Saberes y prácticas. Revista de Filosofía y Educación / ISSN 2525-2089
Vol. 7 N° 1 (2022)/ pp. 1-5 /
Sección Comentarios de Libros / Anticipo de Publicación
Centro de Investigaciones Interdisciplinarias de Filosofía en la Escuela (CIIFE),
Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Cuyo, Argentina.
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La escuela bajo sospecha: Sociología progresista y crítica para pensar la educación para todos
Tenti Fanfani, Emilio Ciudad Autónoma de Buenos Aires. 2021. 240 p. Siglo XXI Editores Argentina. ISBN 978-987-801-100-4. |
Axel Kesler
Universidad de Buenos Aires, Argentina.
En las
últimas décadas, la escuela ha pasado de ser la
institución evaluadora a
convertirse en objeto de evaluación. El llamado proceso de
“masificación
escolar” en el que se incrementó la cantidad de
estudiantes, docentes y
establecimientos educativos puso en agenda la discusión sobre
las nuevas
problemáticas escolares, así como generó un
desplazamiento del foco de las
políticas educativas hacia la evaluación de la calidad.
Esta institución que
ahora quedaría “bajo sospecha” inspiró el
título del libro de Emilio Tenti
Fanfani en el que, partiendo de este diagnóstico, se propuso
generar un aporte
sociológico para pensar las particularidades de las
problemáticas que
caracterizan al sistema escolar en las sociedades de alto y mediano
desarrollo
de Argentina y América Latina.
Desde un
comienzo, el autor deja en claro que se trata de un aporte
crítico desde una
perspectiva progresista y con un compromiso político.
Así, dirigiendo su
trabajo “sobre todo” a los docentes y agentes directamente
relacionados con el
sistema escolar, reconoce que las ciencias sociales solo tienen sentido
si van
más allá del campo académico. Es por eso que hace
especial énfasis en la
necesidad de no “hablar en difícil”, es decir, de
evitar caer en un lenguaje
academicista que imposibilite la comprensión por fuera de la
propia disciplina.
Coherente con esta postura que enriquece su producción
académica, desarrolla un
argumento claro y conciso que se adentra en cuestiones de fondo acerca
de las
problemáticas educativas evitando caer en reduccionismos
pedagógicos o
tecnocráticos. Más bien, concibe que para pensar el
futuro de la escuela se
debe hacer un diagnóstico complejo del presente entablando un
diálogo reflexivo
entre la comunidad educativa y los cientistas sociales. Los primeros,
en tanto
sujetos que viven el día a día de la labor escolar,
mientras que los segundos
ya que construyen una perspectiva “desde lejos” que aporta
categorías de
análisis tan valiosas como la propia experiencia de los docentes
y directivos.
De ahí
es que devela algunas claves para entender por qué hablamos de
una “crisis” de
la escuela. Lejos de analizar los problemas recientes de esta
institución desde
posiciones esencialistas, nos invita a pensar esta crisis como una
configuración de distintas tensiones estructurales de nuestros
sistemas
escolares. Por ejemplo, la tensión que resulta entre la
ampliación de la
escolaridad y la proliferación de títulos y certificados,
y el desarrollo
efectivo de conocimientos de sus poseedores. Ocurre que la
masificación en un
contexto de amplias desigualdades sociales se vuelve terreno
fértil para el
desarrollo de un proceso de fragmentación del sistema educativo
en el cual se
conforman “escuelas para ricos y escuelas para pobres”
donde cada título vale
distinto según el contexto en el cual se produce. Aquí
también se hace una
mención a cómo la democratización del conocimiento
objetivado (el acceso a
determinados bienes culturales materiales) no se traduce siempre en una
incorporación de conocimientos.
Otras
tensiones que son objeto de análisis en el libro son las que se
dan entre las
demandas crecientes al sistema escolar y la capacidad para
satisfacerlas, entre
el programa escolar y los aprendizajes extraescolares, y entre el
conocimiento
y la cultura como derecho o como mercancía. Este último
aspecto adquiere
especial relevancia en el argumento del autor para analizar la
capacidad
democratizadora de la escuela y las limitaciones con las que puede
toparse ese
objetivo. Para ese debate, retoma los aportes teóricos de
Bourdieu en el que se
comprende a la cultura como un capital, es decir, “como una
riqueza que produce
riqueza y que por lo tanto contribuye en forma creciente, junto con
otras
formas de capital (económico, social, político,
simbólico) a definir la
posición que tienen los individuos y los grupos en la
sociedad” (Tenti Fanfani,
2021, p. 49). De aquí se desprenden dos cuestiones centrales.
Por un lado, el
capital cultural como elemento central para pensar la
distribución de los
individuos en el espacio social y la probabilidad de éxito o
fracaso en el
pasaje por la escuela. Este aspecto es ignorado por las teorías
del capital
humano que atribuyen al mérito individual el destino de las
trayectorias
educativas y laborales, negando la incidencia del capital cultural
heredado
para transitar la escolaridad. Pero, por otro lado, la cultura como un
espacio
de disputa por su apropiación y definición. Es
aquí donde se piensa el lugar de
las clases dominantes como las que logran imponer determinadas maneras
de ver
el mundo y luego trasladarlo, por ejemplo, a currículas
escolares. De ahí la
propuesta del autor por reapropiarse de la escuela como un espacio para
democratizar ese capital cultural y no (como se posicionarían
algunas
“izquierdas mecanicistas”) rechazar esta institución
per se por su carácter burgués.
“Aunque parezca paradójico, para dejar de ser dominados,
los grupos
subordinados necesitan acceder a los recursos de los dominantes, entre
los
cuales está el conocimiento
científico-tecnológico” (Tenti Fanfani, 2021, p.
70).
En esta
línea, nos propone pensar a la educación como asunto de
Estado. Es en esa
dimensión “macro” que se puede analizar a la escuela
en los albores del
surgimiento de los Estados capitalistas. Si por Estado entenderá
al principio
de organización del consenso en una sociedad a través del
ejercicio del
monopolio de la violencia física y simbólica, dirá
que allí se expresan luchas
entre clases que luego se traducen en “actos de Estado”
donde se producen y
“canonizan” distintas clasificaciones sociales. En ese
marco, la escuela ha
tenido un peso histórico en su rol de construcción de
ciudadanía y ha sido
objeto de numerosos debates sobre cómo debía expandirse
en la población. Si
bien los argumentos pueden tomar sus matices, Tenti Fanfani contempla
dos
grandes grupos de opinión al respecto: “el de quienes
critican los ‘defectos’ y
limitaciones del Estado educador y pregonan las virtudes del
mercado” y “el de
quienes critican la lógica del mercado y reivindican el
conocimiento como
derecho y el carácter necesariamente público del sistema
escolar” (Tenti
Fanfani, pp. 82 y 84). En ese proceso de masificación y en el
contexto de esos
debates, se ha consolidado un sistema compuesto por instituciones
privadas no
subsidiadas, privadas subsidiadas por el estado, y públicas
financiadas y gestionadas
por el Estado. Cada una de esas instituciones comenzó a atender
públicos
distintos que se corresponden con las posiciones en la estructura
social y las
transformaciones que hubo en relación a ella a lo largo de la
historia.
Como
expresa el autor, “toda división de la sociedad comporta
una ‘di-visión’, es
decir, una serie de principios de diferenciación que permiten
establecer
límites entre las personas y los grupos” (Tenti Fanfani,
2021, p. 89). En ese
sentido, nuestras sociedades contemporáneas habrían
llegado a un nivel tan alto
de desigualdad que devino en fragmentación social. Las
distancias en el espacio
social coinciden con lejanías tanto en el espacio físico
como en los modos de
ver, percibir y actuar en el mundo. En parte, se daría como
efecto de las
estrategias de reproducción social que despliegan las clases
privilegiadas de
forma más o menos conscientes para no perder su posición
(de fecundidad,
herencia, educativas, de la salud y el bienestar físico,
económicas, de
inversión social, matrimoniales o de sociodicea). El autor nos
adentra muy
detalladamente en esas estrategias y transformaciones en la estructura
social
para vincularlas con cómo las desigualdades sociales y
educativas son también
efecto de esos movimientos.
Es así
que se diferencia de ciertas creencias que afirman que la falta de
educación es
la causante de la desigualdad y la pobreza. No por despreciar el rol de
la
escuela, sino para situarse en una posición realista, entiende
lo contrario: “a
menudo la pobreza y la exclusión son los principales factores
que explican las
desigualdades educativas” (Tenti Fanfani, 2021, p. 111). Hay un
reconocimiento
de la compleja relación entre escuela y sociedad donde la
legitimación de las
desigualdades adquiere un peso relevante. Lo que Tenti Fanfani llama
las
ideologías de la igualdad de oportunidades y de la meritocracia
-que se basa en
las ideas de talento, interés y la disposición al
esfuerzo- ocultan los
mecanismos selectivos que reproducen desventajas en determinados grupos
sociales. Actúa como una especie de ilusión para un grupo
selecto de los
sectores desaventajados, pero desestimulando la crítica al
sistema y sin
alterar la estructura jerárquica que caracteriza a la sociedad.
Esto ocurre
también con las iniciativas de discriminación positiva
que, por ejemplo, en
EEUU, “crearon una élite negra, incluso favorecieron la
llegada al poder de un
presidente negro, pero la situación media de los negros en esos
mismos años
empeoró” (Tenti Fanfani, 2021, p.121). Recuperando a
François Dubet, considera
que a esa ideología la debemos combatir desde un concepto de
“igualdad de
posiciones” en el que sí se anhela a un achicamiento de
las distancias
sociales. Este debe ser consciente tanto de las limitaciones de la
escuela en
su capacidad de igualar como de su rol (re)productor de muchas de esas
desigualdades en los actuales contextos de exclusión social.
En esa
línea, se debe contemplar que muchos de los estudiantes que han
ingresado a la
escuela con el proceso de masificación son los últimos
incluidos en el sistema
escolar. Con esto, el autor refiere a jóvenes que, si bien han
ingresado al
sistema educativo, presentan mayores dificultades para sostener sus
trayectorias escolares. Esto se relaciona con la falta de un contexto
propicio
para la incorporación de hábitos escolares o con la
dificultad de la escuela de
competir con otras fuentes canalizadoras de las demandas e intereses
culturales
de la juventud. Ahí el desafío de la escuela está
en reconocer y trabajar a
partir de las configuraciones culturales de los excluidos de la cultura
escolar, pero sin dejar de lado el objetivo de ampliar progresivamente
hacia
otros ámbitos que todos deberían tener derecho a acceder.
Quizás
uno de los actores protagónicos en ese proceso es el docente.
Por eso, en el
libro se dedica un extenso capítulo a problematizar sus
particularidades y la
complejidad que emana de su trabajo. “Su especificidad se puede
captar a partir
de la identificación de un conjunto de características
que se combinan de
diferentes maneras en cada sociedad y en cada etapa de su
desarrollo” (Tenti
Fanfani, 2021, p. 145). Entre esas características, habla de un
servicio
personal, estructuralmente colectivo, en el que los problemas a
resolver
cambian radicalmente y se debe acudir a menudo a la
improvisación. Allí se pone
en juego tanto un “saber incorporado” como un “saber
objetivado”, es por eso
que la práctica docente no siempre corresponde a la
aplicación de teorías
estudiadas, sino que tiende a reproducir patrones que han sido
incorporados en
el propio tránsito por la escuela. De ahí se puede pensar
el trabajo docente
como una “performance” donde la virtud juega un papel
central. Se trata de una
actividad centrada en la ejecución y en la actuación
más que en el producto, y
en el que se debe generar motivación, interés y
pasión por el conocimiento
recreando permanentemente las condiciones para el ejercicio de la
autoridad y
la legitimidad. Con la crisis de las instituciones y la
modificación de
equilibrio de poder entre las generaciones es que la
construcción de esta
legitimidad dependerá cada vez más de los propios
recursos y habilidades de los
docentes.
Es
interesante la reflexión que se desprende de lo anterior sobre
cómo la escuela
que hoy está “bajo sospecha” ignora estos aspectos e
intenta aplicar criterios
de evaluación que no captan la particularidad y complejidad del
trabajo
docente, ni la evaluación “informal” de padres y
estudiantes. Estas políticas
de evaluación se han puesto en el centro de la discusión
de la política
educativa y se han aplicado en los últimos años con un
criterio estandarizado y
con intenciones muy concretas. “No existe evaluación
inocente, sin
consecuencias, o meramente diagnóstica” (Tenti Fanfani,
2021, p. 179) nos
plantea el autor entendiendo que las mismas se constituyen como
“actos de
Estado” que clasifican e institucionalizan determinadas
calificaciones. De este
modo, la evaluación se consolida como un dispositivo que produce
nuevos modos
de control de procesos y agentes sociales en el que se coloca a
individuos e instituciones
en un ranking. Implica una nueva moral de rendimiento y competitividad
que
reemplaza la ética del trabajo docente basada en el progreso, la
construcción
de ciudadanía, la democracia y la igualdad. En verdad, Tenti
Fanfani nos dice
que una política efectiva destinada a los docentes
debería tener en cuenta
tanto una apuesta por el reclutamiento y la formación de
maestros como las
opiniones, actitudes y valoraciones de los profesionales de la
educación.
Otro
actor protagónico de la educación sobre el que se
enfatiza en el libro son las
familias. Estas participan en la institución escolar de
diferentes formas. Por
un lado, de un modo estructural en tanto la educación es un
proceso de
coproducción entre lo que aportan las escuelas y lo que aportan
los estudiantes
y las familias. Por otro lado, de forma contributiva cuando contribuyen
material y/o físicamente a la construcción de los
espacios escolares. Por
último, en el poder sobre los procesos de toma de decisiones.
Para garantizar
una verdadera participación colectiva en esos tres planos -y no
aquella
“participación” vacía que se publicita desde
un discurso demagógico-, es
necesario generar condiciones para su desarrollo (tiempo,
conocimientos,
dinero, etc).
A modo
de cierre, a lo que nos invita Tenti Fanfani en esta completa y muy
clara obra
es a pensar un nuevo horizonte para la escuela que no caiga en visiones
reduccionistas y que se anime a cuestionar con un compromiso
político y social.
Implica saldar tanto las tensiones que son estructurales de la escuela
como las
que ocurren dentro de la propia fuerza política (como las
ligadas al
corporativismo o a la burocratización). El escenario de la
postpandemia entra
aquí como una oportunidad para replantear esos sentidos, fines y
objetivos del
desarrollo de la escolarización. La beta que se abre,
fuertemente marcada por
una disputa entre un proyecto tecnocrático-mercantilista y uno
igualitarista,
debe encararse con una alianza entre quienes “viven” de la
escuela, quienes
solo pueden acceder al capital cultural más complejo a
través de esta
institución y quienes se dedican a pensarla desde los valores de
la igualdad.
De ahí quedan pendientes una serie de requisitos para seguir
apostando a esta
transformación educativa: adherir a un conjunto de valores como
el derecho a la
escolarización y el acceso al conocimiento poderoso, conocer la
lógica de lo
real-educativo, incorporar nuevos recursos tecnológicos y
generar una voluntad
política para llevar adelante estos objetivos.