Amistad,
confrontación y asimilación. Consideraciones sobre la veridicción de la amistad
en la escuela a partir de dos películas
Friendship,
Confrontation and Assimilation. Remarks on Veridiction of Friendship in School
Based on Two Films
Amizade,
afrontamente e assimilação. Considerações sobre a verdicção da amizade na
escola a partir de dois filmes
Luiz
Guilherme Augsburger
Universidade
do Estado de Santa Catarina, Brasil.
luizg.augs@gmail.com
Recibido: 26/09/2020
Aceptado:
18/11/2020
Resumen. En este
texto proponemos algunas consideraciones respecto a las formas de veridicción
de la amistad en la escuela a partir del cine. Tomamos dos películas: «Los
Cuatrocientos Golpes», de F. Truffaut (1959), y «Stella», de S. Verheyde
(2008). Ambas comparten ciertos aspectos del contexto, pero en ellas aparecen
dos maneras distintas de veridicción en la amistad –es decir, las maneras de
decir verdaderamente la amistad dentro de un régimen discursivo. En una
película tenemos una relación en la que los amigos confrontan el orden y las
dinámicas escolares (amistad-confrontación), en la otra, una relación en la que
una amiga ayuda a la otra a asimilar y ser asimilada al mundo escolar
(amistad-asimilación).
Palabras clave.
Amistad, Cine, Escuela, Veridicción.
Abstract. In this paper we propose
some remarks on the veridiction forms of friendship in the school based on
cinema. We take two films: «The 400 Blos», F. Truffaut (1959), and «Stella», S.
Verheyde (2008). Both share certain context aspects, but they show two distinct
ways of friend veridiction – i.e., the ways of to truly say the friendship
inside of a discursive regime. In one film, there is a relationship in which
the friends confront order and the scholar dynamics (confrontation-friendship),
in the other film, there is a relationship in which one friend helps the other
to assimilate and be assimilated to the scholar world
(assimilation-friendship).
Keywords. Friendship, Cinema,
School, Veridiction.
Resumo. Neste texto propomos algumas considerações a respeito
das formas de veridicção da amizade na escola a partir do cinema. Tomamos dois
filmes: «Os incompreendidos», de F. Truffaut (1959), e «Stella», de S. Verheyde
(2008). Ambas compartilham certos aspectos contextuais, porém nelas aparecem
duas maneiras distintas de veridicção amical – i. e., as maneiras de dizer
verdadeiramente a amizade dentro de um regime discursivo. Num dos filmes temos
uma relação na qual os amigos confrontam a ordem e as dinâmicas escolares
(amizade-confrontação), no outro filme, uma relação na qual uma amiga ajuda a
outra a assimilar e ser assimilada pelo mundo escolar (amizade-assimilação)
Palavras-chave. Amizade, Cinema, Escola, Veridicção.
Entre las varias
facetas de la relación entre amistad y educación, aquí elegimos una
articulación que nos parece interesante para preguntarnos por la
contemporaneidad, por sus formas y transformaciones. Por una parte, nos pareció
de interés pensar la amistad desde la escuela moderna, desde las funciones que
se le atribuyeron –aunque sepamos que la escuela pueda ser pensada en una larga
duración, en tanto que invención griega, y como forma y no tanto como función
(Masschelein y Simons, 2014; Larrosa, 2019)– o, incluso, teniendo en cuenta el
lugar privilegiado que todavía hoy ocupa. Además, nos pareció de interés que
esa mirada a la relación escuela-amistad fuera desde el cine, teniendo en
cuenta su lugar particular en la producción narrativa actual. Cine, escuela
y amistad serían pues los elementos pertinentes para una mirada a las
formas y transformaciones de las relaciones amicales contemporáneas.
Entre las varias
películas que tratan de las relaciones entre escuela y amistad, elegimos «Los
Cuatrocientos Golpes» (1929) y «Stella» (2008), ya sea por las similitudes
–edad de los personajes principales y su no «ejemplaridad» escolar, condiciones
económicas y familiares, épocas de ubicación de las narrativas, presencia
fuerte de la escuela– ya por las diferencias –alejamiento entre las fechas de
estreno y narrativa amistad-escuela– que comportan las dos películas, ya sea
por el juego que se produce en la yuxtaposición de sus miras a la amistad (en
la escuela) –casi como una análisis comparativo de sus discursos. En verdad,
nos interesa la manera emblemática como en las dos películas se hace la
«veridicción» de la amistad desde una mirada escolar (o pedagógica): ellas nos
presentan un contraste en las maneras de decir verdaderamente la amistad en la
escuela, ellas son como dos puntos (¿los más alejados?) de un movimiento de
cambio o de superposición de regímenes discursivos y articulación entre
práctica discursivas de la amistad en el «medio escolar» –o sea, hacen visible
cierto juego de la veridicción amical.
Con el uso de la
palabra “veridicción” no buscamos un análisis de las representaciones –ni
hermenéutico ni semiótico–, no nos aventuramos en el territorio de la historia
del imaginario o mentalidades, tampoco intentamos, como dice M. Foucault (2008,
5-6), «analizar el desarrollo o el progreso de los conocimientos”, pero sí
“detectar cuales serían las prácticas discursivas que podrían constituir
matrices de conocimiento posibles», es decir, de qué manera esas prácticas
componen y se ubican en un plano en el que funciona cierto régimen
veridiccional –es decir, la práctica encuentra ahí sus reglas de inclusión y
exclusión, enunciación, verificación y normalización, por medio de las que se
permite que produzca efectos de verdad, o no. La cuestión no es del orden del
Conocimiento o del Discurso –transcendentes, supra-, extra- o intra
antropológicos–, sino de prácticas discursivas, ni (puramente)
objetivas, ni (puramente) subjetivas. La cuestión es la verdad como gesto,
acción, acto (Foucault, 2012).[1]
Miramos a las
películas, pues, en tanto que prácticas discursivas que se ubicarían y se
desplazarían en uno (o más) regímenes de veridicción; estudiarlas de esta
manera, entonces, permitiría comprender, o por lo menos vislumbrar, cuál es el
juego de lo verdadero y de lo falso, cuáles son las reglas de verificación de
la amistad, cuál es el régimen en que se «ha permitido decir como verdadero y
de afirmar como verdadero un cierto número de cosas» (Foucault, 2004, 38). Y
aquí, más precisamente: la amistad desde su relación con/en la escuela. Así, en
ese texto, presentamos las dos películas, un tanto descriptivamente, una
después de la otra; enseguida, hacemos algunas consideraciones (o ensayamos un
análisis) sobre este cambio veridiccional y, al final, señalamos algunas líneas
de estudio (o del estudio) de la amistad (y educación y cine y…) que nos
parecieron emerger y desde las cuales se podría seguir pensando el tema,
además, por supuesto, de la necesidad de profundizar lo que aquí se propone.
«Los Cuatrocientos
Golpes» (1959), dirigida por François Truffaut, empieza con un tour por
la ciudad de París de finales del decenio de 1950. Después de un prefacio muy
rosselliniano, estamos puestos dentro de un aula, donde vemos a los alumnos de
aproximadamente 14 años, silentes y haciendo alguna lección en sus cuadernos,
mientras entre ellos se hace pasar un calendario con la imagen de una pin-up.
Vemos, entonces, que el objeto alcanza a nuestro protagonista, Antoine Doinel,
que dibuja algo sobre el rostro de la mujer antes de intentar pasarlo adelante.
El profesor, que se hará uno de los antagonistas del niño en la película,
percibe lo que pasa, recoge el objeto y castiga a Antoine, enviándolo a la
esquina del aula, detrás de una pequeña pizarra dispuesta sobre un caballete,
donde debe quedarse a lo largo de toda la clase y el recreo –pues el recreo,
según el profesor, «no es un deber, es una recompensa». Solo en la
clase, Antoine escribe un poema en la pared sobre la injusticia que le ha
tocado. El profesor enseguida descubre el poema, hace broma de él, delante de
toda clase, y lo convierte en tarea, exigiendo que los muchachos hagan, en
distintos tiempos verbales, la conjugación de la frase: «Yo degrado las
paredes del aula y maltrato la prosodia francesa». Por último, ordena que
Antoine busque un pañuelo y agua para limpiar la pared. Esta secuencia ya nos
da el tono de cómo la película retracta la escuela: un lugar disciplinario, con
violencia física y moral (o simbólica), con profesores rígidos e insensibles a
los alumnos, que, a su vez, aunque presenten cierta obediencia a las reglas,
casi siempre bordean la indisciplina.
Antoine vive en un
ambiente familiar de cierta pobreza, a lo que se suman relaciones perturbadas:
hay peleas entre el padre adoptivo y la madre del niño, que se casó con el
hombre cuando Antoine todavía era un bebé; y hay conflictos entre el propio
muchacho y sus padres. Su madre, como después descubrimos, quería abortar,
después lo llevó a vivir en un orfelinato y también con su abuela, hasta que,
sin opción, tuvo que quedarse con su hijo. El padre adoptivo y el niño, al
comienzo de la película, muestran buen rollo, hasta que los malos
comportamientos de Antoine hacen que el hombre lo rechace.
En el desarrollo de la historia, Antoine hace las mil
y una, o bien «los cuatrocientos golpes»[2], y su relaciones escolares y
familiares empeoran al punto que él es enviado, a pedido de sus padres, a un
centro de observación de niños delincuentes, de donde huirá para buscar el mar,
que tanto había soñado. Sin embargo, a pesar del final inconcluso en la mirada
un tanto vaciada y solitaria de Antoine, después de llegar al mar, y de las
relaciones familiares y escolares rotas, sin posibilidad aparente de arreglo,
hay algo en la película que parece contraponerse a las fuerzas de la familia y de la escuela: la amistad.
Volvamos, pues, a
algunas escenas de la película. Al día siguiente de haber sido castigado,
Antoine va retrasado a la escuela y en el camino encuentra su amigo, René, un
tipo de una familia con algún dinero y propiedades, pero con relaciones raras –
su madre está siempre afuera, bebiendo, su padre no es menos ausente y relapso
con el hijo, y entre los padres se evitan los encuentros, un matrimonio
evidentemente roto, de lo que se vale el niño para robar dinero y vivir la vida
un poco a su manera. En este día, mientras el amigo se ve apresurado por el
retraso, René le dice que, por lo avanzado de la hora, el profesor no les
dejará entrar y, entonces, lo convence para faltar a la clase y utilizar el
dinero de la merienda para jugar por la ciudad y ver películas en el cine, y
así pasan un rato placentero hasta volver a sus casas como si vinieran de la
escuela. Sin embargo, tienen que idear un plan para que puedan entrar en la
escuela al día siguiente. René, que ya parece listo en este tipo de trampas, le
enseña a Antoine una carta que ya tenía de sus padres, en la que ellos
justificaban la ausencia del hijo, y que el joven no había utilizado todavía.
El amigo explica que cambiará la fecha del documento y así engañará el
profesor; a la vez, ofrece la carta para que Antoine la copie con la caligrafía
de su propia madre. Antoine no logra copiarla y por la mañana, antes de la clase, René una vez más, le ayuda a
pensar en una excusa –«Hay que encontrar algo muy grande. Cuanto más gordo,
mejor pasa», dice el amigo. El truco funcionará parcialmente, puesto que
Antoine logra engañar el profesor diciéndole que su madre había muerto, pero enseguida
descubrirán la mentira y el muchacho será castigado una vez más. Ante esto,
Antoine decide irse de casa, y su amigo estará ahí, pero no para disuadirlo de
la idea, sino para ayudarlo, encontrándole un escondite en una gráfica de su
tío, donde podrá pasar la noche. Por la mañana Antoine vuelve a la escuela,
acompañado de René, pero su fuga de la familia no dura mucho, una vez que su
madre va a buscarlo y lo lleva a casa.
A partir de ahí la
historia presenta un nuevo intento de arreglar las relaciones entre niño y
familia, y entre niño y escuela, pero malogrado otra vez. La madre promete mil
francos al hijo si sale bien en el próximo examen de francés; así que Antoine
se pone a leer (Balzac, a quien incluso va a dedicar un altar improvisado en su
precaria habitación) y a prepararse, hasta que llega el día. El profesor de
francés les da la tarea de escribir un texto sobre un acontecimiento que los
haya afectado profundamente. Antoine escribe con una prosa primorosa sobre la
muerte de su abuelo, lo que hace al profesor desconfiar –ya sea porque está
demasiado bien escrito para un tipo como él, ya sea porque Antoine antes había
mentido la muerte de su madre– y pide que un colega de clase lo acompañe hacia
la dirección. Su amigo René se levanta para defenderle y es expulsado de la
escuela por unos días por su petulancia. Mientras tanto, Antoine se escapa del
muchacho que lo acompañaba antes de llegar a la dirección, y va a encontrarse
con René, fuera de la escuela. Otra vez, Antoine decide no volver a casa de sus
padres que, cree él, no lo aceptaran más. ¿Qué hace René? Lo abriga en su
propia casa a escondidas de su familia y, mientras aprovechan lo tiempo juntos
para divertirse, planean una manera de ganar dinero para mantener esta vida
aparte de los padres. La idea es empeñar una máquina de escribir robada de la
oficina donde trabaja el padre de Antoine. Antoine la roba pero, una vez
fracasado el intento de empeñarla, el muchacho intenta devolver la máquina de
escribir a la oficina, donde es atrapado y acaba siendo llevado al centro
correccional. René -en una hermosa escena- intentará sin éxito visitarlo,
puesto que la institución no permite la entrada del amigo –solamente de la
madre– quedando los dos con rostros entristecidos hasta que el amigo se va. Ya
no volvemos a ver a los dos amigos «juntos» en la película.
«Stella», de
Sylvie Verheyde, es una película francesa del año 2008 cuya trama pasa en el
París del año 1977. La película cuenta la vida de una niña, Stella Vlaminck,
que recién ha ingresado en el secundario. La película empieza interpolando
escenas de Stella danzando, maquillada y con ropa festiva, en un baile en el
bar de sus padres -lleno de adultos que beben, fuman, juegan al billar
etcétera- con escenas del primer día de clase en su camino hacia el nuevo
instituto, donde va con ropa más cotidiana, un maletín en una mano y un balón
de fútbol bajo el brazo. La cara que pone ella mientras baila entre los varios
adultos de la fiesta contrasta con la frente aburrida que lleva ella, solitaria,
camino de la escuela. En las primeras secuencias, la niña nos cuenta que por el
azar de su apellido es la única de su antigua escuela a la que le tocó ir a
este instituto: una escuela de prestigio, pero en el que Stella no conoce a
nadie. Luego hace el contraste entre los niños de ahí y ella misma: «Tienen
cara de críos.», dice ella, «Deben irse a la cama a las ocho y media sin
ver la tele. Son del tipo “protegido”. Yo no soy así.» La primera postura
de la muchacha es mantenerse solitaria y no hacer amistades: «No me gustan,
no voy a hablar con nadie», se dice a sí misma. Mientras sale al recreo,
una joven se burla del abrigo de Stella, después se pelea por su balón de
fútbol con un muchacho mayor, al que Stella le escupe en la cara y el joven le
da un puñetazo, dejándola con el ojo morado. Así se nos presenta la entrada de
Stella en el (nuevo) espacio escolar.
A continuación,
tenemos la introducción a su entorno familiar. Sus padres, cuando ella llega a
casa con el ojo morado, le preguntan qué ha pasado; el padre le dice que debía
haber pegado al tipo; la madre se muestra descontenta con el hecho de haber
comenzado el primer día de clase con una pelea y reta a la muchacha, pues no le
interesa que la escuela la llame por su mal comportamiento, y completa, «Haz
lo que quieras, pero no me hinches los huevos». Luego pregunta que ha dicho
el profesor de eso, la hija explica que nada, porque no fue su culpa, la madre,
entonces, mira el daño, hace un comentario gracioso, le da un beso y la niña se
va. Enseguida, mientras camina escaleras arriba con uno de los huéspedes, la
escuchamos explicarnos: «Vivo encima de un bar [de sus padres]. Por
eso tengo varios colegas. También es un hotel, tenemos diez habitaciones. Lo
tipos pagan por mes. Son vagabundos, borrachos, y la mayoría viene de la
Asistencia Social.» Aunque hable así de los tipos, entre los que viven ahí
y los que frecuentan el bar tiene varios que le caen bien, le regalan cosas,
con los que tiene conversaciones, y también juega a las cartas, pero sigue
siempre con su mirada peculiar: «Los clientes son casi siempre los
habituales. Se gastan casi todo el salario en el bar. Mueren rápido, de
cirrosis y otras cosas. Lo que está bien para renovar.» En el prólogo
danzante, vemos a Stella, en varios momentos, compartiendo el ambiente del bar
con los adultos –que bailan, juegan, beben y, a menudo, se pelean delante de la
niña. En el desarrollo de la película queda patente que el ámbito familiar de
Stella es muy sencillo, tanto económica como culturalmente, y que la relación
entre sus padres va empeorando –por celos, dinero, traiciones, separaciones
etcétera–, lo que afecta a (la conducta de) Stella, como cuando ella coge el
arma que hay en la casa y apunta al tipo con quien su madre traiciona a su
padre, amenazando con pegarle un tiro, ahí, en el bar. En algún momento de la
historia vemos a la madre llorando, quejarse de que es maltratada y despreciada
y a su vez, vemos a la hija decir que no se case porque el matrimonio es una
tontería. La mirada de la niña a todo eso le hace buscar en la escuela una
manera de acceder a otra vida. ¿Y qué es lo que ayuda a Stella en esa
conversión o adaptación al nuevo espacio escolar? La amistad.
Al comienzo de la
película Stella se percibe –y se resiste a eso– sin deseos de volver a la
escuela. No son solamente las relaciones con los demás alumnos (o la ausencia
de ellas) las que hacen sus días escolares difíciles, son también las
relaciones con los profesores –que la retan por reírse en clase o por su falta
de diligencia con las tareas y/o con sus materiales escolares–, con las
asignaturas y sus contenidos –que no la interesan o le gustan-. Así que siempre
que vuelve a su casa, se olvida deliberadamente de las cosas de la escuela y al
día siguiente, no teniendo hechos los deberes, los copia (a toda pisa) de
alguna colega poco antes de ingresar en clase. Y, aunque en general no se porta
mal, sus calificaciones no son buenas y su interés en las materias escolares es
casi nulo. Sin embargo, un día, mientras aguarda en la estación a que pase su
tren, se sienta a su lado una compañera de aula, Gladys Fernández, que rompe la
dinámica corriente (en la que Stella no mira a nadie y nadie le mira)
diciéndole «¿Dónde bajas?», las niñas empiezan a charlar, y ahí comienza
una amistad.
Gladys es hija de
judíos argentinos que viven en Francia y, a diferencia de los padres de Stella,
tienen un capital cultural y económico visiblemente más grande –viven en un
edificio más lujoso, es una familia más estable, el padre es psiquiatra, entre
otras cosas. Mientras Gladys es una de las mejores (sino la mejor)
alumna de su clase, Stella saca cero en los exámenes; mientras la amiga hace
danza y piano por las tardes, Stella no «hace nada»; mientras una come patatas
fritas con cubiertos, la otra las agarra con las manos; pero, a pesar de esa
distancia, poco a poco las vemos acercarse –una risa a las espaldas del
profesor, una merienda compartida, la invitación a hacer juntas clases de
danza- después a ir una a casa de la otra y quedarse a dormir ahí e ir juntas a
un cumpleaños. En estos gestos que marcan la aproximación, podríamos decirlo,
no se trata de un movimiento a un punto medio entre las dos niñas, sino que es
más bien un movimiento de Stella hacia este otro mundo que le presenta Gladys
(aunque no del todo, puesto que Gladys, a veces, también se desplaza al mundo
de Stella). Eso lo podemos ver en una escena emblemática: mientras marchan lado
a lado en una clase educación física, las dos tienen la siguiente conversación:
«¿Qué
haces en tu casa?», pregunta Gladys
«Nada en especial», le contesta Stella
«¿Cómo así?», no comprende la amiga
«Intento no aburrirme. ¿Y tú?», explica Stella,
devolviendo la pregunta
«Leo bastante», dice la otra
«¿Qué lees?», le pregunta Stella
«¿Conoces a Christiane de Rochefort?¿Los
hijos del siglo?»
«No», le
contesta secamente Stella
«¿Y
Balzac?»
«Tampoco»,
contesta otra vez Stella
«¿Y a
Cocteau?», intenta una vez más Gladys y, para no darle a la amiga otra vez una
respuesta negativa, Stella miente,
«Ese sí».
Así, dándose
cuenta de que no tiene ciertos conocimientos necesarios al mundo escolar,
Stella comienza a empeñarse en adentrarse en ese universo: por ejemplo, va por
un libro de Cocteau, lo compra y empieza a leerlo, después uno de Balzac, e
incluso pasa a preferir la lectura a otras actividades –como salir con su madre
para comprar regalos– y también hay cambios en la manera de vestir de Stella.
En un momento de
la película está Stella aguardando a que salga Gladys de una reunión con los
profesores. Cuando sale, Gladys, que es la representante de los alumnos, le
cuenta que su nota ha sido un “D” y que hizo lo que pudo para ayudar a la
amiga. Stella, a su vez, sabe que no tiene buenas calificaciones porque no presta
atención, pero le dice a la amiga que en el trimestre próximo sacará mejores
notas. La película, entonces, va a mostrar algunos cambios –ellas pasan a
sentarse una junto a la otra en aula, Stella cuenta que le empiezan a gustar e
interesar las clases de historia– aunque no todo va bien de golpe, el cambio es
paulatino. La película muestra cómo Stella todavía fracasa en algunas tareas
escolares y también se pelea con una muchacha del instituto. Sin embargo, la
película hace notable el esfuerzo de ella en estudiar, y aún más, en asimilar y
ser asimilada por este mundo que le era extraño, en la misma medida en que su
amistad con Gladys se hace más fuerte; así como el esfuerzo de Gladys en ayudar
a la amiga en ese proceso. Después de toda la (des)ventura de Stella, casi al
final de la película, está la escena en que Gladys sale corriendo de la reunión
del trimestre para contarle a la amiga que ha pasado al próximo año del
secundario.
Hemos presentado
aquí dos películas similares en varios aspectos –el rango de edad de los
personajes principales (entre 12 y 14 años), las condiciones económicas y
sociales de las familias, cierta cercanía de las épocas en las que se ubican
las historias (1959 y 1977) y, por supuesto, la presencia evidente y fuerte del
ambiente escolar y el hecho de que tanto Antoine como Stella no son lo que se
podría llamar «alumnos ejemplares». Para decirlo de otra manera, ambos tienen
(por lo menos al comienzo de la narrativa) comportamientos «inadecuados» o
«indisciplinados» para el ambiente escolar. Todo eso hace aún más potente o
emblemático lo que tienen de distinto, sobre todo, en los dos puntos que aquí
nos interesan: la veridicción de la amistad en términos pedagógicos y la fecha
de estreno (o realización) de las películas.
Por un lado, en la
película de F. Truffaut (1959), nos queda evidente que las escenas donde la
relación amical, sobre todo entre Antoine y René, gana consistencia y
veracidad, son aquellas en las que se muestra cuidado o divertimiento entre los
amigos y al mismo tiempo, transgresión y confrontación con la escuela (y otras
instituciones): hacer novillos para jugar por la ciudad e ir al cine con el
amigo, hacer trampa al profesor para justificar la ausencia en la clase sin que
ser castigado, ayudar a huir de la casa de los padres, ya sea ofreciendo un
escondite en una gráfica o acogiendo el amigo en secreto en su propia casa,
robar cosas para tener dinero y poder vivir fuera de la casa de los padres. No
hay ninguna escena en la que los dos amigos se ayuden en algo a favor del orden
escolar, y no hay momentos donde los amigos compartan el tiempo escolar como
algo placentero o como algo que les presente alguna esperanza de cambio
respecto a la vida que llevan.
Por otro lado, en
«Stella», vemos retratada una amistad que no sólo se forma en el ambiente
escolar de las niñas, sino que juega en ese territorio escolar un papel clave
en la entrada de la muchacha en este mundo (extraño/nuevo). Las escenas de
Stella y Gladys encadenan la paulatina asimilación de Stella al territorio
escolar –en sus reglas, en sus valoraciones y en sus dinámicas– y es ahí donde
la amistad va siendo más y más consistente o «verdadera».
El contraste de
las tesis es evidente: la amistad Antoine-René es más fuerte y verdadera a
medida que les permite (y les impulsa a) enfrentar el orden escolar –es una
amistad de confrontación; la amistad Stella-Gladys gana veracidad y
fuerza a medida en que permite a Stella asimilar y ser asimilada por el/ese
mundo escolar –es una amistad de asimilación.
Una amistad que
enfrenta el orden social y la dinámica escolar no es una tesis particular de
esta película, ni incluso de F. Truffaut. En las películas que tratan del tema
ese tipo de amistad es hegemónica, por no decir exclusiva, por lo menos hasta
el decenio de 1990. La podemos encontrar enunciada ya en 1933, de manera tanto
más explícita como más alegórica, en otra película francesa, «Cero en
Conducta», de Jean Vigo –donde un par de niños arman un levantamiento contra la
escuela, y donde, también, la amistad entre Tabart y Bruel es vista como algo
muy peligroso y capaz de descarrilar a un buen niño– que además inspira
patentemente la película de F. Truffaut. La tenemos enunciada todavía antes, en
una película alemana de 1931, «Muchachas de Uniforme», dirigida por Leotine
Sagan –la cual tuvo otras versiones, entre las cuales está la de 1958, dirigida
por Géza von Radványi– e incluso en «Los Olvidados», de Buñuel, de 1950. Los
ejemplos, también los podríamos alargar para películas posteriores a «Los
Cuatrocientos Golpes», como en «Si…», del director Lindsay Anderson, (1968) –en
la cual también uno puede percibir la influencia de la obra de J. Vigo–; o en
la película «Cuenta Conmigo» (1986) de Rob Reiner; en la afamada «La sociedad
de los Poetas Muertos» (1989) de Peter Weir, aunque de manera más lateral. Así,
aunque la narrativa de «Stella» pase casi veinte años después, en 1977, no
parece ser éste el aspecto que cambia la veridicción de la amistad.
Tampoco se podría
(sobre)cargar las distinciones entre la escuela en la que estudia Antoine y
aquella de Stella, puesto que ambas presentas aspectos disciplinarios, y en
ambas vemos la «dureza» de los profesores hacia a los niños y niñas: vemos a
Stella también ser castigada por sus conductas inadecuadas y retada delante de
todos por su ignorancia. Podríamos, incluso, contraponerlo (o por lo menos
relativizarlo) evocando las dos versiones de la película «Muchachas de
Uniforme» (1931; 1958), que se ubican también en una escuela de prestigio, lo
que no impide ahí que se retrate la amistad vinculada a la transgresión y a la
confrontación con las normas escolares. Esa misma película alemana (sobre todo
la versión de 1931, que es dirigida por una mujer) nos permitiría también
relativizar un poco el argumento de que las distinciones entre las
veridicciones amicales estriban en una cuestión puramente de género (sobre todo
en el hecho de que una sea amistad entre niños y por eso uno tendería a
retratarla como transgresora) y la otra sea entre niñas (y por eso uno tendería
a retratarla como asimiladora)–, si bien es cierto que la cuestión de género en
las películas sobre amistad merezca una reflexión propia, como la que hacen,
por ejemplo, Janet Todd (1980) o Lilian Faderman (2001) con la literatura sobre
la amistad (femenina).
Sin embargo, el
desnivel entre los amigos en cada película desempeña una función fundamental en
las tesis: René es aquel que sabe muchas maneras de saltarse las reglas
escolares y engañar a los profesores y, al pasárselas a Antoine, le ayuda a
entrar en un modo de vida transgresor; mientras que la distinta asimilación de
la dinámica escolar entre Gladys y Stella hace a la amistad capaz de mejorar
las relaciones de Stella con la escuela, permitiéndole ingresar y disfrutar de
la escuela como algo positivo en su desarrollo y en su vida. Percibir en la
amistad Stella-Gladys una manera de asimilarse a la escuela y lograr ahí buenos
resultados, seguramente no resume la totalidad de la amistad ni es la razón por
la que las muchachas establecen este vínculo amistoso, pero sí es por donde va
el esfuerzo de Stella para tener éxito escolar y entrever otro futuro; lo que,
por consiguiente, nos lleva a otro punto dispar entre las dos veridicciones de
la amistad: la relación con el destino.
En «Los
Cuatrocientos Golpes» –así como en «Los Olvidados», de Buñuel– la amistad es
incapaz de evitar el destino más o menos evidentemente anunciado de Antoine. A
lo mejor podríamos percibir ahí el clásico juego de la tragedia griega en que
la historia se desarrolla no en la acción del héroe para fugarse de su destino,
sino que presenta cómo, al hacer las mil y una, simplemente retrasa el destino
–por principio ineluctable-. En una mirada más pesimista, la amistad de René
hace todavía más claro en destino de Antoine, quizá, incluso, acelerándolo y/o
intensificándolo. Sin embargo, a su manera, en «Stella» la amistad va
construyendo la posibilidad de otro futuro para la niña, mientras la ayuda a
ingresar en la escuela, donde vislumbra y va buscando un cambio de vida
–posibilidad que, distintamente de lo que hace F. Truffaut, no es desmentida ni
cerrada en la narrativa de S. Verheyde-. La amistad Stella-Gladys también
funciona como una fuerza de antidestino. Una fuerza que no vemos ganar
plenamente la batalla, puesto que la violencia no se aleja del entorno
(familiar) de Stella –además de las peleas de sus padres, ella mira a personas
siendo expulsadas a la fuerza del bar, e incluso un tipo baleado en la acera
delante de su casa, además de sufrir un acoso/abuso sexual– pero que, por lo
menos, permite a la muchacha vislumbrar otro futuro posible para ella, permite
percibir algún sentido a abandonar su indisciplina.
La indisciplina de
Stella, no obstante, no es tratada por la escuela con una severidad (tan) menor
que en el caso de Antoine, pero la amistad –mucho más que otras relaciones–
actuará ahí en la dirección contraria a la indisciplina y al rechazo que Stella
tiene por el (nuevo) entorno escolar, haciendo que se adapte a él y no el
revés: la amistad ya no es un problema para el funcionamiento de la escuela,
sino todo lo contrario, es un medio para reducir la indisciplina, las malas
notas y otras cosas; aunque ello -es importante apuntarlo- no sea algo
planteado desde la institución escolar, sino que es buscado por la(s) niña(s).
La indisciplina de Antoine, a su vez, traspasa la escuela hacia el campo
familiar y social de forma mucho más recurrente o evidente que en la narrativa
sobre la muchacha, pero no deja de estar patente que: 1) la amistad en la
escuela no es sino generadora de indisciplina, de problemas –incluso afuera del
par Antoine-René– e incluso de enfrentamiento al orden escolar, y desde ahí
familiar, social etcétera; 2) la repuesta (punitiva y desconfiada) de la
escuela a la indisciplina y a la amistad de los niños hace que ambas crezcan y
se intensifiquen en sus correlaciones.
Quedan palmarias
las distinciones, de modo un tanto esquemático, entre dos maneras de
veridicción de la relación de la amistad con la escuela, es decir, entre dos
maneras de hacer decibles como verdades y de verificar la amistad desde su
relación con el espacio escolar: una amistad-confrontación, como la de
Antoine-René, y una amistad-asimilación, como la de Stella-Gladys. A lo
que nos parece importante añadir el hecho de que entre las dos narrativas hay
un hueco muy largo entre las fechas de sus estrenos (49 años). Mientras hasta
los años 1990 había una predominancia, por no decir exclusividad, de la
amistad-confrontación; a partir de finales de la década de 1980 hemos podido
percibir la proliferación de amistades, si no completamente «asimiladoras», por
lo menos retratadas como favorables al mundo escolar y/o como capaces de
ejercer una fuerza de antidestino. Así lo vemos en la película iraní «¿Dónde
está la casa de mi amigo?» (1987), de Abbas Kiarostami; en «Adiós, muchachos»,
película francesa de Louis Malle, estrenada en 1987; en «Cielo de Octubre»
(1999), dirigida por Joe Johnston; y aún en la película chilena de 2004,
«Machuca», de Andrés Wood. Aunque en ellas la tesis que se presenta en «Stella»
no esté completa –ya sea porque no se haga tan explícita, porque su centralidad
esté desplazada de la escuela, porque el efecto antidestino lo vemos fracasar,
o ya sea porque el contexto es demasiado peculiar–, aun así, ellas preconizan un
cambio en el plano veridiccional de la amistad. Con eso no intentemos decir que
haya un reemplazo de una amistad por otra, sino más bien una superposición
entre los planos, y, sobre todo, intentamos señalar la emergencia de otro modo
de veridicción de la relación escuela-amistad, quizá todavía en formación y
cristalización.
Desde una mirada a
las relaciones entre escuela y amistad en las películas «Los 400 golpes», de F.
Truffaut, y «Stella», de S. Verheyde, nos pareció ver ahí dos distintas
veridicciones de la amistad: amistad-confrontación y amistad-asimilación. Una
confronta el estatus y el orden escolar, volviéndose más veraz en la narrativa
cuanto más transgresora (con la escuela); la otra permite asimilar y ser
asimilado en/por el mundo escolar, haciéndose más veraz en la narrativa cuanto
más se empeña y/o marcha hacia esta asimilación (escolar). Por supuesto, no lo
podemos simplificar como dos puntos apartados de todo, irreconciliables, o aún
como extremos de una línea donde uno podría matizar todo en éste intervalo
(como si hubiera una regla que permitiera mensurar las amistades); sino que es
más bien un juego entre distintos planos y prácticas que se yuxtaponen, se
superponen y se contraponen, y desde ahí actúan una sobre la otra –como si
fuera una legión de espíritus que habitan en un mismo y solo cuerpo, cuya
tentativa de exorcismo, para reencarnar esta multiplicidad en distintos
cuerpos/individualidades, no podrá tener otro final sino aquel trágico de los
puercos posesos, que narra Marcos, el evangelista, en la historia del
endemoniado de Gerasa (Mc. 5:1-20).
Está también la
cuestión de género en la cinematografía sobre la amistad. Otra dirección de
estudio que nos pareció abrirse aquí y, por lo tanto, no la podemos sino señalar
en la relación entre la veridicción cinematográfica y la pedagógica de la
amistad. Aunque uno no pueda establecer una relación de causalidad entre los
cambios en la práctica discursiva cinematográfica de «Stella» y aquellos en los
estudios pedagógicos de la amistad, parece curioso que las fechas de este
desplazamiento no sean tan distintas, lo que permitiría, por lo menos, deducir
o vislumbrar una relación entre ellos. Nos parece, incluso, que las dos
miradas, pese a sus intencionalidades, podrían compartir (en algún nivel) el
mismo plan de veridicción; lo que conllevaría a percibir entre ellas una
resonancia del neoliberalismo y sus aparatos de des/reterritorialización de la
educación, de la escuela, de las relaciones y sus aspectos emocionales/psicológicos
–relaciones que hasta entonces no hacían parte ni del territorio pedagógico, ni
del mundo educacional, ni del interés político-económico neoliberal y
paulatinamente se convierten en un tema de inversión y de investigación (Augsburger, 2017; Augsburger y Preve, 2020)
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[1] El autor también desarrolla la dimensión
actancial o pragmática de la verdad en el curso impartido en el Collège de France, en 1983-1984 (Foucault, 2011) y en sus estudios sobre la
noción de parresia (Foucault, 2016).
[2] El título de la película hace referencia
a la expresión francesa “hacer los cuatrocientos golpes” (faire le quatre
cents coups), significando encadenar tonterías, contravenciones e incluso
delitos, correspondiendo en castellano a algo así como “hacer las mil y una”.