Estudio y repetición. A propósito de dos películas de Pedro Costa[1]
Study and Repetition. On two films
from Pedro Costa
Estudo
e repetição. A propósito de dois filmes de Pedro Costa
Jorge Larrosa
Universidad de Barcelona, España.
jlarrosa@ub.edu
Karen Christine Rechia
Universidad Federal de Santa Catarina,
Brasil.
krechia@gmail.com
Recibido: 24/11/2020
Aceptado: 09/12/2020
Resumen. Este
texto es una tentativa de precisar y desarrollar la idea de estudio como
categoría filosófica y pedagógica fundamental. Estudio significa una relación
atenta y cuidadosa con el mundo, un tipo de preparación o ejercitación y,
finalmente, un lugar de trabajo creativo dotado de cierta atmósfera. En ese
contexto, lo que aquí nos proponemos es mostrar la integración de esos diversos
sentidos del estudio en dos películas del cineasta portugués Pedro Costa.
Encontramos allí una cierta relación entre el estudio y las prácticas poéticas;
también entre el estudio, las disciplinas y las técnicas de sí; y, por último,
entre el estudio y una concepción artesana, material, del trabajo y, en
general, de la relación con el mundo.
Palabras
clave. Estudio, Repetición, Filosofía de la educación.
Abstract. This text is an attempt
to specify and further develop the idea of study as a fundamental philosophical
and pedagogical category. By study, an attentive and careful relationship with
the world is meant, a sort of preparation or exercise, and lastly, a place of
creative work endowed with a specific atmosphere. What we try to evidence in
this context is the integration of the diverse approaches to study in two films
of the Portuguese filmmaker Pedro Costa. In them, we find certain links between
study and poetic practices; as well as study, disciplines and techniques of
oneself; and to conclude, links between study, certain artisan, tangible
approach to work and, from a general perspective, a relationship with the
world.
Keywords. Study, Repetition, Philosophy
of Education.
Resumo. Este texto é uma
tentativa de especificar e desenvolver a ideia de estudo como uma categoria
filosófica e pedagógica fundamental. Estudo significa uma relação atenta e
cuidadosa com o mundo, uma espécie de preparação ou exercitação e, por fim, um
lugar de trabalho criativo dotado de certa atmosfera. Neste contexto, o que
aqui propomos é mostrar a integração destes diversos sentidos do estudo em dois
filmes do cineasta português Pedro Costa. Encontramos aí uma certa relação entre
o estudo e as práticas poéticas; também entre o estudo, as disciplinas e as
técnicas de si; e, por último, entre o estudo e uma concepção artesanal,
material, do trabalho e, em geral, da relação com o mundo.
Palavras-chave. Estudo,
Repetição, Filosofia da educação.
A Antonio Rodríguez.
Repetir repetir - até ficar diferente.
Repetir é um dom do estilo.
Manoel de Barros.
La repetición tiene que dar frutos, tiene
que causar esfuerzos;
tiene que ser, por así decirlo (no, sin
“por así decirlo”), una peregrinación.
Peter Handke.
El texto que presentamos es la
elaboración de un ejercicio que presentamos en Juiz de Fora (Brasil), en 2018,
en el marco de un seminario internacional titulado “Elogio del estudio”,
algunos de cuyos textos se recogen en el libro del mismo título publicado en
Argentina por Miño y Dávila.
Como bien dice Maximiliano López
(2020) en el texto que firma en dicho libro, la palabra “estudio” puede
significar cuatro cosas. Primero, una práctica de relación con el mundo
especialmente atenta o cuidadosa (de hecho, la palabra “estudio” significa
atención, cuidado, celo o dedicación, de ahí que digamos que alguien está
“entregado al estudio”). Segundo, un tipo de preparación o de ejercitación
(como en los Estudios de caballos, de Leonardo da Vinci, o los Estudios
de Chopin). Tercero, un lugar de trabajo (una composición de espacio, tiempo,
técnicas y materialidades) dotado de una cierta atmósfera que favorece la
concentración y la actividad (de ahí que hablemos de un estudio de
arquitectura, de pintura, de filmación o de montaje en el cine, de ensayo o de
grabación en la música). Cuarto, un conjunto de hábitos con los que se sostiene
cotidianamente la inclinación paciente y amorosa a un determinado asunto o a
una determinada arte o habilidad (pp.129-130).
En ese contexto, lo que aquí nos
proponemos es mostrar la integración de esos cuatro sentidos del estudio en dos
películas del cineasta portugués Pedro Costa que nos han interesado
especialmente. La primera de ellas se titula Dónde yace tu sonrisa escondida,
se estrenó en 2001, y muestra a una pareja de cineastas, Danièle Huillet y
Jean-Marie Straub, en el remontaje de la tercera versión, la de 1999, de su
película Sicilia, esa que está basada en Conversazzioni en Sicilia
de Elio Vittorini. Costa filmó más de 150 horas del trabajo de los Straub en
una sala de montaje de la escuela de cine de Fresnoy en la que los cineastas
trabajaban públicamente, ante unas decenas de estudiantes. La segunda película
se titula Ne change rien, fue filmada a lo largo de varios años,
estrenada en 2009, y muestra a la cantante Jeanne Balibar haciendo clases de
canto, ensayando con su banda para sus conciertos, descansando en un café, o
interpretando en directo alguna de sus canciones.
Ambas películas resuenan con la
concepción artesana, ascética, paciente, esforzada y “proletaria” que Costa
tiene de su propio trabajo y que puede verse, por ejemplo, en Todo reflorece,
ese hermoso documental, estrenado en 2006, en el que el cineasta reflexiona
sobre su trabajo en las dos últimas películas de su famosa Trilogía de
Fontaínhas; y puede encontrarse también en Un mirlo dorado, un ramo de flores
y una cuchara de plata (Costa, 2008), esa larga conversación en la que da
cuenta de su forma de trabajar en esa misma trilogía. Como si Costa hubiese
encontrado en Balibar y en los Straub a personas que comparten con él una
parecida forma de hacer las cosas y de entender el trabajo o, en general, a
artistas-artesanos que comparten una determinada manera de ejercer el oficio,
un modo similar de estar-en-el-mundo, una forma-de-vida a la que dignificar y
en la que reflejarse.
Algo que podríamos caracterizar,
como hace el mismo Costa (2010) al final del curso de Tokio, hablando de
Cézanne (a partir de la película que le dedican los Straub y con cuya
proyección y comentario termina ese curso impartido en una escuela de cine),
como una disposición receptiva, abierta, hecha de paciencia, de humildad y de
respeto por la cosa, en la que el artista-artesano no se pone a sí mismo, sino
que se pone al servicio de lo que tiene entre manos. Costa ve en los personajes
que filma y en sus maneras de hacer una especie de rechazo de lo que podríamos
llamar la concepción artística del trabajo, esa idea según la cual hacer cine o
hacer música son actividades especiales llamadas “arte” y realizadas por un
tipo particular de personas llamadas “artistas” que poseen un talento especial
o un don extraño, misterioso y esotérico. Para Costa, como para Balibar o para
los Straub, hacer lo que hace es un trabajo como otro cualquiera, un trabajo
muchas veces mecánico, lleno de rutinas, que ofrece sin duda momentos de placer
y de alegría, pero que es también tedioso y aburrido, y que hay que hacer de la
mejor manera que sea posible, con atención, cuidado y generosidad, con un
cierto amor por el material y por los instrumentos, dejándose llevar por la
cosa misma.
Hablando de la realización de En
el cuarto de Vanda en el barrio de Fontaínhas, de ese sentimiento que tenía
de ir allí a trabajar, como otro cualquiera, de esa sensación de que la gente
no lo veía como alguien especial, como alguien que hace algo especialmente
importante, sino que lo veían como alguien que estaba allí en términos de
igualdad con cualquiera de los otros oficios que la gente del barrio
practicaba, Costa(2008) dice que “cuando trabajas todos los días durante meses,
la película empieza a darte órdenes (…). Allí tenía mucho más tiempo para que
el trabajo me atrapara realmente, casi como una fuerza exterior”. Y añade: “Con
Vanda pocas veces tuve la sensación de estar filmando, más bien era la
sensación de trabajar. No era hacer zapatos o cocinar, quizás tenga más que ver
con lo que hacen algunos pintores o músicos, un trabajo que se hace mecánico,
una memorización, una rutina. Es algo que adoro. Mañana será como hoy, con lo
que eso tiene de taller o de fábrica (…). No me gusta esa falsa variedad
artificial, eso no existe, es provocar una falsa energía y un falso estado de
ánimo” (2008, pp. 86-87). Y no deja de ser interesante poner estas palabras de
Costa en relación con dos consideraciones acerca del estudio.
La primera, de Giorgio Agamben,
de su Autorretrato en el estudio (2018),
que empieza diciendo que “una forma de vida que se mantiene en relación con una
práctica poética, cualquiera que sea, está siempre en su estudio”.
Inmediatamente señala que quizá ese lugar (el estudio) y esa práctica (el
estudio) no le pertenecen, sino que son ellos los que están a su merced. Y
termina diciendo que
el estudio es la imagen de la potencia: de la
potencia de escribir para el escritor, de la potencia de pintar o esculpir para
el pintor o el escultor. Intentar la descripción del propio estudio significa
entonces intentar la descripción de los modos y las formas de la propia
potencia. (p. 13)
De hecho, aunque las películas
que vamos a comentar son dispares en cuanto a su tema (el montaje en el cine,
los ensayos en la música), ambas se centran en lo que podríamos llamar “proceso
de creación”. Pero no en la obra acabada sino en el trabajo paciente y
minucioso que las prepara y las produce, en lo que podríamos llamar “el hacer
artístico”. En ese sentido, podrían considerarse como tratados de poética en el
sentido aristotélico de la palabra, si entendemos por poética cualquier hacer
artístico. En ese sentido, y siguiendo la primera frase de la anterior cita de
Agamben, podríamos considerar el trabajo de Costa como una especie de poética del
estudio, o de estudio de la poética[2].
La segunda cita sobre el estudio
que queremos poner en relación con Costa, esta vez de Maximiliano López, del
texto que ya hemos citado, pone en relación el estudio con un estado de ánimo,
con esa disposición esencial de relación con el mundo que Heidegger llamó Stimmung
y que, en este caso, podríamos llamar un “ánimo estudioso”. Para López (2020),
“el estudio no está relacionado con el conocimiento del mundo, sino con el
mundo mismo” y por eso no es una cuestión epistemológica sino ontológica, algo
que compromete al mismo estar-en-el-mundo (p.128).
El estudio no es en absoluto una
cualidad psicológica, una actitud del sujeto, sino que está relacionado con el
abrirse-del-mundo en general o, en el caso de las actividades poéticas, de los
distintos haceres humanos, con ese hacer-mundo que sólo puede ser técnico y
material. En ese sentido:
El estudio, entendido como cultivo y
perfeccionamiento de un arte, es una cuestión profundamente política y
existencial, dado que es a través de una técnica particular que alguien se
vuelve un individuo capaz de intervenir en la formación de un mundo común
(López, 2020, p.131)
De hecho, el trabajo, la
repetición, el ejercicio, el estudio, son formas prácticas, muy materiales y
muy concretas de relacionarse con el mundo (e insisto en lo de “formas”), pero
también formas prácticas, materiales y concretas de relación con uno mismo:
verdaderas tecnologías del yo que producen formas de subjetivación, por decirlo
en foucaultiano. Además, el estudio condensa esa relación entre disciplina,
ejercicio (ascesis, gimnasia) y potencia que el mismo Foucault desarrolló
ampliamente en sus análisis de las formas griegas de ejercitación[3]. Allí la
disciplina y el ejercicio son condiciones de posibilidad de la potencia y no,
en absoluto, su negación y, desde luego, dan forma al sujeto. Sobre este último
punto pueden verse las palabras “disciplina” y “ejercicio” de nuestro P de Profesor (Larrosa y Rechia, 2018) o
la sección titulada “nuestros ejercicios” del Esperando no se sabe qué
(Larrosa, 2019).
En un comentario relacionado,
también, con las prácticas pedagógicas, Bernard Stiegler (2008) dice que:
Foucault vuelve a la cuestión de la
disciplina introduciendo la epimeleia, cuyo radical meleté
designa después la meditación. Pero meleté significa primero,
precisamente, disciplina, y en un sentido que no es el de las sociedades
disciplinarias. Meleté viene de meletaô. Ese verbo polisémico
significa primero tomar cuidado de algo, pero designa al mismo tiempo el
ejercicio en general, el hecho de prepararse para alguna cosa y, en ese
sentido, una especie de entrenamiento (…). Meletéma significa primero el
ejercicio práctico y, por extensión, el estudio. (p. 243)
Las dos películas que vamos a
comentar pueden relacionarse también, nos parece, con la reivindicación de la
artesanía como una relación con el mundo en la que están implicadas las manos,
las herramientas, los gestos, las habilidades, las repeticiones y las rutinas
aprendidas, pero también el pensamiento y, desde luego, las formas de hacer que
se resuelven en formas de pensar y en formas de vivir (Sennett, 2009). En ese
sentido, el estudio incluiría también un repertorio de gestos que, siguiendo a
Flusser (1994), podríamos entender como las formas materiales con las que nos
encontramos con el mundo y en el mundo.
Casi para terminar esta primera
justificación y exposición de nuestro asunto, transcribiremos un par de citas
de Costa (2008). La primera, bellísima, sobre la relación entre actividad y
pasividad:
Lo ideal sería que el trabajo del cineasta
fuera casi anónimo: pegarse a un trozo de naturaleza y no moverse, recibir lo
que hay y hacerlo lo mejor posible para que pase sin un exceso de efectos, de
imaginación, de sofisticación, de tópicos, de ideas, de tentaciones. Vanda es
la película en la que mejor he conseguido oponer resistencia a lo que viene de
mí, a mis intenciones. p.84)
La segunda cita tiene que ver con
la manera como el rigor, la disciplina, la perseverancia y las reglas están
siempre en relación con la apertura al mundo (a lo que el mundo pueda ofrecer
con la condición de que estemos atentos) y con un cierto no-saber: “rodar como
quien va a mendigar, sin saber lo que nos van a dar -monedas, un mirlo dorado,
un ramo de flores, una cucharilla de plata” (p. 31).
Diremos por fin, que en trabajos
anteriores hemos tratado ya el trabajo de Pedro Costa como ejemplar para una
comprensión de la investigación educativa (Larrosa, 2014) y del estudio del
profesor (Cubas y Rechia, 2020). Diremos también que es muy clara la
inspiración de Costa tanto en El profesor artesano. Materiales para
una conversación sobre el oficio (Larrosa, 2020) como, por ejemplo, en las
palabras “repetición” u “oficio” de nuestro P de profesor (Larrosa y
Rechia, 2018).
Y diremos, por último, que lo que
pretendemos aquí es ahondar en la idea de estudio, especialmente en relación
con algunos de sus componentes esenciales: el ejercicio, el ensayo, la
preparación, la prueba, la repetición. Y ahondar también en el estudio como una
relación compleja y obstinada con los materiales, pero también con los
colaboradores, con la comunidad (de cineastas, de músicos), con la tradición y,
desde luego, con uno mismo.
Ni la agitación en el set de
rodaje ni la ansiedad en la primera proyección de la obra terminada. Lo que
muestra Dónde yace tu sonrisa escondida es algo mucho menos glamouroso:
el trabajo paciente, atento, reflexivo, riguroso, aburrido, repetitivo,
exigente, regulado, minucioso, perseverante y obstinado en la sala de montaje.
Seguramente demasiados adjetivos, pero lo que Costa hace es filmar esa
paciencia, esa atención, esa demora en los detalles, ese volver una y otra vez
al mismo plano para decidir dónde se va a cortar para que, al final, la
elección dependa apenas de un fotograma. Pero vamos poco a poco.
Vemos a un hombre de espaldas en
el muelle de un puerto, en blanco y negro. El movimiento avanza y retrocede, a
veces en ralentí, mientras se oye el ruido de la máquina de montar. Se oye la
voz el hombre y, al mismo tiempo, una voz masculina y otra femenina que
discuten un corte, dudando sobre detalles mínimos: el grado de apertura de una
boca, un ojo que parpadea, los armónicos de una “n”. Se les puede imaginar
concentrados en su objeto, en la cosa. Las voces están en off, lo que se
muestra es la materia de la película con la que se está trabajando, la cosa, y
lo que se oye son palabras que dudan, buscan, proponen, tantean, discuten,
adivinan. ¿Cómo cortar? ¿Dónde cortar?
La decisión es difícil y, a la
vez, esencial. Cortar es decidir, juzgar, distinguir, discriminar, valorar, y
cualquier decisión deja algo dentro y expulsa algo hacia afuera. No es
cualquier cosa, no da igual, nada es indiferente, al contrario, la menor
decisión diferencia, hace diferencia. Además, se está haciendo algo que será
entregado a los otros, que tendrá existencia propia, que pertenecerá al espacio
público, que formará parte del mundo común, y eso tampoco es cualquier cosa. Lo
que se pone en el mundo importa. El espectador también merece respeto. No el
mercado, no el mundo del cine, el de la oferta y la demanda, el de los códigos
cinematográficos que funcionan y venden bien, sino el espectador anónimo,
emancipado, tú, yo, nosotros. ¿Dónde cortar?
La película se convertirá en una
cosa material, concreta, acabada, como un armario, un zapato, una canción o un
libro. Una cosa que existirá sin los que la han hecho y que continuará después
de haberla hecho. Ahí, en el mundo común, en el espacio público, entregada a la
sensibilidad y a la inteligencia de unos hombres cuya dignidad hay que
presuponer siempre porque sólo así podremos sostener la nuestra. Hay que ser
exigentes con la película, con sus espectadores, con nosotros mismos. Las cosas
no se pueden hacer de cualquier manera. Esa es la moral del cine, pero también
de cualquier trabajo que sea una práctica poética, que produzca alguna cosa.
¿Dónde cortar?
Pasan
los minutos y ya sabemos
que esas minucias serán las que hagan la película.
“¿Necesitas cien años para
pensar?”, dice Danièle. “No, sólo
setenta”, contesta Jean-Marie. Ni azar ni
intuición, sólo atención.
“¿Estás segura?”, pregunta él.
“Esta es mi opinión,
¿tú que crees?”. “Aquí”.
“¿Tienes miedo?”. “No tengo miedo, estoy
mirando”.
“¿Cuál es la diferencia?”.
“¿Entre tu propuesta y la mía?”.
“Sí”. “Un
fotograma”.
Después de un crédito en el que
aparecen los nombres de los cineastas separados por una coma, vemos un poco más
de la película que se está montando, ralentizada, con las voces un poco
distorsionadas como para marcar que se trata de un material de trabajo. De
pronto, la silueta del perfil de Danièle seguida de la Jean-Marie, casi
oscuras. Una frase de él: “no esperes la forma antes que el pensamiento”. Una
de ella: “la forma aparecerá al mismo tiempo”. Como si el trabajo y la
reflexión sobre el trabajo se produjeran simultáneamente. Como si el hacer y el
pensar no sólo se dieran al mismo tiempo, sino que apenas pudieran
distinguirse. Enseguida el título de la película. Y hemos pasado ya de la
operación de montaje a la sala de montaje.
Ella está de pie, sola, con una
mano enguantada, manipulando los cortes de película con todo cuidado, con la
mesa de montaje a la derecha. Después, por una puerta que se abre a la
izquierda, entra él y, tras unos segundos, empieza a contar la historia de la
canción que estaba canturreando y su enfado por un artículo de diferencia entre
la versión que le enseñó un amigo y la que se suele escuchar. Tampoco las
palabras son indiferentes. Las materialidades con las que trabajamos merecen,
en primer lugar, respeto. Y vigor, precisión y, al mismo tiempo, delicadeza en
la forma como las tratamos.
Se trata de un estudio de
montaje, pero podría ser cualquier estudio, cualquier taller. El estudio del
escritor, su mesa de trabajo, tal como lo describe, por ejemplo, George Pérec
en Especies de espacios (1976), ese que está hecho de cuadernos, libros,
lapiceros, plumas, archivadores, lámparas, algunos fetiches. El estudio del
pintor, hecho de tinturas, disolventes, telas, papeles de distintos tamaños,
láminas (la casa y el jardín de Antonio López tal como la muestra Víctor Erice
en El sol del membrillo, 1992). También el estudio en el que un músico
compone o ensaya, un arquitecto elabora sus proyectos, un diseñador fabrica sus
prototipos, un profesor prepara sus clases. Un lugar apartado, retirado, casi
íntimo, un contenedor de materiales y herramientas, una especie de palacio
encantado o de cámara de los tesoros donde el tiempo corre de otra manera que
en el tiempo ordinario y donde el espacio, por muy desordenado que parezca,
está diseñado para la atención.
A partir de ahí hay casi el
cuarenta y cinco por ciento del minutaje de la película en los que lo que vemos
son planos de Sicilia, la película que los Straub están montando, como
si Costa quisiera insistir en la importancia del material sobre el que se
trabaja, su potencia, su resistencia también. Y como si quisiera subrayar que
el estudioso trabaja con lo que hay, con un material determinado, limitado,
finito, que ya está ahí. Durante la otra mitad lo que vemos es a Danièle
sentada en la silla, a Jean-Marie entrando y saliendo, y cuatro extractos de
debates en el auditorio de Fresnoy, la escuela de cine que les ha cedido una
sala de montaje a condición de que trabajen en presencia de los estudiantes,
esa sala en la que Costa plantó su cámara durante más de cien horas.
Y mientras vemos todo eso
escuchamos a los cineastas hablando de otros cineastas (de Buñuel, de Ray, de
Woody Allen, de Chaplin, de Hitchcock, de las formas de producción en Europa y
en Estados Unidos, de la psicología barata, tipo televisión, que hay en muchas
películas); de pintores y escritores (Cézanne, Pavese, Péguy, Hölderlin, Santo
Tomás de Aquino, Vittorini); de asuntos relacionados con su trabajo (la
libertad que no surge en el vacío sino en el dominio de la técnica, la forma
que está en la materia como el alma en el cuerpo, de la sopa sonora que hay en
muchas películas, las formas de la retórica cinematográfica, el trabajo con los
actores, la relación entre el montaje y la vida, la fidelidad en época de
traiciones); de política y de la revolución; de cuestiones más personales como
el privilegio de trabajar en lo que les gusta, el robo de una camisa o el
comienzo de la historia de amor entre ellos. Cuestiones de técnica, de
estética, de política, cuestiones personales y sociales, todas mezcladas y casi
todas puestas en relación con lo que están haciendo.
Costa nos mantiene en la
materialidad del proceso de montaje durante los ciento cuatro minutos que dura
la película, en ese parar y volver otra vez, en esa corrección que parece no
terminar nunca, en ese tartamudeo, en ese trabajo sobre la forma a partir de la
atención fijada en la materia, en ese vaivén entre la idea y la cosa, entre la
cosa y la idea. Vemos también el cansancio, la tensión, la impaciencia, las
discusiones a veces agrias entre los dos cineastas. Danièle casi siempre está
de espaldas, sumergida en la pantalla, en un cuerpo a cuerpo permanente con el
material con el que está trabajando, a veces manoseando las latas donde está la
película revelada, a veces colgando pedazos en una cuerda. Jean-Marie casi
nunca está quieto, entra y sale de la sala, canturrea, habla sin parar, intenta
chistes, gruñe, teoriza, despotrica.
Algunos críticos han observado
que Danièle es el trabajo con la materia y Jean-Marie con la forma y el
contenido. Straub aparece a veces como un histrión, casi como un showman,
es un torrente de palabras. Huillet está impasible, casi siempre muda,
concentrada en su arte de cortar, a menos que explote repentinamente en ataques
de furia hacia su compañero. Él encarna el poder de las ideas, de las palabras.
Ella el poder silencioso y secreto del montaje, de las manos. La tensión entre
ambos va haciendo la película. Las decisiones concretas y muy materiales que
van tomando resuenan con su pasión cinéfila, con sus referencias musicales,
literarias y filosóficas, con sus opciones políticas, con su propia biografía.
El trabajo y el pensamiento, el trabajo y el arte, el trabajo y la vida. Como
dice Philippe Lafosse (2009):
Sus voces están siempre en off, muy próximas.
La máquina hace un ruido de monstruo dócil. Lo que se muestra y se oye es el
trabajo, es decir, eso por lo que el cine se interesa tan poco, esté presente o
ausente, a pesar de que es el elemento esencial de la vida de cada uno. Un
trabajo manual e intelectual, con los sentidos alerta. Un trabajo minucioso,
pertinaz y artesanal, trabajo de obreros en cuestionamiento permanente, en
alerta permanente. (p.267)
Tras dos largos planos
silenciosos sobre las siluetas de los Straub, Jean-Marie se pone en pie, se
apoya en quicio de la puerta y empieza una larga perorata sobre la relación
entre la realidad y la imaginación. Dice que hay los que se adaptan a la
realidad, sin poner imaginación de su parte, criaturas limitadas de imaginación
limitada, y los que deforman la realidad en nombre de la supuesta riqueza de su
imaginación que, en el fondo, es todavía más limitada porque en ella no hay
paciencia. Y continúa: “lo que hay que tener es una paciencia duradera. Porque
cuando la paciencia es duradera se llena de contradicciones. Si no es duradera
no puede llenarse de nada. La paciencia duradera se llena por fuerza de
violencia y de ternura. La paciencia impaciente solo se llena de impaciencia”.
Al final de la película, Danièle
y Jean-Mari se acercan a la puerta de la sala donde se está proyectando una de
sus películas, La muerte de Empédocles
(1987). Al mismo tiempo se oyen algunos acordes de Beethoven. Danièle sale por
la izquierda y sube las escaleras que llevan a la sala de proyección.
Jean-Marie, con una gabardina debajo del brazo y una carpeta roja, se sienta en
las escaleras. La imagen, si estuviera filmada de más cerca, parecería un
Rembrandt tardío. Deja la carpeta en el suelo, apoya el brazo izquierdo en la
rodilla y se pone la mano en la frente, permanece ahí, cabizbajo, tose varias
veces, saca su encendedor del bolsillo, juega con él, y comienza a mover los
brazos al son de la música. El final podría titularse “estudio y melancolía”,
pero ese es ya otro asunto.
Un director de cine conocido por
“documentar” la demolición del barrio Fontaínhas y la trilogía que forja a
partir de ahí, con personajes emblemáticos como el caboverdiano Ventura y la
portuguesa Vanda, no parecía tender a filmar una actriz y cantante en sus
ensayos. Pero Ne change rien es
precisamente eso: ensayos repetitivos, monótonos, en blanco y negro, con pocos
músicos, en lugares cerrados. Está claro que al conocer a Pedro Costa sabemos
que solo él podría hacer eso y de esa forma. Jeanne Balibar, su amiga personal,
es filmada casi siempre con su guitarrista, que es quien dirige estos momentos
musicales. En el inicio, parece que la vemos en un escenario, pero es una
imagen medio empañada, difusa. Está claro que no asistiremos a ningún gran final con Balibar y sus músicos.[4]
Ora fumando, ora escuchando a su
músico, Jeanne a veces repite solamente palabras, a veces una frase entera,
pero siempre cantando. Hay un momento, inclusive, en que ella ensaya canto
lírico para una canción. Pero es siempre la reiteración del propio ensayo.
Repetir es el gesto por excelencia de la película.
En Onde jaz o teu sorriso, la pareja de cineastas franceses Danièlle
Huilet y Jean-Marie Straub, pasa toda la película de Costa filmando otra
película. O mejor, Costa hace su película acompañando el rodaje de otra
película. Acompañamos la personalidad histriónica de Jean-Marie y la
personalidad un tanto taciturna de Danièlle, y al mismo tiempo malhumorada de
los dos que, como una pareja que lleva tanto tiempo junta, tiene sus
discusiones permanentes.
El nombre del filme Onde jaz teu sorriso, tiene justamente
que ver con este movimiento repetitivo de Danièlle y Jean-Marie, de buscar el
corte perfecto de las escenas, en este caso, ¿exactamente dónde se corta la
sonrisa de un personaje? O tal vez, ¿dónde se corta la sonrisa de un personaje
en una escena? El gesto por excelencia también parece ser el de la repetición:
al final no vamos a ver la película, sí parte del proceso cansador de las
discusiones de los Straub, y de la marca repetitiva de Danièlle al avanzar y
retroceder en la escena.
La idea de repetición recorre
ambas películas. Repetir es también duplicar algo, producir una copia. En las
acciones realizadas por Balibar en Ne
change rien, hay arte y del mismo modo hay rutina, hay hábitos. Recordamos
de un texto de Muñoz Fernández (2013) que discute otra película de Costa, No quarto de Vanda (2000). El autor
marca que la estética del espacio que el cineasta crea, produce una vinculación
política. El hecho de reducir tanto, a partir principalmente de esta película,
la infraestructura de cámaras y equipamientos, por ejemplo, así como el desvío
de una narrativa explicativa, permite que el director “comparta, habite y
muestre ese espacio” (p. 178). Esta aproximación de Costa, no solo con sus
personajes, sino también con el espacio de ellos y sus tareas, da otra
dimensión a su cine. Es como si él cerrase la ventana a los ruidos exteriores,
a la luz que viene de su exterior y pudiese encontrar tanto luz como sombra,
tanto sonido como silencio, en el espacio de la vida de sus personajes y en la
forma que ellos tienen de habitarlo.
Esa intensa relación del cineasta
a partir del filme No quarto de Vanda,
también es aparente en Ne change rien.
La vinculación afectiva no está en el hecho de que el director sea amigo de la
protagonista (pues ni tendríamos cómo saberlo), sino en la forma como conduce
las filmaciones y lo que persigue en ellas, como los ensayos de Jeanne y
algunas actividades triviales que hacen parte de su día a día, como tomar un
café en un bar. El lector va a percibir que es difícil que se hable de la
película y de sus componentes en relación al estudio y a una idea de formación
educativa, sin que se mezcle con la propia manera de Costa de hacer su cine. De
cierta forma, el propio director parece intentar percibir si el trabajo de
Jeanne con los músicos se asemeja a la idea que él tiene de cine, este
ejercicio “ascético, paciente, diario”. O como está claro en el ya citado Curso
de Tokio, que el cine es trabajo.
Tanto el trabajo de Costa como el
de Balibar, y el de los Straub, está asociado a una forma estudiada. El
director acompaña durante cinco años estos ensayos, grabaciones y clases de la
cantante. Introduce al espectador en la disciplina y en el tedio de la creación
musical. Es una preparación que involucra ensayo e improvisación.
La película es en blanco y negro,
comienza con una imagen de la cantante presentándose en un escenario, al fondo,
con luces difusas. Es una de las únicas tomas del escenario, y, en el pasaje
para la próxima escena, oímos voces y el rostro de Jeanne se ilumina
parcialmente. Es en ese ambiente con una luz interior, como ya nos referimos
anteriormente al hablar de un cierto cambio en el cine de Costa, que escuchamos
la voz de la cantante ensayando las canciones de su disco. El guitarrista
Rodolphe Burger, personaje constante al lado de la cantante en el estudio, en
un plano más abierto, es quien, de cierta manera, hace la marcación en estos
ensayos, quien llama la atención de la cantante y da el tono, en ciertos
momentos. La cámara está siempre fija, no se mueve, de modo que podemos
examinar la escena o acompañarla hasta el corte del director. De esa manera, ya
en el inicio es como si Costa llamara la atención para el movimiento de casi
todo el filme: sale de la presentación pública, de algo exterior y entra en la
intimidad del estudio y de los hábitos de Balibar. Los componentes de este
trabajo estudiado, meticuloso, por lo tanto, ya están casi todos dispuestos,
como la atención, la preparación, la repetición, la “comunidad” incluida, el
lugar.
En la tercera o cuarta escena, se
nos presenta el espacio predominante en la película, que es el estudio de
grabación. Objetos como el teclado, la caja de sonido, el pie del micrófono
sobresalen en el escenario bajo la mirada fija de la cámara. Costa presenta
varias veces la materialidad de este oficio en la alternancia de las escenas.
Este lugar de trabajo es filmado muchas veces vacío y, después de algún tiempo,
entra alguien en cuadro. Así como los gestos de Balibar, él ilumina estos
objetos y sus formas en este espacio de trabajo y estudio.
De la misma forma que el lugar
nos es presentado, acompañamos el tiempo de la preparación de la cantante en
varios escenarios. Cuando la filma en primer plano, nos hace prestar atención a
su voz y a sus gestos. Al cantar, en una de las escenas, asegura la partitura
con una de sus manos y el cigarrillo con la otra. A veces,
como que toca las cuerdas en el aire, pasa la mano por su rostro y fuma. Al
destacar estos gestos, nos damos cuenta de que hay algo entre el conocimiento
del tema y lo que se podría llamar un cierto método, que pasa por esta
gestualidad que es particular y común al mismo tiempo, a los que comulgan de un
oficio. Cubas y Rechia (2020), al hablar del carácter estudioso de las
prácticas en la formación de profesores, dicen que la observación de este
aspecto permite una cierta “lectura intuitiva” del papel de profesor y de una
mayor percepción de lo que es el gesto, que es lo de dar sentido a algo.
En este sentido, en una secuencia
de casi ocho minutos, Costa filma la clase de canto de Jeanne para la ópera La Périchole. El papel de la profesora
en este momento de estudio de la cantante es fundamental, sin embargo, el
director apenas filma a Balibar y su ejercicio. La voz de la profesora señala
los avances, dice cuáles son los límites, da el tono para que Jeanne repita. En
un momento, dice que ella no está poniendo la fuerza suficiente, en otro, que
está forzando de más. Ella es interrumpida al comienzo de cada tema para que
marque y pronuncie bien las palabras y el tono deseado. Como si no bastase la
interrupción, la profesora enuncia: “no dejes de repetir”. Tal escena nos
provoca una cierta desesperación y acompañamos a la cantante que, al fin, dice
una grosería. Pero la profesora, implacable, solo da por terminado el ejercicio
cuando anuncia: “¡bravo, terminamos!”. Bergala (2010), al comentar esta escena,
menciona que “esa profesora fuerza imperdonablemente a la cantante, no a
doblegarse a su persona, sino al arte del canto, del cual ella es la garantía y
la guardiana, sin flaquezas humanas” (p. 146).
Destacamos aquí el papel de quien
dirige el estudio y, una vez más, de su carácter repetitivo, pero al mismo
tiempo de dedicación y atención, de respeto hasta con lo que es estudiado.
Decimos con la palabra “repetición” de P
de Professor (2018) que lo que ya no existe es tiempo para repetir, en una
sociedad que valora el consumo y lo transitorio. Tal vez, en algunos lugares
podamos experimentar este movimiento, como en la música, en el cine- como vimos
en la película de los Straub-, y en el aula. Aquí podemos retomar los versos de
Manoel de Barros de nuestro epígrafe: “repetir, repetir- hasta que quede
diferente”, para que no olvidemos que ésta es una palabra-acción que tiene que
ver con la renovación, con la creación y con la diferencia.
En Ne change rien, todo es preparación. Vemos un extracto de
presentación en el inicio y otro más al final, pero lo que acompañamos es el
proceso de ensayo y creación. Costa (2010), al hablar de las dos películas,
expresó:
Cuando
estaba allá con Jeanne y los músicos, adopté la misma forma de aproximación de
la otra película (Onde jaz o teu sorriso?),
moviéndome discretamente por ahí con poco equipamiento, aproximándome bastante
sin perturbarlos e intentando ver de soslayo lo que sucedía a cada segundo. Es
tan breve que, en el momento que usted corta, alguna cosa sucede; tan breve que
usted lo pierde. Para las dos películas fue la misma fascinación, porque estaba
viendo a personas que me gustan. (p. 31)
El director observa este proceso de
preparación, práctica y alistamiento de sus personajes en ambos filmes.
Recordamos la figura del profesor amateur
masscheleiniana (2015) y la noción de que no se enseña el amor por la
“materia”, por el tema, por el asunto, pero sí se exige estudio, disciplina y
paciencia para que esa relación se establezca. La noción de estudio no
prescinde de la noción de presencia que es muy valiosa para el director cuando
habla de sus movimientos discretos. La sociedad que él establece con estas
personas determina, incluso, las difíciles elecciones en el montaje, lo que
deja claro que esta relación torna densos unos aspectos en la narrativa y no
otros. Pero también está claro que asistimos a una expresión de amor, tanto de
Balibar como de los Straub, por sus oficios, en la forma en que se relacionan
con ellos y cómo la revela Costa. A continuación, vemos la presencia de Costa-
a pesar de que él no aparece ni habla en los filmes- porque él ficcionaliza,
pero al mismo tiempo revela, un modo de ser y estar en los dos oficios, incluso
en el suyo. “Es visible su cuerpo, su voz, su mirada. Pedro tiene una fortísima
presencia. Nunca olvidamos que está ahí.”, dice Balibar en una de las
entrevistas sobre la película.
Al exponer para estudiantes de cine, en el
Curso de Tokio (2010), sobre el oficio de hacer películas, el cineasta reafirma
esta idea de que el cine es trabajo y que es “durante el trabajo que las cosas
suceden”, y que por eso no puede enseñarlas ahí, en ese momento. Al mismo
tiempo que señala que los filmes siempre son hechos “con personas, con actores,
técnicos, colaboradores, amigos- y algunas veces enemigos-, y es en este
momento que una película se realiza, en el presente, entonces no es ahora que
voy a decirles cómo son las cosas” (p. 165). Nos parece que está expresa aquí,
y en las dos películas que elegimos, también la relación del estudio con una
comunidad de personas y con una tradición, conforme sugerimos en la apertura de
este texto. Tanto una colectividad presente, como Jeanne y sus músicos, Costa y
su equipo y colaboradores, como una comunidad de filiaciones y referencias que
suman de la obra de cada uno. En el filme de los Straub, eso se manifiesta en
la conversación entre la pareja en la sala de montaje, al hablar de otros
cineastas, escritores y pintores, y en Ne
change rien, en los temas ensayados por Balibar que constituyen un
repertorio ecléctico en las elecciones y las versiones[5]. A veces,
las referencias del cineasta y de la cantante se cruzan explícitamente, como en
el tema Ne change rien, que da nombre
al título. La apertura musical trae la voz de Godard cuando inicia Histoirei(s) du cinéma, con la frase “no
cambies nada, para que todo sea diferente”[6]. A
propósito, en una entrevista, en uno de los festivales, el cineasta explica la
elección del título, diciendo que justamente le gustó porque va en el sentido
contrario al que se acostumbra a ver en los títulos, que es “usted, tiene que
cambiar” o “todo cambia”. Aludimos a este argumento de Costa acerca de su
título en nuestro libro P de Professor
(2018), en la palabra “retrógrado”, justamente para pensar en esta tensión
“conservación versus renovación”. Al imperativo actual de que todo debe estar
en constante movimiento, transformación, innovación- para usar una palabra en
boga-, tal vez el movimiento más revolucionario sea lo de conservar algo.
Todavía en el Curso de Tokio, Costa (2010)
enuncia, en un cierto sentido, sus varias filiaciones, al señalar a Mizoguchi y
Ozu[7], entre
otros, como sus maestros. Así se refiere a ambos:
Diré
que todo filme dirigido por Ozu y Mizoguchi es un filme que habla, sobre todo,
a artesanos, al placer de trabajar, y ese trabajo es algo bueno, y el trabajo
bien realizado es bello. Eso dice todo. Un trabajo bien hecho es más
significativo que un buen tema. (p. 154)
Volvamos a la idea de artesanía, al fin,
relacionada al trabajo, pero también a la belleza. El director dijo, en el
documental Tudo refloresce (2006)-
que consiste en el acompañamiento de parte de las filmaciones de Juventude em marcha (2006)-, que solo
quería hacer “la película más bonita del mundo”, en un trabajo que incluye
placeres y alegrías, pero también tedios y aborrecimientos. Balibar, en una de
las entrevistas sobre Ne change rien,
al ser indagada sobre qué pensó de la película, hizo un silencio y dijo, “no
sé. Es uno de los más bellos filmes que hice…” y más, “creo que Pedro mira.
Pedro es cineasta, el filme es su mirada”. Costa filma lo que algunos llamarían
“procesos creativos” o “artísticos”, pero que no son revelados como
extraordinarios, al contrario, pueden ser monótonos, exhaustivos, repetitivos.
Su propio trabajo tiene ese modo de ser meticuloso, contrario a una eficacia, a
un deslumbramiento, más persistente y cuidadoso.
Las películas fueron hechas a su tiempo: cinco
años acompañando a Jeanne Balibar, ciento cincuenta horas grabadas con los
Straub. Ahí se ve, por lo tanto, que la belleza tiene algo de mirada, pero
también, y principalmente, de paciencia y cultivo.
Agamben, G. (2018). Autorretrato en el estudio. Adriana
Hidalgo.
Bergala, A.
(2010). Duplo negro. In AAVV, O cinema de
Pedro Costa. Centro Cultural Banco do Brasil.
Bresson, R.
(2005). Notas sobre o cinematógrafo. São
Paulo: Iluminuras.
Costa, P.
(Diretor). (2000). No quarto da Vanda.
Portugal/Alemanha/Suíça/Itália.
Costa, P. (Diretor).
(2001). Donde yace tu sonrisa escondida?
Francia.
Costa, P.
(Diretor). (2006). Juventude em marcha. Portugal.
Costa, P.
(Diretor). (2009). Ne change rien.
França/Portugal.
Costa, P.
(2008). Un mirlo dorado, un ramo de flores
y una cucharita de plata. Prodimag.
Costa, P.
(2010). Uma porta fechada que nos deixa a imaginar. Curso de Tokio. En AAVV, O cinema de Pedro Costa. Centro Cultural
Banco do Brasil.
Cubas, C. J.
y Rechia, K. C. (2020).
Sobre formas de hacer. El estudio y el oficio de profesor. En Bárcena, F.,
López, M. y Larrosa, J. (Eds), Elogio del
estudio. Miño y Dávila.
Erice, V.
(Diretor). (1992). El sol de membrillo. Espanha.
Flusser, V. (1994). Los gestos. Fenomenología y
comunicación. Herder.
Foucault, M. (2002). Hermenéutica del sujeto. Fondo de Cultura Económica.
Gerbault, A.
(2006). Tudo refloresce. França.
Guimarães, P.M.
(2010). Filmar o ato de criação. Pedro Costa e a poética das artes. En AAVV, O cinema de
Pedro Costa. Centro Cultural Banco do Brasil.
Godard, J. (1988-1998). Histoire(s) du cinema. France/Suisse.
Lafosse, P.
(2009). Mas porquê!? (Observações). En Cabo, Ricardo Matos (Ed.), Cem mil cigarros. Os filmes de Pedro
Costa. Orfeu negro.
Larrosa, J.
(2014). Como entrar no quarto de Vanda. Notas sobre a investigação como
experiência tendo como referência três filmes e alguns textos de Pedro Costa.
In Martins, F. F. R., Vargas Netto, Ma. J. e Kohan, W. O. (Orgs), Encontrar escola. Lamparina.
Larrosa, J. y
Rechia, K.C. (2018). P de profesor.
Noveduc.
Larrosa, J.
(2019). Esperando no se sabe qué. Sobre el oficio de profesor. Noveduc.
Larrosa, J. (2020) El profesor artesano. Materiales para conversar sobre el oficio.
Noveduc.
López, M. (2020). Del ocio al estudio.
Sobre el cultivo y la transmisión de un arte”. En Bárcena, F., López, M. y
Larrosa, J. (Eds), Elogio del
estudio. Miño y Dávila.
Masschelein, J.
e Simons, M. (2015). Em defesa da escola:
uma questão pública. (2ª.ed.; Cristina Antunes, Trad.). Belo Horizonte:
Autêntica. Hay traducción castellana en Buenos Aires. Miño y Dávila.
Muñoz
Fernández, H. (septiembre de 2013). Pedro
Costa: habitar el espacio, una cuestión de política, en El genio maligno: Revista de Humanidades y Ciencias Sociales, (13), 176-199. Disponible en https://elgeniomaligno.eu/pedro-costa-habitar-el-espacio-una-cuestion-de-politica-horacio-munoz-fernandez/ Acceso en:
ago/2020.
Pérec, G.
(1976). Especies de espacios.
Montesinos.
Rancière, J.
(2012). As distâncias do cinema.
Contraponto.
Sennett, R.
(2009). El artesano. Anagrama.
Stiegler, B. (2008). Prendre soin. De la jeneusse et des
générations. Flammarion.
[1] El apartado correspondiente a “Un trabajo estudiado” fue escrito
por Karen Christine Rechia en portugués. Aquí la traducción al español
realizada por las profesionales Graciela Tapia y Mariana González de la
Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Cuyo, Argentina.
[2] Ver, a ese respecto, Guimarães, 2010.
[3] Por ejemplo, Foucault 2002, 28,
90 y ss.
[4] Hay más de una escena de la ópera La Périchole, de Offenbach, que sin embargo vemos desde el fondo o
desde el costado del palco, con una cámara atrás de los actores y próxima a la
cortina y al piano. No vemos al público. Vemos el campo de lo que casi sería un
extracampo.
[5] Ne change rien está
compuesto por imágenes de conciertos en que Jeanne Balibar interpreta canciones
de su primer disco, Paramour (2003),
de los primeros ensayos de canciones de su segundo disco, Slalom Dame (2006), pruebas de canto lírico y representaciones de La Périchole de Jacques Offenbach puesta
en escena en París en 2006.
[6] Que, a su vez, es una frase de Brasson, en Notas sobre el cinematógrafo, escrito en 1975. Construida de otra
forma, “si queremos que todo continúe como está, es preciso que todo cambie”,
también está presente en la novela O
leopardo de Giuseppe Tomasi Lampedusa, filmado por Luchino Visconti, en
1963.
[7] El hermoso y contemplativo plano de dos señoras japonesas sentadas,
fumando, con parte del techo apareciendo, nos recuerda al maestro Ozu.