“Hacer” universidad pública en pandemia. Reflexiones en torno a la desigualdad desde la
experiencia docente en la
Universidad Nacional de San Juan
“Making” public university
pandemic. Reflections about inequality
based on teacher’s experience in the Universidad Nacional de San Juan
María Carla Echegaray
Universidad Nacional de San
Juan, Argentina
Ivana del Valle Merlo
Universidad Nacional de San
Juan, Argentina.
Florencia Wortman
Universidad Nacional de San
Juan, Argentina.
profesoraflorenciawortman@gmail.com
Recibido: 26/03/2021
Aceptado: 06/07/2021
DOI: https://doi.org/10.48162/rev.36.026
Resumen. En un contexto nacional e
internacional de emergencia sanitaria que generó una situación atípica de
cierre simultáneo de todas las instituciones educativas, atravesamos una
experiencia del ejercicio de la docencia extremadamente particular: una
migración forzada hacia la virtualidad cargada de incertidumbre. En este
escenario, se reactualiza la pregunta por las desigualdades y su presencia en
las trayectorias educativas, en este caso, de estudiantes universitarias/os de
la universidad pública. Aquí presentamos algunas reflexiones, preguntas y
algunos pasos en el camino de la interpretación, para que, en toda la vorágine
del teletrabajo en pandemia, lo que pasa a quienes están a ambos lados de la
pantalla no nos pase desapercibido.
Palabras clave. Desigualdades
socioeducativas; pandemia; universidad pública; docencia; trayectorias
educativas.
Abstract. In a national and
international context of health emergency that generated an atypical situation
of simultaneous closure of all educational institutions, we are going through
an extremely particular teaching experience: a forced migration towards
virtuality full of uncertainty. In this scenario, the question of inequalities
and their presence in the educational trajectories, in this case, of university
students of the public university, is reopened. Here we present some
reflections, questions and some steps on the path of interpretation, so that,
in all the maelstrom of teleworking pandemic, what happens to those who are on
both sides of the screen does not go unnoticed.
Keywords. Social educational inequality;
pandemic; public university; teaching; educational trajectories.
En la presente narrativa
de experiencia pedagógica nos proponemos reflexionar en torno a las
problemáticas que atraviesa la docencia universitaria vinculadas a: las
exigencias que la academia establece para el dictado de clases en la modalidad
virtual; las desigualdades educativas frente a las brechas socioeducativas que
se reafirman y abren entre los distintos sectores sociales y la tensión entre
heterogeneidad-diversidad-homogeneidad en la educación superior. Los
interrogantes que nos orientan son: ¿cómo se manifiesta la desigualdad en la
Universidad Nacional de San Juan (en adelante UNSJ) atravesada por la pandemia?
¿De qué manera afecta a las/os docentes? ¿Cómo aparecen la diferencia y la
diversidad en este escenario?
El análisis de las
experiencias pedagógicas se enmarca en la UNSJ[1]
donde nos desempeñamos como profesoras, en cátedras de primer año. Recuperamos,
inspirándonos en recursos etnográficos, las experiencias laborales personales
en contexto de pandemia en el transcurso del 2020. Éstas se constituyen en
objeto de análisis al recuperar narrativas pedagógicas documentadas desde
frases, sentires e intercambios de experiencias educativas propias. Extraemos
los datos cuantitativos de encuestas de sondeo estudiantil realizadas al
interior de las cátedras a nuestro cargo, que tuvieron por objeto conocer
características del grupo de estudiantes y adecuar las propuestas didácticas.
En el primer apartado,
describimos algunas significaciones que circulan en la comunidad educativa
universitaria en este contexto de virtualidad y, a las que identificamos como
“mitos”.
En el segundo apartado,
nos concentramos en las desigualdades y sus diversas expresiones. Por un lado,
podemos observar una profundización de las brechas de desigualdad educativa
marcada por el acceso o el no acceso al conjunto de recursos tecnológicos
necesarios para sostener la trayectoria educativa universitaria. Por otro lado,
percibimos el renovado valor social asignado al esfuerzo personal y a los
logros individuales sin reparar en la selectividad social que encierra la
meritocracia.
En el tercer apartado,
nos proponemos identificar los sentidos con los que es percibida la
homogeneidad en nuestra universidad, sobre todo al reconocer que la atención a
las diferencias es el gran ausente en este contexto de pandemia.
En el cuarto apartado,
esbozamos interpretaciones asociadas a la importancia del vínculo
educador-educando en las prácticas pedagógicas. La experiencia educativa desde
la virtualidad evidencia el conjunto de lazos sociales que se tejen en el aula
y que posibilitan sostener/nos.
Por último, expresamos
aquellos “sentires” que nos motivan a esbozar algunas conclusiones y nuevas
preguntas y malestares. Compartimos con ustedes esta narrativa pues queremos
poner en valor este ejercicio metacognitivo de pensar en colectivo nuestra
tarea cotidiana enmarcada en este particular contexto.
En el texto de Patricia
Redondo y Sofía Thisted (1999) Las escuelas en los márgenes. Realidades y
Futuros se explican ciertos mitos construidos sobre la relación
escuela-escolarización a lo largo de la historia del sistema educativo.
Adherimos a la consideración de que estas significaciones están íntimamente
vinculadas a las interpretaciones de prácticas sociales y culturales
configuradas en una comunidad, pero a la vez estas construcciones sirven como
organizadores de las prácticas sociales; en relación a ello las autoras
proponen:
Pensar en la categoría de “mito” como
“sistema de representación estructurado de acuerdo a las categorías y a las
prácticas sociales” (Colombo, 1993), no como una copia significante de la
realidad sino como un sistema de significación simbólica eficiente (...) [y]
comprender los procesos por los que se construye por ejemplo la naturalización
de la desigualdad como reaseguro de la reproducción del sistema. (p. 158)
En este análisis
recuperamos ciertas interpretaciones construidas con respecto a las prácticas
escolares en la modalidad virtual, principalmente aquellas que organizan la
experiencia docente. Cada una de estas significaciones que identificamos como
“mitos” están íntimamente vinculadas entre sí, razón por la cual en ciertas
ocasiones una sostiene a la otra. A partir de ello nos preguntamos: ¿qué mitos
construimos en tiempos de pandemia?
Primer mito:
Virtualmente, seguimos educando
La denominación “seguimos
educando” adoptada desde la política educativa nacional da cuenta de la
expectativa de continuidad de las prácticas formativas bajo la modalidad
virtual. Nos detenemos en esta denominación a fin de interpelar las
significaciones construidas bajo la misma, y a partir de ello nos preguntamos:
¿Seguimos educando? ¿Cómo? ¿Es posible?
Si analizamos las
acciones desarrolladas en los ámbitos universitarios que transitamos,
observamos que esta significación estuvo como baluarte, en un contexto en el
que es necesario reivindicar la potencialidad que tiene la praxis educativa
institucionalizada.
Esta acción de
continuidad expresa la supuesta adaptabilidad y las posibilidades de las
instituciones de educar en todo contexto, a fin de dar cumplimiento con lo
expresado en cada programa de estudio. Asimismo, este mito refleja una triple
tensión: responder a lo requerido institucionalmente, lo demandado por el
equipo de cátedra (en caso que existiera) y por último, adecuarse a las
disponibilidades/condiciones cotidianas para aprender de las/os estudiantes. El
predominio de cada uno de los elementos configuró propuestas formativas
heterogéneas que, en ciertos aspectos, -como por ejemplo posicionamiento
pedagógico- no se condicen con una propuesta educativa articulada
institucionalmente.
Advertimos que esto fue
posible porque desde cada cátedra se hizo lo “que se pudo”, según la
disponibilidad y el posicionamiento pedagógico-didáctico de cada docente para
ofrecer respuestas a las demandas institucionales y estudiantiles. Tal como
expresa Esteban Magnani (2020),
La pandemia global de coronavirus nos arrojó
a la intemperie con lo puesto, que para la mayoría era poco. Ya existía una
profunda desigualdad en el acceso a los recursos digitales, a dispositivos,
conexión a internet, saberes específicos para explotarlos. (...) En una nueva
situación que llegó sin aviso y sin tiempo para nada, cada estudiante, docente,
padre e institución hicieron lo que pudieron para salir a flote con lo que
tenían a su alcance. (p. 85)
Observamos otro elemento
coadyuvante a este caos de propuestas formativas: la tendencia a la acción que
privilegia la continuidad sobre la interrupción, las decisiones verticalistas
antes que los consensos -aquellos que permiten generar espacios de diálogo y
análisis conjunto-. Reconocemos que esta tendencia no es novedosa en el campo
educativo, por lo tanto conociendo sus limitaciones, sigue aún vigente al
momento de configurar las acciones.
Segundo mito: Con
voluntad todo se puede
En este mito recuperamos
la asociación entre ejercicio docente y voluntariado, éste que se desarrolla gracias
a un combustible: la voluntad ilimitada. Y opera basándose en la premisa
de que el docente actúa con dedicación sin medidas para la resolución de los
obstáculos que se presentan en su campo de acción, y a la vez posee la
versatilidad de habitar distintos espacios del campo educativo. Por las
exigencias que recaen en este ejercicio benevolente, se suele interpretar que
no todos tienen ese “llamado interior” para cumplir con el servicio: el de
actuar en una suerte de apostolado laico. Estas imágenes estuvieron presentes
en la matriz originaria del magisterio, en relación a esto Popkewitz (1999)
señala:
Esta convocatoria, [a la docencia] si bien
suponía una actividad a desarrollarse en escuelas no confesionales, estaba
imbuida de ribetes religiosos: ser docente implicaba responder a un llamado
interior y asumir una tarea abnegada y misional estrechamente ligada con una
narrativa de salvación. (en Vassiliades, 2012, pp. 112-113)
En relación a la
versatilidad para intervenir en diferentes espacios, nos parece oportuno
mencionar cómo el desarrollo de los dispositivos tecnológicos aplicados al
campo educativo alimentan esta significación. Gracias a estos avances, en la
actualidad, las barreras geográficas han logrado ser franqueadas y es posible
-entre otras opciones- vincularse de manera sincrónica. Esto favoreció la
resignificación del aprendizaje, entendiéndolo desde la ubicuidad. El
aprendizaje ubicuo es conceptualizado, siguiendo los aportes de Nicolás
Burbules (2009), como la posibilidad que ofrecen los artefactos para
aprender-enseñar en cualquier lugar y momento a través de dispositivos
tecnológicos (tales como smartphone, laptop, netbook, entre otros). Por lo
tanto, el desarrollo tecnológico permitió ampliar el espacio de intervención,
pero nos preguntamos: ¿es posible que la/el docente, en la virtualidad, enseñe
en todo momento y en todo lugar? ¿Hasta qué punto es esto sostenible?
Creemos que es necesario,
en el actual contexto sanjuanino de pandemia, cuestionar el aprendizaje ubicuo,
ya que los límites de tiempo y espacio de trabajo están desdibujados para todos
como así también las reglas que ordenan los modos de habitar dichos espacios.
Esto nos lleva a observar que es necesaria la construcción de marcos normativos
que regulen y orienten las intervenciones en los EVEA[2],
que posibiliten pensar y definir las limitaciones, y las responsabilidades que
asumen los actores al gestionar y participar en los mismos.
A pesar de las
limitaciones observadas reconocemos que el aprendizaje ubicuo se constituye
como una propuesta potente, dado que permite la democratización de la educación
en distintos niveles educativos. Sin embargo, su potencialidad implica también
vigilar que las condiciones estén dadas: por un lado, los aspectos materiales
(dispositivos tecnológicos, conectividad, espacios y tiempos disponibles,
normativas de home office, etc.); por otro lado, las condiciones
psico-emocionales apropiadas para participar en los EVEA (motivación,
expectativas, deseo, organización, etc). Consideramos que dichos aspectos
permiten hacer efectivas las prácticas en pos de la democratización y que no
dependan del voluntarismo laico.
Tercer mito: ¿Qué hacemos
ahora? Trasladar la propuesta al aula virtual
En este mito subyace el
supuesto del tratamiento homogéneo promovido desde la Didáctica Magna de
Comenio (1657), “enseñar todo a todos”, invisibilizando las particularidades de
los sujetos y contextos. Inés Dussel (2020) señala que una de las implicancias
de este contexto pandémico es la nueva domiciliación de la escuela, las
prácticas no acontecen en la sede escolar sino que éstas se instalan en
lo doméstico y en las pantallas de los dispositivos tecnológicos. En este acto
de traslado ciertas instituciones se configuraron acorde a un supuesto
neo-comeniano: como un dispenser de tareas, aulas universitarias
virtuales como un repositorio digital de PDFs, planificaciones inmunes a la
mutación del contexto, y otras desarrolladas a máxima velocidad a fin de
dar continuidad y no “perder” el año. En este contexto nos planteamos ciertas
preguntas: ¿cómo se aborda la justicia educativa? La justicia curricular ¿se
constituye como un principio ordenador de las prácticas?
Axel Rivas, Florencia
Mezzadra y Cecilia Veleda (2011) abordan el concepto justicia educativa como un
modelo para la acción que entrelaza la política educativa y el planeamiento de
la educación a fin de brindar a las/os estudiantes las condiciones adecuadas
para el aprendizaje, tanto en sus hogares como en las escuelas. Este modelo se
configura en base a siete principios complementarios.
El principio universalista de la concepción
de la educación como derecho humano, que rechaza las aproximaciones basadas en
la educación como mérito, mercancía o don. El principio revisionista (...) que
propicia que los sujetos populares sean parte del centro orgánico del sistema
en lugar de ser atendidos en los márgenes por las políticas compensatorias. El
principio de correspondencia entre las concepciones basadas en la
redistribución y el reconocimiento, como dos caras de influencia mutua en el
camino hacia la justicia educativa. El principio de las capacidades de acción
en libertad como fin último del sistema educativo en reemplazo de las
concepciones utilitarias –centradas en la calidad– o meritocráticas –centradas
en la “igualdad de oportunidades” –. El principio de contextualización, basado
en la idea de justicia “comparativa”, que no espera por un modelo ideal de
justicia sino que busca dar pasos concretos en un contexto situado
históricamente. El principio de concientización de la política educativa, que
propone una práctica reflexiva y autocrítica de las autoridades educativas
sobre los obstáculos a la justicia propios de la organización estatal de la
gestión de la educación. El principio de participación social como parte de una
mirada de la construcción de la justicia educativa que no va de arriba hacia
abajo, sino que se logra en articulación, con diálogos democráticos entre los
diversos actores sociales. (pp. 72-73)
Intuimos que en el actual
contexto se prioriza el primer principio, el de educación como derecho, en
cuanto sólo se piensa en términos de asegurar el derecho a la “continuidad” y
al “acceso a los recursos tecnológicos o conectividad”. Observamos que en los
modos de acción actual se dejan de lado otros aspectos que este principio
abarca, aún así el conjunto de principios de justicia antes enunciados tampoco
resulta prioritario. Como actividad rezagada queda el análisis de los
contenidos, el modo de presentarlos, las condiciones adecuadas para
aprender-enseñar, entre otros.
En relación a esto
último, señalamos que el tratamiento y significado que se construyen sobre
justicia repercute no solo en la organización y gobierno de las instituciones
sino también en cómo se organiza lo curricular. En pos de una configuración
curricular democrática que permita la justicia social, Conell (1997) señala
tres principios: el abordaje de temas educativos desde la posición de los menos
favorecidos, la participación y escolarización común y la producción histórica
de la desigualdad.
A modo de síntesis, nos
resulta pertinente la definición de De la Cruz (2016) dado que abarca todos los
aspectos que entran en juego en términos de justicia curricular y que, en este
contexto, supone construirla en pos de una justicia social. La justicia
curricular integra:
el análisis de los contenidos, las
metodologías y las estrategias de enseñanza, los sistemas de evaluación, así
como de los mecanismos de participación, gestión y organización escolar, en pro
de cuestionar los modelos imperantes y replantear al interior de las escuelas
su función y responsabilidad en la formación de las nuevas generaciones. (p. 7)
El efecto que ha generado
el fenómeno global de la pandemia por Covid-19 tuvo consecuencias críticas y
desestabilizadoras en los modos de organización, comunicación y vinculación
adoptados por las distintas culturas. Por tanto, no sólo se ha profundizado la
crisis de las economías mundiales o se han visto colapsados los sistemas de salud,
sino también, se ha visto forzado el cierre del conjunto de las instituciones
educativas en el mundo. Los sistemas educativos fueron generando distintas
acciones para sostener la escolaridad a través de variadas estrategias,
cuya principal vía de comunicación fueron las TICs.
Sin embargo, el principal
problema identificado es el hecho de que muchas/os estudiantes no cuentan con
los recursos requeridos para sostener su continuidad escolar. Por tanto, las
estrategias adoptadas desnudan y reactualizan las desigualdades socioeducativas
que vienen siendo estudiadas en Argentina, por lo menos, desde la década de los
‘80. No hablamos de escuelas en los márgenes (Redondo y Thisted, 1999),
donde el contexto de vulnerabilidad socioeconómica de las condiciones de vida
de la comunidad que asiste a la institución escolar determina el
funcionamiento, actitudes, estrategias educativas y modos de socialización.
Observamos que en el actual escenario educativo se reavivan, en cambio, las
etiquetas individuales a partir de la identificación de las/os estudiantes
desde la carencia, tales como: estudiantes sin acceso a internet, sin
computadora, sin teléfono. En estas condiciones la continuidad educativa
se dificulta. El panorama se vuelve más desolador, pues no estamos analizando
fenómenos colectivos sino individuales. Ya no es la escuela/universidad sino el
estudiante el que carece de recursos tecnológicos o conectividad.
A continuación,
compartimos algunos datos cuantitativos obtenidos a partir de encuestas ad hoc
(aproximadamente 200 estudiantes) al interior de las cátedras de primer año de
dos unidades académicas (Escuela Universitaria de Ciencias de la Salud -EUCS- y
Facultad de Filosofía, Humanidades y Artes -FFHA-) de la UNSJ en las que nos
desempeñamos como profesoras.
La tabla nos muestra
algunas de las condiciones con las que las/os estudiantes que cursan primer año
cuentan, al momento de transitar sus estudios universitarios. Podemos observar
que un alto porcentaje se encuentra a cargo del cuidado de personas, sean éstas
adultos o niñas/os además de distribuir su tiempo entre el estudio y el
trabajo. Existen otros factores que se presentan como ordenadores de tiempos y
de tareas, ya que, entre un 30% y 50% aproximadamente de estudiantes expresan
que comparten tanto los espacios de estudio como el único dispositivo
tecnológico con otros integrantes de su familia. A esto se le suma, por un
lado, el limitado acceso a internet en algunos casos y, por otro lado, los
problemas de conectividad que se constituyen en una característica en la
provincia. Cabe destacar que esta encuesta no logró abarcar a la totalidad de
estudiantes que iniciaron el cursado de las cátedras en cuestión, justamente
por la ausencia de conectividad[3].
La situación antes
descripta se constituye, según nuestra experiencia, en una realidad cotidiana
en las distintas aulas virtuales de carreras universitarias en San Juan. Al
tomar de referencia los medios de comunicación locales percibimos la
representación social circulante en relación a la continuidad de los estudios
superiores. Por un lado, aparece el mérito asociado al esfuerzo y la
perseverancia que adoptan aquellos estudiantes universitarios de sectores
populares y/o con bajos recursos socioeconómicos para sostener su trayectoria
educativa. Por otro lado, la romantización de la desigualdad educativa en
términos de acceso y permanencia. Debido a que la continuidad educativa estaría
asegurada en la UNSJ, los estudiantes “tienen que adaptarse” a pesar de no
contar con dispositivos tecnológicos y conectividad que les permitan “estar en
clase”.
Entonces, se entiende a
la ilusión de meritocracia como un juego perverso en el que
todos (...) tienen abiertas las puertas de la
escuela y las mismas oportunidades de llegar al final del recorrido escolar, el
éxito depende ahora del mérito (...). Las desigualdades educativas son justas
si se derivan de las cualidades individuales de los alumnos (talento y
esfuerzo) y no de las características heredadas (origen social, sexo, etc.).
Así, el sistema educativo ubica, orienta y jerarquiza a los alumnos en función
de sus desempeños (Veleda, Mezzadra y Rivas, 2011, p. 28).
Las desigualdades se
profundizan, no se muestran como un problema sociopolítico y se asientan en el
plano de la esfera individual. Las/os docentes nos encontramos con lo que hemos
dado en llamar “desertores virtuales”. Identificamos, en primer lugar, a
estudiantes que directamente no figuran en las aulas virtuales, sabemos de su
existencia por haberse inscripto pero, por problemas que aún desconocemos (la hipótesis
más fuerte es la carencia de recursos tecnológicos adecuados), no continuaron
en la modalidad virtual su trayecto educativo. El segundo tipo de desertores
virtuales corresponde a aquellos que se ausentan por algún tiempo de las
clases virtuales y reaparecen exponiendo, al equipo de cátedra, las
dificultades personales que tuvieron para continuar cursando. A modo de ejemplo
de estas últimas afirmaciones seleccionamos los siguientes registros: “Profe,
le escribo este mail porque quería avisarle que no llegué a presentar el
parcial, lo que pasa es que se me rompió la pantalla del celular y me cuesta
leer de ahí, no tengo compu, sólo puedo estudiar del celular” (Romina; 20
años); “Profe, disculpe, pero ahora pude volver a conectarme, me robaron el celular
y recién me pude comprar uno, y estoy tratando de a poco de comunicarme con
todos los profesores para saber cómo puedo seguir” (Micaela; 18 años).
Al tomar de referencia
los aportes teóricos proporcionados por Robert Castel (2010) es que advertimos
la presencia de nuevas fronteras de exclusión educativa que amenazan a las/os
estudiantes universitarios en su derecho a la educación y desnudan la ausencia
de políticas educativas que garanticen su efectivización desde el Estado.
Robert Castel (2010)
identifica diferentes procedimientos de exclusión. El primero consiste en la
“supresión completa de la comunidad”; el segundo, en “construir espacios
cerrados recortados de la comunidad en el mismo seno de la comunidad”; pero a
la que prestaremos atención es a la
tercera modalidad de exclusión, a algunas
categorías de la población se les impone un status social que les permite
coexistir en la comunidad, pero que los priva de ciertos derechos y de la
participación en ciertas actividades sociales (...) representan una categoría
de subciudadanos (p. 267).
En tal sentido, según lo
observado, a los desertores virtuales se los priva de la educación a distancia,
del aprendizaje ubicuo y, también, del acceso a un “conocimiento disponible” en
todo tiempo y lugar. Se expone a estos estudiantes (por no contar con los
recursos que demanda la institución) a utilizar espacios de conectividad
públicos, a reconocer sus carencias socioeducativas y económicas para solicitar
ayuda extra o acceder a clases presenciales en un espacio-tiempo áulico de
atención personalizada[4].
Entonces, se arrastra a
este grupo de estudiantes a una serie de estrategias institucionales que buscan
“compensar” las desigualdades educativas. Lo que Robert Castel (2010) considera
uno de los grandes riesgos de la exclusión, ya que
la discriminación positiva se convierte con
facilidad en discriminación negativa (...) es estrecho el margen entre medidas
específicas que apuntan a ayudar a los grupos en dificultad y su instalación en
sistemas de categorización que les atribuyen un estatuto de ciudadanos de
segunda, hasta de… excluídos (Castel, 2010, pp. 271-272).
Otro de los aspectos que
advertimos se relaciona, por un lado, con la deficiencia, por parte de las/os
estudiantes que ingresan a la educación superior, en el dominio del empleo de
los recursos tecnológicos en espacios académicos. Existe una serie de códigos
virtuales cuyo uso desconocen, sobre todo, los vinculados a las vías formales[5].
Claramente cuentan con un mayor caudal de conocimientos sobre recursos tecnológicos
que utilizan en su cotidianidad, como pueden ser redes sociales, juegos en
línea o apps.
Por otro lado, y
retomando los aportes realizados por Jan Masschelein (2020) en el marco del
análisis de la escuela hoy, podemos observar que las/os estudiantes “extrañan
la escuela”. Cabe preguntarnos entonces qué se extraña. El autor expone que se
“extraña” la experiencia de ser estudiante, el espacio y el tiempo libre. Es en
la institución educativa donde las juventudes dejan de estar “predefinidas”, se
“liberan de la experiencia e historia personal” y ésta se constituye en el
lugar en el que “los docentes invitan a conocer, a equivocarse y a intentar
nuevamente”. No es ilógico pensar que esta reflexión puede traspolarse a la
vivencia de la cotidianidad universitaria.
Nos parece pertinente
mencionar, además, que las/los estudiantes universitarios que se encuentran
transitando el primer año de la carrera de grado tienen una débil pertenencia
institucional, desconocen funcionamiento, tiempos y modalidades de autogestión.
Ante la ausencia de otros canales de la presencialidad, esta situación generó
que las/os docentes se convirtieran en la vía más próxima para salvar dudas.
Las/os docentes se constituyeron en ese “muñeco de apego”, no sólo desde las
prácticas netamente pedagógicas (guías de trabajo, clases sincrónicas,
evaluación) sino, como se desprende de los discursos del propio ministro de
educación de la Nación, el que “sostiene” el vínculo con la institución. ¿No se
depositaron demasiadas funciones en los docentes debido al cierre de las
instituciones?
Observamos que la
urgencia que impuso la pandemia expuso cierta carencia de reflexión desde las
prácticas pedagógicas y las propuestas didácticas virtuales. Esto implica, por
tanto, la ausencia de reflexiones que indaguen en las dificultades que podían
atravesar no sólo los estudiantes sino también las/os profesoras/es vinculados
a la migración forzada a la educación remota. En términos generales percibimos
la consideración, desde la gestión y administración institucional, que las
desigualdades en el acceso a recursos tecnológicos y conectividad domiciliaria
no se constituye en una problemática entre las/os docentes universitarios. Esto
es una falacia. Resultan ser las/os docentes agentes que cumplen con sus
responsabilidades a pesar de los obstáculos y los tiempos que demanda la
urgencia de la nueva modalidad educativa. La visibilización de las dificultades
que atraviesan (atravesamos) las/os docentes (como disponibilidad de espacios,
tiempos, conectividad, recursos tecnológicos, cuidados de personas, entre
otros) se alcanzó a través de la lucha sindical en el planteo de “nuevas
condiciones de trabajo”.
Como se ha desarrollado ampliamente en la literatura
pedagógica especializada, durante un largo periodo de las políticas educativas
del país y de la región, la idea de la igualdad como punto de llegada se tornó
equivalente a la “homogeneidad”, y por lo tanto a la homogeneización en los
procesos escolares. La gran excluida de esta lógica fue, claramente, la
diversidad socio-cultural: el derecho a ser distintos, que tenemos todas/os por
igual, como se suele decir en alguna campaña de difusión.
Se trata de un mandato arraigado en las entrañas del sistema
educativo, pero si hay algún lugar en el que esta tendencia se agudiza, es
justamente la universidad. La casa de “altos estudios”, allí arriba por su
aparente carácter de verdad incuestionable, encarnada en sus profesores y su
autoridad académica, se ha caracterizado por las clases magistrales que emanan
conocimiento, las/os estudiantes escuchan, toman notas, leen y rinden exámenes,
al mejor estilo de “educación bancaria” según Paulo Freire (1970). La
diversidad - con excepciones y transformaciones históricas en las que no nos
estamos concentrando - es la gran ausente de las aulas, en las que no se hacen
visibles las distinciones étnicas, lingüísticas, ideológicas, sexuales, entre
otras. La diversidad se anula y se invisibiliza en nombre del conocimiento
válido y su reproducción. ¿En qué sentido percibimos la homogeneidad en nuestra
universidad en este periodo de pandemia? Consideramos que puede encontrarse en
varios aspectos.
En principio, la homogeneidad está presente al momento de
diseñar las acciones y políticas pedagógicas de la UNSJ. Durante el 2020 se ha
puesto de manifiesto, en un principio, la ausencia de decisiones por un tiempo
demasiado prolongado, en el que las/os docentes carecíamos de un marco que nos
orientara en nuestra forzada migración al teletrabajo. Pero luego, cuando la
cuarentena se instaló y estuvo claro que los establecimientos educativos
permanecerían cerrados por un largo periodo, se esbozaron tímidamente algunos
lineamientos (continuidad y modificación mínima del calendario académico,
habilitación para evaluar de manera virtual) con una lógica de uniformidad: las
mismas reglas para todas las disciplinas, carreras, departamentos, facultades,
sin atender a la diversidad existente y a la gran variedad de situaciones que encontramos
en nuestra heterogénea institución. No se trata de decisiones “situadas”: no se
está pensando en intentar encontrar, en este atípico y difícil contexto, la
solución que mejor se adapta a esas/os estudiantes o a la naturaleza del
proceso de enseñanza-aprendizaje de las disciplinas; sino que en sentido
inverso todas/os nos adaptamos a los lineamientos generales, sin haber sido
consultadas/os sobre lo que creemos que debiera hacerse.
En otro plano, nuestra experiencia con la enseñanza virtual,
el modo en que se ha (hemos) empleado los medios virtuales para las cátedras
muestra una persistente tendencia hacia las “prácticas pedagógicas
unidireccionales”. Algunos modos de hacer se han ido instalando en las
cátedras: la publicación de material de estudio (los pedeefes) a través
de aulas virtuales, sitios web o comunicación electrónica, la solicitud de
realización de actividades sobre ese material (guías de lectura, por ejemplo),
el dictado de clases sincrónicas en plataformas de videoconferencia, y las clases
de consulta (en el mejor de los escenarios) sincrónicas o consultas
asincrónicas por plataforma, mail o whatsapp.
A primera vista nos impresiona el hecho de que muchas de
estas prácticas se caracterizan por la unidireccionalidad, el vínculo multidireccional
de debate e intercambio enriquecedor entre docentes y estudiantes - que, aunque
no haya sido nunca hegemónico, estaba presente y hasta podríamos pensar que en
algunos casos se consolidaba y crecía - se debilita y deja lugar a la más
arraigada tradición de “dar” y “recibir” conocimiento, relegando la
interacción a la función de ajustar la comprensión del mismo y evitar errores.
Las clases virtuales son “poco participativas”, incluso de
ello se quejan docentes y estudiantes cuando se habla del tema, y giran en
torno a una exposición carente de diálogo, de comentarios, con alguna pausa
para chequear la recepción correcta de lo que se está “dictando” y alguna
confirmación, con fortuna una tímida consulta (incluso por el chat y ni
siquiera a través de la voz), resuelta oportunamente para seguir adelante. El
gran interés, que hemos registrado frecuentemente, de las/os estudiantes en
saber, al inicio, si la clase será grabada muestra una suerte de equivalencia
entre la presencia sincrónica (esa presencia casi invisible de no ser por el
listado de participantes que la plataforma genera automáticamente), y la
reproducción posterior del video, como quien al estudiar recurre a YouTube en
busca de una explicación para el tema en cuestión.
Tendiendo un puente entre lo que venimos trabajando y otros
planteos, recuperamos una pregunta que Inés Dussel (2018) nos exhorta a
hacernos seriamente al reflexionar sobre la precariedad de la escuela y sobre
el delicado equilibrio de su perdurabilidad: “¿Qué tecnologías vamos a usar y
para qué?”. Un planteo análogo nos propone Magnani (2020), al señalar, acerca
de las discusiones sobre el rol de la tecnología en la educación:
(...) si antes tenía poca presencia relativa,
ahora parece haber retrocedido a la categoría de sutileza o irrelevancia
mientras lo importante es otra cosa. Frente a la pregunta «tecnología sí» o
«tecnología no» la respuesta ha sido que no hay opción. Sin embargo, algunos
encontraron la forma y los recursos de repreguntar «tecnología sí, pero ¿cómo?»
para mostrar que lo que en apariencia es igual en realidad esconde
funcionamientos y efectos que no dan lo mismo (p. 86).
Tristemente debemos
reconocer que lo intempestivo del cierre de la actividad presencial en la
universidad y el imperativo de la inmediatez en el que vivimos no nos permitió
tomarnos el tiempo de formularnos esta pregunta, y tuvimos que recurrir, en esa
migración forzada, a los entornos virtuales que teníamos a mano (pensemos la
capacidad de las grandes empresas de ocupar esos espacios pedagógicos que otras
instituciones o instancias sociales dejan vacantes, por ejemplo el recurrir a
Google Classroom por su accesibilidad, y en la omnipresencia creciente de
Google con sus herramientas en nuestras vidas).
“Vino nuevo en odres
viejos”, cuando cambia el envase y usamos medios y plataformas novísimas para
poner en ellas… lo mismo de siempre: el texto fotocopiado, el documento de
cátedra mecanografiado, ahora escaneado y disponible en PDF. Lejos de nuestras
intenciones el criticar el material por su antigüedad cual policía de la
actualización bibliográfica, consideramos que se trata más bien de mirar con
atención las prácticas pedagógicas que componen nuestro hacer cotidiano, y
tener que admitir que muchas de ellas responden a lo que se ha catalogado desde
distintas líneas como “escuela tradicional” (Margarita Pansza González, 1986) o
“modelo industrialista” (Benbenaste, 1995).
¿Qué fuerzas nos mueven
hacia la unidireccionalidad (que promueve, por tanto, la tendencia
homogeneizante) cuando pareciera que está en las antípodas de nuestro deseo
pedagógico? Estimamos que se pueden mencionar varios factores que presionan en
ese sentido: en principio, la limitaciones del tiempo y la pretensión de llegar
con los objetivos y programas; a pesar del carácter extraordinario del contexto
impuesto por la pandemia y la cuarentena, los calendarios sólo se modificaron
mínimamente y hubo que “dar” los mismos programas de la presencialidad en los
mismos tiempos[6],
pero en este nuevo formato que implicaba innumerables dificultades. Otro factor
que profundiza esta tendencia es la manera forzosa en la que tuvimos que migrar
al espacio virtual, de la que ya nos ocupamos: fue una mudanza abrupta,
intempestiva, poco planeada, y por lo tanto con escasas condiciones para la
reflexión, la exploración de las herramientas disponibles y sus posibilidades,
y la tranquilidad para pensar en propuestas pedagógicas transformadas y
transformadoras. Por último, aunque íntimamente vinculado con lo anterior,
nuestra preparación previa extremadamente deficiente en el uso pedagógico de
los medios digitales/virtuales, sumada a las limitaciones en el acceso a la
conectividad, nos lleva a conformarnos con un mínimo y no “subir la vara” de
nuestras pretensiones, y terminamos por incluir en ese mínimo prioritario las
prácticas transmisivas y relegar a segundo plano, como suplementarias para
cuando estén dadas todas las condiciones, otras prácticas que incluyen formas
de intercambio, debate y presencias.
En relación al carácter
que han adquirido nuestras prácticas cotidianas en este contexto, traemos a
colación a
hacia fines del siglo XIX se fue colonizado
el tiempo libre o de recreo (...). La información y los sistemas telemáticos
(...) constituyen modos de sedentarización y separación en los que la recepción
de estímulos y la estandarización de respuestas producen una mezcla sin
precedentes de atención y cuasiautomatismo, que puede mantenerse por periodos
de tiempo extremadamente largos. (en Dussel, 2018, p. 96)
Al leer esta cita y
aunque el autor no se esté refiriendo específicamente a ello, no podemos evitar
pensar en nuestros días de trabajo docente en pandemia.
Al inicio del cursado de
las materias del segundo cuatrimestre del 2020, notamos que la totalidad de los
grupos de estudiantes inscriptas/os (quienes sabían con seguridad que el
despliegue sería enteramente virtual), demandaban tener un grupo de whatsapp
como vía de comunicación, en paralelo a la participación en la plataforma
oficial de cursado. Entonces nos detenemos a pensar: ¿qué representa el
whatsapp para ellas/os? Por su naturaleza y su modo habitual de uso, es sin
duda un medio que permite vínculos más fluidos, inmediatos e informales que los
posibles por la vía oficial. ¿Será el whatsapp en este contexto lo más cercano
a lo “afectivo” que tenemos? ¿Tranquiliza con la sensación de cercanía? ¿Acorta
las distancias que se vivencian tan intensamente en medio de la imposibilidad
de encontrarnos? ¿A través del whatsapp sienten que realmente “estamos ahí”?
Vinculamos esta demanda
de las/os estudiantes a la sensación que imperó durante el primer cuatrimestre:
“falta de acompañamiento/ interacción”. En ciertos casos puede haber sido una
sensación, pero en otros un registro fiel de la realidad: varias cátedras no
dictaron clases sincrónicas, mantuvieron otras formas de comunicación
basadas en la entrega de material y guías de actividades. Cuando el vínculo
bidireccional existió, por el medio que fuera (clases, audios de whatsapp,
mails), fue lo más valorado y ponderado por las/os estudiantes. La presencia
del/la profe, su voz, su palabra, fue el sostén que les permitió
atravesar el cursado virtual.
Estamos sentadas frente a
la computadora, agotadas, abrumadas, algo desanimadas. Pensamos en la
desigualdad y en sus múltiples (a veces difícilmente inteligibles)
manifestaciones; en los mitos sobre los que nos parábamos que se van desarmando
bajo nuestros pies, en las tantas preguntas para las que no tenemos respuestas,
en los intentos que parecen fracasar con todo éxito… de pronto, la computadora
se nos presenta precaria, frágil, insuficiente. Su forma se desdibuja y frente
a nosotras hay un vasito de yogurt, con un agujerito en el fondo. Desde adentro
se ve un nudo en una piolita, hacia afuera sale la cuerda, que fue encerada
cuidadosamente con una vela. Después de un tramo, ya no vemos la piola. ¿Hasta
dónde llegará? ¿Habrá alguien del otro lado con el vasito en la oreja? ¿Estará
la cuerda lo suficientemente tensa para que el sonido viaje a la distancia?
¿Esperará ese alguien el mensaje o se aburrirá y soltará el vaso antes de que
llegue? ¿Se animará a agarrarlo y a decirnos algo? ¿Tendremos la suerte de que
no se corte la cuerda?
No lo sabemos. Pero nos
aferramos a ese vasito, a esa cuerda, a ese hilo que nos sostiene y que, quizá,
con todo el viento a favor, nos conecta con otro y nos devuelve comunidad en
medio del aislamiento. Y, por qué no sostener esa esperanza, comunidad de
aprendizaje.
Benbenaste, N. (1995). Modelo
industrialista de Educación. En Sujeto:
política x tecnología /mercado. UBA.
Burbules, N. (2014). El aprendizaje
ubicuo: nuevos contextos, nuevos procesos. Entramados:
educación y sociedad, pp. 131-134. En https://fh.mdp.edu.ar/revistas/index.php/entramados/article/view/1084
Castel, R. (2010). La exclusión una
noción tramposa. En Castel, Robert. El
ascenso a la incertidumbre: Trabajo, protecciones, estatuto del individuo.
Cap. XII. Fondo de la Cultura Económica.
Conell, R. (1997). Justicia Social en
educación. En Connell, Robert. Escuelas y
Justicia Social. Cap I. Morata.
Conell, R. (1997). Conocimiento,
objetividad y hegemonía. En Connell, Robert. Escuelas y Justicia Social. Cap III. Morata.
Conell, R. (1997). La Justicia
Curricular. En Connell, Robert. Escuelas
y Justicia Social. Cap IV. Morata.
De la Cruz, G. (2016). Justicia
curricular: significados e implicaciones. Sinéctica,
46. En https://sinectica.iteso.mx/index.php/SINECTICA/article/view/616
Dussel, I. (2018). Sobre la
precariedad de la escuela. En Larrosa Bondia, Jorge. (editor) Elogio de la escuela. Cap. 4. Miño y
Dávila Editores.
Larrosa,
J.; Dussel, I.; Masschelein, J. (2020). El oficio
docente y la escuela por venir. Conversaciones desde el escenario actual.
Conferencia. Instituto Superior de Estudios Pedagógicos con la Dirección
General de Educación Superior del Ministerio de Educación de la Provincia de
Córdoba, https://www.youtube.com/watch?v=LeBAyoKxFaY&ab_channel=CanalISEP.
Consultado el 9 de Septiembre de 2020.
Magnani, E. (2020). Educación y
tecnologías. Adentro de la caja. En Dussel, I.; Ferrante, P.; Pulfer, D.
(Comp.). Pensar la educación en tiempos
de pandemia. Entre la emergencia, el compromiso y la espera. Pág. 85-102.
UNIPE: Editorial Universitaria.
Pansza González, M. (1986).
Sociedad-educación-didáctica. Fundamentos de la Didáctica, 29-30. Ed. Gernika
S.A.
Redondo, P.; Thisted, S. (1999). Las
escuelas “en los márgenes”. Realidades y futuros. En Puigrós, A.; Dussel, I.;
Redondo, P. y otros En los límites de la
educación. Niños y jóvenes de fin de siglo. Homo Sapiens Ediciones.
Veleda, C.; Rivas, A.; Mezzadra, F. (2011). La construcción
de la justicia educativa. Criterios de redistribución y reconocimiento para la
educación argentina, CIPPEC UNICEF-Embajada de Finlandia.
[1] La UNSJ fue fundada en el año 1973 en la Provincia de San Juan.
Actualmente, está compuesta de tres institutos preuniversitarios abocados a la
educación secundaria; cinco Facultades que reúnen alrededor de cincuenta y seis
carreras de grado y posgrado con gran variedad de especialidades; y además, una
Escuela Universitaria.
[2] EVEA: sigla que alude a los entornos virtuales de enseñanza
aprendizaje.
[3] Una de las encuestas estaba destinada, y fue enviada por mail y por
la plataforma Classroom, a aproximadamente 160 estudiantes; pero
contestaron a ella poco más de 80.
[4] Esta fue una estrategia institucional que se propuso en la UNSJ
pero no se alcanzó a desarrollar, ya que la provincia entró en fase uno de
aislamiento social preventivo y obligatorio, con suspensión de actividades
educativas, justamente en la semana en que estaba programado este periodo de
“consolidación y recuperación”.
[5] Un ejemplo muy claro de esto es la comunicación por correo
electrónico.
[6] Por supuesto que existió la posibilidad, en el marco de la tan
mentada libertad de cátedra, de hacer recortes y adaptaciones a los programas
de las materias; mas tomar esas decisiones no fue fácil, dada la incertidumbre
en la que trabajábamos (pensando especialmente en materias semestrales dictadas
en el primer cuatrimestre) sin saber cuánto durarían las medidas sanitarias,
qué pasaría con los cronogramas y plazos, entre otras variables.