Saberes y prácticas. Revista de Filosofía y Educación / ISSN 2525-2089
Vol. 7 N° 2 (2022) / Sección Artículos / pp. 1-15 /
Centro de Investigaciones Interdisciplinarias de Filosofía en la Escuela (CIIFE),
Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Cuyo, Argentina.
revistasaberesypracticas@ffyl.uncu.edu.ar / saberesypracticas.uncu.edu.ar
Recibido: 10/06/2022 Aceptado: 15/12/2022
DOI: https://doi.org/10.48162/rev.36.065
Towards
the radicalization of Karl Marx from the feminist contributions of Silvia
Federici
Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnicas (CONICET),
Universidad Nacional de La
Pampa,
Universidad Nacional del
Comahue, Argentina.
sebastian_martin@live.com
Resumen.
Silvia Federici ha buscado
mantener encendido el debate en torno a los vínculos entre marxismo y
feminismo. Así, tras una intensa labor de investigación y militancia ha destacado
tanto la importancia de Karl Marx para el pensamiento feminista como también la
modesta conciencia del autor sobre la situación de las mujeres en el
capitalismo. Es desde ese horizonte que, en el presente escrito, nos proponemos
reconstruir este análisis a partir de una cuidadosa exégesis hermenéutica, centrada
en la concepción marxiana de la naturaleza humana y en el vínculo indisociable de
la misma con la idea de trabajo. Pondremos de manifiesto críticamente tanto las
limitaciones como la potencia que habita en estas ideas de Marx si las
abordamos desde una perspectiva feminista. Primeramente, examinaremos sus
desarrollos filosófico-antropológicos, en los que interpreta el trabajo como
esencia vital, para ver cómo su sesgo relega a las mujeres al espacio de lo
natural. Posteriormente nos concentraremos en su análisis del concepto fuerza
de trabajo para atender las opacidades que presenta su abordaje del modo en que
la misma es producida y reproducida. Finalmente exploraremos las implicancias
que en torno a la cuestión del tiempo social conlleva esta laguna de Marx.
Palabras
clave. Marxismo, Feminismo, Fuerza
de trabajo, Naturaleza humana, Capitalismo.
Abstract. Silvia Federici has sought to keep the
debate on the links between Marxism and feminism alive. Thus, after an intense
research and militancy work, it has highlighted both the importance of Karl
Marx for feminist thought as well as the author's modest awareness of the
situation of women in capitalism. It is from this horizon that, in this paper,
we intend to reconstruct this analysis from a careful hermeneutic exegesis,
centered on the Marxian conception of human nature and its inseparable link
with the idea of work. We will critically reveal the limitations and the
power that inhabit these ideas of Marx if we approach them from a feminist
perspective. Firstly, we will examine her philosophical-anthropological
developments, in which she interprets work as a vital essence, to see how her
bias relegates women to the space of the natural. Later we will focus on his
analysis of the concept of labour power to address the opacities that his
approach presents in the way in which it is produced and reproduced. Finally, we
will explore the implications that this lacuna in Marx entails around the
question of social time.
Keywords. Marxism, Feminism, Labour power, Human nature, Capitalism.
En El patriarcado del salario (2018a),
libro de reciente aparición que cristaliza años de reflexión y militancia,
Silvia Federici, busca reavivar el debate y la polémica en torno a los vínculos
entre marxismo y feminismo. En este sentido apunta la autora que la
contribución de Karl Marx al pensamiento feminista, entendido como proyecto
social de emancipación, puede resumirse en cinco puntos fundamentales:
1.
Su concepto de historia como
campo y proceso de lucha de clases. Al poner el énfasis en los conflictos se
cancela la posibilidad de entender el curso de la historia desde la perspectiva
de un sujeto universal. La misma se presenta como el espacio de lucha por la
emancipación y contra la explotación. El feminismo debe recuperar una visión
centrada en las divisiones que las sociedades generan para perpetuar la
opresión.
2.
Su idea de la naturaleza humana
como emergente de las relaciones sociales y no como la encarnación de una
esencia eterna y ahistórica. Esta tesis ha permitido abrir la crítica a la idea
del eterno femenino y a la naturalización de la feminidad.
3.
El vínculo entre la teoría y la
praxis. Todo genuino conocimiento no
es sino el resultado de la activa intervención en los procesos sociales con la
deliberada intención de cambiarlos.
4.
El concepto de trabajo humano
como la fuente de la riqueza y la acumulación capitalista.
5.
El análisis del modo de
producción capitalista. A pesar de las metamorfosis que el mismo ha sufrido
persisten, en los escritos de Marx, claves para comprender los mecanismos que
rigen el funcionamiento del sistema.
Ahora
bien, a pesar de estos aportes y de reconocer que existe en Marx una suerte de
conciencia feminista, que puede encontrarse fragmentariamente a lo largo de
todos sus trabajos, señala Federici (2018a) que la misma se limita a una serie
de comentarios ocasionales, dirigidos en su mayoría a las mujeres obreras y que
no llegan a erigirse como una teoría. Justamente por este motivo, una lectura
del autor en clave feminista resulta necesaria y fructífera tanto en términos
teóricos como prácticos pues, criticarlo es, en este sentido, actualizar y
profundizar su pensamiento más aún si partimos, como la autora, de la
convicción de que “Marx nos dio herramientas para criticarlo” (2018a, p. 14).
En el
presente escrito, a partir de un trabajo exegético y hermenéutico, procuraremos
centrarnos fundamentalmente en los puntos dos y cuatro, a saber, en la
particular concepción de la naturaleza humana y en el vínculo indisociable y
fundamental que la misma guarda con la idea de trabajo en Marx. Pondremos de
manifiesto, mediante un atento análisis textual crítico, la potencia y las
limitaciones que estas dos cuestiones abordadas por el autor presentan desde la
perspectiva feminista de Silvia Federici. Para ello, abordaremos en un primer
momento los desarrollos de corte más filosófico y antropológico de Marx,
aquellos en los que interpreta el trabajo como la esencia vital humana para ver
allí en qué medida su sesgo relega a las mujeres al espacio de lo natural.
Posteriormente nos concentraremos en las opacidades e impensados que presenta
el autor en su abordaje del modo en que la mercancía fuerza de trabajo se
produce y reproduce y el papel que las mujeres desempeñan en este proceso.
Finalmente, y a modo de cierre, exploraremos las implicancias que en torno al
tiempo, en tanto medida “socialmente necesaria”, conlleva esta laguna de la
teoría marxista.
Quedará
así de manifiesto cómo el pensador alemán, en su historia del desarrollo del
capitalismo en Europa y el mundo obvió y obliteró el papel de las mujeres,
analizando el modo de producción capitalista solo desde la perspectiva del
trabajador industrial asalariado y masculino. Veremos entonces que este sesgo
obtura la posibilidad de un análisis más radical que dé cuenta de una
articulación más compleja y profunda de las variables que explican el modo y la
forma en la que el capitalismo procede. Advertiremos cómo, al analizar el
trabajo y los procesos humanos de producción en general, su vista se posa
fundamentalmente y de manera casi exclusiva (sobre todo en sus análisis históricos
concretos) en la fábrica, el salario y la producción de mercancías ignorando y
desconociendo los trabajos domésticos, no asalariados y reproductivos.
Desde su
más temprana juventud Karl Marx ha estado embargado en una profunda y sostenida
reflexión en torno al trabajo
[1]
. En este sentido, existe en el autor una constelación de conceptos
e ideas que procuran dar cuenta de la complejidad, las contradicciones y las
paradojas que atraviesan una actividad tan difusa y esquiva. Así, a lo largo de
sus escritos podemos observar sutiles desplazamientos, cambios de perspectivas
y de foco que pretenden captar y aprehender la especificidad de una actividad
humana que es, por principio, polivalente, cambiante e histórica.
En Marx
el trabajo se presenta como la clave hermenéutica del modo de ser
específicamente humano. También, y más específicamente, como el concepto que
nos permite acceder y desentrañar el modo de producción capitalista, como la
llave que abre la comprensión a su histórico y universal proceso de
explotación. Según Herbert Marcuse (1969), para Marx, “lejos de ser una simple
actividad económica el trabajo es la `actividad existencial´ del hombre, su
`actividad libre, consciente´ -de ninguna manera sólo un medio para mantener su
vida sino para desarrollar su `naturaleza universal’” (p. 10). A esto se debe
el que, a lo largo de toda su vida, el autor haya estado en permanente disputa
con lxs teóricxs de la Economía Política pues, esta pretendida ciencia, busca
velar el sentido profundo y verdadero del trabajo presentándolo desde la
perspectiva reduccionista de la generación de riquezas y ganancias, esto es,
desde una visión netamente económica que excluye todas las dimensiones práxicas y poiéticas que el mismo reviste.
Según lo
expuesto, entonces, en el pensamiento de Marx el sentido, la urgencia y la
premura por aprehender la realidad del trabajo se asienta en una doble
necesidad, por un lado indagar y aprehender el trabajo es aprehender al ser
humano mismo en tanto y en cuanto esta actividad constituye su esencia. Esta
perspectiva es la que predomina (aunque no de manera exclusiva) en sus trabajos
de “juventud”, fundamentalmente en los célebres Manuscritos económico filosóficos de 1844. Por otra parte, el
trabajo, es la clave ocluida de acceso a un sistema que, para existir y
desplegarse, explota a la humanidad convirtiéndola en mera mercancía o
engranaje. Este enfoque es el que podemos encontrar, fundamentalmente, en los
textos “maduros” de Marx. Aquí sin dudas la referencia es El capital (1867)
[2]
.
Para
nuestro pensador, el trabajo es el modo del que los seres humanos disponen para
inscribirse en la historia. Es el trabajo el que, en esa apertura de mundos que
le es intrínseca, los despeja como mundos humanos, culturales, es decir, como
totalidad de sentido. La complejidad y heterogeneidad que es intrínseca al
trabajo lo convierte en ambivalente, escurridizo y paradójico pues, se presenta
como la posibilidad de realización del ser humano, como aquella actividad que
proyecta y dispara las potencialidades humanas hacia estancias impensadas pero,
por otra parte, se nos muestra como aquella instancia que abre la posibilidad a
la enajenación, la cosificación, la mistificación y al más mezquino escamoteo
de humanidad por parte de una racionalidad centrada de manera exclusiva “en las
gélidas aguas del cálculo egoísta” (Marx, 1848/1998, p. 42) de beneficios y
utilidades. Para el autor analizado pensar el trabajo es adentrarse en el barro
de la historia, en sus tramas, pues prontamente advertió que:
Este modo de producción no debe considerarse
solamente en cuanto es la reproducción de la existencia física de los
individuos. Es ya, más bien, un determinado modo de la actividad de estos
individuos, un determinado modo de manifestar su vida, un determinado modo de vida de los mismos. Tal y como
los individuos manifiestan su vida, así son. Lo que son coincide, por
consiguiente, con su producción, tanto con lo
que producen como con el modo cómo
producen. Lo que los individuos son depende, por tanto, de las condiciones
materiales de su producción. (Marx, 1846/1985, pp. 19-20)
En el
pensamiento de Marx el trabajo, en tanto hacer, es a un mismo tiempo actividad
libre, creativa y comprensiva. Es, en su sentido más genuino, la hermenéutica
que el ser humano ensaya sobre el mundo, sobre sí mismx y sobre lxs demás.
Tempranamente en los Manuscritos
Parisinos (1844) lo define, en su sentido afirmativo, como un fenómeno de
índole consciente, voluntaria y libre que se presenta como la “actividad vital
misma” que tiene como telos “la objetivación de la vida genérica del hombre
[3]
” (Marx, 1844/2001, p. 113). El
trabajo, en tanto actividad social vital, constituye la esencia y naturaleza
que conforma y hace posible la vida del ser humano. Afirmar que el trabajo es
la esencia humana nos remite indefectiblemente a una dimensión que se opone
radicalmente a aquello que la tradición (la filosofía clásica e incluso gran
parte de la modernidad) entiende por esencia. El concepto de esencia suele
remitir, de manera indefectible, a una suerte de dimensión última, estática,
inmutable y fija desde donde se sustenta la realidad. Por el contrario, en
Marx, si bien el trabajo es aquella fuente performativa de lo humano, su originario,
bajo ninguna circunstancia remite a esa entidad impasible que, se presume,
cimenta cada cosa que existe. El trabajo proyecta a una dimensión de perpetua
fluctuación y mutación, es sinónimo de actividad, dinamismo y lucha, en
definitiva de una práctica autopoiética
[4]
. Como vimos, para Federici, presentará justamente este rasgo una
clave para el posible acercamiento y diálogo entre feminismo y marxismo.
Sostener
que el ser humano se crea a si mismx en el devenir real de la historia no
constituye una extravagancia teórica, implica afirmar que:
El hombre que ejecuta un trabajo, en este
proceso se produce a sí mismo como miembro del género humano y, con ello,
produce al género humano mismo. Incluso podría decirse: el arduo camino de
autosuperación que va desde la determinación natural de los instintos hasta el
autodominio consciente, es el único camino real hacia la auténtica libertad
humana (Lukács, 2004, p. 186)
Ahora
bien, retomando el hilo de nuestra exposición, debemos señalar que el trabajo
no puede ser entendido sino en su carácter procesual, es decir como un continuo
devenir o acontecer en el que el ser humano “produce prácticamente un mundo”, o
dicho de otro modo, abre mundos como mundos humanos y, por esto, configura los
modos de manifestar la vida, de desocultar lo dado desde ese centro referencial
que somos nosotrxs mismxs. A este respecto sentencia Jean-Paul Sartre: “para
que la realidad se devele, es preciso que un hombre luche contra ella” (1960,
p. 106). Aventurarse en la cuestión del trabajo resulta entonces adentrarse en
la cuestión humana, es penetrar, explorándolos, nuestros posibles en su
cualidad de horizontes de nuestra existencia, tanto individual como colectiva,
es entender y asumir que, como afirma Terry Eagleton (1999), “nuestro ser
genérico [es] como una especie de tautología creativa, que consiste solo en su
propia realización” (p. 28). Dicho de otro modo:
El trabajo supone para Marx mucho más que lo
simplemente económico. Implica toda una antropología: una teoría de la
naturaleza y la acción humana, del cuerpo y sus necesidades, de la naturaleza
de los sentidos, de las ideas de cooperación social y realización personal
individual. (Eagleton, 2011, pp. 121-122)
A
diferencia del animal, cuya producción se direcciona en un único sentido, es
decir, que está signada y sujeta a la unilateralidad propia de una producción
ligada a aquellas necesidades inmediatas para sí o su prole, la humanidad
produce, por su misma condición genérica, de un modo universal.
El hombre es un ser genérico no sólo porque
en la teoría y en la práctica toma como objeto suyo el género, tanto el suyo
propio como el de las demás cosas, sino también, y esto no es más que otra
expresión para lo mismo, porque se relaciona consigo mismo como el género
actual, viviente, porque se relaciona consigo mismo como un ser universal y por eso libre. (Marx,
1844/2001, p. 111)
Al
afirmar que el animal produce de un modo unilateral y los seres humanos en
forma universal, lo que Marx está señalando es el hecho de que el primero
produce respondiendo a la premura de una necesidad física inmediata. Solo se
produce a sí mismo siguiendo la necesidad y la medida de la especie a la que
pertenece, por eso mismo, todo lo que el animal forma se hace uno con su
organismo físico. Muy por el contrario, la humanidad, produce liberada de la
necesidad física, incluso solo produce realmente (en su dimensión más
propiamente humana) al verse libre de la misma, por ello es capaz de
enfrentarse a su producto y reproducir la naturaleza toda considerando la
medida de cualquier especie. Además, en tanto conoce las medidas inherentes de
los objetos es capaz de crear atendiendo también a las leyes de la belleza,
esto es, de un modo estético.
Aquí, en
este punto, las observaciones de Federici se vuelven certeras y atinadas pues,
dan con un claro problema en el pensamiento de Marx. Según los propios términos
del autor la producción ligada a la necesidad es unilateral y propia de los
animales. En estos fragmentos la necesidad es pensada fundamentalmente como
necesidad vital, esto es, como aquellas condiciones materiales que deben ser
satisfechas para que la vida humana resulte posible y sostenida en el tiempo.
Refinando nuestras categorías deberíamos entonces decir que, este tipo de
actividades, no son comprendidas dentro de lo que Marx entiende como producción
sino que, más bien, se desarrollan en la esfera de lo que define como
reproducción, ámbito que remite al orden de la vida biológicamente comprendida.
Dado que
los seres humanos también somos animales es evidente que la reproducción de la
vida y sus condiciones es una instancia insoslayable de nuestro específico modo
de ser. Ahora bien, el modo en que lxs humanxs producimos y reproducimos
nuestra vida no es, bajo ningún punto de vista, natural sino histórico y
social. Por el contrario, en el tratamiento que Marx nos ofrece en estos
desarrollos teóricos de juventud nos presenta la reproducción como una
actividad dada, autorregulada y espontánea. Comprende, en definitiva, todas las
tareas de cuidado como actividades menores que responden, en su proceder, a un
ordenamiento y una serie de procesos que son confinados al orden de lo natural.
Acierta Federici al señalar que:
Es curioso que no fuera capaz [Marx] de ver el
trabajo de reproducción; él mismo, al comienzo de La ideología alemana, dice que si queremos entender los mecanismos
de la vida social y del cambio social, tenemos que partir de la reproducción de
la vida cotidiana […] Pero, de manera muy paradójica desde un punto de vista
feminista, piensa que esta reproducción queda cubierta desde el proceso de
producción de las mercancías, es decir, el trabajador gana un salario y con el
salario cubre sus necesidades vitales a través de la compra de comida, ropa…
Nunca reconoce que es necesario un trabajo, el trabajo de reproducción, para
cocinar, para limpiar, para procrear. (2018a, pp. 10-11)
Desconocer
el conjunto de estas actividades es desconocer la tarea que “continúa siendo
estadísticamente el mayor sector de trabajo en el mundo” (Federici, 2018a, p.
18), labor que desde el origen del capitalismo, en su etapa de “acumulación
originaria”, ha recaído de manera exclusiva sobre las mujeres
[5]
. La humanidad no solo debe producir un mundo objetivo sino que
además, y quizás de manera primaria, debe reproducirlo para que este se
sostenga y perdure. La tarea de reproducción es una tarea de cuidado que
procura preservar al ser genérico en su existencia, en el tiempo y en la vida.
No atender a estas labores y a los procesos de explotación que aquí se esconden
es desconocer una dimensión fundamental del modo de proceder del capitalismo.
Es justamente por ello que Federici lamenta el que Marx no haya sido capaz de
ver “la reproducción como un área de trabajo” (2018a, p. 12) pues, de ser así,
habría sido sensible a la opresión que tiene lugar en el seno del trabajo
doméstico.
Dentro
de la elaboración del mundo objetivo, que es material y social, parece que Marx
fue indiferente al modo en que la vida resulta factible pues, a pesar de que
escribiera con Engels en La ideología
alemana (1846) que la premisa de toda historia se liga a garantizar las
condiciones que la hacen posible, no fue teóricamente sensible al papel
primordial que la reproducción y el trabajo doméstico revistieron y revisten en
la consolidación de todo modo de producción y, de manera especial, en el
capitalista.
La primera premisa de toda existencia humana
y también, por tanto, de toda historia, es que los hombres se hallen, “para
hacer historia”, en condiciones de poder vivir. Ahora bien, para vivir hace
falta comer, beber, alojarse bajo un techo, vestirse y algunas cosas más. El
primer hecho histórico es, por consiguiente, la producción de los medios
indispensables para la satisfacción de estas necesidades, es decir, la
producción de la vida material misma, y no cabe duda de que es éste un hecho
histórico, una condición fundamental de toda historia, que lo mismo hoy que
hace miles de años, necesita cumplirse todos los días y a todas las horas,
simplemente para asegurar la vida de los hombres […] Por consiguiente, lo primero,
en toda concepción histórica es observar este hecho fundamental en toda su
significación y en todo su alcance y colocarlo en el lugar que le corresponde.
(Marx 1846/1985, p. 28)
A pesar
de enunciar y enfatizar el rol fundamental que la reproducción ocupa como
condición de posibilidad sine qua non
de la vida humana, Marx no analiza “este hecho fundamental en toda su
significación y en todo su alcance”. Esta situación quizás se debió, aventura
Federici (2018a), a que el autor solo entendió como trabajo productivo el que
se desarrolla al interior de la fábrica y no atendió al hecho de que el trabajo
doméstico produce y reproduce la mercancía más importante para el capitalismo,
a saber, la fuerza de trabajo. El trabajo doméstico carga sobre sus espaldas la
enorme responsabilidad de “formar”, de manera regulada, precisa y acorde a la
demanda, la mano de obra necesaria para mover los engranajes de la fábrica.
Expresa, en todo caso, la persistencia de una explotación extensiva y no
remunerada que hace factible la explotación intensiva en la industria. Es, por
ende, la otra cara de esa gran fábrica social
[6]
que es el capitalismo.
El
trabajo doméstico supone un permanente deterioro de quien lo ejecuta, pues la
vida que dedica al sostenimiento de la vida de otrxs, es la misma que se le
escamotea y no se le reconoce. Piénsese aquí que la jornada laboral de quienes
se ocupan del cuidado no tiene límites temporales ya que la misma abarca e
insume las 24 horas del día. Además, carece de todo tipo de reconocimiento y salario.
En estas tareas se produce y reproduce nada menos que la mercancía
imprescindible al modo de producción capitalista, aquella que hace posible la
explotación y la extracción de plusvalía, esto es, la fuerza de trabajo. Quizás
en este sentido, dada la necesariedad, proximidad y cotidianidad propia del
trabajo doméstico, Marx haya sido víctima de esa naturalización y ceguera
intelectual que impide ver que “toda ciencia estaría de más, si la forma de
manifestarse las cosas y la esencia de éstas coincidiesen directamente” (Marx,
1894/2000b, p. 478).
Si bien
señala Federici que la concepción que el pensador alemán guarda de la
naturaleza humana ha sido uno de sus aportes fundamentales para luchar contra
la idea del eterno femenino y las naturalizaciones sobre la mujer y sus tareas
(Cfr. 2018a, p. 8) no podemos aquí
dejar de señalar que, siendo el trabajo y la fuerza de trabajo dos conceptos
centrales en el autor, debió haber analizado detallada y cuidadosamente el modo
y las condiciones que hacen el desarrollo de ambas posible. Pues sin el cuidado
que se da en las casas difícilmente los seres humanos lograríamos desplegar
nuestra potencia de ser. En la medida en que solo existimos “en el modo de la
potencia, de una potencia en acto que es, simultáneamente, acto de potencia,
que se conserva y perdura, que insiste y resiste como tal potencia en el acto”
(Casanova, 2016, p. 8) estamos arrojadxs al cuidado hospitalario de quienes
hacen nuestra vida posible, es decir, fundamentalmente de las mujeres.
Si para
Marx el ser humano es, en su condición de viviente, fundamentalmente acción y
actividad sobre el mundo, no es menos cierto que está atravesado por la
fragilidad y la menesterosidad de un ser que necesita, para ser, de la atención
de otrxs. Es justamente por esta razón que no podemos dejar de señalar el perjuicio
que provoca en el pensamiento de Marx la falta de atención, en sus escritos, a
tamaño problema. Desconocerlo o soslayarlo sería ser incapaces de dar cuenta de
la explotación del modo de producción capitalista en todo su espesor y textura.
Así, en cierta forma, criticar a Marx por esta ausencia es ser fiel a la
tradición crítica en la que su praxis
pensante se inscribe. Pues, tal como señala Federici, el filósofo obvió “toda
la esfera de las actividades centrales para la reproducción de nuestra vida,
como el trabajo doméstico, la sexualidad, la procreación; de hecho no analizó
la forma específica de explotación de las mujeres en la sociedad capitalista
moderna” (2018a, p. 9). Su omisión le impidió ver la operación mediante la cual
en el período de transición del feudalismo al capitalismo las mujeres fueron
progresiva y sistemáticamente reducidas a la condición de “una actividad
abstracta y un vientre”
[7]
(Marx, 1844/2001, p. 55) cuya función radica en reproducir a los
trabajadores masculinos, esos seres que, en su condición de “viviente[s] y, por
tanto, menesteroso[s]” (Marx, 1844/2001, p. 121) necesitan de las tareas de
cuidado, esto es, de una labor que las mujeres ejecutan sin reconocimiento
alguno ni salario. Esta reducción que operó sobre ellas las convirtió en un
recurso natural más (como el aire o el agua) disponible para todxs y abierto a
una explotación franca y directa
[8]
.
Como ya
señalamos, la reflexión y la preocupación por el trabajo constituyen una
constante y una persistencia en los escritos de Marx. En este sentido, en la
que será su obra más influyente, El
capital (1867), dará el autor al concepto de trabajo un lugar destacado y
privilegiado en su análisis crítico del modo de producción capitalista. Así, en
la tercera sección del tomo primero, analiza el proceso de trabajo en su
sentido abstracto y formal, esto es, independiente de la forma social histórica
concreta que el mismo presente. Desde esta perspectiva (que muestra claras
continuidades con su análisis antropológico-filosófico presentado en el
apartado anterior) afirma:
El uso de la fuerza de trabajo es el trabajo mismo […] El trabajo es, en
primer término, un proceso entre la naturaleza y el hombre, proceso en que éste
realiza, regula y controla mediante su propia acción su intercambio de materias
con la naturaleza. En este proceso, el hombre se enfrenta como un poder natural
con la materia de la naturaleza. Pone en acción las fuerzas naturales que forman
su corporeidad, los brazos y las piernas, la cabeza y la mano, para de ese modo
asimilarse, bajo una forma útil para su propia vida, las materias que la
naturaleza le brinda. Y a la par que de ese modo actúa sobre la naturaleza
exterior a él y la transforma, transforma su propia naturaleza, desarrollando
las potencias que dormitan en él y sometiendo el juego de sus fuerzas a su
propia disciplina. (Marx, 1867/2000a, p. 130)
A
diferencia de lo que ocurre con los apologetas de la economía política, para
nuestro autor, el trabajo no se reduce a mera fuente de riquezas. En su
análisis del mismo supera con creces las limitaciones propias de las
perspectivas meramente técnicas y utilitaristas. Como queda evidenciado en la
cita, además de transformar y desarrollar la naturaleza exterior, el trabajo,
es una vía de despliegue de aquellas potencias latentes que subyacen en los
seres humanos. La producción se abre a la inconmensurabilidad de un continuo y
perpetuo proceso simbiótico y de retroalimentación entre la creciente
complejidad que el trabajo adquiere en el devenir histórico y el
desenvolvimiento de aquellas potencialidades del ser humano que, en su
condición de ser social, acaecen bajo la forma de novedad ontológica en el seno
de la naturaleza. El desenvolvimiento del trabajo no conoce otro límite que el
de lo humanamente posible, el cual, como se sabe, es una magnitud ampliamente
variable por cuanto sus fronteras son continuamente trascendidas. Podemos decir
entonces, en sintonía con Casanova (2016), que en Marx se da un “círculo de la praxis” en la medida en que todo hacer
humano significa y dota de sentido al mundo, mientras que, a su vez el mundo es
la condición de toda posible actividad y sentido. Existe así una suerte de
inmanencia entre la naturaleza y la historia en el curso del devenir. Como muy
atinadamente supo ver Agnes Heller (1998), en este cuadro que traza Marx, las
necesidades revisten una potencia, una capacidad de abrir a los seres humanos y
proyectarlos por encima de lo meramente biológico. En el curso de la historia,
la necesidad ha movido e impulsado a la humanidad a superar aquello que se
presenta como lo dado.
Por
ello:
El proceso
de trabajo, tal y como lo hemos estudiado, es decir, fijándonos solamente
en sus elementos simples y abstractos,
es la actividad racional encaminada a la producción de valores de uso, la
asimilación de las materias naturales al servicio de las necesidades humanas,
la condición general de intercambio de materias entre la naturaleza y el
hombre, la condición natural eterna de la vida humana, y por tanto,
independiente de las formas y modalidades de esta vida y común a todas las
formas sociales por igual. Por eso, para exponerla, no hemos tenido necesidad
de presentar al trabajador en relación con otros. (Marx, 1867/2000a, p. 136)
Incluso
en este texto maduro de Marx pueden encontrarse resabios de aquella temprana
manera de entender al trabajo como capacidad o potencialidad humana de
despliegue y creación de mundo. Hemos visto que el uso de la fuerza de trabajo
se presenta para el autor como el trabajo mismo. Ahora bien, debemos entender
“por capacidad o fuerza de trabajo el conjunto de las condiciones físicas y
espirituales que se dan en la corporeidad, en la personalidad viviente de un
hombre y que éste pone en acción al producir valores de uso” (Marx, 1867/2000a,
p. 121). Por su parte para que la fuerza de trabajo devenga una mercancía es
preciso que la misma sea ofrecida en el mercado por su propio poseedor y, para
que esto ocurra es necesario que quien la vende “disponga de ella, es decir,
que sea libre propietario de su
capacidad de trabajo, de su persona” (Marx, 1867/2000a, p. 121).
Si
abandonamos esta perspectiva abstracta para concentrar nuestra atención
específicamente en el modo de producción capitalista observamos que el proceso
de trabajo adquiere la forma determinada de un proceso de consumo de la fuerza
de trabajo por la clase capitalista. Mientras tiene lugar este fenómeno lxs
trabajadorxs se encuentran en la ejecución de todas sus actividades bajo el
control de quien compró su fuerza de trabajo. Es, por ende, al capitalista a
quien pertenece el trabajo y el producto del mismo, pues la propiedad de lo
producido no es de su productor/a directo/a sino de quien ha pagado por el uso
de la fuerza de trabajo durante un período determinado. Durante esta franja de
tiempo, por la que el/la burgués/a ha pagado, puede hacer el uso que le plazca
de la mercancía fuerza de trabajo comprada.
Llegados
a este punto es oportuno demorarnos en una dificultad que Federici encuentra en
Marx. Según sostiene la autora, el pensador alemán fue consciente de que la
fuerza de trabajo no se da de manera natural, sino que la misma debe ser
producida. Es justamente esta tesis la que permitió a las feministas dar cuenta
de que sobre este terreno, la reproducción, ha recaído el trabajo doméstico. A
pesar de reconocer la necesidad de que la fuerza de trabajo sea producida y
reproducida parece creer Marx que, para que esto ocurra, es suficiente, en el
modo de producción capitalista, con que el trabajador (usualmente varón) se
provea de mercancías. Así, señala Federici que, en Marx:
La reproducción del trabajador es una parte y
condición esencial de la acumulación de capital. Sin embargo, solo la concibe
desde el aspecto del “consumo” y sitúa su realización exclusivamente dentro del
circuito de producción de mercancías. Los trabajadores -imagina Marx- gastan el
salario en comprar los productos que cubren sus necesidades vitales, y al
consumirlos se reproducen a sí mismos. Literalmente, se trata de la producción
de trabajadores asalariados mediante las mercancías producidas por los
trabajadores asalariados. (2018a, pp. 52-53)
Como
vemos, atinadamente sostiene la autora que, para Marx, los bienes de consumo
(la ropa, comida, vivienda, etc.) parecen ser condición necesaria pero también
suficiente para producir y reproducir la vida. El trabajador masculino es
presentado entonces como una suerte de “ente que se autoproduce” (Federici,
2018a, p. 53). De esta forma, desconoce el trabajo doméstico que se ejecuta al
interior de las casas, la labor que implica la limpieza, la cocción de los
alimentos, la crianza de niñxs, la procreación. A este último punto en
particular lo entiende como un proceso natural y espontáneo, no como un terreno
en el que puede existir disenso y discrepancia entre mujeres y hombres o como
uno de los posibles campos de batalla de la lucha de clases. “Por qué la procreación
debería ser un `hecho de naturaleza´ y no una actividad social históricamente
determinada, cargada de intereses y relaciones de poder diversas es una
pregunta que Marx no se hizo” (Federici, 2015, p. 164).
No
obstante insistir en reiteradas ocasiones en que la fuerza de trabajo es “el
medio de producción indispensable para el capitalista” (Marx, 1867/2000a, p.
481) en tanto es la mercancía generadora de plusvalor, no se ocupa
suficientemente del modo en que esta es producida y reproducida. Al concentrar
su análisis de manera casi exclusiva en la fábrica, Marx se vuelve incapaz de
comprender y ver las tareas de reproducción como un área de trabajo específica
y necesaria. El trabajo de las mujeres en el capitalismo, por el que no
perciben ningún salario, queda así invisivilizado a pesar de que:
El trabajo de reproducción es el pilar de
todas las formas de organización del trabajo en la sociedad capitalista. No es
un trabajo precapitalista, un trabajo atrasado, un trabajo natural, sino que es
un trabajo que ha sido conformado para el capital por el capital, absolutamente
funcional a la organización del trabajo capitalista. [Debemos] pensar la
sociedad y la organización del trabajo como formado por dos cadenas de montaje:
una cadena de montaje que produce las mercancías y otra cadena de montaje que
produce a los trabajadores y cuyo centro es la casa. Por eso decíamos [las
feministas de los `60 y `70] que la casa y la familia son también un centro de
producción, de producción de fuerza de trabajo (Federici, 2018a, pp. 14-15)
A pesar
de que el filósofo sabía que la vida comienza con la necesidad de su
reproducción, se muestra totalmente indiferente al trabajo que implica producir
y reproducir la fuerza de trabajo, que no es otra cosa que producir y reproducir
la vida humana. Implica, podríamos decir parafraseando a Daniel Bensaïd, “la
irrupción dolorosa de la vida en la no vida” (2013, p. 468). Para Marx, la vida
y la fuerza de trabajo parecen surgir de manera espontánea y natural. Muy por
el contrario la fuerza de trabajo, en tanto mercancía que debe satisfacer un
uso específico y particular, debe ser producida material, histórica y
socialmente de un modo determinado. Como cualquier otra debe satisfacer un uso
concreto y definido.
Creemos
que la omisión del esfuerzo y el trabajo que insume producir y reproducir la
fuerza de trabajo se revela como mucho más significativa en la medida que
reconocemos que la vida humana no se da de manera espontánea o ajena a formas
de regulación. Al desconocer esto se desvaloriza y desestima la tarea de las
mujeres que la han producido, sostenido y cuidado. Marx hecha así por tierra su
afirmación de que “desde el día en que pisa la escena de la tierra, el hombre
consume antes de producir y mientras produce” (Marx, 1867/2000a, p. 122) pues
este consumo que realiza antes de estar en condiciones de poder producir no cae
cual maná del cielo sino que, es el fruto del trabajo doméstico, es la tarea
que las generaciones anteriores (en su abrumadora mayoría mujeres) asumen para
hacer posible el sostenimiento de las más recientes. Para que algunxs consuman
antes de estar en condiciones de producir, otrxs debieron cargar sobre sus
espaldas la labor de producir por ellxs. “La fuerza de trabajo solo existe como
actitud del ser viviente” (Marx, 1867/2000a, p. 124), es decir que supone la
existencia del individuo que, para ser, necesita una serie de medios de vida
materiales (alimento, vestimenta, calefacción, vivienda, etc.) y cuidados
(afectivos, educativos, culturales, sociales, etc.). A pesar de que por sus
labores las mujeres no reciban reconocimiento ni salario, recae sobre ellas la
tarea y responsabilidad de producir:
Ni más ni menos que el producto más precioso
que puede aparecer en el mercado capitalista: la fuerza de trabajo. El trabajo
doméstico es mucho más que la limpieza de la casa. Es servir a los que ganan el
salario, física, emocional y sexualmente, tenerlos listos para el trabajo día
tras día. Es la crianza y cuidado de nuestros hijos -los futuros trabajadores-
cuidándolos desde el día de su nacimiento y durante sus años escolares,
asegurándonos de que ellos también actúen de la manera que se espera bajo el
capitalismo. Esto significa que tras cada fábrica, tras cada escuela, oficina o
mina se encuentra oculto el trabajo de millones de mujeres que han consumido su
vida, su trabajo, produciendo la fuerza de trabajo que se emplea en esas
fábricas, escuelas, oficinas o minas. (Federici, 2018a, p. 26)
Como
vemos, la reproducción de la fuerza de trabajo, no es un fenómeno de raíz
meramente biológica sino que responde a modos históricamente concretos de
producir formas de vida determinadas. Existe entonces sobre el trabajo
doméstico un diseño, una administración específica y una planificación que se pone de manifiesto en la
separación entre lo que se entiende por trabajo productivo y reproductivo y,
consecuentemente entre los trabajos asalariados y no asalariados. En general
estos fenómenos no son, y esta es parte de la novedad de los desarrollos
teóricos de Federici, previos al capitalismo sino que comienzan a adquirir su
forma y modulación a partir de un momento determinado, en ese período de
transición del modo de producción feudal al capitalista.
Para dar cuenta de este proceso recupera la
autora el célebre capítulo XXIV de El
Capital (1867) titulado “La llamada acumulación originaria” y toma
distancia de Marx en un punto decisivo del mismo. En efecto, Federici sostendrá
que las expropiaciones y los cercamientos que, junto a otros elementos,
hicieron posible la transición al capitalismo no son fenómenos que hayan tenido
una aparición única al inicio de esta etapa sino que, el capitalismo recurre
frecuentemente a ellos para superar sus crisis recurrentes
[9]
. Ahora bien, al dar cuenta de
los procesos de expropiación y cercamiento que crearon las condiciones para la
existencia del capitalismo:
Lo que
Marx no vio es que en el proceso de acumulación originaria no solo se separa al
campesinado de la tierra sino que también tiene lugar la separación entre el
proceso de producción (producción para el mercado, producción de mercancías) y
el proceso de reproducción (producción de fuerza de trabajo); estos dos
procesos empiezan a separarse físicamente y, además, a ser desarrollados por
distintos sujetos. El primero es mayormente masculino, el segundo femenino; el
primero asalariado, el segundo no asalariado. Con esta división de salario / no
salario, toda una parte de la explotación capitalista empieza a desaparecer.
(Federici, 2018a, p. 15)
Este proceso de progresiva y creciente
concentración de las tareas domésticas en manos de las mujeres, la
desvinculación de ellas de una diversidad de tareas que hasta ese momento
ejecutaban, al igual que la separación y el aislamiento al que fueron
progresivamente condenadas se dio mediante la implementación de un hecho
histórico concreto, la caza de brujas
[10]
. Este evento no tuvo lugar solo
en Europa, sino que el mismo fue exportado a América Latina y se utilizó como
mecanismo para disciplinar y reprimir las revueltas de los esclavos. Es por
esta razón que la caza de brujas de los siglos XVI y XVII fue, para Federici,
un hecho crucial para explicar el surgimiento de la sociedad moderna. Éste tuvo
como meta desvalorizar en general a las mujeres, sus conocimientos medicinales,
su capacidad de control de la natalidad y presentarlas como sujetos con un
déficit en su capacidad racional, lo que las convertiría en materia dócil para
el demonio y sus encantamientos. La expansión de esta ideología impulsó la
creencia de que el único espacio laboral adecuado para las mujeres era el
doméstico, dando inicio así a una nueva división sexual del trabajo que
culminaría, a partir de 1870, con la instauración de la familia proletaria
nuclear que gira en torno al salario obrero masculino. Éste es justamente el
origen de lo que la autora denomina como “patriarcado del salario” (Cfr. Federici, 2018a, p. 13), esto es,
la dependencia del grupo familiar del salario masculino. Esta situación generó,
al interior de las familias proletarias desigualdad, fragmentación y una
jerarquía entre el hombre que realiza un trabajo productivo y remunerado y la
mujer que ejecuta labores reproductivas y no remuneradas.
Con esta
jugada, el capital podía disipar la amenaza de insurgencia de la clase obrera y
crear un nuevo tipo de trabajador: más fuerte, más disciplinado, más
resiliente, más preparado para adoptar como propios los objetivos del sistema
[…] Este es el tipo de trabajador que permitió que el capitalismo británico y
estadounidense de finales de siglo realizara una transición tecnológica y
social de la industria ligera a la pesada, del textil al acero, de la
explotación basada en la extensión de la jornada laboral a una basada en la
intensificación de la explotación. Es decir, la creación de la familia de clase
trabajadora y del ama de casa proletaria a tiempo completo fueron parte y
condición esencial de la transición del plusvalor absoluto al relativo. En el
proceso, el propio trabajador doméstico vivió un proceso de “subsunción real”
(Federici, 2018a, pp. 58-59)
Como ya hemos mencionado, al no recibir un
salario por las actividades que realizan las mujeres en las casas, quedan las
mismas ocultas y naturalizadas como una esfera femenina. Escapan al análisis de
la explotación, pues se invisibiliza la enorme cantidad de trabajo no
retribuido que el capitalismo se apropia como elemento necesario y fundamental
para producir y reproducir la fuerza de trabajo. Esta omisión impide, así, ver
que la parte no remunerada que la clase capitalista extrae a la clase
proletaria excede con creces a la parte de la jornada laboral que no es
retribuida. El proceso de trabajo, que en las
sociedades regidas por el capital es convertido en mercancía, opera desde la
diferencia, las asimetrías y una desigualdad que rebasa los límites de lo
cuantitativo, dando un salto que abraza y arremete con lo cualitativo. Esta
desmesura atenta directamente contra la posibilidad de realización y plenitud
humana, contra la posibilidad de la eudaimonía.
Hasta
aquí hemos realizado un recorrido en el que, por un lado, presentamos el
concepto de trabajo en Marx, analizando críticamente distintos momentos, formas
y perspectivas de sus escritos. Por el otro, y en paralelo, hicimos hincapié en
las limitaciones que Federici encuentra en algunas de las tesis fundamentales
del autor. En ellas, la ausencia de una teoría sobre el trabajo doméstico trae
aparejado el que “su relato de la
concepción capitalista y su concepción del comunismo ignor[e]n la actividad que
más se practica en este planeta y uno de los motivos fundamentales de la
división de la clase obrera” (Federici, 2018a, 57. La cursiva es de la
autora).
Llegados
entonces a este punto, para finalizar, nos concentraremos un una posible deriva
de las cuestiones aquí presentadas, a saber, la relación entre capitalismo y
tiempo. Sobre este punto, de manera certera pero un tanto lacónica recoge
Federici algunas intuiciones. En efecto, como vimos en el apartado anterior,
ella (al igual que Marx) es consciente de que la clase capitalista aquello que
apropia a la clase trabajadora no es otra cosa sino tiempo. Siguiendo a Marx,
afirma que la relación salarial que opera en el modo de producción capitalista
constituye una mistificación al servicio de la extracción de tiempo de trabajo
no remunerado, en otras palabras, de vida humana. Ahora bien, aquí, Federici
avanza magistralmente sobre un punto decisivo, sobre el cual el pensador alemán
guardó silencio. Ella ha dado en un punto nodal al señalar que:
El salario es la herramienta mediante la que
gobierna y se desarrolla el capital, es decir, que el cimiento de la sociedad
capitalista ha sido la implementación del trabajo obrero y la explotación
directa de las y los obreros. Lo que no ha quedado nunca claro […] es que ha
sido precisamente a través del salario como se ha orquestado la organización de
la explotación de los trabajadores no asalariados. Esta explotación ha
resultado ser todavía más efectiva puesto que la falta de remuneración la
oculta: en lo que a las mujeres se
refiere, su trabajo aparece como un servicio personal al capital.
(Federici, 2018a, p.21. La cursiva pertenece a la autora)
Justamente
por esto la pensadora, junto a otras feministas, ha insistido reiteradamente en
el hecho de que para pertenecer a la clase trabajadora no es necesario asistir
a la fábrica. El trabajo no reconocido ni remunerado de las mujeres en las
casas es justamente el que hace posible que los trabajadores masculinos asistan
en condiciones y regularmente a su lugar de trabajo. El caudal de tiempo,
energía y vitalidad que el capitalismo se apropia es mucho mayor entonces del
que se extrae en las fábricas bajo la forma de trabajo excedente o plustrabajo.
Todo el trabajo que implica la producción y reproducción de la fuerza de
trabajo permanece tras bambalinas y mistificado bajo la forma del salario
familiar y la división del trabajo por géneros. Así, se naturalizan estas
labores como tareas femeninas que se ejecutan por destino biológico o vocación.
“Aunque no se traduce en un salario para nosotras [las mujeres], producimos ni
más ni menos que el producto más preciado que puede aparecer en el mercado
capitalista: la fuerza de trabajo” (Federici, 2018a, p. 26).
Vemos
entonces aquí que la verdadera cantidad de energía, tiempo y vida que la clase
capitalista se apropia no puede ser reducida solamente a la que tiene lugar
durante la jornada laboral. Cada momento de nuestra vida queda confinado al
capital, no hay exterioridad. El tiempo de nuestras vidas es el tiempo del
capital. Que Marx, para quien como señala atinadamente Bensaïd (2013), el
tiempo ocupa un lugar central en su crítica de la economía política, que llegó
incluso a afirmar que: “economía del tiempo; a esto se reduce finalmente toda
economía” (Marx, 1857-1858/2007, p. 101) no advirtiera esta apropiación de
tiempo en el seno de las tareas de reproducción constituye una seria carencia
conceptual que, en caso de no ser subsanada, afecta seriamente el potencial
emancipatorio de su teoría.
Es
necesario y urgente, entonces, desarrollar un marco de interpretación de la
explotación que no ciña su análisis de manera exclusiva al trabajo asalariado y
productor de mercancías, sino que sea teóricamente sensible a los procesos de
reproducción de la fuerza de trabajo y el tiempo, esfuerzo y energía que el
mismo insume. Pues éstos conforman también un momento central e insoslayable de
la producción capitalista de plusvalía. Hacerlo implica visibilizar otras
formas que asume la explotación (a las que usualmente se les escamotea el
título de trabajo), ampliar el horizonte desde el que se entiende la lucha de
clases y comprender que la misma es la expresión de una lucha de temporalidades
en pugna pues, “tanto el salario como la falta del mismo han permitido al
capital ocultar la duración real de nuestra jornada laboral. El trabajo aparece
simplemente como un compartimiento de nuestras vidas, que tiene lugar solo en
determinados momentos y espacios” (Federici, 2018a, p. 34).
Entender
el trabajo (sea este productivo, reproductivo o ambas cosas) desde la
perspectiva del tiempo es abrirse a un campo conceptual que lo inscribe en una
matriz política y social signada por la lucha y el conflicto. No olvidemos que,
al ser humano, el tiempo se le presenta siempre como “tiempo socialmente
necesario” ya que toda práctica económica se sostiene y fundamenta a partir de
la posibilidad de disponer del tiempo, esto decir, de medirlo, ordenarlo y
finalmente distribuirlo. En definitiva, para el capitalismo, “el tiempo es
todo; el hombre no es nada; todo lo más, el esqueleto del tiempo” (Marx,
1847/1984, p. 72). Justamente por este motivo es que señala George Caffentzis
que no debemos entender al capitalismo como un sistema que produce cosas
materiales sino, más bien, valores y trabajo. Por ello debemos comprenderlo y
analizarlo como lo que efectivamente es, “un sistema de explotación del tiempo,
la vida y la energía” (2020, p. 85) que recoge permanentemente de manera
impaga, silenciosa y no reconocida la dynamis
que habita en toda actividad humana.
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[1]
Ya en un breve texto escrito al finalizar el bachillerato titulado Reflexiones de un joven al elegir profesión (1935)
meditaba Marx en torno a la relevancia en la elección de una profesión como la
posibilidad de consagrar la propia vida a una actividad productiva de mundo,
que requiere un compromiso para con los otros y con uno mismo. En el ensayo
puede evidenciarse que, tal como señalará posteriormente en la Ideología Alemana (1846), es el trabajo
lo que distingue y separa más propiamente a los seres humanos de los animales.
[2]
Existe una prolongada y sostenida discusión en torno a lo atinado o
no de dividir el pensamiento de Marx en dos etapas, una de juventud (ligada
fuertemente aún a la reflexión filosófica) y otra de madurez (con un mayor
énfasis en la cuestión económica). Entre quienes insisten en la necesidad de
esta escisión se encuentra el trabajo ya clásico de Louis Althusser La revolución teórica de Marx (1965). Nosotrxs, en contrapartida, somos más
propensxs a entender que la meditación de Marx guarda un hilo de continuidad a
lo largo de sus producciones en las que sí pueden observarse, no obstante,
estrategias de abordajes y análisis diversos. A pesar de ello, el eje que las
articula es el mismo, a saber, la emancipación humana.
[3]
Usualmente y en la mayoría de los casos cuando Marx utiliza el
término “hombre” refiere a la humanidad toda. En este trabajo hemos optado por
conservar la expresión original del autor por razones de fidelidad y también
como un modo de manifestar y evidenciar esta limitación.
[4]
De esta misma opinión es Étienne Balibar: “Los filósofos se
hicieron una idea falsa de lo que es una esencia (y este error es tan...
esencial en ellos que apenas puede imaginarse una filosofía sin él). En primer
lugar, creyeron que la esencia es una idea
o una abstracción (en una terminología diferente, hablaríamos también de un
concepto universal), dentro de la
cual pueden clasificarse, por orden de generalidad decreciente, las diferencias
específicas y por último las diferencias individuales; y, en segundo lugar, que
esta abstracción genérica está en cierto modo ‘alojada’ (inwohnend) en los individuos del mismo género, sea como una
cualidad que poseen y según la cual se los puede clasificar, sea incluso como
una forma o un poder que les da existencia como otras tantas copias del mismo
modelo […] [En Marx] se trata de recusar a la vez las dos posiciones (llamadas realista y nominalista) entre las que se dividen tradicionalmente los
filósofos: la que pretende que el género, o la esencia, precede a la existencia
de los individuos, y la que quiere que los individuos sean la realidad primera,
a partir de la cual se ‘abstraen’ los universales” (2006, p. 36).
[5]
En términos de Hannah Arendt (2008) quizás podríamos decir que, de
las esferas que conforman la vita activa,
la de la labor (en tanto apunta a sostener los procesos de la vida) ha recaído
de manera exclusiva sobre las mujeres. Por su parte, la actividad masculina se
ha desarrollado en las esferas del trabajo (en tanto producción de mundo) y la
acción (fruto de la pluralidad humana).
[6]
En reiteradas ocasiones recurre en sus escritos Federici al
concepto de “fábrica social” que recupera del desarrollo que del mismo hace
Mario Tronti en Operai e Capitale (1966).
Según la autora, esta expresión fue de suma importancia para el desarrollo de
la teoría feminista pues, el mismo supone que “llegados a cierto punto del
desarrollo capitalista las relaciones capitalistas pasan a ser tan hegemónicas
que todas y cada una de las relaciones sociales están supeditadas al capital y,
así, la distinción entre sociedad y fábrica colapsa, por lo que la sociedad se
convierte en fábrica y las relaciones
sociales pasan directamente a ser relaciones de producción (Federici,
2018b, p. 19. La cursiva es de la autora).
[7]
Si bien esta expresión Marx podría haberla utilizado más
atinadamente para describir la condición de las mujeres en el seno del
capitalismo la utiliza en referencia a la situación de los obreros masculinos
en la fábrica. En Calibán y la bruja
Federici recupera esta imagen de la reducción de las mujeres a la condición de
vientre al afirmar que “en la era de las computadoras la conquista del cuerpo
femenino sigue siendo una precondición para la acumulación de trabajo y
riqueza, tal y como lo demuestra la inversión institucional en el desarrollo de
nuevas tecnologías reproductivas que -más que nunca- reducen a las mujeres a
meros vientres” (2015, pp. 30-31).
[8]
Para más detalles sobre esta cuestión y sus vínculos con la
“acumulación originaria” véase Ibíd. pp.
172-173.
[9]
George Caffentzis,
compañero de vida de Silvia Federici y fundador junto a ella del grupo Midnight Notes Collective, señala que:
“el proceso de acumulación originaria, y la violencia que supone, es un proceso
en curso […] Cada vez que el capitalismo entra en crisis hay un período de
acumulación originaria, porque las crisis suelen ser el resultado de los
intentos exitosos de la clase trabajadora por reducir la mercantilización de su
vida. Y, como consecuencia, los nuevos cercamientos son permanentes. Mientras
exista el capitalismo siempre habrá un momento de acumulación originaria para
lidiar con la crisis” (Caffentzis, 2020, p. 19).
[10]
En Calibán y la bruja podemos leer: “si
consideramos el contexto social en el que se produjo la caza de brujas, el
género y la clase de los acusados y los efectos de la persecución, podemos
concluir que la caza de brujas en Europa fue un ataque a la resistencia que las
mujeres opusieron a la difusión de las relaciones capitalistas y al poder que
habían obtenido en virtud de su sexualidad, su control sobre la reproducción y
su capacidad de curar. La caza de brujas fue también instrumental a la
construcción de un orden patriarcal en el que los cuerpos de las mujeres, su
trabajo, sus poderes sexuales y reproductivos fueron colocados bajo el control
del estado y transformados en recursos económicos” (Federici, 2015, p. 275).
Para más detalles sobre la diversidad de tareas realizadas por las mujeres en
el medioevo véase Ibíd. pp. 54-56.