Pedagogizar la
tecnología en tiempos de
aislamiento
Pedagogize Technology in Times of
Social Distance
Fernanda Ozollo
Facultad de Educación,
Universidad Nacional de Cuyo, Argentina.
ferozollo@gmail.com
Claudia Papparini
Facultad de Filosofía y Letras,
Universidad Nacional de Cuyo, Argentina.
cpaparini@uncu.edu.ar
Recibido: 08/05/2020
Aceptado: 30/07/2020
Resumen. Entre luces y sombras recorremos este tiempo de excepción, tomando a
la pandemia y sus prácticas educativas digitales como excusa para hacer
pedagogía, para intentar problematizarlas. No es momento de balance ni
proyecciones, solo intentamos reflexionar juntas, aunque respetando el
aislamiento social obligatorio, sobre la educación en tiempos de confinamiento.
El artículo refiere al impacto de las medidas de protección preventiva de la
pandemia en el sistema educativo y sus prácticas. El confinamiento plantea
discontinuidades y rupturas en el quehacer educativo al trasladarse a otro
tiempo/espacio escolar, preponderantemente digital. Este escenario conmovió las
prácticas educativas y la vida cotidiana de los sujetos involucrados en las
mismas. Conmoción que genera acuerdos, desacuerdos y tensiones. Tensiones que
nos interpelan hoy bajo los mismos términos pero con sentidos diferentes acerca
de lo público, lo común, el derecho, la igualdad, la distribución de la riqueza
y el conocimiento, el capital cultural. Finalmente, la igualdad y sus derechos
que continúan resonando como un sueño que añora despertar.
Palabras clave. Pandemia, Prácticas educativas
digitales, Igualdad, Derecho a la educación.
Abstract. Living
among lights and shadows, we are going through this time of exception, taking
the pandemic and its digital educational practices as an excuse to do pedagogy
to try to problematize them. It is not a time for balance or projections, we
are only trying to think about education in times of confinement together,
though respecting the obligatory social distance. The article shows the impact
of the preventive protection measures of the pandemic in the educational system
and its practices. Confinement poses discontinuities and breakdowns in the
educational task when moving to another time / school space, predominantly
digital. This scenario touched the educational practices and daily life of the
subjects involved in them. The shock generates agreements, disagreements and
tensions. The tensions challenge us today under the same terms but with
different meanings about the public, the common, the law, equality, the
distribution of wealth and knowledge, cultural capital. Finally, equality and
rights continue to echo like a dream that yearns to wake up.
Keywords. Pandemic, Digital educational
practices, Equality, Right to education.
Resistir
el placer narcisista del pesimismo y seguir trabajando para que se contagie el
acto pedagógico (Meirieu, 2011, p.15)
Queremos mencionar, brevemente, lo que
entendemos significa este tiempo de pandemia, sin soslayar su preponderancia
planetaria en términos de movimiento global de la naturaleza. De pronto, un
pequeño “bichito” paralizó toda esta maquinaria “civilizatoria y de progreso”.
Son numerosos los autores que hablan del fin
de la modernidad y del capitalismo, y con ello, la implacable ola colonizadora
de estos tiempos. Enrique Dussel (2020) realiza un claro recorrido respecto de
cómo las diferentes conquistas/colonizaciones fueron produciendo
transformaciones industriales, tecnológicas y culturales en pos del
sostenimiento de un sistema capitalista depredador de la naturaleza, que no
sólo la ha devastado, sino que históricamente la ha subestimado.
En la misma entrevista Dussel (2020),
contundentemente nos dice:
Hoy,
la madre naturaleza (ahora como metáfora adecuada y cierta) se ha
rebelado; ha jaqueado a su hija, la humanidad, por medio de un insignificante
componente de la naturaleza (naturaleza de la cual es parte también el ser
humano, y comparte la realidad con el virus). Pone en cuestión a la modernidad,
y lo hace a través de un organismo (el virus) inmensamente más pequeño que una
bacteria o una célula, e infinitamente más simple que el ser humano que tiene
miles de millones de células con complejísimas y diferenciadas funciones. Es la
naturaleza la que hoy nos interpela y se manifiesta como un signo del final de
la modernidad y como anuncio de una nueva Edad del mundo, posterior a esta
civilización soberbia moderna que se ha tornado suicida.
La
naturaleza como organismo viviente se ha pronunciado, quedará en todos nosotros
escucharla y actuar en consecuencia. En este tiempo y espacio sentimos que la
naturaleza hackeó todo, nada parece normal, aunque las bases de esa noción de
normalidad se asienten sobre falsas certidumbres. En este movimiento caótico,
complejo pero al mismo tiempo inigualablemente oportuno y extraordinario para
detenernos, pensar y repensarnos… Y desde aquí interpelarnos sobre la
normalidad de lo cotidiano, la relevancia de la salud, la importancia asignada
a los mercados, las formas de consumo, la contaminación producida sobre el
planeta, el individualismo, la carrera meritocrática, la desigualdad...
En estos tiempos en que parece que debemos
explicar, argumentar, justificar, brindar respuestas, alentar o desalentar
posibilidades, en tiempos y espacios que se licuan dentro de nuestro propio
aislamiento, resistir un nuevo tiempo o reinventarlo, evaluar y diagnosticar o
aprender y valorar el momento justo de recuperar lo más humano, lo más amoroso,
lo más solidario en un momento de excepcionalidad.
Este tiempo y espacio “excepcional” de
emergencia sanitaria se colma de interrogantes sin respuestas, de
incertidumbres y contradicciones. Aparecemos todos y cada uno argumentando y
contra argumentando en un vacío indescriptible que visibiliza nuestras
posiciones teóricas, ideológicas, políticas, religiosas; entretejiendo un nuevo
relato en torno a la educación en tiempos de… ¿qué tiempos?
Muchos
aseveramos que después de esta pandemia todo será diferente, nada será igual, y
volvemos sobre nuestras palabras y pensamientos para preguntarnos… ¿Y si todo
sigue igual en un mundo que efectivamente cambió? ¿Qué va a pasar cuando se
levanten las restricciones? ¿Qué decir frente a todo
esto? ¿Cómo ordenar las ideas desordenadas en este tiempo? ¿Será momento para
que este desorden genere nuevos órdenes?
En este sentido, desde nosotras nos
proponemos distraer al aislamiento por un momento y elaborar entrejuntas este
escrito como una oportunidad para recuperar e interpretar algunas controversias
que nos permitan seguir pensando, actuando, soñando.
Ante la imposibilidad de asistir
presencialmente a las aulas, se ha conmovido la forma en que las instituciones
educativas responden a su mandato fundacional. Múltiples voces y miradas se
levantan para diagnosticar, proponer y evaluar la situación de excepcionalidad
de la educación en estos tiempos de pandemia.
La decisión de la no presencialidad a las
instituciones educativas nos ha afectado, nos ha sacudido y motivó que
numerosas y plurales voces (teóricos, prácticos, políticos, gestores, madres,
padres, estudiantes, etcétera) se apresuren en propuestas, soluciones, críticas
y sentencias frente a este fenómeno. Se convocan sin convocatoria, para
intentar explicar un presente atravesado por múltiples tensiones que se
apoderan del escenario educativo: presencial - no presencial, encuentro -
desencuentro, aplicaciones - estrategias, pedagogías - tecnologías, docentes -
tutores, derechos - mercado, docentes - padres, tareas - aprendizajes, saberes
- contenidos, intenciones -
prácticas, reglamentaciones - acciones, distópico - utópico, entre otras.
Tensiones y contradicciones que siempre
estuvieron, pero que hoy se visibilizan y profundizan en una situación de
aislamiento atravesada por una realidad con dimensión física y otra con
dimensión digital. De esto
sabe muy bien la educación, tan analizada, tan criticada, tan aplaudida, tan
subestima, tan subordinada...
Hace más de un siglo, las normativas
nacionales e internacionales reconocen a la educación como derecho. Hoy cuando
hablamos del derecho a la educación, también incluimos los derechos derivados
de las tecnologías digitales. La inclusión digital es un nuevo derecho humano
procedente del nuevo entorno tecnológico que ha creado la red. Los avances en
información y comunicación deben ser disfrutados por todos los seres humanos, y
“cabe considerar que en la actualidad la exclusión digital equivale a exclusión
social” (Bustamante Donas, 2007, p.7).
La educación es un derecho y
fundamentalmente un derecho que amplía derechos, supone la posibilidad de
reconocer al “otro” desde un lugar de igualdad, desde la visión de lo común
como persona y desde un lugar de diferencia que refiere a la singularidad, no a
la desigualdad. En este marco, no cabría entonces la diferenciación entre
educación presencial y no presencial, hablamos de educación, hablamos del
derecho a la educación.
Una escuela que no forma a los más
desfavorecidos para elegir algo de su vida, de su futuro; una escuela que no
los ayuda a hacer elecciones acerca de su vida personal y profesional, tampoco
los va a formar para que hagan luego elecciones políticas y ciudadanas.
(Meirieu, 2013, p. 19)
Entender la educación como bien social y
personal, como derecho humano supone reconocer que es un hecho social y un acto
ético-político que el Estado debe garantizar. Atendiendo a lo social, la
práctica educativa, frecuentemente mediada por las prácticas institucionales,
se configura a partir de la consideración del “otro”, de la vinculación con un
“otro” en un proceso dinámico, multidimensional y progresivo. Práctica
educativa que en la realidad se extiende en diversos escenarios físicos y
virtuales.
Educar es, en este sentido, reconocer al
otro aún sin siquiera conocerlo. Hoy las normas educativas lo reconocen, pero
como bien señalan Carlos Skliar y Magaldi Téllez (2008)
no podemos confundir el lenguaje de la ética
con el discurso jurídico, pues hoy parece que todo pensamiento acerca del otro
está atravesada por un infinito entramado de leyes, decretos y
reglamentaciones. La ética, entonces, está subordinada a los dictámenes. Como
si antes de decir “me preocupo amorosamente por ti, hubiera que pensar si tengo
el derecho o bien la obligación de preocuparme amorosamente por alguien. (p.
250)
Frente a la situación de emergencia
sanitaria planteada por la pandemia, los Estados han desarrollado diferentes
estrategias para garantizar el derecho a la educación, promoviendo la
“continuidad pedagógica” en un escenario no habitual a través del uso de
distintos soportes y formatos, digitales o analógicos.
Esta decisión hizo más evidente las
desigualdades preexistentes a la pandemia que se profundizaron con la
paralización de las actividades productivas y la falta de condiciones para la
accesibilidad tecnológica (dispositivos, conectividad, formación). Sin lugar a
dudas, el confinamiento hará más desigual al mundo en que vivimos.
La situación de docentes y estudiantes es
desigual frente a sus posibilidades de inclusión en la cultura digital. López
López y Samek (2009) destacan que “la brecha digital, junto a otras barreras
como la pobreza informativa, la censura, el uso político de las tecnologías, la
desinformación, la manipulación de los medios de comunicación y la destrucción
de información pública”(p.7) se constituyen en dimensiones a trabajar en pos de
la inclusión digital. Daniel Pimienta concluye que: "la brecha digital no
es otra cosa que el reflejo de la brecha social en el mundo digital" (2007,
p. 1).
Seguramente este proceso podría haber sido
distinto con la continuidad de políticas educativas para la inclusión
sociodigital (dispositivos personales, planes de conectividad, sistemas
operativos de desarrollo local, contenidos y recursos educativos abiertos y
digitales, formación en acompañamiento de procesos educativos a distancia,
desarrollo satelital, etc.). Pero hoy, estas son las condiciones y
posibilidades para continuar educando.
La decisión política de la continuidad
pedagógica, desata diversas expresiones que dan cuenta distintos
posicionamientos, como por ejemplo: “paralizar la escuela y esperar a que
vuelva a la normalidad”, “estar presentes y continuar el hecho educativo con
todas las limitaciones de las que somos conscientes” o “criticar cómo se han
hecho y cómo se deberían hacer las cosas”, entre otras.
Dentro de la anormalidad del confinamiento,
compartimos la decisión política de sostener la escuela con las condiciones de
enseñanza posibles en estas circunstancias. Sabemos que no es lo mismo, que el
contexto cambió abruptamente, que las condiciones no son las óptimas, pero
también sabemos que hay un derecho a la educación que defender. Así, las
instituciones educativas y las familias continúan pensando y haciendo, dentro
de lo posible, práctica educativa. En esta situación de excepcionalidad,
nuestra responsabilidad ético-política como docentes es no desistir de enseñar
y trabajar en la construcción de lo común, de lo público.
La
escuela, surge como un espacio/tiempo destinado a transmitir el fondo común de
saberes que una sociedad ha definido como significativos. En este
espacio/tiempo escolar se construyen y configuran emociones, vivencias y otros
saberes a partir de la interacción de los sujetos con las estructuras
materiales, simbólicas y comunicativas. La permanente relación entre lo
individual y lo colectivo se constituye en un escenario propicio para
aprendizajes que van más allá de los conocimientos definidos en el curriculum
escolar.
El
confinamiento ha cambiado las coordenadas de ese espacio/tiempo que es la
escuela como un espacio “otro”, por un escenario “no otro”, la casa. El hogar
se configura como el territorio del hecho pedagógico, y los escenarios en
diversos soportes (digitales y analógicos) se asumen como vehículo de las
prácticas educativas escolares. Inés Dussel (2020),
denomina a este fenómeno como “domestización” de la escuela. Esta situación afecta indudablemente la
formación de ciudadanía en tanto obstaculiza la posibilidad de habitar con
otros un espacio diferente y alejado del control familiar. Al mismo tiempo, la
domestización es una oportunidad para resignificar los procesos de enseñar y de
aprender en el hogar y en otros espacios distintos de la escuela. Ambas
situaciones coexisten, y evidencian que los procesos de enseñar y de aprender
van más allá de las fronteras edilicias de la escuela y que los mismos se
resignifican de acuerdo con los sujetos que habitan estos espacios.
Es tan excepcional tratar de garantizar la
continuidad pedagógica a través de escenarios digitales y otros soportes como
lo es vivir en tiempos de pandemia. Es tan excepcional “domestizar” la escuela
como vivir en estos tiempos de confinamiento social. Pero en esta
excepcionalidad, esta es la posibilidad de “continuar con las prácticas
educativas”.
La
distorsión de las coordenadas de tiempo/espacio escolar se generalizan más allá
de los niveles y modalidades educativas. A pesar de ello, no es lo mismo
flexibilizar el tiempo espacio en la escuela primaria que en las instituciones
de nivel superior, ni en los espacios abiertos que en los espacios de encierro,
por ejemplo.
Se
trastocaron los tiempos y espacios, se deshabitaron los edificios y con ello,
pareciera que cambió la educación. Sin embargo la educación sigue y conserva
marcas preexistentes que se hacen presentes en las matrices culturales
individuales y colectivas. Marcas que atraviesan la vida cotidiana en las
escuelas en la presencialidad y también en tiempos de aislamiento, en tanto el espacio escolar es uno con dos dimensiones la física y la
virtual.
Esas
marcas no están definidas por la asistencia o no a un espacio en un tiempo
específico, por el contrario, son propias de la matriz cultural de los sujetos
en un contexto de enseñanzas y de aprendizajes. Además del reconocimiento del
valor indiscutido de la escuela como espacio público de formación, es necesario
visibilizar otras marcas que también la conforman. En efecto, las escuelas también
se han constituido como un espacio tiempo para la obediencia, el
disciplinamiento, el control, la desigualdad, la intolerancia, la
invisibilización del otro, la incomprensión de lo diverso y lo diferente, entre
otras.
En estos tiempos de aislamiento, el espacio
físico ha sido suspendido, ahora bien, el espacio virtual no sólo continúa,
sino que hemos tratado de que asuma las características propias del espacio
físico y con ello, todas sus marcas solo que en un escenario distinto. Quizás
la post pandemia, a partir de la visibilidad que han adquirido los procesos
educativos, nos otorgue la oportunidad para profundizar la reflexión sobre las
marcas de la escuela como espacio público virtual o presencial.
El desafío pedagógico, aún antes de la
pandemia, es cómo enriquecer los espacios virtuales con las posibilidades
comunicativas que ofrece el espacio físico en cuanto a la construcción
dialéctica y sincrónica entre lo colectivo y lo individual (intercambio de
gestos, miradas, emociones, olores). Y viceversa, con los beneficios del
espacio virtual (instantaneidad, multiplataformas, diversidad de lenguajes,
constitución de redes, etc.). Es necesario constituir un único espacio
enriquecido de enseñanzas y de aprendizajes hoy, en situación de confinamiento,
y también los es a futuro, cuando la presencialidad sea posible.
La
escuela es y será el espacio/tiempo de encuentro, de vínculos, de entre-aprender
para actuar dialógicamente con el otro y el nosotros. Desde esta
perspectiva, la presencia física cobra una relevancia indiscutida y fundamental
en el quehacer pedagógico. Reconocer esto nos da la posibilidad de comprender
el lugar que les cabe a las tecnologías digitales tanto en sus posibilidades de
encuentro como de desencuentro.
Será necesario rescatar a la educación
virtual de la visión tecnocrática y mercantil en que la suelen colocar. La
entendemos como una opción política, pedagógica y didáctica, que resulta de un
proceso de acuerdos, negociaciones, debates y tensiones entre los diferentes
actores involucrados, de la lecciones aprendidas sobre las prácticas
desarrolladas en un contexto digital determinado, como así también de las
discusiones y avances de las diferentes comunidades científico tecnológicas al
respecto.
En este marco, son los docentes quienes
deben tomar las decisiones, a partir de las políticas educativas
gubernamentales e institucionales. Serán quienes en definitiva deben validar,
acordar y llevar adelante una “propuesta de inclusión educativa” en sus
prácticas sean estas a través de medios digitales o analógicos (dispositivos
computacionales, móviles, TV, Radio, materiales en papel).
Como ya afirmáramos, los sujetos implicados
en el acto de enseñar y de aprender están atravesados por diversas
desigualdades culturales, tecnológicas, escolares, económicas, familiares, etc.
cuyo condicionamiento se ha visto profundizado en esta etapa de excepcionalidad.
A las desigualdades pre existentes, se les sumaron las propias de la
accesibilidad digital y las de esta etapa de aislamiento.
La decisión política respecto de la
continuidad educativa definió un momento de incertidumbre para los docentes respecto
de las tareas a desarrollar en el marco de la continuidad pedagógica a través
de la educación a distancia o educación virtual. Así, en un primer momento,
casi sin posibilidades para pensar, la comunidad docente buscó “la manera”,
“los recursos”, “los materiales”, todo lo que creyera útil para “continuar con
la labor de la enseñanza”.
Multiplicidad de recetas, tutoriales,
recursos digitales, revistas, webinars, sitios web, recomendaciones, sistemas
de video conferencias, fueron plagando los nuevos escenarios personales y
colectivos. En paralelo, los responsables de la gestión de las distintas
instituciones educativas hicieron esfuerzos responder a las demandas tanto de
las políticas educativas como de los docentes, y de los estudiantes de acuerdo
con sus condiciones contextuales específicas.
Las voces que, desde diferentes espacios,
cobraron vida y vertieron un sin fin de opiniones respecto de un proceso para
algunos desconocido, enseñar en la virtualidad. Proceso que transcurrió desde
la satisfacción por el descubrimiento de las posibilidades de este nuevo
espacio, a la frustración frente a la imposibilidad de alcanzar los propósitos
educativos previstos.
La inmediatez y la aparición yuxtapuesta y
abundante de recursos y propuestas digitales, dio lugar a la infoxicación[1]. En
efecto, en la búsqueda desesperada de recursos y estrategias en un nuevo marco
condicionado por la suspensión de la asistencia presencial a los
establecimientos educativos, muchos docentes olvidamos el modelo de enseñanza
personal, plataforma indispensable para la enseñanza en la presencialidad o en
la distancia. Principio fundamental a considerar por parte de las instituciones
y los equipos docentes, y desde allí valorar qué se puede, qué se sabe y qué se
está dispuesto a hacer.
Reconocernos como docentes, con nuestro
estilo, será el primer paso para poder hacer algo que efectivamente desarrolle
aprendizajes y revalorice el lugar de la enseñanza. Conocer al grupo de
estudiantes, desarrollar vínculos, acercarse, encontrarse, conocer su
cotidianeidad en este tiempo, saber de sus dificultades, de su grupo familiar,
son acciones sustantivas a fin de garantizar no sólo la continuidad pedagógica,
sino y fundamentalmente, la presencia de la educación en la vida de los niños,
jóvenes y adultos.
En este sentido, aprovechar las
potencialidades comunicacionales de las redes para acoger al otro de la manera
más amorosa y solidaria que este tiempo demanda, se convierte en un espacio
tiempo nodal que encuentra una de sus mayores justificaciones para el uso de
las mismas en el acto de educar.
Se ponen también en cuestión algunos
derechos y obligaciones laborales docentes pensados desde la presencialidad. El
trabajo docente está regulado en función del
tiempo en la presencialidad, la educación a distancia ha distorsionado esa
coordenada. Este desorden que intenta buscar un nuevo orden, ha invadido la
vida privada de los docentes uberizando la jornada laboral, uno de esos efectos
es la llamada jornada 24x7.
Los derechos y obligaciones laborales de la
educación a distancia o virtual es una discusión que no está concluida desde
las instancias gubernamentales, los gremios docentes correspondientes y los
actores de las instituciones educativas (autoridades, docentes, estudiantes).
Algunos recomiendan fijar un horario, respetarlo y dejar las pautas claras con
los estudiantes al inicio del proceso; otros estiman que es conveniente que sea
la reglamentación institucional la que fije una carga horaria de trabajo; los
menos plantean trabajar libremente de acuerdo a propia definición personal,
entre otras voces. Podemos afirmar, en primera instancia, que la enseñanza
virtual no implica de ninguna manera la disponibilidad permanente del docente a
los requerimientos propios de su rol.
Analizar la problemática del tiempo escolar
en la virtualidad en el marco de la práctica educativa concreta, requiere
visibilizar las demandas en tres niveles: la institución educativa, los
docentes y los estudiantes. En este sentido, confluyen una serie de
requerimientos, a veces contradictorios, que es preciso encauzar. Las
instituciones requieren la presencia virtual de acuerdo con las obligaciones de
desempeño de cada cargo docente debiendo respetar la asignación horaria
convenida. Los docentes a su vez, tienen derecho a decidir sobre los tiempos
para trabajar en la virtualidad, de acuerdo con su modelo de enseñanza y las
condiciones cotidianas de trabajo en el hogar. Por último, los estudiantes, por
sus propias características y por las múltiples demandas a las que están
sometidos solicitan una flexibilidad e instantaneidad en la estructuración de
la enseñanza propia de su actuación individual y social. Todas estas demandas
son válidas, el desafío será llegar a acuerdos pedagógicos formales a nivel del
gobierno educativo, de las organizaciones gremiales, de las instituciones
educativas y de los docentes y estudiantes.
Con la coordenada del espacio escolar pasa algo similar que con la del tiempo. En esta
coordenada se configuran, al menos, tres escenarios diferentes: la escuela, los
medios digitales y analógicos, y la casa. La confluencia e interacción
simultánea de los tres escenarios se convierte en la posibilidad de enriquecer
el encuentro pedagógico. En estos tiempos de pandemia, el primero ha quedado
suspendido y deshabitado. La posibilidad se centra en la combinación o no de
los otros dos. En el mejor de los casos está el escenario de los medios
digitales o analógicos y la casa presentes en el hecho pedagógico. También se
encuentra la posibilidad en la que muchos docentes y estudiantes habitan un
solo escenario, será esta la situación que atraviese la mayor desigualdad.
El aislamiento nos ha sujetado, en esta
condición de sujetos sujetados al espacio doméstico, los docentes y estudiantes
hemos perdido un espacio propio, la escuela. Este espacio propio representa un
lugar específico para enseñar y aprender, una posibilidad de alejamiento de las
tareas, los mandatos y las culturas familiares, procesos indispensables para la
formación de la autonomía personal y de la vida en sociedad.
Los espacios virtuales serán definidos
también, a nivel de las instituciones, los docentes y los estudiantes. A nivel
institucional se definen los escenarios oficiales (plataformas). Los docentes
aportan recursos diferentes a la plataforma oficial a partir del criterio de
pertinencia con su modelo de enseñanza. Los estudiantes intervienen con sus
recursos y aplicaciones para desarrollar su aprendizaje, más allá de los
espacios docentes e institucionales. Todo esto compone un ecosistema digital[2]
de enseñanzas y de aprendizajes: los escenarios oficiales de la institución
educativa, los definidos por los docentes y los entornos personales de
aprendizaje de los estudiantes.
En el mundo virtual, los estudiantes también
viven en contextos atravesados por la desigualdad. Están, los llamados
residentes digitales, que son los estudiantes que poseen infraestructura
tecnológica y saben buscar respuestas para resolver inquietudes. Cuentan con
las habilidades y estrategias para hallar lo que buscan a través de sus
características de inmediatez, instantaneidad, extimidad, multitareas,
multiplataforma, etc. Ellos, asumen su vida en los escenarios digitales sin más
preocupaciones que “estar conectados”.
Este grupo de estudiantes tiene mayores
posibilidades de aprender en estos tiempos educativos mediados por la
tecnología. Sin embargo, no todos hacen uso responsable de la red, no todos
desarrollan habilidades de análisis y reflexión propias de un espacio y un
tiempo diferente, no utilizan procedimientos para la búsqueda y selección de
información en los sitios pertinentes, ni tienen la disciplina de horarios y
rutinas que los alejen del consumo desmedido de estar “frente a las pantallas”.
Por otro lado, existen los estudiantes que
no cuentan con la infraestructura tecnológica y en muchos casos, viven en
condiciones poco propicias para aprender. La escuela presencial para estos
estudiantes, se convertía en el mejor lugar para compartir aprendizajes. Cuando
la presencialidad se suspende, la no accesibilidad digital representa un
obstáculo complejo de abordar para alcanzar aprendizajes comunes. Nos
encontramos frente a la suspensión, entonces, de dos espacios/tiempos comunes,
el presencial y el digital para participar de procesos colectivos de
aprendizaje. Sin dudas, la desigualdad se profundiza, el desafío será encontrar
una forma alternativa de promover el encuentro pedagógico.
Son numerosas las experiencias que se dan en
nuestro país en diferentes niveles de decisión para enfrentar esta situación,
desde el diseño y desarrollo de recursos y aplicaciones on y off line, en
distintos soportes, en diferentes medios (radio, televisión pública), con
distintos mecanismos (desde la entrega de cartillas que hacen docentes en
bicicleta) hasta becas convertidas en paquetes de datos para el acceso a
internet, entre muchas otras.
Existe un tercer espacio/tiempo alterado, el
espacio doméstico. El hogar ha adquirido una multidimensión inusitada al asumir
la realización de múltiples tareas, las domésticas, las escolares, las
laborales, en un continuum casi neurótico caracterizado por la fragmentación y
la yuxtaposición. El hogar se ha convertido también en el espacio/tiempo de
enseñanzas y de aprendizajes para las familias, los docentes y los estudiantes.
Dentro de este universo, es preciso señalar que hay muchos hogares que no
cuentan con las posibilidades materiales y/o simbólicas para asumir esta
diversificación de tareas.
No podemos dejar de pensar y advertir que
también en este contexto se encuentran niños y mujeres expuestas
permanentemente a situaciones de violencia familiar, en muchos casos sujetos en
paralelo deben continuar desempeñándose como estudiantes o docentes. En este
sentido, perdieron la posibilidad de un espacio/tiempo que los aleje de
situaciones inadmisibles de violencia intrafamiliar. La defensa de los derechos
ante la violencia intrafamiliar ha cobrado importancia en tanto se ha
convertido en política pública. Así, la escuela como otros espacios
presenciales, ofrece mayores posibilidades que los escenarios virtuales para la
detección y protección de los sujetos violentados. La educación es también
cuidado, protección.
En contraposición, muchas prácticas
pedagógicas han permitido en estos tiempos, que los adultos a cargo de niños y
jóvenes en situaciones de vulnerabilidad resignifiquen su responsabilidad y
asuman un rol distinto en cuanto al acompañamiento de los aprendizajes. Por
otro lado, muchos de estos niños y jóvenes, se comprometen de un modo distinto
con la realización de tareas educativas en las que se sienten reconocidos a través
de la producción de diversos materiales de aprendizaje. Indudablemente sus
docentes, en una situación de crisis, se detuvieron a re-pensar sus estrategias
pedagógicas para mediación de materiales en distintos soportes desde las
posibilidades de aprender de cada uno de sus estudiantes.
La práctica pedagógica requiere de un
espacio/tiempo común, de estar presentes juntos, ya sea en la práctica
presencial o virtual, que signifique un encuentro provocativo para cuidarnos y
aprender. Las tensiones entre lo individual y lo común, lo público y lo
privado, lo gratuito y lo comercial, se van licuando en las redes promoviendo
nuevas subjetividades y nuevas formas de relación que posibiliten la presencia
del otro y del nosotros redibujándolas continuamente en los escenarios
posibles.
Esta caracterización de sujetos y
situaciones diversas, ya sea en la presencialidad como en la etapa de
confinamiento como protagonistas del hecho pedagógico, a pensar y provocar
situaciones educativas que no signifiquen el olvido de la existencia del otro.
En este sentido, quizás la pandemia también se constituya en la posibilidad
para revisar rasgos de la escolarización presencial tales como la yuxtaposición
de tareas, la excesiva burocratización de la enseñanza, la sucesión inacabada de
intervenciones individuales, el intento permanente de evaluar, la exigencia de
culminar con un programa de contenidos.
El confinamiento otorgó a la educación
virtual o a distancia un lugar que no pudo conseguir hasta el momento, el lugar
de reconocimiento como una opción pedagógica diferente de la presencialidad que
obliga a los actores del sistema y a las propias instituciones, a revisar
algunos de los componentes que hemos mencionado en este escrito. El tiempo, el
espacio, los sentidos, los roles y funciones, la infraestructura, los saberes,
las metodologías y la evaluación se ponen en discusión de manera indiscutida.
En este tiempo parecen haberse transformado
los espacios y los lugares para el aprendizaje, y en verdad, estas coordenadas
ya se habían ampliado con el avance y desarrollo de la educación virtual previo
al COVID19. Desde hace más de una década se impulsaron a nivel global,
políticas de inclusión digital pensando en nuevos escenarios y formatos
educativos con desarrollos y resultados desiguales.
El desarrollo de prácticas educativas
virtuales o a distancia demanda la definición de políticas específicas sobre
infraestructura, presupuesto, diversidad de modelos pedagógicos, normas y
reglamentaciones que las encuadren, y fundamentalmente de procesos de formación
que más allá del manejo de herramientas digitales, focalicen en las
posibilidades de pensar la enseñanza y el aprendizaje desde otro lugar, desde
otra forma. En este sentido, se reconoce que la educación a distancia debe ser
definida en tres niveles: político institucional, pedagógico didáctico y
tecnológico - comunicacional.
De acuerdo con Brener (2020)
“lo virtual tiene sus propias lógicas, su
entorno, sus reglas, sus temporalidades y por tanto, su propia cultura.
Podríamos afirmar que existe toda una subjetividad de la virtualidad educativa.
Es necesario adentrarse en sus propias lógicas para comprenderla y aprovechar
su potencia”.
Esta nueva subjetividad, se potencia con la
participación activa de los estudiantes en su propio proceso de aprender junto
con otros pares y con sus docentes, e interpela los modelos
pedagógicos. Modelos que se sustentan en la interactividad y que por
tanto, cuestionan la centralidad de cualquiera de sus elementos para dar lugar
a un entramado comunicativo dinámico, multidireccional y
progresivo. La interactividad, que en principio es instrumental en cuanto
posibilidad tecnológica, se ha de convertir en interactividad pedagógica cuando
asuma las dimensiones social, cognitiva y emocional de los aprendizajes y de
las enseñanzas (Jonassen, 1985; Salinas, 2007; Silva Quirós, 2007; Ozollo,
2011).
Como anuncia Begoña Gros (2015), se han caído los muros de
la educación en el sentido, que aparece como una realidad más, la virtual, y en
ella, la posibilidad de navegar por un mar de información que puede colaborar
con los procesos académicos de formas diferentes. El aprendizaje “sin
costuras”, la ubicuidad y los entornos personales de aprendizaje, se consideran
pilares de estos nuevos espacios formativos.
“Aprendizaje sin costuras” refiere a la
dilución de las fronteras entre la educación formal, informal y no formal. La
realidad virtual se constituye en una oportunidad para repensar la
delimitación, el sentido y la forma de construcción de los saberes, saberes que
se construyen navegando entre los contenidos curriculares y los de la vida
cotidiana. Oportunidad en este presente de aislamiento pero que se proyecta en
un futuro de integración de espacios presenciales y virtuales para la formación
a lo largo y ancho de la vida.
La configuración de “entornos personales de
aprendizaje”, Personal Learning Environment, (PLE) en términos de Jordi Adell
(2013) cobra especial relevancia en estos procesos de formación continua e
integrada. Gros Salvat (2015) lo define como el aprendizaje que se produce “a
través de diferentes contextos y forma parte de un viaje de aprendizaje más
amplio que abarca las transiciones de la vida de una persona, desde la escuela
a la universidad o el lugar de trabajo” (p. 24).
Los PLE son definidos por los propios
sujetos a partir de la selección de espacios, plataformas, aplicaciones,
recursos, objetos y sujetos que utilizan en sus procesos de aprendizaje. Se
relacionan directamente con las tareas del procesamiento de la información:
búsqueda, selección y almacenamiento, producción, comunicación y colaboración.
Indagar e interpretar los entornos personales de aprendizaje de nuestros estudiantes,
se convierte en una nueva dimensión de la tarea docente.
Las coordenadas de tiempo y espacio de las
que veníamos hablando, se reconfiguran en términos de nodos, los que establecen
nuevas relaciones entre sujetos, objetos y relaciones digitales. Se abren así,
numerosos nodos de manera simultánea (ventanas) con múltiples lenguajes verbal,
audiovisual, estáticos o dinámicos. Cristóbal Suárez Guerrero, en su Blog “De
la Escuela Lugar a la Escuela Nodo”, señala que el espacio tradicional para
aprender y enseñar:
pasa de ser un espacio-lugar a ser un
espacio-nodo de la red de interacción global. La noción educativa de lugar de
aprendizaje no desaparece, sino que el concepto se mueve en otra cartografía
reticular formando parte de ella como nodo, una posición angularmente diferente
a la concepción de escuela como centro, lugar de saber. (Suárez Guerrero, 2012)
Esta cartografía, habitada por sujetos que
lejos de preguntarse sobre el qué, aprenden de manera extraordinaria sobre el
cómo, esto es, los procedimientos para la resolución de diversas tareas. El
problema quizás radique en la dificultad de construir esquemas de saberes (qué)
para interpretar, conocer y proyectarse en el Mundo, más allá de la inmediatez.
En esta sociedad informacional se encuentra
de todo y para todos, es el docente quien selecciona los recursos y
aplicaciones de acuerdo con los propósitos pedagógicos, su modelo de enseñanza,
y las características y realidades de sus estudiantes y del contexto más
amplio. La propuesta educativa no se acomoda a los recursos, son estos los que
deben ajustarse a ella. Este precepto, tan considerado en la presencialidad,
puede haberse alterado en estos tiempos de aislamiento por la búsqueda
desesperada de formas que garanticen la continuidad pedagógica.
A fin de garantizar el encuentro y la
comunicación, la realidad virtual posee herramientas sincrónicas y asincrónicas
que requieren al menos un análisis en cuanto a sus posibilidades en estos
tiempos. Es preciso reconocer que los ambientes y herramientas sincrónicas
otorgan un valor agregado a la posibilidad de interacción emocional, social y
cognitiva. Esto será factible si se cuenta con la disponibilidad tecnológica
necesaria (dispositivos y conectividad). Si el componente tecnológico
obstaculiza el encuentro, entonces será mejor utilizar herramientas de
comunicación asincrónica en tanto, es la comunicación y el encuentro lo que se
debe privilegiar.
De esta manera, vemos cómo la tecnología
pasa de concebirse como un conjunto de múltiples herramientas, recursos y
aplicaciones a resignificarse como un ecosistema en el que habitamos los
sujetos. Y por ser un espacio tiempo habitado, la inclusión digital se vuelve
derecho.
El mundo no estaba preparado para vivir una
situación de pandemia y el consecuente aislamiento obligatorio para prevenir el
contagio. Situación global que transformó nuestras coordenadas de
tiempo/espacio, en primer lugar, y nuestras actividades, roles y funciones después.
Comenzamos a transitar un escenario caótico intentando "continuar en la
discontinuidad" buscando nuevas formas de normalidad que en esta
anormalidad nos permitieran seguir con nuestras vidas cotidianas. La educación
y la escuela no son ajenas a este proceso.
En
este sentido, la situación de pandemia se convierte en una oportunidad para
visibilizar las desigualdades preexistentes. En el ámbito educativo en
particular, la alteración (discontinuidad ruptura) de las coordenadas
espacio/tiempo ha visibilizado a quienes tienen más condiciones para habitarlo
y quiénes no. Entre luces y sombras recorremos este
tiempo de excepción, en el que pretendimos con nuestro ensayo y como excusa
para hacer pedagogía, problematizar en términos de “cuestionar lo obvio”, “desnaturalizar
lo existente” del hecho educativo en estos tiempos.
Continuidad pedagógica que intenta
garantizar, en tiempos de no presencialidad, la presencia de los sujetos de la educación; el encuentro esencial entre docente, estudiantes, objetos de conocimiento
y comunidades de aprendizaje; la construcción
de saberes; y la circulación e
intercambio de la producción educativa. Con sus encuentros y desencuentros,
lo cierto es que la educación, más allá de este tiempo, transcurre
simultáneamente en espacios físicos y virtuales. Hacer escuela, hacer aula,
presencial o virtual, implica asumir dos caras de una misma moneda, un mismo
proceso formador.
Este tiempo de pandemia provocó la
definición política de diversos Estados sobre la necesidad de garantizar la
continuidad pedagógica en un mundo ya desigual, y ahora también a distancia.
Sin lugar a dudas la discontinuidad en las políticas públicas respecto de la
inclusión digital ha generado un escenario empobrecido para asumir este desafío
en tiempos excepcionales.
En este sentido, la responsabilidad del
Estado es preponderante a fin de garantizar el derecho a la educación, sólo un
Estado presente y activo lo hace posible. La clara definición de la política de
continuidad pedagógica transita entre la obstinada persistencia de muchos
docentes, expertos e instituciones educativas que continúan buscando y
encontrando alternativas, y el cruel abandono de otros, que ante esta situación
sólo sentencian que los desconectados, sean docentes o estudiantes, serán los
excluidos del futuro. En esta línea, Meirieu (2013, p.26) destaca la necesidad
de “… un contrato educativo
entre la nación y su escuela. Para ello tiene que existir una confianza entre
los actores. Si esos actores logran inventar modalidades más pertinentes para
alcanzar finalidades, eso es una muestra de inteligencia, de imaginación.”
En
el ámbito tecnológico se intenta asociar el uso y acceso de internet a la
noción de igualdad a través de la “Declaración de neutralidad” (NN). Como toda declaración universalista de igualdad se construye sobre
la base de estructuras de dominación de unas jerarquías sociales, económicas,
políticas, culturales, geográficas, tecnológicas y epistémicas por sobre otras,
obturando así, las posibilidades de contar con las condiciones para una vida
digna para todos. En esta línea, Zuckerfeld (2019) insiste:
La idea de un principio armónico universal se
ha utilizado reiteradamente en la historia de la humanidad, y en la del
capitalismo en particular, para disimular los diferentes intereses en pugna o,
más precisamente, para naturalizar un estado de cosas que favorece a
determinados actores en detrimento de otros. En este caso, la operación
ideológica se realiza utilizando el término “neutralidad”, que de por sí
sugiere prescindencia, equivalencia o nivelación del terreno. (p. 31)
La
red también es un espacio de posibilidades para la
emancipación de personas y sociedades. En base a lo dicho por Binimelis
Espinoza (2010), se deberá reconocer las posibilidades que otorga este “nuevo
escenario digital y público” donde se visibilizan y reconocen otros conocimientos, otros haceres, otros
seres y otros espacios. Esos otros invisibles en los espacios colonizados.
Hoy,
más que nunca, tenemos la posibilidad para decolonizar las tramas sociales y relacionales
desiguales y asimétricas del saber, del poder, del ser, del tener y del hacer
que atraviesan el complejo campo de la educación.
La
tensión entre los discursos sobre la igualdad que incluyen en abstracto y, las
efectivas prácticas, que al naturalizar las desigualdades excluyen en
particular, surge lo político como posibilidad de pensar, provocar y producir
transformaciones que afecten lo individual y lo colectivo, que promueva
posibilidades de emancipación de las personas y sus sociedades.
En
este sentido, podemos interpretar la continuidad pedagógica como un artilugio
excepcional en tiempos de emergencia sanitaria que nos tranquiliza haciendo
“como si” estuviéramos cumpliendo con nuestra responsabilidad ética o como una
oportunidad extraordinaria para desmitificar y desnaturalizar, cuestionar y
reflexionar sobre la complejidad del problemático campo de la educación para
incidir en su transformación. Esta segunda opción nos permite movilizarnos
hacia la pedagogización, superando
las concepciones colonizantes basadas en la dependencia, la transmisión y el
instrumentalismo, presentes tanto en la tecnología como en la misma pedagogía.
La desigualdad habitaba nuestras aulas, la continuidad pedagógica navega en esas desigualdades preexistentes,
y somos conscientes que el confinamiento seguramente las incrementará. Educar,
es trabajar por más igualdad desde la consideración del otro como un igual, es
garantizar el acceso a las formas simbólicas comunes a una sociedad, es
provocar que la experiencia pedagógica se constituya en una posibilidad de
emancipación para todos.
No pretendemos hacer pedagogía de las
tecnologías, sino intentar pedagogizar los escenarios educativos digitales. Por
tanto, desnaturalizar y desmitificarlos de sus pretensiones más mercantiles,
coloniales e instrumentales para encontrarle su propósito fundamentalmente más
educativo, más inclusivo, más solidario, más igual.
En confinamiento y después del mismo,
nuestra responsabilidad ético política es construir “más y mejor escuela presencial y virtual”, como lugar de encuentro
de la alteridad, como lugar en el que se aprende a transitar progresivamente de
los intereses propios a la búsqueda del bien común, como institución
democrática encargada de la transmisión y recreación de un fondo cultural
común.
En palabras de Adriana Puiggrós(2020): “La
escuela es la plataforma de la patria; que nosotros tenemos que cuidar... Desde
allí es donde tenemos que cultivar el pasaje a un mundo nuevo"
(p.3).
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https://revistas.uca.es/index.php/cayp/article/view/5032
[1] Grandes cantidades de información para analizar, contradicciones en
la información disponible, una relación
señal/ruido dificultando la identificación de información relevante
para la decisión, o la ausencia de un método para comparar y procesar
diferentes tipos de información pueden contribuir a este efecto. En un entorno
así, la búsqueda de informaciones concretas se hace dificultosa y la posterior
clasificación de la información por su corrección, calidad, etc. conlleva mucho
trabajo https://es.wikipedia.org/wiki/Sobrecarga_informativa#Problemas_que_derivan_de_esta_sobrecarga
[2]Los ecosistemas digitales de aprendizaje representan un paradigma educativo,
soportado en las tecnologías de la información y las comunicaciones. Se caracteriza
por basarse en sistemas adaptativos capaces de modificarse a partir de
diferentes relaciones o interacciones dadas entre los componentes del sistema:
contexto, usuarios, contenidos, dispositivos, aplicaciones, formas de comunicación,
entre otros (Motz y Rodés, 2013; Barragán, 2016 en Islas Torres, C., y Carranza
Alcántar (2017).