Philosophy and continuous teacher
training in the province of Buenos Aires (2006-2019). Philosophical and
political notes.
Juan Nesprías
Universidad de Buenos Aires,
Universidad
Nacional de General Sarmiento, Argentina.
juannesprias@yahoo.com.ar
Recibido: 17/09/2020
Aceptado: 16/03/2021
DOI: https://doi.org/10.48162/rev.36.027
Resumen. Nos proponemos abordar la
experiencia de formación docente continua en el área de filosofía, en el marco
de la política de capacitación que viene desarrollando la provincia de Buenos
Aires desde hace varios años, y que permitió llegar masivamente a docentes,
directivos y otros actores de la comunidad educativa a través de cursos y
diversas acciones de formación continua. Para el área de filosofía constituye
una experiencia inédita, sostenida durante trece años, en una de las más
grandes jurisdicciones educativas de la región en cuanto a cantidad de
docentes, alumnos y escuelas. Allí se conformó un equipo de trabajo integrado
por docentes con formación académica en filosofía, que elaboró y llevó a cabo
cursos y seminarios dirigidos a docentes de filosofía y de otras áreas
disciplinares. En este trabajo desplegamos algunos principios filosóficos y
políticos puestos en juego en dicha experiencia de capacitación, y ofrecemos
algunas ideas que atañen tanto a la formación inicial de profesores/as de
filosofía como al lugar de la filosofía en la escuela.
Palabras clave. Filosofía, Formación
docente continua, Escuela, Provincia de Buenos Aires.
Abstract. We intend to address the
experience of continuous teacher training in the area of philosophy within the framework of the training policy that the
province of Buenos Aires has been developing for several years, and that has
allowed to massively reach teachers, managers and other educational actors
through courses and various ongoing training actions. To the field of philosophy, it constitutes an unprecedented experience, sustained
over thirteen years, in one of the largest educational jurisdictions in the
region in terms of numberS of teachers, students and schools. A work team was
formed there, made up of teachers with academic training in philosophy. The
team developed and carried out courses and seminars aimed at teachers of
philosophy and other disciplinary areas. In this paper we develop some
philosophical and political principles brought into play in that training
experience, and at the same time we offer some ideas that concern both the
initial training of philosophy teachers and the place of philosophy in school.
Keywords. Philosophy, Continuous teacher training, School, Buenos Aires province.
La filosofía es el acto de
reorganizar todas las experiencias teoréticas y prácticas, proponiendo una
nueva gran división normativa que invierte un orden intelectual establecido y
promueve nuevos valores más allá de los comunes. La forma de todo esto es, más o
menos, dirigirse libremente a todos, pero primero y principalmente a los
jóvenes, pues un filósofo sabe perfectamente bien que los jóvenes tienen que
tomar decisiones sobre sus vidas, y que ellos están generalmente mejor
dispuestos a aceptar los riesgos de una “revuelta lógica”.
Alain Badiou, La filosofía como repetición
creativa
En la
provincia de Buenos Aires se desarrolló una política de capacitación en el área
de filosofía -de la que formamos parte- que permitió llegar masivamente a docentes,
directivos y demás actores de la comunidad educativa, a través de cursos y
diversas acciones de formación continua. En tal sentido, constituye una
experiencia inédita, sostenida desde 2006, en el mayor distrito educativo del
país y uno de los más grandes de la región en cuanto a cantidad de docentes,
alumnos y escuelas. No tenemos registros, por magnitud y características, de un
programa de capacitación docente en el área de filosofía, con un equipo de
trabajo integrado por docentes concursados con formación académica en
filosofía, que elaboró y llevó a cabo cursos y seminarios dirigidos a docentes
de filosofía y de otras áreas disciplinares.
Si bien apelamos a cierta
generalización al
hablar de “la filosofía” o el “campo
filosófico”, la “educación”, la
“escuela”,
lo dicho aquí corresponde a una experiencia propia, y por lo
tanto, relativa.
Un supuesto fuerte de este trabajo y de la experiencia de
capacitación es que
la cuestión de la transmisión de la filosofía
resulta ser un asunto
fundamentalmente filosófico y también político.
Que sea un “asunto filosófico”
significa que la enseñanza de la filosofía requiere
cierta intervención y
posicionamiento filosóficos que no pueden ser reemplazados por
decisiones
técnicas, metodológicas o didácticas. En cualquier
caso, este tipo de
decisiones deben ser analizadas a la luz de la filosofía que las
sustentan, lo
que equivale a decir que no hay cuestiones “de
enseñanza” de la filosofía que
puedan ser abordadas prescindiendo de un enfoque filosófico, o
mejor dicho, y
para ser más precisos, de una idea de la filosofía. Y
establecer esto, como
puede atestiguar la historia de la filosofía, es una
cuestión filosófica. Al
mismo tiempo, nos interesa sostener que los asuntos filosóficos
guardan una
relación compleja con los posicionamientos políticos.
Diremos que hay apuestas
políticas básicas, anteriores a la especulación
filosófica, pero entramadas con
ella, que condicionan las posibilidades de la filosofía. No es
“la filosofía”,
en abstracto, la especulación pura, la que determinaría
el posicionamiento
político de la filosofía. Antes bien, hay
“filosofías”, es decir, distintas
maneras de concebirla, y la que asumimos aquí es compatible con
los compromisos
políticos de “dirigirse a cualquiera”, de tener como
principio la igualdad, en
el marco de un Estado democrático.
Enunciado el principio general, el trabajo se
ordena en tres apartados. El primero hace referencia al marco general de la
política de formación continua en la provincia, en el que fue posible
capacitación en filosofía, así como a los distintos dispositivos desplegados
por el equipo de trabajo. También sintetizamos la importancia que le hemos dado
a los diversos cursos elaborados para destinatarios de otras disciplinas y
niveles. Allí la filosofía puede aportar a la escuela en su conjunto una mirada
integral, curiosa y auto-re-flexiva, teniendo como objeto el estatuto
contingente y precario de los saberes, instalando el tiempo de la pregunta
filosófica, tiempo que es siempre libre, disruptivo y, fundamentalmente, igualitario.
En el segundo apartado abordamos el esquema
tradicional de enseñanza de la filosofía y algunos supuestos construidos
mayormente en la formación inicial del profesorado en filosofía, reforzados
luego en el ejercicio y la práctica docente. El interés en problematizar
algunos de esos supuestos en los encuentros de capacitación no residió en
desarrollar una mera especulación teórica, sino en abordar cuestiones de
fundamento de esa enseñanza que aporte algunas ideas a las condiciones en que
se enseña filosofía en la provincia de Buenos Aires. El Diseño Curricular de
Filosofía en sexto año de la escuela secundaria ha sido una herramienta
importante para propiciar una enseñanza de la filosofía renovada, coincidente
en líneas generales con lo que hemos sostenido en la formación docente
continua, incluso desde antes de su implementación, en 2012.
El tercer apartado, vinculado a los
anteriores, tematiza los vínculos entre la filosofía, el filosofar, y su enseñanza,
y despliega algunos principios filosóficos referidos al sentido que tiene la
capacitación en filosofía tal como la entendimos durante este tiempo y a las
posibilidades de la enseñanza de la filosofía en la escuela, cuya relación
estrecha y necesaria con la formación continua nos interesa resaltar.
Resta decir que mucho de lo que aquí será
señalado fue posible gracias a la tarea colectiva de un equipo de trabajo que
llegó a conformar un verdadero grupo de amigos/as y compañeros/as de la
filosofía, con un fuerte compromiso con la educación y la enseñanza. La
decisión de escribir en primera persona del plural obedece no tanto a una
cuestión de estilo, sino a que la experiencia no fue individual, aún cuando la
autoría del escrito sí lo sea. Estos “apuntes” tienen como uno de sus
propósitos recuperar teóricamente la experiencia de capacitación en filosofía,
con la aspiración de hacer algún aporte al lugar de la filosofía en la
formación permanente, y fundamentalmente, al lugar de la filosofía en la escuela.
La recuperación económica en los años
posteriores a la crisis de 2001 permitió implementar acciones destinadas a
reforzar la presencia y la intervención estatal en la educación de la provincia.
El vínculo político entre nación y provincia de Buenos Aires y la continuidad
de la política educativa se hizo patente en la sanción casi en paralelo de la
Ley de Educación Nacional en 2006 y de la Ley de Educación Provincial en 2007.
Entre los hechos que pueden invocarse, sin dudas el aumento de la inversión
educativa (posible gracias a la Ley de financiamiento educativo) es un hecho
importante y condición de posibilidad del fortalecimiento del Estado provincial
en su faz pedagógica. En esta dirección, el Plan de capacitación 2004-2007
proyectaba capacitar a casi cien mil docentes en 2006[1], antes de la
conformación de los equipos de capacitadores y capacitadoras concursados. A
fines del año 2006 se sustanciaron los primeros cargos mediante concurso de antecedentes
y oposición, modalidad que continuó regularmente, en principio cada dos años,
desde 2010 cada tres. En la primera convocatoria de 2006 se concursaron 520
cargos de capacitadores, y por primera vez en la historia de los Centros de
Investigación e Innovación Educativa (CIIE) se organizó el tratamiento de pase
a Planta Orgánico Funcional a través de los Tribunales de Clasificación.
Los Centros de Investigación e Innovación
Educativa (CIIE) son actualmente organismos dependientes de la Dirección de
Formación Docente Permanente de la DGCyE, y constituyen las instituciones que
ofrecen cursos de capacitación gratuitos, voluntarios y con puntaje para todos
los niveles y modalidades del sistema educativo. Existe un CIIE en cada
distrito de la provincia de Buenos Aires (son 135), que se encarga, junto a los
otros CIIE de cada región educativa (existen 25 regiones educativas), de
coordinar e implementar la oferta de formación docente continua[2]. Si
bien hubo cambios organizativos en la estructura administrativa, la continuidad
en la política de formación continua estuvo dada por la consolidación de los
señalados Equipos Técnicos Regionales, conformados por capacitadores concursados
(“ETR”), pertenecientes a diversas áreas y niveles (Inicial, Primaria, Secundaria),
y por los coordinadores y coordinadoras de áreas (el Equipo Técnico Central, o
“ETC”), encargados de la organización de acciones centrales y de los diferentes
equipos disciplinares, distribuidos a lo largo y ancho de la provincia. [3]
Debería resaltarse el carácter político que
tuvo esta experiencia. Por una parte, la reforma curricular lanzada en 2007 fue
una política central del período analizado. Allí se incluyó una versión
prescriptiva del currículum, que indica con claridad las actividades que pueden
ilustrar la aplicación práctica de los contenidos en las aulas. Por su parte,
en la capacitación docente el Estado
giró hacia un rol activo en la provisión de cursos gratuitos y en la regulación
del amplio mercado privado. Un hecho significativo fue la modificación del
puntaje relativo que otorgaban los cursos de instituciones privadas, pagos,
frente al puntaje de la capacitación gratuita impartida desde el Estado. En
2008 se aprobó la diferenciación del puntaje (Resolución 4730) y los cursos que
ofrecerían los CIIE a partir de allí otorgarían un puntaje considerablemente
mayor que las instituciones privadas. Otra marca insoslayable para
contextualizar las acciones de capacitación fue el establecimiento de la
obligatoriedad de la escuela secundaria a partir de la sanción de las Leyes
nacionales y provinciales (años 2006-2007)[4]. La defensa de un modelo de Estado presente y comprometido con los
aprendizajes de los alumnos, tener como principio ético-político la igualdad y
ofrecer la discusión política (y filosófica) alrededor de ese término en el
aula de capacitación, entre docentes, “desde el Estado”, resultó una tarea
desafiante y novedosa.
Para
decirlo en los términos que utilizaron Mariana Cantarelli y Sebastián Abad
(2010): se trataba de “habitar el Estado”, de ocupar un espacio desprestigiado
y objeto de múltiples impugnaciones, justificadas por la historia reciente, que
ofrecía y ofrece imágenes de un Estado represivo, o un Estado corrupto, o un
Estado impotente. El desprestigio de la política es una de las
condiciones que los autores indicaban como marca de época, luego de la crisis
de representación que significó diciembre de 2001. La subjetividad docente también se nutre de
un sentido común que se posiciona a distancia del Estado. Y la percepción a-estatal
(“el Estado nunca es aquí donde yo estoy”) también anida entre docentes y en la
misma escuela. El frecuente desconocimiento del propio espacio que ocupan los
agentes estatales lleva a reconocerse por fuera del Estado, e incluso a
imaginarse en oposición a él, o en estado de resistencia.
Frente a
esto, lo que produjo una acción masiva de política educativa como la
capacitación, en muchos de nosotros, fue la necesidad de revisar esas marcas
que forjan nuestra subjetividad docente. Revisar para intentar construir otras
marcas. Porque no se trataba de eliminar aquellas imágenes del Estado de un
plumazo, o de forjar un estatalismo acrítico. Ni siquiera de olvidar lo que el
Estado ha sido, y mucho menos de sostener livianamente que simplemente ya no es
una maquinaria de reproducción. Pero sí de asumir la complejidad de esa
maquinaria. El Estado constituye un espacio lleno de tensiones, instituciones y
dispositivos que tienen sus historias y formas de organización, que a su vez
tiene pliegues y áreas distintas, muchas de las cuales seguramente son
incompatibles entre sí. Y en ese sentido, negar que el Estado posee una esencia
invariante significa aceptar que puede ser otra cosa que una máquina de
reproducción. La recuperación del rol del Estado en materia de formación
docente continua requería (y requiere) herramientas conceptuales, simbólicas y
afectivas que permitan a quienes se encuentran en su órbita habitar ese espacio, es decir, asumir
una posición que no desconozca lo propio del ámbito que ocupa y la escala en la
que se interviene. En
todo caso, es necesario pensar, en tanto docentes que ocupamos uno de esos
pliegues del Estado, qué es lo que queremos que se reproduzca y qué no. El
curso “Aportes filosóficos al Marco General de Política Curricular”, de 2009,
abordó explícitamente este punto[5].
Asimismo,
para quienes llevamos a cabo la tarea de enseñar y “capacitar” en filosofía,
actualizar la dimensión política de la tarea docente en la formación continua
significó problematizar algunas cuestiones esenciales: ¿Qué representa para sus
dos mil años de historia que la filosofía sea una disciplina de enseñanza
obligatoria, regulada por el Estado? ¿Cómo actualizamos la articulación
kantiana del uso privado de la razón en tanto funcionarios con el uso público
que podemos hacer en calidad de intelectuales? ¿Cómo pensar en el interior de
una institución como la escuela que, al igual que al Estado, del que forma
parte, se le exige al mismo tiempo que se la impugna, se la invoca para la
libertad pero se la acusa de normalizar y disciplinar? ¿Cómo hacerlo en los
espacios de capacitación, que, digámoslo también, son espacios estatales? En
las condiciones de fragmentación e impugnación general de la política y el
Estado era importante (y lo sigue siendo) reconocer la raigambre estatal del
equipo capacitador, porque difícilmente pueda ocuparse un espacio con un
discurso que niega su propio lugar de enunciación.
El área de Filosofía en la Dirección de
Formación Docente Continua (actualmente Dirección de Formación Docente Permanente[6]) de la Dirección General de Cultura y Educación comenzó con tres
capacitadores seleccionados a través de Curriculum Vitae para el período
2005-2006, luego con cuatro capacitadores concursados a partir de diciembre de
2006, y desde ese momento fue creciendo hasta alcanzar un total de trece
capacitadores en cargos presenciales, distribuidos en diferentes regiones
educativas, y seis más para la capacitación virtual, en 2019. Junto a las áreas
de Historia, Geografía, Ciudadanía y Economía, Filosofía formó parte del
espacio de Ciencias Sociales.
Durante
el período 2006-2019 se elaboraron, aprobaron y dictaron, en el área de
filosofía, diferentes cursos y seminarios. Hubo dos grandes grupos entre los
destinatarios de los dispositivos: aquellos/as docentes con formación
específica en filosofía y aquellos/as docentes de otras materias con interés en
incorporar la perspectiva filosófica en sus clases. De modo que los cursos
fueron pensados hacia ese doble horizonte: por un lado se elaboraron algunos con
un sesgo específico, dirigidos a quienes están al frente de las materias
filosóficas, y por otro lado cursos pensados para docentes de otras disciplinas
de la educación secundaria (aquellos vinculados a filosofía y ciencia, los de
derechos humanos, política y ciudadanía), también para maestras y maestros de
nivel inicial y nivel primario (los cursos de filosofía con niños y niñas), y
para todos los actores de la comunidad educativa (los cursos sobre ESI, el
curso sobre el Marco General de Política Curricular, el curso sobre el “pensar
filosófico como acontecimiento”, el referido a “habilidades del pensamiento en
la comunidad de indagación filosófica”)[7]. Antes de pasar al siguiente apartado, nos gustaría comentar muy
brevemente cómo entendimos los aportes del área de filosofía a otras
disciplinas y actores de la comunidad educativa, y a la escuela en general, más
allá de las particularidades de cada curso.
Pensamos que la escuela
requiere de un pensamiento filosófico. Hay algo del tiempo del pensamiento filosófico
que se resiste al vértigo del mundo (escolar): la filosofía interrumpe el
tiempo (productivo) de las instituciones para instalar otro tiempo, el de la
pregunta y el pensamiento, que es también un tiempo libre, que a su vez es el
tiempo de la igualdad. Los espacios de capacitación filosófica operan por
momentos con ese propósito: interrumpir la continuidad del mundo (escolar) y
realizar un corte en el tiempo, estableciendo otro tiempo, libre, igualitario y
democrático[8]. En la medida en que la filosofía no es solamente un capítulo más del
saber, confinado a un espacio curricular, pero en la medida también en que es
algo más que mera especulación y se propone como un pensamiento en y sobre la
escuela, su tarea crítico-reflexiva tiene
que abordar, con todas las tensiones del caso, los fines de la educación
secundaria: la formación de ciudadanos
y ciudadanas, la preparación para el mundo del trabajo, y para la continuación
de estudios superiores. El abordaje filosófico se dirige no sólo a
pensar los medios para la consecución de estos fines, sino fundamentalmente a
pensar esos fines. La escuela y las disciplinas pueden pensarse a sí
mismas no solamente en términos de eficacia, utilidad, o funcionalidad de sus
propósitos. No solamente en términos de resultados de aprendizaje. Ello es
necesario, desde ya. Pero la escuela debe pensarse a sí misma como deseo de lo
común, y en su propio tiempo, en su temporalidad interna. Los encuentros
de formación continua en filosofía conservan la misma potencialidad que pretendemos
para la escuela: la de construir otro tiempo, alejado de la velocidad y
productividad del mundo. Por su carácter eminentemente re-flexivo, diremos que
la filosofía tiende a que la escuela se piense a sí misma. Indudablemente
conviven otras lógicas en la escuela, y existen condicionantes. Pero los
encuentros de capacitación en filosofía pretendieron funcionar a partir de la
interrupción de esas lógicas y esos condicionantes. Lejos de constituir
obstáculos insalvables, son las condiciones de posibilidad de un pensar
filosófico en y sobre la escuela.
En cuanto al enfoque de
la formación de docentes en ejercicio de otras áreas, los cursos se orientaron
hacia la re-flexión de las disciplinas sobre sí mismas, incluso a la suspensión
de “lo que sabe” cada docente en su campo del saber. Se pretendió acercar la
reflexión filosófica a las propias disciplinas, pero no indicando cómo se debe
pensar en cada área, sino mostrando el gesto filosófico en acto, insistiendo en
que cada docente vaya más allá de sus límites disciplinares (indisciplinando,
podríamos decir) y asuma una disposición abierta a la pregunta y al pensamiento
filosófico en su práctica escolar. De alguna manera, introducir a docentes de
otras áreas a la filosofía requiere un esfuerzo al que la filosofía está
acostumbrada. La filosofía no constituye simplemente un “pensamiento crítico”,
un pensamiento que se dirige críticamente al mundo para avanzar en su
conocimiento. En todo caso, ése es el proceder científico, que de diversas
maneras profundiza su saber sobre el mundo recortándolo, separando sus partes y
adecuando el método de acuerdo a sus diversos objetos. En el momento en que
abandonan la mirada a su objeto requieren otro tipo de actitud, y allí está el
origen de la filosofía. Por eso aquellas disciplinas que vuelven sobre sus
principios –es decir, sobre sí mismas- en alguna medida realizan una reflexión
filosófica. Con menor o mayor reconocimiento, las disciplinas particulares, las
ciencias y las artes, realizan en esos casos “vueltas” filosóficas sobre sí
mismas, es decir, “re-flexiones” en sentido fuerte. Por ello la filosofía es una invitación al abandono, por momentos, de los
métodos de los saberes
particulares y las disciplinas escolares para ampliar el horizonte de lo
pensable y preguntar por el mundo de otro modo, y también por sus modos de
conocimiento, a fin de evidenciar la provisoriedad del saber en general y la
contingencia del conocimiento científico en particular. Sin entrar en el detalle de cada
propuesta, los cursos de formación continua tuvieron el propósito general de
invitar a quienes enseñan otras materias a pensar filosóficamente su disciplina
y su enseñanza, tanto en el nivel medio como en los cursos de filosofía con
niños, para inicial y primaria.
Más allá
de los cambios en la gestión, desde sus comienzos la capacitación significó un
espacio novedoso en la formación de docentes de filosofía. Por una parte, allí
se produce el encuentro de la macro política educativa y lo que sucede en el
acontecer diario de las escuelas. Es decir, entre los lineamientos de política
educativa emanados desde el Estado, por un lado, y las representaciones que los
docentes tienen sobre la escuela, los jóvenes, la propia disciplina, por otro.
Por su parte, los Diseños Curriculares (DC) son la expresión más concreta de la
política educativa, tanto en su dimensión ideológica como en los aspectos
disciplinares y didácticos. En el caso de las materias de la escuela secundaria
de la provincia, los DC ofrecen orientaciones para la evaluación, indican la
finalidad de cada disciplina, la organización de los contenidos, la
bibliografía, los recursos, etc. Y son prescriptivos: tienen carácter de ley
sobre qué y cómo enseñar. Talia
Meschiany realizó un análisis de
la incidencia de los nuevos diseños curriculares en el área de historia, en la
educación secundaria, en el marco de las políticas de
formación continua de docentes en ejercicio desarrolladas en la provincia de
Buenos Aires desde 2006. En ese estudio se valió de la hipótesis del “desacuerdo” para abordar el
vínculo entre la reforma curricular y sus orientaciones emanadas desde el
Estado, por un lado, y las prácticas y representaciones de los docentes
relacionadas con la enseñanza de la Historia, por otro (Meschiany, 2016). El término,
tomado del filósofo francés Jacques Rancière, hace referencia a la situación de habla en la que
“uno de los interlocutores entiende y a la vez no entiende lo que dice el
otro”[9].
Matizando un poco este concepto
rancieriano, podemos hablar de un cierto desajuste entre las prácticas
tradicionales arraigadas de enseñanza de la filosofía y lo que propone el Diseño
Curricular de 6to. año de la Escuela Secundaria para el Espacio Curricular de Filosofía. Elaborado
por Laura Agratti, ese documento ha jugado un papel valioso en la
actualización de la enseñanza de la filosofía y en la instalación de un
paradigma diferente al que conocemos como enseñanza tradicional de la filosofía
(si bien también generó críticas y resistencias, que abordamos en las aulas de capacitación).
Diríamos que el diseño permite instalar la reflexión filosófica en el campo de
su enseñanza, y consecuentemente, hacerla “más filosófica”. En los espacios de
formación continua en filosofía, el trabajo con el Diseño Curricular ha sido la
oportunidad para poner en revisión la formación inicial del docente de
filosofía y algunos supuestos del esquema tradicional de su enseñanza, que es
lo que abordaremos sucintamente en lo que sigue.
La estructura del profesorado de filosofía
está organizada, a grandes rasgos, por dos espacios diferenciados: una serie de
materias disciplinares, correspondientes al saber específico de la formación,
organizadas internamente a su vez de diversas maneras, y otro grupo de
materias, que podríamos llamar “pedagógicas”. En la provincia de Buenos Aires
hay varias universidades nacionales y numerosos institutos de formación docente
que poseen profesorados de filosofía, a los que se suman las universidades e
institutos radicados en la ciudad de Buenos Aires, donde se forman muchos/as
docentes que viven o trabajan en escuelas y profesorados del conurbano. Esa
división en la formación filosófica entre un espacio disciplinar (con algunas
materias iniciales y otras más especializadas) y un espacio pedagógico (del
mismo modo, con algunos contenidos más generales, y otros más específicos
referidos a la didáctica) en el caso de la filosofía da pie a una suposición
razonable: hay materias filosóficas, donde se aprende el contenido específico
de la filosofía, y hay otras materias, las “pedagógicas”, donde se aprende a
enseñar aquel saber. Sobre esta estructura formativa se funda el enfoque
tradicional de la enseñanza de la filosofía, que separa un ámbito pedagógico-didáctico y un ámbito
filosófico. Se supone que hay un conocimiento -un saber o una práctica-, el
contenido, el qué de la enseñanza (en
este caso: “la filosofía”), que es posible enseñar a otros. El cómo hacerlo, las técnicas para
transmitir ese contenido corresponderían a otro tipo de saber: el didáctico (o
pedagógico-didáctico). Esta percepción es compartida, a su vez, tanto por
quienes integran los espacios del campo filosófico como por quienes integran
los del campo de la enseñanza. Y es común entre quienes asisten a los cursos de
filosofía. Alejandro Cerletti ha puesto en entredicho el esquema anterior
mediante la puesta en evidencia de algunos de los supuestos y las consecuencias
que se derivan de ellos (2008). A quienes estamos a cargo de los cursos de
capacitación ello nos plantea preguntas fundamentales: ¿somos especialistas de
la enseñanza (de la filosofía)? ¿Somos expertos/as en contenidos filosóficos?
¿Somos teóricos/as de una sumatoria novedosa de ambos conocimientos?
La separación entre un
saber filosófico y un saber pedagógico conlleva la distinción jerárquica entre
especialistas: en la cima, el filósofo y sus obras, o la filosofía y su
historia (o en su defecto, en el presente: el investigador, “produciendo”
filosofía); luego, en un escalón abajo, los expertos en didáctica (¿los/as
capacitadores/as?), quienes adaptan los saberes eruditos al nivel de
comprensión de alumnos y alumnas y proveen de herramientas y técnicas a
profesores y profesoras, quienes son los que ocupan el tercer nivel, inferior,
de esta escala imaginaria. Una tarea de capacitación coherente con esta escala
enfatizaría la actualización de contenidos y técnicas, en el uso apropiado de
herramientas y libros de texto, más que en la reflexión filosófica. El trabajo
de profesores y profesoras de filosofía consistiría en la aplicación de esas
herramientas y recursos pensados por otros, con la finalidad de reproducir el
conocimiento filosófico objetivado en obras y escritos. Alumnos y alumnas por
su parte tendrían que reproducir lo más fielmente posible, en otro nivel, ese
conocimiento. Pues bien, la formación docente continua en filosofía tal como la
entendimos constituyó una oportunidad para poner problematizar todo este
esquema, para problematizar sus elementos y concebir de otra manera lo que se
hace en el aula de filosofía en la escuela secundaria.
Quienes estamos en posición de enseñanza
tenemos que asumir algunas cosas: formamos parte de una institución y tenemos
lineamientos curriculares como parte de la política educativa. El Diseño
Curricular de filosofía sostiene, de algún modo, una idea de filosofía. Aparece
allí un elemento provocador para su enseñanza: como la contracara del
sustantivo “filosofía”, caracterizado como “pensamiento problematizador”, nos
encontramos con el verbo “filosofar”. Hay una apuesta importante en esa doble
cara filosofía/filosofar que resulta interesante para revisar algunos elementos
del enfoque tradicional que siguen operando en muchas clases de filosofía. A partir de la concepción de la filosofía como
“un pensamiento que interpela lo naturalizado” se hace hincapié en el ejercicio
del pensamiento, en el verbo “filosofar” por sobre “la filosofía como
sustantivo”, entendida como contenido cerrado y acabado, externo al ejercicio
del pensamiento. La diferencia entre la filosofía y el filosofar es sustancial
para pensar su enseñanza, y el Diseño Curricular propone maneras de
compatibilizar esas alternativas: la filosofía (su historia, los protagonistas
y sus obras, los problemas y los sistemas filosóficos) es interpelada desde la
vida de jóvenes, desde el presente y sus problemas. Las orientaciones
didácticas, los dispositivos presentados, los criterios de evaluación y las
modalidades de enseñanza, todo lo referido al modelo didáctico propuesto va en
esa dirección. La didáctica desplegada en el aula de capacitación intentó ser
coherente con esta propuesta de diálogo con los filósofos, los textos, la
historia de la filosofía y los bienes culturales para hacer de esos encuentros
sitios de producción filosófica[10]. Pero ello constituyó una propuesta exigente
para su puesta en práctica, que es donde aparecieron las dificultades y las
resistencias.
Un objetivo central de
la formación docente continua en filosofía consiste en el mejoramiento de la
enseñanza de la filosofía, naturalmente. Sin dudas persisten maneras de enseñar
filosofía que consideramos inadecuadas, producto de supuestos filosóficos no
siempre sometidos a discusión, pero que fue posible confrontar reflexivamente,
revisar y cuestionar en los espacios de capacitación en filosofía. Creemos que
es posible otorgar otro sentido a prácticas repetitivas, acríticas, y dotarlas
de otra “intensidad filosófica”, por
decirlo de alguna manera. Y que es posible instalar otra idea sobre lo que
ocurre en el aula de filosofía, y por qué no, sobre lo que puede ocurrir en la
escuela. Pero no lo hacemos a título de expertos en contenidos disciplinares
específicos, o como técnicos que proveen estrategias de enseñanza novedosas,
recursos o actividades actualizadas. Hacerlo sería reforzar una concepción
meramente “técnica” de la tarea de capacitación, y la de un docente
fundamentalmente ejecutor de esas técnicas.
Los cursos de filosofía
también pretendieron resignificar la demanda de técnicas
y recursos, volverla
hacia el interés filosófico, subjetivo, de cada docente.
Sostuvimos que no hay
recursos didácticos infalibles o técnicas que sirvan para
toda propuesta de
enseñanza. El éxito de una herramienta cualquiera depende
en primer lugar del
potencial que puede observar el docente en esa herramienta o ese
recurso
didáctico. Por cierto, el manejo adecuado tanto de contenidos
filosóficos como
de saberes pedagógicos es una condición imprescindible
para emprender la tarea
de enseñar y mucho más para la tarea de
capacitación en filosofía. Pero hemos
aspirado a que los encuentros convoquen a docentes que en algún
momento han
elegido el camino de la filosofía y que también han
decidido que es valiosa su
enseñanza, para sus vidas y las de otros. Y eso implica asumirse
como
intelectuales que pueden pensar filosóficamente su propia
práctica, como
docentes que tienen un fuerte vínculo con la cultura
filosófica, y que además
son quienes están en el día a día de la escuela,
quienes conocen a los y las
jóvenes de la provincia. Son esas ideas y las experiencias con
la filosofía las
que van a dar la perspectiva desde donde concebir las actividades y los
recursos para sus clases. En tal sentido, propusimos abordar la misma
experiencia de capacitación con la pregunta, para corrernos de
una posición
meramente demandante o técnica: ¿Para qué queremos
formar parte de un curso de
capacitación? ¿En qué sentido nos
“sirve” la capacitación en filosofía?
¿Cómo
entendemos la “actualización” en nuestra
área? ¿Cómo se relaciona nuestra tarea
cotidiana en la escuela con aquello que originalmente nos llevó
a la filosofía?
El trabajo con recursos y actividades de enseñanza en la
capacitación en
filosofía pretendió trabajar estos sentidos.
A diferencia, tal vez,
de otras disciplinas, encontrar una definición unívoca del objeto a enseñar en
filosofía no es una tarea sencilla. ¿Es un saber positivo? ¿Una actividad más bien
cercana al arte? ¿La filosofía constituye una profesión? Por otra parte:
¿corresponde más bien a un saber teórico? ¿O significa una actitud vital, una
sabiduría práctica, un modo de vida? Dichas concepciones determinan maneras muy
diferentes de concebir su enseñanza. Pero el sentido de esas maneras no se define mediante “cuestiones técnicas de
enseñanza”. Al identificar de ese modo el problema se pretende desligar el
aspecto filosófico de la cuestión, o directamente “la filosofía”, del hecho
-empírico- de enseñarla, remitido a un plano inferior, técnico, instrumental, o
accesorio. La creencia no tematizada es que el saber
filosófico puede aislarse y ser abordado independientemente de cómo ha sido
aprendido y de cómo es enseñado. Suele considerarse que si el “saber
filosófico” necesita auxilio del saber didáctico es para ablandar su erudición,
para volverla accesible al nivel de los destinatarios, para encontrar ejemplos,
ilustraciones, analogías, metáforas, actividades y dinámicas adecuadas, éstas
últimas provistas por quienes son expertos en esos temas. Quien “sabe
filosofía” estaría en posesión del “concepto”,
frente al saber correspondiente a la enseñanza, considerado menor (e incluso no
filosófico).
Por eso resultó fundamental discutir, entre
quienes enseñamos filosofía, a qué
hace referencia ese “saber filosofía”. ¿Constituye algo
separado de la enseñanza, un saber al que podría sumársele el saber didáctico,
como parece evidenciar la misma estructura curricular del profesorado? ¿Es
razonable el comentario frecuente, referido a tal docente “que sabe mucho”,
pero que “no sabe transmitir”? Como hemos dicho, un punto importante de la capacitación
consistió en advertir el vínculo
de nuestro saber filosófico con las formas en que uno mismo lo aprendió, y con
las formas en que los enseña. La configuración escolar de la filosofía en la
actualidad inhibe la iniciación a “una” filosofía particular: hay lineamientos
oficiales, contenidos y criterios curriculares que atender, hay una “filosofía
oficial”, estatal. Esto último ha ido naturalizando cierta neutralidad
filosófica por parte del/a profesor/a de filosofía respecto a los contenidos, y
construyendo ese “no-lugar” desde el que se enseña como algo evidente, o como
algo no cuestionado. Pero no hay contenido filosófico que no tenga una
intervención subjetiva de apropiación, así como no hay contenido filosófico que
no sea presentado desde una posición filosófica. No hay un ingreso transparente
e inmediato al saber filosófico, porque los contenidos no son prístinos e
idénticos a sí mismos. Y si bien puede parecer una obviedad, no se puede enseñar
filosofía desde ningún lugar.
Por eso en el aula de capacitación
insistimos en que cuando enseñamos “un contenido filosófico” enseñamos
fundamentalmente el vínculo que tenemos nosotros, profesores y profesoras de
filosofía, con la filosofía y el saber. Se enseña nuestra experiencia, el
rechazo que genera o la atracción que produce una idea o un sistema filosófico,
las preguntas que nos permite realizar, el malestar o la alegría que despierta
el encuentro con otra idea. Podría interpretarse de lo anterior que
indefectiblemente hay que asumir una escuela filosófica, o ser nietzscheana,
platónico o kantiano para poder enseñar desde esa posición filosófica. Pero no es así, necesariamente.
Simplemente, para decirlo una vez más, no es posible eliminar nuestra relación
con el saber filosófico. Y esto es crucial para quienes enseñamos filosofía,
porque en definitiva, se muestra un deseo, se pone en acto nuestro deseo de
saber, o nuestro amor, con todo lo que ello implica, como indica la etimología
del término “filosofía” (Cerletti, 2008)[11]. Esto no significa, sin embargo, caer en un
eventual relativismo o arbitrariedad filosófica. La idea de un saber filosófico
alejado de las condiciones de enseñanza es contradictoria. La separación de
aspectos puramente filosóficos y otros puramente pedagógicos desvaloriza lo que
se hace en la escuela en favor de un aparente saber filosófico, erudito,
preexistente a la situación pedagógica, situación que vendría a desvirtuar su
verdadero sentido. Y ello alienta la idea ingenua pero engañosa de que saber
filosofía alcanza para enseñarla. Poner
en cuestión este supuesto significa fortalecer nuestro vínculo con lo que
enseñamos y revalorizar lo que se hace en la escuela en nombre de la filosofía.
Otro supuesto
recurrente en la formación inicial, pero que se sostiene en los espacios de
formación continua -porque opera fuertemente en la práctica-, se refiere a la
posibilidad misma de establecer una relación genuina con la filosofía, o de
tener una experiencia auténticamente filosófica. Se afirma, por lo general de
un modo solapado y con eufemismos, que “la filosofía no es para todos” o que
“la filosofía no es para cualquiera”. Que resulta un saber críptico, complejo e
inabordable para quien no posea algunas capacidades específicas. Hay razones que apoyan esto. Algunas atañen (1) al carácter aristocrático
de la historia de la filosofía, otras (2) son razones estrictamente
filosóficas, y otras (3) tienen que ver con las condiciones en que se
desarrolla la filosofía en la actualidad. Históricamente, (1) la filosofía ha
sido una actividad exclusiva de un cierto grupo. No solamente por la condición
social de quienes tenían las posibilidades y el ocio necesario para la
reflexión filosófica, sino por criterios internos a ese grupo: paradigmática es
la división pitagórica/platónica entre quienes podían hablar y quienes solo
podían escuchar la palabra del maestro. En cuanto a las razones propias de la
filosofía (2), ésta nunca se ha visto como un saber más. No es estrictamente un
conocimiento científico, tampoco se identifica con el arte, no constituye una
religión, y se diferencia de la práctica política. Más que un saber, es un vínculo
particular con el saber, una relación del pensamiento con el arte, la ciencia,
la política y la religión, consigo mismo. Y característico de ese pensar ha
sido la libertad respecto de lo que piensa, su absoluta autonomía para negar
cualquier determinación exterior al propio pensamiento. La dificultad para
establecer claramente su objeto de estudio, la distancia con cualquier
institucionalización y su permanente afán de problematización permite entonces
que la filosofía se defina siempre más allá o más acá tanto del saber común
como del saber experto. Todo esto abona la percepción frecuente de cierta
extrañeza, abstracción, o complejidad del lenguaje filosófico. Por último, (3)
las condiciones actuales en las que se desarrolla la filosofía en todo el mundo
consolidan este carácter excepcional de la filosofía de un modo curioso.
Instalada en los grandes centros de investigación académicos, la actividad
filosófica más “seria y profesional” produce estudios cada vez más
especializados, en diferentes sub-áreas de la filosofía, mayormente sobre su
misma historia y sus protagonistas, los filósofos y sus obras (y recientemente,
algunas filósofas). En esto consiste su especialización y su fragmentación
actual, su “tecnicismo”, con la consecuente dificultad para la comunicación
entre sus partes (Castello Dubrá-Ranovsky, 1997, Nesprías, 2020), y ello
permite reforzar la percepción de un saber críptico e inaccesible para las mayorías.
Podría pensarse que
estas razones no corresponden al sentir docente, acostumbrado al contacto
cotidiano con jóvenes que no se dedican a la filosofía. Pero no es así.
Afirmaciones como las anteriores circulan por igual entre quienes enseñan
filosofía, sin distinción de niveles de enseñanza o áreas de investigación, de
instituciones o prácticas, y fueron razones que aparecieron recurrentemente en
los encuentros de capacitación. No es que estas razones
sean estrictamente falsas: la historia de la filosofía es eminentemente
aristocrática, la filosofía no es un saber positivo más, y la práctica actual
de la filosofía autopercibida como “seria” se concentra en las tareas de
investigación y producción de papers
científicos, lo que la convierte actualmente en una jerga a la cual es difícil
acceder. Pero las tres razones señaladas son constantemente utilizadas para
confirmar una posición política frente a la enseñanza de la filosofía en el
presente: no están dadas las condiciones culturales y cognitivas mínimas,
producto de las desigualdades económicas y sociales en las que enseñamos -se
dice-, para que alumnos y alumnas aprendan filosofía. Ante esto resulta necesario revisar la idea de
filosofía que sostiene tal imposibilidad, y en todo caso, construir otros
fundamentos para la enseñanza pública de la filosofía en la escuela. La disputa
por el sentido de esas afirmaciones circulantes y la construcción de dichos
fundamentos ha sido una tarea del área de filosofía en la formación continua.
Uno de esos fundamentos
debería tener la igualdad como principio, en el sentido que lo trabaja el
filósofo francés Jacques Rancière. En esa misma línea, sostenemos con Alain
Badiou que la filosofía “se dirige a cualquiera”, como indica el epígrafe de
este trabajo, lo que no significa la transformación de la filosofía en un
remedo de sí misma. El recorte, la selección, la interpretación, e incluso la
simplificación de algunos aspectos en la situación de enseñanza no equivalen al
empobrecimiento del pensamiento filosófico. Creemos posible evitar la
caricaturización de la filosofía cuando se la divulga o se la enseña.
Frecuentemente ello ocurre cuando se apela al “bajada” de contenidos para
explicar la situación de quien enseña filosofía a otros que no saben filosofía.
El desafío es encontrar un esquema que permita pensar y mantener lo filosófico
en las diversas condiciones donde la filosofía puede aparecer. Esto, a su vez,
tiene que ser justificado. Pero sostener la igualdad como principio de la
enseñanza de la filosofía o afirmar que la filosofía se dirige a cualquiera,
constituyen principios orientadores de las acciones posteriores que son las que
van a concretarlos y darles sentido.
Hemos insistido en los encuentros de
formación continua en el carácter filosófico de lo que hacen los y las docentes
de filosofía en el aula y en la escuela. Hemos querido instalar otra lógica,
distinta a la de la transmisión y la “bajada”, que permita observar algo
diferente a la mera copia o reproducción en el aula. Consideramos que es
posible algo del “filosofar”, como invita a pensar el Diseño Curricular para
las clases de filosofía, sin importar el nivel de instrucción, capital
cultural, o habilidades cognitivas que posean los alumnos.
Quienes formamos parte
del equipo de filosofía en la formación continua de la provincia de Buenos
Aires asumimos algunos compromisos filosóficos y políticos. Eso no implicó
nunca uniformidad filosófica de algún tipo ni mucho menos algún encuadre
partidario. Pero sí una serie de acuerdos básicos sobre el que se asentaron las
diversas acciones de capacitación realizadas a lo largo de los años.
Consideramos a la filosofía como una experiencia intelectual, no desprovista de
pasión y afecto. Adherimos a su carácter “acontecimiental”, disruptivo, que
permite ver las cosas de otro modo, nuevas, o extrañas. La concebimos como una
anormalidad que el pensamiento puede producir en el devenir normal de las cosas
a partir del acceso a textos y obras filosóficas, pero también a partir del
deseo de saber, de comprender, y de transformar. Y como ocurre con la pasión,
el deseo, o la experiencia misma del amor, creemos que esa experiencia de la
filosofía pueda ser ofrecida a todos, sin importar el grado de instrucción, la
escala social, el nivel económico o los consumos culturales. Sabemos que esta
concepción de filosofía no es neutral, que depende de una decisión política
frente a lo que es, y que tiene que
ser justificada pedagógica y filosóficamente. Gran parte de la tarea de
formación continua en filosofía tuvo ese objetivo.
Al mismo tiempo, sostenemos
nuestra tarea en el marco del Estado. Apelamos a la subjetividad docente en el
espacio estatal (el espacio de la capacitación provincial y el espacio escolar)
porque es desde allí que una filosofía dirigida a cualquiera puede ser
garantizada. Para ello se requiere un modo de estar en el Estado que no sea de
pura exterioridad. En ese sentido es que destacamos la importancia, en nuestro
caso, de construir el deseo de saber y el deseo por transformar las cosas desde
el interior de ese artificio, objeto de múltiples formas del menosprecio, lugar
de anacronismos y frustraciones, pero también de alegrías e intensidades
únicas, que es la escuela.
Los “apuntes” aquí
desplegados pretendieron abordar la experiencia de capacitación de filosofía en
el contexto bonaerense, a través de ciertos principios que hemos puesto en
juego en los diferentes cursos y seminarios, junto a la práctica cotidiana de
profesores y profesoras que en muy diversas y complejas condiciones llevan a
las aulas la alegría militante del pensamiento y la filosofía. En un contexto
de ampliación y democratización de los espacios de enseñanza, la filosofía
enfrenta el desafío inédito de dirigirse a cualquiera, sin importar su
condición. Quienes hemos dado un lugar importante a la
filosofía en nuestras vidas queremos seguir construyendo una filosofía y una
enseñanza coherente con ese compromiso.
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el Estado. Pensamiento estatal en tiempos a-estatales. Hydra.
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Un estudio de caso. En XIV
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[1] “Capacitación y formación docente: para una mejor calidad
educativa”. Dirección Provincial de Educación Superior y Capacitación
Educativa. http://servicios.abc.gov.ar/lainstitucion/revistacomponents/revista/archivos/portal-educativo/un
mero00/ArchivosParaImprimir/Capacitacion%20y%20Formacion%20docente.pdf
En este trabajo tomamos el año 2006 como
corte para el inicio de la capacitación en filosofía porque fue en diciembre de
ese año que se institucionalizó el cargo de capacitador por concurso. Pero como
se indica más adelante, hubo un trabajo en 20005 y 2006 de algunos
capacitadores/as contratados a través de sus CV, que desarrollaron acciones de
capacitación, en medio de muchas dificultades para la incorporación a la planta
y para cobrar sus sueldos.
[2] No tenemos conocimiento de que la provincia de Buenos Aires tenga
documentada una historia de la capacitación docente de manera integral y más o
menos completa. Se puede reconstruir no obstante a través de testimonios
fragmentados y en base a sucesivas resoluciones ministeriales y documentos
internos. Cuando comenzaron a celebrar cincuenta años del nacimiento de los
CIIE, como parte de la recuperación de su propia historia, aparecieron
registros de las acciones iniciales de perfeccionamiento docente en esas
instituciones. Los primeros CIIE se crearon a fines de la década del ´50 con el
“objeto de desarrollar la investigación educativa, el perfeccionamiento docente
y la extensión a la comunidad en lo educativo y cultural”. En sus comienzos, la
supervisión y coordinación estuvieron a cargo de la Dirección de Educación
Primaria, hasta el año 1985 en que se creó la D.I.E. (Dirección de
Investigaciones Educativas). De acuerdo a un trabajo de Laura Rodríguez y
Cecilia Zappettini del año 2006, en 1995, en el marco de la por aquel entonces
reciente Red Federal de Formación Docente Continua, la resolución 1656
estableció la creación de la Red provincial y la primera versión del “Plan
Global” se aprobó al año siguiente. La cabecera de la Red en el año 2000 pasó
de la Subsecretaría de Educación a la Dirección de Capacitación y Formación
Docente Continua, más tarde denominada de Currículum y Capacitación Educativa.
En el año 2000 la Provincia diseñó el “Plan Provincial de Formación Continua”
(Resolución N° 2584/00) que otorgaban a los CIIE el poder de diseñar e
implementar cursos de capacitación. Pero como el Estado provincial no garantizó
la financiación de las capacitaciones, existió una gran disparidad en la oferta: sólo los CIIE que tenían cooperadoras
importantes pudieron organizar capacitaciones públicas y gratuitas. El Estado
dispuso que los Centros también tuvieran a su cargo las capacitaciones
organizadas por individuos o instituciones privadas. El resultado fue que la
mayoría de los CIIE ofreció durante años capacitaciones del sector privado
exclusivamente. En el año 2004 la cabecera pasó a llamarse Dirección de
Capacitación y se elaboraron las bases para el Plan Educativo 2004/2007.
[3] Otro rasgo de la
continuidad estuvo dado por la permanencia de la misma Directora de Formación
Continua (anteriormente “Dirección de Capacitación”), Alejandra Paz, hasta el
cambio de gobierno nacional y provincial, a fines del 2015. En el área de
Filosofía, el profesor Luis Dib fue el coordinador del equipo hasta el año
2017. (En mi caso fui ETR desde 2006 y coordinador del equipo de filosofía en
2018). El período que se inició en 2016, con otro signo político en el
ejecutivo nacional y provincial, estuvo en un comienzo marcado por cierto
sostenimiento de tareas y funciones de los equipos técnicos concursados, con
una comprensible modificación de algunos ejes específicos, hasta el año 2018.
El año 2019 inició con cambio de gestión en la Dirección de Formación Continua
y una abrupta desmantelación de equipos disciplinares y del equipo central de
coordinadores/as. Sin proyección ni lineamientos claros, sin equipos
disciplinares, en medio de la incertidumbre y la resistencia de capacitadores y
capacitadores, el último año de la gestión de Cambiemos en la DFC de la
provincia de Buenos Aires no logró superar una versión bizarra de las
neurociencias en educación, y sólo dejó algunas metáforas olvidables sobre la
relación causal entre la “cola chata” y el cerebro chato como clave de la
instrucción a los capacitadores. (Sobre estos hechos y sobre los insólitos
encuentros de presentación y formación de capacitadores de la DFC en 2019,
puede leerse “El significado de la Formación Docente
Continua como una Política de Estado”,
de Alejandra Paz, y “Capacitación docente, trauma y
agenda”, de Laura Pitman, ambas
notas publicadas en https://conversacionesnecesarias.org). El período culminó con el cambio del gobierno
provincial y nacional en diciembre de ese año. En el año 2020 comenzó una nueva
gestión, marcada por una otra organización y funcionamiento de los Equipos
Técnicos Regionales, que no se restituyeron en su formato disciplinar tal como
funcionaron hasta el año 2018.
[4] Habría que sumar otras
decisiones políticas nacionales y provinciales, como el programa Conectar
Igualdad.
[5] El Marco General de Política
Curricular de 2007 menciona una sola vez “al/la docente
como agente estatal” (p 16). El texto citado de Abad y Cantarelli Habitar el Estado resultó fundamental
para abordar conceptualmente la importancia de construir una subjetividad que
reconozca el lugar que se ocupa y que distinga (con
mayor razón en el área de educación) el gobierno del Estado, pero
fundamentalmente que no entienda su tarea en exterioridad a ese mismo Estado. Si bien los autores
no se refieren a lo que podríamos llamar de un modo general “subjetividad
docente”, es interesante observar en ese libro lo dicho sobre la disposición
a-estatal de los agentes universitarios y sus marcas históricas. Por cierto, el
espacio de formación continua no es el espacio universitario, pero muchos de
los ETR tienen además esa inscripción institucional. El curso tematizaba la
responsabilidad pedagógica que implica ser agente del Estado en nuestras
condiciones, algo que sigue siendo sumamente necesario en cualquiera de los
niveles educativos.
[6] Aquí utilizaremos indistintamente “educación permanente” y “formación continua”,
así como
“capacitación”. Se pueden sumar
“perfeccionamiento”, “actualización”,
“desarrollo
profesional” a la lista de términos para nominar la
formación pos-inicial. El
uso que se ha hecho de ellos obedece a ciertos contextos
históricos y
significaciones diferentes. Desde hace unos años el área
en la provincia se
denomina “formación continua”, aunque actualmente se
prefiere “formación
permanente”, y durante varios años fue
“capacitación”, un término resistido y
algo dejado de lado porque su etimología hace referencia a un
sujeto del que se
presume cierta incapacidad. Pero los términos no solo tienen un
sentido a
partir de la etimología, sino también de su uso social, y
todos sabemos a qué
nos referimos cuando hablamos de capacitación o formación
permanente. Ver el
análisis de los nombres en la formación pos-inicial que
hace Birgin, A. (2012, p.
19-22). Ver también Pitman (2012, p. 137 y 141).
[7] El siguiente es el listado completo de los cursos y
seminarios elaborados por el equipo de trabajo. Se incluye el año a partir del
cual fueron aprobados y dictados.
2007.
Maestros y profesores enseñando Filosofía.
Actualización disciplinar en epistemología, ética y antropología.
Filosofía de la enseñanza filosófica. Seminario de
reflexión sobre la práctica.
La formación ciudadana en la escuela secundaria.
Aportes desde la filosofía.
2009.
Aportes filosóficos al Marco General de Política
Curricular.
Hacia una didáctica de los Derechos Humanos y la
Ciudadanía.
2010.
La filosofía y los debates del mundo contemporáneo.
Filosofía: epistemología, ética y antropología.
La enseñanza de la filosofía: reflexión sobre la
práctica.
Didáctica de la filosofía y enseñanza filosófica en
la escuela secundaria.
Introducción al diseño curricular de las
orientaciones: Política y Ciudadanía 5º año.
Poder, política y ciudadanía. Debates filosóficos.
Ciudadanía, Derechos Humanos y Educación Política en
la ES.
2011.
Filosofía con niños. Introducción teórico –
práctica.
Introducción
al diseño curricular de 6º año de la ES: Filosofía.
2012.
Debates
filosóficos en historia, arte y política en el nuevo diseño curricular de
filosofía.
Enseñar,
aprender y evaluar en filosofía.
La
enseñanza en las materias de filosofía en la nueva escuela secundaria.
2013.
Planificación,
diagnóstico, evaluación. Recursos en la enseñanza de la filosofía.
2014.
Planificación
en la enseñanza de la filosofía y continuidad pedagógica.
2015.
La
educación sexual integral: aportes filosóficos.
Filosofía
y ciencia en la escuela secundaria: enfoques disciplinares y didácticos.
La
enseñanza de la filosofía política en la escuela secundaria.
La
educación sexual integral en la enseñanza de la filosofía.
2016.
El
pensar filosófico como acontecimiento en el aula.
Filosofía
con y para niñas y niños: el trabajo en el nivel inicial y primario.
2017.
La
enseñanza de la filosofía en su encuentro con la literatura.
Enseñar
y aprender filosofía a través del cine: cuestiones de poder, identidad y ética.
2018.
Enseñar
y aprender habilidades del pensamiento en la comunidad de indagación
filosófica.
[8] La referencia
filosófica para esto es Defensa de la
escuela de Jan Masschelein y Maarten Simons (2014). Allí se plantea que lo
escolar, en su esencia, es la suspensión de un presunto orden natural desigual.
[9] Nos gustaría detenernos en este punto, crucial en el esquema de
Rancière. El
desacuerdo no es el conflicto entre quien dice blanco y quien
dice negro. “Es el existente entre quien dice blanco y quien dice blanco pero
no entiende lo mismo o no entiende que el otro dice lo mismo con el nombre de
la blancura” (1996, p. 8) Es decir, no es un malentendido que pueda resolverse con aclaraciones del lenguaje.
Tampoco un diferendo producto del desconocimiento o ignorancia de lo que dice
el otro. El otro puede entender claramente lo que dice uno, pero no ver el objeto del que habla, porque el desacuerdo no se refiere
solamente a las palabras. En general se refiere a la situación misma de quienes
hablan. Llevado a su forma extrema, el desacuerdo es político (en el sentido
estricto que le da Rancière a la noción de política, que no es lo que
comúnmente y de un modo general llamamos política: a ese ámbito lo denomina policía): corresponde a “aquella
situación en la que X no ve el objeto común que le presenta Y porque no
entiende que los sonidos emitidos por éste componen palabras y ordenamientos de
palabras similares a los suyos”
(p. 10). Quienes desacuerdan ven cosas distintas, o no ven lo mismo. No hay
posibilidad de entablar una discusión o diálogo sobre el tema, porque lo que
está en desacuerdo es el mismo tema. Con algunos cuidados, el concepto
desarrollado por Rancière entendemos que puede servir para analizar algunas
situaciones producidas en el aula de capacitación en la que no hay intercambio
posible, porque ciertos principios innegociables de la política educativa no
pueden someterse a la deliberación y finalmente, quedar librados a la doxa. Es decir, hay ciertos principios
que es preciso sostener en tanto representantes de un Estado democrático, tanto
teóricamente como en su sentido práctico y más inmediato, en el trato con
colegas y alumnos/as, en las propuestas didácticas. Innegociable no porque no
puedan ser discutidos, sino porque como dijimos su discusión no puede quedar en
el nivel de lo opinable o lo relativo a cada docente. Pero por otro lado tampoco
puede romperse el vínculo entre los interlocutores del desacuerdo, digamos, en
este caso entre capacitador/a y capacitandos/as. Este tipo de situaciones, que
se producen comúnmente en el debate entre docentes, es el que aborda Talia
Meschiany para analizar su propio rol de capacitadora en otro texto (2012). La
autora, además de ETR en el área de Historia desde 2006, ha sido coordinadora
del área de Historia desde 2012 y asimismo coordinadora general del área de
Ciencias Sociales de la DFC durante el período 2017-2018, hasta el
desmantelamiento de la coordinación central de 2019.
[10] Somos conscientes de que no profundizamos en los aspectos
didácticos de los cursos. Quedará para otra oportunidad ahondar en cuestiones
metodológicos de los encuentros, en la modalidad de los guiones, los recursos y
los contenidos de los cursos. Más allá de esto, la propuesta del equipo
disciplinar privilegió el estilo y la autonomía de cada formador/a, antes que
esquemas rígidos o guiones muy detallados.
[11] El texto La enseñanza de la filosofía como problema
filosófico es un material insoslayable del enfoque denominado “Filosofía de
la enseñanza filosófica”, y resultó un texto fundamental en esta experiencia de
capacitación en filosofía.