Saberes y prácticas. Revista de Filosofía y Educación

Filosofía y Poesía: un intersticio para (re)pensar la noción de “sujeto”

Philosophy and Poetry: a gap to (re)think about the notion of “subject”

 

Carli Prado

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), Argentina.

carlaspradoa@gmail.com  

Lucía Pereyra

Universidad Nacional de Rosario (UNR), Argentina.

luciapereyrarobledo@gmail.com  

Recibido: 06/03/2021

Aceptado: 08/09/2021

DOI: https://doi.org/10.48162/rev.36.031

 

Resumen. La propuesta de esta narrativa es, por un lado, exponer una forma posible de la experiencia de dar talleres de filosofía por fuera del espacio académico y, por otro lado, acercar la experiencia particular del taller “Filosofía y Poesía”, a través de consideraciones en torno al abordaje de la noción de “sujeto” que fueron puestas en práctica en el mismo.

Este taller surge a partir de la necesidad de armar un espacio de experimentación vinculado a una subjetividad que aparece en/a través de la escritura, al cual lo convoca dar una respuesta posible a la búsqueda de un hábitat propicio para (re)pensar-nos en relación a la noción de “sujeto”, teniendo que preguntarnos, inevitablemente, quién es aquel de quien estamos hablando e inclusive quién es “yo”. Echando mano de producciones de Audre Lorde, Gloria Anzaldúa, val flores, entre otres, pretendemos, además de contextualizar los modos de nuestro hacer en su carácter compartido, brindar materiales para pensar/nos y pensar una vinculación posible entre Filosofía y Poesía como disparador de otro pensar, de un pensar poético.

Palabras clave. filosofía, poesía, taller, pensamiento crítico, práctica pedagógica

 

Abstract. The proposal of this narrative is, on one hand, to expose a possible way of the experience of giving philosophy workshops outside the academic place and, on the other hand, to bring the particular experience of the Philosophy and Poetry workshop, through considerations around to approach the notion of “subject” that were put into practice in it.

This workshop arises from the need to build a place for experimentation around a subjectivity that appears in/through the act of writing, to which it is summoned to give a possible answer to the search for a suitable habitat to (re)think about ourselves in relation to the notion of “subject”, having to ask to us, inevitably, who is the one we are talking about and even more who is “I”. Using productions by Audre Lorde, Gloria Anzaldúa, val flores, among others, we intend, also to contextualizing the ways of our doing in their shared character, to provide materials to think about ourselves and about a possible link between Philosophy and Poetry as a trigger for another ways of thinking, of a poetic thinking.

Keywords. philosophy, poetry, workshops, critical thinking, teaching practice.

 

Introducción

Para quienes hemos transitado y transitamos las instituciones educativas en general (y la academia en particular) con el registro insistente y reincidente de no coincidir con muchas de las dinámicas que allí proliferan (como: la imposibilidad de reconocer conocimientos teóricos valiosos por fuera del cánon, la vulneración sistemática a la que se expone nuestra salud físico/mental cuando sostiene las exigencias evaluatorias, la negación del no-saber como espacio propicio para la construcción colectiva de conocimiento y la construcción colectiva de conocimiento misma, el ninguneo de las dimensiones sensibles que nos afectan en/a través el acto de pensar, etc.) y hemos intentado, con escasas o nulas herramientas materiales y/u organizacionales, fabricar espacios que no nos reubiquen en una lógica jerárquica que dicotomiza y privilegia a quien “sabe” sobre quien “no sabe”, hacer talleres no es en absoluto extender un dominio de saber, sino apostar por formas inciertas de interpelación.

No se trata de un compendio de información que emana de nuestro propio plan de estudio, de una tarea “de extensión”, sino de un despliegue intrépido de formulaciones sin garantía. De este modo, el taller “Filosofía y Poesía” surge como un espacio de experimentación diferente a otros talleres (inclusive propios) que, aun fuera del circuito académico, aparecían con una forma específica de difusión de ciertos materiales -más o menos canónicos- que suele dejarnos una carrera terciaria/universitaria de filosofía en este caso. No porque creamos que se puede prescindir por completo de esos materiales, sino para encontrar-nos haciendo otro movimiento respecto del saber [1] .

Por lo tanto, lo que en él se buscaba era (en sus diferentes instancias, tanto presenciales y virtuales) producir, por un lado, una presentación posible del vínculo entre la filosofía y la poesía (a través de Audre Lorde, María Zambrano) y, por otro, una problematización de lo que supone erguirse (o no) como “sujeto” (Gloria Anzaldúa, val flores) frente a la práctica de la escritura. Es decir: preguntarnos no sólo qué es lo que tiene para decir “cada une” en su ejercicio filosofante sino cómo el cuerpo se compone en la experiencia compartida de habitar un lugar que -además- impele a la palabra. Y justamente el cuerpo, no el sujeto, porque la propuesta estaba pensada con el objetivo de poder discutir esa noción en lo que tiene de legado moderno. Esto no va a significar, por supuesto, que el “cuerpo” sea un espacio impoluto sino que hace las veces de un ejercicio de descentramiento, como experimentación, al tener que pasar por esa práctica (en sus múltiples singularidades) para advertir qué se siente y ponerla-ponerse en palabras.

De este modo, lo que quisiéramos compartir en esta narrativa de experiencia son algunas derivas en torno al armado teórico de este taller, las dudas que nos supuso su nombre y el modo en que nos resultó deseable llevarlo adelante; interrogantes que fueron surgiendo a medida que lo íbamos desarrollando, devoluciones que tuvimos de quienes participaron y algunas reflexiones vinculadas a lo que significa para nosotres “hacer” filosofía, más allá de estudiarla, en relación al lenguaje poético.

 

Sobre el título del taller y nuestros interrogantes. “¿Qué es [im]posible pensar y de qué [im]posibilidad se trata?” [2]

“Mi posición no es de rechazo a la academia,

porque de alguna manera somos académicos.

Lo que no somos es academicistas.”

El grito manso, Paulo Freire

“Escribir es poner un cuerpo. Escribir es poner en acción un cuerpo. Escribir es acción sobre el cuerpo (un cuerpo que, por otra parte, se escribe en la acción, y en una acción que puede llegar a conjurar inquietantes cuotas de pasividad, abstención, inmovilidad, espera, silencio y elusión).”

Aquí se escribe (y se corta) con la lengua, Morgan Ztardust

 

Filosofía y poesía se presenta como una mezcla difícil, poco ajustada a la exigencia de una racionalidad lógica o de una ciencia. Pero ello más para el pensar-disciplinar que para el hacer. No porque el pensar no signifique una actividad, sino porque parte de nuestra hipótesis tiene relación con la dimensión experimental de un pensamiento que -generalmente- desarma analíticamente y se ofrece separado de otras instancias. Ello en el sentido en que es común que el rastro de la escritura deje entrever (en las formas reguladas por la mirada académica) sólo una aparente neutralidad, recortada de su entorno, separada de su cotidianidad y/o de su activismo. Ahora bien, ¿cómo nuestras corporalidades abyectas, transmasculinizadas, desafiantes de una heterosexualidad obligatoria hacen filosofía y hacen poesía? O más bien ¿cómo funden dos instancias tan separadas en el ámbito disciplinar en un intersticio bastardo, en una pedagogía fornteriza? Ya aquí, queriéndolo o sin querer, empieza a aparecer esta noción de “sujeto” [3] que se quiere des/montar, partiendo de pensar cómo nos encontramos en el mundo, en este mundo, con sus propias contradicciones.

Jugando, como han hecho Zeig y Wittig en el Borrador para un diccionario de las amantes (1981), Vir Cano en el Borrador para un abecedario del desacato (2021) o Azahar Lu en Cómo invocar contacto (2020) (entre otres) podríamos esbozar un palabrero que defina a la filosofía como una vieja disputa, algo sobre lo cual parece que nadie sabe del todo o quizás un saber que sabe que no se sabe, y a la poesía como la pregunta acerca de quién podría definir el arte de una rítmica sin clausurar los espacios de interpelación que ella misma sugiere. Sin embargo, no es el ejercicio de la definición nuestro tema.

Presentado esto, y pensando en las limitaciones academicistas o los márgenes de quienes nos hemos movido y movemos dentro del orden de las disciplinas, cabe preguntar, en relación a nuestros conocimientos instituidos: ¿es deseable, como suele decirse, que la filosofía ejerza de manera unívoca/unilateral un canon de enjuiciamiento frente a los demás saberes? Una función propedéutica de carácter paternal o tutelar. Y en ese envés: ¿es posible que la poesía sea un saber? Cuando por “saber” queremos decir aquí algo que se comporte una herramienta para la construcción de conocimiento/experiencia.

La distancia entre lo deseable y lo posible es ya un criterio metodológico respecto de la legitimidad de los términos. ¿Desear es poder? ¿qué dimensiones del deseo construyen la práctica y, particularmente, la práctica de la enseñanza? Sin caer en los regueros de la “vocación innata”, esa inclinación construida sobre el suelo natural de lo maternal como atributo inexorable.

Entre la estética y la política quizá no haya tanta distancia y, sin embargo, ¿es lo mismo decir eso que no encontrar diferencias entre ellas? ¿cómo se puede aprovechar un espacio de taller para tensionar estas lindes? ¿cómo poner-se a sí en diálogo escritural, filosófico y poético con otras veces puede intervenir esas diferencias?

Si hay algo que esta experimentación (nos) ha manifestado es que quien apela a su “sentido externo” para criticar algo, probablemente no pueda articular con aquello de modo tal que resulte significativo. Ahora bien, ¿es esta una obligación tácita a estar de acuerdo inevitablemente? Si entre desear y poder hay un espacio que reconoce sus límites y en ese límite se encuentra el disenso, ¿cómo se construye un saber? Y si a todo eso hay que sumarle la legitimidad, ¿qué tan alto, qué tan cerca del cielo [4] poner la vara?

Estas preguntas, que responden al posicionamiento en y a través del cual pensamos no sólo este taller sino nuestra práctica, por un lado, como agentes educativos y, por otro, como investigadores, nos resultan valiosas en tanto suponen dar cuenta (parcial y situada) de qué es lo que esperamos hacer con nuestra formación. Es decir: ser un animal humano en el sur del sur cuyo cuerpo y cuya subjetividad se disputan y se tejen en conjunto, en afinidad, desafiando al “yo” producto de la res cogitans (no venciéndolo, sino poniéndolo en entredicho [5] )

¿Cómo disputa, entonces, un saber-poder-placer? (Foucault, 1985)

Filosofía y poesía: con/tracción y dis/tracción, o al revés. Un espacio para burlar la lógica que indica que el cambio se da necesariamente desde los contrarios. Coraje para hacer de una identidad algo distinto que el fundamento del principio de no contradicción. El pensamiento que quiere hacer acrobacias debe ejercitar más que sus músculos para tolerar (y disfrutar) ponerse de cabeza.

Filosofía y poesía ahí donde la metáfora se vuelve cruel y exige hacer fuerza, y algo cede hasta romperse y deviene-otra-cosa.

Los padres blancos nos dijeron “pienso existo”. La madre Negra que todas llevamos dentro, la poeta, nos susurra en nuestros sueños: “Siento, luego puedo ser libre”. La poesía acuña el lenguaje con el que expresar e impulsar esta exigencia revolucionaria, la puesta en práctica de la libertad. (Lorde, 2003, p. 16)

(¿) Enseñar a pensar es siempre enseñar algo que no se sabe (?). Hay que aprender a sostener nuestras verdades entre signos de pregunta [6] para que, aun cuando usemos recursos conocidos, heredados y/o quizás ya obsoletos, sea posible darles la forma de lo impropio, construir alianzas que excedan su uso pre-establecido, trastocar el sentido “correcto”, hacer uso de que los signos puedan decir algo fuera de la norma, que puedan fugar, aunque no siempre lo hagan, aunque acostumbren a no hacerlo, aunque parezca que lo hacen y no.

La garantía de univocidad sólo funciona para defender al más fuerte. ¿Cómo hacer del disparate, entonces, una lengua donde nos encontremos? Las palabras que nos faltan a veces están dichas bajo otras formas del contacto, pudiendo leer un poco más allá de ellas un gesto que se resbala hacia otro pensar.

Hasta aquí lo que supone la problematicidad del nombre del espacio y lo que me mueve para nosotres en ese nombramiento y en ese cruce.

 

Sobre construir un acercamiento metodológico hacia nosotres. Notas sobre la escritura [7]

“Aún no he desaprendido el lavado de cerebro,

la mierda esotérica y el seudointelectualismo

que la escuela ha forzado en mi escritura.”

Hablar en lenguas. Una carta a escritoras tercermundistas, Gloria Anzaldúa

 

Teniendo en cuenta que la educación dentro de las instituciones suele tender hacia el dar cuenta de determinados contenidos bajo determinadas formas, nuestra indagación quisiera correrse de eso cuyo fin es una aprobación o certificación para poder ahondar en el mar incierto de aquello que sucede cuando no hay validación posible. Un taller sobre filosofía y poesía que, aun cuando enuncie las disciplinas, intenta ponerlas a jugar ¿qué veracidad enarbola? ¿cómo contiene la multiplicidad de acontecimientos que se pueden disparar en un espacio abierto?

Pensando en ello es que tomamos prestadas herramientas que circulan entre quienes construimos formas posibles (y deseables) de sentir/pensar, vivir y hacer mundo, no sólo de verlo, actitud tan ligada a la contemplación de una vieja filosofía de la cual todavía formamos parte (y revivimos de algunas formas). Nos cuestionamos cómo se enhebra nuestra escritura, en un primer momento, a través de la pregunta de Hannah Arendt (1984): “¿Dónde estamos cuando pensamos?” Y, aun cuando no nos atengamos totalmente a su sentido original, sostenemos la interrogación en torno a (desde/hacia) dónde y cuáles son las utopías sobre las cuales construimos mundos posibles. Aunque pensar el lugar pueda quedarse corto: qué hay del dónde-cuerpo y del dónde-territorio. Escribimos a través de la carne, los músculos, los ligamentos, los huesos. Y a través mismo del estar: “¿dónde es aquí?” (flores, 2015).

Un aquí que supone nuestras desviaciones, nuestras mudanzas, nuestros nuevos comienzos. Y que puede suponer también, como acontecimiento no menor, el abandono del sexo impuesto al nacer, itinerario que no tiene que ver tanto con una decisión personal como con un movimiento singular, diferenciando de ello al individuo como recorte de la subjetividad capitalística (Guattari y Rolnik, 2013).

Pensamos entonces que la escritura, en tanto práctica de sí, tiene múltiples soportes: soporte-papel, soporte-máquina, soporte-cuerpo. Y también, como parte de esta problematicidad, soporte-sujeto. Se escriben y son escritos movimiento de una pluma que ya no siempre deja tinta, sino que dibuja una pantalla o atiende a las voces de los grafemas digitales. Y recuperamos las dubitaciones: ¿qué hay de materialidad en el acto de escribir y de pensar, de poetizar saberes?

Nos convertimos en orfebres, como Aureliano Buendía frente a sus pescaditos de oro. Nos hundimos ahí, navegamos en ese mar de aceite donde todos los recuerdos nadan, donde hemos precisado un nombre y una emoción para cada momento importante de nuestra vida, al que llegamos siempre como al nacer, desnudos, indefensos y llenos de miedo. Escribir es como pasarle un filtro a esos recuerdos que son buscados en la memoria. La escritura es esa materia pesada del recuerdo que no puede cruzar el tamiz de nuestra memoria. También es esa parte de la memoria que puede ser metida, juzgada, engrandecida, traicionada y maldecida. Eso que no se filtra es lo que está dispuesto a ser escrito. (Sosa Villada, 2018, p. 33)

La escritura se puede presentar no sólo como un mecanismo de re-producción, sino también como espacio que gesta un hacer/se. Nos hacemos en el texto y el texto aparece así como una forma en la que somos, porque no alcanza con pensar con une escribe “lo que quiere” (como a través de una voluntad racional transparente), ahí donde nos interpelan los conocimientos de todos los/nuestros tiempos, saberes que nos fueron dados (o que suponemos). Esto implica comprender (o intentar comprender) la mixtura de una libertad no-absoluta con la posibilidad de fugar de los órdenes pre-establecidos.

Por ejemplo, compartimos uno de los fragmentos surgidos en el taller presencial a partir de la consigna/pregunta: ¿quiénes somos?

“Somos distintas versiones

de lo que se pretende único

No alcanzamos con lo que nos brinda el sol

Somos también luminarias

que se reflejan a sí mismas

cuando se piensan sin tanta luz

Somos animalitos sedientos

que se encuentran entre las sombras

Hacemos amuletos con lo que se nos revela.”

Pensar el escribir haciéndolo, como auto-poiesis, como un intento posible de cartografía, esbozando a lápiz algunos meridianos, como señales en un sendero que pueden ser ignoradas. En este sentido, diferenciamos algunas instancias de este “acercamiento hacia nosotres”:

  1. Autorreferencialidad

“las minúsculas en el nombre propio, una estrategia de minorización del nombre propio, de problematización de las convenciones gramaticales, de dislocar la jerarquía de las letras, una apuesta al texto antes que a la firma de la autora, percibir el propio nombre como un espasmo de una ficción llamada “yo”, un yo deslenguado que funciona como eco de muchas otras voces, que reviste un tono singular en las ondulaciones del texto en el que no cesa de latir ese murmullo colectivo, contra la mayúscula como forma de la ley, una falta de ortodoxia que rige la escritura y sus regulaciones de la decencia, una territorialización del yo que pasa desapercibido, un error que impulsa el deseo de normalidad, una dislexia gráfica que interrumpe los enlaces de sentido, un deseo de designar una fuerza, un movimiento y no una persona, y contra toda justificación previa, porque me gusta verlo y sentirlo de ese modo.

Interruqiones, val flores

 

 

¿Quién es el yo que enuncia y cómo esa mostración individual muchas veces nos impide reconocer las voces que hablan [8] a través del “sí mismo”? Parte de esta tensión se sostiene entre la importancia de una identidad respecto del silenciamiento sistemático y la inutilidad del espectro unitario en la trama de un devenir polimorfo. (Espinosa Miñoso, 2007)

No hay materialidad remota, hay cuerpo [9] . Sin que afirmarlo sea esencializarlo. Hay entraña, hay víscera, hay grasa. ¿Quién es el yo a quien muchas veces encuentro con sorpresa en la lectura, revelado, relevado por voces que podrían ser catalogadas como “no-propias”? ¿Dónde empieza y dónde termina mi cuerpo? ¿Cuál es la dimensión en la cual tanto él como mi pensamiento son “míos” y de qué criterio de corte radical estamos hablando? Yo-profesor, yo-licenciado, yo-especialista. Yo-experto, yo-principiante, yo-quién, yo-qué-cosa. ¿A través de qué criterios de selección/disección me dejo interpelar? ¿Quién soy frente a un aula, quién soy fuera de ella? Cómo la institución se articula para darnos un espacio legítimo para ser-alguien. ¿Y qué es ser alguien y por qué no más bien ser ninguno? Y advertir que también ahí hay una trampa.

Cuando las campanas de la ontología hacen sentir su extraño “gong”, cabe interrumpir. Cuando el juego del pensamiento sólo es capaz de oponer dos posiciones, ganar o perder, cabe interrumpir. Frenar el envión, soportar el agolpamiento de la inercia sobre el propio lomo, entrenar la ficción para que diga “basta” cuando así se re/quiera. Invocar el “desde-sí” que se construye en la interpelación de estar siendo un “alguien”. (Nancy, 2014)

“Cuerpo indicial: hay ahí alguien, hay alguien que se esconde, que asoma la oreja, alguno o alguna, alguna cosa o alguna señal, alguna causa o algún efecto, hay ahí algún modo de “ahí”, de “allí”, muy cerca, bastante lejos...” (Nancy, 2007, ind. 56)

De forma análoga, filosofía y poesía no es filosofía o poesía. La conjunción habilita un espacio que -a priori- no tiene límites, pero que a posteriori sí los tiene. ¿Por qué salirse, entonces, de la academia, como acto creativo? Para burlar los espacios cuya legitimidad se estructura por (y para) sí mismos. Correrse del privilegio estatuido, por el cual nuestro propio sufrimiento pasado/estudiantil tiende a valer: para mandar. No como obligación, sino como posibilidad de intentar lo inútil en el régimen de la productividad y el éxito. No rasgarse las vestiduras, sino desentrañar los poderes que tiñen y modulan nuestras prácticas, intentar hacerlos inteligibles, poder intervenir -a su vez- la subjetividad que los crea y recrea.

En la versión virtual del taller, por ejemplo, surgió esta otra intervención a la pregunta ¿quiénes somos?:

“Soy las decenas de pestañas abiertas en mi computadora

Soy los enlaces en favorito que nunca leí

Soy el entusiasmo que tengo al contar mis pasiones”

¿Cómo configurar espacios de apertura ahora que hacen evidentes otros “adentro”, de la casa, de la computadora? ¿cómo se contesta ese quiénes somos desde nuestras nuevas prótesis?

 

Construir un espacio filosófico fuera de la academia: por qué afuera y qué es adentro

“Las herramientas del amo nunca desarmarán la casa del amo.”

Audre Lorde

 

Lo decible, lo políticamente correcto, las normas, los estilos, las fuentes, los modos, lo relevante, ¿qué pasa cuando lo que queremos, necesitamos, tenemos ganas de decir no encaja en la forma? Distinción ya aristotélica, morfe-hyle, aquello de lo que puede haber ciencia y aquello de lo que no. ¿Se trata, todavía, acaso de cómo establecer el criterio a partir del cual algo es “accidental” y algo es “esencial”?

“Deseamos perdernos en las cartografías rizomáticas del presente que se fugan de las demarcaciones bien dibujadas de “las carreras académicas” y de la investigación “como instrumento neutral, omnisciente y omnipresente del conocimiento”.” (Haraway, 1991)

Sabernos en busca de una creatividad conceptual/teórica/vivencial renovada nos lleva a construir un espacio filosófico por fuera de la academia, desdibujando las líneas limítrofes, habitando los territorios fronterizos. Buscando, entre las accidentalidades y las (no) esencialidades, procedimientos/haceres multiformes, y astutos, que nos permitan disputar los sentidos que ahí quedan anestesiados, pero también, pese y desde la crítica, movilizarnos desde algunas de las herramientas que ahí se producen. Hacerse cargo de esa decisión es lo que consideraríamos “estar en el medio”, habitar la borderland (Anzaldúa, 2016). Pero, ¿en el medio de qué?

¿Qué pensamos cuando decimos construir espacios por fuera de la academia? Pensamos en espacios desacralizados, donde otras prácticas sean efectivas y estén afectadas por diferentes posibilidades que no tienen lugar dentro de la sacralidad institucional de la neutralidad valorativa. Construcciones colectivas de espacios por/en/desde el deseo, donde los haceres/aprendizajes se encuentren en un entramado de afectos.

Es así que el espacio de taller habilita (o puede habilitar a) armar un espacio que se acerque a todo esto que venimos formulando. O, al menos, es la apuesta.

Cuando pienso un taller y formulo su presentación como un espacio colectivo, lo hago casi como un manifiesto político, como una excusa textual y como una oportunidad erótica donde la politicidad tiene los ribetes de la suavidad teórica, la gesticulación antididáctica de la poesía, el hirsutismo de una lengua que monta el absurdo, la desprogramación moral del libreto militante. (flores, 2020, p. 6)

Pero no hay que pensar por ello en la búsqueda de una paz perpetua, sino más bien del ejercicio de sostener los procesos en su conflictividad, entendiéndola como eje a través del cual se puede canalizar el pensamiento y, paradójicamente, dejar que explote.

 

La materialidad efectiva

Encontrar un lugar, pagarlo o negociarlo, prepararlo, adaptarlo, hacerlo funcionar. Las ventajas de la institución son también sus cadenas. El espacio físico es un desafío. La disposición de los cuerpos es una clave. No porque en la academia sea fácil, sino porque es distinta. ¿Dónde están los cuerpos que no están ahí, quiénes son y por qué quisiéramos buscarlos?

“Filosofía y poesía”, como taller, en el patio de una casa, en un zoom, en una plaza. Con o sin baño público, con o sin agua caliente, con o sin pizarra. Con o sin cuaderno, con o sin fotocopia, con o sin pago. Aventurarse a crear los espacios es comenzar a debatir qué cosas nos hacen falta: pensar en la infraestructura, necesitar los recursos, inventar las alianzas, ocupar el espacio público (y el privado). Ver qué colectivos llegan, si hay escalera o rampa, si se puede dejar la bici. Saber que, en la mayoría de los casos, por más afán de gratuidad que haya, resta pagar los impuestos y hacer el aseo, porque de eso también se trata la vida en las condiciones actuales y el sostenimiento de los lugares (y de la vida). Y no porque haga falta resolverlo todo, sino porque es propicio socializar los modos en que un espacio se vuelve lugar posible y deseable del hacer-pensamiento, los modos en que se hace una guarida o una trinchera.

Y quizá porque no haya del todo un adentro y un afuera se pueda sabotear la rigidez monumental (y anticuaria) de los espacios sacros de la/s academia/s, pero a todo eso hay que ponerle el cuerpo (y más de un cuerpo). E indagar en sus variables las preguntas silenciosas, los nudos detrás del telar: ¿quiénes limpian nuestros espacios de desarrollo intelectual, quienes sostienen con su trabajo la pulcritud de nuestras oficinas? ¿Quienes acceden a las aulas donde esperamos que llegue la gente y cómo lo hacen? El entramado es complejo y, sin embargo, más que un llamado a lo imposible es un esfuerzo por poner sobre la mesa las posibilidades y abrir el espacio para que otres cuenten su condición.

Todo esto, en sí, es un llamado a pensar que salirse de las instituciones es (o puede ser) abandonar esa “claridad” de protocolo, la cual tampoco está tan aceitada ahí dentro si pensamos su mecánica burocrática. Es preguntarnos por los recursos físicos, energéticos y de cuidado que son necesarios, sobre todo si pensamos en identidades abyectas a la categoría de sujeto como reguladora de la ciudadanía. Porque no sólo se trata de pensar los (no) límites entre filosofía y poesía, sino también de procurar condiciones donde ejercitar la escritura como práctica de sí sea posible y deseable.


El doblez de la virtualidad

Para la fecha del taller en su versión virtual los diarios de cuarentena ya eran rutina. Circulaban recomendaciones, sugerencias, invitaciones, desafíos, aplicaciones para dibujar, jugar, cortarse el pelo. Las estrategias de entretenimiento eran recetas inexperimentadas que se difundían mensaje a mensaje.

Con el celular en la mano, como extensión del cuerpo/prótesis, o las computadoras nómadas por la casa, nos proponíamos encontrarnos en la “web”, en la telaraña de encuentros/pantallas digitales que se despliegan alrededor del mundo entero. La pandemia hizo de nuestros lugares comunes una imposibilidad y movilizó a inaugurar sitios, en el derrotero de nuestros espacios más íntimos, para esos encuentros dislocados. Pasamos de un patio en el que circulaba de boca en boca un mate, a la presteza que exigen las videollamadas grupales, de la tensión de las miradas a la atención al flujo de internet, de los silencios a los delays (aún cuando los silencios igualmente se sostengan).

Uno de los fragmentos producidos en esta ocasión y a partir de un disparador en torno a las dimensiones del silencio o los modos de entenderlo es el siguiente:

“Del silencio al ruido silencioso

Certezas tengo que no nos salvara el silencio complice

Audre ya lo advirtió

Pero seguimos callando cuando hay que gritar

Y hacemos sonido cuando hay que sentir

Sentir es silencio?

Silencio motor de mis contradicciones

Estoy en silencio mientras las palabras se amontonan en mi cabezas

El ruido del teclado quiebra el silencio de la habitación”

Hablar de poner el cuerpo pasó a ser conectar y encender la cámara en el más alto grado de legitimidad cibernética. Sin embargo, ¿qué sabemos de aquelles que se encontraban en situaciones de aislamiento (por motivos de salud, de inaccesibilidad, de violencia) antes de que el fenómeno colectivo se instaure? Pensar la subjetividad sea quizás, en este sentido, interesarse por las experiencias que trazan linderos, que divide las formas de habitar el mundo, que viene a poner en duda nuestra normalidad y, con ella, nuestras anormalidades.

“Filosofía y poesía”, como taller, como una dinámica que fue pensada en la materialidad de los cuerpos reunidos, ensayó una secuencia distinta para poder habitarse a través de la pantalla. Y las posibilidades que inauguró la conexión remota fueron enormes en algunos puntos, fundamentalmente respecto de las personas de distintas provincias que estuvieron coincidiendo en esa nube de datos que circula por vías infrarrojas y fibra óptica. No obstante, ¿hay una irremplazabilidad de la res extensa (parafraseando a Descartes) en el modo de enseñar/aprender?

Quizá para saldar ese abismo baste con pensar que nunca no hay cuerpo que comporte los modos en que la subjetividad diseña su estructura. Y que siempre importa dónde se esté, aunque sea detrás de una pantalla. Aún cuando haya un sabor poco conocido en el condimento que sazona esta manera particular de conectarse que algunes hemos descubierto con la pandemia.

Ese adentro/afuera difuso no supone -entonces- una línea divisoria, sino un espacio de cruce, tanto como lo son las ficciones encarnadas del yo-otro o las separaciones tajante de las disciplinas.

 

Sobre cómo disponer un espacio horizontal. Vínculos en el pensamiento/aprendizaje: quién (no) manda

“Se trata de la insurrección de los saberes. No tanto contra los contenidos, los métodos o los conceptos de una ciencia, sino una insurrección, en primer lugar y ante todo, contra los efectos de poder centralizadores que están ligados a la institución y al funcionamiento del discurso científico organizado dentro de una sociedad como la nuestra.”

Defender la sociedad, Michel Foucault

 

Esa sociedad que menciona la cita de Foucault, quizá no sea tan nuestra y, sin embargo, ¿cómo trabajar sobre la frontera entre las instituciones construidas a base de un anhelo europeísta? Hay un modelo, un sistema de distribución jerárquico del poder, toda una práctica que sostiene los lugares de mando. Incluso el modo de rendir concurso es discutible; los espacios que nos damos unes y a otres.

Uno de los cuestionamientos que más fuertemente se sostiene en esta geometría es si se puede cambiar la academia desde adentro, como un facsímil del caballo de Troya. Y quizá el mayor problema está en la radicalidad con que exige ser pensado ese “cambio”, cuando también podemos intentar crear otra cosa.

Nuestra experiencia respecto de tratar de inaugurar otros lugares de producción y circulación de saber no ha sido, por supuesto, tan fructífera al sistema de los certificados y los avales y, sin embargo, es rica en sabiduría vital afectiva. Una pedagogía poscolonial necesita cuestionar estos sitios de cristalización, tanto los espacios como los roles. Y necesita desviarse del “conocimiento autorizado” para reconocer el conocimiento producido en estos otros espacios, en los “afueras”. Porque una/s pedagogía/s decolonial/es, con su riqueza en sabiduría vital afectiva, sigue/n las huellas del “amor decolonial”, que pregona Chela Sandoval (2000): construir, desde las ruinas de la colonialidad, posturas y prácticas críticas que permitan vidas vivibles y que reconstruyan el tejido rasguñados por los poderes centralizadores.

Sin embargo, aun cuando no sea necesario (estrictamente) trabajar en la academia, sí es posible trabajar en relación/con ella en cuanto existe. Quizá no al modo de caballo de Troya sino inaugurando nuevas formas de articulación de los saberes a lo largo de la vida y nuevas formas de entrar en contacto entre nosotres.

Si recuperamos en este punto al taller “Filosofía y poesía”, además de las tensiones disciplinares ya mencionadas, se ha dado, por un lado, la extrañeza frente a la salida del espacio áulico y, por otro, la ausencia de alguien “al frente”. Siempre, sin embargo, hay “un” orden. Una pauta posible es pensar lo que dice val flores (2005): “Es común que cuando el/la sujeto/a marginado/a toma la palabra y visibiliza, se lo/a acuse de querer imponer su punto de vista; es así como opera el pensamiento hegemónico, ocultando la arbitrariedad y ceguera de su mirada”. Y a partir de allí es que cosideramos que es posible hacerse (y hacernos) capaces de dilucidar los reclamos, cosa que no se puede lograr sin práctica. Y una práctica ligada al sentido que ahí se construye, es decir, corriéndose/nos del lugar de la decisión absoluta.

Esto tiene que ver con hacer “nostredad” (Wayar, 2018) desde la des-identificación, desde lo que no-somos, y, de esa forma, corromper la idea de “sujeto” como individuo, siendo este, como citábamos de Nancy, lo “inhallable” (2014). Y aunque quizá sea dificil entenderlo para aquellas personas que han encontrado y mantenido en la academia (institucionalmente hablando) su grupo de contención/afinidad, para quienes nos ha resultado (o resulta) un sitio expulsivo o del cual tenemos que tolerar cierto grado de violencia sólo para tener el privilegio de habitarla, es un lugar a desmantelar.

 

Sobre cómo disponer un modo de conocimiento que no privilegie la racionalidad.
“Nadie sabe lo que puede un cuerpo antes de la experiencia” [10]

“Lo múltiple hay que hacerlo.”

Mil mesetas, Gilles Deleuze y Félix Guattari

 

Ni práctica sin teoría, ni teoría sin práctica; ni cuerpo sin pensamiento, ni pensamiento sin cuerpo. Esta instancia de taller se inaugura fundamentalmente como un espacio de contacto.

Así es, una teoría es exactamente como una caja de herramientas. Nada que ver con el significante... Es preciso que sirva, es preciso que funcione. Y no para un mismo. Si no hay gente para utilizarla, empezando por el propio teórico, que entonces deja de serlo, quiere decir que no vale nada o que no ha llegado el momento. (Foucault, 2019)

Cuando nos encontrábamos presencial, se disponían las sillas de manera circular con una mesa central donde están algunos de los libros que leeríamos como herramientas textuales. Pero no sólo libros: fanzines, recortes, impresiones de capturas de pantalla de poemas de instagram, todo aquello que pueda sugerir (o invitar) a la interpelación. Porque si de lo que se trata es de convidar otros modos de hacer-pensamiento, es inevitable -en nuestro modo de construcción- no acudir a materiales que muchas veces quedan deslegitimados por la plataforma/materialidad en la cual se hayan.

También nos presentamos, decimos nuestros pronombres. Importan nuestras voces tanto como el hecho de estar ahí. Importan nuestras luchas y todo aquello que devenga nuestra singularidad. Importa lo que podamos formar en la heterogeneidad de ese proyecto en su actualidad, en su estar-lanzade allí. Sin número de DNI como dato representativo, sino con la forma que adquiere el nombrar-se en la posibilidad de la espontaneidad que intenta sugerir ese paisaje, ese ritual de fragmentos que disponemos para encontrar-nos. ¿Y qué de los cuerpos? Tal como se señala val flores:

La acción educativa es una acción corporal que acontece entre los cuerpos o contra los cuerpos, implica pensar en una disputa tanto por las corporalidades como por las palabras que serán posibles y vivibles en el espacio escolar en un momento histórico específico. Nuestras prácticas pedagógicas y las dinámicas institucionales construyen y a la vez eliminan cuerpos, por eso esas mismas prácticas son formas de archivo de nuestras técnicas de supervivencia y, también, del aniquilamiento estatal. (2019, 46-47)

El beneficio, en nuestro caso, es prescindir del deber al que obliga el espacio escolar/institucional. El peligro es repetir esas lógicas sin siquiera la infraestructura por la cual se intercambia esa obligación. Por ende, la práctica que llevamos adelante no tuvo tanta relación con un deseo ermitaño de habitar la libertad individual por fuera de la academia, sino con generar espacios (en compañía y en co-laboración con otres) para que nuestro título docente funcione de otra forma, adquiera otras dimensiones. No porque creamos que este sea necesario y que alguien sin él no puede diagramar estas geometrías, sino porque ya lo tenemos y queremos hacer de él algo distinto.

Luego leemos algunas propuestas (Audre Lorde, María Zambrano, Gloria Anzaldúa), tanto poemas como narrativas, porque ¿cómo asir la diferencia de vibraciones de aquello que nos resuena en el cuerpo, en la forma en que decimos las cosas y a nosotres mismes? En este sentido, el taller fluctúa, no siempre es el mismo. No se leen dos veces las mismas cosas, tanto como no podríamos meternos dos veces en el mismo río [11] . Y hay que aprender -en ese movimiento- a percibir la sospecha que se levanta entre las miradas que sondean el territorio desconocido de esos otros cuerpos, aquellos que también se apiñan en torno al eje, al altar modesto que proponemos con nuestros papelitos.

Vamos leyendo y vamos escribiendo, casi como un ejercicio de baile. Vamos oyendo y vamos anotando. No es que hagamos un panel que diserta sobre distintas perspectivas relativas a la definición historiográfica de “sujeto”, sino que a través de la lecto-escritura vamos ensayando modos de entrecruzar la ofrenda experiencial que cada une trae a la reunión, teniendo por supuesto que: “hacer teoría desde un punto de vista lesbiano o trans es un trabajo de invención, porque somos un producto de silencios, borramientos, más que de marcas e inscripciones.” (flores, 2013, 27). Tampoco hay un ánimo imperioso de productividad, ni de trabajo final, sino una disposición anímica que nos habla de la inexistencia de los espacios seguros a priori para nuestros cuerpos abyectos.

Uno de los fragmentos que ha quedado expresa algo de eso a partir del ejercicio de la piedra en el estanque, cuyo disparador era la frase “conocer quizá sea...”:

“Lo que queda por hacer,

hacer conocer las posibilidades,

posibilidades quizás sean las que quedan trucadas por la metáfora del tiempo reloj,

reloj quizás sean los que caen para conocer,

conocer quizás sea un estanque donde no hay fondo”

Se invocan las preguntas como puntapiés: quiénes somos en esa pluralidad, quién soy en y a pesar de ella; cuál es mi propio silencio. Y se deja. Así como a la tensión muscular le sobreviene una necesaria elongación, a la escucha hay que hacerla escribir (o hablar) para que estire. Hay que dejar leudar esos procesos, aun en los períodos cortos que supone un taller.

No se obliga, se propone. Y se abre el espacio para compartir lo producido como ensayo, porque en la oralidad también se interceptan códigos, porque la sonoridad aporta un condimento más, otro sentido en acción. Nadie va a tener la mejor respuesta, aún cuando algunas escrituras nos conmuevan más que otras. No hay evaluación, ni competencia explícita, aunque los mecanismos asociados al estar-con-otres bajo la forma de la comparación se reproduzcan muchas veces de manera semiautomática.

Hay que hacerle lugar al malestar que se genera en los límites difusos de la exposición, por eso la creación de espacios de encuentro es una alquimia tan difícil. Requiere no sólo del espacio físico sino de administrar la tensión del aire, esa presión invisible que se genera entre los textos, entre el silencio del papel y su posible sonoridad. Y además de desandar la vergüenza de leer lo propio, sobre todo en aquello que ha sido replegado a la intimidad por impotencia o por seguridad de sí, como autocuidado. “¿Complejo? Esforcémonos más.” (Wayar, 2018, p. 26)

 

Conclusiones

“Filosofía y poesía”, como taller, como intento de fuga de lo disciplinar, como forma de estimular conocimientos posibles que excedan y desborden el régimen legitimado institucionalmente de los saberes (y no sólo como una actividad de la cual nos hicimos cargo en su espacio/temporalidad sino como puente, como tensión de las fibras que tejen la trama entre lo filosófico y lo poético) fue animarse a sacudir los rincones de lo conocido para inaugurar ahí una fisura que conecte con otros modos de experimentar el mundo y a sí misme, ahí donde eso que conocemos como “sujeto” puede exceder su “sujeción” y ser otra cosa, devenir singularidad/agenciamiento. Sin embargo, esto no sucedió -en nuestro caso- de manera espotánea, sino que fue atravesando las distintas instancias que aquí se plantean, tanto respecto del nombre como de los modos de abordaje: de “nuestra” posición relacional dentro del conjunto, de la preparación del espacio, del desde dónde teórico/experiencial del trabajo. Para lograr pensar la teoría; para que esta sea una herramienta, una caja de herramientas, hasta quizás una técnica, pero no un destino. Sobrellevando la urgencia de su certificación y haciéndola andar para que en su práctica adquiera el atributo de lo vivo, más no ignorar lo que tiene de alimento y de contacto. Entregarla con la amorosidad de quien cuenta un cuento y, a veces, quizás, un cuento del que depende nuestra vida.

Nuestras conclusiones son varias y no suponen un cierre, sino un estado de situación vital. En primer lugar, nos parece interesante seguir pensando la cuestión del sujeto. Pensarla como construcción, no para descartarla como nivel de análisis, sino al contrario, para componer las formas en que nos relacionamos a partir y a través de esa categoría, incluso allí donde no está explícita. En segunda lugar, pensamos en una invitación a generar espacios que puedan ser fugas, que alienten otros mundos posibles, pero también otros mundos ya existentes, el que estamos haciendo y en el que estamos. No alcanza solamente con que nuestro discurso sea, por mencionar algo cercano a esta experiencia en particular, gay/trans-friendly si esa “amistosidad” no se recompone como modo de vida. Eso supone, en parte, espacios donde la evaluación no sea un télos excluyente, sin que esto signifique tomarse las cosas a la ligera, es decir: espacios donde se habilite la pregunta sin que responder sea llenar un formulario. Por eso poesía para sortear la angustia con que arremete la muerte (física o simbólica) y filosofía para que no nos nieguen las preguntas que punzan por dentro el pecho, pero no como dos disciplinas que se juntan, sino como caras de un mismo acto creativo que busca retorcer nuestros propios modos de decir. Nombrarlas, como al mismo “sujeto”, no para clausurarlas en su definición, sino para despuntar -con los imaginarios que convocan- otras formas de hacer praxis.

 

Bibliografía

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[1]    Estamos pensando aquí la noción de saberes sometidos (Foucault, 2014) teniendo en cuenta que las personas que participaron en el taller no remitíamos, mayoritariamente, al “sujeto” que enarbola la modernidad eurocentrada: hombre, blanco, heterosexual, cis (etc.) así como tampoco al sujeto del feminismo ilustrado: mujer, blanca, clase media. Esto es importante no en cuanto exotización de nuestras diferencias, sino porque supone una vida que se juega en/a través de los márgenes de aquello que se propone como vivible: “la normalidad”, tanto la ciudadanía plena en tanto “sujeto de derecho”.

    Esto teniendo en cuenta que, a su vez, “el mínimo supuesto bajo la palabra “sujeto” es una cierta unidad, y eso es lo que no hallamos. El inhallable supuesto del sujeto, ese es nuestro problema, ese es el estado crítico del que hay síntoma.” (Nancy, 2014, p. 18) Es decir, lo que viene a poner en cuestión el taller específicamente es: cómo nos agenciamos a través o más allá de eso inhallable y cómo configurar un espacio para hacerlo, aunque sea mínimo.

[2]   La cita es de Foucault (1968) y los corchetes son nuestros.

[3]    Análogamente a lo que Foucault plantea respecto de que el “hombre” es una figura que no tiene ni dos siglos (1968), pensamos aquí que también el “sujeto” apareció (y aparece) como pliegue, pero que puede tomar una forma nueva. O incluso que va a tomarla y que se puede intervenir en eso parcialmente.

[4]   Posibilitarse dislocar el orden de “lo superior” es un ejercicio que, en nuestra práctica, adquiere algunos matices nietzscheanos en relación a poner jugar el valor de los valores.

[5]    Este “poner en entredicho” ha sido trabajado, según nuestras consideraciones, por Monique Wittig (2006), especialmente en su ensayo titulado “La marca del género”.

[6]   Tenemos en cuenta, asimismo, las intempestivas de Nietzsche.

[7]   Tomamos como punto de partida el texto homónimo de val flores (2012)

[8]   Como dijo Nietzsche, precedido por las “cosas singulares” de Spinoza: “(...) nuestro cuerpo, en efecto, no es más que una estructura social de muchas almas.” (2015, 30).

[9]   Pensamos en la distinción que nos ofrece Oyèronké Oyěwùmíen: “Aquí manejo dos acepciones de la palabra “cuerpo”: la primera, como una metonimia de la biología, y la segunda, que enfatiza el auténtico carácter físico que ocupa en la cultura occidental. Haré referencia tanto al cuerpo material como a las metáforas.” (2017, p. 38) Así como también en el desarrollo de un cuerpo lésbico como cuerpo sin órganos (Prado, 2021), el cual toma -a su vez- lo antes citado.

[10] Parafraseamos a Spinoza en su Ética, especialmente en el Escolio de la proposición II parte III, a partir de un taller sobre este autor dictado en 2020 la prof. Julieta Kordys y el lic. Pablo Torre Bataller.

[11]   Parafraseando a Heráclito.