Discusiones en torno a la relación entre cine y escuela. De omisiones,
reduccionismos y posibilidades en la experiencia argentina ante el itinerario
del sistema educativo francés
Discussions on the relationships between film
and schooling. About omissions, reductionisms and possibilities in the
Argentine experience facing French educational system's itinerary
Discussões sobre a relação entre cinema e escola. De omissões,
reducionismos e possibilidades na experiência argentina diante do itinerário do
sistema educacional francês
Ariel Benasayag
Facultad de Ciencias Políticas y Sociales,
Universidad Nacional de Cuyo, Argentina
abenasayag@gmail.com
Recibido: 17/10/2020
Aceptado: 13/11/ 2020
Resumen. El artículo pretende contribuir
a la reflexión sobre los vínculos entre escuela y cine. Parte de la crítica al
reduccionismo que ha operado el discurso pedagógico respecto de las múltiples
dimensiones de lo cinematográfico, en particular respecto de la experiencia
artística del cine en tanto alteridad de la forma escolar. En primer lugar, da
cuenta de las limitaciones y posibilidades que produjo la omisión de la
concepción artística del cine en el curriculum escolar argentino durante el
siglo XX y hasta la actualidad. Luego, diferencia distintas connotaciones que
recibe la expresión “escolarización del cine”, a fin de relativizar enfoques
críticos y celebratorios respecto de la potencialidad que supone la inclusión
de películas en la cotidianeidad escolar. Finalmente, recupera la experiencia
del programa de promoción de las artes y la cultura en el sistema educativo
francés como contrapunto de la argentina, deteniéndose en la influencia de la
cinefilia francesa en las discusiones pedagógicas sobre la incorporación
escolar y la enseñanza del cine como arte.
Palabras clave. Cine, Pedagogía, Escuela, Cinefilia, Argentina y Francia.
Abstract. The text
intends to contribute to the study of the relationship between film and
schooling. It starts from the critique of the reductionism that has operated
the pedagogical discourse on the multiple dimensions of cinema, in particular
with regard to the artistic experience of film as “otherness” of the school
form. First, it gives an account of the limitations and possibilities produced
by the omission of the artistic conception of cinema in the Argentine school
curriculum during the 20th century and up to the present day. Then, it
differentiates connotations that the expression "schooling of cinema"
receives, in order to relativize critical and celebratory approaches regarding
the potentiality that the inclusion of films in the school's daily life
implies. Finally, it recovers the experience of the program of promotion of
arts and culture in the French educational system as a counterpoint to the
Argentine one, making focusing on the influence of the French cinephilia in the
pedagogical discussions on the incorporation in schools and the teaching of
cinema as an art.
Keywords. Cinema, Pedagogy,
School, Cinephilia, Argentine
and France.
En Cine,
escuela y discurso pedagógico, Silvia Serra (2011) rastrea en revistas
educativas las concepciones que el discurso pedagógico argentino construyó
acerca del cine a lo largo del siglo XX. Lo hace para describir las
consecuencias de sus prescripciones, tanto a nivel de las políticas educativas
como respecto de su utilización didáctica en el aula. Para esto, incorpora a la
reflexión sobre las articulaciones y tensiones entre estas dos tecnologías que
contribuyeron a definir el régimen de visibilidad moderno -la escuela y el
cine- (Dussel, 2014), una perspectiva histórica que contempla simultáneamente
aspectos culturales, políticos, económicos y sociales. De este modo, la autora
ilumina o, más aún, refracta, el estudio sobre estas prácticas escolares
durante las primeras décadas del siglo XXI.
La consideración de aquella investigación en
diálogo con los trabajos de Inés Dussel (2006, 2009, 2014), Diana Paladino
(2006) y Ana Abramowski (2009, 2015) permiten concluir que, a los ojos de la
escuela argentina, de manera progresiva, contradictoria e inconclusa, el cine
ha sido considerado como símbolo de innovación, instrumento de transmisión
cultural, amenaza institucional, dispositivo con potencial pedagógico, peligro
moral y puerta de acceso al mundo. Tal como muestra Serra, estas concepciones
derivaron tanto en políticas de exclusión y censura, pautas de regulación de la
visualización y propuestas de adaptación, como en distintos modos de
utilización que, a su vez, perseguían diferentes objetivos. Destacan en este
sentido: la posibilidad que ofrece su condición documental para ilustrar o
ampliar el conocimiento; la consideración pedagógica de los aspectos éticos de
las historias y de las decisiones estéticas que se materializan en el relato
cinematográfico de ficción; la oportunidad de incorporar curricularmente la enseñanza
del audiovisual como lenguaje, o de formar en la lectura y el pensamiento
crítico a partir del desenmascaramiento ideológico de los filmes; el
aprovechamiento de su carácter espectacular, útil para garantizar la atención
en el aula. Estas concepciones acerca del cine y estos modos de utilización
explorados por la escuela “aparecen de forma simultánea y contradictoria en el
discurso pedagógico” y, concluye, “perduran en las prácticas escolares
contemporáneas exhibiendo continuidades, combinaciones y resignificaciones”
(Serra, 2011, p. 8).
Hacia el final de su libro, la autora
observa que, en el contexto escolar, ya sea como “punto de partida, documento,
instrumento, texto, objeto de análisis estético o ideológico”, el cine -al
menos en las posiciones relevadas- “se supedita a un problema, objetivo o
contenido temático que lo trasciende” (Serra, 2011, p. 333). Así, sostiene que
en todos los discursos y prácticas revisadas, aun en los casos en que el
objetivo explícito es “propiciar la experiencia estética del cine”, las
películas y las miradas quedan circunscriptas a las reglas de funcionamiento de
la gramática de la escuela. En la jerga educativa, los términos escolarizar,
pedagogizar y didactizar “suelen designar los procesos que sufre cualquier
saber, práctica o experiencia cuando se introduce en la escuela”, explica,
dejando traslucir quizá la nostalgia o la impotencia que pueden producir
ciertos inevitables reduccionismos. “¿Puede ser de otro modo?”, se pregunta
acerca de la relación entre escuela y cine, “¿Puede propiciarse un encuentro
con un elemento extranjero que lo conserve en su calidad de tal?” (p. 334, resaltado propio). No sin hacer
explícitos algunos cuestionamientos acerca su propuesta, Serra encuentra una
posibilidad a partir de la hipótesis del cineasta, escritor y docente francés
Alain Bergala:
La cuestión del arte en la escuela es la del
encuentro con la alteridad (…) [Aun cuando] la institución tiene una tendencia
natural a normalizar, amortiguar e intentar absorber esa parte de peligro
[desconcierto, anarquía, escándalo y potencia de revelación en el caso del
cine] que representa el encuentro con toda forma de alteridad para resguardarse
a sí misma y a sus agentes. (Bergala, 2007, p. 32)
Tomando aquéllas interrogantes y ésta
hipótesis como punto de partida, el presente artículo pretende contribuir en la
reflexión sobre los vínculos entre escuela y cine. Con este fin, dedico el
primer apartado a cuestionar la especificidad de lo cinematográfico y, a partir
de la consideración de las múltiples dimensiones del cine, a dar cuenta de las
limitaciones -y quizá también posibilidades- que produjo la omisión de la
concepción artística del cine en el discurso pedagógico argentino (y, por
consiguiente, en el curriculum escolar) desde comienzos del siglo XX hasta la
actualidad. Luego, a propósito de dicha ausencia, diferencio distintas
connotaciones que actualmente recibe el término “escolarización” para, a partir
del pensamiento de Dussel (2014), relativizar tanto enfoques críticos como
celebratorios respecto de las potencialidades de la incorporación de películas
en la cotidianeidad escolar.
En el segundo apartado recupero los
argumentos de la propuesta formulada por Bergala (2007) respecto de la
incorporación escolar del cine, en el marco de un programa destinado a la
promoción de las artes y la cultura en el sistema educativo francés. Esta
experiencia funciona como interesante contrapunto de la argentina no sólo
porque en Francia el cine es incluido en el curriculum oficial entendido como
un arte desde 1984, sino además porque las discusiones que condujeron a tomar
esa decisión involucraron, además de los pertenecientes al campo educativo,
actores provenientes del campo cultural. El hecho de que en la escuela francesa
el cine hoy constituya un espacio curricular optativo en sí mismo, es coherente
con el destacado lugar cultural, social, político y económico que éste ocupó en
esa sociedad desde mediados del siglo XX. En este sentido, cobra relevancia la
cinefilia que desarrollaron los críticos agrupados alrededor de revistas como Cahiers du Cinéma que, junto con
intelectuales, escritores, directores, organizadores de cinematecas y
asistentes de cineclubes, discutieron comprometida y críticamente la enseñanza escolar,
formal, del cine. Al respecto, la investigación doctoral realizada por Francis
Desbarats (2001) -aún sin publicación-, permite observar esa diversidad de
posiciones, no ya en el discurso pedagógico, sino en el discurso cinéfilo.
Según David Tyack y Larry Cuban, el concepto
de gramática de la escolaridad refiere a la manera como las escuelas “dividen
el tiempo y el espacio, califican a los estudiantes y los asignan a diversas
aulas, dividen el conocimiento por materias y dan calificaciones y créditos
como prueba de que aprendieron” (2001, p. 167). Se trata, tal como explican los
autores, del peculiar modo como esta institución organizó históricamente las
condiciones materiales del trabajo educativo; pero, además, de la consideración
de las rígidas formas como la escuela definió el conocimiento legítimo,
delimitó el curriculum de estudios y estableció las formas válidas de
enseñanza. Constituye, de este modo, una normativa tácita y eficaz que, vía la
tradición, ha llegado a naturalizarse en nuestras sociedades como la forma
genuina de la educación.
Silvia Serra evoca esta idea en una de sus
principales conclusiones respecto de los modos como el discurso pedagógico
argentino concibió al cine a lo largo del siglo XX. Tal como muestra su
investigación, respondiendo a nobles fines didácticos, prescribió usos
escolares que subordinaron a las películas a objetivos, contenidos y
actividades curriculares ajenas a su especificidad. Según sus conclusiones, más
allá de las posiciones apocalípticas (una triple amenaza moral, institucional y
laboral) y del entusiasmo recurrente de ciertas perspectivas celebratorias
(innovación tecnológica con potencial pedagógico), lo cierto es que la lógica
arraigada de la gramática de la escolaridad inevitablemente opera
reduccionismos sobre la multidimensionalidad de lo cinematográfico al orientar,
dirigir o disciplinar las miradas de los estudiantes: ya sea que ingrese como
“punto de partida, documento, instrumento, texto, objeto de análisis estético o
ideológico”, incluso cuando se busca “propiciar una experiencia estética”, el
cine resulta “escolarizado” (Serra, 2011, p. 333).
Quizá rememorando una experiencia personal
con el cine, o tal vez reviviendo la impotencia que en ocasiones irrumpe al
constatar la inmovilidad de ciertas formas escolares, Serra (2011) se pregunta
entonces si acaso podría ser de otra manera: si es factible que aquello que
ingresa al escenario escolar se sustraiga de sus reglas de funcionamiento, si
es posible propiciar un encuentro con el cine en la escuela conservando su especificidad.
Más allá de la motivación de sus interrogantes, descartando de plano las
ilusorias certezas que ofrece la ingenuidad prescriptiva, el cuestionamiento
crítico que cierra su análisis histórico de las relaciones entre cine y
discurso pedagógico abre al menos dos líneas de reflexión: por un lado,
respecto de las connotaciones que puede adquirir la idea de la “escolarización
del cine”; por otro, en relación con los diferentes modos como es posible
entender su “calidad de tal”, la especificidad de lo propiamente
cinematográfico. Comenzaré por la última.
La pregunta por la especificidad del cine,
por la cualidad de lo propiamente cinematográfico, constituye sin duda una de
las cuestiones más provocadoras para quien emprende una reflexión teórica sobre
esta experiencia cultural. Afortunadamente, no resulta difícil identificar
literatura sobre las numerosas propuestas que, no sin controversias, explican
lo propio del cine a partir de múltiples abordajes, arribando así a una amplia
variedad de conclusiones. En efecto, desde las primeras décadas del siglo XX
hasta la actualidad, partiendo de diversas tradiciones y adoptando distintas
perspectivas teóricas, autores como Rudolf Arnheim, Béla Balázs, Siegfried Kracauer, Serguei Eisenstein, André Bazin, Jean Mitry, Christian Metz, Laura
Mulvey y Gilles Deleuze -por enumerar sólo unos pocos entre los más
reconocidos-, asumieron, partiendo de la irresuelta incertidumbre que
caracteriza a aquella interrogante, la reflexión sobre diferentes dimensiones
del cine.
El trabajo de reseñar críticamente el
pensamiento de estos autores y, sobre todo, de mostrar sus valiosos acuerdos y
sus necesarias diferencias ha sido realizado ya en varias ocasiones en los
últimos cuarenta años. Desde diversas geografías -localizadas mayormente en el
hemisferio norte-, teóricos e historiadores dieron cuenta del pensamiento sobre
lo cinematográfico, persiguiendo objetivos distintos, con métodos y estilos
disímiles, sumando a la vez sus propias voces. Basta como ejemplo el reciente
libro de Thomas Elsaesser junto a Malte Hagener (2015), o los trabajos de una
cantidad de autores que renuevan este campo de estudios (Pomerance y Barton
Palmer, 2016; Denson y Leyda, 2016), recuperando las voces originales de los
primeros teóricos y cineastas, para cuestionarlas o reconsiderarlas en un contexto
tecnológico y sociocultural radicalmente diferente.
A pesar de que la idea de emprender una
aventura ontogenética respecto del cine resulta seductora, constituye una gesta
que excede en creces los límites de este trabajo y desvía el foco de lo propuesto
en esta ocasión. De modo que, habiendo dado cuenta en estos breves párrafos de
la complejidad que implica plantear la pregunta por una ontología del cine,
recupero la propuesta de Antonio Costa en Saber
ver cine (2007). Frente a un dilema semejante, el autor italiano subordina
esta misma intención a la finalidad pedagógica de su obra, argumentando que:
Podemos decir muchas cosas del cine: que es
técnica, industria, arte, espectáculo, diversión y cultura [y, como señala en
otros momentos, también representación, narración, lenguaje, dispositivo,
institución e ideología]. Depende del punto de vista desde el que lo
contemplemos, aunque cada uno de ellos será igualmente motivado e
irrenunciable. Pero si consideramos el cine en su conjunto, en la interacción de
los diversos aspectos (…), observaremos entonces que el cine es lo que una
sociedad, en un determinado período histórico, en una determinada coyuntura
político-cultural o en un cierto grupo social, se decide que sea. (Costa, 2007,
p. 29)
Esta posición deja indefinidamente en
suspenso la respuesta por la especificidad de lo cinematográfico o, más
precisamente, hace que lo propio del cine resulte siempre relativo. Se trata de
un abordaje histórico y social de la experiencia cinematográfica, que coincide
con las perspectivas propias del campo disciplinar de la educación que
constituyen el encuadre teórico de este trabajo. Serra (2011) explica la
diversidad de concepciones formuladas acerca del cine en el discurso pedagógico
analizando las particularidades de los diferentes periodos históricos y
escenarios culturales pero, también, las articulaciones y tensiones al interior
del campo académico y profesional de los pedagogos. Del mismo modo, Dussel
(2014) entiende las imágenes como una relación social, a su vez supeditada a
las características de un régimen visual determinado que no permanece estable.
Así, defino entonces al cine no desde lo que en efecto es (algo que resulta inviable),
sino a partir de lo que una determinada sociedad y en una cierta época (la argentina
contemporánea) considera como tal. Más aun, lo defino en relación a los modos
como lo concibe una institución particular: la pedagogía.
Siguiendo el recorrido histórico trazado por
estas autoras, resulta evidente el modo como diversas dimensiones del cine
fueron destacadas en sus concepciones pedagógicas y, así, en las políticas y
prácticas escolares que éstas habilitaron o impidieron: en diferentes contextos
históricos y con diversos intereses el cine fue principalmente entendido como
tecnología, cultura, representación, entretenimiento, ideología y espectáculo,
definiendo distintos modos de incorporación o exclusión en mayor o menor medida
legitimados y formalizados. En algunas ocasiones también fue incorporado en
tanto lenguaje, dispositivo o institución; por ejemplo, en el contexto de
materias situadas en ese impreciso cruce disciplinar entre las artísticas y las
sociales y humanidades, entre las cuales Comunicación constituye un caso
emblemático. Sin embargo, llama la atención que en el derrotero de la escuela
argentina, al menos hasta donde comprendo, el cine pocas veces haya sido
concebido y nunca formalmente incorporado en el curriculum como arte.
Esto es precisamente lo que advierte Serra
cuando interroga al discurso pedagógico respecto de las formas como
históricamente definió al cine, y lo que la lleva a considerar las
probabilidades de preservación del carácter artístico de las películas en su
“escolarización” (2011, p. 333). En efecto, respecto de esta omisión curricular
y de las prácticas escolares que de esta manera inhabilita, Deborah Britzman
explica que todo “discurso posiciona al sujeto de dos maneras: respecto de qué
y cómo algo es dicho, y en relación con una comunidad que hace posibles
determinadas prácticas y no otras” (2003, p. 39)[1]. Así, en tanto forma discursiva, el curriculum promueve
“orientaciones, valores e intereses particulares, y construye visiones de
autoridad, poder y conocimiento”, que definen los modos como referir al cine y
limitan el espectro de prácticas posibles con películas. Siguiendo a esta
autora, el hecho de que la concepción artística de la experiencia
cinematográfica no forme parte de los saberes seleccionados por el curriculum
escolar en tanto “cosas que hay que saber” define también, implícitamente, las
“capacidades del conocedor”, impidiendo la emergencia de un modo de mirar
artístico. En este sentido, el pensamiento de Michel Foucault le permite
destacar que estos procesos de legitimación de saberes y prácticas “se basan en
relaciones de poder (…) que todos los curriculum autorizan”, ya sea que
provengan de la propia autoridad del sistema educativo, de académicos del campo
pedagógico o pertenecientes a otras disciplinas y, por supuesto, de la
industria y el comercio.
La ausencia del cine en el curriculum
argentino, en tanto arte pero también respecto de otras de sus dimensiones
constitutivas, ha sido frecuentemente menospreciada, apenas advertida o
reclamada sin suficiente determinación por una multiplicidad de actores a los
que podría haber interesado la formalización escolar de estas prácticas o la
legitimación de estos saberes culturales. Asimismo, las transformaciones que
con la intención de compensar esta falta impulsaron diferentes programas e
iniciativas surgidas tanto desde el campo pedagógico como del cinematográfico[2] en las
últimas dos décadas, no terminaron de completarse, quedando siempre
circunscriptas a unos pocos espacios o limitadas a breves lapsos temporales. A
pesar de estas significativas aunque truncas intenciones, la ausencia del cine
en el curriculum puede ser entendida como una deuda de la escuela argentina con
la cultura cinematográfica. Más aún, con el universo de las imágenes en general
y con la propia cultura del siglo XX, en la que el cine constituye uno de sus
protagonistas centrales (Lipovetsky y Serroy, 2009). En este sentido,
contrastar la experiencia vernácula con los itinerarios que siguieron otros
sistemas educativos en sus procesos de institucionalización de las relaciones
de la escuela con el cine, ayuda a comprender mejor las propias limitaciones.
En tanto caso emblemático, dedico el segundo apartado de este artículo a
revisar la experiencia francesa, en la que, en efecto, no ocurrieron de igual
modo.
Este trabajo tiene como horizonte
prescriptivo dar cuenta de la necesidad de elaborar políticas educativas que
puedan compensar finalmente aquella omisión, que permitan desarrollar prácticas
escolares con el cine entendido en sus múltiples dimensiones. Esto, más allá de
la legítima atención que merecen también otros medios audiovisuales de
aparición reciente y del entusiasmo que obligan tecnologías aparentemente más
urgentes. Sin embargo, en relación con “la hipótesis de la cinefilia docente”
(Benasayag, 2017) -esto es, que las prácticas de incorporación pedagógica de
películas podrían estar vinculadas con concepciones sobre sus potencialidades educativas
pero, además, en ocasiones, con las prácticas de los docentes como
espectadores, con sus experiencias a partir la ficción cinematográfica, acaso
vinculadas al placer o al aprendizaje-, es pertinente señalar que la existencia
de esa vacancia curricular respecto del cine probablemente constituya una las
condiciones de posibilidad que dieron lugar a la emergencia de prácticas
informales de incorporación de películas por parte de los docentes que
considero distintivas. Dicho de otro modo: la ausencia de una promoción escolar
de saberes vinculados del cine y la falta de regulación de las prácticas en
torno a la experiencia cinematográfica permite que ciertos docentes,
independientemente de la especificidad de las materias que enseñan, encuentren
interés, sientan necesidad o se vean obligados de incorporar películas en sus
clases. Tal vez, motivados por su vínculo personal con las películas, piensan,
al modo de Bergala (2007), que si el encuentro con el cine, o al menos con
ciertas dimensiones de lo cinematográfico, no sucede en esas escasas y efímeras
ocasiones compartidas con los estudiantes, para la gran mayoría de ellos quizá
no ocurra jamás: no lo ofrece la escuela y, cada vez menos, el propio mercado
audiovisual.
Fue el poeta italiano Ricciotto Canudo
quien, en 1911, definió por primera vez al cine como séptimo arte. En su Manifiesto de las Siete Artes, lo
presenta como un “arte de síntesis total” que, al reunir “los descubrimientos y
las incógnitas de la Ciencia con el ideal del Arte, aplicando la primera al
último para captar y fijar los ritmos de la luz”, “concilia (…) a todos los
demás” (Canudo, 2020). En la senda de los movimientos europeos de vanguardia surgidos a comienzos del siglo XX,
influido en particular por el futurismo de Filippo Tommaso Marinetti (Trilnick, 2019), Canudo refiere al cinematógrafo como un
“prodigio recién nacido de la Máquina y del Sentimiento”, que “está
empezando a dejar de balbucear para entrar en la infancia”. Y, lejos de dejar
pasar la oportunidad, abre aquel primer manifiesto sobre el cine cuestionando
a:
…los muchos y nefastos tenderos del cine,
[que] han creído poderse apropiar del término “séptimo arte” que da prestigio a
su industria y a su comercio, [a pesar de que] no han aceptado empero la
responsabilidad impuesta por la palabra “arte”. Su industria sigue siendo la
misma, más o menos bien organizada desde el punto de vista técnico; su comercio
se mantiene floreciente o en decadencia, según los altibajos de la emotividad
universal. (Canudo, 2020)
Frente a la aparente forma de emotividad
mundana que promueven las películas industriales con fines comerciales, el
poeta reserva al cine entendido como arte “el placer más profundo que consiste
simplemente en el olvido de sí mismos”,
que conduce a los espectadores a dejarse “envolver por las tenaces espirales”
del “sublime olvido estético” (destacado en el original). El Manifiesto de las Siete Artes permite
advertir así que los debates respecto de las distintas dimensiones de lo
cinematográfico son contemporáneas a su invención, y en cierta forma,
inherentes a sus primeros desarrollos. En la concisa aunque breve proclama, el
cine aparece definido ya como técnica, industria, comercio y arte; aún más, en
relación con el fin último de la obra, Canudo identifica y jerarquiza
diferentes experiencias cinematográficas.
Al preguntarse por las posibilidades de un
encuentro con el cine “que lo conserve en su calidad de tal”, es decir, como
alteridad ante el discurso pedagógico y la gramática escolar, es posible suponer
que Serra (2011) piensa lo cinematográfico en un sentido semejante al de
Canudo. En el marco de las conclusiones de su investigación, luego de reparar
en la vacancia anteriormente señalada, la autora traza el horizonte del interés
prescriptivo de su trabajo: tanto sus incertidumbres como sus propuestas están
focalizadas en los modos como el cine puede ingresar en la escuela resguardando
su dimensión artística, aun luego de atravesar el denso cristal de las probadas
tradiciones didácticas. Sigue la propuesta pedagógica y política de Bergala,
mentor del programa de incorporación del cine en el sistema educativo francés:
Aunque lo haga desde una realidad educativa
diferente [la de la escuela francesa], [Alain Bergala] elige el camino de
otorgarle al cine el carácter de arte
(…) El camino del arte interroga directamente el estatuto del sujeto pedagógico
reflexivo, el de la pedagogía moderna y el del vínculo saber-ver que en ella se
aloja (…) Lo que experiencias de este tipo ofrecen como dificultad central son
los movimientos que implican dentro del campo de la pedagogía, sus dificultades
para dejarse permear por otras lógicas, para abrir el trabajo del pensamiento a
emociones, educar la sensibilidad y permitir subvertir las sedimentadas lógicas
sobre las que se ha edificado. La dificultad [del encuentro entre la escuela y
el arte, y el cine] radica, en última instancia, en la imposibilidad de
abandonar muchos de los supuestos o certezas que funcionan como verdades en la educación
escolar. (Serra, 2011, p. 337, destacado en el original)
Si bien en el segundo apartado reviso las
particularidades y fundamentos de la iniciativa francesa, es pertinente
observar aquí el lugar que la autora le otorga a la experiencia artística
respecto de las formas de acceso al saber tradicionalmente privilegiadas por la
escuela. Elabora su crítica poniendo en consideración aspectos que, aunque
comunes en los estudios del campo del arte y del cine en particular, han sido
mayormente ajenos al pensamiento pedagógico y a las prácticas escolares, como
el lugar de la sensibilidad y la emoción. Efectivamente, Dussel explica que “la
ruptura de distancias, el acercamiento agigantado de las imágenes en la
pantalla, la inmediatez, las sensaciones, el ritmo, la parcialidad, la
emocionalidad y el sentimentalismo” como operaciones con el saber que
posibilitan las imágenes, “se diferencian del tipo de acciones que propone el
modo escolar: la criticidad, la reflexión, la moderación de las emociones, la
palabra antes que el cuerpo, la observación a distancia” (2009, p. 183).
La consideración de estos modos disímiles de
acceso al conocimiento permite a Serra señalar los obstáculos que representan
la gramática escolar y el discurso pedagógico para pensar ese encuentro con el
cine en tanto arte. Las dificultades manifiestas en su enunciado remiten a su
crítica respecto de la “escolarización” del cine, entendida como el
reduccionismo que sufren algunas de sus dimensiones, en particular la
artística, en la utilización de películas con fines didácticos. Sin embargo,
tal como lo entiende, esta didactización del objeto cinematográfico implica, de
manera simultánea, la pedagogización de la experiencia propia del cine: queda
definido así un modo escolar de mirar películas que no puede menos que
condicionar las miradas de los estudiantes. Resuena el anterior comentario de
Britzman (2003) cuando Serra plantea que “el
cine, en la escuela, se mira con los
ojos que la escuela mira” (2011, p. 133, destacado en el original).
Antes de revisar esta idea, es necesario
explicitar el sentido que la autora atribuye al término “escolarización”. En el
campo pedagógico, suele aludir coloquialmente a las críticas sobre la
institución escolar y sus dispositivos disciplinarios que surgieron en el marco
de la teoría social a partir de finales de los ‘60 y que necesariamente
perduran en la construcción de los enfoques críticos de investigación. De
manera que la referencia a la pedagogización de un saber, la didactización de
una práctica o la escolarización de una experiencia, busca sintetizar
cuestionamientos respecto de cómo el dispositivo escolar, independientemente de
sus fines, siempre moldea, normaliza, encorseta o reduce todo cuanto pasa por
sus aulas, ya sean objetos o subjetividades.
Sin embargo, desde hace algunos años estas
expresiones aparentemente han trascendido las fronteras de aquel uso original.
Lejos de las sutilezas propias de la lúcida crítica francesa, los verbos
escolarizar, didactizar y pedagogizar hoy también constituyen fórmulas
recurrentes para apuntar denuncias más bien banales y acometer sin culpa, bajo
el amparo que provee el léxico académico, contra las formas escolares. Aparecen
frecuentemente repetidas en ciertos ámbitos académico-mediáticos de gestión
privada donde, más que resignificarlas, las han empujado al borde de su
inminente vaciamiento de sentido crítico, posibilitando así modos de
utilización que responden a otros intereses e intenciones. La temible
consecuencia de este desplazamiento es que, a pesar de la paradoja, la eficacia
de estos lugares comunes comienza a extenderse a ciertos espacios de formación
docente, ante un escenario estatal e institucional que, a pesar de los
periódicos vaivenes políticos, evidencia cierto declive en relación a épocas
anteriores (Lewkowicz y Corea, 2008). Reducidas en sus alcances argumentativos,
estas expresiones pueden resultar bastante problemáticas, tras haber devenido
parte de un sentido común de tono marcadamente despectivo que persigue el
debilitamiento de la escuela pública.
Por supuesto, la precisa, consistente y oportuna
crítica que realiza Serra a la escolarización de la mirada no va en aquella
dirección. Sus conclusiones muestran que, históricamente, el discurso
pedagógico ha prescripto un papel de “guía de visualización” para el docente,
de modo que acompañe a los estudiantes en el abordaje crítico y reflexivo de
las películas, “enseñando a ver como se enseña a leer” (2011). Tal como lo
entiende, ante la imposición de una lectura anticipada propuesta desde el
discurso pedagógico, no queda lugar para que los estudiantes puedan desplegar
sus propias interpretaciones ni vivenciar sus emociones, para que emerjan sus
particulares modos de mirar que, ineludiblemente, resultan escolarizados.
Al respecto, ante las particularidades del
actual régimen visual, caracterizado por la saturación y la hipervisibilidad,
es por lo menos necesario matizar esta observación (Benasayag, 2012). No tengo
dudas respecto que, en los periodos en que la escuela tuvo la exclusiva
potestad para legitimar y trasmitir la cultura, discurso pedagógico y prácticas
escolares produjeron cierto “disciplinamiento de la mirada”: promovieron, de
maneras más o menos implícitas, un particular modo de mirar que definía qué
podía y qué no podía ser visto y, sobre todo, cómo debía ser mirado. Si en el
aula el cine es mirado como propone la escuela, es necesario comprender que “la
escuela mira con los ojos de una época”, de modo que “los enclaves políticos,
filosóficos y científicos de una voluntad de dominio se hacen presentes en
ella” (Serra, 2011, p. 133).
Sin embargo, parece difícil asegurar que
esto siga siendo efectivamente así o, al menos, que resulte tan efectivo como
antes. Me pregunto si acaso el reduccionismo propio de aquella educación de la
mirada, legítimamente cuestionado, no ha dejado de connotar limitaciones y, por
el contrario, la escolarización de cine no implica ahora nuevas posibilidades.
Frente a la homogeneidad mediática impulsada por el mercado audiovisual global,
cuando los modos de mirar son aparentemente definidos por los consumos realizados
en las multipantallas más que por las debilitadas iniciativas escolares, la
visualización colectiva de una película guiada por un docente puede conducir,
quizás, a una ampliación de la mirada de los estudiantes. Aun si fuera así,
parece inevitable que en el mismo movimiento el cine no termine siendo reducido
en alguna de sus dimensiones. En cualquier caso, lo seguro es que queda en
evidencia una necesidad de estudiar detenidamente, considerado sus matices, las
prácticas escolares de los docentes sobre y con las imágenes y el cine en
particular.
Desde una perspectiva semejante pero con
mayor precisión y profundidad, también Dussel recupera críticamente trabajos
que conciben a “la traducción escolar” del cine como “algo indeseable y
empobrecedor”, sin detenerse a reconsiderarla (2014, p. 80). Se trata de
enfoques que entienden negativamente a la escolarización de saberes y
prácticas, argumentando que en su incorporación devienen previsibles, limitados
en sus potencialidades, sometidos a la especulación que implica su evaluación y
a las resistencias que impone el conservadurismo pedagógico respecto de
cualquier innovación.
Respecto de esta “hipótesis del
empobrecimiento”, la autora explica que la actividad pedagógica siempre tiene,
como propósito explícito, que algo sea aprendido (cierta cultura). Esto supone
una “mediación” de agentes y artefactos (los docentes, el cine) y demanda un
trabajo secuencial que se da en tiempos y espacios particulares (la lenta
rutina del aula). Definidos de esta manera, los procesos de recontextualización
constituyen la base de la escuela moderna, pública y masiva, e incorporan
tradiciones, estrategias y saberes propios de los múltiples agentes que
realizan las traducciones, posibilitando así (incluso en las escuelas de
gestión privada) que “lo público no sea ocupado por una única racionalidad”.
Por otro lado, aunque esos aprendizajes no puedan “programarse ni garantizarse”
(Bergala, 2007), Dussel sostiene que “el trabajo con la cultura en el contexto
escolar (…) [pretende] dar una retroalimentación que desafíe al estudiante a
aprender técnicas, lenguajes, perspectivas novedosas”, busca una transformación
que “no sea, ni debiera ser, susceptible de anticiparse ni en sus sentidos ni
en sus efectos” (2014, p. 81). Es en estos sentidos que pienso que compartir
una película en el espacio del aula, junto a ese colectivo de alteridades que
constituyen los compañeros, guiado por la traducción tradicional y particular
que puede hacer ese otro que es el docente, las miradas pueden resultar ampliadas.
Dussel además observa que los trabajos que
siguen la línea inaugurada por la hipótesis de Bergala (2007) y recuperada en
las conclusiones de Serra (2011), suelen contraponer a ese espacio escolar
deliberadamente exhibido como “inerte, rutinizado y desvitalizado”, el carácter
“transformador” que ofrece el cine como arte, “especialmente en la dimensión de
apertura a la alteridad” (2014, p. 78). Entre ellos, algunos desarrollos sobre
educación y cine realizados en Brasil (Teixeira y Lopes, 2003; Fresquet, 2011)
destacan “las potencialidades del cine para renovar el curriculum escolar”, “su
capacidad de alterar cierta gramática y plantear una experiencia estética rica
e imprevisible” que permite “abrir otros mundos” (Dussel, 2014, p. 79). Se
trata una postura que, haciendo a un lado la crítica a la escolaridad, en parte
elijo compartir en tanto posibilidad y horizonte. Sin embargo, del mismo modo y
en idéntico sentido que relativicé la crítica de Serra a la escolarización de
la mirada ante el actual escenario mediático, considero necesario matizar el
entusiasmo que dejan traslucir estas posiciones respecto de la experiencia
cinematográfica.
El pensamiento de Dussel vuelve a contribuir
aquí de manera significativa cuando cuestiona la posición celebratoria que
define al cine como “la experiencia artística por excelencia” colocándolo así,
“tanto por su lenguaje estético específico como porque permite la distancia y
la reflexión”, por encima de otros medios: la televisión, los videojuegos, las
redes sociales (Dussel, 2014, p. 79). Aun si fuera posible sostener esos
argumentos, la autora va más allá en sus cuestionamientos: duda que estos
pretendidos aportes del cine a la escuela puedan tener lugar sin que, en el
marco de esas actividades, sean también interrogados los “dispositivos de lo
sensible” en los que se opera (Rancière cit. en Dussel, 2014, p. 80). Esta
observación reafirma la necesidad de describir e interpretar las prácticas de
los docentes con el cine dentro y fuera del aula considerando las características
del régimen visual contemporáneo.
Ante la escasa valorización de la dimensión
artística del cine en el discurso pedagógico argentino durante más de un siglo,
y frente a su consecuente ausencia en el curriculum escolar, es interesante
revisar cómo se ha dado esta situación en el marco de otros sistemas educativos
nacionales. A pesar de que la historia de las relaciones de la escuela francesa
con el cine permite identificar prácticas semejantes a las vernáculas en
periodos equivalentes, el caso resulta particularmente significativo por el protagonismo
que la concepción del cine como arte tuvo en los debates pedagógicos. En este
sentido, el recorrido francés puede ser leído como contrapunto del itinerario
argentino pero, además, como un caso emblemático para el estudio sobre las
relaciones entre cultura escolar y cultura cinematográfica. En efecto, la
relevancia política, social y cultural que allí tuvo el cine incluso antes de
la efervescencia del periodo de posguerra, condujo a que las discusiones sobre
su inclusión escolar rebasaran las fronteras del discurso pedagógico,
extendiéndose hacia los dominios del pensamiento cinematográfico y de la
militancia cinéfila: colocando en primer plano a la concepción del cine como
arte, numerosos críticos, organizadores de cinematecas e incluso espectadores
de cineclubes llegaron a cuestionar la conveniencia de consentir o autorizar
esa incorporación, temiendo no ya que peligraran las tradicionales formas de la
escolaridad sino, más bien, la integridad de la experiencia cinematográfica.
En Origines,
conditions et perspectives idéologiques de l’enseignement du cinema dans les
lycées, Francis Desbarats (2001) revisa las relaciones entre escuela y cine
en Francia a lo largo del siglo XX, habilitando así una lectura comparativa con
la experiencia argentina. En este sentido, resulta relevante porque explica que
el cine fue incluido como saber específico en el curriculum de la escuela
francesa bajo una concepción artística no sólo como resultado del trabajo
realizado desde el sistema educativo sino también, no sin contradicciones ni
conflictos, a partir del interés de otros actores e instituciones de espacios
políticos y culturales ajenos a la pedagogía.
De aquellos debates y estos esfuerzos da
cuenta Alain Bergala en el libro La
hipótesis del cine. Pequeño tratado sobre la transmisión del cine en la escuela
y fuera de ella (2007). El escritor, director y docente reseña en esta
publicación los fundamentos y las propuestas de los programas de incorporación
escolar del cine de ficción, que le fueron encomendados a partir de 2000 en el
marco de la Mission de l'education
artistique et de l'action culturelle. Esta iniciativa política surgida a
inicios de la década de 1980[3], tiene por
finalidad promover las artes y la cultura en el sistema educativo, y exhibe la
peculiaridad de que es producto del trabajo conjunto del Ministerio Nacional de
Educación y del Ministerio Nacional de Cultura. La institucionalización de
saberes y prácticas que posibilitó aquel acuerdo interministerial mediante la
creación de la materia optativa Cinema et
Audiovisuel (1984) como primer espacio curricular de experimentación,
permitió luego el desarrollo de los programas École et cinéma, Collèges au cinéma y Lycéens au cinéma,
que continúan funcionando actualmente.
La revisión de estudios sobre la enseñanza
del cine en la escuela media francesa aporta una perspectiva necesaria para
releer comparativamente los avatares de esta relación en Argentina. Proporciona
nuevos enfoques que permiten contemplar otras variables y visibilizar tensiones
que no se dieron en estas latitudes: tal como afirma Desbarats, “la
característica esencial del cine en los lycées
es que tiene el estatuto de una disciplina artística” (2001, p. 24)[4]. De modo que, mirada al contraluz de la experiencia argentina, la
característica distintiva de la incorporación escolar del cine en Francia es,
precisamente, que no ha respondido de manera exclusiva a objetivos didácticos
de espacios curriculares ajenos a su especificidad. Los usos orientados a la
innovación tecnológica, al aprovechamiento de su potencial pedagógico o a la
crítica ideológica -a pesar de los cuestionamientos de Bergala (2007) en este
sentido-, según Desbarats no aparecen tampoco como centrales ni excluyentes, como
tampoco sucede con su enseñanza técnica para la formación profesional. En
cambio, ha prevalecido una concepción del cine entendido como arte, que desde
hace más de tres décadas se materializa en programas educativos. Decisión que,
lejos de conformar a todas los partes históricamente involucradas en la
discusión, “es aún cuestionada desde concepciones técnicas y semiológicas”
(Desbarats, 2001, p. 25), que ponderan otras dimensiones de lo cinematográfico.
A diferencia de lo que ocurre en las high schools de Estados Unidos, donde
existe un divorcio total entre la formación técnica y “cualquier pedagogía que
sitúe a las películas en un contexto histórico o en un contexto de ideas”
(Polan cit. en Desbarats, 2001, p. 24), Desbarats afirma que la reflexión en torno
de la enseñanza y el valor artístico del cine hoy ocupa un lugar central en los
lycées franceses. También ausente en
la escuela media argentina contemporánea, esta particularidad tiene, al menos
inicialmente, dos razones históricas. Por un lado, a partir de la década de
1920 y sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial, “corrientes de
críticos, escritores e intelectuales de notable importancia, apoyados por las
diversas generaciones de cineclubes, se movieron constantemente en esta
dirección, a pesar de la resistencia que encontraron a su concepción y a su
acción” (p. 24). Por otro, tras haber luchado por ello, los cineastas franceses
obtuvieron el reconocimiento social y el poder político necesario para
intervenir en cuestiones éticas[5],
convirtiéndose así en “actores privilegiados” respecto de cuestiones políticas,
sociales y culturales, “alcanzando un estatuto simbólico más amplio del que
suele corresponder sólo a su definición profesional” (Desbarats, 2001, p. 25).
Según el autor, la consideración aislada de
estos antecedentes no es suficiente para explicar la trayectoria de la
concepción artística del cine o de su inclusión escolar. El hecho de que la
enseñanza del cine en Francia tenga una presencia creciente en el curriculum
oficial desde los ‘80 da cuenta de recorridos históricos complejos que no sólo
incluyeron distintos ejes de discusión teórica, sino que también involucraron a
distintos actores e instituciones en diálogo y contienda. En este sentido, las
constataciones históricas iniciales cobran especial sentido en relación con los
debates sobre los vínculos entre cine y escuela que se dieron en el discurso
cinéfilo francés. Así, la lectura comparativa permite contemplar la influencia
significativa de actores que no tuvieron un peso equivalente en el campo
cultural y educativo argentino pero, además, en relación con la hipótesis de
investigación, comenzar a advertir los modos como la cinefilia, en ese caso
“erudita”, afecta las prácticas con el cine en la escuela.
Ante de avanzar, conviene describir el
proceso de institucionalización de saberes y prácticas cinematográficas en este
curriculum escolar. Según Desbarats (2001), la incorporación formal del cine
comenzó, a una escala modesta pero significativa, a partir del espacio
curricular Cinema et Audiovisuel. En
tanto materia optativa ofrecida inicialmente sólo en unas pocas instituciones,
constituyó en principio una experiencia de laboratorio destinada a probar
nuevas formas de funcionamiento institucional y renovar ciertas prácticas
docentes. Luego, de manera paulatina, fue extendida al resto del sistema
escolar. Tal como muestra el autor, este proceso se hizo efectivo a partir de
una serie de documentos que prescribían su modo de funcionamiento. Textos que
permiten comprender los alcances de la concepción artística acerca del cine
propuesta por el discurso pedagógico francés, sin duda abierto al diálogo con
ciertos espacios de la cultura. Pero que, al mismo tiempo, dan cuenta de las
persistentes tensiones respecto de enfoques teóricas y profesionales tanto en
el campo cinematográfico como en el pedagógico. Resulta esclarecedora la carta
remitida conjuntamente por el Jefe de la Mission
des Enseignements Artistique y el Director de Lycées a los rectores de las academias (cit. en Desbarats, 2001, p.
119) que, fechada en febrero de 1984, comienza definiendo negativamente a la
materia:
La optativa Cine y Audiovisual:
- No es una optativa profesional.
- No tiene por objetivo preparar a
los estudiantes para una futura profesión en el cine o en el audiovisual.
Es:
- Educativa. Participa como las
otras disciplinas y junto con las otras disciplinas en la formación de los
estudiantes.
- Artística. Es una opción en el
conjunto de las enseñanzas artísticas (artes plásticas, educación musical,
expresión dramática) con los que mantiene relaciones privilegiadas.
- Autónoma. En la optativa (…), el
cine y el audiovisual constituyen objetos de estudio y no herramientas
pedagógicas para el estudio de otras disciplinas.
Este primer esfuerzo por precisar los alcances
y límites de Cinema et Audiovisuel
como espacio curricular tiene aparentemente diversos propósitos: en primer
lugar, destaca a la artística entre las múltiples dimensiones propias de la
experiencia cinematográfica, cuando así la define, incluyéndola en el área de
materias artísticas. Pero, además, persiguiendo la misma finalidad, pretende
clausurar ciertos debates evidentemente presentes en los discursos de la época:
establece su idéntica jerarquía respecto de cualquier otra asignatura del
curriculum, otorgando legitimidad a estos saberes y prácticas en el marco del
discurso pedagógico; insiste en su independencia, cortando de plano la
posibilidad de que el campo de la didáctica pretenda prescribir modos de
utilización del cine y el audiovisual como recursos supeditados a objetivos y
contenidos de otros espacios; finalmente y ante todo, explicita que de ninguna
manera constituye un espacio de formación técnica-profesional, respondiendo
negativamente a las presiones de ciertos sectores de la industria mediática.
El documento ofrece otros enunciados
similares que, considerados en relación con las discusiones respecto de las
relaciones entre escuela y cine que tuvieron lugar en Francia durante el siglo
XX, resultan igualmente esclarecedores respecto del modo como este proceso de
institucionalización habilitó ciertas experiencias artísticas con las películas
y, de manera simultánea, impidió otras prácticas de incorporación escolar del
cine. En este sentido, se trata quizás de una forma de reduccionismo equivalente
y a la vez inversa a la cuestionada por Serra (2011) en el caso contexto
argentino.
En contraste con el caso francés,
ciertamente cabe lamentar la ausencia de la consideración de la dimensión
artística del cine por parte del discurso pedagógico argentino. De igual modo,
es válido añorar la eficacia que representó su inclusión curricular para la
legitimación de estos saberes y prácticas que, en el mismo movimiento, les
otorgó centralidad, desplazándolos de su sola utilización didáctica. Con la
rigidez propia de las prescripciones ministeriales, aquel documento inauguró lo
que un tiempo después Bergala (2007) definió como la posibilidad de un
encuentro con la alteridad del arte a través del cine. Sin embargo, ante esta
apertura a lo cinematográfico, no es imposible pensar que aquella omisión, o
las irresueltas disputas acerca de las concepciones sobre el cine que perduran
en el sistema educativo argentino, también constituyen las condiciones de
posibilidad que habilitan modos de incorporación más diversos o, al menos,
inesperados.
Más allá de la incuestionable relevancia del
acuerdo celebrado por los ministerios franceses de Educación y de Cultura a
comienzo de los ’80, los antecedentes y debates históricos que precedieron a la
institucionalización del espacio curricular muestran el interés y el trabajo de
actores sociales minoritarios pero significativamente activos. Según Desbarats
(2001), a pesar de sus explícitas discrepancias y ocasionales enfrentamientos,
estos sujetos lograron encauzar sus esfuerzos hacia una doble legitimación del
cine: primero, su reconocimiento como arte; luego, su admisión entre las
disciplinas escolares.
Resulta poco pertinente repasar las
resistencias que estas iniciativas tuvieron desde el sistema educativo francés
(“la tradición escolar exhibía una desconfianza cristalizada” respecto del
cine, lo concebía como “un modo de entretenimiento arrogante y seductor”),
similares a las ya descriptas respecto del discurso pedagógico argentino.
Conviene revisar, en cambio, los cuestionamientos que recibieron desde “el
mundo del espectáculo, que consideraba a la escuela como potencialmente
destructiva para la integridad del cine” (Desbarats, 2001, p. 10), algo que
aparentemente no sucedió de manera significativa en Argentina.
Tal como postula el autor, las distintas posiciones
acerca del cine y la educación pudieron terminar confluyendo en las iniciativas
oficiales de la Educación Artística y Cultural debido al lugar cultural,
político y social que históricamente el cine ocupó en Francia, especialmente
desde el periodo de posguerra. Cobran importancia en este sentido los discursos[6] respecto
de este vínculo que es posible identificar a partir del creciente protagonismo
de la cinefilia que practicaron los críticos agrupados en torno a revistas como Cahiers du Cinéma. Estos cinéfilos, a
la par de intelectuales, y organizadores y asistentes a cinematecas y
cineclubes, desde entonces discutieron crítica y comprometidamente la enseñanza
escolar del cine. Un estudio minucioso de los discursos cinéfilos
pertenecientes a los periodos clásico y moderno, le permiten a Desbarats
distinguir cinco posiciones con relación a “la presencia del cine en los lycées” (2001, p. 257):
- En primer lugar, la identificación de “la
parte mala del cine” con la forma dominante de la escolaridad, que permite
concentrar todo aquello que es reprochable tanto del sistema educativo como del
cinematográfico y que, frecuentemente, produce “un sentimiento en el que el
aburrimiento se mezcla con la rabia”.
- En segundo término, “un amor exclusivo por
las películas a la par de una repulsión visceral por la escuela”. Para estos
cinéfilos, al contrario de las experiencias en la sala de cine, lo escolar
aparece como una marca de sufrimiento imborrable, vinculado de manera más
contundente al aburrimiento y la rabia. Bogan por una “separación radical entre
los dos campos” y amenazan: “Caballeros, no se metan con lo que no les
concierne”.
- La posición irónica de una cinefilia
encargada de instruir al sistema educativo a partir de las instituciones
cinematográficas o culturales que tradicionalmente ha ignorado, garantizando
así un mejor desarrollo de ciertas tareas educativas: la enseñanza de la
historia, de la literatura, el autoconocimiento. Paralelamente, imputando el
mismo aburrimiento que las anteriores, esta perspectiva sugiere que la escuela
“no sería adecuada para transmitir el cine”.
- En cuarto lugar aparece la voluntad de
incorporar el cine en la escuela para cumplir “la auténtica misión de la
institución escolar”, alejada de los valores del arte (M. Oms y H. Agel, para
quienes la escuela debe adaptarse al cine), e incluso de la ciencia (C. Metz,
para quien el cine se adapta a la escuela revelando así su potencial crítico).
Según Desbarats, cada uno de estos autores propone una pedagogía del cine que
los termina acorralando, precisamente por la intensidad de su cinefilia:
cuestionan los gustos cinematográficos de los estudiantes o sus miradas
“niveladas” por la televisión y, en el caso de Christian Metz, “la inversión
afectiva sobre el objeto cinematográfico cuando entra en el aula”.
- Finalmente, la posición de quienes han
practicado la docencia en espacios de educación no formal vinculados al cine
(cineclubs, cinematecas), que exhibe una “desconfianza creciente en la
institución escolar” como “una forma de darle crédito condicional”. Aquí la
confrontación con una experiencia de enseñanza efectiva constituye un punto de
inflexión respecto de la reticencia inicial hacia la escuela, que puede
matizarla o endurecerla.
De la síntesis que elabora Desbarats,
interesa identificar cuáles rasgos de estas concepciones sobre cine y escuela
presentes en el discurso cinéfilo francés, prevalecieron en las políticas de
educación artística y cultural. Al respecto, cuando desarrolla los fundamentos
teóricos de los programas ministeriales de
incorporación del cine en la escuela, Alain Bergala, él mismo reconocido
como un cinéfilo de la segunda generación (1968-1996), se pregunta:
¿Una institución como la Educación nacional
puede hacerse cargo del arte (y el cine) como un bloque de alteridad?
Evidentemente, no me refiero a la pesadez administrativa de un aparato de esta
talla y esta tradición, sino a la verdadera aporía que constituye este proyecto
para la institución. ¿Corresponde a la escuela hacer este trabajo? ¿Está bien
situada para hacerlo? Una respuesta se impone: la escuela, tal como funciona,
no está hecha para este trabajo, pero al mismo tiempo, hoy en día es, para la
gran mayoría de los niños, el único lugar donde este encuentro con el
arte puede producirse. Así pues, está obligada a hacerlo, aun a riesgo de que
se tambaleen un poco sus hábitos y su mentalidad. Pues para la mayoría de los
niños, si exceptuamos a los “herederos” en el sentido de Bourdieu, la sociedad
ya no propone más que mercancías culturales de rápido consumo, rápida
caducidad, y socialmente “obligatorias”. Los que se oponen al arte en la
escuela a menudo fruncen el ceño proclamando que todo lo que viene del colegio
está mancillado por la obligación y, por lo tanto, no puede convenir a la
aproximación al arte que tendría que surgir de una plácida libertad individual.
Nunca hablan de la obligación de ver las películas que nos fabrican cada semana
las grandes cadenas de distribución y la machacona propaganda mediática. Si el
encuentro con el cine no se produce en la escuela, hay muchos niños para
quienes es muy probable que no se produzca jamás. Todavía no sé si el sistema
educativo puede hacerse cargo del arte como bloque de alteridad, pero sigo
convencido de que debe hacerlo, y de que la escuela, desde sus bases, puede
hacerlo. (Bergala, 2007, p. 36, destacado en el original)
En el corazón de su respuesta, quedan
aparentemente rastros de la tercera perspectiva: la forma tradicional de la
escolaridad no es del todo apropiada para transmitir la experiencia artística
del cine. Aunque, más que el aburrimiento, sufrido como marca y cuestionado con
ira en las posiciones iniciales, el obstáculo respecto de un posible encuentro
con el arte es aquí la condición de obligatoriedad que imponen la tarea, el
tiempo y el espacio de la escuela. Sin embargo, el argumento de Bergala da
cuenta, ante todo, de la contundencia del cambio de época. Lejos ha quedado la
potencia política de la primera generación de cinéfilos; no hay lugar siquiera
para la crítica nostálgica y algo hedonista de la segunda. La ira brota ahora
frente a la sutileza de los imperativos de otros dispositivos, sin duda más
poderosos que la institución escolar: se precipita hacia esos otros medios de
comunicación, vicarios de un mercado mediático, ubicuo y unívoco, que obliga
consumo tras consumo tras consumo. De modo que, de manera similar a lo que
ocurrió con aquellos cinéfilos de la quinta posición, que emergieron
transformados de la experiencia docente, las reticencias originales comienzan a
desvanecerse. Y así, aunque el fundamento y el horizonte no sean idénticos a
los propuestos en la cuarta perspectiva, el movimiento y el tiempo de lo
cinematográfico quizá acaben transformando, al menos una parte, de lo escolar.
La Mission
de l'education artistique et de l'action culturelle comenzó a desarrollarse
en Francia en 2000 y, dos años después, Bergala publicó su libro. Allí expone,
con ese estilo tan propio de los escritores cinéfilos del segundo periodo
(siempre autobiográfico y nostálgico, originalmente académico y a la vez
combativo, evocando en cada ocasión precisas referencias cinematográficas), los
principios de École et cinéma,
Collèges au cinéma y Lycéens au cinéma, en tanto programas de
“aculturación cinematográfica alternativa” (Bergala, 2007, p. 91).
Luego de desarrollar una crítica sobre la
concepción “lingüística” del cine y otra acerca de la defensa “ideológica”
frente a las películas como principales modos de incorporación de la ficción
cinematográfica en la tradición pedagógica francesa, Bergala postula la
necesidad de una aproximación “sensible”: “lo mejor que puede hacer la escuela
hoy es hablar ante todo de las películas como obras de arte y de cultura”
(2007, p. 49). Y, seguidamente, precisa: “Dar a los alumnos otros puntos de
referencia (…), es sin duda la verdadera respuesta frente a las malas
películas”. De alguna manera, estos dos enunciados sintetizan el horizonte
común de los distintos programas ministeriales de incorporación escolar del
cine que propone.
La lectura conjunta de ambas proposiciones
permite observar que la finalidad última de la iniciativa no es sólo la de
aprovechar el potencial transformador o directamente rupturista de la
experiencia artística del cine respecto de las prácticas escolares (Serra,
2011). Con el argumento de promover un “encuentro verdadero” con el cine, está
proponiendo también la legitimación de cinematografías precisas y de ciertas
prácticas con el cine, notablemente cercanas a la cinefilia parisina. Da cuenta
de esto el capítulo titulado El cine en
la infancia, en el que Bergala comienza describiendo las cualidades de este
encuentro con el cine en los términos de Serge Daney, crítico de los Cahiers du Cinéma y reconocido cinéfilo.
Es aquí donde radica el fundamento central de su propuesta: “cada uno encuentra
las películas esenciales en la configuración de su relación con el cine”
durante la infancia y la juventud, “lo que no se ha visto a tiempo ya no lo
será jamás verdaderamente” (Bergala, 2007, p. 61). “De esta constatación”,
concluye, “deriva la importancia primordial de encontrar las buenas películas
en el buen momento, esas que dejarán huella para toda la vida” (63). No parece
insensato hallar, en esos argumentos, indicios de una intención de formar
espectadores cinéfilos o, al menos, una “mirada cinéfila” tal como la entendían
los Cahiers.
Bergala sostiene que el encuentro
“anonadador” y “enigmático” con el cine está más vinculado con un rito de
iniciación que con el aprendizaje en términos escolares. En este sentido, si
bien reconoce que la escuela no podrá nunca “programarlo ni garantizarlo”
(2007, p. 64), reserva un papel fundamental para esta institución en el marco
de la actual cultura mediática, cada vez más homogénea y coercitiva. En este
sentido, para posibilitar ese encuentro individual y decisivo con el cine en
tanto arte, propone cuatro prácticas escolares. Primero, “organizar la
posibilidad del encuentro” de los estudiantes con las películas, de modo que
les resulten buenas o malas, pero no indiferentes. Segundo, como docente
responsable de estas experiencias, cambiar el “estatuto simbólico” de la
relación con los estudiantes y así “señalar, iniciar, hacerse pasador” de un
arte que “le atañe personalmente”. Luego, garantizar la frecuentación asidua y
extendida en el tiempo de las películas, necesaria para que los estudiantes
puedan desarrollar una “lectura creativa”. Y, por último, “tejer hilos
conductores entre las obras del presente y del pasado” con el fin de “resistir
a la amnesia galopante a la que nos acostumbran los nuevo modos de consumo de
las películas” (Bergala, 2007, p. 64-70).
Pasaron veinte años ya desde el inicio de la
Mission, fundamentada en aquella
plataforma tan teórica como política, tal como le permite a Bergala su estatuto
simbólico de crítico y cineasta en el marco de la sociedad francesa. Sobre la
concreción de sus objetivos dan cuenta un conjunto significativo de
investigaciones acerca de la trasmisión de las prácticas artísticas y
culturales en este sistema educativo (Bonnéry
y Deslyper, 2020). En particular, algunas que dan cuenta de
los encuentros y desencuentros propios de la incorporación escolar del cine, en
el marco de la llamada Educación Artística y Cultural (Barbier et al., 2020).
Respecto de los estudios que focalizan
exclusivamente en las relaciones entre escuela y cine, Bonnéry y Deslyper destacan que, en general, muestran los modos
como las articulaciones entre la “lógica escolar” y “el amor por el cine” son
dirimidos, no sin tensiones, en los intercambios entre los docentes y los
representantes del campo cinematográfico fuera de la escuela (2020, p. 30). En
este sentido, es posible advertir la continuidad de cierta modalidad propia de
las discusiones reseñadas por Desbarats. Por un lado, estas investigaciones vuelven a exhibir los desacuerdos
relacionados con las formas tradicionales de la escolaridad respecto de los
modos de la experiencia cinematográfica. Asimismo, muestran viejas tensiones
acerca de la instrumentalización del cine, por ejemplo, cuando las películas
sólo son utilizadas con el objetivo de enseñar un contenido curricular
específico.
Sin
embargo, los autores también reseñan interesantes estudios que muestran cómo
escuela y cine contribuyen en la mutua consolidación
cultural. Por ejemplo, a partir del esfuerzo conjunto que hacen al promover en los estudiantes la adopción de una
perspectiva reflexiva respecto de las películas que miran, a modo de un
“aficionado erudito”; resuena en la iniciativa y en especial en esta fórmula la
cinefilia propia de los Cahiers, que
servía de fundamento a la propuesta de Bergala. O también, distanciándose de
aquella iniciativa, a partir de prácticas destinadas a recuperar primero la cultura
cinematográfica de los jóvenes, con el fin de que, en un segundo momento, los
estudiantes puedan acceder a repertorios y modos de apreciación más legítimos (Bonnéry y Deslyper, 2020,
Barbier et al., 2020).
Finalmente, aunque no refiere
particularmente a los vínculos actuales entre escuela y cine en Francia, en
relación con la hipótesis de esta investigación, resulta significativo
mencionar el estudio de Florence Eloy (2015) respecto de la enseñanza de la
música en el nivel medio. Tal como señalan Bonnéry y Deslyper, la autora concluye que los docentes suelen
seleccionar los “repertorios musicales” que incorporan y definir sus “estilos
de enseñanza” tomando en consideración sus concepciones acerca de las prácticas
culturales de sus estudiantes, en tanto jóvenes provenientes de diferentes
ámbitos socio-culturales (2020, p. 11). Pero, además, Eloy sostiene que
predominan como criterios de selección y concepciones de las prácticas, “sus
propios gustos y trayectorias” (Bonnéry
y Deslyper, 2020:11). Algo que, a propósito de la hipótesis
de la cinefilia docente, también es posible observar en las actuales prácticas
de incorporación del cine de ficción por parte los docentes argentinos.
El contrapunto con la experiencia francesa
respecto de la incorporación escolar del cine a lo largo del siglo XX permite
aventurar que el hecho de que éste no haya llegado a ingresar curricularmente
en la escuela argentina, aun disponiendo de una legitimidad social y cultural
considerable, puede haber conducido a que terminara ingresando al aula a través
de ciertos intersticios. Como problema, interesa pensar particularmente el
papel que en este sentido desempeñan actualmente los docentes, qué los habilita
o moviliza a utilizar películas de ficción pedagógicamente en sus clases. En
este sentido, mi hipótesis es que esta incorporación no responde tanto a la
especificidad de las materias que enseñan o a las particularidades de sus
trayectorias formativas como a sus vínculos personales con el cine en tanto
espectadores: una cinefilia docente.
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[1] La traducción es propia.
[2] Desde el campo audiovisual, docentes de instituciones que enseñan a
hacer cine, críticos dedicados a escribir y pensar las películas, periodistas
que promocionan estrenos e incluso trabajadores y asociaciones de la industria,
han promovido unas pocas iniciativas. Lo han hecho siempre en articulación con
actores del campo educativo que, apostando al potencial pedagógico del cine,
abrieron las puertas de las escuelas o permitieron que los estudiantes
visitaran las salas. La constatación de estas intenciones, aun cuando
evidentemente han resultado insuficientes, constituyen un antecedente
importante respecto del modo como este sector influyo en el caso de la
experiencia francesa.
[3] Aunque no es una pregunta que abordo en este trabajo, resulta
difícil e incluso imprudente dejar de señalar la significación particular que
tiene en Argentina la época en que estas concepciones y prácticas con el cine
lograron plena legitimidad institucional en Francia: coincide, precisamente,
con la última dictadura argentina (1976-1983), un periodo signado por la
violencia, la represión y la censura, también y en particular respecto de la
cultura, el arte y la educación, cuya intersección constituye el campo en la
cual se dan los debates sobre las cualidades de la ficción cinematográfica y
sus modos de incorporación escolar.
[4] La traducción es propia.
[5] Desbarats pone como ejemplos “los artículos que Jean Renoir publicó
en los periódicos de izquierda en la época del Frente Popular, las firmas de
los cineastas en el llamamiento de los 121 contra la guerra de Argelia, las
reacciones a la prohibición de La
Religieuse en 1966, el tumultuoso affaire
Langlois en marzo de 1968, el manifiesto de los 59 cineastas que apoyaban
activamente a los migrantes indocumentados en 1997” (Desbaratas, 2001, p. 25).
[6] De manera semejante a como Serra y Britzman se apropian de la
noción de discurso formulada por
Michel Foucault, Francis Desbarats recurre al concepto de ideología propuesto
por Roland Barthes en Mitologías: un
conjunto de creencias que se manifiestan en los actos, de modo que “las
condiciones de existencia, los objetos y las doctrinas resultan indisociables”.
Así, “las ideologías, que combinan las representaciones del cine, del arte, de
la pedagogía y de la infancia, actualizan los valores que justifican la
enseñanza [del cine]. Le dan forma a los modos de pensar y a las prácticas”
(Desbarats, 2001, p. 10). Con el fin de cuidar la coherencia terminológica de
este trabajo, utilizo discurso en lugar de ideología.
Saberes y prácticas. Revista de Filosofía y Educación / ISSN 2525-2089 / Vol. 5 N° 2 (2020) / Sección Dossier Publicación en línea del Centro de investigaciones interdisciplinarias de filosofía en la escuela (CIIFE) - FFYL - UNCUYO saberesypracticasciife@gmail.com / saberesypracticas.uncu.edu.ar / CC BY-NC-SA 2.5 AR