó sobre varios países europeos para que no comercializaran con nuestro país. Finalmente, no conforme con la presión diplomática y económica, llegó al extremo de presionar a la Argentina con las armas, so pretexto de un peligro nazi hemisférico. Para ello, contó con el apoyo de Brasil y a Uruguay. En el primer país, preparó pistas de aviones y le cedió armas para equipar tres divisiones blindadas del ejército brasileño que debían estar preparada para la invasión nuestro territorio; mientras que en Uruguay ubicó barcos de guerra y aviones. Si la invasión no se concretó fue porque el gobierno de Farell-Perón se sometió a los requerimientos de los aliados (capítulos 40 al 43). Sin embargo, entre 1945 y 1949 la coerción norteamericana continuó por otros medios lo que demuestra que la causa no era un gobierno determinado ni un hipotético nazismo local. El fundamento (de su persistente ataque) residía en la dimensión de nuestro país, material y espiritual, que USA ansiaba demoler por cualquier medio.

Y si al boicot norteamericano se le suma el apego de la Argentina a la Inglaterra de la decadencia, se podrá comprender mejor las razones profundas que llevaron a la ruina de nuestra nación a partir de 1940. Para explicar cómo Gran Bretaña expolió a nuestro país durante décadas, el autor dedica otra gran parte del libro a la economía argentina y su relación con Gran Bretaña desde 1880 hasta 1929; detalla el Pacto Roca-Runciman y sus consecuencias; lo que sucedió con las libras bloqueadas y la compra de los ferrocarriles en 1948, etc. (capítulos 23, y 32 al 37).

El trabajo de Enrique Díaz Araujo es de una envergadura extraordinaria. Con un respaldo erudito fuera de común, deja cabalmente fundamentado que el apego a la Inglaterra decadente, sumado al ataque económico y político norteamericano, fue letal para Argentina. Y eso fueron las causas que no pueden dejar de lado para entender el inicio de su ruina.

Antes de cerrar este breve comentario, cabe hacer una acotación menor. El autor analiza diversas cuestiones que darían para hacer un nuevo libro sobre asuntos polémicos (le llama el cajón de sastre) de la historia contemporánea: la denominación de América Latina, los judíos y los alemanes, los judíos y su influencia en el gobierno yanqui, la diferencia entre antisemita o pro-semitas, Pearl Harbor; los crímenes de guerra; las bombas atómicas sobre Japón; Dresde; fascismo, nazismo y nacionalismo, la muerte de Hitler, las colonias alemanas en Misiones y en la Patagonia, etc. Sin duda, esos problemas históricos ayudan a comprender mejor el período estudiado, aunque al ser tratados minuciosamente, terminan por distraer al lector en la búsqueda por hilvanar la tesis central del libro.