Hygiene Policies
in the Education for Indigenous: Social and Sanitary Discipline in
Patagonia
Through the Luis Funes and Feldman Josin Account (1900-1940)
Agustín
Assaneo
Instituto
de Formación Docente Continua Bariloche (IFDC), Argentina.
María Emilia Sabatella
Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
(CONICET),
Universidad
Nacional de Río Negro, Argentina.
Recibido:
27/09/2021
Aceptado:
24/11/2021
DOI: https://doi.org/10.48162/rev.36.038
Resumen. Durante las últimas décadas del siglo XIX y
las primeras del siglo
XX, el paradigma higienista se constituyó en una de las
principales influencias
para determinar políticas en pos de la construcción de un
proyecto de país y de
una ciudadanía homogénea desde el parámetro de la civilización. El objetivo de este artículo
será indagar la forma en
la que el higienismo como política, paradigma y disciplina se
instaló como el
conocimiento autorizado para mejorar las condiciones de salud de la
población,
dentro de los Territorios Nacionales de la Patagonia, en particular en
escuelas
ubicadas dentro de territorios mapuche entre 1900 y 1940. Para realizar
este
análisis, serán retomadas las crónicas de dos
maestros, Luis Funes y Luis
Feldman Josín, que fueron destinados a parajes con
población indígena en la
región patagónica. Por otra parte, analizaremos los
efectos de la interacción
de estos discursos con otros disponibles en la mitad del siglo XX a
partir de
los cuales se interpelaba a los sujetos indígenas, como, por
ejemplo, aquellos
que postulaban la dicotomía entre "civilización -
barbarie”. Y,
finalmente, caracterizamos los contrapuntos entre el establecimiento de
las
normativas a nivel nacional y la particularidad de su gestión en
la Patagonia.
Palabras
Clave. Higienismo, Educación,
Patagonia, Pueblo Mapuche, Alteridad.
Abstract.
During the last decades of the 19th century and the first decades of
the 20th
century, the hygienist paradigm must be carried out in one of the main
influences to determine policies in pursuit of the construction of a
country
project and a homogeneous citizenship from the parameter of
civilization. The
objective of this article will be to investigate the way in which
hygienism as
a policy, paradigm and discipline was installed as the authorized
knowledge to improve
the health conditions of the population, within the National
Territories of
Patagonia, in particular in schools located within Mapuche territories
between
1900 and 1940. In order to carry out this analysis, the chronicles of
two
teachers, Luis Funes and Luis Feldman Josín, who were assigned
to places with
an indigenous population in the Patagonian region, will be taken up. On
the
other hand, we will analyze the effects of the interaction of these
discourses
with others available in the mid-twentieth century from which
indigenous
subjects were questioned, such as those who postulated the dichotomy
between
"civilization - barbarism". And, finally, we will characterize the
counterpoints between the establishment of regulations at the national
level
and the particularity of their management in Patagonia.
Keywords.
Hygienism, Education, Patagonia, Mapuche People, Alterity.
Durante las últimas
décadas del siglo XIX y
las primeras del siglo XX, el paradigma higienista se constituyó
en una de las
principales influencias para determinar políticas en pos de la
construcción de
un proyecto de país y de una ciudadanía homogénea
desde el parámetro de la civilización.
La pregnancia de estas ideas dentro del sistema educativo
acompañó el
crecimiento de la burocracia estatal y de sus funcionarios, quienes
adhirieron
al modelo científico que proponía el higienismo
positivista. Si bien surgió, en
un principio, para manejar las epidemias y la densidad poblacional de
las
grandes urbes de la Argentina, se convirtió en un proyecto que
buscó instalarse
a nivel nacional con diferentes matices. El objetivo de este
artículo será
indagar la forma en la que el higienismo como política,
paradigma y disciplina
se instaló como el conocimiento autorizado para mejorar las
condiciones de
salud de la población, dentro de los Territorios Nacionales de
la Patagonia, en
particular en escuelas ubicadas dentro de territorios mapuche.
Partimos de entender que la
historización de
estos discursos higienistas que formaron parte del sistema educativo y
de sus
agentes a lo largo del tiempo, permiten dar cuenta de los cimientos
ideológicos
sobre los cuales las políticas educativas se asentaron y
construyeron
“ciudadanía”. Las escuelas fueron uno de los
espacios desde donde consolidar a
este conjunto de discursos y políticas nacionales, así
como desde el cual
ensamblar el proyecto modernizador. En particular, entre 1890 y 1910 el
higienismo se profundizó en las políticas educativas en
lo que Puiggrós (1990)
denominó el modelo médico escolar, sin embargo,
la homogeneidad en la
instalación de estas ideas estuvo condicionada por las
distancias físicas,
cuestiones presupuestarias o la dependencia del accionar personal de
cada uno
de los docentes. Fue en este período que se produjo
también un cambio de lógica
respecto al objetivo último de esta política. Mientras
que hacia finales del
siglo XIX y la primera década del siglo XX su
implementación estuvo -como
veremos más adelante- vinculada a la profilaxis de las
enfermedades
transmisibles, entre las décadas del ‘20 y el ‘40 la
misma se estableció con
fines eugenésicos (Gómez Di Vicenzo, 2012).
La extensión de estas
ideas desde el Consejo
Nacional de Educación hacia los Territorios Nacionales no fue
lineal, sino que
atravesó numerosas mediaciones que condicionaron la forma en la
que se
implementaron. Dentro de la Capital Federal, el rol jugado por el
Cuerpo Médico
Escolar
[1]
fue muy importante para la profilaxis de enfermedades, sin embargo,
este no se
extendió hacia el sistema educativo territoriano, como tampoco
lo hicieron
otras políticas vinculadas a la prevención de contagios.
Dentro de los Territorios
fueron los docentes e inspectores los encargados de implementar y
divulgar las
ideas higienistas, atendiendo a sus matices de acuerdo al
período implementado.
Nos
preguntamos entonces por
las características que adquirieron estas políticas en
las regiones habitadas
por pueblos indígenas y de qué maneras el higienismo se
articuló con los
discursos sobre lo indígena.
En esta dirección, desde
un análisis
etnográfico de fuentes nos proponemos indagar las construcciones
de alteridad y
las lógicas de disciplinamiento de los pueblos indígenas
constituidas a partir
de la implementación de las políticas higienistas. En
particular, para hacerlo
retomaremos las crónicas de dos maestros, Luis Funes y Luis
Feldman Josín, que
fueron destinados a parajes con población indígena en la
región patagónica. Por
otra parte, analizaremos los efectos de la interacción de estos
discursos con
otros disponibles en la mitad del siglo XX a partir de los cuales se
interpelaba a los sujetos indígenas, como por ejemplo, aquellos
que postulaban
la dicotomía entre "civilización - barbarie”. Y,
finalmente,
caracterizaremos los contrapuntos entre el establecimiento de las
normativas a
nivel nacional y la particularidad de su gestión en la
Patagonia.
Los relatos de los docentes
acerca de sus
experiencias en las escuelas de los territorios nacionales son un
registro -aún
subjetivo- de la perspectiva del sistema educativo respecto de los
pueblos
indígenas. En particular, aquellos que dan cuenta de los
intentos de
mejoramiento de las condiciones edilicias y las prácticas
higiénicas. En este
trabajo analizamos cómo el Estado, en general, y el sistema
educativo, en
particular, han construido sentidos de aboriginalidad (Briones,
1998 y
2005) a través de estos testimonios y las prácticas que
relatan. Claudia
Briones (2005) define este concepto para dar cuenta de la forma en la
cual a
través de diversas legislaciones, políticas y discursos
el Estado como Nación
argentino fue construyendo y arbitrando la incorporación de los
sujetos
indígenas como “otros internos”
[2]
,
en una posición ambigua entre la inclusión y la
exclusión respecto de la
ciudadanía nacional.
Este trabajo retoma los relatos
de dos
docentes designados a escuelas en el territorio nacional de Chubut. Por
un
lado, el relato de Luis Funes enviado en 1906 a una escuela en el
paraje
Boquete Nahuelpán, en el noroeste de la actual provincia. Por
otro, el relato
de Luis Feldman Josín, enviado en 1936 a una escuela de Cerro
Negro, en el sur
de la meseta chubutense, experiencia a través de la cual publica
un relato
descriptivo de las características de la zona y de la comunidad
educativa. Aún
sin tenerlo como una necesaria motivación, Funes y
Fernández Josín vinculan a
través de sus narrativas los discursos higienistas en el marco
de las políticas
y prácticas educativas en los territorios nacionales, en
escuelas a las que
asisten estudiantes pertenecientes a pueblos indígenas. Y al
hacerlo,
construyen desde una perspectiva particular tanto a dicho estudiantado,
como a
sus familias y al pueblo del que forman parte.
En términos generales, el
higienismo dentro
de la historia de la educación ha sido abordado como
política educativa
performativa de los rituales escolares (Puiggrós, 1990)
así como también desde
la formación del cuerpo en términos eugenésicos
(Galak, 2014), donde los
preceptos del cientificismo positivista se convirtieron en mandatos
para el
estudio de las aulas y los patios. En términos de
política educativa, hay
estudios realizados que caracterizan las diferencias de su
implementación en
las provincias (Pineau, 1997) y otros que refieren a la forma en la que
la
educación del cuerpo se convirtió en uno de los elementos
privilegiados para el
mejoramiento social (Pineau, 1999; Romaniuk, 2015). Los análisis
de Cammarota
(2016) sobre la medicalización del cuerpo escolar y la
influencia de los
discursos de profilaxis arrojan luz sobre la permeabilidad del
ámbito educativo
al higienismo positivista. Por otra parte, el desarrollo de las
instituciones y
tecnologías de salud ha sido estudiado como uno de los elementos
que el Estado
nacional desplegó sobre los Territorios como elemento de un
dispositivo más
amplio de control social (Bohoslavsky y Di Liscia, 2008).
Finalmente,
los trabajos reunidos en el libro editado por María Silvia Di
Liscia y Graciela
Salto (2004), dan cuenta de las formas heterogéneas en las
cuales el discurso
sobre la salud, los cuerpos y la higiene consolidó el
establecimiento del
Estado y el manejo de su diversidad interna (Di Liscia, 2004;
Pechín, 2004;
Rodríguez de Anca, 2004).
Sin embargo, la
investigación en temáticas
de salud y educación durante la primera mitad del siglo XX no ha
sido abordada
de manera sistemática para la Patagonia. Algunos estudios han
estudiado la
cuestión desde las políticas de asistencialismo social
surgidas en los años ‘30
(Billorou, 2008), marcando claramente el proceso de
territorialización estatal
ocurrido en esa década en el sur de Argentina. En cuanto a la
temática
particular que aborda este trabajo la relación entre higienismo
y educación
para indígenas ha sido abordada sólo de manera parcial y
fragmentada desde la
perspectiva regional. Por otra parte, en términos
metodológicos, el abordaje
etnográfico de las fuentes resulta una herramienta poco
frecuentada como forma
de indagación.
Nuestro trabajo se encuadra
entonces desde
una perspectiva etnográfica de los archivos. Fernando Balbi
define a la
etnografía:
... como una práctica de
investigación que
trata de aprehender una porción del mundo social a través
de un análisis que se
centra estratégicamente en las perspectivas nativas (cf. Balbi
2007: 37) (...)
Un rasgo característico de este tipo de investigación es,
pues, la integración
dinámica de las perspectivas nativas al análisis, su
incorporación paulatina,
siempre incompleta, orientada a tornarlas en partes integrales de la
descripción analítica de una porción del mundo
social. (Balbi 2012, p. 493)
Este
abordaje supone una dificultad mayor ya que, por un lado, es posible
reconstruir a través de los escritos la perspectiva de los
actores. Pero, por
otro lado, es necesario para su reconstrucción analizar el
contexto de
producción de los documentos a ser analizados (algo compartido
con el método
crítico de análisis de fuentes), ya que estos reflejan
una perspectiva
particular, institucional o individual (Bosa 2010) y fueron producidos
en el
marco de diversas tensiones propias de las coyunturas en las que se
constituyen.
El trabajo con las fuentes es la
puerta de
entrada para el análisis de problemáticas más
generales, como las formas de
control de los modos de vida y de los cuerpos del sistema educativo.
Esta
perspectiva supone un desafío aún mayor cuando aquella
problemática que
queremos indagar se vincula a la vida de sujetos, como los sujetos
indígenas,
que han estado subordinados y subalternizados (Ramos, 2015), es decir,
que
busca caracterizar los procesos hegemónicos a través de
los cuales éstos han
sido incorporados en una posición desigual dentro del Estado
nación.
Como explica Walter Delrio, esto
implica
“trabajar sobre la construcción del ‘otro
indígena’ a partir del análisis de
los procesos de exclusión/inclusión de las voces del otro”
(Delrio,
2005, p. 28). En definitiva, reconstruir los contextos en el que estas
fuentes
fueron elaboradas por estos docentes nos permiten analizar “...
la forma en que
el poder hegemónico describe los límites de
aparición del otro y
establece las ‘distorsiones’ o mediaciones para que
éste pueda acceder a la
cadena legitimada de discursos que conforman este corpus de
archivo” (Delrio,
2005, p. 28). Este trabajo entonces describe los discursos
hegemónicos para
reconstruir las producciones de alteridad indígena, pero
también las
resistencias o fallas y tensiones en el establecimiento de estos
procesos de
disciplinamiento.
“Martín se lava
muy bien siempre, aunque
haga mucho frío.
Es un niño aseado
¡Qué antipáticas son
las personas sucias!”
Pablo Pizzurno,
El Libro del Escolar, 1901
Hacia finales del siglo XIX, el
paradigma
higienista se impuso dentro de las discusiones parlamentarias y los
discursos
políticos como el modelo desde el cual instituir un proyecto de
modernización
nacional en la Argentina. La epidemia de Fiebre Amarilla de 1871, en la
Ciudad
de Buenos Aires -en la que murieron más de trece mil personas-,
fue un
"parteaguas simbólico" (Armus, 2000) que marcó nuevos
parámetros en
cuanto a las formas de gobernar. La higiene se postulaba así
como una
disciplina científica mediante la que se buscaba evitar la
proliferación de
enfermedades infecto-contagiosas y como un recurso disciplinador para
integrar
a la población al estado moderno (Armus y Belmartino, 2001). Fue
así que el
higienismo trascendió su objetivo primigenio de manejar la
densidad poblacional
de las grandes urbes de la Argentina, para instalarse como un modelo a
nivel
nacional. La llegada en 1892 de José María Ramos
Mejía
[3]
a la presidencia de la Comisión Nacional de Higiene
volvió al tema del manejo
de las enfermedades infecto contagiosas un problema nacional.
Entre la década de 1870
hasta el período
entre siglos se priorizó el mejoramiento de la infraestructura
de las ciudades,
hacia principios del siglo XX el eje se puso sobre la
modificación de las
prácticas de los sujetos y el tratamiento de las enfermedades
apuntando a
producir información y conocimiento acerca de las mismas,
así como a reformar
los hábitos de comportamiento de los ciudadanos, con el fin
último de evitar la
suciedad y el contagio. De acuerdo con la perspectiva de Diego Armus
(2000),
hacia principios de siglo se había establecido un consenso
higiénico, lo que
implicaba no sólo un acuerdo respecto de los efectos de la
higiene para frenar
la propagación de las enfermedades infecto contagiosas, como una
“universalización” de los preceptos
higiénicos entre la población.
En este contexto de
difusión de las ideas
higienistas, las escuelas fueron un pilar fundamental. Se convirtieron
en uno
de los espacios centrales desde donde consolidar a este conjunto de
discursos,
políticas y prácticas, así como desde el cual
ensamblar el proyecto
modernizador. Fue así que el higienismo escolar irrumpió,
hacia finales del
siglo XIX, como una de las principales corrientes pedagógicas
del sistema
educativo argentino. Su influencia transformó sustancialmente
las prácticas y
los discursos escolares para establecer un sistema de control
pedagógico sobre
los cuerpos de los y las estudiantes con fundamentos médicos y
científicos. La
sintonía de estos discursos higienistas con el proyecto de
consolidación
nacional fue “... parte entonces de un discurso sobre el progreso
y la
civilización, que intentaba implementar una política de
construcción del Estado
y la nacionalidad “desde arriba” (Lionetti, 2011). Los
pedagogos daban
prioridad a la disciplina preventiva que mostraba un vínculo
cercano entre
medicina, política y moral. Las teorías positivistas en
boga asociaban la salud
individual con la de la nación, donde el cuerpo nacional se
conformaba por la
suma de los individuos. Por lo tanto, las enfermedades que acuciaban a
las
personas también lo hacían a la sociedad toda.
La formación del cuerpo
de la infancia debía
realizarse en los términos que prescribían los preceptos
de la higiene. Fue
nuevamente la llegada de Ramos Mejía, en este caso, a la
presidencia del
Consejo Nacional de Educación (CNE en adelante), entre 1908 y
1913, acercó aún
más a un cuerpo médico con impronta positivista con un
fuerte tinte
conservador. La influencia de las corrientes científico
pedagógicas que
inspiraban a funcionarios, docentes y pedagogos “creían
que se podía
diagnosticar las complejidades sociales mediante el estudio, la
cuantificación
y la medición” (Cammarota, 2016, p. 35). De esta forma, la
prevención de las
enfermedades se incorporaba como parte de los contenidos de
enseñanza, donde la
profilaxis era parte de las prácticas que se debían
incorporar a fin de reducir
la circulación de los agentes patógenos.
En la Patagonia la falta de
infraestructura
fue un factor limitante a la hora de implementar prácticas
higiénicas. Desde
los edificios administrativos a las escuelas, las condiciones
materiales no
mostraron el mínimo necesario que respetara los lineamientos de
salubridad. De
esta manera, aquellas directivas que emanaban del CNE eran
inalcanzables para
las escuelas, quienes apenas contaban con la capacidad de sostener un
local
para el dictado de clases y el Consejo tampoco garantizaba la
existencia de los
mismos. El edificio escolar era producto del esfuerzo vecinal o, en
algunos
casos, de la beneficencia de algún poblador ilustre que
se hacía cargo
del mandato civilizatorio y proveía los medios para el
levantamiento de
un rancho que hiciera las veces de escuela. Aún así, la
dispersión poblacional
resultaba un factor determinante al momento de establecer escuelas
(Teobaldo y
García, 2002) y “... la falta de coherencia y
sistematicidad de esas políticas,
en las cuales lo contingente y las soluciones temporales tenían
un peso que no
siempre ha sido reconocido por la literatura.” (Bohoslavsky y Di
Liscia, 2008,
p. 189).
Si en las décadas finales
del siglo XIX, el
higienismo estuvo centrado en las transformaciones edilicias y durante
las
primeras décadas del siglo XX se encontró más
vinculado a la transformación de
prácticas y conductas, hacia 1920 --en el surgimiento de una
nueva corriente en
el campo de la salud vinculada a la prevención social de las
enfermedades desde
una concepción sanitarista-- tuvo pretensiones
eugenésicas (Cammarota, 2016).
Estas variaciones serán retomadas y contrastadas en el contexto
de los
Territorios Nacionales.
La historia de la Patagonia, al
igual que de
los Territorios Nacionales del norte, tiene como clivaje
histórico las campañas
militares
[4]
iniciadas en 1879, que tuvieron como objetivo de eliminar a las
poblaciones
indígenas (PI) que habitaban el territorio, a través del
genocidio. El
resultado de este proceso, para los que sobrevivieron a la conquista,
fue la
diseminación e invisibilización (Delrio, 2005), las
cuales se vieron forzadas a
entablar distintas formas de negociación con las agencias
religiosas y
estatales para subsistir, siempre en términos de subalternidad.
Tras las campañas y el
reparto de la tierra,
la población de la Patagonia fue reestructurada, donde los
pueblos indígenas
pasaron a ocupar zonas marginales por el desplazamiento forzado por la
instalación de latifundios, producto del proceso de
territorialización
capitalista llevado adelante por agencias estatales. Este genocidio
implicó
“... el disciplinamiento forzado de la población
indígena para asentar los
términos de la identidad nacional, la definición del
ciudadano argentino y
caracterizar el tipo de población” esperable para los
términos estatales (Pérez
y Delrio, 2019). Con un importante predominio de población
chilena de
crianceros, sumados a los sobrevivientes indígenas de las
campañas, junto con
inmigrantes en busca de nuevas oportunidades, los territorios
patagónicos
representaban un obstáculo para la conformación de la
identidad nacional debido
a su alto grado de heterogeneidad social, donde la educación
jugó un papel
crucial en la homogeneización y nacionalización de estas
poblaciones.
El sistema escolar rionegrino
comenzó a
configurarse como tal a partir de 1880 mediante la intervención
conjunta del
Estado central, la autogestión vecinal y la Congregación
salesiana. A partir de
las campañas militares y la sanción de la 1.420 se
abrieron escuelas en Viedma,
General Conesa y Guardia Mitre (luego Coronel Pringles), a las que
siguieron
las de los pueblos a lo largo del Río Negro entre 1880 y 1899.
El rol jugado
por la iglesia en la educación para indígenas fue
fundamental, ya que el CNE no
consideró en sus inicios a los indígenas como sujeto
educativo, sino que su
construcción partió de una homogeneización del
origen que tuvo como resultado
el borramiento ficcional de las diferencias. Sin embargo, hubo voces
que
comenzaron a hacerse escuchar para marcar la imposibilidad de
universalizar la
educación pública de la Ley 1.420 sin reconocer las
diferencias como
constitutivas. En este sentido, fue clave el rol que jugaron algunos
inspectores y docentes de los Territorios, que no siempre pudieron
mantenerse
impávidos frente a las demandas y a las condiciones de vida que
denunciaban en
sus informes.
Desde la formación
escolar, la educación
política para la ciudadanía con un sentido
patriótico y argentinizante fue
uno de los motivos fundantes del sistema nacional de educación
elemental. Tanto
los Salesianos como el Estado ordenaron su sistema educativo en
función de “la
constitución de diferentes sujetos políticos y
sociales” (Teobaldo y García
2002, p. 27), en donde surgieron coincidencias sobre un mismo objetivo:
la
“ciudadanización” y la
“argentinización” de la infancia en Patagonia a
través
de la escolarización.
En estos aspectos, es que los
discursos
higienistas pudieron pregnar las prácticas educativas de dos
maneras
diferentes, como prácticas morales y como prácticas
eugenésicas. Se reconocen
éstos como dos momentos con características diferentes en
el período estudiado.
Hacia finales del siglo XIX y principios del XX las formas de vida de
las
poblaciones indígenas eran estigmatizadas por los docentes y
vistas con
preocupación por los inspectores, que veían en ellas las
marcas de la barbarie.
Tal es el caso del director de la escuela del paraje Vilu Mallin, en
Neuquén,
quien condenaba las fiestas populares donde se tomaban grandes
cantidades de
alcohol en “... bailes monótonos, sudorosos y se bebe
vino, chicha y
aguardiente hasta que cae de ebriedad y de ganas de caerse para que el
cuerpo
goce en arrastraste en la tierra.” (Citado en Teobaldo, 2011)
En términos generales, el
país disputó un
modelo de educación basado en el normalismo, para el caso de las
provincias
centrales, la creación de escuelas normales comenzó en
Paraná en 1870, con la
impronta sarmientina. Este modelo hegemonizaría la
formación docente, oscilando
entre las ideas positivistas y espiritualistas. A diferencia de la
educación
universitaria y otras instituciones, “... tenía por
misión enseñar el método,
la didáctica y la pedagogía, y se le sumaron luego los
principios de la
educación patriótica y el higienismo.”
(Rodríguez, 2019, p. 202). Muchos de
esos docentes, formados en las ciudades, irían a las escuelas
patagónicas a
desempeñarse con un alto grado de rotación y frente a
condiciones laborales muy
exigentes.
A nivel del sistema educativo
rionegrino, el
gran salto cuantitativo se produjo entrado el siglo XX, producto de
cambios
institucionales, económicos y demográficos. El desarrollo
productivo del Alto
Valle, la zona frutícola más importante de Patagonia, a
partir de 1930 a través
del riego y el ferrocarril, la consolidación de Viedma como
capital, el
crecimiento de Bariloche de la mano de Parques Nacionales y la
creación de
otros municipios incrementó el número de escuelas del
sistema educativo.
El sistema educativo en
Patagonia tuvo el
objetivo de argentinizar tanto los territorios como las
poblaciones,
como meta prioritaria, a través de la instrucción. Esto
significó imponer la
soberanía del Estado nacional mediante la enseñanza de
las primeras letras, los
símbolos patrios y la religión católica en el
sistema confesional. Este último
aspecto no ha sido una constante, ya que si bien la ley 1.420 era
neutral, las
prácticas escolares incorporaron la enseñanza religiosa
desde diferentes
aspectos (incluso previo a su reintroducción en 1943). Entre los
objetivos que
el Estado sostuvo con la fundación de escuelas -que debe
diferenciarse de la
creación material de las mismas- se destacaron la
formación ciudadana y
nacional. Es decir, que fue central el sentido político de la
inclusión a la
ciudadanía argentina de aquellas poblaciones que no eran
consideradas como
tales.
Como
sostiene Zaidenwerg, la etapa de expansión del sistema escolar
–para el caso de
Patagonia norte- fue marcado por un alto nivel de improvisación
producto de
condiciones adversas como “…la falta de docentes, la falta
de recursos
financieros, el aislamiento y la indiferencia de gran parte de la
población”
(Zaidenwerg, 2016, p. 96). Si bien la sanción de la Ley 1.420
fue clave para la
expansión del sistema escolar, el camino de su
implementación encontró
resistencias. Muchas de ellas fueron de índole material, debido
a las limitadas
capacidades financieras del Estado en los territorios más
alejados de Buenos
Aires.
Durante la etapa fundacional del
sistema
educativo nacional, los Territorios Nacionales patagónicos se
caracterizaron
por un alto grado de marginalidad respecto al sistema de la Capital
Federal. El
centralismo fue marcando las relaciones entre centro y periferia, al
dejar a los
Territorios relegados de la potestad del Consejo Nacional de
Educación, que
tenía dificultades para concretar la construcción de
edificaciones, para
suministrar materiales (útiles y mobiliarios) y asignar docentes
a los
territorios más alejados de la capital nacional.
Esta distancia física y
simbólica marcó
también la influencia del discurso y la pedagogía
higienista en estas regiones
del país, los cuales -aún con el arribo de Ramos
Mejía al CNE- en general
llegaron de manera diluida a las escuelas territorianas. Más
vinculados al
discurso y la práctica de los docentes designados a las escuelas
de estos
territorios que a una política de inversión e
implementación federal. Es en el
análisis documental que se encuentran las marcas de la
permeabilidad de estos
discursos y corriente pedagógica, vinculados al establecimiento
de ciertos
parámetros higiénicos y edilicios para el tratamiento de
uno de los problemas
principales de los territorios patagónicos: la población
indígena.
En 1905, el maestro Luis Funes
fue nombrado
director y enviado por el inspector Marcelino Martínez a
inaugurar la escuela
del paraje Boquete Nahuelpán en Chubut. En la crónica de
su llegada a la
localidad, Funes describía que “... tres elementos son los
que constituyen la
población de esta comarca: el Británico, el Chileno
y el Indio”
(Funes, 1906, p. 643). Como ya hemos mencionado, posteriormente a
las
campañas militares iniciadas en 1878 y finalizadas en 1885, la
fisonomía de los
territorios de la Patagonia se había modificado. La
persecución y el
confinamiento en campos de concentración de los pueblos
indígenas de la región
(Delrio, 2005) dio lugar a que se instalaran estancias pertenecientes a
capitales extranjeros, principalmente ingleses; pero también
colonos galeses.
Por otra parte, la llegada de pobladores chilenos en busca de trabajo
en las
estancias dedicadas a la ganadería también implicó
el arribo de población a la
región. Para las personas indígenas, el fin de las
campañas significó el
retorno a sus territorios, buscando reconstruir el desmembramiento
social y el
despojo que había producido el ejército. La
crónica de Funes, realizada más de
una década después, reflejaba esta nueva
organización.
El docente se instaló en
la casa del Longko
[5]
(a quien no llama por su nombre), donde montó un
aula en una
habitación de 4x3 mts. Junto con los útiles escolares
enviados por el CNE
conformó la escuela para la comunidad. Para este docente la
escuela debía ser
el epicentro que promoviera la higiene y la estética.
De acuerdo con su relato,
mientras que a los
británicos y a los chilenos los tenía en estima por ser
limpios, aseados y con
casas adecuadas, los indígenas merecían su más
llano racismo, donde no
encontraba el más mínimo sentido de lo que
entendía por civilidad. Esta
apreciación se codificaba a través de las condiciones de
vivienda y de la
salubridad en las que vivían las familias indígenas.
El Inglés con su casa de
adobe, ventanas con
vidrios, carros llamados vagones y sus corrales de alambre. El chileno
con su
casa al estilo de su patria, de fuertes trozos de madera, entrelazados
de
vigas, de una solidez a toda prueba y su chacrita que flanquea la
vivienda,
donde cosecha trigo y papas y cultiva sus cebollas, chalotas, verduras,
etc.
Por último el indio en su ruca ‘toldo’ de pieles y
palos con ganchos, todo
sucio […] Forma un contraste notable, para el viajero que se
dirige de la
colonia 16 de Octubre [hoy cerca de Trevelin], bajando por el vallecito
Boquete
Nahuelpán: de los toldos miserables del indio, donde vense
niños sucios,
haraposos, pelo largo y en desorden, pasa a la morada del galense cuyos
niños
son bien limpios y arreglados. Diríase que tiene a la vista la
civilización y
barbarie sin derramarse la una en la otra. (Funes, 1906, p. 643)
Para Funes la vinculación
entre nacionalidad
y comportamiento social era producto de una determinación
lineal. En términos
más que esquemáticos, establecía una
jerarquía civilizatoria a partir de
la procedencia de las poblaciones, sin que entre ellas pudiera existir
algún
intercambio de costumbres.
El Longko Francisco Nahuelpan y
su gente se
instalaron en el paraje posteriormente denominado Boquete Nahuelpan
--ubicado a
16 km. de la actual ciudad de Esquel-- hacia fines de 1890, tras el
regreso de
su confinamiento durante las campañas militares. En el
año 1908, el presidente
Figueroa Alcorta le otorgó a Nahuelpan 19088 hectáreas
(más 2500 otorgadas en
1922), como retribución por su participación en un
conflicto limítrofe con
Chile en el año 1902 (Fiori, 2020). Los integrantes de este
grupo permanecieron
allí hasta 1937, año en el cual desalojan por completo a
la Lof, a la que
regresan muchos años después pero sólo algunos
descendientes directos del
Longko Nahuelpan
[6]
.
Fue la gente de Francisco Nahuelpan con la que entró en contacto
Funes en su
cargo dentro de la escuela, aunque éste sólo lo
mencionaba como “cacique”,
realizando una denominación más genérica de su rol
y su comunidad.
La particularidad de la
crónica de Funes es
que recoge en su primer acercamiento una fusión entre el
discurso que construye
hegemónicamente al problema indígena hacia 1880 y retoma
algunos preceptos
higienistas que se esbozaban centralmente en la Ciudad de Buenos Aires.
Diana Lenton, a través de
su análisis de los
discursos parlamentarios y las políticas públicas
dirigidas la “cuestión
indígena”, explica que fue en 1880 que se
constituyó una primera política
indigenista, que buscaba construir una nación homogénea a
través de la
erradicación de modos de vida no civilizada y la
afirmación territorial de la
soberanía argentina (Lenton, 2010). Como explica Lenton:
“La construcción del
sujeto indígena que hegemoniza en la Argentina el discurso
político entre 1880
y 1900 tiende a consolidar la desigualdad, a partir de la diferencia
como legitimación
de la política, por sobre la igualdad y la libertad inmanentes a
la
ciudadanía.” (Lenton, 2010, p. 67). En la primera
década del siglo XX, en las
que se ubica el relato de Funes, se produce una aceptación del
sujeto indígena
como parte de la sociedad nacional, difícil de ser eliminada
(Lenton, 2010).
Fue así que “el higienismo y el reformismo liberal se
conjugan para repensar
una política indigenista que, más que excluir, expulsar y
encerrar, comenzase a
establecer formas de asegurar el tránsito de aquellos
irredimibles hacia su
extinción definitiva, o su asimilación en los niveles
inferiores de la sociedad
nacional” (Lenton, 2010, p. 68).
Si bien para el análisis
de Lenton, es el
trabajo el elemento estructurador de este proceso asimilatorio de la
población,
la escuela también se constituyó en una
institución fundamental para la
implementación de este proyecto asimilacionista. Dentro de la
escuela, las
políticas higienistas fueron una herramienta pedagógica a
través de la cual
modificar los comportamientos y la desviación de la moral de los
“indígenas
irredimibles”. En palabras del mismo Funes: “La escuela
debe existir entre los
indios, si se quiere que estos desaparezcan antes de ser absorbidos por
el
elemento civilizado que les rodea” (Funes, 1906, p. 650), donde
la
argentinización a partir de la moral y la higiene harían
su tarea de civilizar.
Al narrar su viaje en carreta
hacia las
tierras del Boquete, Funes describe que en medio de su curiosidad por
el paraje
y la población con la que iba a trabajar, consultaba cómo
eran estos a los
viajeros que cruzaba por el camino. Sus respuestas, reconstruidas desde
su
propia voz, caracterizaban a los indígenas como carentes de
limpieza: “No
tienen nada más que sus toldos de cuero de guanacos, llenos de
grasa y humo y
poblados de ciertos parásitos que crecen al abrigo de la poca
limpieza” (Funes,
1906, p. 642).
Esta primera descripción
se irá afianzando
con su llegada y la caracterización que él hacía
de los indígenas de primera
mano, las cuales combinaban la moral -o la falta de moral- con
cuestiones
biológicas.
Hacia principios de siglo XX,
años en los
que escribe Funes, la preocupación por la salud que tenía
el Estado a duras
penas superaba los límites de la Capital Federal y menos llegaba
a la Patagonia.
Si bien ya se expresaba como problema y había una serie de
indicaciones y
prescripciones para el ámbito escolar, el ingreso de la salud
“... en la agenda
pública se hizo a través de organismos con escaso
presupuesto y más escaso
personal.” (Bohoslavsky y Di Liscia, 2008, p. 194). Los
pobladores, alejados de
las ciudades y de cualquier centro médico, se encontraban por
fuera del influjo
de las políticas higienistas que podían llegar a contar
en la Capital, mientras
que la inexistencia de cualquier tipo de inspección
médica y escolar limitaba
las posibilidades de expandir las prácticas pregonadas por el
CNE a través del
Cuerpo Médico Escolar. Aún así, para Funes la
existencia de éstas se debía a
una cuestión de pertenencia étnica y no de
educación.
Al momento de educar, este
docente seguía a
rajatabla el curriculum mínimo expresado en la Ley 1.420 de
1884, dirá de su
tarea con los estudiantes del Boquete: “Debe atenderse con
preferencia la
Lectura, Escritura, Aritmética, Moral, Higiene y Historia que
inculque el amor
a la patria”. Aun así, tanto estos contenidos, como los
preceptos propios que
instituyó esta ley (que la educación sea común,
gratuita y obligatoria) se
veían obstaculizados por lo que Funes entendía como las
características y el
modo de vida propio de los indígenas.
En cuanto a la higiene y la
moral, para
Funes era necesario sacar a las niñas y los niños de sus
hogares. Dirá el
docente: “Cuanta más edad tienen, van constituyendo una
masa más difícil de
difícil de moldear, un ser más costoso de encaminarle por
sanos principios y
conciencia de ellos.” (Funes, 1906, p. 646). Ante esta
imposibilidad, para el
autor dos eran las cuestiones a las cuales prestarle atención
para “...
hacerles compenetrar las nociones de la educación en esta clase
de niños: la
asistencia y el aislamiento del hogar, por el mayor tiempo que fuera
posible
para que concurra a la escuela” (Funes, 1906, p. 646).
Esto nos lleva al segundo punto,
la
obligatoriedad, existía un trecho para Funes vinculado a que las
formas de
organización de vida y productiva familiar, la esquila, la
veranada, las
inclemencias del clima, e incluso en palabras del autor, el alcoholismo
de sus
familiares, podía impedir que los niños y las
niñas concurrieran a la escuela.
Aún cuando la ubicación de la escuela equidistaba los
poblados “para facilitar
la asistencia a todos”, estas cuestiones hacían peligrar
la obligatoriedad.
Por otro lado, el hecho que sea
común
también se ponía en cuestión, ya que Funes
veía una tensión entre lo que la
escuela era para el Consejo de Educación o para los docentes,
que para los
indígenas, para los cuales, según sus textuales palabras:
Los indios no se toman
ningún interés por la
escuela (...) nunca han sentido sus beneficios, los pobres infelices
hasta le
temen en su desconfianza (...) a llevar a sus hijos a un estado de una
raza que
aborrecen y que en su salvaje ignorancia creen inferior. (Funes, 1906,
p. 646)
Por otra parte, esta misma
visión se
desplazaba acerca de lo que para Funes implicaba para los
indígenas una visión
del maestro: “Un huinca
[7]
intruso que viene á separarles de sus hijos por varias horas a
enseñarles a no
ser indios.” (Funes, 1906, p. 646). Se encontraba presente la
tensión entre la
separación del ambiente natural y la educación dentro de
la comunidad. Para el
docente pasaba desapercibida la contradicción entre tener una
escuela en la
misma casa del cacique y separar a los niños y niñas de
su comunidad para la
instrucción. Por otra parte, también se puede advertir
que la familia del
cacique dio lugar a la escuela, ¿por qué habría de
decir el docente que no
tenían ningún interés por la escuela?
En todos estos pasajes, Funes
describe a la
escuela como una institución disciplinadora. En su
caracterización, incluso del
desdeño de los indígenas a la educación, el
discurso higienista se cuela con el
educativo entremezclando el carácter moral con el
eugenésico. Para el docente,
la instrucción y la separación de la familia era la forma
de eliminar lo
indígena en los estudiantes, de forma tal que la finalidad del
proceso
educativo era la extinción de la identidad y el reemplazo por la
civilización.
La separación de los
niños que daba cuenta
de acuerdo a la perspectiva de Funes se ligaba a las prácticas
“bárbaras”,
muchas de ellas ligadas al alcoholismo. El maestro denunciaba el abuso
del
alcohol en las familias indígenas, donde las celebraciones como
el Guiatum
[8]
motivaba a la embriaguez
durante varios
días, incluso a la infancia. Este discurso era frecuente entre
los funcionarios
del CNE, quienes asociaban inexorablemente a los indígenas con
el alcoholismo,
como una suerte de destino con el que se encontraban sometidos por el
hecho de
vivir en las zonas rurales, donde era frecuente el vínculo que
tenían con
bolicheros y mercachifles, a quienes se tomaba por una suerte de
“estafadores
de indios”, al aprovecharse de ellos luego de la cobranza por la
venta de lanas
o por el cobro de algún otro trabajo. Según Lorenzo
Lucena, quien fuera
cronista de la gira de inspección por Patagonia norte de
Ángel Gallardo, los “...
directores y maestros de los territorios tienen instrucciones para
combatir el
alcoholismo, (...) cuyo éxito estriba en la propaganda
particular y general”
(Lucena, 1918, p. 9).
De alguna manera, la
política higienista
para los territorios se limitaba a una herramienta discursiva
moralizante que
reproducía el lugar del docente como apóstol de la
educación, portador de un
mensaje de civilización, al mismo tiempo que debía
cumplir el rol del inspector
sanitario en términos de eliminar las prácticas que
atentaran contra la
higiene. Si en los Territorios no había un Cuerpo Médico
Escolar, su función
debía ser reemplazada por el maestro, de manera parcial, sin
habilitación
pertinente y limitándose a los aspectos morales de la higiene,
como ser no
consumir alcohol, no realizar fiestas, no carnear animales en el
espacio
doméstico.
Veena Das y Deborah Poole nos
invitan a
pensar al Estado a través de sus “márgenes”.
Para estas autoras, los márgenes
son simultáneamente sitios en donde la naturaleza puede ser
imaginada como
salvaje y descontrolada y donde el estado está constantemente
redefiniendo sus
modos de gobernar y de legislar. Estos sitios no son meramente
territoriales:
son también (y quizás sea éste su aspecto
más importante) sitios de práctica en
los que la ley y otras prácticas estatales son colonizadas
mediante otras
formas de regulación que emanan de las necesidades apremiantes
de las
poblaciones, con el fin de asegurar la supervivencia política y
económica” (Das
y Poole, 2008, p. 24).
Los maestros en los territorios
nacionales
encarnaban los mandatos del Cuerpo Médico Escolar, con la
flexibilidad y el
carácter subjetivo que esto implicaba. Es decir, tanto los
mandatos del Cuerpo
Médico, como las formas en la que estos mandatos se
ponían en práctica a través
de sanciones o impugnaciones por parte del maestro, eran una
elaboración
subjetiva producto no sólo de las normativas vigentes, sino de
las experiencias
propias de los maestros, sus percepción acerca de los grupos con
los cuales
trabajaban, del lugar en el cual habían sido designados, y sus
propios
estándares respecto a la higiene, a la salubridad, entre otras
cuestiones. Por
esta razón, las construcciones morales del maestro terminan
primando en estos
espacios a la hora de implementar una política higienista.
Por otra parte, la
asociación de la
educación con cuestiones “biológicas” que se
traducían en el entendimiento de
que con la misma se apartaba a los indígenas de su propia raza
para acercarse a
una nueva, o la idea de que la educación inculcaba una nueva
naturaleza, daban
cuenta de la concordancia entre el discurso higienista y las
prácticas
entendidas en términos eugenésicos.
Ahora bien, mientras que las
políticas
higienistas se orientaron en sus inicios a la definición de
acciones que permitieran
evitar la propagación de enfermedades infectocontagiosas, y que
los sujetos
tuvieran las condiciones de salubridad necesarias también para
evitar esta
propagación, el discurso higienista se fue reformulando al punto
de terminar
focalizándose en la impugnación de prácticas y
comportamientos que se
construían como faltos de sanidad, limpieza y moral. La
moralización desde este
discurso higienista se volvió una herramienta central para
continuar la
vigencia del discurso y las políticas que se establecían
sobre la división
entre la civilización y la barbarie instaurado por la
generación del 80. De
acuerdo con Lenton, las prácticas higiénicas se
constituyeron en efectos
discursos para sostener la desigualdad y la diferencia con el
indígena: “La
conformación de la Nación no ya en las ciudades
–que, es cierto, reemplazan
metonímicamente al país en los escritos higienistas como
más tarde en los
criminológicos.” (Salessi, 1995, p. 19)- sino en toda su
heterogeneidad
geográfica y cultural, pesó más la lectura
dicotómica sarmientina que la
voluntad asociativa del higienismo, y por ende las prescripciones
disciplinarias del higienismo para el tratamiento de la
población no fueron
siempre observadas con aquellos grupos humanos provenientes de –y
pertenecientes a- el “desierto” (Lenton, 2014, pp. 52 y 53)
En este sentido, durante el
periodo
comprendido entre cambio de siglo y la década del ‘20, la
escuela de los TN
patagónicos tuvo un rol estratégico a la vez que acotado
con la población
indígena: “... contribuir a moralizar a la
población al tiempo que difundir
estándares de higiene así como brindar educación
sexual, entendida en clave de
proveer pautas moralizantes y restrictivas” (Thisted, 2018, pp.
96-97). En
términos de prácticas concretas, esta
articulación con la
aboriginalidad fue marcando distancias respecto a la higiene en sus
formas de
vida, el consumo de alcohol y la distancia respecto a los preceptos
morales que
buscaban inculcarse a través de la educación y el
higienismo en las escuelas
con estudiantes indígenas. Fue así que pesó
más frente a estos grupos la
reproducción de lo que Lenton denomina la lectura
dicotómica Sarmientina,
marcando otro punto de distancia respecto al higienismo implementado en
las
grandes urbes.
En el año 1936, Luis
Feldman Josín
[9]
publicó en las páginas de la Revista del CNE, El Monitor
de la Educación Común,
una reseña de la historia y la ambientación
geográfica de la escuela en la que
era director. Ubicada en la localidad Cerro Negro, en la provincia
patagónica
de Chubut, se encontraba en las cercanías de la Estancia La
Argentina. El
propietario de este establecimiento, Bernardo Constanzó French,
construyó y
donó al Consejo el local para el funcionamiento de la Escuela
N° 79. En
palabras del maestro el estanciero era “... un espíritu
selecto y buen
argentino, que encontró un medio de vida en una zona
inhóspita, fría y pobre.”
(Feldman Josín, 1936, p. 53).
El relato de Feldman
Josín se inicia con la
conformación del Paraje de Cerro Negro, mostrando la confluencia
en el mismo de
diversos grupos de indígenas que huyeron frente a la llegada de
ejército desde
1879. El retorno de Juan Payal al lugar va marcando la llegada de otras
familias y grupos. Para Feldman, a pesar de que el cerro sirvió
a estas
familias como espacio para escapar de las campañas: “la
Naturaleza terminó por
doblegar totalmente a los sobrevivientes de una raza fuerte y poderosa.
Después
de la historia de la mayoría de las poblaciones
indígenas: promiscuidad,
degeneración y miseria” (Feldman Josín, 1936, p.
53).
La narrativa de Feldman no
difiere de otras
referidas a la historia de la conformación de los parajes en la
Patagonia.
Frente a los engaños de los mercachifles y la persecución
de las policía
fronteriza, los indígenas -tanto “chilenos” como
“argentinos” -de acuerdo a su
caracterización- se integran al trabajo en la estancia y se
entregan al
“Apadrinamiento” de Constanzó. La llegada de la
escuela tendrá el objetivo, de
acuerdo con las palabras de Josín, de subsanar la ignorancia y
uniformar a los
niños que –aún naciendo en cielo
argentino—pertenecen a familias de orígenes
diversos. La institución escolar dará a Cerro Negro
“un gran paso en favor de su
incorporación al concierto de pueblos civilizados”
(Feldman Josín, 1936, p.
54).
De la misma manera que en la
crónica de
Funes se puede dar cuenta del maestro como persona en la cual se
encarna, en
los márgenes del Estado, el Consejo de Educación y el
Cuerpo Médico Escolar, en
el relato de Feldman Josín vislumbramos a los sujetos como
Constanzó quienes,
como emprendedores morales, se consolidan como figuras que acercan al
Estado y
a la educación a estos parajes inhóspitos, y con esto,
marcan el rumbo “civilizatorio”
de la población.
Frente a este panorama, la
escuela ocupaba
un lugar trascendental, debido a que es la punta de lanza del progreso
y la
civilización pensada en este momento en clave nacional:
“Es la escuela de la
Patagonia. La Pequeña escuela, avanzada de la
civilización y fiel
portaestandarte de la nacionalidad, que transforma, lenta pero segura,
el
medioambiente salvaje o embrutecido en un pedazo de suelo argentino,
culto,
grande y altivo, como lo soñaron los prohombres de la
Independencia y como
anhelan convertirlo todos los que en una u otra forma cooperan a su
progreso
moral y material” (Feldman Josín, 1936, p.55).
Feldman Josín
consideraba, marcando un
contrapunto con la perspectiva de Funes, que la escuela puede crear los
cimientos de la nación a través de sus pobladores, entre
los cuales se
encuentran los indígenas. La Patagonia sería “la
expresión fiel de la
contextura de los hijos que la construyen” (Feldman Josín,
2936, p.56). Las
palabras de Feldman Josín no sólo muestran un cambio
respecto de la
intervención de la población indígena en la
constitución de la nación (debido a
que su transformación les permitiría ser parte de la
ciudadanía), si no también
del encuadre del mismo Estado en los contextos “lejanos” de
los territorios
nacionales. Hacia la década de 1930 la educación se puso
en sintonía con las
políticas estatales de intervención en materia social y
económica. El impacto
de la crisis dio lugar a un despliegue de estrategias que promovieron
el
asistencialismo como forma de solucionar el atraso económico. La
orientación
práctica de la enseñanza fue una de las tendencias que
marcaron los
lineamientos del CNE, decantándose hacia una vertiente
profesionalista o de
adaptación regional, de forma tal que el estudiante pueda dar
respuesta a las
necesidades del medio para ser autosustentable. Por otro lado, durante
la corta
presidencia de Ramón J. Cárcano, comenzaron a funcionar
en Capital Federal los
comedores escolares, como forma de combatir el hambre que veían
los docentes en
sus estudiantes (Cárcano, 1944). Esta medida se extendió
hacia otros lugares
del país y se volvió una política estatal:
La crisis impulsó la
necesidad concreta del
accionar público en la asistencia social, especialmente sobre
los sectores
populares a partir de la instauración de instituciones
específicas de
protección a la infancia, del afianzamiento de la
profesión médica y de una
mayor presencia sanitaria en las instituciones educativas. (Billorou,
2008,
p.175)
Sin embargo, en este aspecto
podemos
apreciar un profundo cambio respecto de las concepción de la
población
indígena, donde pasaron de ser el resabio del pasado
incivilizado a “...
testigos mudos de una vida de privaciones, de heroica
resignación, y (...) de
la tragedia de la raza que se va.” (Feldman Josín, 1936,
p. 55). Estas palabras
reflejaban el cambio en la concepción sobre los indígenas
hacia la década de
1930, donde la influencia del pensamiento nacionalista conservador
marcaba un
cambio desde la concepción decimonónica a un
reposicionamiento de estas
poblaciones hacia una mirada marcada por lo telúrico y lo
folklórico. En este
sentido, fueron posicionados como víctimas de un proceso de
extranjerización y
algunos sectores conservadores entendían que tenían
“... más derecho que nadie
a la posesión de la tierra, porque de ellos es por derecho
natural.”
(Bohoslavsky, 2008, p. 161).
A diferencia del de Funes, el
texto de
Feldman Josín tiene una fuerte predominancia de la
descripción del “ambiente”
(geografía, geología, minerales, entre otras cuestiones
que el maestro
menciona), como causal del Estado de salud e higiene de los pueblos
indígenas.
El ambiente y las inclemencias del clima, de acuerdo a su
descripción, son un
factor determinante que afecta a los habitantes del cerro,
principalmente
indígenas, a sus modos de vida e infraestructura “Las
míseras casuchas de
adobe, mal construidas los pueblos indígenas, peor abrigadas,
son testigos mudos
de una vida de privaciones, de heroica resignación, y
también ¡Por qué no
decirlo! de la tragedia de esa raza que se va: la promiscuidad y la
degeneración”
(Feldman Josín, 1936, p. 55).
Tanto los indígenas como
sus prácticas
productivas pastoriles se encuentran destinadas a su disolución,
al menos de
las condiciones tales en las que se encuentran. La falta de capacidades
y la
degeneración son un factor decisivo a la hora de poder
desenvolverse y
proyectarse en las tierras patagónicas. El texto entonces va
tornándose en un
diagnóstico descriptivo de la situación de estos pueblos,
principalmente
caracterizados a través de la corporalidad anormal de
la niñez indígena:
“Yo he visto niñas de 13 o 14 años, llevar en su
frente, que debiera ser
inmaculada, signos inequívocos de vejez o de maternidad
prematura.” (Feldman
Josín, 1936, p. 55). Nuevamente marcando en las condiciones
sanitarias el
padecimiento y el sufrimiento, producto de las duras condiciones de
vida,
encontrando en este argumento la necesidad de una protección y
un cuidado,
lugar que debía ocupar la escuela, el docente y el Estado.
Por otra parte, marcaba su
preocupación en
términos de eugenesia, incorporando a los indígenas como
ciudadanos en riesgo:
“He visto niños entregados al vicio del tabaco o del
alcohol y sus cuerpos
enclenques, enfermizos, me hablaron, con hondo dolor, de futuros
ciudadanos
rechazados del servicio militar, por deficiencias físicas”
(Feldman Josín,
1936, p. 55). Nuevamente aparecen las marcas del discurso
higiénico, pero ya no
como una forma de práctica moral, sino como un problema de salud
pública. Tal
como señala Cammarota, durante la década de 1930
“... el proceso de reforma
para la prevención de la enfermedades y atención de los
cuerpos enfermos
coincidió con la expansión de las teorías
poblacionistas, (...) las nociones de
la biotipología (...) definiendo una esfera de
intervención por parte del
Estado” (2016, p. 37). La salud y el conocimiento acerca de la
salubridad de la
población era un tema de Estado vital para la
planificación de la Nación y su
progreso. La educación entonces, se aleja ya del viejo
parámetro binario de la civilización
y barbarie, para pasar a “mejorar” a aquellos sujetos que
--ya sea por el
ambiente en el cual se establecen, como por la limitación de sus
capacidades
provenientes de su pertenencia-- deben redimir una civilidad incompleta
(Carrasco). La educación y la higiene en los territorios
patagónicos formó
parte de los mecanismos que el Estado produjo para efectuar tal
redención.
El objetivo de este trabajo ha
sido analizar
la forma en la que el higienismo -como discurso, paradigma y
disciplina- se
instaló como el conocimiento autorizado para mejorar las
condiciones de salud
de la población dentro de los Territorios Nacionales de la
Patagonia en la
constitución del Estado como nación argentino. En
particular buscamos entender
cómo ha operado dentro de los espacios educativos vinculados a
población
indígena.
A lo largo del trabajo, se ha
mostrado que
la extensión de las ideas higienistas desde el CNE hacia los
Territorios
Nacionales no fue lineal, atravesó numerosas mediaciones que
condicionaron su
implementación, por ejemplo, condiciones edilicias dispares,
falta de recursos
humanos y económicos, distancia de las instituciones centrales,
etc. El rol del
Cuerpo Médico Escolar no se extendió hacia el sistema
educativo territoriano,
como tampoco lo hicieron otras políticas vinculadas a la
prevención de
contagios.
Aún así, dentro de
los Territorios
Nacionales, en los márgenes del Estado, fueron los docentes e
inspectores los
encargados de implementar y divulgar las ideas higienistas, atendiendo
a sus
matices de acuerdo al período implementado y a sus
subjetividades, preconceptos
y prejuicios acerca de estas poblaciones. Como vimos, en las regiones
habitadas
por pueblos indígenas, estas políticas cobraron formas
particulares y se
articularon con otros discursos y representaciones instalados acerca de
lo
indígena.
El análisis de las
fuentes ha permitido
comparar dos momentos históricos distintos en el manejo de estos
discursos en
educación en dos escuelas patagónicas a partir de la
experiencia de dos
maestros: Luis Funes en 1906 y Luis Feldman Josín en 1936. Desde
nuestra
perspectiva, las crónicas de ambos maestros dan cuenta de formas
de
representación diferenciales de los pueblos indígenas,
del lugar de la
educación y la higiene en dichos contextos; y finalmente, de la
inclusión/exclusión de estos grupos en la
construcción del imaginario nacional.
En el caso de Funes, la
política higienista
para los territorios se limitó a una herramienta discursiva
moralizante que
reproducía el lugar del docente como portador de un mensaje de
civilización y
que cumplía el rol del inspector sanitario. La educación
se vinculaba con
objetivos biológicos: con la misma se apartaba a los
indígenas de su propia
“raza” para acercarse a una nueva, ya que la
educación inculcaba una nueva
naturaleza.
La moralización del
discurso higienista como
herramienta sirvió para continuar la vigencia del discurso de la
civilización y
barbarie instaurado por la generación del 80: las personas
indígenas tenían
arraigada en su propia composición biológica la
incapacidad para ser ciudadanos
debido a su “salvajismo”, el cual se encontraba fuertemente
vinculado, entre
otras prácticas, a la falta de conductas y de un modo de vida
higiénico y
salubre.
La escuela para Funes resultaba
incluso
inútil para revertir esta situación: la única
forma de lograr un cambio de
estos sujetos era a través de una erradicación completa
de los niños de estos
modos de vida familiares.
En cuanto a Feldman
Josín, si bien comparte
con Funes una perspectiva sobre lo indígena vinculado a su falta
de civilidad,
marca una distancia con respecto a éste. La educación
puede transformar a los
sujetos indígenas, a los que considera la base para la
conformación de la
ciudadanía. Esta perspectiva se vincula con una mirada de la
época: en 1930,
tras la crisis, la educación se puso en sintonía con las
políticas de
intervención estatal en materia económica y social. La
educación se adaptó a
los contextos regionales y sus necesidades.
Para Feldman Josín, la
visión de los pueblos
indígenas también varió, ya no está
presente la visión decimonónica y binarista
del pensamiento de finales del siglo XIX, si no un reposicionamiento de
ideas
en función de un pensamiento nacionalista conservador: los
pueblos indígenas
eran el pasado nacional, un elemento vinculado al folclore nacional y a
lo
telúrico. En este sentido, el estado en el que se encontraban
estos pueblos
estaba más vinculado a un proceso de deterioro causado por un
medio ambiente
hostil y por las acciones de la sociedad no indígena.
El discurso higiénico en
el ámbito escolar
no interviene ya como un discurso moralizante, sino como un problema
propio de
la salud pública. Tanto la salud como la educación eran
una cuestión de Estado,
una herramienta para la planificación del progreso estatal y de
una perspectiva
asimilacionista en la construcción de la ciudadanía. Era
parte de las
herramientas para incorporar a esta población y permitir que los
mismos se
“igualen” y rediman una civilidad incompleta.
Armus,
D.
(2000) “El Descubrimiento de la Enfermedad como Problema
Social”. En Lobato M.
(ed.) Nueva Historia Argentina. La
Modernización y sus Límites, 1880-1916. (pp.505-551). Sudamericana.
Armus, D. &
Belmartino, S.
(2001). Enfermedades, médicos y cultura higiénica. En
Cattaruzza A. (dir.).
Nueva Historia Argentina. Crisis económica, avance del Estado e
incertidumbre
política (1930-1943) (pp. 283-329). Sudamericana.
Balbi,
F.
(2012). La integración dinámica de las
‘perspectivas nativas’ en la
investigación etnográfica. Intersecciones en
Antropología, 13, (2), 485-499.
Billorou,
M.
J. (2008). El surgimiento de los comedores escolares en la Pampa en
crisis. Quinto sol, (12), 175-200.
Bohoslavsky,
E., & Di Liscia, M. S. (2008). La profilaxis del viento.
Instituciones
represivas y sanitarias en la Patagonia argentina, 1880-1940. Asclepio, 60(2), 187–206. https://doi.org/10.3989/asclepio.2008.v60.i2.263
Bosa,
B.
(2010). ¿Un etnográfo entre los archivos? Propuestas para
una especialización
de conveniencia. Revista Colombiana de
Antropología, 46 (2), 497-530.
Briones,
C.
(1998) La alteridad del "Cuarto Mundo". Una deconstrucción
antropológica de la diferencia. Ediciones del Sol.
Briones,
C.
(2005) Formaciones de alteridad: Contextos globales, procesos
nacionales y
provinciales. En Briones C. (comp.) Cartografías argentinas:
políticas
indígenas y formaciones provinciales de alteridad, Antropofagia.
9-36.
Cammarota,
A. (2016). Saberes médicos y medicalización en el
ámbito escolar (1920-1940). Revista Pilquen 19,
33-51.
Das,
V. y D.
Poole (2008). El estado y sus márgenes. Etnografías
comparadas. Revista Cuadernos de Antropología
Social 27,
19-52.
Di
Liscia,
M. S. y Salto, G. N. (eds.) (2004) Higienismo,
educación y discurso en la Argentina (1870-1940), Santa
Rosa: Editorial de
la Universidad Nacional de La Pampa.
Di
Liscia,
M.S. (2004) Médicos
y
maestros. Higiene, eugenesia y educación en Argentina
(1880-1940). En Di Liscia
M.S. y Salto G. Higienismo,
educación y discurso en la Argentina (1870-1940), (pp.37-64)
Santa Rosa:
Editorial de la Universidad Nacional de La Pampa.
Delrio,
W.
2005. Memorias de expropiación. Sometimiento e
incorporación indígena en la
Patagonia, 1872- 1943. Universidad Nacional de Quilmes.
Feldman
Josín, Luis (1936). Ambiente histórico y
geográfico de una escuela del Chubut. Monitor de la
Educación Común, 766,
52-56.
Fiori,
A.
(2020) Del Camaruco ya no se vuelve igual: Memorias de relacionalidad y
pertenencia que confluyen en el camaruco de Nahuelpan. En Ramos, A. y
Rodríguez
M.E. Memorias fragmentadas en contextos de lucha. (pp. 149-172). Teseo.
Funes,
L.
(1906). Cómo avanzan las primeras luces en el desierto austral. El monitor de la Educación Común, 408,
641-654
Galak,
E. L.
(2014). Educación del cuerpo y política: concepciones de
raza, higienismo y
eugenesia en la Educación Física Argentina. Movimento,
20(4), 1543-1562.
Gómez Di
Vincenzo, J. A. (2012) El
talle justo del alumno: Biotipología, eugenesia y
pedagogía en Argentina
(1930-1943). Archivos
de Ciencias de la Educación, 6 (6). Disponible en:
http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/art_revistas/pr.5930/pr.5930.pdf
Lenton,
D.
(2014) De centauros a protegidos. La construcción del sujeto de
la política
indigenista argentina desde los debates parlamentarios (1880 –
1970), Corpus 4, 2, http://corpusarchivos.revues.org/1290
Lionetti,
L.
(2013). Luís Feldman Josín,“el maestro de la
modernización”. Prismas-Revista de Historia
Intelectual,
17(2), 207-210.
Lionetti,
L.
(2011). Discursos, representaciones y prácticas educativas sobre
el cuerpo de
los escolares: Argentina en las primeras décadas del siglo XX. Cuadernos de historia (Santiago), (34),
31-52.
Pechín,
C.A.
(2004) Infancia,
aprendizaje
y nacionalidad en los inicios del sistema educativo argentino. En Di
Liscia
M.S. y Salto G. Higienismo,
educación y discurso en la Argentina (1870-1940), (pp.
65-88). Editorial de
la Universidad Nacional de La Pampa.
Ramos,
A.
(2015). Cuando la memoria es un proyecto de restauración: el
potencial
relacional y oposicional de conectar experiencias. En Ruiz, M. O.
(Ed.). Historias y memorias. Diálogos desde una
perspectiva interdisciplinaria. Temuco: Núcleo de Ciencias
Sociales y
Humanidades de la Universidad de La Frontera.
Pérez,
P. y
Delrio, W. (2019). Cambios y continuidades en las (des)
territorializaciones
estatales en Río Negro (1878-1955). Cañuqueo, L., Kropff,
L., Pérez, P., &
Wallace, J. (Coomp.). La tierra de los
otros: la dimensión territorial del genocidio indígena en
Río Negro y sus
efectos en el presente (31-69). Editorial UNRN.
Pineau,
P.
(1999). Renovación, represión, cooptación. Las
estrategias de la Reforma
Fresco-Noble (Provincia de Buenos Aires, década del 30). En
Ascolani, A.
(Comp.) La educación en Argentina.
Estudios de historia. (pp. 223-239). Ediciones del Arca.
Pineau,
P.
(1997). La escolarización de la provincia
de Buenos Aires, 1875-1930: una versión posible. Facultad
Latinoamericana
de Ciencias Sociales Sede Académica.
Puiggrós,
A.
(1996). Qué pasó en la educación
argentina: breve historia desde la conquista hasta el presente.
Editorial
Kapelusz.
Puiggrós,
A.
(1990). Sujetos, disciplina y curriculum.
Galerna.
Rodríguez,
L. G. (2019). Cien años de normalismo en Argentina (1870-1970).
Apuntes sobre
una burocracia destinada a la formación de docentes. Ciencia,
docencia y tecnología, 30
(59 nov-abr), 200-235.
Rodríguez de
Anca, A. (2004)
Apuntes para el análisis de las relaciones entre discurso
médico y educación
(1900-1930). En Di Liscia M.S. y Salto G. Higienismo, educación y discurso en la Argentina
(1870-1940), (pp.15-36). Editorial de la
Universidad Nacional de La Pampa.
Romaniuk,
S.
(2015). Educación física, eugenesia y construcción
de la otredad. En XI Congreso Argentino y VI
Latinoamericano
de Educación Física y Ciencias (Ensenada, 2015).
Salessi,
J.
(1995) Médicos, maleantes y maricas. Higiene,
criminología y homosexualidad en
la construcción de la Nación Argentina (Buenos Aires
1871-1914). Beatriz
Viterbo Editora.
Teobaldo,
M.
y García, A. (2002) Actores y Escuelas. Una historia de la
educación de Río
Negro. Ed. Geema.
Teobaldo,
M.
(2011). ¡Buenos días, Sr. Inspector! Editorial de la
Facultad de Filosofía y
Humanidades.
Thisted,
S.
(2018) Construcciones de alteridades y escuela primaria: La
educación escolar e
infancia indígena y migrante en la configuración de la
educación pública
argentina (1880-1930). (Tesis de Doctorado en Ciencias de la
Educación. Facultad
de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires).
Zaidenwerg,
C. (2016). Amar la patria: las escuelas
del territorio rionegrino y la obra argentinizadora en el Sur.
Prohistoria
Ediciones.
[1]
En
1886 el CNE
creó la figura del Cuerpo Médico Escolar, como forma de
difundir y profundizar
la presencia de la cultura higienista. Este organismo estaba
constituido por
Médicos Inspectores que fueron designados con la función
de evaluar y
establecer condiciones edilicias de las escuelas y establecer formas de
limitar
la propagación de enfermedades infecto-contagiosas. Según
constaba en el
reglamento de 1887, su objetivo era “preservar la vida de los
niños puesta en
peligro por la ignorancia y la falta de cuidados higiénicos y
convertir a la
escuela en un lugar seguro”. La necesidad de un seguimiento
cercano de los
niños y del control de la salud familiar se basaba en la
importancia dada a la
higiene y a la herencia (madres/padres/abuelos/pariente). Como
señala
Lionetti (2011), de allí que se prestaba particular
atención a los
padecimientos de reumatismo, tuberculosis,
alcoholismo, demencia, cardiopatías, trastornos
gástricos,
hepáticos y renales, epilepsia, sífilis, bocios,
asmáticos, cáncer y,
finalmente, evidencias de antecedentes de trastornos coléricos y
nerviosos.
[2]
Este concepto remite a la existen en el seno del Estado
de
tendencias contradictorias, totalizantes e individualizantes de las
poblaciones, en donde se promueve la homogeneización en torno a
la idea de
nación pero al mismo tiempo la demarcación de esos que
resultan “otros” para
dicha construcción de identidad nacional. La idea de aboriginalidad
nos permite identificar cómo esa diferencia fue
marcada de forma histórica.
[3]
José María Ramos Mejía (1849-1914)
fue un médico y político
argentino, representante del higienismo positivista. Su obra Las
multitudes
argentinas, influida por la Obra de Gustave Le Bon fue un escrito
arquetípico
de su pensamiento, donde desarrollaba su perspectiva biopolítica
sobre la forma
en la que debía tratarse el problema de las masas urbanas.
Presidió el Consejo
Nacional de Educación desde 1908 hasta 1913, en palabras de
Puiggrós “… con un
profundo afán normalizador. Ramos Mejía planteaba que
hacían falta dos
generaciones de mestizaje para que se regenerara la raza que
había sufrido la influencia
de la inmigración. En 1908 produjo, un informe titulado La
educación común en
la República Argentina, que reflejó detalladamente la
propuesta escolar del
positivismo normalista, comprometido con el nacionalismo
oligárquico.” (Puiggrós,
1996, p. 67)
[4]
Las campañas militares de ocupación de la
Patagonia fueron
expediciones de conquista llevadas a cabo por el Estado argentino al
mando de
Julio Roca entre 1879 y 1884. El resultado de este proceso
derivó en un
genocidio a los pueblos originarios, el reparto de sus bienes y tierras
y la
imposición de la cultura occidental y cristiana. La
administración del Estado
central a través de un conjunto de leyes laicas le quitó
poder a la Iglesia
católica e instrumentó a través de escuelas el
sistema educativo con la Ley
1420. Su objetivo fue argentinizar la
población indígena remanente y a los inmigrantes.
[5]
Autoridad política, en su acepción usual
cacique.
[6]
Ayelen Fiori
reconstruye las trayectorias de
la gente de Nahuelpan, previas y posteriores al desalojo. Si bien
algunos
integrantes de la Lof regresaron, ya que les fue restituida una
porción ínfima
de su territorio, otra gran parte de sus integrantes no pudieron volver
y
comenzaron un recorrido que la autora denomina “deambular”
hasta lograr localizarse
en otros espacios (Fiori, 2020).
[7]
Persona no indígena.
[8]
Ceremonia político-espiritual mapuche.
[9]
Para un análisis en profundidad de la figura y
tarea de este
docente pueden consultarse los trabajos de Lionetti (2013) donde se
aborda la
vasta tarea intelectual, pedagógica y política de este
maestro normal.