El cuerpo en disputa. Arte y aprendizaje en Gilles Deleuze
The body in dispute. Art and learning
in Gilles Deleuze
Fabián Videla
Universidad de Valparaíso
fabianvidela.z@gmail.com
Recibido: 15/04/2020
Aceptado: 15/07/2020
Resumen.
El presente ensayo inscribe ciertas nociones deleuzianas que nos permiten
tensionar el registro discursivo de la educación estética. Sostendremos que la
noción de cuerpo presente en Deluze, precisamente, disuelve el moderno vínculo
arte y educación. En la medida que nos permite concebir el cuerpo sin un
principio autocentrado y jerarquizado. Considerando lo anterior, podemos
sostener a idea de una enseñanza artística ―o
si se prefiere experimentación, influenciada por el pensamiento deleuziano, que
opere en el encuentro de los cuerpos y las afecciones. La cual tendría de base
el siguiente valor pedagógico: la recomposición de territorios existenciales en
nuestras sociedades compenetradas por flujos capitalistas.
Palabras
clave. Cuerpo, Arte, Educación estética, Gilles Deleuze, Experimentación.
Abstract.
This essay inscribes certain deleuzian notions that allow us to tension the
discursive register of aesthetic education. We will argue that the notion of
corporeality present in Deluze precisely dissolves the modern link between art
and education. As it allows to conceive corporeality without a self-centered
and hierarchical principle. Considering the above, we can support the idea of
an artistic education - or if one prefers experimentation, influenced by
Deleuzian thought, which operates in the encounter of bodies and affections.
This would have the following pedagogical value: the recomposition of
existential territories in our societies penetrated by capitalist flows.
Keywords.
Body, Art, Aesthetic education, Gilles Deleuze, Experimentation.
El cuerpo, entre la disciplina y la resistencia, constituye
un escenario en que convergen múltiples discursividades y alienaciones. No hay
cuerpo desprovisto de una carga discursiva que lo constituya: que no sea
modelado sensorial y perceptivamente. Tampoco existe pensamiento
completamente desprovisto de cuerpo, es decir, la concepción de una remota
posibilidad emancipada de toda experiencia sensible. Dicho de otro modo, la
existencia de una práctica discursiva que no se conforme en la legitimidad de
una autoridad sobre la vida y la continua estratificación, captura y saturación
de los cuerpos. Athena Athanasiou, en su conversación Desposeción: lo perfomativo en lo político (2013) con Judith Butler , ilustra el
diagnóstico de este enmarañamiento entre el discurso y el cuerpo del siguiente
modo: “En general, la desposesión habla acerca de cómo los cuerpos humanos se
materializan o desmaterializan a través de las historias de esclavitud,
colonización, apartheid, alienación capitalista, inmigración y asilo político,
multiculturalismo liberal poscolonial, normatividad genética y sexual,
gubernamentalizad securitaria y razón humanitaria” (Athanadiou y Butler, 2017,
p. 25). Diagnóstico al que Butler posteriormente agregará el invariable flujo
del cuerpo entre la disciplina y la resistencia, el control y las lógicas de
emancipación:
Pero, similarmente, cuando los actos de resistencia suceden en
un puesto de control, cuando los cuerpos se muestran o se mueven de maneras que
no están permitidas. O cuando se forman comunidades en cualquiera de los lados
establecidos por el puestos de control y en su propia existencia limitan o
contrarrestan las prácticas militares allí supuestas, un tipo particular de
presencia tiene lugar. (Athanadiou y Butler, 2017, p. 29)
Los cuerpos son infinitamente asediados por instancias macro
y micro políticas, sin embargo, siempre habrán cuerpos en resistencia; cuerpos
desposeídos que agencian la posibilidad de una “política performativa”. Un
cuerpo que ha rebasado su carga semántica, posicionándose como proceso de
interrupción: un no-lugar que, precisamente, da lugar performativamente a su
lugar. Por lo tanto, los tránsitos, transformaciones y mecanismos de los
cuerpos se inscriben en el centro del debate; al menos gran parte del
pensamiento estético contemporáneo admite como un punto de partida dicha
evidencia. Para ayudarnos a ahondar en dicha descripción, podemos recurrir a la
impronta del cuerpo como grado cero del
mundo que elabora Michel Foucault en El
cuerpo utópico:
Mi cuerpo, de hecho, está siempre en otra parte, vinculado con
todos los allá que hay en el mundo; y, a decir verdad, está en otro lugar que
no es precisamente el mundo, pues es alrededor de él que están dispuestas las
cosas; es en relación a él, como si se tratara de un soberano, que hay un
arriba, un abajo, una derecha, una izquierda, un delante, un detrás, un cerca y
un lejos: el cuerpo es el punto cero del mundo, allí donde los caminos y los
espacios se encuentran. (Foucault, 2010, p. 16)
A lo cual, posteriormente, agregará:
El cuerpo no está en
ninguna parte: está en el corazón del mundo, en ese pequeño núcleo utópico a
partir del cual sueño, hablo, avanzo, percibo las cosas en su lugar, y también
las niego en virtud del poder indefinido de las utopías que imagina. (Foucault,
2010, p. 17)
En efecto, artistas visuales, coreógrafos, cineastas,
directores de teatro y educadores todos ellos, considerando dicho grado cero corporal, trabajan desde la
evidencia del cuerpo y la multiplicidad de un registro de discursividades,
creando sentido para habitar y dar espacio a los cuerpos. El modo en que se
experimenta y establecen procesos de aprendizajes en las experiencias artísticas
no es la excepción, no obstante, la educación estética ha mantenido un discurso
compenetrado por la naturaleza epistemológica de sus procesos constitutivos: un
cuerpo que se intenta sintetizar en su unidad, en la ley heterogénea de una
representación total. Ahora bien, el concepto de educación estética tiene sus
orígenes en el ámbito de la ilustración tardía y el pre-romanticismo alemán,
con el dramaturgo alemán Friedrich Schiller. La formulación más elaborada de
esta intuición la encontramos en las Cartas
sobre la educación estética del hombre, donde se desarrollan planteamientos
de la estética kantiana comprendiendo una función social del arte:
La ilustración del entendimiento sólo merece respeto si se
refleja en el carácter, pero con eso no basta: surge también, en cierto modo,
de ese mismo carácter, porque el camino hacia el intelecto lo abre el corazón.
La necesidad más apremiante de la época es, pues, la educación de la sensibilidad.
(Schiller, 1990, p. 171)
En este sentido, Schiller anticipa el malestar cultural
propio a la modernidad, desarrollando la importancia de la dimensión estética
para recuperar el valor de la libertad y emancipación del sujeto. Su ideario
educativo busca dentro de la experiencia estética un ennoblecimiento del espíritu
humano, el cual supere la enajenación en el individuo respecto a las leyes de
producción y trabajo que rigen el funcionamiento de la sociedad burguesa. El
ideario de belleza kantiano producto del libre juego de las facultades para
Schiller conforma la única vía para la emancipación “porque es a través de la belleza como se llega a la libertad”
(Schiller, 1990, p. 121).
Enunciado lo anterior, no podemos dejar de formular una serie
de interrogantes que determinan la relación del cuerpo con el mundo ¿cómo considerar
las percepciones sensoriales y las experiencias afectivas en el discurso de a
educación estética? ¿En qué medida el cuerpo transita por otras afecciones que
dan cuenta de un más allá a la simple referencialidad de la discursividad en
que habita? Para David Le Breton la educación de los sentidos, del cuerpo y la
experiencia sensible juega un rol fundamental en la educación estética:
La enseñanza del maestro de sentido reside en una relación con
el mundo, en una actitud moral más que una colección de verdades envueltas en
un contenido inmutable; apunta a una verdad particular que el alumno descubre
en sí mismo. La finalidad no es la adquisición de una cantidad de saber, sino
la indicación de un saber-ser: un saber-sentir, un saber-degustar el mundo, etc.,
una apertura del sentido y de los sentidos en la cual el alumno mismo se convierte
en artesano. (Breton, 2010, p. 29)
En los márgenes de dicho diagnóstico que hilvana el cuerpo y
la educación nace la tentativa de romper con todo esquema de fenomenología
presente en la educación corporal. Esa búsqueda donde le pensamiento se pierde
y el cuerpo se deshace: “Hay que poder ya no pensar para construir un nuevo
campo del pensamiento, ya no poder hablar para abrir otro horizonte del
lenguaje, no poseer cuerpo para vivir el estado de un cuerpo sin órganos”
(Margel, 2016, p. 11). En el presente ensayo se sostendrá que la noción de
cuerpo en Gilles Deleuze[1]
nos permite comprender el lugar de la educación estética como un libre
encuentro de cuerpos y afecciones. En Deleuze el cuerpo actúa sin un principio
jerárquico, de ello se deduce que no existe separación alguna entre el
pensamiento y el cuerpo. Por ello, siguiendo a la filósofa y comentarista de
Deleuze Anne-Sauvagnaegues: “ni el cuerpo orgánico ni la unidad del sujeto
pueden ser previos al proceso de individualización” (Sauvagnaegues, 2006, p.
98). Conceptualización del cuerpo que nos permitirá adentrarnos a una
experimentación estética no territorializada ni sobre-codificada por lo social.
Paralelamente, se propondrá dar cuenta de los alcances y
procedimientos de un pensamiento estético en Deleuze dentro de lo que
denominaremos una estética intensiva.
La cual tendrá como principal característica cartografiar aquel límite a-representacional latente en las diversas
expresiones artísticas. Aquí, la sensibilidad no guardaría relación con el
orden de las representaciones sino más bien con la experimentación activa de
aquella potencia del dejarse afectar. Será por tanto un discurso estético
destinado a diagnosticar el sistema de diferencias propio del ser sensible. En
dicho contexto, se sostendrá la existencia un problema común, para Deleuze, que
atraviesa por igual a todas las artes y determina profundamente su pensamiento
estético: la captación de fuerzas por
parte del arte.
El arte se define como un ser sensible, en tal sentido, lo
único que realmente importa para el discurso estético en Deleuze será la
experimentación de sus fuerzas contenidas y potencias afectivas; concluiremos
que desde aquel lugar debe comprenderse todo correlato entre el arte y la
educación elaborado según el pensamiento deleuziano.
El paralelismo entre cuerpo y discurso, mencionado
anteriormente, se hace patente en la estética deleuziana en tanto que el cuerpo
y lenguaje conformar aquella territorialidad que permite experimentar las
potencias afectivas en dirección al límite
intensivo más allá de la distribución jerárquica de sus órganos
compositivos. A modo de ejemplo, refiriéndose a aquel hilvanado intersticial
entre cuerpo y lenguaje, comentando la obra de Klossowski, Deleuze sostendrá
que:
El cuerpo cubre o encubre un lenguaje escondido; el lenguaje
forma un cuerpo glorioso. La argumentación más abstracta es una mímica; pero la
pantomima de los cuerpos es un encadenamiento de silogismo. Ya no se sabe si es
la pantomima quien razona o el razonamiento quien gesticula. (Deleuze, 1989, p.
281)
En ese sentido, sostendremos que el pensamiento deleuziano
toma por conjetura el grado indisociable entre el cuerpo y el lenguaje. Por lo
que en este punto, el problema estético en Deleuze se convierte en un problema
ético-político de la constitución y conformación de los cuerpos. Afirmará
Deleuze ―en sintonía con la noción de cuerpo no-orgánico de
Artaud― que
cualquier cuerpo para ser afectado
debe abrirse a una experiencia con el afuera
que habita, es decir, en el desplazamiento de una experiencia corporal
homogénea y representativa:
(..) la sensación es como el encuentro de la onda con Fuerzas
que actúan sobre el cuerpo, “atletismo afectivo”, grito-soplido; cuando está
así relacionada con el cuerpo la sensación deja de ser representativa, deviene
real; y la crueldad estará cada vez
menos ligada a la representación de algo horrible, solamente será la acción de
fuerzas sobre el cuerpo, o la sensación. (Deleuze, 2009, p. 52)
En cierta medida, la primera
territorialización del sujeto transcurre en su cuerpo. La supresión de la
calidad de organismo por medio del deshacerse de sus órganos refleja a un nivel
anatómico el ejercicio cartográfico propuesto por Deleuze y Guattari,
correspondiente a los procesos de resistencia y rectificación emplazados en los
territorios como campos de fuerzas. En ese sentido, la experimentación corporal
no debe entenderse como una unidad orgánica que sintetiza a priori las
experiencias sensibles, más bien todo consiste en un orden de inmanencia que
excede los límites de sus órganos compositivos. Deleuze y Guattari describen
conceptualmente a dicho descentramiento de la unidad orgánica del cuerpo del
siguiente modo:
Llamábase materia al
plan de consistencia o Cuerpo sin Órganos, es decir, al cuerpo no formado, no
organizado, no estratificado o desestratificado, y a todo lo que circulaba por
ese cuerpo, partículas submoleculares y subatómicas, intensidades puras,
singularidades libres prefísicas y previtales. (Deleuze y Guattari, 2015, p.
51)
Considerando lo anterior, la experimentación corporal en plano estético consiste en ese instante
perverso que da paso a una experimentación de fuerzas desbordantes, ya sea con
sus deformaciones y contorsiones. En efecto, Deleuze define el cuerpo
precisamente desde la tensión de una experimentación de fuerzas que desborda la
propia síntesis de su unidad:
¿Qué es el cuerpo? Solemos definirlo diciendo que es un campo
de fuerzas, un medio nutritivo disputado por una pluralidad de fuerzas. Porque,
de hecho, no hay “medio”, no hay campo de fuerzas de batalla. No hay cantidad
de realidad, cualquier realidad ya es cantidad de fuerza. Únicamente cantidades
de fuerza, “en relación de tensión” unas con otras. Cualquier fuerza se halla
en relación con otras, para obedecer o para mandar. Lo que define a un cuerpo
es esta relación de fuerzas dominantes y dominadas. (Deleuze, 2016, p. 59)
Y, después Deleuze agrega:
El cuerpo es un fenómeno múltiple, al estar compuesto por una
pluralidad de fuerzas irreductibles; su unidad es la de un fenómeno múltiple,
“unidad de dominación”. En un cuerpo, las fuerzas dominantes o superiores se
llaman activas, las fuerzas
inferiores o dominadas, reactivas.
Activo y reactivo son precisamente las cuales originales, que expresan la
relación de la fuerza con la fuerza. (Deleuze, 2016, p. 61)
Por otra parte, desde hace algunos años la condición del arte
contemporáneo se construye en un continuo y explícito recorrido del
deshacer(se), una incesante lucha contra sus limitaciones y convenciones
predominantes. De hecho, podría afirmarse que, en general, el trabajo de la
estética contemporánea se ha caracterizado por inquirir en aquel auto-atentado
desde el objeto artístico hacia su propia objetualidad o estatuto
representativo. En cada expresión artística convergen diversos elementos que
componen una trama siempre heterogénea de fuerzas sensibles, materialidades e
intensidades sin poder dar con ello un todo panorámico que delimite el descontrol
sensible propio de las formas de expresión artísticas. En otras palabras, las
manifestaciones artísticas se perciben como singularidades intersticiales en
permanente tránsito. Esto ha llevado a pensar en la “particularidad” de cada
obra artística no desde un sistema del pensamiento estabilizador, sino asumir
la potencia de deslizamiento propia
de las expresiones artísticas. Texto (discursivo) y obra se confrontan, por lo
que la crítica se sostendrá en la potencia de deslizamiento propia del arte,
depositándose en el seno de su apertura. Maurice Blanchot en un texto temprano Lautréamont y Sade (1949) plantea aquella inquietud en torno al
espacio crítica-obra como aquel intento por entrar en relación con la
particularidad de la obra, enunciado, siempre, como un gesto por recuperar la intensidad. No se tratará por tanto de
cristalizar el significado de una obra, más bien todo parece apuntar a una
lógica de multiplicidades de expresión. En ese sentido, el ejercicio de
escritura sobre arte no consiste en imponer una unidad de sentido a la obra
previa a su experimentación, sino en un dejarse alterar por parte de ésta. La
escritura no remite al significar sino al cartografiar, nos comentará Félix
Guattari y Gilles Deleuze, todo será cuestión de deslindar incluso futuros
pasajes: “Nosotros no creemos sino en una experimentación
de Kafka; sin interpretación, sin significancia, sólo protocolos de
experiencia” (Deleuze y Guattari, 1978, p. 17).
En concreto, el pensamiento estético de Gilles Deleuze se
confecciona, precisamente, desde aquella potencia
de desplazamiento, en la capacidad por dejarse afectar. Tal como señala
David Lapoujade, la filosofía deleuziana es aquel mapa que rastrea ―sin pretender reconocer
los caminos de una poética
vigente― aquellas lógicas de desplazamiento,
las denominadas lógicas aberrantes[2]. Será
por tanto un discurso estético destinado a diagnosticar el sistema de
diferencias propio del ser sensible:
La estética ya no consiste en determinar las formas a priori de la sensibilidad como en
Kant, sino la materia intensiva de
toda experiencia real. Es en función de las variaciones intensivas de esta
materia que se despliega lo diverso de la sensibilidad (…) La diferencia de
intensidad constituye el ser de lo sensible y todo el sentido de las primeras
síntesis consiste justamente en conectar estas diferencias en otros hábitos que
constituye el suelo cualitativo de lo sensible mismo. (Lapoujade, 2016, p. 102)
Ya enunciados los dos ejes ―cuerpo
y pensamiento estético― nos adentraremos a la
enseñanza de los
afectos como un camino o una vía hacia el devenir y la apertura, pues a
diferencia de una educación estética con designios modernos que se contenta con
la educación pasiva de la sensibilidad, el arte en Deleuze implica una
disposición activa, una experiencia que transita en la capacidad de
experimentación creativa. Momento en que la intensidad de la materia vendría a
disolver la significación soberana y representacional para entrar en estado de
invariable flujo[3]:
(..) hacer el
movimiento, trazar la línea de fuga en toda su positividad, traspasar un
umbral, alcanzar un continuo de intensidades que no valen ya sino por sí
mismas, encontrar un mundo de intensidades puras en donde se deshacen todas las
formas, y todas las significaciones, significantes y significados, para que
pueda aparecer una materia no formada, flujos desterritorializados, signos
asignificantes. (Deleuze y Guattari, 1978, p. 24)
Existe un problema común, para Deleuze, que atraviesa por
igual a todas las artes y determina profundamente su pensamiento estético: la
captación de fuerzas por parte del arte. El arte se define como un ser
sensible, en tal sentido, lo único que realmente importa es la experimentación
de sus fuerzas contenidas: las potencias afectivas. Al contrario, de lo que
vendría a comprender el decurso proveniente de un discurso estético sostenido
en la distancia crítica que mantiene con la obra mediante formas de
significación y la maleabilidad del sentido: la recepción condicionada de la
experiencia estética[4].
Ahora bien, con relación a la captación de fuerzas por parte del arte y el
problema general e las artes Deleuze precisará en Lógica de la sensación (2002) lo siguiente:
Desde otro punto de vista, la cuestión de la separación de las
artes, de su autonomía respectiva, de su eventual jerarquía, pierde toda
importancia. Porque hay una comunidad de las artes, un problema común. El arte,
tanto en pintura como en música, no se trata de reproducir o de inventar
formas, sino de captar fuerzas. (Deleuze, 2009, p. 63)
Sentencia a la que posteriormente agregará: “Así es como la
música debe hacer sonoras fuerzas insonoras, y la pintura visibles fuerzas
invisibles” (Deleuze, 2009, p. 63). El problema común a las artes será entonces
el dejar lugar a lo invisible en el seno de lo visible, lo no-teórico en lo
teórico y, por consiguiente, no-discursivo en la discursividad propia de las
instituciones artísticas. Una obra siempre resultará inagotable incluso para el
discurso crítico, pues, su acontecimiento no se restringe al análisis
semántico. Por lo que la aproximación deleuziana buscará problematizar una
serie de oposiciones sensible/inteligible, contenido/expresión,
presentación/representación y, con ello, suspender la jerarquía de los sentidos
para pensar un otro visible, aquella
nueva forma de “representación” propia de su emplazamiento.
En tal sentido, para Deleuze realmente importa en las artes
la intensidad de la materia en tanto
que es la insubordinación de la
materialidad: “Entre un color, un sabor, un tacto, un olor, un ruido, un
peso, habría una comunicación existencial que constituiría el momento “páthico”
(no representativo) de la sensación”
(Deleuze, 2009, p. 48). Sobre los límites conceptuales de ese insensible del
ser sensible del arte Lapoujade comenta la existencia de aquella materia
intensiva manifestada más allá de todas las mediaciones de la captura
representacional:
Así como esta materia intensiva solo puede ser sentida, sin
estar jamás dada empíricamente, ella solo puede ser pensada, sin ser concebida
jamás objetivamente. Más aún, lo que solo puede ser sentido, más allá de todo
dado empírico, fuerza a pensar lo que
solo puede ser pensado, más allá de todas la mediaciones conceptuales de la
representación. (Lapoujade, 2016, p. 103)
Por ejemplo, cuando Deleuze ―y,
también el lugar común Deleuze-Guattari― reflexiona en torno a la
literatura se dedica a analizar aquel desborde que emerge en el trabajo
representacional del lenguaje y vendría
a suspender su cadena de significaciones al interior del relato. En efecto, la
materialidad patente en cierto registro de literaturas no se consolida ―al menos exclusivamente― como un orden desplegado
de significaciones (cadena de significantes), más bien trabaja con aquel correlato de materia no formada de la expresión: intensidad pura. Desde aquí parece
asomarse espacios (aún) invisibles de sentido, aquel ruido incomprensible de lo
que no posee nombre. La “estética” deleuziana se cuestiona por aquel uso intensivo de la materia sensible: ¿en
qué medida se puede hacer de la literatura algo audible e incluso aromática?
¿Cuáles son los alcances conceptuales de aquella figura de una materia libre no
formada de la expresión e insubordinada a la significación? ¿En qué medida el
lenguaje transita por otras afecciones que dan cuenta de un más allá a la
simple referencialidad de las palabras?
En ese sentido, resulta imprescindible, comprender las
mecánicas del cuerpo social en donde las relaciones humanas desembocan en
principios controlables y reproductibles. Mecánicas que, en su engranaje de
funcionamiento, disponen de un espacio de neutralización de los afectos. Aquí,
emerge la problemática sobre una significación
política de la sensibilidad, por consiguiente, resulta necesario abordar el
funcionamiento del cuerpo en tensión con el despliegue de la circulación
afectiva. Pues, como señalará Lapoujade “No hay en Deleuze más que una estética
de las intensidades” (Lapoujade, 2016, p. 104). Y, el plano de las intensidades
se efectuará en la superficie de los cuerpos y en un juego de aperturas,
variantes y sin regla de distribución de usos: la embestidura del arte.
Considerando lo anterior, podemos sostener a idea de una
enseñanza artística ―o
si se prefiere experimentación,
influenciada por el pensamiento deleuziano, que opere en el encuentro de los
cuerpos y las afecciones a través de un estudio de los afectos sensoriales. La
cual tendría de base el siguiente valor pedagógico: la recomposición de
territorios existenciales en nuestras sociedades compenetradas por flujos capitalistas.
Es decir, una imagen del cuerpo que se desprenda de las figuras de organización
centradas, a favor de una experimentación estética no domesticada, no
territorializada o sobrecodificada por lo social. Se tratará de un devenir otro
inacabado que conformaría un nuevo tipo de cuerpo. El pensamiento estético en
Deleuze le recuerda al cuerpo que él no es nunca una identidad preexistente y
recuperable (un principio heterogéneo), sino que es todo lo que él
puede, todo lo que ese cuerpo puede en la experimentación de sus
afectividades.
Athanasipu, A. y Butler, J. (2017). Desposesión : lo perfomativo en lo
político. Eterna Candencia.
Breton, D. (2010). Cuerpo
sensible. Metales Pesados.
Deleuze,
G. (1989). Lógica del sentido. Paidos.
Deleuze,
G. (2009). Francis Bacon. Lógica de la
sensación. Arena Libros.
Deleuze,
G. (2012). Diferencia y repetición. Amorrortu.
Deleuze, G. (2016). Nietzsche
y la filosofía. Anagrama.
Deleuze, G. y Guattari, F. (1978). Kafka, por una literatura menor. Ediciones Era S. A.
Deleuze, G. y Guattari, F. (2015). Mil mesetas. Pre-textos.
Foucault, M. (2010). El cuerpo utópico. Nueva visión.
Lapoujade, D. (2016). Los movimientos aberrantes. Cactus.
Margel, S. (2016). Alienación:
Antonin Artaud. Las genealogías híbridas. Metales Pesados.
Sauvagnaegues, A. (2006). Deleuze. Del animal al arte. Amorrortu.
Schiller, F. (1990). Kallias. Cartas sobre la educación estética del hombre. Anthropos.
[1] En
lo concerniente a los textos de Gilles Deleuze utilizados como bibliografía
principal, el criterio de selección evidentemente responde a consideraciones
temáticas de la presente investigación. Sin embargo, muchas veces ha sido
necesario recurrir a otros textos ―inclusive,
provenientes de lugar común
con Félix Guattari― para complementar y
tensionar los argumentos expuestos. De esto se sigue que el presente ensayo no tiene
la más mínima intención de ofrecer una mirada global del pensamiento de
Deleuze, sino esbozar y sistematizar sus problemáticas concernientes al cuerpo
y el entramado conceptual que direcciona su reflexión en torno a las artes en
general y la educación estética.
[2] En
efecto, Lapoujabe definirá el sistema del pensamiento deleuziano como una
continua cartografía de los movimientos aberrantes: «La filosofía de Deleuze se
presenta como una filosofía de los movimientos aberrantes o de los movimientos
“forzados”. Constituye la tentativa más rigurosa, la más desmesurada, también
la más sistemática, de inventariar los movimientos aberrantes que atraviesan la
materia, la vida, el pensamiento, la naturaleza, la historia de las sociedades»
(Lapujade, 2016, p. 11).
[3] El
flujo comprendería aquel estado de la materia que se define por su
indeterminación, en la patente imposibilidad de determinar qué es eso que fluye
y, por ende, en el esquive a acción la representación. En ese sentido, el flujo
es aquello que se encuentra en constante proceso de desterritorialización, como
señalará Deleuze en sus clases en torno a los problemas y conceptos en la oba
conjunta con Guattari el Anti-Edipo y
Mil mesetas: “Una sociedad sólo le
teme a una cosa: al diluvio. No le tema al vacío. No le teme a la penuria ni a
la escasez. Sobre ella, sobre su cuerpo social, algo chorrea y no se sabe qué
es, no está codificado y aparece como no codificable en relación a esa
sociedad. Algo que chorrea y que arrastra esa sociedad a una especie de
desterritorialización, algo que detiene la tierra sobre que se instala. Este es
el drama. Encontramos algo que se derrumba y no sabeos qué es. No responde a
ningún código, sino que huye por debajo de ellos” (Deleuze, 2015, p. 20).
[4] Por
estos motivos, en todo el pensamiento deleuziano no existe la intencionalidad
disciplinaria de pronunciar explícitamente una estética como tal. Por supuesto,
esto se debe al interés deleuziano por desmarcarse de todas aquellas retóricas
y procedimientos dominantes en la estética, tales como: interpretación,
significancia, semiótica, hermenéutica, que la definen como un campo de acción
concreto. Se trata, ante todo, de una renuncia a nociones como la estructura,
lo simbólico o el significante.