La virtualidad de la imagen fílmica y el mundo como posibilidad. Rendimientos educativo-pedagógicos del cine desde un análisis
fenomenológico
Virtuality
of the film image and the world as a possibility. Educational-pedagogical
performance of cinema from a phenomenological analysis
Ignacio Vieira
Universidad de Sevilla, España.
ignvieira98@gmail.com
Rafael Manuel Hernández Carrera
Universidad Internacional de la Rioja, España.
rafael.hernandez@unir.net
Pedro J. Millán Barroso
Universidad de Extremadura, España.
contacto@pedrojmillan.com
José Manuel Bautista Vallejo
Universidad de Huelva, España.
josembau@gmail.com
Recibido: 29/09/2020
Aceptado: 30/12/2020
Resumen.
Decía Emilio Lledó que la esencia de la educación es “mostrar el mundo como
posibilidad”. Profundizar en tal afirmación desde un análisis fenomenológico de
la virtualidad de la imagen fílmica es lo que nos proponemos en nuestro trabajo.
Una aproximación filosófica al cine nos
revela la virtualidad, comprendida fenomenológicamente y en tanto rasgo
ontológico de la imagen fílmica, como la capacidad de esta de ganar un espacio
de neutralidad (E. Husserl) en el
cual la propia imagen se ve liberada de compromisos con la realidad fáctica del
mundo. Es decir, la imagen del cine alberga la capacidad de, lejos de
presentarnos el mundo como este es de
hecho, mostrarnos el mundo desde el prisma de la posibilidad.
Estos análisis nos conducirán a una doble
aproximación al cine y sus rendimientos educativo-pedagógicos. Por una parte,
mostraremos cómo el cine es capaz de aproximarnos a ciertas verdades que, en
tanto posibilidades de la existencia (Kundera),
nos apelan universalmente. Por otra parte, la imagen fílmica se mostrará como
des-limitadora de los márgenes del mundo, lanzándonos a pensar el “mundo como
posibilidad” y, así, a considerar una educación creativa, liberadora y hospitalaria a partir del cine.
Palabras clave:
Cine, Virtualidad, Fenomenología, Educación, Posibilidad.
Abstract.
Emilio Lledó said that the essence of
education is "to show the world as a possibility". To go deeper into
this statement from a phenomenological analysis of the virtuality of the film image
is what we propose in our work.
A philosophical approach to cinema reveals
virtuality, understood phenomenologically and as an ontological feature of the
film image, as its capacity to gain a space of neutrality (E. Husserl) in which
the image itself is freed from commitments to the factual reality of the world.
That is to say, the image of the cinema harbours the capacity to, far from
presenting the world to us as it is in fact, to show us the world through the
prism of possibility.
These analyses will lead us to a double
approach to cinema and its educational-pedagogical performance. On the one
hand, we will show how the cinema is capable of bringing us closer to certain
truths which, as possibilities of existence (Kundera), appeal to us universally.
On the other hand, the filmic image will be shown to de-limit the margins of
the world, launching us to think of the "world as a possibility" and,
thus, to consider a creative, liberating and hospitable education based on
film.
Keywords.
Cinema, Virtuality, Phenomenology, Education, Possibility.
Dijo Leibniz que era este el mejor de los mundos posibles, y
con tal afirmación se define desde entonces el denominado optimismo metafísico.
Por otro lado, y nada conforme con Leibniz, Voltaire definió el optimismo como
la pretensión de que todo está bien cuando todo está mal (Cándido o el optimismo). Se trata, sin lugar a duda, de dos
actitudes muy distintas.
Más allá de connotaciones axiológicas y
teológico-teodiceicas, podríamos quizás decir que existe cierto cine que
alberga el poder de mostrarse inconformista con el mundo que nos ha tocado
vivir. Motivo este por el cual el cine puede ser auténtico espejo de mundos
posibles; posibles, sí, pero otros.
Es decir, existe un cine capaz de desarrollarse como una especie de poética de otros mundos.[1]
Aprovechamos la ocasión para señalar algo que posteriormente
desarrollaremos, y que será de especial importancia. En tanto actúe como
poética de otros mundos, la imagen fílmica no sería, necesariamente, representación
de este mundo que de hecho habitamos
y que fácilmente denominamos mundo real.
Prueba de ello es la capacidad que tiene el cine para crear espacios de
ficción, donde ocurre lo que de hecho
no ha ocurrido, y de fantasía, donde ocurre lo que, de hecho, no podría ocurrir. En cualquier caso, y por sintetizar,
diremos sin más que el cine abre espacios de irrealidades (por diferenciar con respecto al mundo “real”).
En el texto que aquí
presentamos nos proponemos llevar a cabo un análisis filosófico-fenomenológico
del cine centrado en la irrealidad y la virtualidad de la imagen. Con ello
intentaremos mostrar cómo la imagen fílmica, por su propio estatuto ontológico,
es capaz de ofrecer una reflexión constante sobre la posibilidad de otros
mundos distintos al de hecho
existente. Es decir, hablaremos de cierto cine que se mostrará, a través de la
virtualidad de la imagen, como espacio o ámbito de des-limitación (apeiron),
llevando a la percepción y a la reflexión más allá de los límites del mundo ya
consolidado, o de las estructuras de
emplazamiento, que diría Heidegger (1994).
En este sentido, enlazaremos también estas consideraciones
con un enfoque educativo. Mostraremos, en primer lugar, que, habiéndose ganado
un espacio de neutralidad para la imagen fílmica, esta alumbra ciertas verdades no comprometidas con la
realidad del mundo fáctico que apelan a la existencia humana. En segundo lugar,
mostraremos que, en tanto des-limitación de la realidad fáctica del mundo, el
cine posee una capacidad propia pedagógico-paidética para cultivar la
creatividad, la hospitalidad y la libertad en el proceso de aprendizaje. En
último término se trataría de revelar a través del cine la importancia de la posibilidad para la educación. Podríamos
decir, por tanto, que lo que guía nuestra investigación es, en gran medida, la
idea de Emilio Lledó (2018) de que la esencia de la educación es mostrar el
mundo como posibilidad.
No pretendemos llevar a cabo aquí un análisis exhaustivo del
estatuto ontológico de la imagen fílmica, ni tampoco formular una tesis, teoría
o relato definitivo aplicable a “el” cine en general. Y ello por tres motivos
fundamentales. En primer lugar, porque hemos de reconocer que un propósito así
escapa por completo a nuestras capacidades y expectativas. Ciertamente, nuestro
trabajo se presenta aquí como una aproximación
a una de las tantas conexiones que pueden establecerse entre cine,
filosofía y educación. Qué duda cabe de que el cine constituye un campo de
estudio inmenso, si no infinito, por lo que querer formular aquí una verdad
última sobre el séptimo arte sería, cuanto menos, ingenuo. En segundo lugar, y
enlazando con lo que acabamos de afirmar, hemos de tener en cuenta que vivimos
en un momento histórico (poshistórico, dirán algunos) caracterizado por la ruptura-con
o revisión-de (según nos situemos en un paradigma posmoderno o transmoderno)
las verdades metafísicas, o últimas, propias de la Modernidad.[2] En este
sentido, nos es imposible obviar que “el” cine está lejos de constituir una
realidad singular, unitaria y unívoca, sino que, por el contrario, supone un
fenómeno de una diversidad infinita (cultural, social, en cuanto a sus géneros,
etcétera). No en vano James Elkins (2003) ya defendió una concepción de los
estudios visuales desde una metodología fundamentada en la multiculturalidad y
la multidisciplinariedad. Por último, es importante señalar que nuestro trabajo
se postula para no ser nada más (nada menos tampoco) que una aproximación
fenomenológica a una muy particular dimensión del cine, entre tantas otras que
pudieran llevarse a cabo desde análisis de distinta índole (semióticos,
post-estructuralistas y post-coloniales, hermenéuticos, formalistas, etcétera).
El cine bien podría ser considerado como una poética de otros mundos, de posibilidades, o bien una poética de
irrealidades. En el fondo, una “poética de irrealidades” es casi una
redundancia, al menos si atendemos a Aristóteles, el cual en su Poética (2015) distingue la disciplina de la historia de la poesía, liberando a
esta última de la necesidad de contar o narrar lo (realmente) acontecido que,
por otra parte, sí determina a la historia.
La “magia del cine” consiste, pues, en la capacidad de éste
de ir más allá de los límites del mundo fáctico, de lo realmente acontecido, la
cotidianeidad, etc. En la actitud natural, reflejada en nuestro lenguaje
cotidiano, solemos clasificar como “real” todo aquello que se da fácticamente
en el mundo. De este modo, distinguimos entre personajes reales, como Napoleón Bonaparte, y personajes ficticios o irreales, como Raskólnikov[3], don
Quijote o Jean Valjean[4]. Así, el
arte en general, aunque especialmente la literatura y el cine, supone una
fuente inagotable de irrealidades, esto es, de personajes, situaciones, experiencias
y acontecimientos no acontecidos, no pertenecientes al mundo fáctico. Ahora
bien, por lo general el calificativo de “irreal” no suele tener una connotación
positiva. A lo “real” le pertenece un estatuto ontológico e incluso
epistemológico superior, hasta el punto de equipararse lo “irreal” con el
no-ser, la falsedad o la ilusión. Así, en esta dialéctica, entre lo real y lo
irreal, es lo primero lo que se constituye como medida. Lo irreal es negación
de lo real, y se halla, implícitamente, devaluado. Entonces, calificar el
espacio que el cine abre como irreal, ¿no es algo negativo? Y, siendo este un
artículo que pretende explorar los rendimientos educativos que aporta el cine,
¿no estaremos tirando piedras sobre nuestro propio tejado? La cuestión será,
por tanto, pensar la verdad que
alberga la imagen cinematográfica más allá de la diferencia entre real e
irreal.
Para lograrlo, llevaremos a cabo una aproximación filosófica
a la virtualidad de la imagen, para lo cual partiremos de los recursos que nos ofrece
la fenomenología. Entre los conceptos más interesantes de esta corriente
filosófica hallamos el de “modificación de neutralidad”, o “modificación
existencial”. Para E. Husserl (2013), el ser consciente (Bewusstsein) está caracterizado principalmente por la intencionalidad, es decir, por el hecho
de que toda conciencia (o ser-consciente) es conciencia de algo que no es ella
misma. De este modo, la vida de la conciencia es una vida en trascendencia,
abierta al mundo, a la alteridad. Ahora bien, la neutralización de la
existencia del objeto intencional supone que el ser consciente está volcado
hacia algo otro antes de que esto otro sea determinado como “real” o “irreal”,
como existente fácticamente o no. De este modo, “el campo de las posibilidades
y rendimientos de la conciencia no se encontraría sometido al ámbito de lo
fácticamente existente” (Moreno, C., 2007, p. 38). Lo “real” (fácticamente
existente) es, por tanto, un modo que tiene de aparecer la alteridad
intencional, pero supone un modo más,
entre otros, “para una intencionalidad que no encontraría en lo meramente
fáctico-real la única ocasión para apagar su sed de apertura o de
trascendencia” (Moreno, C., 2007, p.38). Hasta tal punto llegaría la
radicalidad fenomenológica que, ante el episodio de los gigantes y los molinos,
el fenomenólogo tomaría igual de en serio a don Quijote, que ve gigantes, que a
Sancho, que ve molinos, pues la percepción, o apertura intencional, no estaría
aún comprometida con la existencia fáctica, o “realidad”, de gigantes y
molinos. Es decir, la neutralidad fenomenológica se movería en un ámbito que no
habría decidido acerca de la existencia fáctica o no de algo así como unos
gigantes. De este modo, antes de plantearnos si quiera la pregunta acerca de si
aquellos gigantes que veo son reales, está el factum mismo de la donación perceptiva de los gigantes. Dice
Husserl (2013) que “el mero imaginarse no pone
nada, no es una conciencia posicional. El mero pensamiento de realidades, posibilidades, etc., no pretende nada; no cabe ni reconocerlo
como correcto, ni rechazarlo por incorrecto” (p. 344).
En una conocida carta que Husserl escribe a Hoffmansthal, la
actitud fenomenológica es comparada a la actitud o intuición estética en lo que
se refiere a la modificación de neutralidad:
Este método exige, con respecto a toda objetividad, una toma
de posición [Stellungnahme] que
diverge de manera esencial de la toma de posición «natural» […] con respecto al
objeto representado y al mundo entero circundante. La intuición de una obra de
arte puramente estética se lleva a cabo en estricta desconexión [strenge Ausschaltung] de cualquier toma
de posición existencial del intelecto y de cualquier toma de posición del
sentimiento y de la voluntad que presuponga una toma de posición existencial. O
mejor: la obra de arte nos traslada (nos fuerza casi) al estado de la intuición
puramente estética, que excluye aquellas tomas de posición. (Mendoza Canales,
R., 2017, pp. 427-428)
Antes de terminar este apartado quisiéramos llamar la
atención sobre nuestro uso del concepto de “virtualidad”. Se trata, sin duda,
de un concepto complejo. Quisiéramos señalar que nuestro uso de él es
estrictamente fenomenológico, significando la virtualidad la apertura de un
espacio de neutralidad. En ciertos
contextos, de influencia más semiótica y posmoderna, lo virtual hace referencia
a una dialéctica entre realidad e irrealidad donde lo virtual vendría a ocupar
el lugar de la “representación” sin referencia, es decir, una ausencia. Por
ejemplo, Mirzoeff (2003) define la virtualidad como una imagen que no es real
pero lo parece. Nosotros, advertimos, partiremos de un concepto de virtualidad
propiamente fenomenológico que se sitúa en un estrato previo a tal distinción
(el de la mera donación). Sería, así,
el concepto de virtualidad equiparable a neutralización
existencial o noemática (E.
Husserl); o con esta ocasión podríamos acuñar: neutralización icónica.
El cine, en su virtualidad, ejecuta una modificación de
neutralidad por la cual hemos de tomar aquello que se nos da en su absoluta
validez sin decidir, al menos aún, acerca de su correspondencia con una
existencia fácticamente acontecida. Y ello porque, precisamente, con
independencia de su “realidad” o “irrealidad” aquello que el cine nos presenta
alberga su propia verdad por el mero
hecho de darse a la intuición. Y esto es así tanto en el caso de una verdad
histórica, en un filme histórico por ejemplo, como en el caso, que aquí más nos
interesa, de verdades irreales (Moreno,
C., 2013b). El cine apelaría, así, al principio fundamental de la
fenomenología, el principio de todos los
principios, que afirma:
que toda intuición originariamente dadora es una fuente
legítima de conocimiento; que todo lo que se nos ofrece en la “intuición”
originariamente (por decirlo así, en su realidad en persona) hay que aceptarlo
simplemente como lo que se da, pero también sólo en los límites en que en ella
se da. (Husserl, E., 2013, p. 129)
Por lo tanto, y desde una perspectiva fenomenológica, aquello
representado en la virtualidad del cine tiene, por muy irreal que sea, y volviendo a situarnos en la dialéctica
entre lo real y lo irreal, la misma legitimidad, validez y derecho que el mundo
real, fáctico, acontecido. Esto es fundamental, pues corremos la peligrosa
tentación de, una vez recuperada la dialéctica real-irreal, volver a
desprestigiar lo irreal. La modificación de neutralidad nos ha enseñado que en
la vida que experiencia mundo (welterfahrendes
Leben) que caracteriza al ser consciente, a la conciencia, tan presentes, o
dadas, están las irrealidades como
las realidades. De este modo, cabría
hablar, tomando prestado el concepto del profesor César Moreno (2013b), de verdades irreales. Pues, efectivamente,
“la realidad no puede apropiarse de la verdad”; la verdad no es propiedad
exclusiva de lo fácticamente acontecido. Como dice Blanchot: “la diferencia
entre lo real y lo irreal, el inestimable privilegio de lo real, reside en que
hay menos realidad en la realidad por no ser ésta más que la irrealidad negada,
apartada por el enérgico trabajo de la negación” (Moreno, C., 2013b, p.52).
Los rendimientos
filosóficos de estos análisis fenomenológicos van, pues, encaminados a ganar un
espacio de neutralidad donde pueda descubrirse un ámbito de verdades no comprometidas ni
constreñidas por un paradigma fáctico-empírico-cotidiano de “realidad”.
El ver fenomenológico está por tanto estrechamente relacionado
con el ver estético en el arte “puro”; no es obviamente un ver para disfrutar
estéticamente, sino más bien para, desde él, volver a investigar, conocer y
constituir constataciones científicas de una nueva esfera (la esfera
filosófica). Una cosa más. El artista que “observa” el mundo para obtener de él
“conocimiento” del ser humano y de la naturaleza para sus propios fines se
comporta hacia él de modo semejante al fenomenólogo. Esto es: no como
observador naturalista y psicólogo, no como observador práctico de lo humano,
como si se dedicara a las ciencias naturales o humanas. En tanto lo contempla,
el mundo se convierte para él en fenómeno; su existencia le es indiferente, tal
como para el filósofo (en la crítica de la razón). (Mendoza Canales, R., 2017,
p. 429)
Ahora bien, si podemos hablar de verdades irreales es, por tanto, porque aquello que el cine nos
ofrece es (con independencia de su coincidencia con la realidad fáctica) una posibilidad de la existencia, o una posibilidad del ser-en-el-mundo (Kundera, 2012). M. Kundera (2012) definía la
fenomenología como “búsqueda de esencias de las situaciones humanas” (p.48):
precisamente en representar la “esencia de una situación humana”, esto es, una
posibilidad esencial de la existencia,
consiste la verdad irreal de la
imagen en general, y del cine en particular.
La novela no examina la realidad, sino la existencia. Y la
existencia no es lo que ya ha ocurrido, la existencia es el campo de las
posibilidades humanas, todo lo que el hombre puede llegar a ser, todo aquello
de lo que es capaz. […] Pero, una vez más, existir quiere decir:
“ser-en-el-mundo”. Hay que entender como posibilidades
tanto al personaje como su mundo.
[…] El mundo kafkiano no se parece a ninguna realidad conocida, es una posibilidad extrema y no realizada del
mundo humano. (Kundera, 2017, pp. 59-60)
Uno de los ejemplos preferidos de Kundera, en el ámbito
literario, es el de la obra de Kafka. Ciertamente, la obra kafkiana representa
situaciones y experiencias irreales, como la de un hombre que se convierte en
insecto (La metamorfosis). Sin
embargo, una vez ganado el espacio de neutralidad al que nos abre la
literatura, como el cine, estamos en disposición de abrirnos intuitivamente a
la verdad irreal que se nos presenta: en el caso de La metamorfosis, la alienación como drama del hombre contemporáneo.
La obra, a través de la poderosa imagen de un hombre convertido en insecto,
logra representar una posibilidad universal de la existencia humana, la
existencia alienada.
La película de Orson Welles, El proceso, es un ejemplo cinematográfico de relato kafkiano (de
hecho, se trata de una adaptación de la novela del propio Kafka). A través de
un cine que coquetea con el surrealismo, especialmente en lo referido a la
recreación de un espacio sin conexión lineal, casi jugando con espacios imposibles (Escher), Welles
consigue representar la infernal,
desorientadora y alienante realidad del mundo
burocrático o burocratizado.
En una película como El
show de Truman, resulta sumamente desafortunado preguntarnos si aquello que
le ocurre al protagonista le ha sucedido alguna vez a alguien, es decir, si
representa la película un acontecimiento real.
Lo que estaría en juego sería la posibilidad
de una existencia sumida en una constante ficción y virtualidad que,
además, pretende hacerse pasar por auténtica realidad. Es decir, se trataría de
la experiencia de la suplantación de lo real por simulacros (Baudrillard), aquello que hoy conocemos como realidad
virtual e hiperrealidad.
La película insigne de Truffaut, Los 400 golpes, nos pone frente a un modo de ser-en-el-mundo
marcado por el abandono, la soledad, la búsqueda de independencia y la
rebeldía, todo ello esencializado en el arrebato vitalista de un niño que se
niega a someterse a la rigidez del mundo que le rodea. De este modo, y siendo
irrelevante la pregunta acerca de si existió o no realmente tal niño, el cine
de Truffaut nos convoca a asistir a una posibilidad de la existencia;
asistencia que, cuando es reflexiva, nos ofrece herramientas para comprendernos
mejor a nosotros mismos y al mundo que nos rodea.
Por otro lado, aquello de lo que la imagen fílmica se haría
eco no necesariamente habría de ser un aspecto positivo (axiológicamente) de la
existencia humana. Pues ya hemos observado cómo el espacio de neutralidad
ganado es previo, y neutro, con respecto a todo mundo-ya-consolidado, también
con respecto a toda axiología. Y es que, ciertamente, la existencia es
pre-axiológica. De este modo, la aclamada serie de televisión El cuento de la criada (The Handmaid’s Tail) recrea un mundo irreal,
pero no menos verdadero, donde el totalitarismo y la misoginia alcanzan sus
cotas más altas. La verdad, en tanto
posibilidad de la existencia, como diría Kundera, a la que nos convoca esta serie se hallaría, pues, en
nuestra exposición a la posibilidad, nunca desterrada, de un mundo totalitario,
fundamentado en la pérdida de derechos sociales y políticos, y especialmente
cruento para las mujeres.
Así pues, desde una perspectiva educativo-pedagógica, el cine
supone una herramienta muy interesante para explorar y aproximar posibilidades
de la existencia humana en un ejercicio imaginativo, comprensivo, empático y
reflexivo. Creando personajes, situaciones y experiencias no comprometidos por
la pregunta, de corte positivista, “¿pero esto pasó/existió realmente?”, el cine nos convoca al
reconocimiento de situaciones humanas universales: la pérdida, el amor, la
soledad, la hospitalidad, el abandono, la confianza, el totalitarismo, etc. La
imagen fílmica, mediante la neutralidad icónica, es capaz de aproximarnos a
posibilidades universales de la existencia humana.
Empezábamos nuestro trabajo afirmando que el cine alberga en
sí la capacidad de ser inconformista. Eso no quiere decir, sin embargo, que
todo cine sea inconformista. Ni mucho menos. Esta afirmación, por querer
abarcar demasiado, por querer tomar “el cine” como un fenómeno unitario y
unívoco, se revela como profundamente inexacta. Hay, sin duda, una gran
variedad: muchas culturas y épocas que han hecho cine, multitud de géneros,
diferentes finalidades desde la que se filma… Así, no todo cine emprende la
tarea de recrear otros mundos posibles, sino que gran parte de él se configura,
o intenta hacerlo, como fiel retrato del estado de cosas existente. Es más, la
mayoría del cine ha sido, probablemente, representación del mundo que vivimos.
También el cine ha sido históricamente, y sigue siendo hoy, una gran
herramienta para perpetuar el status quo
dominante, una imagen consolidada del mundo.
En cualquier caso, consideramos que esto no invalida nuestro
análisis fenomenológico. Atendiendo a una aproximación estrictamente
fenomenológica, cabría afirmar que la modificación de neutralidad es inherente
a toda imagen fílmica en tanto imagen. Es decir, a toda imagen, ya sea
la representación más “fiel” del mundo existente o la recreación del mundo más
irreal, le corresponde el derecho (fenomenológico) a ser considerada desde la
neutralidad que anula las diferencias entre real e irreal. Y ello con
independencia de un posterior desarrollo hermenéutico de la cuestión que
dilucidara si la imagen nos presenta una parte del mundo, es decir, una parte
del contexto significativo o trama de sentido “mundo”, o una ampliación o des-limitación del mismo. Esto se comprende mejor desde el
concepto, propio de estudios visuales y hermenéuticas de la imagen, de
diferencia visual (visuelle Differenz).
Nosotros a lo largo de nuestro texto hemos optado y optaremos
por ejemplos cinematográficos que, por lo general, una vez recuperada la
distinción real-irreal, se muestran especialmente irreales: es decir, rompedores o disruptivos con respecto a la
trama de sentido que constituye los márgenes del mundo. Y ello se debe a dos
motivos. En primer lugar, porque ejemplos así ponen más de manifiesto la
radicalidad del principio fenomenológico. Consideramos que es más fácil “tomar
en serio” la película que representa hechos fácticamente acontecidos. Sin
embargo, nuestro enfoque exige ser capaces de comprender la verdad incluso, y sobre todo, de aquella imagen fílmica
que se muestra más alejada de nuestros cánones de previsión y expectativa en
base a la forma de un mundo consolidado. En segundo lugar, y como motivo
fundamental, porque creemos que es precisamente la imagen que más rompe con la
forma del mundo consolidado la que mejor muestra el mundo como posibilidad.
Toda imagen se encuentra inserta en horizontes de
habitualidad, en horizontes socialmente construidos, en una red de significados
culturales… que le prescriben su sentido dentro del mundo. Es por ello por lo
que, haciendo de la visualidad (Sittlichkeit) uno de sus temas
centrales, los estudios visuales incorporan análisis sociológicos,
antropológicos, culturales, de género, etc. Sin embargo, según Boehm (2007) las
imágenes no se limitan a participar de tales horizontes de la visualidad, sino
que, a la vez que participan en ellos, muestran,
hacen ver tales horizontes. La imagen
posibilita la diferenciación entre los horizontes de los cuales participa y la
reflexión o percepción sobre tales horizontales. La imagen no solo muestra algo desde ciertos horizontes,
sino que manifiesta el lugar desde el
que algo se ve. De este modo, desde el paradigma de la diferencia visual (visuelle
Differenz), una imagen no es nunca meramente lo mostrado o
lo-que-se-muestra, en un sentido sustantivo,
sino que la imagen se caracteriza en tanto tal por su sentido transitivo: la imagen es “mostrante”. La
diferencia visual hace que la imagen
sea, originariamente, aquello que hace-ver,
y no algo meramente visto (Boehm,
2007).
Ciertamente, este hacer-ver propio de la imagen puede ser,
para Boehm (2007), en dos sentidos. Por un lado, puede ser un hacer-ver según
esquemas consolidados de interpretación, horizontes del mundo. Así, la imagen
no introduce un sentido nuevo. Pero, aún así, no se limita tampoco a mostrar
algo, pues estas imágenes manifestarían (harían ver) en aquello que muestran el
horizonte de sentido desde el que es visto lo que es visto. Por otro lado, el
hacer-ver de las imágenes puede suponer un incremento de sentido del mundo (Zuwachs an Sein), es decir, un
acontecimiento de sentido (Sinnereignis).
En estos casos, las imágenes hacen ver de
otro modo, inaugurando o alumbrando un sentido u horizonte de sentido nuevo
desde el que ver el mundo.
En ambos casos la imagen no se limita a poner ante nosotros (gegen-stand) algo mostrado, sino que
manifiesta la apertura misma, el claro donde lo mostrado puede mostrarse. La
diferencia visual caracteriza a la imagen como imagen que despliega mundo, pero también en el sentido de imagen que amplía mundo.
Toda imagen fílmica, en tanto imagen, abre un espacio de
virtualidad o neutralidad icónica que permite atender a la dación/donación
misma de la imagen en un estrato pre-mundano anterior a la diferenciación
real-irreal. Distinto es que, en un nivel posterior de análisis, lo que la
imagen fílmica en cuestión recrea sea el mundo consolidado, el status quo existente. Lo que aquí nos
interesa es ese cine que, gracias al espacio de neutralidad previamente ganado,
decide lanzarse al incremento de sentido (zuwachs
an Sein), a la ampliación de los márgenes del mundo, a la mostración de muy
verdaderas “irrealidades” que, obligándonos a ver de otro modo, mejor nos
revelan el mundo como posibilidad.
Nos encontramos con que, aún suponiendo la “realidad” el
patrón desde el que medimos nuestra experiencia en general, la fuerza de la
donación, de aquello que se da en la
vivencia intencional al ser-consciente, es capaz de brindarnos acontecimientos,
personajes, experiencias y mundos que trascienden e incluso transgreden tal
medida (Moreno, C., 2007).
Es así como podríamos hablar de que la virtualidad del cine
logra llevar a cabo un ejercicio de des-limitación.
Si antes de tal neutralización el mundo era comprendido en su sujeción a lo
fáctico-acontecido, ahora, ya des-limitado, el mundo es lanzado a la
imprevisibilidad e infinitud de la posibilidad.
Podríamos ejemplificar esta cuestión con la escena inicial de
la película de Buñuel, Un perro andaluz.[5] Si
recordamos la obra, esta se inicia con una escena en la que un personaje
utiliza una cuchilla para realizar un corte horizontal en el ojo de otro.
Podría interpretarse que este corte implica la ruptura con la visibilidad, la
superación o trascendencia de la visibilidad fáctica-empírica y, por tanto, del
mundo por ella objetivado. Pareciera que Buñuel, con esta escena, nos dijera:
“olvídate de mirar como estás acostumbrado a hacerlo, tus ojos no te servirán
de nada a partir de ahora, pues lo que estás a punto de presenciar está más
allá de lo que tus ojos son capaces de ver”. Y es que, ciertamente, el filme se
adentra por completo en un mundo irreal, o, diríamos mejor, surreal, y “los ojos comienzan a
familiarizarse con lo que jamás imaginaron y para lo que ni la sensibilidad ni
la mente del hombre estaban preparados” (Lledó, E., 2018, p. 70).
Este mismo gesto con el que se inicia Un perro andaluz está presente, al menos como promesa, en toda
imagen fílmica.[6] Pues la
neutralidad icónica, rasgo fenomenológico ineludible del cine, supone, como
venimos observando, la apertura de un espacio de neutralidad no comprometido
con el mundo real. Así, al romper sus lazos con la visión empírica, fáctica, la
imagen es capaz de dar más de lo que de
hecho hay. A esto llamamos un ejercicio de des-limitación, pues se trataría de trascender, e incluso
transgredir, los límites del mundo que lo encierran dentro del cerco de lo
fácticamente existente. El mundo queda, así, abierto a la infinita e
imprevisible posibilidad.
Otra forma de expresar esta cuestión sería decir que la neutralidad
existencial propia de la virtualidad de la imagen logra una ampliación de los márgenes del mundo (un incremento de sentido, si pensamos desde la
diferencia visual), dando cabida a más de lo que en un principio, y desde el
paradigma de lo fácticamente existente o acontecido, parecía tener. Podríamos
decir, por tanto, que la imagen fílmica alberga el poder de de-construir la
forma del mundo reconfigurando sus horizontes. Esto es especialmente
interesante a la hora de dar cabida a realidades humanas periféricas,
invisibilizadas y que antes carecían de sitio. Al respecto, emblemáticas son
algunas películas como Freaks (1932)
o The rocky horror picture show (1975).
Podemos ahora
plantearnos en qué medida el cine puede suponer una herramienta educativo-pedagógica
interesante, ahora desde su dimensión des-limitadora. El cine, por medio del
poder de la imagen, alberga la capacidad de ser recreación del mundo como
posibilidad en la constante superación o des-limitación del mundo como mera
realidad fáctica. Así pues, podemos señalar tres rendimientos
existenciales-educativos fundamentales de la des-limitación propia, al menos
como posibilidad, de la virtualidad de la imagen fílmica: el cultivo de la
creatividad, la hospitalidad y la libertad.
En un mundo en el que todo está tan previsto y controlado (en
aras del rendimiento y la productividad, pero también del control), conceptos como el de posibilidad o des-limitación
resultan deconstructivos e incluso transgresores:
en tanto se estaría pensando desde ellos una educación orientada a fomentar la
capacidad de aumentar los márgenes
del mundo, de lo que cabe esperar… capaz de herir o amenazar las previsiones,
de dar cabida incluso a lo más periférico.
Así, la des-limitación adopta la forma de la creatividad.
Por otra parte, y en el mundo en el que vivimos, dominado por
una educación curricular y “asignaturesca” (Emilio Lledó), la simple idea de
una educación basada en la superación creativa de horizontes de expectativa es
vista como “inmadurez”. Lo inmaduro es lo que no está terminado de hacer, lo
aún no acabado, lo aún no determinado. Desde la fidelidad para con la
terminología, se trataría, y ello resultará inquietante, de una educación
en/por la inmadurez: dando lugar a
sujetos (educandos) que, lejos de estar ya hechos
(maduros), estén abiertos a la posibilidad
(inmaduros). Aquí, entonces, la inmadurez, lejos de tener el sentido peyorativo
que usualmente tiene, se entiende como una resistencia
ante el afán controlador y consolidado de los poderes fácticos que intentan
presentar, en todo momento, el mundo como algo ya terminado y consolidado.
Hoy necesitamos de la creatividad más que nunca. Las crisis
económicas, políticas, y sociales, y especialmente la crisis medioambiental,
nos urgen a idear un nuevo mundo capaz de dejar atrás las aporías propias de un
sistema fundamentado en el crecimiento, la producción y el consumo ilimitados.
En un mundo en el que constantemente se nos insta a ser “realistas”, en el que
se nos inculca una imagen del mundo como hecho
(factum), delimitando el campo de lo
posible al campo de lo fáctica-realmente existente, la creatividad es un arma
necesaria. Necesitamos en gran medida de nuevas utopías, pues son ellas
ejercicios de pensamiento que nos lanzan a imaginar mundos posibles más allá
del fácticamente existente que pretende hacerse pasar como el “mejor de los
mundos posibles”. Educar en la posibilidad significa, por tanto, educar en la
creatividad: enseñar a abrir pre-mundos aún no comprometidos por la
verosimilitud, por medidas axiológicas y económicas, por la expectativa… en
definitiva alumbrar otros mundos posibles.
El cine puede, así,
desde la virtualidad de su imagen, suponer una herramienta para el desarrollo
de la creatividad como arma visionaria para nuestro tiempo. Necesitamos
fomentar en las nuevas generaciones el pensamiento creativo y visionario. Y, al
fin y al cabo, “la suposición de que todo lo actualmente existente debe existir
necesariamente es el ácido que corroe todo pensamiento visionario” (Bookchin,
2019, p. 120).
La libertad, por su parte, se muestra íntimamente ligada a
esta noción de creatividad que acabamos de desarrollar. Mostrar el mundo como
posibilidad, como dice Emilio Lledó, abrir el mundo a la infinitud de lo
posible, nos hace más libres. En la imagen terminada y consolidada del mundo
como hecho que se nos hace llegar no
solo se nos dice cómo son las cosas, sino también cómo somos nosotros. Estaría,
así, acotado qué somos, qué nos cabe ser y llegar a ser, en tanto nuestro sexo
y género, posición económica, nacionalidad, etnia, etc. Y en función de
valores, modas e ideologías actualmente existentes. Mostrar el mundo como
posibilidad nos invita a pensarnos a nosotros mismos y al mundo más allá de lo
que de hecho hay.
Dice Emilio Lledó (2018): “En lugar, pues, de referirnos a la
libertad como un sustantivo, como un hecho consolidado y firme, no hay más
remedio hoy que hablar de liberación, de actividad liberadora, de ejercitación
de la voluntad” (p. 65). Es en este sentido como la imagen fílmica alberga en
sí la capacidad de liberar, des-limitando los estratificados márgenes del
mundo, abriendo este al infinito campo de la posibilidad.
Si tomamos un momento en consideración la conocida obra de S.
Lukes, Power: A Radical View (1974),
recordaremos su denominada “tercera dimensión del poder”. En esta definitiva
dimensión, el poder se consolida desde la aceptación del status quo por parte de la población a través de la previa
aceptación de una cierta ideología subyacente. En el momento en que se consigue
controlar y manipular ideológicamente a una población para que sus preferencias
y visión del mundo encajen con la agenda de aquellos que ostentan el poder, el
monopolio del poder en unas pocas manos permanece no solo consolidado, sino
también justificado, aceptado. El status
quo es asumido porque se considera que “no existe otra alternativa”, como
bien pregonara ya en su momento Margaret Thatcher (Chomsky, N., 2019).[7] Esta
convicción de que no hay alternativa posible es promovida propagandística-ideológicamente,
creando en la población una imagen del mundo, del orden existente, como hecho, terminado e inmutable. Muy
importante es volver a señalar que existe cine de todo tipo, y por tanto
también cine capaz de establecer ideológicamente una imagen consolidada del status quo existente (comienza a ser ya
común, en este sentido, la crítica al “cine de Hollywood”).
Educar en el mundo como posibilidad, para lo cual la imagen
fílmica es, en su virtualidad, tan útil, supone contrarrestar la mencionada
“tercera dimensión del poder”, pues, lejos de ofrecer una imagen del orden
establecido como inmutable, supondría un constante inconformismo frente a la
“ausencia de alternativas”, fomentando una actitud reflexiva, crítica,
democrática y creativa capaz de abrir
nuevos horizontes y posibilidades ahí donde se nos hace ver que es este el
mejor de los mundos posibles. Y es que, como dice Lledó (2018), “hay que
fomentar, con la reflexión liberadora, un punto esencial de inconformismo, de
inconformidad” (p. 65), pues “ser conformista supongo que debe querer decir
algo así como conformarse con lo que hay e, incluso, aceptar que no hay quien
dé más” (p. 79). Por tanto, y parafraseando, “si nos acostumbramos a ser
inconformistas con las imágenes,
acabaremos siendo inconformistas con los hechos (p. 79).[8]
“La posibilidad del mundo es, fundamentalmente, la
posibilidad que hayamos sabido o podido abrir en la mente, en la capacidad de
entender, de juzgar, de interpretar” (Lledó, E., 2018, p. 63). De este modo,
“mostrar el mundo como posibilidad” es una tarea que la educación solo puede
lograr llevando a los educandos a descubrir ellos, por sí mismos y en un
ejercicio de creatividad, el mundo como posibilidad, esto es, el mundo como
algo abierto a algo más que lo que de
hecho hay.
La ampliación de los horizontes del mundo supone, sin duda,
un ejercicio de imaginación y creatividad, pues, habiendo ganado un espacio de
neutralidad, el poder de la imagen fílmica supone una invitación a imaginar las
posibilidades más remotas. Pero es este mismo gesto de ampliación de los
márgenes del mundo lo que otorga a la imagen fílmica una capacidad hospitalaria, pues ella, siempre abierta
a la infinita posibilidad de lo posible, más allá de compromisos con el mundo
consolidado, se muestra capaz de acoger
realidades periféricas, invisibilizadas, marginales y subalternas.
Así, el cine se muestra como un recurso muy interesante para
alumbrar realidades humanas invisibilizadas e ignoradas. Desde esta
perspectiva, resulta interesante el concepto de “subalterno” (Spivak, 2011), que definiría al sujeto sin voz,
incapaz de expresarse a causa de unas estructuras sociales, económicas,
institucionales y políticas que lo recluiría en la marginalidad. Al respecto, y
a modo de ejemplo, podríamos traer a colación la película de Icíar Bollaín, Te doy mis ojos (2003), de una especial
vigencia, pues en ella se muestran los entresijos de la invisibilizada realidad
de la violencia de género. También dos películas como son Laurence Anyway, de Xavier Dolán, y Una mujer fantástica, de Sebatián Lelio, suponen un ejercicio de
hospitalidad al acogerse, en ambos casos, la periférica e invisibilizada
realidad de la transexualidad.
También al respecto resulta interesante el Nuevo Cine
Latinoamericano, siempre preocupado por “corregir las visiones deformadas sobre
Latinoamérica, hasta entonces dadas a través de los esquemas interpretativos de
los colonialistas extranjeros o de las burguesías locales, mimetizadas con la
mentalidad de los primeros” (Trilnick, C. 1958). Recordemos que, por ejemplo, y
desde un contexto distinto al del Nuevo Cine Latinoamericano, el actor Ricardo
Darín ha confesado en alguna ocasión haberse negado a participar en películas
donde encarnaba la figura del “narcotraficante latinoamericano”. Es decir, se
alimenta en películas así un estereotipo que consolida una cierta imagen de la
persona latinoamericana. Ser capaz de imaginar personas y situaciones más allá
de los estereotipos establecidos, aún desde contextos no antes contemplados,
permite alumbrar una verdad esencialmente humana: lo que puede ser siempre es más que lo que es.
En el presente trabajo hemos pretendido ofrecer una reflexión
acerca de los rendimientos que pudiera albergar el cine, y la imagen fílmica en particular, para la paideia o educación. Hemos de reconocer
que se ha partido de una concepción de la educación muy existencial y,
especialmente, siguiendo a Emilio Lledó al respecto, como aquella labor que
tiene como fin esencial, aunque no exclusivo, mostrar el mundo como posibilidad.
De este modo, el cine ha sido abordado desde un análisis
fenomenológico en el que hemos desentrañado el sentido de la virtualidad como
rasgo ontológico de la imagen fílmica. El “poder de la imagen” se haya,
ciertamente, en su capacidad para ganar un espacio de neutralidad no
comprometido con la existencia fáctica (“real”) del mundo y, por tanto, no
limitado ni devaluado aún por la dialéctica entre lo real y lo irreal. Así, la
imagen fílmica se presenta con derecho propio a ser atendida por el mero hecho
de su donación. Entonces, una vez rescatada la validez de la imagen desde tal
espacio de neutralidad, somos capaces de vislumbrar la verdad albergada por ella, una verdad irreductible a la realidad
fáctica del mundo. A esta verdad la hemos denominado también posibilidad de la existencia, siguiendo
a M. Kundera. La imagen fílmica es capaz de dar cuenta de aquello que tampoco,
como ella, está comprometida por la realidad fáctica: la existencia. Es así
como el cine puede aproximarnos a realidades humanas universales (la soledad y
rebeldía en Truffaut, la vulnerabilidad en Vivre
sa vie, el desengaño frente al simulacro en El show de Truman) que son, en cuanto tales, posibilidades de
nuestra propia vida, suponiendo así un esclarecimiento de nuestra existencia y
posibilitando el cumplimiento de la máxima griega: “conócete a ti mismo”.
Por otra parte, la imagen fílmica tiene en sí un poder
des-limitador. Estas consideraciones no están desligadas de las anteriores,
pues si antes hemos atendido al esclarecimiento por parte del cine de posibilidades de la existencia humana,
ahora se trataría de alumbrar la posibilidad
del mundo más allá de su orden establecido, de su realidad fáctica. La idea es,
pues, pensar desde el cine aquello que Emilio Lledó tomara como esencia de la
educación: mostrar el mundo como posibilidad. Al no estar sometida la imagen
fílmica por la realidad del mundo (y de ahí la importancia de nuestro primer
análisis fenomenológico de la virtualidad), aquella es capaz de abrir el campo
de lo posible más allá de los límites establecidos y consolidados, en un
ejercicio creativo e incluso, en ocasiones, visionario y transgresor. En su
capacidad de alumbrar nuevos horizontes no previstos, el cine albergaría una
potencialidad educativa fundamental en nuestro tiempo, pues vivimos en una
época necesitada de grandes transformaciones, necesidad que encuentra, sin
embargo, serios impedimentos en intentos (propagandísticos e ideológicos) por
conservar el status quo existente.
Así pues, el cine puede ser promotor de un liberador
inconformismo que nos lleve a ampliar los horizontes de nuestra propia
existencia y del mundo que vivimos, no dejándonos confundir este último con “el
mejor de los mundos posibles”. De este modo, en su aplicación educativa el cine
alberga la capacidad de fomentar un pensamiento inconformista, es decir libre y
democrático, así como creativo y hospitalario. Como dice Emilio Lledó (2018),
Uno de los prodigios más asombrosos de la vida humana, de la
vida de la cultura, lo constituye esa posibilidad de vivir otros mundos, de
sentir otros sentimientos, de pensar otros pensares que los reiterados esquemas
que nuestra mente se ha ido haciendo en la inmediata compañía de la triturada
experiencia social y sus, tantas veces, pobre y desrazonados saberes (p. 81).
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[1] Entendemos
aquí “poética” en su sentido etimológico, desde poiesis, es decir, fabricación
o producción.
[2] La
posmodernidad supone la negación de la necesidad e incluso legitimidad de
discursos globales y sistémicos (de Grandes Relatos, según Lyotard), mientras
que la transmodernidad supone una síntesis de modernidad y postmodernidad que
es capaz de dar cuenta del Nuevo Gran relato que nuestra contemporaneidad vive:
la globalización (Rodríguez Magda, R.M., 2011).
[3] Protagonista
de Crimen y castigo.
[4] Personaje
principal de la novela de Víctor Hugo Los
miserables.
[5] Ejemplo que
debemos a los cursos del profesor César Moreno Márquez, de la Universidad de
Sevilla.
[6] Y decimos
como promesa, pues es cierto que, si bien toda película por el poder mismo de
la virtualidad de la imagen alberga la capacidad de lanzarnos a mundos
incógnitos, no todas lo hacen. Aún así, no cabe duda de que toda imagen fílmica
conserva el derecho a ser considerada
desde cierta neutralidad o autonomía con respecto al mundo fáctico.
[7] “Fin de la
historia” de Fukuyama es precisamente esto. No es posmoderno.
[8] Donde
nosotros decimos “imágenes”, Emilio Lledó dice “palabras”.