Devenir-niñxs y el juego confabulatorio
Become-children and the confaulatory game
Darío
Peralta
Universidad
Nacional de General Sarmiento
cuadrosfilosoficos.1@gmail.com
Recibido: 15/04/2020
Aceptado: 19/06/2020
Palabras clave. Devenir-niño, Juego,
Acontecimiento, Confabulación, Educación.
Abstract. The present work exposes seven sections that
can be organized in three segments. The first one analyzes how the child's
presence is monitored and codified in the society of control. The second
focuses on the contributions made by both Guattari and Deleuze to understanding
the relationship between the child, psychoanalysis and capitalism. It is argued
that a new educational experience is only possible from the reflection of an
ontology of the minoritarian, since only on this plane does temporality unfold
as blocks of becoming. The overcoming of the infant's oedipal encodings through
his/her experimentation in the ocurse of playing is also considered. Only in
this way does the child's desire immediately turn to the social field. While in
the third and last segment philosopher Deleuze’s contributions in his first
books are reviewed. The relationship between becoming and the educational event
is analyzed. An attempt is made to think of the ideal game as a form of
conspiracy. Nietzsche's critique of nihilism is also analyzed as a necessary
step to understanding the relationship between innocence and the child's
existence. Such understanding is necessary for the implementation of that the
educational event as a conspiracy.
Keywords. Becoming-child, Playing, Event, Fabulation, Education.
El camello y el león son figuras del imaginario
nietzscheano aplicadas a comprender los caracteres del nihilismo pasivo y
reactivo respectivamente. Pero por qué el niño es una figura superior a las
anteriores, acaso apenas tiene fuerza y experiencia. El niño no carga con los
errores del pasado, es un comienzo nuevo, es un juego signado por lo espontáneo
y la inocencia (Nietzsche, 2003a, p. 38). Es por ello que el hombre cuando se
torna anticuario de su pasado se convierte en un camello, pero incluso quienes
desean negar esta tarea, ven al pasado como un paraíso perdido. No sin envidia
ven al “al niño que no tiene ningún pasado que negar y que, en feliz ceguedad,
se concentra en su juego, entre las vallas del pasado y del futuro” (Nietzsche,
2016 p. 21).
El niño antes
que un estadio del espíritu es un agenciamiento y una potenciación de la
máquina abstracta conducente a una nueva comprensión de la relación del juego,
la fabulación y la temporalidad.
El trabajo
se divide en siete apartados. (1) Se analiza cómo la presencia del niño es
vigilada y codificada en la sociedad de control. (2) Se estudia la relación del
niño, el psicoanálisis y el capitalismo. (3) Se reflexiona acerca de una
ontología de lo minoritario, y de la temporalidad como bloques de devenires.
(4) Se observa la relación entre el devenir del niño con el devenir
imperceptible. (5) Se analiza la relación entre el devenir y el acontecimiento
educativo. (6) Se presenta al juego ideal como una forma de confabulación. (7) Se
analiza la crítica nietzscheana al nihilismo como paso necesario para
comprender la relación entre la inocencia y la existencia del niño. Tal
comprensión resulta necesaria para la puesta en práctica de aquella
confabulación del acontecimiento educativo.
El objetivo
del presente trabajo es pensar una nueva experiencia educativa a partir de la
confabulación y del devenir-niño. La hipótesis es que la relación entre
confabular y devenir, como componentes internos del acontecimiento educativo,
tienen lugar a partir del concepto deleuziano de juego ideal.
Desde el
poder disciplinario se ha ejercido una violencia adulta sobre el cuerpo de los
niños, para convertirlo en un infante, en términos culturales, y en un menor,
en términos de jurisprudencia. El infante no es un dato de la naturaleza, antes
bien, es un constructo sociohistórico. Atravesado por el poder soberano, éste
le ha otorgado un estatuto legal, es decir, lo ha dotado de ciertos derechos,
los cuales lo conducen obligatoriamente a verse sujetado por toda una serie de
instituciones de encierro. Los niños son sometidos a conductas regulares de
docilidad, a exámenes familiares, escolares, pediátricos, inclusos religiosos.
A partir de estos mecanismos, se observará en cada uno la gestión de su
individualidad, según sus exámenes será clasificado y de ser necesario, hasta
puede ser considerado un caso.
Para
Deleuze, nos encontramos en una etapa histórica de transición desde las
sociedades disciplinarias hacia una nueva formación caracterizada como una
sociedad de control (Deleuze, 2002c, p. 192; Deleuze, 1987, p. 287). Vivimos en
la época de las crisis de las instituciones de encierro. En el campo educativo,
se destacan dos series de reformas. La primera, la educación escolarizada
comienza a ser suplementada por una formación permanente. La segunda, el mecanismo
disciplinante del examen es reencauzado por un control continuo. Se trata de
series relacionadas, que para los niños no sólo se observa en la apertura de
salas maternales, y otras instancias pre-escolares; sino también, en cada uno
de los niveles de escolarización se multiplican la oferta de materias
complementarias. El paradigma deja de ser la institución carcelaria, y pasa
a serlo el modelo empresarial, que fueron el núcleo de las reformas
neoliberales en las que se insistido en las últimas décadas a pesar de sus
evidentes y continuos fracasos. “Intentan hacernos creer en una reforma de la
escuela, cuando se trata de una liquidación” (Deleuze, 2002c, p. 193).
La lógica
del control se inclina por los procesos de individuación abierta e
ininterrumpida. Los niños padecen una súper-estimulación por medio de las
NTICs. Con ello se consolida la mercantilización del sistema escolar[1]. Es a partir de allí que las
conductas, deseos y creencias son formateadas bajo los parámetros de una identidad
consumidora.
Si el
control pasa por la dimensión de la información (un sistema de signo mayormente
iconográfico antes que alfanumérico), es porque el poder ha ponderado no sólo
las formas sino también su contenido. Su significado no es sólo ideológico,
sino que tiene efectos reales sobre las conductas[2]. Sea cual fuere el lenguaje usado,
nunca es meramente informativo o comunicacional, puesto que todo sistema
lingüístico es performativo. La máquina de enseñanza emite enunciados que no
sólo nos informan, nos imponen una orden, una consigna a cumplir[3].
En la
escuela, como institución disciplinaria, los niños entraban caracterizados como
seres sin luz, sin saberes y casi sin forma. Y de allí salían productos
terminados, el sujeto escolarizado, listo para pasar a otro centro reclusorio:
el cuartel militar o la fábrica. En cambio, en la actualidad nunca se acaban
los procesos de formación; es por ello que la difuminación de las identidades
es un problema intrínseco a los dispositivos de control. Por lo menos debemos
interrogarnos si las nuevas identidades y la teoría del género no son efectos
deducibles de la lógica del control social. Allí mismo se observa un proceso de
infantilización de los adultos (el empleado en su tiempo libre se entretiene
con juegos que antes sólo concernían al ámbito infantil, tales como los
videos-consolas de sobremesa o películas animadas)[4]. A la par, se advierte que la
infancia se ha acortado para los niños, en la medida que avanza rápidamente al
estadio de la pre-pubertad. Allí se encontrarán problemáticas tales como la
exposición de sus imágenes en las redes sociales, plausibles de entrar en
contacto con el mundo adulto.
Los formatos
de la enseñanza escolar disciplinaria pueden ser considerados como obsoletos
frente a los productos de las nuevas tecnologías. Y si las canciones y juegos
infantiles tradicionales quizás no hayan desaparecido corren en desventajas
frente a las innovaciones del mercado porque éstas son una exigencia interna al
consumismo propio del capitalismo tardío.
A lo que se
debe agregar que, en los tiempos que corren, signados por el aislamiento social
han emergido prácticas pedagógicas que en los países del Tercer mundo se
encontraban en un estadio de experimentación. Hoy se han convertidos casi en
los únicos mecanismos para sostener el derecho a la escolarización. Tanto los
docentes, como los estudiantes sortean estos cambios con enorme angustia, se
ven forzados a modificar lo que podríamos llamar el habitus del
aprendizaje y la enseñanza[5]. Un efecto inesperado de estas
alteraciones al que se debe prestar atención, es que las actividades tanto de
docentes como de sus estudiantes bien pueden reducirse a conductas puramente
burocratizadas. El escritorio de estudio se torna sin más en un buró, docentes
y estudiantes asumen el papel de oficinistas. La burocracia actúa según un
sistema arborescente del pensamiento. Allí las instituciones escolares devienen
en máquinas burocráticas paranoicas, donde la autoridad asciende a una Ley
trascendente e infranqueable. Y la tecnocracia se reintroduce en la educación
y, con ello, el trabajo segmentario (Deleuze y Guattari, 2004, p. 215) al
tiempo que se debilita la experimentación y la creatividad.
La crítica contra el psicoanálisis es que se
trata de un dominio de saber que todavía funciona con categoría metafísicas
tales como “identidad”. Peo la crítica también va dirigida contra el marxismo
porque todavía trabajaba con la categoría de “alienación”, y que todo el
trabajo consistiría en recuperar las propiedades que fueron enajenadas. Y
aunque el psicoanálisis llega a comprender que no se trata en la cura de
recuperar un viejo estado de salud, sino de construir uno nuevo. Pero los
coeficientes utilizados siguen siendo del orden de una distribución sedentaria
de propiedades. La conexión entre capitalismo y psicoanálisis es que el
tratamiento pretende generar una sedentariedad del tipo burguesa. El sistema
capitalista provoca todo tipo de alteraciones, o crisis o deformaciones en
dimensión tanto física como psíquica de las personas. Es por ello, que los
autores señalan que el capitalismo sólo avanza en la medida en que estropea sus
propias máquinas, y para decirlo burdamente, el gabinete psicoanalítico es un
taller mecánico que busca reequilibrar el estado psíquico, emocional y físico
del individuo para que éste puede volver a padecer la vorágine del sistema
vigente.
El Anti-Edipo
hace referencia al cuadro titulado: Boy with Machine, que muestra
a un niño que conecta sus máquinas deseantes con la gran máquina social (Deleuze,
y Guattari, 2005a, p. 16). También ocurre en el caso del autismo estudiado por
Bruno Bettelheim, donde el pequeño Joey es
caracterizado como un niño mecánico[6]. El deseo ya no se encuentra
determinado por la falta o la carencia, o el objeto “a”. El vínculo con la
madre, no se determina por la función materna, sino por una conexión entre un
objeto parcial (el seno) y un juego operacional múltiple (saborear, respirar,
alimentarse). Y respecto al juego señalan que: “Un niño no juega sólo a
papá-mamá” (Deleuze y Guattari, 2005a, p. 51), su imaginación se transporta a
figuras de cualquier esfera: un brujo, un cowboy, un ladrón, etc.
Cuando el
niño manifiesta un miedo sin importar a qué fenómeno real esté dirigido, el
psicoanálisis tiende a interpretarlo un síntoma de un temor más profundo. En
última instancia, el mayor miedo que debería tener todo niño es el temor a la
castración. La apertura al campo simbólico se alcanzaría con la superación de
Edipo, es decir, con la sublimación del deseo y transformación en pulsión de
energía no sexual. La castración realiza una escisión entre sujeto de enunciado
y de enunciación. En el gabinete, el niño es el sujeto del enunciado, pero el
analista es quien otorga sentido a la enunciación. En la escuela, “el niño, en
sus actividades de trabajo o de juego, se sitúa en relación con su educador
como sujeto del enunciado” mientras que este actúa “en cuanto sujeto de la
enunciación” (Deleuze, 2005 b, p. 349).
En rigor, en
todos los casos siempre es un adulto el que arruina un devenir-niño, conduce
las máquinas deseantes del niño a la territorialidad codificada del ámbito
familiar. En el caso, Pegan a un niño, un educador es quien amedrenta a
varios pequeños. Pero se lo interpreta como una fantasía sádico-voyerista,
donde el maestro debería ser el padre, y la niña justifica su placer ya sea por
el amor hacia su progenitor o por la competencia con su hermanito (Freud, 1992,
182). El adulto edipizado es el único que puede detener y reterritorializar el
devenir no sólo en la figura de un niño, sino también en su propio cuerpo. Con
la edipización del niño, la producción deseante es aplastada por un teatro
trágico e intimista que nos conduce a la representación y simbolización del
inconsciente. De ello también se deduce que el clivaje no viene a reprimir el
deseo por la Madre, ni a instaurar el nombre del Padre, lo que viene a
cuestionar es la relación del niño con el juego. La distribución sedentaria del
tipo burguesa implica el ordenamiento familiar de la conducta y es por ello que
se coarta el devenir-niño.
En cambio, para estos autores, el niño, desde
su más tierna infancia, se abre a un juego de conexiones con objetos parciales
que se conectan a su cuerpo, y dichas relaciones son las que comienzan a
funcionar como máquinas deseantes. Sus primeras experiencias acerca del acto de
vivir se cifran a partir de estas conexiones. Cuando el niño va creciendo y se
interesa por su genealogía, esto curiosamente sólo lo hace cuando aprende a
contar (a enumerar) al punto que la historia se vuelve un juego matemático. “En
sus juegos (…) [se] coloca al deseo en relación inmediata con una realidad
histórica y social” (Deleuze y Guattari, 2005, p. 182).
Sin dudas, el padre y la madre intervienen en el juego, unas veces como agentes
productivos y otras como agentes de la anti-producción. Pero el niño sólo toma
de ellos, las piezas o engranajes que necesita para volcar, a partir del juego,
su deseo sobre el campo social. “¿hemos visto jugar a un niño: cómo puebla las
máquinas sociales técnicas con sus máquinas deseantes (…)?” (Deleuze, y
Guattari, 2005, p. 307).
El
recuerdo en el psicoanálisis siempre recoge una imagen de la infancia, cuya
comprensión del deseo pasa necesariamente por un lineamiento general del orden
familiar. En Kafka, este recuerdo siempre viene provocado por el enfoque de un
retrato y en ocasiones se encuentra ligado al gesto de una cabeza agachada.
Ambos componentes (enfoque y gesto) forman un bloqueo familiar del deseo. Este
bloqueo bien puede ser explicado por el psicoanálisis. Allí, el presupuesto
analítico es que el trauma infantil se descomprimiría con el reconocimiento de
un recuerdo edípico. En cambio, para Deleuze y Guattari, el recuerdo es un
dispositivo que paraliza la producción deseante y sus conexiones rizomáticas.
La inversión del trauma, propuesta por los
autores, estriba en la configuración de un bloque de infancia que conecta con
una pluralidad de imágenes donde los adultos actúan como niños. Donde también
aparece una inversión gestual, manifiesta en la cabeza erguida. Y lo
fundamental es que estos elementos atraviesan un devenir musical. Puesto que
las expresiones preceden y arrastran los contenidos hacia nuevas
desterritorializaciones y nuevas experimentaciones del deseo. En varios textos
kafkianos se observan estas indicaciones, aunque se observan casi todas ellas
en El Castillo[7].
El bloque de infancia es un proceso donde se
despliega distintos juegos con el tiempo que permiten liberar el deseo, y
“hacer que se multipliquen sus conexiones” (Deleuze y Guattari, 2002b, p. 119).
En el recuerdo edípico, el deseo queda prendido del triángulo familiar.
Mientras que, en el bloque de infancia, el deseo se conecta con trabajadores,
amigos, juegos, distintos contenidos no familiares. Lo cierto es que en este
análisis deleuziano, no hay un componente de infraestructura, (independiente, trascendente)
que venga a actuar mecánicamente en su determinación sobre la psique del niño.
Antes bien, hay un bloque histórico que permite comprender las conexiones del
deseo del niño con su entorno socio-cultural.
La máquina kafkiana busca abandonar el encuadre
edípico por medio de un deslizamiento perverso con el objetivo de
transformar el retrato familiar en un mapa con ordenadas geo-históricas (Deleuze y Guattari, 2002b, p. 17). Del rostro del padre se hace una
gigantografía donde se trazan las batallas de los grandes estados, pero también
tensiones entre los grupos étnicos y sus solidaridades internas. Se trata de
una amplificación cómica de Edipo, los autores lo expresan en los siguientes
términos, en extenso: “No hay niño que sea incapaz de saber esto: todos los
niños tienen un mapa geográfico y político de contornos difusos, móviles (…) no
hay niño que no construya o que no sienta estas líneas de fuga, estos devenires
animales” (Deleuze y Guattari, 2002b, p. 21).
Los triángulos de empleado, policía, jueces,
que se repiten en las novelas de Kafka no vienen a ocupar el nombre del padre,
sino que ellas mismas reprimen y codifican el deseo. La neurosis del niño no es
un producto del complejo de Edipo, sino que es un producto cultural. En todo
caso, el padre sólo es caja de resonancia de aquellas voces de autoridad. La
represión paterna es ya una repetición de la represión social.
El juego educativo se agita desde un
devenir-niño hasta un devenir imperceptible. Sólo así la escuela puede erigirse
como máquina de guerra. La enseñanza de la filosofía en la escuela podría
configurar una nueva afectividad desconectada ya de los flujos capitalistas.
“El spinozismo es el devenir-niño del filósofo (Deleuze y Guattari, 2004, p. 206).
Allí se atienden a las composiciones intensivas de los cuerpos. El niño sólo
percibe los movimientos o el reposo, la velocidad o la lentitud no de un
individuo, sino de las multiplicidades. El efecto subjetivo de dichas
percepciones son ya un afecto. Sólo se puede percibir, cuando se es parte de un
campo de acción, es decir, cuando ese campo se transforma en un devenir. Lo
relevante es comprender cómo se generan encuentros afectivos para componer un
cuerpo más potente. El juego educativo pretende generar encuentros afectivos,
pero el vínculo no debe tener límites prestablecidos. El mismo juego involucra
el diseño de una cartografía de las afectividades que se mueven según grados
intensivos. En este juego, la operatoria del niño no es representativa, sino
que procura encuentros para aumentar su potencia de actuar.
“Cantar o
componer, pintar, escribir no tienen quizá otra finalidad: desencadenar esos devenires”
(Deleuze y Guattari, 2004, p.274). En los juegos infantiles, el devenir-niño es
atravesado por la música. Con ello se logra una escenificación por medios de
las rondas, en sus estribillos. Se experimentan cambios de velocidad, y
momentáneamente se cede el turno a otros jugadores. Ello ocurre seguido de
nuevos intervalos de aceleración. Piénsese, por ejemplo, en el reposo de la
mancha congelada o en la aceleración de saltar la soga. “El devenir es el
proceso del deseo” (Deleuze y Guattari, 2004, p.275). En el juego se proyecta
una zona de entorno donde se entremezclan partículas o moléculas de distintos
cuerpos que establecen relaciones y esas co-presencias resultan independientes
de los jugadores individuados.
En los
juegos es posible que el niño entre en un devenir-animal que no consiste en
imitar, o en trazar analogías. Al niño no le interesa la sustancia o
esencialidad del animal, y por ello mismo, comprende el evolucionismo mucho
antes que el adulto. El niño, en el devenir-animal, coloca partes de su cuerpo en
conexión con ciertos objetos parciales del animal (cierto rasgo conductual, sus
movimientos, sus afecciones) para crear algo común: una zona de indiscernibles,
de indeterminación y de incertidumbre. En esa zona es donde emerge el cuerpo
sin órganos.
En el juego
se conduce desde lo molecular hacia lo imperceptible, con el fin de sostener
una política de resistencia contra los cuadrantes de la vigilancia escolar. Por
supuesto que la disciplina nos tienta con su propio y nocivo juego de miradas
de los vigilantes. Pero a ello, se opone aquel principio de incertidumbre si
aquello que registra en sus observaciones se encuadre en las alteraciones de
las reglamentaciones escolares, que sea vivido como una anormalidad pero que no
pueda ser explicado como tal. Pequeñas resistencias contra el enorme poder del
panóptico que permita ya inocularnos del sentimiento de vigilancia constante.
Frente a impávido impulso de introyección de ser nuestros propios celadores
responder con un sano “prefiero que no”. Y sostener dicha preferencia como el
estribillo de un ritornello.
La tentación
de fugarse y traspasar los límites de la imagen formal del pensamiento es algo
impropio de una niña. A la vez, nos revela la conexión entre el lenguaje y el
inconsciente. Por lo tanto, (he aquí nuestra primera paradoja) ya no se aludirá
a “niña” o “niño” en sus concepciones sustancialistas. La esencia moral del
lenguaje pretende dotarnos de límites conceptuales. Pero el lenguaje también
puede traspasar estas fronteras. Allí constatamos que Alicia “se vuelve mayor
de lo que era, y que se hace más pequeña de lo que se vuelve” (Deleuze, 1994, p.25).
Todo ello, nos coloca en un devenir, que en su proliferación es posible de ser
denominado como devenir-niña, devenir-infantil o lo que aquí preferimos:
devenir-Alicia. En la máquina literaria de Carroll, su Alicia no se presenta
como un modelo, antes bien, es un proceso de experimentación. Mientras que el
hombre adulto, no podrá jamás franquear los límites de la Ley[8].
La
meditación metódica hace del hombre un sujeto profundo, demasiado
profundo para experimentar el devenir-niña de Alicia. La educación como
acontecimiento se expresa en el devenir-niña, desde su papel inventivo, en la
medida que aprende siempre de un modo distinto: “del revés, del derecho, por
encima, por debajo, pero nunca a «fondo»” (Deleuze, 1994, p. 34). La superficie
plana es el ethos del discurso (Carroll, 1874), donde el conocimiento y
el lenguaje ya no son representados como una transmisión de información y
habilidades culturales. Por el contrario, al expresar su carácter [ethos],
el pensamiento emerge como problematización.
Es por ello
que no se trata de buscar un método, sino de repensar la cultura en su
devenir-activo como “paideia” (Deleuze, 2002a, p. 141). Sólo entonces la
educación consistiría en buscar las fuerzas que nos permitan violentar el
pensamiento. Tampoco se trata del ideal délfico de conocerse a sí mismo, ya que
allí el socratismo ha representado a ese “sí mismo” como una esencia metafísica
(ὑποκείμενον). No se trata de un amor por la
sabiduría, sino de generar una inquietud, allí algo nos arrebata la paz y nos
obliga a pensar.
La educación
problemática emerge desde la paradójica provocación de un pensar involuntario.
La imagen que la caverna platónica proyecta sobre el acto de educar parece ir
en esta dirección. Es el mismísimo Platón quién nos advierte que la percepción
puede generar dos tipos opuestas de acciones. Una vez, puede conducirnos al
apaciguamiento de cualquier examen intelectual; la otra, a una situación de
inquietud[9]. Esa
inquietud aguijonea nuestro pensamiento. Y es por ello, que la educación ha de
inclinarse a “la contingencia de un encuentro con lo que obliga pensar”
(Deleuze, 1988, pp.236/244). El príncipe Hamlet, ante el encuentro con la
figura fantasmal de su padre conduce su pensamiento hasta un límite que roza
con la locura. El príncipe llega a gritar: “el tiempo está fuera de sus goznes”[10]. Acaece
allí el dislocamiento del sentido común, la ruptura con la doxa. Vivimos junto
con Hamlet, un tiempo descoyuntado. La comprensión del tiempo será importante
para entender la relación entre el devenir-niño con la educación caracterizada
como un acontecimiento que conjuga la confabulación y la contra-efectuación, es
decir, un ataque directo al estado de cosas dominante.
El
devenir-niñxs o devenir-infantil se diferencia del “estado infantil”. Puesto
que, en este último, el hombre persiste en una mentalidad dogmática. Allí se
cree que, en el acto de educar, “el maestro plantea un problema y es nuestra
tarea resolverla” (Deleuze, 1988, p. 263). Esta forma de entender el problema
viene determinada por la condición de posibilidad de recibir una solución.
Incluso la conmoción desaparecería frente al éxito resolutivo. No obstante,
Deleuze propone redefinir a la “idea” como expresión problematizadora del
pensamiento. En cuanto que tal se enuncia como insistencia en todo acto de
pensar. Y en el campo simbólico, las ideas se expresan como signos. Pero el
acto de aprender no radica en interpretar estos signos, sino en experimentar la
escenificación dramática de las ideas como problemáticas.
Lo cierto es
que la filosofía deleuziana nos ofrece la oportunidad de poner en relación el
aprendizaje y la enseñanza con el pensamiento problemático. Aprender es un acto
subjetivo operado frente a la objetividad del problema-idea (Deleuze, 1988, p.
272). En la escenificación dramática, las ideas-problemas se despliegan como
multiplicidades de relaciones y singularidades correlativas. Aprender radica en
penetrar en esas relaciones y esas correspondencias. Por ejemplo: el problema
de aprender a nadar. Se trata de un encuentro entre dos grandes cuerpos: el mar
y un ser humano. Allí se forjarán relaciones variables entre puntos singulares
de ambos cuerpos. A medida que varíen las condiciones de las corrientes
marinas, ello tendrá como efecto una nueva correlación con el cuerpo del
nadador. En todo pensamiento problemático se producirá una serie de puntos
relevantes, según una determinada inquietud en un campo de acción específico.
Desde el pensamiento filosófico se nos impulsa a crear conceptos, y así como el
nadador, “No hay otro modo de aprender el movimiento del concepto que
lanzándose al concepto” (Gallo, 2010, p. 16).
Las primeras
reflexiones deleuzianas sobre la educación se observan en su estudio sobre
Proust[11]. Se
considera que el aprendizaje implica un desprenderse de viejas y falsas
ilusiones. El acto de recordar es intrínseco del acto de aprender, aunque no se
busca una fundamentación en el pasado, sino que se efectúa y se enfoca hacia el
futuro. El aprendizaje del tiempo concierne a las disposiciones de los signos.
En la novela de Proust cada mundo se constituye como un sistema de signos. El
aprendizaje tiene la tarea de comprender por qué alguien es aceptado en un
determinado mundo en un momento específico, pero en otro instante puede ese
mismo alguien ser rechazado o expulsado (Deleuze, 1995, p. 14).
El análisis
deleuziano parece ejecutarse en términos semióticos, pero nunca abandona su
perfil filosófico. El signo prorrumpe como una mónada, o unidad mínima del
campo simbólico. Despliega el sentido del mundo desde una determinada
perspectiva e implica todos los sentidos posibles de ese mundo. Ello es posible
incluso cuando el niño juega y parece perder el tiempo. Y esto no sólo porque
por medio de la reminiscencia el tiempo puede ser recobrado, sino porque en el
juego el niño aprende la significación dramática de los signos. Ese aprendizaje
está más allá de una asimilación de contenidos objetivos. En el modelo
dogmático del aprendizaje se prohíbe perder el tiempo. Cuando alguien se
pregunta: ¿cómo un escolar ha aprendido un determinado saber? Debemos
preguntarnos: ¿cómo los signos nos han servido para ese aprendizaje? Se trata
de un proceso de experimentación semiológica. Experimentar la violencia con la
que se despliega el signo en nuestro mundo. Sólo entonces, el pensamiento se
encuentra en la obligación de buscar un sentido ¿Quién buscaría la verdad si
antes no hubiese experimentado el sufrimiento de una mentira? (Deleuze, 1995,
p. 33).
El
acontecimiento libera el espacio para una nueva y original distribución de las
singularidades. Una singularidad no se opone a una individuación personal o
colectiva, sino que se diferencia de los puntos ordinarios. La fuerza que
dinamizan las singularidades, atraviesa los puntos ordinarios hasta llegar a
sus extremos por medio de instancias paradójicas. (Deleuze, 1994, p. 73). Por
ello es que la educación como acontecimiento debe comprender al sujeto no en
tanto que el producto de un proceso de individuación, sino como la comunicación
entre singularidades (entre multiplicidades) que entran en relaciones
inestables e infinitamente variables.
La educación
pensada como un campo problemático debe potenciar la discordancia con la imagen
tradicional del sistema escolar. Entendida ésta última como una herramienta
para la reproducción de las desigualdades y como una máquina disciplinante.
Frente a eso será necesario pensar la escuela como un lugar para suscitar un
pensamiento crítico y como instancia de una política verdaderamente
democrática. El acontecimiento educativo prorrumpe contra el estado de cosas.
Al oponerse al presente, en realidad deja de lado el tiempo cronológico. Y se
conecta con la comprensión de otra temporalidad expuesta en la figura del Aion.
Con ello, se logra una verdadera inversión del platonismo ya que se alcanza a
destruir las esencias para convocar a los acontecimientos como lugar de
emergencia de las singularidades. El acontecimiento prorrumpe bajo la propiedad
de lo problemático, y sólo perdura en el tiempo en la medida que se sostiene
esta modalidad de pensamiento.
El acontecimiento educativo puede ser
entendido como un juego sólo a condición de no ser confundido con un simple
esparcimiento lúdico. El capitalismo tardío ha perfeccionado la industria del
entretenimiento con el objetivo de profundizar la alienación del hombre. En el
juego ideal es posible inventar juegos o transformar las reglas del juego ya
conocidos. Simplemente tomemos un ejemplo. Carroll nos invita a la
experimentación confabuladora de juegos ya conocidos como el croquet, el tenis,
el ajedrez o el juego de la carrera de conjurados. En este último podemos ver,
que aquello que nos convoca a jugar puede ser infinitamente heterogéneo y
variopinto. Alicia asciende a una nueva superficie tras nadar en el mar de sus
propias lágrimas. Se reúne en una comitiva con distintos animales que no paran
de discutir hasta que el Dodo realiza una moción. Afirma que “lo mejor para
secarse es hacer una carrera de conjurados” y lo mejor para explicarlo es
hacerlo. Trazar una circunferencia, allí cada uno se coloca donde desea, y comienza
a correr cuando cree que es oportuno. Aunque nadie sabe cuándo finalizará el
certamen. Y cuando se dio por terminado nadie sabía quién había ganado, aunque
todos estaban secos. “Ha ganado todo el mundo y todos merecen un premio”
(Carroll, 2003, p. 25).
Los juegos
ya conocidos contienen reglas categoriales que preexisten al ejercicio. De
estas reglas se derivan hipótesis de los posibles movimientos. El azar genera
una distribución numérica fija y las posibilidades se reducen conforme al
número de oportunidades tomadas. El azar genera resultados según las opciones
de la victoria o la derrota. Se trata de un juego parcial porque sólo ocupa una
parte ínfima de la vida de cada integrante. Estos juegos aparecen como
caricaturas del mundo del negocio, pero por el rigor de sus reglamentos se
logra apaciguar los efectos nocivos al capitalismo. La parcialidad de estos
juegos se presenta como una preparación lúdica a los ejercicios reales pero
futuros. Implica, además, un modelo moral qué define la distinción entre los
medios legales y las conductas desviadas.
Por el
contrario, el juego ideal es una máquina abstracta erigida contra la condición
actual del hombre unidimensional. Nos permite inventar mundos múltiples,
imaginar utopías, experimentar confabulaciones. El acontecimiento educativo es
un juego confabulatorio, que invierte las relaciones de poder con tan sólo
escuchar a cada cual en su singularidad: “Si los niños pudieran llegar a hacer
oír su s protestas, o incluso sus preguntas, en una Guardería, ello bastaría
para hacer estallar todo el sistema de enseñanza” (Deleuze, 2005b, p. 270). Se
da a lugar función fabuladora de los pobres, se trata de poblar el aula con el crear
un pueblo que falta, puesto que la educación es un acto inventivo. Y por ello,
el acto de fabulación crea el acontecimiento (Deleuze, 1987, p. 369).
Aunque por
su carácter ideal, el juego, persiste como una máquina abstracta, como “el
inconsciente del pensamiento puro” (Deleuze, 1994, p. 80). A pesar de ello, nos
posibilita pensar la línea del tiempo ya no en su proyección longitudinal con
un carácter infinito, si no como una línea infinitamente divisible (tal como
ocurre en la paradoja de Zenón). El tiempo cronológico genera segmentos fijos y
claramente diferenciables, donde es el presente el único determinante tanto del
pasado como del futuro. Y, de una manera totalmente diferente, el tiempo
también puede ser pensado como eterno retorno. Bajo esta forma, el pasado y el
futuro vendrían a cuestionar y limitar el potencial del tiempo presente,
entendido como el estado actual de dominación. Se expande un nuevo potencial
del tiempo presente, entendido ahora como el instante. Para Zaratustra, el
instante es un portal que une dos eternidades[12]. Para Walter
Benjamin, en la oscuridad del tiempo presente, el pasado relampaguea en el
instante de su cognoscibilidad[13]. Puesto
que el acontecimiento se expresa en el lenguaje del Aion, por medio de los
verboides (infinitivos, gerundios y participios). En Detrás del Espejo,
la Reina devine una muñeca, “correteando alegremente”. En esta relación entre
Alicia y la reina roja se entra en un devenir, signado por gerundios:
sacudiendo, empequeñeciendo, despertando (Carroll, 1981, pp. 93s.)
El lenguaje
del Aión expresa el sentido del acontecimiento, allí se afirma el devenir-niñxs
en su eterna inocencia, y se funde este devenir, por medio del juego con la
creatividad del artista[14]. Aunque
en la Lógica del sentido aparece Heracles como el sujeto que encarna el
acontecimiento, es necesario reconocer bajo esta figura una nueva idealidad
antropomórfica del superhombre, un representante del humano demasiado humano.
Tampoco es Zeus quién logra la contra efectuación, sino otro de sus hijos,
aquel destinado a asumir su trono. Dioniso es quién asume la temporalidad del
Aion. Pero para comprender la relación entre este dios y una
temporalidad inmanente es necesario revisar cómo Nietzsche supera la visión
moralista del sentido de la tierra.
Todo lo que hay de sufrimiento en la existencia ya es
interpretado como una condena, la esencia del alma humana es su criminalidad.
El delito radica en
transgredir el orden simbólico del mundo. Pero lo fundamental es el carácter
trascendente y apriorístico de la ley. Los relatos mitológicos sólo han podido
dibujar sus contornos. En todos los casos, la existencia es presentada cómo
desmesura (hybris). A la trascendencia de la ley le corresponde casi en
paralelo el apriorismo de la culpa, ningún ritual expiatorio puede borrar su
condición. El discurso judicial nos revela la estructura determinante del campo
simbólico. Allí se parte de la premisa (que ya no es una sospecha) de la
culpabilidad. La mitología se erige como un relato prejuicioso, sea ya por
medio del crimen prometeico o del pecado original. Incluso la primera
interpretación nietzscheana de la tragedia griega es concebida bajo esta misma
lógica de la expiación[15].
La
transmutación de todos los valores radica en la reinvención de una visión
dionisiaca del mundo bajo los parámetros de la inocencia y el juego. Es por
ello que la transmutación sólo es posible en la promoción del concepto del
devenir-niño. Así se comprende que “la inocencia es la verdad de lo múltiple” (Deleuze,
2002a, p. 34) y que la voluntad de poder es ante todo la expresión de una multiplicidad.
El carácter judicial se basaba en la seriedad intelectual y en la
interpretación de la ley. En cambio, el pasaje a la experimentación de la
existencia como un conjunto heteróclito de lineamientos y conexiones
divergentes entre las multiplicidades nos coloca en un devenir-niños. La
inocencia es la libre experimentación del juego[16].
Ser arrojado
en el mundo no es un mero existir, ya que implica la comprensión de la
existencia como un juego determinado por la inocencia. En la lectura
nietzscheana de Anaximandro, se comprende a este filósofo como el primer
nihilista. Puesto que huye frente a un mundo repleto de injusticias e
iniquidades y se recluye en una fortaleza metafísica desde donde se interroga:
¿para qué existir? Quién será capaz de liberarnos de la maldición del devenir (Nietzsche,
2003, p. 54). Frente a ello, se recurre a Heráclito que también reflexiona
sobre el papel ontológico de la justicia[17]. El filósofo
de Somos interpreta al devenir como afirmación ya que la existencia se expresa
como un juego dónde cada elemento parece negarse a sí mismo sólo para volcarse
continuamente hacia su contrario. Pero en rigor, el ser del devenir es aquello
que se presenta como antecedente a cualquier oposición, y sólo las
multiplicidades preceden a toda oposición entre lo múltiple y lo uno.
Afirmar el
devenir y el ser del devenir son dos momentos del juego. El sujeto de esta
distancia se presenta como una figura triforme: jugador, artista y niño. La
sentencia de Heráclito expresa: “El mundo es el juego del niño-Dios”. Este niño
juega a construir sobre su tablero el mundo. Aquí se revela como un artista al
punto de identificarse con su misma obra. La creación del mundo, por parte del
niño se manifiesta como un juego de experimentación y creatividad. Heráclito no
tienen ningún motivo para demostrar que este mundo fuera el mejor. Cuestión que
resulta central en la filosofía de Leibniz. El mundo es el resultado del juego
del Aion (Deleuze, 1994, p. 69).
La cultura
occidental, desde sus raíces hebraicas y griegas, configura un sentido de la
existencia determinado por la conexión entre la culpa y el castigo. El poder de
la imagen moral del mundo nos hunde en la depreciación de la existencia. Los
fenómenos nihilistas del castigo, la ley y la culpa, se duplican en los
sentimientos de responsabilidad, deuda impagable, mala conciencia y
resentimiento.
No obstante,
es espíritu de la pesadez es combatido por Deleuze a partir de la inocencia del
devenir-niñxs. En particular, las aventuras de Alicia nos llevan desde una
caída en la profundidad de una madriguera, hacia el contacto con singularidades
sin un espesor mayor que el de los naipes. Todo está sometido a trastocamientos,
por esto es posible festejar los no-cumpleaños. Alicia nos enseña la diferencia
radical entre los acontecimientos y las cosas. El devenir de Alicia consiste en
inventar palabras valijas, que entran en procesos de experimentación por medio
de contracciones. Esta proliferación lingüística tiene como correlato el
advenimiento de novedades tan inesperadas que conciernen al acontecimiento.
La tarea del
docente se sostiene en un precepto propiamente ético: no ser indigno del
acontecimiento. Ello concierne al acto del pensar problemático que implica un
desafío de enfrentar a las creencias consolidadas. Involucra también, el
adentrarnos al mundo de los signos para comprender el sentido del tiempo como
la determinación del acontecimiento. Querer el acontecimiento es luchar contra
la eterna imposibilidad de un mundo sin injusticias. Si el acontecimiento se ve
limitado por el estado de cosas efectuado la confabulación busca su liberación.
La
confabulación permite pensar prácticas educativas como experiencias de resistencias
contra los mecanismos de vigilancia disciplinaria y sus reformulaciones en los
dispositivos de control. Prácticas educativas para liberar el deseo del
encuadre representativo e interpretativo del psicoanálisis. Si el recuerdo
edípico genera una reterritorialización del infante, el bloque de infancia nos
conduce a un devenir-niño.
El devenir
es el fluir mismo del deseo, pero nada chorrea por sí mismo, sino que fluye al
entrar en síntesis que provocan la desterritorialización de esos elementos
conectados. El devenir nos coloca en una ontología menor y en un nominalismo
estricto. Algo ha sucedido, eso es el Acontecimiento como diferencia En la
opción por el devenir, lo que se rechaza es la metafísica del Ser. El devenir
del acontecimiento no es un Uno que antecede al Ser; por el contrario, es la
apertura de una nueva imagen del pensamiento signado por la multiplicidad y la
diferencia.
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[1] “Se
trata de una máquina manipuladora y controladora en funcionamiento constante,
cuyo rasgo central es la mercantilización de la información” (Arias Banegas,
2017, p. 131).
[2] “El
problema de la enseñanza no es un problema ideológico sino un problema de
organización del poder (…) El poder de la enseñanza primaria no es ninguna
tontería: se ejerce sobre los niños” (Deleuze, 2005b, 336).
[3] “La
máquina de enseñanza obligatoria no comunica informaciones, sino que impone al
niño coordenadas semióticas con todas las bases duales de la gramática (…) El
lenguaje ni siquiera está hecho para que se crea en él, sino para obedecer y
hacer que se obedezca” (Deleuze y Guattari, 2004, p. 81)
[4] “No
solamente se trata a los presos como a niños, sino a los niños como a presos.
Los niños padecen una infantilización que no es la suya” (Deleuze, 2005b, p.
270).
[5] “la
autoridad pedagógica implica el trabajo pedagógico como trabajo de inculcar que
tiene que durar
mucho para producir una formación durable, es decir, un
habitus producido por la interiorización de los principios de una arbitrariedad
cultural capaz de perpetuarse después de que haya cesado la autoridad pedagógica
y perpetuar, por lo tanto, en la práctica los principios de la arbitrariedad
interiorizados”
[6]
“Funcionaba como por control remoto, dirigido por las máquinas de su propia y
poderosa fantasía creadora” (Bettelheim,. 1987, p. 21). Ver también (Deleuze y
Guattari, 2005, p. 43).
[7] En el
primer capítulo, ve un retrato algo oscuro del alcalde, con su cabeza inclinada
sobre su pecho. Luego cuando sale a caminar, y entra en una casa, se observa
que en una cubeta de madera dos hombres se está bañando. “los hombres en el
baño pataleaban y se daban la vuelta, los niños querían acercarse a ellos, pero
eran rechazados una y otra vez por chorros de agua” (Kafka, 1999, p. 56) En el
capítulo XIII, el protagonista que vive en la escuela se ve sorprendido en su
habitación por un niño llamado Hans. “Por cuenta propia, se había escabullido
de su clase como un desertor. Por un momento, “parecía que Hans era el maestro,
como si examinase y juzgase las respuestas; una ligera sonrisa en su rostro
parecía indicar que sabía muy bien que sólo se trataba de un juego (…), aunque
quizá no era una sonrisa lo que se reflejaba en sus labios, sino la felicidad
de la niñez” (Kafka, 1999, p. 140).
[8] En
el relato kafkiano, el guardián no le permite la entrada. Se ríe del Hombre y
le interroga por qué no intenta entrar a pesar de la prohibición (Kafka, 2006,
p. 130). Acaso ¿en tal encrucijada se encuentra hoy mismo todo hombre ante el
aislamiento social que imponen los Estados?
[9] “Te
mostraré, si miras bien, que algunos de los objetos de las percepciones no
incitan a la inteligencia al examen, por haber sido juzgados suficientemente
por la percepción, mientras otros sin du da la estimulan a examinar, al no
ofrecer la percepción nada que sea digno de confianza.” [532 b] (Platón, 1988,
p. 350)
La imagen dogmática del pensamiento recién podemos verla
consolidada en la frase: “Todos los hombres por naturaleza desean conocer”
(Aristóteles, 2000, p. 119).
[10] “The time is out of joint. O cursèd
spite, /That ever I was born to set it right” [Act.I.esc.5. v 190s]. (Shakespeare,
2005: 238).
[11] En
una publicación anterior ya había analizado algunos principios pedagógicos de
Rousseau: una educación familiar fracasa cuando el niño sea arroga el derecho
de que los demás lo obedezcan (Eloísa V, carta III). Jamás se debe acercas las
cosas al niño, sino que este se esfuerce para llegar hasta ellas. (Deleuze,
2005b, p. 75).
[12] “Esa larga calle hacia atrás: dura
una eternidad. Y esa larga calle hacia a delante - es otra eternidad”
(Nietzsche, 2003a: 230).
[13] “Al pasado sólo puede retenérsele en
cuanto imagen que relampaguea, para nunca más ser vista, en su instante de
cognoscibilidad” (Benjamin, 1989, p. 180).
[14] “Un
regenerarse y un perecer, un construir y destruir sin justificación moral
alguna, sumidos en eterna e intacta inocencia, sólo caben en este mundo en el
juego del artista y en el del niño. Y así, del mismo modo que juega el artista
y juega el niño, lo hace el fuego, siempre vivo y eterno; también él construye
y destruye inocentemente; y ese juego lo juega el Aión consigo mismo” (Nietzsche,
2003b, p. 68)
[15]
“Las orgías dionisíacas de los griegos tienen el significado de festividades de
redención del mundo y de días de transfiguración (Nietzsche, 1998, p. 49). Para
una comparación entre el mito prometeico y el mito hebraico (Nietzsche, 1998,
p. 92).
[16] “La
inocencia es el juego de la existencia, de la fuerza y de la voluntad” (Deleuze,
2002ª, p. 35). “Cuando se atribuye a Dios o la naturaleza la responsabilidad de
nuestra existencia, estropeamos la inocencia del devenir” (Nietzsche, 2000, p.
376).
[17] En
su relación con el Logos y con las Erinias fr. B94 y con la guerra y la
discordia fr. B80. (Mondolfo, 1983, pp. 40-42). “Esa lucha de lo diferente
propiamente dicha es la justicia” (Nietzsche, 2003, p. 63)